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O N C E | C O N F I A R 👠

«Ella me dijo que empezara a confiar en ella. Y empecé a hacerlo»

Klaus

Klaus observó la casa... Aquella casa que hacía años que no pisaba.

Parecía que todavía vivían personas y no supo si era bienvenido o si, por el contrario, sería echado como la bestia que era.

Sus piernas estaban inmóviles, sin poder moverse del sitio en el que estaba y seguía mirando, detalle a detalle, aquella hermosa casa. Lejos de no poder moverse, su sonrisa estaba ahí, deseando poder desplazarse y entrar a ese lugar, como tantos recuerdos tenía su mente. Pero su sonrisa se borró al recordar todo y como aquella mujer estaba tirada en el suelo, recordándolo una y otra vez.

Intentó mover sus piernas, pero seguían sin responderle. Era como revivir aquel día de nuevo, sin poder hacer nada, paralizado por lo que había visto y vivido. Klaus se sentía el peor villano de todos al no poder hacer nada y dar vuelta atrás a su reloj para invertir aquel momento. Pero ese reloj no existía y lo que pasó, ya había pasado.

Tragó saliva y siguió esforzándose por moverse, hasta que el sonido de un niño le hizo abrir los ojos como platos.

Se giró y descubrió que estaba en su cuarto, en el piso de Ágata, con la oscuridad de la noche y la luz de la luna iluminando una parte de la habitación. Pero lo que le llamó la atención fue la silueta de un niño. Una silueta que conocía a la perfección.

—Michael —murmuró su nombre y sus ojos empezaron a enrojecerse.

El niño lo miraba como si el mismo diablo fuera y no lo quería, no quería ni verlo.

Sus puños estaban apretados mientras miraba a Klaus y él se sentía el malo de la película.

—Perdóname... —susurró Klaus.

Pero esta vez, ese niño no dijo nada, no como la vez pasada. Estaba callado, mirándolo, casi señalándolo por lo que había echo o dejado que pasara y así, lo volvió a culpar. Pero no era ese niño, era su subconsciente quien lo culpaba, siendo la más poderosa del ser humano.

Klaus se despertó con lágrimas en los ojos y mirando hacia todos lados de su cuarto. No encontró rastro de ese niño, pero si estaba en su mente y no paraba de perseguirlo por la culpa que sentía de haber dejado que pasara lo que ocurrió.

Y con el cuarto cerrado con llave para que nadie entrara, empezó a llorar en silencio sin que nadie lo viera. Como nadie lo había visto... Absolutamente nadie.

🥀

—Puta hostia —insultó con todas las ganas Black mientras miraba su bocadillo que recién había comprado en el bar de al lado. —¿Quién mierda se le ocurre no ponerle mayonesa a un bocadillo?

Una Ágata divertida esa mañana se acercó a Black, apoyándose en la encimera de la cocina.

—Una limpieza de lengua te viene bien, Black.

El hombre mayor lo miró con la ceja levantada y viendo lo cabreado que estaba.

La sutileza y la delicadeza con la que habló con Ágata la otra semana, se había esfumado en cuanto algo lo irritaba.

—¿Limpieza de lengua? A mi no me hace falta ninguna limpieza, joder —contestó con cabreo y Ágata empezó a reírse, negando con la cabeza y dirigiéndose a la nevera.

Klaus, preparado para el día, llegó hacia el salón, donde visualizó a Ágata y Black hablando en la cocina y se acercó a ellos mientras miraba al que fue su jefe de seguridad por muchos años.

—Black. No hables así delante de la señorita Conte —recriminó con seriedad en su rostro, no gustándole como le había hablado a Ágata.

Pero Black no lo decía a malas y Ágata no se lo había tomado mal.

—No tengo problema por ello, Klaus —respondió la muchacha y Black le pidió disculpas, aún con el cabreo de su bocadillo encima.

El escolta se acercó a la joven, ignorando al enterado del chófer y preguntó;

—¿Cómo estás?

