Epílogo
Arnold observaba los múltiples dulces frente a él con una expresión de irritación en su rostro.
Pasas cubiertas de chocolate, almendras cubiertas de chocolate, chocolate cubierto de más chocolate.
Pero nada de arándanos cubiertos de chocolate.
—Demonios —susurró tomando una bolsa de pasas.
Podría arriesgarse y llevar eso, aunque tal vez lo mandaría al sillón a dormir por no conseguir lo que le había pedido.
—¿Cómo sobrevivió Johan a nueve meses de esto? —se preguntó.
—Disculpe, señor.
Bajó la mirada, una pequeña de aproximadamente cuatro años lo observaba con sus enormes ojos de color turquesa, tenía el cabello negro suelto y una expresión de inocencia en su rostro.
Ella lo vio con algo de sorpresa antes de que una enorme sonrisa se dibujara en sus labios, Arnold frunció el ceño, por un momento pareció que veía a...
—¿Me puede pasar esa bolsa de bombones? No alcanzo —dijo ella haciendo la cabeza de lado y señalando.
Arnold subió la mirada, hasta arriba del anaquel había toda clase de bombones.
—Sí, claro, ¿cuáles?
—Los que tienen chochitos de sabores —respondió ella mirándolo con expectativa.
Arnold tomó la bolsa y se la entregó, la niña aún lo veía fascinada.
—¡Muchas gracias, Arnold!
Se quedó pasmado cuando la pequeña dijo eso y luego le abrazó la pierna, ella levantó su rostro y esa sonrisa se hizo aún más grande.
—¿Cómo sabes...?
—¡Eve!
Levantó el rostro con sorpresa, a la entrada del pasillo una mirada azulada lo veía con desconcierto.
—Derek.
—Arnold.
Se miraron por varios segundos hasta que la niña lo soltó y corrió hasta el que alguna vez consideró su mejor amigo.
Él se puso en una rodilla y la pequeña lo abrazó por el cuello, luego se levantó con ella en sus brazos sin quitar la mirada de Arnold.
—¿Tu hija?
Derek miró a la niña y luego regresó su atención a él, asintió lentamente.
—Vaya, han pasado varios años —susurró Arnold.
—Sí, así es.
Se miraron con incomodidad, la pequeña le susurró algo a Derek y él asintió y sonrió.
—Eve, él es Arnold, mi mejor amigo.
La niña le dio una enorme sonrisa, sus ojos turquesa parecían brillar de emoción.
—Eve —susurró Arnold.
Derek se encogió de hombros y asintió.
—Me pareció adecuado, además no puedes debatir mucho con una mujer que amenaza con matarte en medio del parto.
Arnold rio y sintió una extraña calidez en el pecho al observar a la niña poner la cabeza en el hombro de Derek; esos ojos, estaba seguro de que no podían ser de alguien más.
—Me da gusto ver qué están bien.
Derek se tensó, pero Arnold sonrió.
—Debo irme, tengo una larga tarde de derretir chocolate para sumergir arándanos en él.
Su amigo lo vio extrañado y Arnold se despidió agitando la mano, se dio la vuelta para buscar lo que iba a necesitar.
Suspiró sintiéndose aliviado y extrañamente feliz y pleno.
Derek miraba a su hija mientras ella corría en dirección a dos mujeres.
—¡Mamá! Encontré los bombones de chochitos —gritó agitando la bolsa una y otra vez.
Una de las mujeres volteó y sonrió de esa manera tan suya mientras se agachaba.
—Qué bueno, Eve, puedes dárselos a la abuela para que los ponga en el carrito.
La niña asintió una y otra vez pero de pronto puso su mano en el oído de su madre para susurrar algo.
Ojos turquesa se abrieron con sorpresa y se fijaron en el hombre que caminaba hacia ellas.
—Me da gusto, hija, ¿puedes ayudarle a la abuela a escoger un sabor de buddin?
La niña aplaudió y corrió a la otra mujer que le extendió la mano.
Se levantó sin apartar la mirada de esos orbes azules que la veían fijamente.
—¿Arnold?
Derek asintió.
