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D O C E | T Ó R R I D O 👠

«Ya tenía suficiente y en algún momento tenía que explotar»

Klaus

El continuo toque de los dedos sobre la mesa de roble, hacía poner nervioso a uno de los guardaespaldas que se encontraban en aquel despacho, en algún lugar desconocido de Francia.

Era un día lluvioso, donde se empezaban a formar charcos de agua en las calles, complicando a los ciudadanos a circular con tranquilidad.

Uno de los guardaespaldas observaba a uno de los hombres más poderosos de aquel país, casi siendo el más potente de toda Europa y lo miraba por los gestos tan duros que transmitía el empresario.

La televisión estaba encendida, viendo una de las famosas tertulias y que más defendían a Le Goff. Pero, aquel día, después del intento de asesinato de la joven escritora, algunos habían cambiado de postura, estudiándose mejor el artículo y las pruebas que había tomado Ágata para publicarlas públicamente por internet. Mientras el empresario veía como, uno de los que más lo defendían, ahora había cambiado de opinión, daba más fuerte los toquecitos en la mesa, aguantando las horribles ganas que tenía de darle un golpe a la mesa.

«¿Segundo? Intento de asesinado a Ágata Conte»

Ese era uno de los muchos titulares que escribían los periódicos, las tertulias, las noticias y hasta en lo deportivo. Y eso ponía más nervioso al empresario.

El guardaespaldas lo observaba, pero de una forma como cuando sabías que esa persona iba a hacer algo malo y te estabas preparando para lo peor. Ese era el tipo de mirada que solían poner varios de sus escoltas, y en el cual, solo trabajaban para ganarse la vida, ni siquiera querían meterse de lleno de las cosas que el empresario hacía en privado.

Y cuando otro tertuliano empezó a hablar, dándole la razón a la joven, el empresario tomó el mando del televisor y lo lanzó con rabia hacia la pantalla, dañando gravemente la televisión.

La puerta se abrió, sin dar permiso y uno de los guardaespaldas con más rango, entró al despacho del hombre.

—Le Goff, tiene visita.

Le Goff se arregló el poco cabello que le quedaba, respiró hondo y asintió, sin mirar ni un solo momento a su trabajador.

Un hombre vestido de calle entró a su despacho.

Cualquiera diría que podría ser el repartidor o alguien que simplemente venía a hacer algún recado para él. Pero a ese hombre que acababa de entrar, parecía ser el único que consiguió el respeto de Le Goff.

Ambos se miraron y el guardaespaldas que estaba allí, se marchó, sabiendo que hablarían de temas escabrosos.

—Vaya... ¿Cómo tu por aquí?

El hombre del jersey rojo observó la televisión y ladeó su sonrisa en un tono burlesco. Pero no dijo nada sobre la cuarta televisión que rompía en ese último mes.

—Vengo porque el último que le pagó para matar a Ágata terminó en la cárcel. Y como no lo mate, terminará por contarlo todo.

El rostro de Le Goff fue suficiente para notar que eso primero que había oído fuera molesto para él.

—¿Quién le dijo que la matara? —cuestionó—. Solo quería que le diera un susto.

El hombre del jersey rojo sonrió.

—Yo se lo dije.

Un fuerte golpe se escuchó sobre la mesa, siendo la mano afectada de Le Goff quien recibiera aquel castigo.

El que fuera el vicepresidente más importante de Francia y ahora el empresario más importante del continente, tenía problemas de ira y lo cargaba hacia cualquier cosa que encontrara. Ni todas las medicinas que se tomaba lo ayudaban a relajarse y los nervios lo consumían.

Nadie supo, de los que trabajaban con él, como es que ningún periodista lo había visto perdiendo los papeles.

Le Goff señaló al hombre del jersey rojo mientras que este último lo miraba con superioridad.

—No metas las putas narices, Deimos.

