Cinco
Tres años atrás.
—Le dije a Arnold que me habías invitado a salir.
Volteó con sorpresa, Ava se había detenido pasos atrás y lo miraba con culpabilidad.
—¿Qué? —preguntó no creyendo haber escuchado bien.
Orbes verdes le veían con lágrimas, había empuñado las manos frente a ella y lo miraba con vergüenza.
—Pensé que haría algo, no sé, creí que así conseguiría una reacción positiva en él, una que no fuera pelear conmigo —susurró ella con la voz quebrada—. Pero, solo... Me dijo que estaba bien.
Derek suspiró y bajó la mirada, desde que Ava entró a su vida con una enorme sonrisa, se pudo dar cuenta que él solo había sido el medio para llegar a su mejor amigo.
Algo a lo que no le dio importancia, porque sinceramente estaba concentrado en tratar de salir de la friendzone.
—Pero lo arreglaré, mañana le diré que no es cierto, aunque eso. —La vio cerrar los ojos y empuñar las manos—. Aunque eso provoque un distanciamiento.
Derek la observó por unos segundos, estaban en medio de uno de los jardines del campus, iban en dirección a su dormitorio, por un momento la pudo vislumbrar como una niña pequeña que se encontraba totalmente perdida y asustada.
—No te preocupes —dijo encogiéndose de hombros, ella lo vio con sorpresa, incluso su boca formó una "o"—. Dejémos que pase una semana y decimos que no funcionó, nadie lo sabrá solo tú y yo.
Los ojos de Ava lo miraron con incertidumbre, al momento no entendió porqué el asunto le causaba tanto desconcierto y preocupación, pero cuando corrió a sus brazos y lo abrazó, entendió que ella usaba una fachada de ligereza y felicidad para ocultar la inseguridad que la carcomía por dentro.
Y en realidad, no pensó que esa decisión pudiera afectar sus vidas, solo era pretender una semana y luego seguirían como si nada.
Qué equivocado estaba.
Presente
La pequeña luz que destellaba cada dos segundos en su celular se había convertido en su torturador personal.
Ava se había quedado dormida aferrada a su camisa, así que no había manera de que pudiera revisar.
Suspiró y cerró los ojos, tal vez era lo mejor, seguramente esa era la señal que el universo le daba de que debía parar.
Errores, cientos de ellos lo habían llevado a estar a menos de doce horas de casarse con alguien que consideraba amiga y no pareja.
El día que Ava le confesó lo que había hecho para despertar o investigar el interés que Arnold tenía por ella, ciertamente no le dio mucha importancia.
Era un juego, una falacia que estaba seguro que no duraría más de una semana.
Pero a dos días de ese límite que se habían puesto, Leyna fue directa al preguntar.
—¿Estás saliendo con Ava en plan de más que amigos?
Y la verdad era que fue ingenuo al creer que ella se lo tomaría con la misma ligereza.
—Por ahora.
Ojos turquesa lo miraron de esa manera que casi podía jurar que le inspeccionaba el alma.
—¿Y Arnold no dijo nada?
Derek negó frustrado, su amigo era como un candado cerrado, era casi imposible obligarlo a abrirse con los demás, guardaba sus sentimientos en lo más profundo de su alma y casi nunca le podía seguir el paso.
Leyna frunció el ceño y continuó jugando con el pay frente a ella.
—Es bueno que no le interese, ¿no? —preguntó.
Derek la vio con confusión.
—¿Por qué lo dices?
Ella puso su mirada penetrante en la de él.
—Porque sería muy incómodo que ustedes se separaran y ellos se juntaran. —Derek sintió su corazón dar un vuelco—. Si te soy sincera, yo nunca podría estar con alguien que estuvo con una amiga, menos si la considero mi mejor amiga.
Y fue ahí que se dio cuenta que había tirado por la borda la inexistente probabilidad de tener algo serio con la chica frente a él.
Que prácticamente le dio un portazo en el rostro y le cerró cualquier ventana.
—Sí, es una ventaja. —Se forzó a decir con una sonrisa
Si algo había aprendido de su mejor amigo, fue ocultar cuando algo lo afectaba, se tragó la decepción y fingió estar estupendo.
La semana llegó a su fin y Ava le ofreció la salida que ya habían planeado, pero él entendió que se había convertido en su puerto seguro.
Pues Ava solo lloraba con él ante el aparente desinterés de su mejor amigo, ni siquiera con Leyna encontró ese consuelo.
