E P Í L O G O
«A veces, el tiempo lo cura casi todo»
Klaus
1 año más tarde;
En una tarde de otoño, una joven se encontraba comprando en una pequeña tienda que había cerca de su casa. La dueña de la tienda le sonreía cuando le dio la bolsa de tela llena de naranjas para la joven y esta se lo agradeció.
Salió del lugar, tranquila y sin presiones, caminando sola bajo los últimos rayos solares de aquella tarde y una pequeña ráfaga de viento hizo que se tapara con su abrigo rosa.
La tranquilidad del lugar era inevitable y sus vecinos eran agradables con ella, a pesar de que la conocían de tan solo un mes.
Cuando tan solo faltaban pocos pasos para llegar a su casa, frenó al instante al encontrar un hombre que conocía muy bien y el cual hacía mucho tiempo que no veía. Juró que el corazón se le iba a salir del pecho y observó a ese hombre, con el que tantas experiencias había tenido.
Tragó saliva cuando, ese hombre, alto y musculado, dejó de mirar la casa de ella para clavar su mirada en ella, conectando de una forma única y que solo ellos podían sentir. Estaba algo cambiado, pero igual de atractivo que siempre. Y no supo si era por solo verlo, o los sentimientos que creía no haber estado recordando en las últimas semanas, que hizo que la bolsa de naranjas cayera al suelo, haciendo que varias salieran rodando por el suelo. Pero ni aquello hizo que ella reaccionara al verlo.
En cambio, aquel hombre, vaya si reaccionó al verla, tan bella y hermosa como siempre. Incluso hasta más deslumbrante que hacía un año y, por instinto, corrió hacia ella, cambiando el gesto de su rostro por la alegría del momento.
En menos de 2 segundos llegó a ella y la elevó del suelo, abrazándola como más deseaba después de tanto tiempo creyendo haberla perdido para siempre.
Ninguno habló, solo se abrazaron, haciendo que la joven rubia comenzara a llorar sobre el hombro de ese hombre mucho mayor que ella, empapando el jersey gris que llevaba puesto.
No supieron por cuanto tiempo duraron así, abrazados aquellos 2 amantes, conectando entre sí y deseando que las agujas del reloj se moviesen mucho más lento. Pero se quedaron así, sin importar que los demás los vieran.
Sí, había pasado tiempo, pero ese sentimiento seguía ahí más vivo que nunca.
—No vuelvas a hacerme esto... —habló él, por fin—. No vuelvas a irte sin decirme nada. No vuelvas a asustarme y hacerme creer que has muerto —dijo con la voz rota, rompiéndola más a ella.
La joven Ágata pegó su rostro en el cuello de él y apretó sus brazos sobre él por temor a que se fuera. Lo que no sabía es que Klaus también estaba llorando, empapando el abrigo rosa de la joven.
—Lo siento, Klaus. Siento haberte alejado de mí aquel día y siento haberte hecho sufrir... —musitó. —La primera que no quería hacerte eso era yo, pero...
—Shh... —siseó, bajándola al suelo y acariciando el cabello, ahora algo más corto de la joven—. —Lo sé... No te preocupes por eso.
Ahora lo sabía.
Le costó tiempo para entenderlo, porqué no le había dicho nada a él sobre ese plan y no confío, pero ahora lo sabía.
Él dejó de abrazarla, para colocar sus manos sobre las mejillas rojas de la joven y la analizó, guardando en su memoria cada gesto de ella, el color de sus ojos, su sonrisa... Todo. Tragó saliva, nervioso como ella solía ponerlo y sonrió, feliz, después de tan largo viaje para encontrarla.
Pero no olvidaba que sentía algo de decepción por ella, porque no hubiese sido tan sincera con él. Y la de veces que se imaginó echándole una fuerte bronca, que ahora ya no tenía sentido alguno.
Con su sinceridad innata, dijo;
—Un año entero mal, enfadado contigo y conmigo por habernos separado... —Él acarició las mejillas de ella para continuar. —Y ahora que te tengo delante, solo hace que quiera besarte. —Fue a acercarse a ella, pero a escasos centímetros de su boca, dijo. —Tenemos mucho de que hablar...
Ella asintió.
—Si.
Ambos respiraron, nerviosos por ese reencuentro y Klaus rompió el contacto visual para observar la humilde casa de Ágata.