—Casualidad de casualidades —comentó entrelazando sus manos.
—¿Dijo algo?
Derek sacudió la cabeza.
—Nada, pero no creo que haya mucho que decir, los ojos de nuestra hija hablan por sí solos, Leyna.
Su esposa bajó la mirada y su expresión se tornó triste, Derek soltó su mano y la utilizó para levantarle la barbilla.
—Hey, no pasa nada —susurró con ternura.
Leyna suspiró y sacudió la cabeza.
—Sí pasó, Eve es fruto de ello y jamás... —Suspiró con pesadez—. Jamás pude hablar con Ava de eso.
Derek tomó sus manos y las entrelazó.
—Yo lo hice, ¿recuerdas?
—Pero no es lo mismo, perdí a mi mejor amiga por cobarde, no debí llegar ese día y menos...
Derek suspiró y la abrazó.
—Si no mal recuerdo, yo te besé —susurró en su cabello.
—Pero yo no te alejé —murmuró en su pecho.
Derek pensó debatirla pero notó a su hija corriendo a ellos y sonrió.
—Y fue lo mejor que pudiste hacer.
Arnold recargó la cabeza en el respaldo del sillón mientras suspiraba y cerraba los ojos.
¿Quién diría que hacer arándanos con chocolate era tan agotador?
Y todo para que a la hora ella terminara vomitando todo.
Antojos y náuseas, su pan de cada día.
Sinceramente era el antojo menos raro hasta el momento, recordó con una sonrisa la semana en la que no dejó de comer mango.
Sintió una calidez en sus labios y sonrío aún más, abrió los ojos y observó esos orbes llenos de pasión.
—¿Estás mejor? —preguntó él en voz baja poniendo una mano en su espalda.
Ella asintió y se puso a horcajadas sobre él, pasó la mano por el costado de su rostro y lo besó de nuevo.
—Contigo siempre estoy mejor —susurró ella metiendo las manos por debajo de su playera.
Arnold volvió a buscar sus labios, si también algo se había intensificado con el embarazo, era el hambre que tenían el uno del otro.
Puso una mano en la parte trasera de su cabeza y la otra en su cintura, se besaron con cierta desesperación y ella no dejó de acariciar su abdomen.
Arnold de pronto rio y ella se apartó con el ceño fruncido.
—¿Qué? —preguntó con algo de decepción.
Él la besó en la comisura de sus labios.
—Esto me trae recuerdos —contestó y ella hizo la cabeza de lado extrañada—. La primera noche que pasamos juntos —explicó pasando su pulgar por la curvatura de su cuello y luego bajando a su clavícula.
Ojos verdes se abrieron con sorpresa y un sonrojo empezó a entintar sus mejillas, hizo un sonido con la garganta y escondió la cabeza en el pecho de él.
—No me recuerdes, no sé qué estaba pensando.
Arnold rio y pasó una mano a lo largo de su espalda.
—Podría adivinar qué pensabas, Ava.
La chica en sus brazos agitó la cabeza.
—Si te soy sincera, verte dormido siempre me ha puesto...
Arnold rio con más fuerza y ella le golpeó el pecho. Ava puso la cabeza en su hombro y suspiró, él no pudo evitar la sonrisa cuando sintió el diminuto bulto presionar su abdomen.
—Wanda y Johan dicen que es niña —susurró ella pasando los brazos alrededor de su cuello.
Arnold se quedó pensando un momento, cierta niña de ojos turquesa llegó de nuevo a su mente.
—¿Alguna vez te preguntaste que fue de ellos? —preguntó en voz baja.
Ava se alejó de él y lo miró con confusión, luego bajó el rostro.
—Diario, extraño no poder compartir esto con ella, me recrimino el no haber hablado con los dos juntos, tal vez las cosas hubieran sido diferentes.
Arnold odiaba verla triste; sí, Wanda y Johan eran muy cercanos a ellos, pero no era la misma relación que con sus antiguos amigos.
—¿Recuerdas ese día en Londres? —preguntó en un susurro.
Ava levantó la mirada y asintió. Arnold puso ambas manos en su cintura y por un momento fijó la vista en su vientre.
