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O C H O | S E D U C T O R A 👠

«No podía dejar de mirarla a los ojos. Parecía algo que necesitaba hacer»

Klaus

Una pareja explosiva entró en aquel restaurante alejado de todo, adentrándose en un pequeño pueblo donde lo más interesante que había pasado en ese mes fue que su alcalde había dimitido por sus escándalos sexuales con su secretaria.

Todas las personas que se encontraban en ese local pequeño, incluidos los trabajadores, observaron a la rubia deslumbrante, con la cual un hombre alto y atractivo no se separaba de ella. Parecían una pareja sacada de una revista, con la diferencia de que estos eran reales y no disimulaban sus imperfecciones.

Ágata observó el lugar admirada, saludando educadamente a los trabajadores y dejando que la mano de Klaus, la cual estaba en la parte baja de su espalda, la guiara hasta la única mesa que estaba vacía en ese instante.

Incluso los hombres que estaban sentados en la barra tomando alguna cerveza, se giraron para mirar aquella belleza y ni la mirada asesina de Klaus funcionó para que la retirasen.

El guardaespaldas le abrió la silla de madera y la joven se sentó, dejando su cartera y su libro de lectura sobre la mesa. Ágata no le quitó la vista de encima a Klaus, el cual parecía conocer a todos los trabajadores, incluido el dueño, de ese pequeño local.

Los ojos marrones de Ágata se clavaron como lapas en el cuerpo fornido de su guardaespaldas, quien a esas alturas ya solo deseaba deshacerse del traje. Y este, como si nada, se retiró con tranquilidad la americana, colocándola sobre la silla y la joven rubia apretó la mandíbula admirando las vistas que le estaba regalando el alemán.

Una canción de Two Feet, titulada «Love is a bitch» sonaba de fondo, como si el momento fuese el adecuado para aquella pareja.

Los músculos de ese hombre se marcaban bastante sobre la camisa, para luego, aun de pie, ir remangándose la camisa poco a poco, casi contando Ágata las veces que él lo hacía en cada manga y, entonces, vio como el arma que tenía Klaus escondida salió a la luz. Analizó cada movimiento de él, incluso como se echaba el cabello oscuro y algo canoso hacia atrás y tuvo que dejar de mirarlo ya que se empezaba a retorcer en su silla, apretando sus piernas entre sí como si el latido que sentía entre sus piernas no fuera a parar por culpa de ese hombre que tenía frente a ella. Y el cual había echo gala de lo fuerte que era hacía media hora.

Ágata miró hacia la carta que había en la mesa y, mientras ella estaba centrada mirando cada plato, Klaus aprovechó para mirarla. Era indudable que esa mujer era hermosa, tanto que a Klaus lo dejaba con la boca seca, pero no podía dejar de pensar que era su clienta y que era una regla muy valiosa y que debía ceñirse a su trabajo.

Era más que prohibida. Era como aquella manzana prohibida, que jamás debía probarse.

Y entonces no pudo evitar recordar que ella, lejos de toda esa belleza y esa elegancia, lo salvó hacía media hora de alguien que casi podía haberlo dejado mal herido. No lo vio con exactitud, pero cuando quiso hacerlo en el ascensor, ya Ágata lo tenía inmovilizado en el suelo con un fuerte dolor de huevos.

Sonrió mientras seguía observándola como miraba la carta.

—Gracias.

Ágata lo observó por unos segundos con la ceja elevada sin saber a que venía ese agradecimiento de su escolta.

—¿Por qué? —cuestionó.

—Por salvarme antes —dijo y su sonrisa se borró, sustituyéndola por una de enojo—. Aunque fue un acto imprudente por tu parte. Podía haberse invertido las cosas y haberte clavado a ti el cuchillo —se preocupó, haciendo que ella lo mirase a los ojos cuando sus largos dedos le hicieron quitarle de las pequeñas manos de Ágata aquella carta.

La joven, mirando los ojos azules de su protector, apretó la mandíbula haciendo que sus labios se pegaran demasiados y eso, a Klaus, no le ayudó a centrarse.