Y entonces le ofreció intentarlo de verdad, quiso creer que con el tiempo ambos se llegarían a querer con ese amor que se esperaba de una pareja, se aseguró que tal vez juntos podrían olvidar a aquellos que no les daban lo que ansiaban.
Ava nunca supo lo que sentía por Leyna, fue un amor que guardó en lo más profundo de su ser, se ensimismó en la ilusión, en aquella inexistente relación con Ava; pero en su mente y corazón, cada beso, caricia y susurro íntimo llevaban otra etiqueta.
La pequeña luz se hizo roja, notificación de una llamada perdida.
Suspiró y trató de ignorar la ansiedad en su pecho, ya no más, se lo había jurado.
«Leyna» su mente pensaba una y otra vez.
El peor día de su vida fue ese cuando ella le confesó que lo amaba, cuando en medio de lágrimas se derrumbó a escasos tres pasos de él y le pidió que la perdonara por sentir algo tan impuro y prohibido.
Y estaba tan sorprendido, abrumado... Quebrado, que no pudo hacer más que llamar a un Arnold que los veía desde la puerta. Su amigo casi le leyó el pensamiento pues se acercó a Leyna y la ayudó a levantarse para sacarla de ahí.
Se había visto como un maldito, lo sabía.
Pero no supo qué hacer ante la situación, y cuando se encontró totalmente solo, destruyó todo a su paso, papeles, lámparas, sillas... Su oficina pareció escenario de alguna batalla campal.
Y al final, se desmoronó y lloró en una esquina.
Porque ya no había vuelta atrás, porque Ava había aceptado ser su esposa y él se había jurado no dejarla atrás tal y como Arnold lo había hecho.
«Arnold» suspiró con pesadez y cerró los ojos al rememorar el momento más turbio de su vida.
Nunca lo notó, ni siquiera lo sospechó, fue hasta esa noche que le cayó como balde de agua fría lo mucho que su mejor amigo estaba sufriendo a causa de la chica en sus brazos.
Y entonces, finalmente entendió porqué hace tres años huyó.
Se sintió confundido y contrariado, los últimos días de su vida se reproducían una y otra vez en su mente, de haber tenido ese conocimiento antes de hablar con Ava, las cosas hubieran sido diferentes.
Mucho, muy diferentes.
Sintió a la chica en sus brazos moverse, ella se giró y le dio la espalda liberándolo de su agarre y dándole oportunidad para actuar como su corazón y mente le rogaban.
Se impulsó hacia arriba en la cama y con mucho cuidado tomó el celular, abrió sus notificaciones y notó tres llamadas perdidas y un mensaje de WhatsApp.
Con manos temblorosas lo abrió y sintió que un agujero negro se abrió bajo sus pies, que su estómago había caído al suelo y que iba en picada a un oscuro precipicio.
No lo pensó dos veces, se levantó, puso los zapatos y casi corrió a la puerta.
Luego volteó para ver a la que aún dormía en su cama.
Se encaminó a su escritorio y sacó un papel, escribió una nota y la dejó en el buró junto a ella.
—Te veré en la iglesia, lo prometo —susurró antes de depositar un beso en su cabello y salir a gran velocidad de su departamento.
La culpa la abrumaba; enredaba las manos en su cabello una y otra vez mientras caminaba de un lado a otro.
No iba a soportar, se estaba quebrando lenta y dolorosamente.
Se inclinó hacia adelante abrazándose a sí misma y tratando de respirar por la boca.
Un desliz, una actitud ambivalente que la estaba volviendo loca.
Y mentiras, una tras otra a todos los que la rodeaban, al que consideraba su hermano y a la que llamaba mejor amiga.
Escuchó el toque en su puerta y se dejó caer de rodillas en medio de la sala, no creyó que iría, en verdad no lo esperaba.
Había actuado impulsada por el miedo y la culpa.
—Leyna —la llamó y reconoció la desesperación.
Sacudió la cabeza y cerró los ojos con fuerza.
—Vete, por favor —susurró esperando que la escuchara y a la vez anhelando que no lo hiciera.
—Leyna, abre por favor —le rogó con la misma desesperación.
Ella sintió lágrimas brotar de sus ojos, un sollozo escapó de su boca, lo escuchó tocar con más insistencia.
—Juro que si no me abres le pediré la llave de repuesto a Arnold, no me importa tener que explicarle.