—¿Esta es tu casa? —cuestionó, volviendo a mirar aquellos ojos marrones.
Y ella volvió a asentir.
—Si. La compré hace 1 mes y estoy reformándola sola y hay cosas que me cuestan.
El alemán sonrió, la ayudó a recoger las naranjas del suelo y tomó la mano de la joven para entrar juntos a aquella casa que le hacía falta algunas reformas, pero que no dejaba de tener su encanto.
La joven se colocó un mechón de pelo dorado tras su oreja y Klaus no apartaba la vista de ella, enamorado como la primera vez de esa mujer.
Abrió la puerta y entraron juntos de la mano a ese hogar, alejado de todo, muy lejos de Europa, donde nadie conocía a la joven Ágata. Llevaba 1 año viviendo ahí gracias a su padre y, a pesar de estar lejos de Klaus y de sus antiguos amigos, estaba feliz, tranquila, sin que nadie se metiera en su vida. Era feliz y eso ya era mucho decir.
Klaus observó la casa, una casa antigua, pero con algunas paredes arregladas y pintadas de color crema y alguna roja, dándole vida. El salón conectaba con la cocina, mientras que en la planta de arriba se encontraban las habitaciones y el cuarto de baño.
Faltaban muchas cosas para reformar, como el grifo que parecía no funcionar o algunas paredes que no estaban pintadas, pero era un hogar y lo mejor de uno era crearlo poco a poco y Ágata lo estaba haciendo sola. Solo que Klaus esperaba que él pudiera ayudarla pronto.
Varios botes de pinturas y cajas de herramientas, por no hablar cajas tiradas por el suelo, entorpecían la caminata hacia el salón.
Pero claro, Ágata no pensaba tener visita y menos la de Klaus porque creía que ya no lo volvería a ver.
—Perdona el desorden —susurró ella, algo avergonzada.
El alemán negó con la cabeza, alegre de verla.
Ambos se sentaron en el sofá y, después de que Ágata le ofreciera alguna bebida, se sentaron a tener esa conversación tan importante que necesitaban.
Ágata se le podía ver que necesitaba hablar muchas cosas con él, sobre todo, pedirle perdón por lo que le había hecho, por dejarlo y por hacerle creer que había muerto. Ese era el plan de su padre y había salido bien, lo que su padre no había vuelto a nombrar a Klaus, a pesar de que ella, las pocas veces que hablaba con él, le preguntaba por él y Adrien no le decía nada. Lo que no sabía, es que desde la semana del accidente, Adrien ya había contactado a Klaus para poder comenzar ese viaje hasta ella.
Fueron muchos meses en los que ella se sentía mal por no poder hablar con Klaus, por no poder verlo y por no poder decirle que se encontraba bien. Lo había echado mucho de menos, mucho más de lo que Klaus creería. Y él también había sufrido por ella, amándola por completo y con aquellas palabras atragantadas en su garganta por no haberse atrevido a decírselo antes.
La joven miró los ojos azules de su alemán y dijo apenada;
—Tuve que irme sin avisar a nadie.
—Lo sé.
Ágata arrugó su frente y preguntó;
—¿Cómo lo sabes?
Ahí se pudo ver como aquel disgusto que Klaus tenía, aparecía en su rostro. Y Ágata lo conocía tan bien que ya se imaginaba porqué, a parte de todo lo que le había ocultado.
—Zeus, o como en realidad se llama; Adrien, tu padre —murmuró. —¿Cuándo pensabas decirme lo de Zeus? —Se refería en esa época, cuando él era su protector.
Se había enfadado tanto al saber que ella tenía información desde hacía tiempo y que no le había dicho nada.
—¿Has hablado con él?
Klaus asintió y dejó de mirarla para observar el televisor, esperando contarlo sin que una lágrima cayera por sus ojos, a pesar de que hacía unos minutos había llorado con ella.
Pero recordaba tan bien aquella semana en la que tan mal lo había pasado y en la que apenas había pegado ojo. Parecía un espectro que ni comía. Recordar lo mal que lo había pasado al creer que había fallecido y que ni siquiera había empezado su historia con ella... Jamás lo olvidaría y, como ahora sabía lo que era perderla, sabía que no había que guardarse nada a la persona que amabas.