—Pero no pasó. Iban a matar a mi guardaespaldas, no lo iba a permitir —respondió, quitándole de las manos la carta para volver su vista hacia los platos deliciosos que tenía y Klaus negó con la cabeza, mientras volvía a sonreír por ver que su clienta no era, para nada, como otros clientes que hubiese tenido—. Las gracias te las debo dar a ti —susurró, volviendo a mirarlo.

Klaus negó.

—Es mi trabajo.

Ambos, azul con marrón, no dejaron de mirarse. Parecía que lo necesitaran e, incluso, esas miradas eran demasiado intensas entre ambos. Podían estar así por horas y ellos creerían que solo habría pasado unos minutos. Era innegable que había una química irrompible entre ambos, tenían una química más fuerte de lo que podrían imaginarse.

Y eso que ellos apenas se conocían.

De pronto, el móvil de Klaus sonó y él fue el primero en romper el contacto visual para atender la llamada. Había pasado más de media hora después de lo que vivieron ambos en el ascensor. Es por ello que, mientras Klaus hablaba con la otra persona que había tras el teléfono, Ágata aprovechó para mirar el restaurante, cual descubrió que los hombres que estaban en la barra seguían mirándola y el rostro de irritación que tuvo la joven se hizo notar a lo lejos.

—Black ya lo ha arreglado todo y los 2 atacantes irán a la cárcel —dijo el alemán una vez acabó la llamada. —Pero mañana vendrán los policías para hablar contigo.

Ágata asintió.

Entonces, los ojos de Klaus se clavaron en las manos de ella, descubriendo el anillo de compromiso que hizo ponerlo serio en ese mismo instante. Tanto fue así, que carraspeó varias veces y se removió en su silla por la cólera de ver ese anillo.

Era como un balde de agua fría.

Y ahí fue cuando recordó lo que le había escuchado decir el prometido de ella, el cual le hizo inquietar.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —cuestionó Klaus.

La sonrisa natural de Ágata fue tal que le hizo olvidar el anillo de compromiso que tenía en su dedo anular.

—Claro.

Dejó la carta a un lado, ya lista para pedir la cena y puso toda su atención hacia aquel hombre que tenía para ella sola en ese momento.

—No quiero entrometerme y si ves que me estoy metiendo en lugar pantanoso, dímelo —susurró, preocupándose realmente por esa chica.

Ella volvió a asentir, dejando de sonreír y Klaus se odió por ello.

—La otra vez escuché que tu prometido te decía algo sobre una anterior pareja... ¿Sufriste malos tratos?

Se quedó callada por unos largos minutos y ese silencio se lo dijo todo al alemán.

Las manos de Klaus estaban sobre la mesa y aquellos largos dedos rozaban la carta que Ágata había dejado anteriormente en la mesa, pero lo hacía con tal suavidad que parecía que estaba acariciando la de ella.

—Es un lugar muy pantanoso —advirtió la joven.

Y tan rápido como preguntó, deseó retirar aquella pregunta que le había echo.

—Perdóname.

Ágata vio lo mal que se sintió Klaus y apretó la mandíbula. Era algo que no quería hablar, pero tampoco quería hacerle sentir así a su escolta.

—No... No pasa nada. Fue un novio que tuve en mi adolescencia... —contestó y Klaus prestó toda su atención en ella—. Y no es algo de lo que me sienta bien al contarlo... Prefiero que no... —No pudo acabar la frase.

Klaus asintió, deseando poder borrar esa mala época que ella había sufrido.

Y empezó a entender que, aunque fuesen de mundos diferentes, ambos tenían una historia dramática y no eran las personas que se habían convertido si no fuera porque hubiesen tenido una mala experiencia.

Las cosas malas, si no te mataban, te hacían más fuertes. Y ambos lo sabían a la perfección.

—Lo comprendo, perdóname.

Ágata, simplemente, quería cambiar de tema. No quería ponerse a recordar temas del pasado, lo que vivió y lo que sufrió estando con aquella persona. Solo quería dejar de pensar en ese pasado y no tener que recordarlo. Eso pasó y no debe sentirse culpable por ello, así había aprendido de aquella mala época.

Entonces, la pícara Ágata salió a la luz para que, su sonrisa, iluminara aquel lugar.

—Mm, ¿tuteándome hoy? Te veo hasta más hablador —susurró.

Klaus sonrió a más no poder mientras entrelazaba sus propias manos con sus largos dedos y Ágata no perdía detalle de aquellas manos tan atractivas.