Los ojos azules del alemán no se alejaban de los marrones de la dama, la cual estaba hermosa aquel día, mejor después de lo que pasó el viernes pasado, aunque no se había recuperado del todo de aquel susto.

—Mejor. Ya han pasado 3 días, pero quizás me haya afectado más que lo que me pasó hace unos meses con mi padre —susurró.

Y, sin que ella le pidiera nada, él dijo aquella frase que, por simple que fuera, era esperanzadora para la joven.

—Todo va a salir bien.

Una diminuta sonrisa apareció en el rostro de la joven, la cual no apartaba la mirada de ese hombre tan serio y alto.

Gracias a Wanda y Enzo, atraparon al hombre que intentó asesinarla. Ella no lo conocía, ni siquiera el hombre tampoco, alegando que le pagarían una suma considerable de dinero por matar a Ágata delante de todos los invitados.

3 días y las noticias habían acaparado todas las portadas de todo el país con la crónica del intento de asesinato a la joven escritora. Parecía prueba más que suficiente para que, durante varios días, dejasen de criticarla por acusar a Le Goff de varios delitos graves. Y mientras ella no paraba de recibir llamadas de periodistas, Ágata simplemente los ignoraba y evitaba, a toda costa, ver las noticias.

No era bueno para ella ni para su salud mental recordar minuto tras minuto, el segundo intento de asesinato que sufría en apenas 3 meses.

Ya eran muchas casualidades y, aunque las noticias se habían relajado con señalar a la periodista, volverían a incriminarla como si fuera lo más vil que hubiera en esa vida. Pero las cosas serían más distintas y, una parte de los que creían las palabras de Le Goff, iban ahora a estar en contra del político.

Black iba a encender las noticias, cuando una mirada amenazante de Klaus le advirtió que no lo hiciera.

—¿Ha dicho algo más el que intentó matarme? —cuestionó la rubia.

Klaus dejó de mirar a Black para observar a su clienta.

—Nada nuevo. Dijo que recibiría medio millón de euros si te mataba —respondió, siendo nuevamente descortés eligiendo las palabras adecuadas.

Y cuando se percató que no fue nada delicado, intentó arreglarlo, pero Ágata era más fuerte de lo que pensaba. Aunque ya él empezaba a conocer la fortaleza que tenía aquella mujer que estaba frente a él y con la que tanta química tenía.

Mientras, el cerebro de Ágata trabajaba a una velocidad similar a cuando escribía una de sus novelas.

—Si, pero debió de ser alguien externo a Le Goff. —La joven miró a su escolta y continuó—. Él me quiere muerta en vida y ya lo demostró destruyendo mi carrera de periodismo. Las otras ocasiones, el callejón, el ascensor y la gala... —Negó mientras no paraba de encajar varias fichas que tenía delante de ella, considerando obvio ahora que lo entendía. —Hay alguien más que trabaja para él que intenta matarme.

Ellos se miraron, conectándose y parecieron leerse.

—¿Está pensando lo mismo que yo? —cuestionó al fin, dejando de lado sus dudas para comentárselo a su clienta.

—¿Qué hay alguien de mi entorno que quiere verme enterrada bajo tierra? —Klaus asintió al escuchar la pregunta—. Si.

El alemán se movió, acercándose al gran ventanal mientras que Black los observaba como se comportaban mutuamente. Y lo cierto, es que parecía ver lo que ellos no veían. Así que, olvidándose de su bocadillo sin mayonesa, siguió observándolos como buen guardaespaldas.

—No es para darle ánimos, pero de su entorno tengo varios sospechosos —murmuró sin mirarla a los ojos, viendo las vistas de la ventana y apretando la mandíbula de pensar en el hermano de ella y de su propio prometido.

Ella entrecerró los ojos al saber por donde iban los tiros.

—¿Gabin?

Klaus no respondió, pero al mirarla, Ágata ya sabía que su respuesta era un «sí».

—Será un novio de mierda, pero hazme caso, él no es capaz de hacerme eso.

La sonrisa burlesca de Klaus salió y negó con la cabeza, volviendo a caminar detrás de ella, volviéndola loca por lo tranquilo que estaba al decirle tales cosas.