Miró a la joven y comenzó;
—Una semana después de tu funeral, vino un hombre a la habitación de hotel donde me estaba hospedando y me dio ciertas instrucciones para quedar con otro. No sabía quien era, pero me lo dijo todo, lo que hizo por ti y lo que tú le dijiste... —susurró. —Me dijo que tu estabas viva, que él te había ayudado a huir... Y una serie de pistas, me fueron alejando de Francia, pasando por ciertos lugares del mundo para no dejar huella y aquí llegué. —Una arruga en su frente hizo extrañar a la joven—. ¿Qué paso la noche del accidente? —preguntó.
Ágata trató de recordar cada instante de aquella horrible noche, pero solo recordaba ciertas escenas y fue sincera con ese hombre.
—Había un coche frente a mí. Eran matones de Le Goff. Iban a matarme, porque sabía que yo era la culpable de la caída de Deimos y la detención de Thiago. Pero mi padre lo tenía todo planeado. Me dijo que girase y lo hice y me choqué contra un árbol, haciendo creer a los matones que había muerto —respondió. —Me quedé inconsciente por largo rato y, cuando desperté, estaba en la parte trasera de un coche, camino a un avión alejado de todo. No le vi la cara al conductor, pero sabía que era mi padre. Subí a ese avión y llegué aquí. —La mano de ella se colocó sobre la de él y Klaus la entrelazó con sus largos dedos—. Al principio viví en un piso y no sabía si era un sitio para fiarme, pero mi padre me dijo que podía moverme, nadie me conocía. Y así es... Y jamás había estado tan tranquila como ahora.
Las manos de Klaus comenzaron a tocarla dulcemente, ansiando mucho su cuerpo el tenerla cerca. Y el cuerpo de la joven reaccionó a su toque.
Él se acercó a ella y besó con delicadeza el cuello de Ágata, notando ella como la barba de Klaus estaba un poco más larga que la última vez que lo había visto y ese cabello algo más largo le hacía ser mucho más atractivo que antes.
—A Le Goff lo detuvieron a principios de año y empezó a delatar a todos. Y todos los que se encontraban en los archivos de Pandora, fueron cayendo como moscas... —Él analizó los ojos de ella, mientras que sus manos no estaban quietas en el cuerpo de ella—. Muchos se quitaron de en medio para no hacerle frente a todo esto que les estaba cayendo —continuó. —Ahora estás a salvo, podrías irte a cualquier lugar del mundo y nadie te haría nada... Ya estás a salvo.
Echó el cabello de ella atrás, dejando buenas vistas de la parte delantera y la abrazó nuevamente, aún no creyéndose que estaba a su lado.
—Lo sé... Pero quiero estar aquí. Escribo nuevas novelas con un nombre ficticio de hombre, auto publico y no tengo la tensión de nada. —Lo acarició con suavidad mientras pensaba que le faltaba algo en su vida y lo dijo. —Pero me faltabas tú y pensé que jamás volvería a verte.
Klaus la besó, sin pudor alguno y luego colocó su frente sobre la de ella.
Ambos respiraron con fuerza, sabiendo lo que les faltaba.
—¿Cómo están Wanda, Enzo y Black? —Se alejó ella para poder mirarlo a los ojos.
—Black viviendo su vida como siempre. Wanda se fue a vivir a Estados Unidos y Enzo se fue con ella. Creo que después de varios intentos, ahora están iniciando algo —respondió y la acarició, todavía entrando en la realidad de que era ella de verdad—. Te he echado tanto de menos.
Ágata no quiso aguantarlo más y dijo;
—Yo también... Y no quiero que te vayas jamás.
—Ya sabes que nunca me iré de tu lado —murmuró él, acariciándola con amor.
Entonces, la joven observó algo en el cuello de él y creyó saber lo que era. Sin pedirle permiso, al estilo Ágata, sacó aquel collar de dentro de su prenda y, al verlo, se quedó sorprendida por ello.
Colgado se encontraba su anillo, el que le había regalado aquella tarde en el tren, camino a París, después de conocer a los tíos de Klaus.
Él sonrió mientras miraba los gestos de aquella mujer que amaba.
—Nunca me he separado de él —susurró, haciendo que Ágata se tapara la boca por ello.
Y la volvió a besar, retirándole la mano de aquella zona, esta vez yendo más allá y ambos empezaron a quitarse la ropa, llenando el salón de prendas, sobre todo, de la ropa interior de ambos. Tras varias caricias, besos y muchos susurros, la joven se sentó sobre Klaus y dejó su entrada expuesta para recibirlo. Tomó el miembro duro de él y no se dejó ni un milímetro, haciendo suspirar a Klaus, al verla tan poderosa sobre él.