El camarero llegó a su mesa para tomar la orden y ambos pidieron las mismas cosas, exceptuando a Klaus que solo había pedido un vaso de agua, todo lo contrario, a la buena cerveza que la joven dama había encargado.

Una vez se fue, el alemán observó los ojos marrones de la joven para contestarle;

—No te acostumbres. Es solo hoy. Mañana y siempre seguirá siendo lo mismo.

Ágata hizo un gesto con su cabeza que hizo reír al hombre que tenía para ella sola en ese instante.

Parecían llevarse bien, lejos de los encontronazos que alguna vez hayan protagonizado y las discusiones que seguro tendrían lugar en algún punto de su historia.

—Pues te prometo que conseguiré que algún día me llames Ágata. —Guiñó un ojo la rubia, como si estuviese desafiando al alemán tan recto que tenía mirándola.

—Eso es más difícil. —Su voz sonaba retadora, cosa que le fascinó a Ágata, la cual le estaba llamando el peligro.

La joven miró el lugar, mientras disfrutaban de aquel momento. Juraría que habría escuchado su móvil y cuando lo fue a mirar, vio varios mensajes y llamadas de su prometido, el cual ignoró por completo para disfrutar de ese momento.

Le puso el silenciador al móvil, lo guardó en su cartera y volvió a mirar a Klaus, quien parecía tener una discusión mental con los hombres que miraban de vez en cuando a aquella rubia explosiva.

—Este sitio es increíble. Incluso hasta acogedor —decía Ágata, pero cuando observó a aquellos hombres, le entraron ganas de vomitar. —Aunque los hombres son algo babosos.

Klaus asintió sin aguantar ni un segundo más que aquellos hombres la mirasen como si fuera un trozo de carne.

—Bueno, eso aquí y en todos lados —murmuró y fue ahí cuando su voz se tornó más grave, amenazadora y fuerte. —¡Oigan! ¡Dejen de mirarla, babosos!

En seguida, aquellos hombres, dejaron de mirarla para volver a su lugar.

La sonrisa socarrona de Ágata no se hizo esperar.

—Vaya, que considerado —contestó con una voz juguetona. —Te aseguro que a mi novio le daría hasta igual si me miraran tanto, es más, le gusta que la gente me babee encima y yo lo odio —susurró haciendo un gesto con la boca que Klaus comprendió.

Empezó a ver que ese hombre la quería como un juguete, o al menos eso pensaba. Que prefería ir con ella a cualquier sitio, simplemente para presumir ante sus amigos. Tenía toda esa pinta de que Gabin era así.

Es por ello, que la pregunta que él le hizo en ese momento, no deseó hacerla, pero no paraba de sentir algo extraño en su pecho y eso ocurría cada vez que miraba hacia el anillo de ella.

—¿Cuándo se van a casar?

Las pequeñas manos de ella caminaron por la mesa, llena de peligro para Klaus que deseó tocar aquellas manos prohibidas.

—Dentro de unos meses. Aunque tenemos nuestras discusiones de como queremos que sea —susurró nuevamente, y el escolta empezó a ver que quizás, ni siquiera ella estaba ilusionada por algo que debía ser obvio.

—¿No lo habéis organizado todavía?

Ella expulsó todo el aire que tenía guardado en su pecho para sacarlo hacia fuera.

—Él quiere algo a lo grande, que se vea hasta en la televisión... Y yo solo quiero algo sencillo, íntimo. —Su sonrisa no se hizo esperar para que Klaus se quedara como un idiota mirándola. —Supongo que si discrepamos con eso, discreparemos con todo.

Deseó decirle que no era el hombre de su vida. Que disfrutase más de la vida lejos de alguien que la hacía infeliz. No hacía falta sacarse ningún postgrado para ver que aquella joven no era feliz en su relación.

Klaus quiso decirle muchas cosas sobre el prometido de ella, pero se lo ahorró porque no era quien para hablar de ello.

Él no era nadie en la vida de Ágata... Solo alguien que la protegía.

La canción cambió por una de Joe Daccache, «Body talking».