—Por un momento pensé en dejarlo así, me aseguré que era una casualidad el haberte visto y que era solo para calmar esas ansias de saber que estabas bien. —Subió la mirada a sus ojos—. Luego reflexioné, me di cuenta que las casualidades se dan por algo y que si nos encontramos de nuevo en otro continente era por una razón fuerte.
Ava hizo la cabeza de lado.
—¿Por eso fuiste tras de mí? —cuestionó en un susurro.
—Por eso y porque sabía cómo se podía interpretar lo que viste, no quería cometer los mismos errores.
Ava hizo un puchero.
—En verdad creí que estabas con Sarah.
Arnold asintió y le dio un beso en los labios.
—Lo sé, pero por algo nos vimos, por algo logré encontrarte cinco minutos después... Y estoy seguro de que la vida te va a dar la oportunidad de arreglar las cosas con Leyna como debe de ser.
Ava lo miró con curiosidad.
—¿Por qué lo dices?
Arnold sonrió y se encogió de hombros.
—Intuición.
Leyna suspiró sintiendo los brazos de su esposo abrazándola con protección, Derek siempre terminaba durmiendo de esa manera.
Algo que se les complicó en el embarazo, pues Eve no se estaba quieta hasta no sentir la espalda de su padre.
Miró hacia la ventana a su lado y puso ambas manos debajo de su mejilla pensando en la fotografía que adornaba su estancia, su hija amaba escuchar sobre los protagonistas en la imágen así que no le sorprendió que reconociera a Arnold.
Nunca esperó que esa noche donde perdieron el control trajera como consecuencia a su hermosa niña, de lo único que se arrepentía fue de no hablar con Ava el día de la despedida de solteros.
Cerró los ojos y pensó en cómo se habían dado las cosas con Derek.
Cinco años atrás.
Esperó entrelazando las manos frente a ella, escuchó un seguro ser quitado y luego ojos azules la miraron extrañado.
—¿Leyna? ¿Qué haces aquí?
Ella bajó la mirada con vergüenza, no había contestado a sus llamadas desde el día en su oficina.
—Vine a ver si Ava estaba aquí, no llegó a la prueba de vestido y...
Derek arqueó una ceja, luego sacó su celular.
—No y no me ha llamado. —Suspiró—. Tal vez está en su departamento, estos días ha estado algo abrumada —le contó frunciendo el ceño y guardando de nuevo el aparato en su pantalón.
—Bien, tal vez deba ir allá, puede que me necesite para hablar.
Leyna se dio la vuelta para alejarse pero una mano en su brazo la hizo detenerse, sintió todo su cuerpo estremecerse.
—Leyna, espera, necesitamos hablar.
Ella giró el rostro en su dirección pero se negó a verlo.
—No hay nada de qué hablar, Derek, todo está claro —susurró.
Sin soltarla se puso frente a ella.
—No, no lo está... Cinco minutos, no te pido más.
Titubeó, mordió su labio inferior y sacudió la cabeza.
—No, no es correcto, nada de lo que hice lo fue y deberíamos dejarlo así —susurró.
Derek tomó una de sus manos y la miró con cierta desesperación.
—Cinco minutos, por favor.
Leyna nunca pudo decirle que no a esa mirada, así que tras suspirar entró en el departamento de Derek y dejó su bolsa en la mesa de la entrada, él cerró la puerta.
—No debí reaccionar así —empezó Derek.
Ella evitó mirarlo a toda costa, de hecho, fijó su mirada en una fotografía a un lado de su pantalla, era él con Ava frente a la Catedral de Berlín; podía hacer eso, mientras tuviera en mente que él le estaba prohibido todo saldría bien.
—No te culpo, yo soy la que no debió decir eso.
—¿Por qué no lo dijiste antes? —cuestionó Derek en voz baja.
Leyna suspiró.
—Porque no soy de esas personas que se meten en medio de una relación, querías estar con Ava, era mi deber apoyarlos.
—Pero ni antes...
—Eres muy críptico, Derek; nunca sé qué esperar contigo, y durante la universidad, parecías interesado en todas menos en mí.