¿Qué era cierto que alguien debía estar detrás de ella deseando asesinarla? Si. Pero Gabin, por muy mal novio que fuera, no iba a ser. Lo sabía. Lo conocía más que a nada, aunque a este paso, ya todo podía ser.

—Permíteme dudarlo. —Fue su respuesta.

Ágata no le contestó a tales palabras, por lo que prefirió seguir su camino hacia su despacho y dejar aquel tema ahí. Al menos, de momento.

Klaus no dejó de observarla caminar a la vez que trataba de decirle que debía tener cuidado en quien confiaba.

—Si saben algo más, estaré en mi despacho —habló la rubia. —Disfruta de tu bocadillo, Black. Tengo un bote de mayonesa en la nevera, para que lo disfrutes mejor.

—Pensé que no lo dirías nunca —dijo sonriente Black al poder tener acceso a la nevera de la joven, haciendo reír a Ágata.

Ella llegó a su despacho, cerrando la puerta y centrándose en aquel lugar en el cual, tantas ideas se le habían ocurrido.

Tenía su mente dividida en 2. No quería creer las palabras de Klaus, pero también era cierto que cualquier persona podía estar detrás de ella. Y Gabin llevaba comportándose extraño desde hacía 3 meses, después de todo lo que ella había vivido con la muerte de su padre.

Gabin se había ido de viaje a Canadá por negocios con su padre, y ella se quedaría varios días sola en casa, junto con su guardaespaldas.

Al único en quien debía confiar era en Klaus, alguien desconocido y en el cual no había tratado anteriormente, antes de todos sus problemas. Pero, debía hacerlo. ¿O no? Cada vez se sentía más y más sola y ya no sabía en quien poder contarle sus problemas, sus preocupaciones y todas sus inseguridades.

¿Qué podía hacer? ¿Seguir su instinto y confiar en Klaus? ¿O dejar todo de lado e irse muy lejos sin que nadie lo supiera?

Aquello último parecía una gran idea, pero no era nada moralista después de empezar una guerra con alguien que hacía daño a personas inocentes. Quería cerrar aquel capítulo para poder atraparlo y encerrarlo para siempre en una cárcel. Necesitaba hacerlo por lo que empezó, por lo que perdió y supo que, aunque fuera un desconocido que ya llevaba conviviendo con él en la misma casa un mes, debía confiar en él. Ya Klaus se lo había dicho en el coche hacía semanas. Él era el único en quien podía confiar, en nadie más... Ni siquiera en Gabin, ni en su hermano.

El timbre sonó y Klaus fue a abrir, después de todo el protocolo que tenían para la máxima seguridad de la señorita Conte. Al abrir la puerta, un Nolan lleno de papeles y ojeras en los ojos, saludó a Klaus con simpatía.

—¡Klaus! ¿Cómo estás? Parece que llevas días sin dormir —dijo, mientras caminaba por el piso.

—Estoy bien. Aunque yo te diría lo mismo —contestó Klaus, dejando que pudiera ver a Ágata.

Él caminó hasta el despacho de su amiga y tocó varias veces con el codo y con tanto malabarismo que ni un solo folio se le cayó al suelo.

Un «adelante» se escuchó de fondo y él abrió.

Lo primero que vio fue a Ágata sentada en su mesa, mirando el ordenador y sin escribir nada.

Odiaba ver a su amiga así, sufriendo. La conocía desde hacía tiempo y por mucho que intentase ayudarla en lo máximo que podía, las cosas no iban a ser nada fáciles y el mundo no la ayudaba a ella.

—¿Sin inspiración? —Intentó darle un poco de humor, después de lo que había pasado el pasado viernes.

Ágata lo observó, recostándose en la silla.

—Llevo días así... Desde el último suceso.

Nolan arrugó la frente mientras trataba de darle toda la ayuda que podía tener en sus manos.