«Maldito» pensó sintiendo su cuerpo temblar, suspiró y se levantó con lentitud, al creer que había retomado el control caminó a la puerta y la abrió con cierta rudeza.
Sus ojos azules la veían con la misma ansiedad de hace unas horas.
—No digas nada, no me harás cambiar de parecer —dijo Leyna alzando la cabeza con indignación.
—Estas exagerando —dijo él sacudiendo la cabeza—. Ava te espera ahí, no puede solo renunciar y hacer que no pasa nada.
—Que se lo pida a Wanda.
—Leyna.
—Basta, Derek, estoy cansada, harta. —Lágrimas volvieron a brotar de sus ojos—. No puedo más —concluyó con la voz ahogada y retomando la postura de abrazarse a sí misma mientras daba pasos hacia atrás.
Derek entró al departamento y cerró la puerta tras de sí.
—Leyna, tú me pediste que siguiera adelante, que no renunciara...
—Porque Ava te ama —susurró con la voz quebrada.
—No como crees, pero nunca me dejas explicarte, solo me sacas de tu vida como si no valiera nada, dices amarme pero me empujas a los brazos de Ava —gritó Derek perdiendo la compostura—. Hace unos días...
—Fue un error —susurró ella dándole la espalda—. Soy la peor amiga del planeta, no debí.
Sintió esos brazos rodearla y la calidez de su pecho, ella trató de soltarse de su agarre pero él hizo más presión, sollozos escaparon de sus labios y se dejó caer al suelo junto con él.
—Por favor, Leyna, escúchame —le rogó.
Ella sacudió la cabeza.
—No, estás sintiendo esa confusión pre boda, mañana despertarás y te darás cuenta de que no soy lo que querías, que a pesar de todo...
Sintió a Derek poner la frente en su espalda, por un momento creyó sentirlo temblar.
—No es así, las cosas no son así, déjame explicarte —susurró con una desesperación que le rompió el corazón.
Leyna negó de nuevo, no dejaba de pensar en ese día que prácticamente la rechazó en su oficina, sentía que lo que había pasado hace dos días había sido su manera de consolarla solamente.
Derek suspiró en la piel expuesta de su espalda, la calidez de su aliento la estremeció y se sintió peor por ello.
—No digas que fue un error la mejor noche de mi vida —murmuró él con la voz quebrada.
Leyna se tensó y Derek depositó un beso en su hombro, movió la cabeza para tratar de verlo y él le dio espacio para que se girara pero no la dejó de abrazar.
—Derek...
—Todo lo hicimos mal, eso no te lo voy a debatir, pero no sabía muchas cosas que ahora sé, cosas que ni tú sabes porque jamás lo confesé —susurró él.
—Ava...
—Esta enamorada de Arnold, siempre lo ha estado —la interrumpió y sacudió la cabeza con incredulidad—. Y yo no sabía que él sentía lo mismo, jamás lo comentó.
Leyna lo miró contrariada, él se puso frente a ella pero aún seguían en el suelo, Derek puso una mano en su mejilla.
—Déjame explicarte todo, por favor.
Ella dudó unos momentos, mordió su labio inferior y finalmente asintió.
Ava despertó y se encontró sola, se incorporó y pasó ambas manos por su rostro antes de suspirar.
Había sido la peor noche de su vida.
Era increíble que a un día de su boda, su prometido había tenido que consolarla por ver al amor de su vida irse con otra.
¿Qué clase de vida estaban llevando? ¿Hasta dónde llegaría la farsa?
Suspiró y volteó para buscar su celular pero encontró una nota con la perfecta caligrafía de Derek esperando en el buró.
"Te veo al final del altar"
Sabía que una nota así hubiera llenado a cualquier futura novia de emoción y ganas de saltar por todo el lugar, pero ella se sentía vacía.
Total y completamente sola y vacía.
Entrelazó las manos en la parte trasera de su cabeza y recargó la frente en sus rodillas.
Suspiró y notó la pantalla de su celular iluminarse, era una llamada entrante.
—Diga —susurró tomándolo y enredando una mano en su cabello.
—Ava, deberías estar aquí hace una hora, Wanda está histérica —dijo Johan.
Ella miró el pequeño reloj en su mano.
—Lo siento, debí quedarme dormida —murmuró levantándose de la cama y corriendo a la cómoda que albergaba su ropa.
—Estan peinando a Wanda, apúrate por favor, y trata de localizar a Leyna, tampoco ha aparecido y no contesta el celular.