Klaus no pudo evitar preocuparse por esa chica que tenía frente a ella, tan fuerte y tan frágil a la vez. Parecía piedra, pero a la vez parecía una hoja de papel a punto de romperse. La veía así por la forma en como cambiaba la miraba de ella, cuando se mostraba una Ágata distinta. Una joven triste que, lejos de tenerlo todo, parecía que no deseaba tener nada de aquello.

Apretó la mandíbula al descubrir todo eso, que era exactamente como él se sentía la gran mayoría de las veces.

Y el guardaespaldas recordó lo que había escuchado en la reunión de esa misma tarde.

—Lo que oí en la reunión, eso de que fuiste de infiltrada con Le Goff... ¿De verdad te has arriesgado?

Ágata lo miró a aquellos ojos tan azules como el cielo y tragó saliva al sentirse algo extraña frente a aquel hombre tan atractivo. Y al ver los ojos de ese hombre, preocupados por alguien que solo era su clienta, le extrañó a más no poder.

—Mira, si eres periodista, lo eres con todo —comenzó—. Una fuente anónima me advirtió de cosas turbias en el piso que tiene en Italia Le Goff. Uno de esos para trabajar. Quería investigar más a fondo, y aprovechando que el jefe me había dado libertad de escribir lo que quisiera, estuve como varios meses investigando lo que estaba sucediendo en esa mansión.

Klaus tragó saliva de tan solo pensar que podía haber corrido sola ante el peligro. Tenía una mezcla de emociones, la admiraba, pero a la vez le angustiaba pensar en ello.

—¿Cómo pudiste entrar? —preguntó y los dientes blancos de ella se hicieron visibles.

—Por la puerta.

A su protector no le hizo ni pizca de gracia aquel comentario y ella levantó las manos en son de paz.

—Lo siento, me gusta mirar el mundo con las gafas de la felicidad, aunque sea todo lo contrario. —Carraspeó mientras que Klaus ponía toda su atención en ella. —Pero hablando en serio, conseguí un trabajo como ayudante de su secretaria. Al principio me fue muy difícil, por no hablar de que Le Goff tenía las manos muy largas con su secretaria. Una vez lo intentó conmigo y te aseguro que no volvió jamás a tocarme. Un día tenía una reunión con gente muy gorda de políticos. Hablaban de todo menos de política y yo los acompañé junto con su secretaria —dijo, recordando todo aquello.

—¿Y entonces?

Los ojos marrones de Ágata los miró, a aquel azul como el cielo y contestó;

—La de mierda que descubrí allí era tan grande, que no sabía como Le Goff podía tener a tantas personas ayudándolo —contestó—. Tenía una serie de negocios turbios, como el de la droga. Era como si se reunían en ese sitio en secreto, simplemente para poder robar... Y entonces, lo peor vino lo que vi en uno de los cuartos... —susurró haciendo ver a Klaus lo mal que ella lo había pasado viendo aquellas cosas. —Entré en secreto en lo que parecía el despacho y allí entré en su ordenador. No fue tan difícil la contraseña, pero pude ver videos y fotos que tenía allí de chicas, y dudaba que fuesen mayores de edad. —Su mirada cayó a la mesa y cerró los ojos, negando como si así pudiera borrar todo aquello. —Ese hombre tiene mucha mierda encima y solo hay una parte que saqué a la luz.

—¿Una parte?

Ella asintió.

—Cuando alguien más decida poder investigar, porque no soy yo sola la única que lo investigaba... Saldrá más mierda —siguió—. Sé que puse una cámara detrás de una de las masetas que tenía repartida por el despacho y me fui de allí.

—¿Grabaciones? Tu artículo no tenía enlazada grabaciones —aseguró Klaus.

—Porque encontraron las cámaras. Pero pude conseguir imágenes de alguien que trabajaba de dentro. —El camarero trajo los platos de comida para la pareja y Ágata le dio las gracias amablemente al joven. Miró a Klaus para seguir—. Aunque esa fuente mía, poco después de subir mi artículo, me advirtió de la localización de dichas imágenes. Decía que se encontraba en un disco duro en el cual se guardaban muchas cosas, archivos, imágenes, contratos... Todos los fraudes que puedas imaginar.

Klaus apretó la mandíbula mientras seguía escuchándola.

—¿Dónde está ese disco duro?

La joven negó.

—No lo sé. Pero Le Goff es escurridizo y ese disco duro parece que está maldito.