Deimos... Así era como Le Goff llamaba a su mano derecha. ¿El motivo? Deimos era el dios del terror. Era capaz de inundar a cualquiera el miedo en su cuerpo con tan solo mirarlo y su soberbia no paraba desapercibido. Un hombre como él era capaz de trabajar en cualquier cosa, hasta de lo que menos te esperabas.

¿Y para que mentir? Deimos le encantaba ese mote que le había autoimpuesto Le Goff.

—¿O que? —retó.

Y el empresario no se achicó.

—Sabes que la quiero viva.

La sonrisa soberbia de Deimos se hizo evidente.

—Y yo muerta.

Le Goff caminó hacia la ventana, llena de gotas de lluvia y, sin mirarlo, dijo;

—Tú no eres el que está en el ojo público. —Se giró, en tono dramático y con un toque de torpeza. — Después de lo que hice por todas esas personas y así me lo pagan.

La sonrisa de aquel tal Deimos, cual nombre era un gran misterio, se hizo más que soberbio en aquel despacho.

—Solo debíamos hacer una cosa. Nadie te pidió que hicieras una lista de imprudencias —advirtió Deimos.

Los ojos llenos de ojeras de Le Goff, no pasaron desapercibidos para su invitado.

—Tu no eres el que caerás si...

Deimos lo interrumpió con arrogancia.

—Cállate, Le Goff —gritó sin importar que los trabajadores de Le Goff los escuchara. —Por tu culpa nos descubrirán. Nuestro objetivo era claro y conciso. Pero tu te saltaste todas las normas.

Y todo dio un giro de 180 grados, cuando el empresario más poderoso, casi suplicó de rodillas al hombre del jersey rojo.

—Necesito que me ayudes, Deimos... Por favor —pidió—. Te lo suplico.

Él no dijo nada, solo disfrutó de verlo arrastrarse hasta él.

Le Goff siguió;

—Si terminan arrestándome, terminaré pudriéndome en la cárcel.

Nuevamente, la sonrisa de él se hizo evidente.

—No te preocupes, no dejaré que eso pase.

La calma del empresario apareció como si aquella respuesta fuera tranquilizadora y realmente cumpliera lo que le estaba diciendo.

Y era cierto. Deimos, todo lo que prometía, lo cumplía, pero.... ¿A que precio?

—¿Me salvarás?

Nuevamente, enseñó toda su dentadura.

—No, pero buscaré la forma de que termines tu vida. Y lo sabes muy bien.

La tranquilidad se esfumó como el humo y siguió arrastrándose.

—Deimos.

Lo tomó de la mano, pero Deimos la retiró, colocándose el cabello hacia atrás y estirando su jersey rojo. Y, mirándolo una vez más por encima del hombro, Deimos habló;

—Si me disculpas, tengo cosas más importantes que hacer.

Le Goff prefirió no decir nada más, solo ver como la única oportunidad de seguir con libertad se iba de su despacho. Así que, dijo lo que realmente estaba deseando ver.

—Por favor, la quiero viva. —Deimos se quedó quieto, sin mirarlo mientras abría la puerta, esperando que dijera la última frase. —Quiero que sufra en vida.

El hombre lo miró, casi cerca de la secretaria de Le Goff, y contestó;

—No te preocupes, ya lo estás consiguiendo.

🥀

Una joven Ágata se encontraba en su despacho, como un día cualquiera. Poco a poco iba recuperándose del horrible susto de la azotea, pero todavía seguía sin recuperar su inspiración. Hizo caso de lo que le había dicho su guardaespaldas y no la había forzado, por lo que se tomó unos días de descanso sin tocar el teclado para nada.

Pero la mente de Ágata funcionaba a mil por hora, por lo que no dejaba de leer artículos antiguos de Le Goff cuando se encontraba en el gobierno y otros artículos relacionados con desapariciones de menores y mujeres adultas en los últimos años.

Tenía muchas teorías y todas ella escabrosas y fuertes. Deseaba tener un punto de vista de la vida más feliz, pero los que vivían en ese mundo, cada vez que más te acercabas, eran muchos más oscuros de lo que creías.