Ava frunció el ceño.
—Esta bien.
Se despidieron y Ava observó su aparato desconcertada pues Leyna jamás llegaba tarde; marcó su número y activó el altavoz, comenzó a vestirse con un short y una camisa.
Al no recibir alguna contestación, terminó la llamada y se dirigió a la ventana para correr las cortinas, el sol la recibió y ella suspiró, iba a disfrutar el día así tuviera que obligarse.
Con esa idea en mente se puso a repasar todo lo que tenía que hacer pero un destello debajo de la cama de Derek llamó su atención.
Frunció el ceño, se agachó y con sorpresa recogió una pequeña estrella de plata, hizo un puchero.
—Se cayó —susurró decepcionada.
Levantó su muñeca izquierda y revisó la pulsera con dijes que tenía en ella, la giró varias veces hasta que cayó en cuenta de que no encontraba el espacio dónde iba la estrella, porque esta se encontraba en su lugar.
Con la palma extendida y su muñeca girando una y otra vez frunció el ceño y mordió el interior de su mejilla.
Esa pulsera con dijes la había adquirido junto con otra hace un año en el catorce de febrero.
Era algo que simbolizaba su amistad con Leyna, razón por la cual la estrella de plata en su mano solo podía pertenecer a una persona.
Arnold entrelazó sus dedos frente a él y arrugó la nariz ante el odioso olor a medicina.
Cómo odiaba los hospitales.
Jaló su corbata y terminó por quitársela, suspiró mientras jugaba con ella pasándola de una mano a la otra.
La vida le había dado un vuelco a todo, una diminuta sonrisa se le formó en el rostro.
Finalmente podría celebrar algo dentro de un hospital.
Y sumado a eso, la boda se tuvo que cancelar, una Wanda histérica y un Johan nervioso había sido el detonante. Bueno, en realidad había sido el pequeño Arnoldo que casi como sabiendo el sufrimiento al que su tío se iba a exponer, decidió que era hora de nacer.
Curiosamente, ni Derek ni Ava aparecieron en todo el evento, Wanda le comentó que cuando la chica de ojos verdes se presentó para que la maquillaran y peinaran parecía haber estado ausente.
Incluso se negó a que Johan la llevara al departamento de Leyna, insistió en que ya había hablado con ella y que la estaba esperando para ayudarla con el vestido.
Arnold supuso que entre todo el barullo, no los vio.
Pero sí se enteró que Ava lo canceló para que pudieran acompañar a Wanda.
Escuchó una puerta abrirse y observó a una persona salir, ojos grises lo miraban con suma emoción, Johan asintió y levantó su pulgar.
Arnold sintió una calidez expandirse por su pecho y una sonrisa se le formó en el rostro.
Arnoldo había llegado al mundo, marcando ese día como uno de los mejores de su vida.
El pequeño bulto de cabello negro en los brazos de su prima era la cosa más adorable que había visto en su vida.
Pero también la más pequeña así que se negó rotundamente a cargarlo, sentía que lo tiraría.
—Deberías ver tu cara —dijo Wanda divertida.
Arnold la miró extrañado.
—¿Por qué?
Ella veía a su hijo y luego lo miraba a él.
—Pareciera que jamás habías visto a un bebé.
Arnold rio, la mano del pequeño Arnoldo había empuñado su índice y no lo quería soltar.
—Es mi sobrino, tiene un lugar especial.
Wanda rio levemente.
—Vas a ser un tío consentidor.
—El peor.
Ella rio de nuevo, de pronto sus facciones se llenaron de preocupación.
—¿Has hablado con Derek?
Arnold frunció el ceño y negó, en realidad se había desconectado de todo.
—Debe de estar organizando las cosas, escogiendo una nueva fecha algo por el estilo.
Wanda suspiró y sacudió la cabeza.
—¿Qué? —preguntó él confundido.
—¿Johan no te dijo porqué se me reventó la fuente?
Arnold la miró con desconcierto y sacudió la cabeza.
—Ninguno llegó, nadie sabía dónde estaban... Ni ellos ni Leyna.
Él frunció el ceño, había dado por sentado que Leyna y Ava habían estado juntas esperando a que les dieran la indicación para aparecer en el camino al altar.
Wanda lo miró a los ojos.
—Ava usó de pretexto el parto para cancelar, pero creo que ya había planeado no presentarse.