—Deberías plantearte en ir a sitios como esos. Sabes que estás en el ojo público y no solo hablo sobre los peligros, sino que pueden sacar noticias tuyas o conseguir cabrearte y sacarte de portada en toda Europa —contestó, siendo sincero. —Y dudo que te ayude todo eso con Le Goff.

—Eso me da igual —negó.

Nolan apretó la boca, pero no se rendiría con ella. No mientras pudiera.

—¿Y todo lo que has luchado para sacar ese artículo adelante?

—Dirás todo lo que he perdido... —susurró Ágata, dejando de mirarlo.

Se la veía afectada, triste y no iba a cambiar después de lo último. Nolan se acercó al escritorio, se sentó en el asiento que tenía vacío y colocó sus brazos sobre la mesa.

—Tu padre te animó a que lo subieras. Hiciste caso a sus palabras.

El chirrido de la silla al moverse Ágata hacia delante, fue tal que Nolan tuvo que entrecerrar los ojos de lo molestoso que fue aquel sonido.

—Pero, ¿mereció la pena? Lo asesinaron por mi culpa, Nolan... —Se culpó nuevamente, teniendo ese pesar el resto de su vida y su voz bajó para no alarmar ni preocupar a Klaus. —Ojalá Le Goff y toda su pandilla se pudran en la cárcel.

Nolan no dijo nada. Solo la escuchó mientras ella estaba cabreada por todo ese asunto.

¿Quién podía tenerle tanto odio como para intentar matarla? ¿Quién querría verla muerta y enterrada? O quizás incluso hasta desaparecida. La envidia muchas veces llegaba a tal grado como estas situaciones y Ágata era una mujer muy envidiada por muchas personas. Quizás por su belleza, por su inteligencia, su simpatía, su trabajo y todo lo que había conseguido siendo tan joven.

La envidia muchas veces mataba y si Ágata terminaba muerta, iba a ser, seguramente, por ese motivo.

Pero Klaus no iba a dejar que eso pasara. Jamás. Por mucho que le costara la vida en ello.

—Ágata, tienes a los mejores guardaespaldas, todos los policías están haciendo lo posible para meterlo en la cárcel y muchos periodistas están de tu lado... —Trató de animarla. —Solo dale tiempo. Estaré a tu lado cuando encuentren al asesino de tu padre.

Ella asintió, pero no dijo nada.

🥀

Un Klaus solitario, el cual llevaba horas vigilando el piso, observó la hora. Ya eran las 9 de la noche y Ágata no había salido de su despacho.

Gabin no iba a volver debido a que estaba en un viaje de negocios en Inglaterra y estaría 3 días allí mismo. Por lo que Ágata estaría sola en ese enorme piso.

Klaus ya había enviado a Black a su casa, mientras que Wanda y Enzo, tras hacer un recorrido por la calle para vigilarlo, también se habían marchado. El único que estaba era Blake en el cuarto de la limpieza, echo ahora un cuarto de ordenadores para vigilar cada esquina de la casa, pero dentro de poco se iría después de estar todo un día metido allí dentro y con Klaus ahí, todo estaba correcto.

Dentro de poco habría una fiesta en la cual, Ágata debía acudir porque tenía una buena amistad con la dueña de la mansión. Allí quizás conseguiría más pruebas, pero debía vigilarla bien ya que parecía llamar al peligro aquella joven tan exuberante.

Y es que, por mucho que intentara evitar que Ágata saliera a lugares donde estaría en riesgo, ella no le haría ni caso. Sabía que con todos aquellos guardaespaldas que trabajaban con él y protegiendo a la joven dama, quizás aquella fiesta solo sería eso; una fiesta.

Pero ya no confiaba en nada y prefería cuidarla como más pudiera.

Klaus dejó su labor, quitándose la americana y dejándola en su cuarto para luego salir recto hacia el pasillo y llegar la puerta entreabierta del despacho de ella.

Sonrió al oírla maldecir en voz baja.

Abrió la puerta, apoyado en el marco con galantería y dijo;

—Pareces un ratón de biblioteca.