La puerta se abrió y un Gabin con el cabello repeinado hacia atrás se acercó a Ágata con una chaqueta en mano.

Acababa de aterrizar después de su viaje en Inglaterra, y antes de volver a su casa con Ágata, decidió hacer una parada para ver a una persona.

Dejó la chaqueta y su maleta a un lado y se acercó a su prometida para darle un beso en los labios.

Un fuerte olor a perfume femenino se apoderó del olfato de Ágata y arrugó su frente mientras miraba a su prometido. Miles de preguntas aparecieron en su mente.

—¿Fuiste a Inglaterra?

Gabin, extrañado, asintió.

—Claro, Ágata. ¿A dónde crees que iría?

Ella negó con la cabeza.

Hacía meses que no confiaba como lo hacía antes. Quizás era por todo lo que estaba viviendo, pero, muchas de esas veces, pensaba que él la estaba engañando con otra. Quizás era cierto o quizás falso.

Gabin dijo;

—Tantos años juntos para que ahora no confíes en mí. Vamos a casarnos, ¿recuerdas?

Ágata asintió con el rostro inexpresivo.

—Si...

Gabin suavizó su mirada mientras se desataba la corbata, aprovechando para desabotonarse el primer botón de su camisa blanca. Y contestó;

—Mi padre quiere que cenemos en su casa esta semana. Si es posible, antes de la fiesta con la señora Esposito.

Ella asintió de nuevo sin mirarlo a los ojos, dejando una de las hojas que había impreso de uno de los artículos más leídos sobre dichas desapariciones.

Gabin bajó los hombros, acercándose a ella y preguntó;

—¿Qué te pasa ahora? —Ella lo miró extrañada. —Siempre pones esa cara cuando algo te pasa. ¿Qué? ¿Vas a juzgarme acaso? ¿Crees que te pongo los cuernos o que te miento continuamente? —Hizo un sinfín de preguntas antes de concluir—. Porque entonces la que tiene un problema, eres tu.

Había levantado la voz y lo más probable es que Klaus los hubiera escuchado y eso era lo último que realmente quería.

—Gabin, baja la voz. No estamos solos en esta casa.

—¡Ah, si! Esta impresionante casa. —Señaló, notando Ágata los celos que podría llegar a tener de su fortuna.

Arrugando más la frente, la joven cuestionó;

—¿A que viene eso?

Gabin se sinceró con ella tras varios años arrastrando todo aquello, aquellas noticias y aquellas portadas rosas en las que lo ponían a él como el hombre florero, cuando no paraba de trabajar. Y a él no le gustaba sentirse así.

—¿Crees que soy un niño de papá por no trabajar por mi cuenta? Lo sé muy bien, Ágata. Sé muy bien que piensas eso.

Y no podía decir más falacias, porque ya no se le ocurrían.

Quizás él pensaba en eso, pero la realidad era otra. Ágata jamás pensó nada de él, nada negativo del que ha sido su pareja por años, pero verlo que empezó a decir cosas que no venían a cuento, eso la cabreó.

—Ni siquiera me he planteado tal cosa. ¿Qué te pasa hoy? —Elevó la voz sin importarle que los escuchase su escolta.

—¡Que me tiene harto esto! —gritó y luego la miró, arrepentido de elevar tanto la voz y susurró—. Lo siento... Te quiero, Ágata... Y no mereces que te trate así.

Ella negó con la cabeza.

—A veces pienso que ya no me quieres.

Gabin apretó sus manos y sacó toda la artillería que tenía en su interior.

—¿De quien es la culpa de que esta relación esté al borde del colapso? ¿Yo? ¿O tu con tus problemas? —Señaló en todo momento, haciendo que Ágata se sintiera peor, pero que en ningún momento ella se achicó frente a él. Jamás lo haría con nadie. —Solo te importa el dinero y tu trabajo. Antes de todo lo del artículo éramos una verdadera pareja. Pero ahora solo pareces tener mente para todo menos para mí.