La risa de Klaus sonó como si aquello le hiciera gracia lo último que había comentado.

—¿Maldito?

Ágata se frotó las manos con temblor para luego decir;

—Le llaman pandora... Solo ha habido 4 personas que han visto el contenido de ese disco duro, y las cuatro están criando gusanos bajo tierra —concluyó.

Un fuerte escalofrío recorrió el cuerpo del escolta, el cual no dejaba de observar a aquella joven mujer, tan bella y prohibida.

—¿Qué? ¿Insinúas...? —Se hizo el ingenuo Klaus.

—Hay más periodistas como yo, policías y personas del mundo de internet... Hay mucha gente investigando. Pero mi fuente me ha corroborado que esas 4 personas eran externas a Le Goff y no se sabe como tuvieron acceso a pandora. Pero por algún motivo, seguro que da caza a cualquiera que entre en esos archivos.

El miedo se apoderó en el cuerpo de Klaus, quien no dejaba de mirar a Ágata y ver el peligro que corría esa joven. Ni siquiera entendía porqué, que necesidad tenía de aquello.

—Ni se te ocurra acercarte a pandora. —La voz amenazadora de Klaus sonó fuerte.

Y una Ágata ofendida lo miró con descaro.

—¿Qué? ¿Por quien me tomas?

La ceja del alemán subió con diversión.

—¿Por una gatita curiosa?

Ambos sonrieron cómplices, pareciendo que el tema se quedaba zanjado... De momento.

—No voy a hacer nada. —Medio prometió Ágata, pero Klaus empezaba a conocerla y por ese tono, sonaba a mentira.

—Apenas te conozco, pero esa mirada me lo dice todo y no voy a perderte de vista.

Una mirada llameante de Ágata hizo que Klaus se colocase en la silla porque, cierto amigo suyo, no dejaba de moverse. Carraspeó mientras que deseaba poder controlar a ese amigo.

—Hablemos de ti, ¿de que conoces este lugar? —inició Ágata, comenzando a probar el plato delicioso que tenía frente a ella.

Klaus no pudo evitar mirarla mientras ella cenaba y disfrutó de verla disfrutar.

—Estuve viviendo un tiempo aquí.

Ágata lo miró, elevando la ceja divertida y tan curiosa, que deseó saber más de ese hombre que la protegía.

El lugar, lejos de ser glamuroso, era el típico restaurante antiguo, pero con un toque perfecto para hacer que Ágata le encantase. No solía a ir a restaurantes caros, solo cuando su prometido quería, ya que él era algo delicado en cuanto a salir. Ágata no era así, se había criado en un pequeño pueblo y, lejos de que la vida le había dado el éxito con su esfuerzo, seguiría existiendo esa joven que adoraba disfrutar de la naturaleza y de las cosas sencillas de la vida.

—¿Y? ¿Me vas a dejar con la miel en los labios?

Eso hizo divertir al alemán, negando con la cabeza mientras colocaba sus codos sobre la mesa.

No solía hablar de sí mismo, tampoco le gustaba que los demás descubriesen al Klaus que se escondía detrás de aquellas murallas que había creado, pero al ver a aquella joven, mirándolo de aquella manera, no pudo evitarlo. Ágata tenía algo que le hacía desear hablar con ella, contarte todo y no era por su belleza, sino por aquella forma de ser tan cercana y amable que no muchas personas de su vida poseían.

—Mis tíos viven en Francia, cerca de la costa. Cuando fallecieron mis padres, me mudé con ellos una temporada y siempre venía aquí.

El rostro de la joven rubia cambió y su sonrisa se apagó apresuradamente.

—Lo siento —contestó con una voz débil. —¿Puedo preguntar...?

No hizo falta acabar la frase, porque Klaus sabía como acababa y asintió.

—Mi padre falleció por un cáncer, apenas lo conocí. Y mi madre la asesinaron una noche... —Hubo un pequeño silencio hasta que él decidió continuar—. La atracaron, pero les salió mal y la acuchillaron.

La joven tragó saliva, mal por ese hombre que, a tan temprana edad se había quedado sin padres.

—Lo siento mucho... Estabas muy apegado a tu madre, ¿verdad?