Arnold no desvió la mirada, Arnoldo de pronto soltó su mano y llevó su diminuto dedo a su boca haciendo sonreír a Wanda.
—Creo que alguien tiene hambre —dijo con emoción y luego lo miró—. No te preocupes, Johan estará conmigo, haz lo que tengas que hacer.
Él bajó la mirada y empuñó una mano, ese era el problema, no sabía qué hacer.
Aún estaban los arreglos de flores y las cintas blancas en los asientos, pero habían barrido los pétalos y recogido los himnarios.
Una persona la esperaba al final del lugar, ella optó por acercarse desde uno de los pasillos adyacentes, se negaba a caminar por en medio.
Él miraba hacia arriba, parecía estar absorto en la imágen del vitral pero ella sabía que en realidad estaba pensando.
—A esto te referías con al final del altar —murmuró poniéndose a su lado.
Él brincó un poco, al parecer había estado tan distraído que no la escuchó llegar.
—No exactamente —respondió.
Ava suspiró y entrelazó las manos frente a ella, levantó la mirada y también observó el vitral, parecía ser una hermosa mandala de colores azul, morado, rosa y verde.
—¿Me odias? —preguntó ella en un susurro.
—¿Tú lo haces?
Ava frunció el ceño, ninguno desvió la mirada del vitral.
—Odio la situación, lo pudimos hacer mucho mejor.
Derek suspiró, finalmente bajó la vista y la miró con pesadez.
—Y evitar el dolor.
Ava sintió sus ojos llenarse de lágrimas, la mirada derrotada de Arnold la seguía persiguiendo.
—También.
Derek la abrazó por los hombros y le dio un beso en el costado de su cabeza.
—¿Estarás bien?
Ava se encogió de hombros.
—Debo hacerme responsable de mis actos. —Se giró y le dio un beso en la mejilla—, vayan, yo me hago cargo de todo.
Derek la miró fijamente hasta que ella prácticamente lo aventó con una sonrisa.
—Anda, el vuelo sale en unas horas, apenas van a llegar.
Él la tomó de la mano y la atrajo a su pecho, la abrazó con fuerza y suspiró.
—Habla con él. —Fue lo último que le dijo antes de, literalmente, desaparecer de su vida.
Dos años después.
Ava caminaba en medio de la lluvia londinense con una sonrisa fijada en su rostro.
Su hermano y Gustav trataron de disuadirla de viajar, le habían dicho que era la peor fecha para visitar el Reino Unido.
Pero estaba ansiosa por salir del país alemán, así que ignorando consejos y advertencias, se aventuró a su primer viaje sin planes ni fecha de retorno.
No había mucha gente a su alrededor, casi todos se refugiaban en locales o sus hogares, sin embargo, ella seguía caminante con extrema lentitud a un lado del Río Támesis con su sombrilla amarilla en mano.
Se detuvo un momento y observó maravillada como el agua de la lluvia golpeaba la superficie del río, era un espectáculo lleno de círculos y neblina.
Rio ante la sencillez con la que se podía asombrar y se giró para recargarse en el barandal.
No lo notó en primera instancia por la distancia y la lluvia, pero sintió su corazón dar un vuelo cuando lo reconoció.
Porque, aparentemente, los años no le causaban ningún cambio.
Se acercó al borde de la banqueta y observó cómo abrazaba a una chica de cabello claro, casi gris y ella le daba un beso en la mejilla antes de subirse a un taxi.
Ava sintió su pecho llenarse de algo que solo pudo calificar como decepción.
Él se inclinó hacia abajo, con una mano sostenía su paraguas y con la otra la puerta del taxi, pareció intercambiar palabras con la chica y reír ante lo que sea que ella había respondido.
Ava nunca le preguntó, temía a la respuesta, pero al verlos juntos, en el país de ella, supuso que esa noche juntos los llevó a algo más serio.
Y por primera vez en su vida, envidió con toda el alma a su prima Sarah.
Finalmente cerró la puerta del taxi, golpeó dos veces el techo y observó el auto alejarse sin borrar la sonrisa de su rostro.
Ava lo miraba anonadada y se sorprendió aún más cuando él simplemente cerró el paraguas e hizo la cabeza hacia atrás mientras cerraba los ojos y dejaba que la lluvia lo empapara.
Y esa sonrisa seguía plasmada en sus labios.
Debía admitir que jamás en el tiempo que convivieron, lo llegó a ver tan relajado.