Ella fue a abrir la boca al escuchar que solo le importaba su dinero, cuando le había demostrado una y mil veces que no era así. Pero el cuerpo corpulento de Klaus entró al despacho al escuchar toda aquella escena.

Ágata lo miró directamente, dejando de prestar atención a su futuro prometido y él preguntó, con Gabin mirándolo con cara de pocos amigos.

—¿Necesita algo, señorita Conte? —Su voz sonaba suave, delicada incluso, solo para ella.

Y la sonrisa de ella apareció, poniendo celoso y de muy mal humor a su prometido.

—No, Klaus. Muchas gracias.

Pero Klaus no se movió ni un solo centímetro de su posición, quieto como el buen guardaespaldas y mirando fijamente ahora a Gabin con un rostro duro. Solo sería amable con Ágata y con nadie más que estuviese en ese momento en aquel despacho.

Gabin esperó pacientemente a que Klaus abandonara la habitación, pero al no hacerlo, su histeria salió a la luz.

—¿Puede irse? Esto es una conversación privada.

El escolta siguió sin moverse, importándole bien poco las palabras de aquel hombre.

—Me iré si ella lo desea. No usted.

La voz de él era tan grave, que Gabin tragó saliva, deseoso de pegarle un puñetazo al guardaespaldas de su prometida.

Ágata, que veía la escena de lejos, empezó a imaginarse que aquello no acabaría bien si no ponía fin a aquella conversación sin sentido que estaban teniendo ambos hombres.

—¿Qué te pasa? ¿Eres idiota? —preguntó, acercándose peligrosamente a Klaus, pero el cual era mucho más alto que él y tuvo que mirar hacia arriba con impotencia. —Márchate —contestó lleno de ira y Klaus sonrió burlescamente.

Ágata leyó la mirada de Klaus, las ganas que tenía él de pegar a su prometido y lo leyó solo con aquel gesto que acababa de hacer. Parecía conocer más a su propio escolta, que a su prometido y hasta a ella le superó todo lo que estaba descubriendo.

—¿O que? —cuestionó por primera vez un chulesco Klaus. —¿Me pegará?

Suficiente para Ágata, se acercó a ambos hombres, poniendo sus manos en cada pecho de aquellos 2 y separándolos para que no se hicieran daño ninguno. Aunque Ágata sabía que el único que sufriría daños sería su pareja. Klaus era mucho más fuerte de lo que incluso ella se imaginaba.

—Klaus. Gabin. —Miró a cada uno de ellos y con los dientes algo apretados y siendo la adulta entre los que parecían 2 adolescentes, concluyó—. Ni se os ocurra.

Ninguno pareció escucharla.

Ambos se miraban desafiantes y ninguno prestaba atención a la dama que tenían en medio.

Es por ello que Ágata, la cual cada mano la tenía en cada pecho de los 2 hombres, miró a Klaus y con una mirada llena de enfado, le pidió a Klaus;

—Klaus, vete —susurró con una voz delicada para él, y acariciando el pecho de él con la mano que tenía, como si así pudiera llevarlo de nuevo a la realidad. Y lo consiguió, porque los ojos de Klaus la miraron a ella en vez de a Gabin. —Por favor...

Y como si la voz de Ágata lo hubiese llevado de nuevo a la realidad, asintió, tragando saliva y arrepintiéndose por casi perder los papeles con el idiota que tenía frente a él. Gracias a Ágata que no dejó que cometiera un error, aunque para Klaus no sería un error, seria un gusto pegarle en la cara a Gabin.

Klaus se movió, pero no se fue muy lejos porque dijo, sin miedo alguno, lo que pensaba de Gabin delante de él. Porque ya que iba a decirlo, quería que él lo escuchara.

Mirando a la joven Ágata, contestó;

—Mereces algo más que esta escoria, Ágata. —Klaus hizo énfasis en la palabra y luego, mirando a Gabin, continuó—. Porque es una escoria.

Y se marchó al gimnasio que compartía con Ágata para poder desahogarse y dar puñetazos al saco de boxeo, imaginándose a la cara de Gabin en aquel saco.