Y era cierto. Ella estaba allí, mirando su ordenador, llena de papeles por todos lados, libros abiertos buscando ideas y con unas gafas que ya estaba casi por la punta de su nariz. Se la veía más que agotada y no parecía que tuviese muchas ganas de hablar.

Pero nuevamente, sorprendió a su escolta.

—Siempre lo he sido y con orgullo. —Se quitó las gafas para dejarlas sobre la mesa y suspirar fuertemente mirando hacia la pantalla casi vacía de letras.

Klaus se distanció del marco y se acercó a ella para que cesara.

—Vamos, tienes que descansar.

La joven lo observó y negó.

—A penas he escrito nada... Estoy en un horrible bloqueo.

Él se apoyó en la mesa para preguntar;

—¿Quieres hablar? —Ella negó. —Puedes hacerlo, después de lo que viviste lo anti normal sería que actuaras como si nada hubiera pasado. —La comprendió.

Ella, callada, apagó el ordenador y luego miró a los ojos azules de su protector, preocupada.

Y Klaus la escuchó como mejor pudo hacer. Se la veía más que preocupada y necesitaba hablar, eso era evidente. Lo podía leer en su frente y quería que ella confiara en él.

—Ya no confío en nadie... Ya ni sé si fiarme de la mujer que me deja el pan todos los días.

El hombre intentó aguantarse una pequeña risa por aquello último, pero se lo ahorró porque lo veía de mal gusto y más porque ella lo estaba pasando realmente mal. La comprendía y solo quería ayudarla, protegerla e ignorar el temor por lo que estaba empezando a sentir por aquella mujer que tenía frente a él.

Se la veía cansada y Klaus pensó en que quizás necesitaba estar lejos de allí, de esa casa y de París. Que debería llevársela lejos de allí, a un lugar que conocía muy bien en Francia, cerca de la costa. Podrían viajar en tren, lejos de todo aquello y con él resguardándola, viajando solos... Pero seguramente ella lo vería como una locura.

Se acercó más a ella, colocando una mano sobre el respaldo de la silla y otra cerca, demasiado cerca, de la mano de Ágata.

Ella lo miró.

—Ágata, sé que estás en un momento duro. Pero si debes confiar, bien en no todas las personas, pero puedes confiar en mí. Puedes y debes —contestó, con sus ojos clavados en los de ella y un brillo extraño en su mirada, que solo Ágata pudo ver, quien solo ella vio en toda la vida de Klaus.

Y entonces hizo lo que menos se esperaba Ágata.

Se arrodilló frente a ella, para que la joven pudiera verlo mejor a los ojos y siguió hablando por y para Ágata;

—Mira, no soy el hombre más expresivo del mundo, pero he vivido cosas que por mucho que deseara borrarlas, no se irán —aseguró y eso a Ágata la alarmó. Él sonrió para tranquilizarla. —Nunca tuve a nadie en quien confiar al cien por cien... Y a día de hoy sigo sin hacerlo. —Se abrió por primera vez ante una persona y Ágata tenía toda su atención puesta en la de ese hombre, quien seguía arrodillado frente a ella. —Pero yo soy tu guardaespaldas, y voy a dar mi vida por ti... Confía en mí.

Ella sonrió y, siendo sincera, contestó;

—Ya lo hago, Niko.

Su voz sonó tan dulce, tan tranquilizadora y conmovedora, que Klaus no pudo evitar sonreír por una mezcla llena de emociones.

Sus ojos no dejaron de mirarse, pero no dijeron nada, solo estuvieron así un largo rato. Klaus arrodillado frente aquella mujer y Ágata acercando su mano con delicadeza sobre la de él, pero sin dejar de mirarlo.

Sus manos se tocaron, pero esta vez no era sexual, era algo más que ellos, todavía, no comprenderían tan sencillamente. O simplemente, no querían comprender.

Solo disfrutaron de ese momento juntos, sin importar nada más. Mirándose por largos minutos, como si estuviesen haciendo el experimento para enamorarse en 4 minutos con tan solo mirarse.