Él empuñó una mano y suspiró con pesadez.
—¿Y si yo siento lo mismo que tú?
Ella finalmente lo miró.
—No lo haces, antes de dar el paso a un compromiso tan grande es normal que sientas miedo e incertidumbre, no debí hacerlo, pero te abrí una puerta y ahora la cierro.
Leyna hablaba con tanta firmeza que por un momento hasta ella misma se creyó sus palabras, la verdad era que si él le decía sentir lo mismo le creería sin cuestionar nada.
—Debo ir con Ava —susurró tomando su bolsa.
Pero una desesperación tomó control de Derek, puso la mano en su brazo y la giró a gran velocidad uniendo sus labios.
Leyna lo vio con sorpresa, lo aventó un poco y puso una mano sobre sus labios con incredulidad.
—¿Qué haces?
Él respiraba frenéticamente, años de silencio explotaron en su interior, se acercó de nuevo y bajó su mano con delicadeza.
—No sé —susurró antes de volver a fusionar sus labios.
Leyna cerró los ojos y trató de sostenerse a la realidad, pero cuando Derek puso la mano en su cintura y con mucha delicadeza la atrajo a su cuerpo una nube de amor y deseo nublaron todos sus pensamientos.
Se besaron con ternura, con lentitud y delicadeza, Derek se sentía en el mismo cielo, años preguntándose cómo se sentirían los labios de la chica de ojos turquesa.
Cerró su mente a todo cuestionamiento y reclamo, este era el momento que por años había deseado.
Y cuando Leyna suspiró en sus labios y rodeó su cuello con sus brazos, dejó que su amor tomara las riendas.
Se besaron en repetidas ocasiones cambiando las manos de posición y en algún momento él optó por llevarla a la recámara, Leyna titubeó, la imagen de su mejor amiga apareciendo en su mente, pero Derek puso ambas manos en sus mejillas.
—Concéntrate en mí, solo en mí —le rogó empujándola hacia atrás en dirección a la cama.
Ella asintió tragando saliva con nerviosismo, sabía que estaba mal, pero se preguntaba cómo algo tan malo la hacía sentir tan bien.
Derek la recostó en la cama, besó su cuello y atrapó las muñecas de ella en una de sus manos, con la otra muy lentamente le fue subiendo la blusa.
Leyna respiraba entre suspiros, su cuerpo temblaba y se arqueba con cada beso y caricia que Derek dejaba.
Finalmente soltó sus muñecas y con ambas manos le quitó la blusa blanca, Leyna notó como su mirada se oscureció y llevó sus labios hasta su vientre.
Leyna jadeó, puso ambas manos a su lado e hizo la cabeza de lado, la respiración y los besos de Derek se sentían cálidos sobre su piel, él besó varias veces sobre el borde de su falda hasta llevar las manos a el y jalar muy lentamente mientras sus miradas se encontraban.
Derek puso atención a sus reacciones, no la forzaría a nada, pero Leyna solo lo veía con ansiedad, no había pizca de miedo o culpa en su mirada.
Quitó la prenda y suspiró, por un momento se cuestionó el estar despierto, pues ese tipo de cosas solo le pasaban en sueños.
Comenzó a besar su pierna y lentamente fue subiendo hasta llegar a sus muslos y después a su pelvis, Leyna no podía controlar el temblor en su cuerpo.
Hizo la cabeza hacia atrás y un gemido escapó de sus labios.
—Derek —susurró.
Él atendió a su llamado y subió de nuevo a sus labios quedando en medio de las piernas de ella, Leyna jadeó al sentir la presión en su parte baja y llevó las manos por debajo de su camisa.
Derek desabotonó los primeros botones de su camisa e interrumpiendo el beso se la quitó rápidamente para continuar besándola.
Y el quitar ese impedimento entre sus cuerpos lo hizo perder toda noción de la realidad, se empezaron a besar con desesperación, a tocar con necesidad y a quitar las últimas prendas.
Cuando sus cuerpos se unieron entre toques y jadeos, Leyna inclinó hacia atrás su cabeza y respiró por medio de la boca pues su corazón estaba tan acelerado que el aire que entraba únicamente por la nariz no era suficiente.