🥀

Un Klaus sin camisa, sudado y pegándole a un saco de boxeo imaginándose el rostro de Gabin, estaba escondido en el gimnasio personal de Ágata. Necesitaba desahogarse y olvidarse de todo.

No podía dejar de pensar en las cosas que había escuchado decirle Gabin a la joven y eso lo llenó de ira, tanto que fue hacia aquel despacho simplemente para advertirle con la mirada a Gabin que no solo se estaba metiendo con ella, sino con él.

Llevaba un mes y varios días protegiendo a la joven escritora, pero ya empezaba a cabrearse de escuchar y ver que Gabin trataba así a Ágata.

Cada vez que más lo pensaba, con más fuerza le pegaba al saco de boxeo, escuchándose fuertemente por aquel gimnasio el sonido de sus puños estampándose en aquel material.

Su cabello, cayendo algunos mechones cortos y un poco canosos sobre su frente sudada, le hacía dar una imagen perfecta para portada de una revista deportiva. Por no hablar de que todas las mujeres acabarían por comprar todas esas revistas.

Varios pasos detrás de la puerta del gimnasio se escucharon, como unos tacones altos pegando fuerte al piso y la puerta se abrió, dejando ver a una Ágata enojada a más no poder y Klaus dejó de hacerlo que estaba haciendo para atender a aquella joven dama. La cual no pudo evitar cambiar su rostro de enojada a de anonadada.

Ágata pareció olvidarse todo lo que le iba a decir y se centró, solamente, en el cuerpo esculpido de aquel hombre. Se centró solamente de cintura para arriba, ya que era la zona más llamativa y la cual faltaba ropa. Y el pantalón, cayendo de sus caderas, viendo perfectamente la forma de «v» que poseía ese hombre... Hizo que ella se mordiera los labios con demasiada poca sutileza.

Ver como los pectorales tan definidos, aquellos abdominales que podía contar y deseosa de poder probarlos, la hizo perder cualquier cordura que tuviese en aquel momento. Ágata tuvo que tragar saliva al verlo tan indefenso, con falta de ropa y aquella mirada perdida que solo estaba atendiendo a aquella dama que lo observaba sin pudor alguno.

Y esa mirada tan impresionante de Ágata, fue lo que hizo tragar saliva por nerviosismo a su guardaespaldas.

—Perdón, no sabía que... —Trató de decir, pero volvió a despistarse al ver como el pecho de él se movía con violencia, poniendo más nerviosa a Ágata de verlo. —Luego hablamos.

Fue a girarse, pero las piernas largas de Klaus la alcanzaron y colocó su mano sobre el antebrazo de la joven, haciéndola girar.

Ahí, sus miradas dieron un significado distinto a las otras ocasiones que vivieron y todo ardió como jamás había pasado.

Klaus se sinceró, con una mirada llena de furia.

—¿Qué ha sido eso de antes? ¿Quién es él para decirte esas barbaridades?

La voz de él sonaba muy fuerte, incluso hasta atrayente para la joven, que todavía no se había recuperado de verlo de aquella manera. Tuvo que hacer todo lo que podía para poner autocontrol y mirar hacia los ojos de él solamente. Y le costó mucho no bajar su mirada.

—Bueno... Pueden ser ciertas —respondió sin tener el valor de decirle para lo que realmente había ido a contarle.

La negación en la mirada de Klaus se hizo evidente y Ágata apretó su mandíbula.

—¿Pero te has oído? No... —susurró—. Una pareja está para apoyarte, no para decirte cada vez que te ve lo que has hecho mal... No deberías sufrir por alguien y menos con alguien que no te valora, Ágata.

Ahora, volviendo a tener todo lo que necesitaba para poder enfrentarse a su escolta, se soltó del agarre de Klaus y arrugó la frente enfadada. Como Klaus jamás la había visto nunca.

—¿Por qué te importo tanto, Klaus? Solo soy una clienta. Otra más de tu lista de clientes que has tenido en la vida.

Él negó con la cabeza.