Ni ellos se percataron que lo estaban haciendo porque estaban disfrutando ese momento, en silencio y con una pequeña sonrisa en sus labios.

Entonces, Klaus carraspeó, nervioso y fue el primero en romper la conexión al sentir algo extraño en su pecho y se levantó del suelo, colocándose los pantalones y su camisa.

—Deberías comer algo —dijo, listo para ser cocinero aquella noche.

—No tengo mucha hambre —respondió ella, levantándose de la silla.

Él no dijo nada sobre su apetito, pero prefirió proponerle otra cosa mientras caminaban hacia el salón, juntos.

—¿Quieres un café?

Ella puso cara rara que hizo reír al reservado de Klaus.

—Odio el café.

Ahora era él quien ponía caras raras.

—¿Cómo puedes odiar el café?

Movió los hombros, sin ni siquiera ella saberlo tampoco.

—No sé. No me gusta. No todo tiene que haber un motivo para odiar algo.

Llegó a la isla de la cocina y se sentó mientras que Klaus se remangaba —y para la maldición de Ágata— muy lentamente las mangas de su camisa, quitándose la corbata y dejando libre los 2 primeros botones de la misma.

La joven tuvo que tragar en seco al verlo tan perfecto así, más incluso que uno de aquellos trajes que tan perfectos le quedaban.

—¿Y un chocolate?

La sonrisa de la dama aumentó.

No dijeron nada más. Solo se dejaron espacio.

Klaus se dispuso a hacerle a Ágata uno de los mejores chocolates que ella hubiese probado en su vida, mientras que la misma lo miraba, siendo una afortunada entre todas las que pudieran desear estar mirando al alemán.

Podía ver como se desenvolvía en la cocina, como manejaba todo y sin mancharse ni un poco su camisa tan impecablemente blanca.

Y, mientras se hacía el chocolate, ambos comenzaron a hablar. ¿De qué? De muchas cosas. Sus gustos, lo que odiaban, lo que amaban, algunas cosas de sus vidas, experiencias y rieron. Parecían disfrutar mutuamente, cosa que ni Ágata ni Klaus podrían decir tan fácilmente, ya que ellos jamás habían disfrutado tanto con otra persona a su lado.

Y cuando él acabó de hacer el chocolate, poniéndole 3 pequeñas nubes sobre la misma, se lo entregó a ella.

—Aquí tienes, pero cuidado; está caliente. —Le guiñó un ojo y ella sonrió mientras caminaban juntos al salón para sentarse en el sofá.

—Se ve que te manejas bien en la cocina.

—Digamos que me encanta la repostería —respondió—. Te haría una tarta de 3 chocolates magnífica.

—Ay... Amo la tarta de 3 chocolates.

Klaus elevó la ceja al descubrirlo y entonces, apretó los labios para confesarle;

—Te parecerá chistoso que alguien como yo le guste la repostería.

Ahora era ella la que elevaba la ceja al verlo algo tímido.

—No me lo parece en absoluto. —Klaus la miró sonriente. —¿De donde sacaste ese amor por las tartas?

—De mi madre —habló, comenzando a abrirse lentamente frente a Ágata. —De niño hacíamos dulces juntos y me recuerda mucho a ella.

La joven se acomodó en el sofá, cerca muy cerca de él, y Klaus disfrutó de verla relajada.

—Me hubiese gustado conocerla —declaró Ágata.

Ella encendió la televisión enseguida mientras que él la observaba con una sonrisa, por cada gesto y, sobre todo, después de aquello último que le había dicho.

Deseó decirle más cosas de su madre a ella, pero le era difícil abrirse ante alguien y delante de Ágata ya lo había echo más de lo que había hablado con nadie. Nunca había hablado con nadie con tanta soltura como lo estaba haciendo aquella noche con la joven clienta que tenía que proteger. Ni siquiera con sus tíos, los cuales lo criaron como sus propios padres.

Y ninguno de los 2 dijo nada más.