Se movieron en completa sincronía, como si no fuera la primera vez que sus cuerpos se encontraban, Derek había entrelazado una de sus manos a un lado de la cabeza de ella y la besaba cada que podía, en sus labios, nariz, mejillas, ojos, cuello, no quiso dejar pasar ningún lugar.
Y ella pasaba su otra mano por el cabello de él, su hombro, su espalda, gemía de vez en cuando y suspiraba en otro tanto.
Aquél éxtasis se fue expandiendo, los movimientos se hicieron más certeros, la presión más profunda y los besos más desesperados.
Hasta que ambos llegaron a la cumbre del éxtasis, Leyna se aferró a su cuerpo mientras él escondía el rostro en su cabello, espasmos, temblores, un sinfín de sensaciones que jamás habían sentido los inundaron.
Al final, Derek depositó un muy lento y tierno beso en las labios de ella notando como el cabello se le pegaba a la frente por el sudor.
Ella se lo regresó con cierta timidez, puso una mano en su mejilla y luego se miraron a los ojos como si fuera la primera vez que lo hacían.
El tiempo pasó, él se durmió y la culpa la inundó de manera sofocante. Así que en silencio se vistió y huyó del lugar en plena madrugada, su destino ni siquiera fue su hogar, buscó refugio en aquél al que consideraba su hermano.
Sintió la mano en su vientre moverse de lugar y no pudo evitar sonreír, a pesar de todo, seguían durmiendo espalda con espalda y peleando por las cobijas.
Puso su propia mano en su vientre y suspiró, faltaban cuatro meses.
Arnold jaló la cobija y ella hizo girar los ojos, no importaba de qué tamaño las compraran, siempre terminaban en una batalla.
De todos modos tenía calor así que pateó la cobija —y de paso a su esposo— y se incorporó, miró con atención el celular en su buró y mordió el interior de su mejilla.
Con el paso de los años cambió de modelo de celular, pero su número seguía siendo el mismo, se preguntaba si esa persona también lo había conservado.
La plática con Arnold sobre las casualidades le daba vueltas y vueltas en la cabeza, nadie hubiera apostado por un reencuentro entre ellos después de tantos años, mucho menos en una reconciliación que los llevó a formar una familia.
Cinco años, eso era mucho para tratar de recuperar algo.
Pero si algo le enseñó Arnold, fue que mejor era decir "lo intenté" a "renuncié"
Suspiró y tomó su celular, buscó el contacto que permaneció a pesar de todo y escogió el ícono de "mensaje"
Tecleó varias letras antes de mirar con atención lo que había escrito, miró a Arnold unos momentos antes de regresar su atención al aparato y presionar el ícono azul.
"Mensaje enviado"
Bloqueó el aparato y suspiró, tal vez era una pérdida de tiempo pero nada perdía con intentarlo, se levantó, puso sus pantuflas y acudió al baño.
Una vez que regresó se acomodó en la cama y se dispuso a jalar de nuevo la cobija que Arnold había acaparado, pero una luz blanca llamó su atención.
Su corazón dio un vuelco y con mucha ansiedad desbloqueó el celular y leyó con atención.
Era la dirección de un café.
Observó la puerta frente a ella con cierta duda, nadie sabía que estaba ahí así que si su mensaje le había llegado a un asesino serial, no sabrían dónde buscarla.
Hizo girar los ojos ante lo exagerado de su pensamiento y finalmente empujó la puerta y entró al establecimiento.
Buscó con la mirada; mesas con gente hablando en murmullos, libros en algunas estanterías y el olor a café inundó su nariz.
Caminó entre los comensales hasta que finalmente encontró lo que buscaba... O más bien, a quién buscaba.
Empuñó el tirante de su bolsa y tras tomar valor caminó hasta la mesa y se sentó frente a ella.
Se miraron por varios segundos hasta que ella sonrió de manera amable.
Y su corazón se sintió emocionado y extrañamente, completo.
—Hola, Leyna.
—Hola, querida Ava.
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