—Puede que para mi no solo seas una clienta —soltó, siendo sincero con ella y olvidándose de una de las reglas más importantes.

Y era cierto; lo prohibido llamaba más que cualquier cosa.

Él siguió, tras dejar anonadada a Ágata por sus palabras.

—No sabes lo que es el amor, Ágata. El amor no es toxicidad, no es control, ni mucho menos sumisión —contestó sin dejar de mirar los ojos de la joven. —Tu solo conoces la violencia, porque has tenido mala suerte... Ni siquiera eres independiente. Si, económicamente, pero ¿de que te sirve? Si cuando ves a tu prometido, vas corriendo tras él como si te diera la felicidad. —Negó cabreado de tan solo pensarlo, de tan solo ver el anillo de compromiso en la mano de ella y pensar que ese hombre no la trataba bien. —Perdona que te lo diga, pero el amor no es así. El amor es todo lo contrario a lo que la vida te ha enseñado. El amor es respeto, cariño, independencia... Por desgracia has tenido 2 amores románticos en tu vida, y esos 2 amores, uno te ha hecho daño físicamente y el otro psicológicamente. —Fue sincero con ella, haciendo tragar saliva a la muchacha mientras se ponía cada vez más nerviosa y cabreada y Ágata no sabía porque se sentía de esa manera, como es que Klaus la cabreaba tanto, si tenía toda la razón. —Necesitas que te respeten, que te respetes a ti misma. Deben tratarte como a una reina, no como un objeto. Piénsatelo Ágata... Pero mereces encontrarte a ti misma y amarte a ti antes que a nadie.

El corazón de ella dio varios latidos rápidos y su estómago comenzó a notarlo extraño. Lo tocó con disimulo mientras que su guardaespaldas seguía observándola, esperando una respuesta de ella a todo lo que le estaba diciendo.

Prácticamente, podía ser una confesión, pero Klaus solo era un trabajador que debía proteger a su clienta. Pero él sabía que estaba sintiendo cosas por esa clienta. Por esa mujer prohibida para él.

Entonces, viendo Ágata por donde iban las cosas, contestó;

—Lo que necesito es irme de aquí.

La ceja de Klaus se elevó, acercándose a ella y diciendo;

—¿No será porque tienes miedo?

Una risa falsa se escuchó por todo el gimnasio y Ágata se giró para mirarlo a los ojos.

El espejo que tenían por toda la pared del gimnasio y las máquinas deportivas, eran sus únicos testigos.

—¿Miedo? Todos tenemos miedos.

Él asintió, pero la conversación no acabaría ahí.

—Si... Pero me refiero miedo a lo que hay entre nosotros.

Ágata lo observó con los ojos bien abiertos, asombrada por la facilidad de palabra que estaba teniendo su guardaespaldas aquel día, cuando era muy complicado que él se abriera emocionalmente hacia ella.

Y nerviosa, observando la puerta cerrada y sabiendo que su prometido seguiría allí, negó con la cabeza, como si alguien la hubiese descubierto. Porque Klaus lo había echo y de que manera.

—No tenemos nada.

La sonrisa falsa de Klaus, enfadado porque escuchara esas palabras de Ágata, le hacían ver que ambos necesitaban hablar. Porque eso que ella decía, no era cierto. Y ambos lo sabían.

—A eso me refiero. Si que la hay, pero la ignoras y cuando quieres, juegas conmigo —respondió dolido.

Y la joven que tenía frente a él se quedó patidifusa al escucharlo.

¿Cómo era posible eso, si ellos no eran nada? Pero Ágata sabía que Klaus no era un hombre cualquiera, era muy distinto a otros hombres que había conocido y las cosas que empezaba a sentir por su protector, le empezaba a dar miedo.

Y pensó en todas las veces que estuvieron a punto de besarse.

—Tu también juegas conmigo entonces.

Klaus arrugó la frente, analizando cada gesto de ella, ahora sin miedo a abrirse con la joven.