Pudo notar que Klaus le afectaba mucho más la muerte de su madre.

—Si. —Y no siguió hablando, no quería seguir contándole las cosas de su pasado, así que cambió de tema rápidamente. —¿Qué le pasó a tu madre?

La mujer que tenía frente a él resopló, mirando ahora su plato. Porque cada vez que contaba aquello, le salían lágrimas. Así que prefirió hacer el resumen más corto y no mirarlo a los ojos para poder controlar sus emociones.

—Cáncer de mama —confesó—. Fue la que me enseñó todo en esta vida y la que me ayudó a salir de aquella relación.

Klaus, en seguida, se sintió mal de haberle preguntado. No quería hacerla sentir mal, y mucho menos después de preguntarle sobre su anterior relación. Pero no pudo evitarlo.

—Siento mucho lo de tu madre y lo de tu padre. —Dejó de hablar y ambos siguieron comiendo, pero Klaus no paraba de llamarle la atención el apetito voraz que tenía ella. —Nunca he visto una mujer comer tanto.

Ella lo miró con descaro.

—¿Te crees que por ser como soy voy a estar siempre a dieta? Las mujeres comen y deben ser felices sea como sea su figura —declaró—. Si no te amas a ti mismo, no lo hará nadie.

Klaus se quedó callado un buen rato, observándola admirado y con una sonrisa en el rostro que apenas había tenido en su vida. Y es que, desde que había llegado a Francia y había conocido a Ágata, ella no paraba de sacarle sonrisas.

Y durante ese largo rato, mientras Klaus la observaba de una forma distinta, como si ver a aquella joven fuera los mejores minutos de su vida, Ágata lo miró y, extrañada, le preguntó;

—¿Qué?

Rápidamente él negó, tomando un pequeño sorbo de su agua para controlar su sequedad de garganta.

Dejó el vaso sobre la mesa y siguió sonriendo como un estúpido.

—Nada —concluyó.

Y ambos, disfrutaron de una cena juntos en aquel restaurante a las afueras de la ciudad. Donde nadie reconocería a Ágata y así poder estar tranquilos, conociéndose mutuamente.

Siendo solos el escolta y su clienta.

🥀

Al día siguiente, mientras que Blake y Black estaban en el piso de Ágata con los oficiales de policía por lo que había pasado en el ascensor. Klaus, Wanda y Enzo estaban en uno de los gimnasios que había cerca de la zona del piso de Ágata.

Los 3 entrenaban para cualquier cosa, se preparaban para lo que era necesario y Klaus, quien siempre observaba todo, notaba un comportamiento extraño entre Enzo y Wanda. Lo notaba desde antes, cuando empezaron ese trabajo, pero ese día era mucho mayor. Quizás era porque estaban más tiempo juntos y Enzo y Wanda no lo mostraban tanto.

Klaus, como buen hombre, se acercó a Wanda para preguntar;

—Wanda, ¿qué os ocurre?

Apresuradamente, la joven pelirroja, negó con la cabeza, dejando lo que estaba haciendo con su saco de boxeo, quizás imaginándose que ese era Enzo.

—Nada —mintió.

Pero el alemán no era idiota y elevó la ceja mientras la observaba.

—Si son problemas sentimentales de compañeros, intenta que no interfiera en la protección de la señorita Conte... —debatió, haciendo despistar a Wanda por aquello, quien la alertó como si temiera que él lo hubiese descubierto. —Siento sonar así.

—No pasa nada, Klaus. —Siguió mintiendo.

Wanda siguió con su saco de boxeo, dándole más fuerte al saco mientras pensaba en ese hombre que estaba sin camisa y levantando pesas. Quizás su mente divagaba al cuerpo fornido de Enzo, pero a la vez no dejaba de imaginarse la cabeza de ese hombre en el saco.

Pero por cada golpe que le asestaba al saco, la mirada de alguien la intimidaba tanto y le molestaba, que dejó el saco para mirar a Klaus con un enfado bastante considerable.

Colocando sus manos en sus caderas, dijo;

—No vas a dejar de mirarme hasta que no te lo cuente, ¿eh?

El alemán movió los hombros.

—Puede.

Un mechón molesto pelirrojo se cruzó frente a sus ojos, colocándoselo detrás de su oreja y negando repetidas veces.