Ahí fue cuando Ágata miró a Klaus y no pudo evitar aguantar más. Por lo que le dijo;

—Anoche te oí teniendo una pesadilla... —Klaus la miró rápidamente, con los ojos bien abiertos de la sorpresa y el rostro de ella se le podía ver preocupación. —Fui a tu cuarto, pero tenías la puerta cerrada con llave.

Ágata lo recordó y quiso entrar, pero no le habría abierto y Klaus era muy reservado. Pero sabía que, si había una próxima, iba a entrar si o si.

—Oh... Es una tontería —contestó un nervioso alemán.

Pero para ella no era una tontería.

—¿Una tontería que te hace desconfiar y cerrar la puerta de tu cuarto? —Negó. —No creo que alguien que tenga pesadillas sea una tontería que cierre la puerta de su cuarto con llave.

Klaus sabía por donde iba ese tema y lo último que quería era que ella descubriera la mala persona que era. No quería que lo descubriera, al menos no quería que mientras trabajase con ella, lo odiara por lo que hizo.

Por lo cual optó por explicar;

—Es algo de lo que no me gusta hablar... Que ni siquiera mis antiguos compañeros del ejército lo saben.

Ágata captó el mensaje; no quería hablar.

Y era comprensible. Por lo que le dio todo el espacio que necesitaba.

—Sea lo que sea, hablarlo viene bien.

—No me gusta desnudarme emocionalmente delante de nadie.

Ella asintió, volviendo a mirar la televisión y tomando un sorbo de su chocolate.

—Algún día lo tendrás que hacer. Y el día que lo hagas, créeme que el alivio de contarlo es mayor que todos esos años arrastrando ese secreto —contestó—. Y espero que algún día también puedas confiar en mí.

Ninguno dijo nada más.

Pero ahora era el turno de preguntas de Klaus y podría pasar o no lo mismo. Que ella no le respondiera como hizo él, pero su preocupación era máxima al mirarla.

—Ágata, me he fijado en la cicatriz que tienes en la espalda, en el lado derecho del hombro. Fue aquel hombre del que no quieres hablar, ¿verdad? —cuestionó.

El sonido de Ágata tragando saliva fue más que notable para él. Y era un indicio de que se estaba metiendo en terreno pantanoso.

Pero ella no se calló y asintió.

—Se llamaba Pablo, bueno... Supongo que se llama —inició y Klaus no dejó de mirarla mientras la película seguía adelante. —Fue mi primer novio oficial... En ese entonces era tan guapo, simpático y divertido, que no supe lo que tenía frente a mí hasta que un día me levantó la mano.

Klaus no le dijo nada, pero la tensión que tenía él era mayor que cualquier cosa.

Ágata miró su chocolate y, sin mirar en ningún momento a Klaus, continuó;

—Era una novata en las relaciones y estúpida, a la vez que enamorada. Era una mezcla de muchas cosas, miedo, sobre todo. Lo que fue bonito al principio, se convirtió en un infierno.

—¿Cuánto estuviste con él?

Calló unos segundos antes de hablar, por vergüenza;

—3 años.

Los ojos de ella transmitían miedo, miedo por lo ocurrido, al recordar todo aquello, pero no era bueno siempre tenerlo callado. Tampoco quería ir por ahí para contarlo y que todo el mundo lo supiera. Eso a ella no le gustaba y quería mantenerlo en secreto y solo que algunas personas de su entorno lo supiesen.

Siguió mirando hacia un punto fijo del salón sin mirar a los ojos de su guardaespaldas, quien estaba a su lado escuchándola.

—Conocí a Gabin en el último año de relación con él. Estábamos juntos, porque él había venido con su padre un año. —Carraspeó para poder seguir—. A Pablo no le hacía gracia que tuviese un amigo hombre. Así que imaginarás que me pasó.

—No quiero ni imaginármelo. —Se apresuró en responder.

Ágata calló y Klaus preguntó;

—¿Cómo acabó todo?

Ella acarició la taza de chocolate con el pulgar mientras pensaba. Pensaba en aquella época y no sabía como es que había sido tan estúpida cuando era tan joven y no se había dado de cuenta. Pero ella no tenía la culpa, era entendible que se sintiera así, pero no era su culpa. Era joven y sin experiencia, y aunque la tuviera, no era la única que había pasado por una relación tóxica y de maltrato.