Ágata lo besó mientras comenzaba a mover sus caderas, con un movimiento circular que guiaba Klaus con sus grandes manos en el trasero de ella, agarrando con ganas las nalgas de la joven.
Los gemidos de ella se hicieron más altos, moviéndose con agilidad, sintiendo cada milímetro de piel, unidos por completo.
Hubo mucho sudor y cuando Klaus deseaba, le daba alguna cachetada para que Ágata fuera más rápido.
Se necesitaban y sus cuerpos se habían echado mucho de menos entre ellos, reaccionando a cada caricia. Pero cuando Klaus necesitaba llegar más a fondo, la tomó y la acostó en el sofá, embistiéndola con fuerza, abriéndola más y colocándose, para agarrar las manos de Ágata por encima de la cabeza de ella y viendo como sus pechos botaban por cada embestida.
La tocaba a su gusto y la hacía gemir como nunca, clavando sus miradas para ver como el otro llegaba al final.
Sudados y al límite, llegaron al final, explotando en un gran orgasmo que hizo que aquel grandullón que tenía Ágata para ella sola, cayera agotado sobre ella con cuidado de no hacerla daño.
La besó con amor, llenándola de besos por todo su rostro y retirándole el cabello rubio del rostro de ella para poder verla mejor.
A lo que ella, coqueta, dijo;
—Estás muy juguetón hoy, Niko.
El sonido de la risa de él fue música para ella, ya que nunca solía ser tan cálido como lo estaba siendo ahora frente a ella.
—Te amo, gatita.
Ágata lo miró, enamorada y feliz de escuchar aquellas palabras que en su día dijo ella y que solo sería una primera vez en la vida que tendrían ellos a partir de ese momento.
Ya habrían más momentos para decirlo, ahora necesitaban prestar atención a lo que sus cuerpos le pedían y, besándose, dejaron que aquella tarde se hiciera de noche y continuaran pegados y sudorosos, descubriendo Klaus cada rincón de la casa que Ágata había comprado.
Y, sin que ella se lo esperase, Klaus sacó algo del bolsillo de su pantalón tirado en el suelo. Tomó la mano de ella y colocó en el dedo anular un anillo que reconocería a primera vista a la joven.
—No hay sitio mejor que en tu dedo —contestó las dudas que Ágata tuviera.
Y el anillo de la madre de Klaus ahora le pertenecería a la joven para siempre.
Ágata lo besó, abrazándolo con todas sus fuerzas, aferrándose a él para así no volverlo a perder jamás.
Quizás no sabía lo que el futuro les depararía, si alguna vez volverían a buscarla o ya estaría a salvo para siempre. Pero, pasara lo que pasara, ahora estarían juntos, como el equipo que habían formado, sin volver a separarse como un año antes.
Ahora tocaba disfrutar de esa vida y de esa tranquilidad, todo lo que el tiempo les diera y lo vivirían al máximo juntos.
***
Ahora sí, hasta aquí la historia de Prohibida.
Quizás no sea el mejor epílogo de Wattpad, pero era el que tenía en mente desde que empecé a escribir la novela.
¿Qué decir? Disfruté en cada palabra, en cada capítulo que escribía esta historia. Algo más adulto, alejándome de mi categoría con la que me suelo sentir cómoda que es el New Adult, atreviéndome con una completamente de misterio, asesinatos y romance adulto.
Y espero, que como disfruté yo, lo hayan disfrutado ustedes. La seguridad de Ágata, la profesionalidad de Klaus, las bromas de Black, los enfados de Wanda y Enzo y las sorpresas que se hayan llevado a lo largo de la historia, a parte de las escenas... Ha saben ;).
He dejado ciertas cosas en el aire, como que pasó con el padre de Ágata, de qué conocía a Klaus y ciertas cosas. Lo he hecho a posta, porque a veces, en una historia, hay que dejar las cosas a la imaginación. Y espero que les haya gustado mucho esta historia.
¿Qué les ha parecido la novela?
¿Y el epílogo?
Pronto comenzaré con GATO, una historia igual de adulta (mucho más adulta y erótica) que Prohibida. Así que espero verles allí :3
Nos leemos, prohibidas.
Patri García
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