Así que decidió pasar desapercibida y no interferir en esa burbuja de paz en la que parecía estar encerrado.
Pero justo cuando decidió seguir su camino, él bajó su rostro, abrió los ojos, y la miró.
Y el tiempo pareció detenerse para ambos.
Ojos ambarinos la veían con una enorme sorpresa, ella sintió como sus mejillas se sonrojaron pero no desvió la mirada.
Por un ínfimo momento sopesó la idea de ir a él, pero se contuvo, al final solo le dio una sonrisa, un pequeño saludo con la mano, y con el corazón latiéndole a una velocidad descomunal, se dio la vuelta y siguió su camino sin mirar atrás.
Después de todo, una carta en su momento le dijo todo aquello que había por decir.
Si alguien le hubiera dicho que un día sería amigo y confidente de la prima irritante de Ava, se hubiera reído en su cara.
Pero, resulta que la vida siempre te llena de sorpresas, algunas más agradables que otras.
Y aquella noche en que su mundo se derrumbó, Sarah se comportó de una manera que jamás se imaginó.
Ella lo llevó hasta su camioneta y prácticamente lo empujó al asiento de atrás, se sentó a horcajadas sobre él mientras sus manos desabotonaban su camisa y le besaba el cuello una y otra vez.
En verdad intentó perderse en el momento, esperaba que el alcohol tomara control de su cuerpo.
Pero cuando Sarah lo intentó besar en los labios, él hizo la cabeza de lado.
Y jamás supo qué fue lo que la chica de ojos azules vio, pero la sintió pasar una mano por el costado de su rostro con una ternura que lo sorprendió.
—La amas —susurró.
Arnold se tensó y la miró a los ojos, había entendimiento y compasión en esos orbes azules.
—No, yo no...
Ella puso una mano en su boca silenciándolo y le dio una sonrisa melancólica.
—El buscar consuelo en brazos de otra no te hará más ligera la carga, créeme —dijo ella en voz baja pasando una mano por su cabello y acomodándolo de lado—. Solo es un engaño, la realidad te alcanzará mañana y te sentirás mucho peor.
Arnold la miró con sorpresa, Sarah se bajó de su regazo y tras sentarse a su lado palpó sus piernas invitándolo a poner la cabeza sobre ellas.
Y él estaba tan cansado tanto mental como físicamente, que no dudó en hacerlo.
La noche se les fue entre pláticas de todo y nada; ella le contó sobre Markus, un chico que le robó y rompió el corazón al guardarle tantos secretos y él le contó sobre Ava, no le dio detalles, pero la chica entendió cuánto la amaba y le costaba dejarla ir.
Al final habían quedado como grandes amigos, y así fue como un día se encontró en Londres.
Sarah le había pedido que cuidara su hogar durante el mes que planeaba visitar América, tenía un conejo tragón el cual exigía atención cual niño pequeño y berrinchudo.
El día que la despidió nunca esperó encontrar esa mirada verde con la que seguía soñando todas las noches.
Y aunque su cuerpo sintió esa necesidad de ir a su encuentro, al final se contuvo y solo la observó alejarse mientras su mente rememoraba aquella carta que encontró al llegar a su departamento el día que su sobrino nació.
Arnold:
El amor es un conjunto de emociones que nos llevan a actuar de forma irracional, incluso llevándonos a lastimar a aquellos que consideramos un ser especial.
No tengo justificación para lo que hice, te podría inventar mil y un excusas para que dejes todo de lado y camines a mi lado.
Pero bien dijiste que debo hacerme responsable de mis actos.
Y el estar contigo, no sería hacerme cargo.
Derek y yo cancelamos la boda horas antes de la ceremonia, pero tenía miedo de afrontar a las personas; a mi familia, la de él... A ti.
Al final, la llegada de tu sobrino fue mi señal de que por fin estábamos en el camino correcto pues todo se empezó a acomodar, incluso Derek y Leyna van camino a Aruba a iniciar eso que dejaron pasar.
Te amo, esa es mi verdad, y es una que por fin puedo admitir sin sentir que sea algo prohibido.
Y por este mismo amor que te tengo es que te dejo ir; para sanar, para empezar... Reconstruir.
Sé que tenían planeado irse a Italia, no te detengas, hazlo, mientras más lejos estemos mejor estaremos, créeme cuando te digo que es así.
Con el tiempo, espero que me llegues a perdonar.
Con todo el amor que tengo me despido de ti.
Ava.
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