—Cuando tuvimos una discusión sobre la universidad —contestó—. Él quería que me quedara, y yo quería irme a París a estudiar. —Se mordió el labio, negando con la cabeza y recordando aquel momento como si fuera ayer. —La paliza que me dio, fue la peor de todas y fue cuando estaba en casa con mi madre a punto de llegar. —Klaus apretó las manos sobre la taza, casi pudiendo romperla mientras la escuchaba decir todo lo que había vivido en su pasado. —Estaba en el suelo y la puerta de mi casa se abrió. No vi nada, tenía los ojos hinchados, pero si la oí.

Respiró hondo y continuó;

—Le dijo tantas cosas, que con rapidez tomó el cenicero que utilizaba mi abuela cuando venía a nuestro pequeño piso y se lo tiró a Pablo. —Sonrió de recordarlo, pero no como un logro, sino al recordar a su madre salvándola de aquella relación. —Fue tan rápido en esquivarlo, que el cenicero acabo echo añicos en la pared. Y luego le dijo; «o te vas de mi casa o la próxima terminará en tu cabeza».

Klaus deseó poder abrazarla, pero no pudo, no mientras siguiera siendo su guardaespaldas, y después de lo que pasó entre ellos la pasada noche, ya no podía volver a ocurrir.

No podía y ambos lo sabían.

—¿Y luego? —Se mordió la lengua al parecer un insensible frente a ella, pero era lo que el ejército le había enseñado, lo que las personas le habían dicho que debía ser.

Necesitaba empatizar más con la gente, con Ágata. Pero no sabía hacerlo y ahora parecía un insensible con ella, pero Ágata empezaba a comprender a Klaus y como era su forma de ser. Por eso a ella no le molestó.

Lo miró por primera vez después de contárselo todo.

—Se marchó y no volvió a aparecer jamás.

Y el Klaus sensible surgió, haciendo un esfuerzo por no abrazarla.

—Siento mucho lo que has vivido... De eso no se sale tan fácil.

—Pero se puede salir —murmuró.

Entonces, Klaus cayó en la cuenta de que ella le estaba contando algo difícil y que no muchas personas conocían. Significaba que empezaba a confiar en él, que podía confiar en él y que, poco a poco, ambos empezaban a tener una conexión más lejos de lo físico, como ya habían experimentado antes, en el despacho de ella.

—Ágata. —Ella lo miró. —Gracias por contármelo.

Y fue cierto. Realmente se sentía agradecido porque ella se abriera ante él, lo que Klaus le costaba hacer con alguien y Ágata, a modo de respuesta, le sonrió con dulzura. La misma dulzura que la de hacía un rato.

—Y ti por escucharme.

Se quedaron otro rato mirándose, en silencio, dejando que el sonido del televisor fuera lo único que sonara de fondo.

Hasta que el móvil de Ágata sonó.

Ella dejó la taza de chocolate sobre la mesa, tomó su móvil y observó «número privado». Se lo enseñó a Klaus y este la miró con el ceño fruncido. Ella contestó;

—¿Diga?

De fondo no se escuchaba nada. Trató de decir 2 veces más quien llamaba, pero no había resultado. Ni un solo sonido, solo un suave silbido de una torre de ordenador y, al instante, colgó aquel contacto.

Ágata observó su móvil con su escolta mirándola.

—¿Quién era?

Ella movió sus hombros para responder;

—No sé... No contestaron.




***

¡Hola! ¿Echaban de menos a papi Klaus?

Estoy encantada con el resultado que está teniendo esta novela y lo que les falta por conocer ;)

Es la historia con los capítulos más largos que he escrito, y la verdad, los estoy disfrutando muchísimo.

¿Que les ha parecido?

¿Quieren ya un beso entre Klaus y Ágata?

¿Tienen química o solo es físico?

Nos leemos, prohibidas.

Patri García

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