—Mm... Guardaespaldas y cotilla... Doble peligro —bromeó—. Llevamos así desde la noche de fin de año, pero no pienso entrar en detalles contigo. —Lo miró a los ojos, dándole a entender muchas cosas a Klaus.

—Eres como una hermana para mí Wanda. Siempre estaré para lo que necesites, pero creo que deberíais hablarlo.

—Créeme, lo he hecho —aseguró, mirando ahora a Enzo, quien estaba a lo suyo con las pesas. —Pero él no quiere hablarlo. Solo quiere... Fingir que no ha pasado nada.

Klaus asintió y, sin decirle nada más a Wanda, se colocó en medio de aquellos 2 y dijo;

—¡Enzo! Vas a luchar en el ring con Wanda.

La joven pelirroja abrió tanto los ojos que casi se le salieron de la cara.

—¿Qué? Ni hablar —respondió apresuradamente en voz baja, para que solo Klaus la pudiera escuchar.

Enzo se puso en marcha, dejando las pesas en el suelo y acercándose al ring, mientras que Klaus se acercaba a la joven con una sonrisa.

—Quiero ver que tipo de tensión tenéis los 2 —murmuró el alemán.

Wanda apretó tanto los puños que le quedó la marca de sus uñas en la piel.

Ambos, uno frente al otro y con esa tensión extraña que acontecían, se colocaron las protecciones y, frente a la mirada de Klaus, se prepararon para empezar.

Enzo, aquel joven que estaba frente a Wanda, se le veía nervioso, igual o más que a Wanda y a Klaus no se le fue ningún detalle de todo lo que estaba pasando.

—Vale. ¡La regla de oro! —comentó el atractivo alemán. —El que acabe en el suelo durante 3 segundos, acaba la lucha. —Dio una palmada y concluyó—. Dadle duro.

La pelea empezó, siendo Wanda la que iniciara, ya que Enzo parecía estar perdido y nervioso frente a esa chica. Ninguno cayó al suelo mientras comenzaban a pegarse y que, gracias a las protecciones de la cara y las manos, no se hacían daño.

Mientras, en un lado del ring, Klaus veía la tensión que había entre ellos, las miradas, los pequeños roces... Klaus le estaba divirtiendo aquello en cierto modo, ya que parecían quererse mutuamente, pero estaba seguro que uno de ellos tenía miedo y el otro estaba completamente enfadado.

Comprendía de una manera a ambas partes, pero a la vez, necesitaban un empujón para que las cosas empezaran a ser de distinta manera.

Enzo se acercó a ella al ver que Wanda estaba siendo más superior que él en la lucha, pero calculó mal el gancho de derecha, ya que Wanda se había movido rápidamente, y le hizo caer al suelo por el golpe.

En seguida, Enzo corrió a socorrerla a ella, temeroso de haberle echo daño y se quitó las protecciones para poder atenderla.

Klaus, quien lo veía, no pudo evitar extrañarse por aquella escena, ya que Enzo era un hombre serio, que no se preocupaba por nadie, excepto por esa chica en ese momento.

—¡Joder, Wanda! —gritó él, colocándose de rodillas frente a ella. —Perdóname.

Ella, algo mareada, miró hacia Enzo con cabreo y negó con la cabeza mientras que se levantaba.

—Estoy bien. Sigamos.

Él volvió a colocarse las protecciones y, nada más volver, Wanda lo tiró al suelo con un golpe estratégico que Klaus le había enseñado, dejando a Enzo más de 5 segundos en el suelo, siendo la clara ganadora del combate.

Klaus empezó a aplaudir y ella lo observó sonriente, consiguiendo que el alemán le guiñara un ojo por el buen combate y ella, en cierto modo se lo agradeció.

Wanda se acercó a Enzo, haciendo un gesto deportivo y lo ayudó a levantarse después de preguntarle si estaba bien.

Y Klaus se alejó mientras que aquella joven pareja se quedaba sola.


🥀

¿Que tal están?

¿Les ha gustado el capítulo?

Espero que les esté gustando y que, lo que se viene, es muy ardiente.

¿Que piensan de Wanda y Enzo?

¿Y de Ágata y Klaus?

Cuéntenme sus teorías ;)

Nos leemos, prohibidas.

Patri García

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