—Pero al menos no finjo que no ha pasado nada. —Ágata se puso más nerviosa al escuchar aquello y las cosas que estaban a punto de pasar. Tenía miedo la joven y más al saber que estaba prometida, por lo que se giró y caminó hacia la puerta, pero no llegó muy lejos cuando la voz de Klaus la escuchó a la perfección. —¿Te vas?

Cabreada y con la voz más alta de lo normal, se giró, caminando hacia él y gritó;

—¡Si!

Klaus pegó sus manos sobre las caderas de la joven, pegándola a su pecho y ella empezó a pegarle en el pecho duro de él para zafarse de su agarre. Pero Klaus no se iba a rendir y, lejos de la discusión que estaban teniendo, sus ojos no dejaban de centrarse en los labios irresistibles de la chica.

—¿Por qué? —preguntó con una voz muy grave, llena de significado y apretando más sus manos en las caderas de ella.

—¡Por que me tienes harta! ¡No sabes una mierda de como me siento! —hablaba su miedo y Klaus lo notó.

Lo empujó, pero él no se movió ni un solo centímetro mientras que ella trataba de quitárselo de encima. Pero Klaus tenía claro una cosa y es que iba a hablarlo todo con ella en ese momento, aclarar las cosas que tenían pendientes y olvidarse de todo, incluso de que era su clienta y el su guardaespaldas.

Pegó el cuerpo de la joven al suyo tonificado y dijo;

—No, es cierto —respondió, cuando Ágata pegó sus manos en el pecho de él, tocándolo ahora con suavidad. —Pero comprendo lo que estás pasando y estar con Gabin no es una buena solución.

Cuando escuchó ese nombre, la rabia volvió a flor de piel, deseando no cometer una imprudencia. No ser alguien infiel y se sentía así, a pesar de que Klaus la llamaba y mucho y los sentimientos que estaba sintiendo por ese hombre eran mucho más fuertes que aquel anillo que le había puesto su prometido.

No podía creerse que se sintiera así, cuando estaba a punto de casarse con otro hombre. Y cuando notó que Klaus no la estaba agarrando tan fuerte, consiguió alejarse de su cuerpo y caminar hacia la puerta, dándole la espalda.

Y Klaus, nuevamente, volvió a la carga, siendo muy poco considerado con ella;

—No me des la espalda, gatita.

Corrió hacia ella, poniéndose delante de la joven y tapándole la salida a ella, haciéndola cabrear aún mucho más.

—¡No me llames gatita! —gritó para luego concluir—. ¡Y suéltame!

—Ah, ¿no? Pues bien, que te encantaba cuando te lo he dicho en otras ocasiones.

Ella dejó de moverse para mirarlo a los ojos.

—Déjame tranquila.

—¿Sí? —preguntó él, con el rostro pegado al de ella—. ¿Estás cabreada conmigo? ¡Vamos, pégame!

Y ella lo hizo, pero nuevamente, él no se marchó de su camino.

—¡Te odio, Nikolaus! —exclamó.

Y Klaus estampó sus labios sobre los de ella.

Las manos de Klaus estaban sobre las caderas de la joven y luego la levantó en el aire y, más rápido que nadie, la empotró contra el frío espejo que se encontraba en aquel gimnasio.

La espalda de Ágata se apretó tras aquel espejo y el cuerpo de Klaus se pegó al de ella, colocándose entre las piernas de ella mientras la sujetaba, haciendo que ella enroscara sus piernas en las caderas de él, apretándolo en su sexo.

Ninguno se separó y ambos siguieron aquel beso tan necesitado, nada lento y muy buscado, con sus lenguas encontrándose para disfrutar de aquel apasionado beso.

Un sonido muy primitivo en la garganta de él hizo mojar a Ágata, la cual notó lo dura que él la tenía entre sus piernas.

Ella empezó a moverse, con sus caderas restregándose en la intimidad de él y más hizo gruñir a Klaus, quien deseaba sentirla aún mucho más de lo que estaba haciendo.

Ágata colocó sus manos en el cabello revuelto de su guardaespaldas y le dio el beso de su vida, dejándolo seco y con más ganas que nunca. Era rudo, muy rudo y ambos necesitaban mucho más que un beso ardiente, por lo que Klaus castigó a Ágata, levantando la falda corta de ella y rompiendo las bragas de ella con agilidad, tirándolas por algún lugar del gimnasio.

Ahora parecían jugar en la misma liga, con Klaus faltándole la camisa y a ella la ropa interior y ahora sí, mientras ambos se besaban como si aquella fuera la última vez, Klaus empezó a restregar su miembro tras aquel pantalón sobre el sexo desnudo de ella, haciéndola gemir en voz alta cuando Ágata separó unos segundos sus labios para que, con los ojos cerrados, disfrutara de aquella sensación.

La joven clavó sus manos en la espalda de él, arañando la piel tan fuerte de Klaus y él no tuvo ninguna piedad en ella, demostrando las ganas que tenía de ella, de sus labios y de mucho más.

Klaus volvió a buscar los labios de la joven, metiéndole la lengua y haciendo movimientos circulares con la misma mientras que sus caderas seguían torturando a Ágata, la cual sentía las grandes manos de Klaus en el culo de ella.

—Me vuelves loco, joder... —susurró, volviendo a besarla y cada vez se movía con más rapidez sobre la desnudez de ella, a punto de darle un orgasmo en aquel gimnasio, restregando su polla con la desnudez de ella y Klaus sonrió al notar lo mojada que ya se encontraba al sentir sus pantalones mojados por los fluidos de ella.

Estaba completamente excitada, al igual que él, pero ella estaba a punto de llegar al orgasmo y tocar las mismas estrellas y eso que Klaus ni siquiera se había quitado los pantalones.

Y en un último movimiento, ella se corrió, gimiendo en alto, agradeciendo a cualquiera que la estuviera escuchando que aquel gimnasio estuviese insonorizado y se derrumbó, pero Klaus no iba a separarse de ella y la siguió besando en el rostro hasta que se recuperase.

—¿Ahora lo entiendes, Ágata? —preguntó él, con los labios hinchados, diciendo el nombre de ella con todas las letras y ahora mirándola a los ojos.

Pero recordó algo que había olvidado en su desliz y el arrepentimiento asomó, convirtiéndose en culpa y las mejillas de ella, siendo una mezcla de avergonzada, hicieron ver a Klaus que para ella había sido un error todo lo que había echo en ese momento. Y el rostro de él parecía un poema.

Dejó que ella se bajara y, costándole tocar el suelo sin que sus piernas temblasen, miró al piso y se marchó de allí, dejando a Klaus caliente, con ganas de más y seducido por ella.

La joven cerró la puerta, pegando su cabeza en la puerta sin que nadie la viera, y empezó a llorar por ser cierto lo que Klaus le decía. Por ser una estúpida y por jugar con los sentimientos de Klaus.

Ella no era así y no quería que su guardaespaldas la terminase odiando... Porque todo era complicado para ella, lo que estaba viviendo, las amenazas, el intento de asesinato y su prometido... Y ahora mismo, Klaus era la única persona que le importaba a Ágata y se sintió una idiota al ver que se comportó como una estúpida con él.

Y lloró desconsolada.


***

¿Alguien quiere dejarle los labios hinchados a Klaus?

¿Que les ha parecido el capítulo?

¿Se lo esperaban?

Yo espero que la estén disfrutando tanto como yo. Y deseando que vean los próximos capítulos, porque vamos... Va a ver muchas cosas interesantes y muchos misterios.

¿Quien será ese tal Deimos? ¿Será alguien conocido o es un personaje que todavía no conocen?

Por cierto, espero que comprendan a Ágata. Quizás crean que ha utilizado a Klaus, pero yo lo veo más como alguien que está pasando por una muy mala época y tiene miles de problemas en la cabeza y muchos dilemas. Visto desde fuera es fácil decir que deje a su prometido, pero desde dentro es otro tema.

Nos leemos, prohibidas.

Patri García

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