D I E Z | F U E G O 👠
«Cada día parecía más difícil mantener una distancia prudente entre ella y yo. Y empezaba a dudar de cumplir esa regla»
Klaus
Las farolas iluminaban lo que la oscuridad no podía.
Las calles parisinas estaban llenas de luz, sobre todo aquella famosa Torre Eiffel de las que todos hablaban.
Por esa misma rotonda, en la cual se encontraba aquella estructura de hierro pudelado tan afamada, pasó un coche negro en el cual se encontraban Enzo y Wanda. Ambos seguían el coche donde la señorita Conte, su escolta Klaus y Black se encontraban.
Ninguno decía nada, a excepción del rostro hipnotizado de Enzo hacia Wanda, cuando la vio salir de aquel edificio al verla con aquel hermoso vestido azul y que dejaba pocas cosas a la imaginación de cualquiera. Sobre todo, de Enzo, que estaba incómodo en el asiento del conductor mientras que la joven pelirroja observaba las calles en busca de algún peligro que podría correr Ágata y así protegerla.
Aquella mujer, que con aquel vestido parecía más explosiva de lo habitual, ponía nervioso a Enzo, el cual no dejaba de cabrearse al imaginarse a los otros hombres mirándola sin pudor alguno.
Entonces, con disimulo, preguntó;
—¿Estás cómoda con ese vestido? —Su voz parecía seria, algo grosera como lo era él habitualmente, pero sonaba algo celoso.
Wanda, en cambio, con un rostro lleno de felicidad, miró a Enzo con una ceja levantada y contestó;
—Muy cómoda. —Quiso provocarlo para ver la reacción de él. —Puedo hacer cualquier posición con este vestido.
El sonido de Enzo tragando saliva lo pudo escuchar Wanda desde su asiento.
El hombre rubio tuvo que agarrar con más fuerza el volante, consiguiendo que sus nudillos se pusieran del tono más blanco que podría existir.
Se le veía nervioso por Wanda, quien estaba deslumbrante y a la vez feliz de verse así.
Bien era cierto que una mujer no tenía porque ponerse vestidos para verse hermosa, cada una se vería preciosa de la manera que más deseara vestirse. Pero Wanda se veía distinta a como se llevaba vistiendo toda su vida, incluyendo cuando fue atleta hace muchos años. Su vida había cambiado demasiado y su carrera también.
Dentro de aquel coche, en el que solo se encontraban aquella pareja de guardaespaldas, Enzo no paraba de darle vueltas a miles de cosas y todas ella eran en relación al vestido de la pelirroja.
Celos se podía leer en la frente de Enzo que solo estaba pendiente de Wanda.
Paró frente a un semáforo, detrás del coche de Black, y miró a Wanda tras varios minutos centrado en la carretera.
—¿No es muy llamativo?
Pero lo que en realidad él quería decir era; «¿No es demasiado sexy?»
La pelirroja lo observó fugazmente antes de volver su vista a la carretera, ignorándolo para disfrutar de sí misma.
—No creo. Y si lo es, no será porque piensen que sea guardaespaldas —respondió concretamente. —A estos sitios hay que ir de incógnito, si voy vestida con corbata y traje, se va a notar que soy una guardaespaldas y Klaus me ha dicho de ser sutil.
Y era cierto. Normalmente debían de ir 2 de todos los guardaespaldas que eran de incógnito, por si algo pasaba, pero siempre estarían pendiente de su clienta.
—Ah... Bien. —Él se ve celoso y tenso. —¿Y el... arma? —cuestionó, con esa pregunta que llevaba en su cabeza desde que la había visto subirse al coche. —¿Dónde la llevas?
Ella lo miró sin miramientos.
—¿De verdad quieres saberlo?
Nuevamente, el sonido de Enzo tragando saliva se hizo notar, el cual él mismo negó con la cabeza.
Y Enzo no volvió a preguntarle nada más. Aunque lo dejaba con miles de dudas.
Ambos, callados y con el rubio intentando no pensar en su compañera y su vestido, fueron en dirección a la gala a trabajar.
Mientras, en el otro coche, un Black divertido podía notar la tensión sexual que había entre aquellos 2, pero no decía nada... Al menos, de momento.
Ágata estaba observando las vistas de la ventana, pero más de alguna vez, cambiaba su mirada para observar a Klaus, que estaba en el asiento delantero, pudiendo oler el perfume de él y que empezaba a sospechar que se había puesto a propósito esa noche.
Apretaba la mandíbula para poder cambiar de dirección y no centrarse en su escolta. En cambio, su guardaespaldas, más de alguna vez observaba por el espejo retrovisor a su clienta, con aquel vestido que dejaba muy pocas cosas a la imaginación como solía hacer ella y lo bien que le quedaba en ese espléndido cuerpo.
Estaba nervioso cada vez que la miraba y, en un momento que Ágata clavó la vista en el espejo, descubriendo que Klaus no dejaba de observarla, ambos aguantaron la mirada hasta que Klaus tuvo que romperla porque no paraba de moverse en su asiento, incómodo.
Black sonreía viendo todo aquello y aguantando sus frases para decirlas en otro momento mucho mejor que aquel.
Llegaron a la gala, aparcando Black frente al edificio en el cual había varios periodistas frente a él, esperando la llegada de Ágata, la cual parecía la invitada estrella y a la vez la menos deseada en esa fiesta. La joven rubia sabía lo que vería y lo que tenía que enfrentarse, por ello no dejaba de respirar con dificultad en el asiento trasero mientras que agradecía que las ventanas fueran tintadas.
Klaus se bajó rápidamente del coche, arreglándose el traje y observando todas aquellas personas, muchos fotógrafos y otros periodistas esperando hacerle preguntas inapropiadas a la joven que protegía. Alarmado por ello, llegó al asiento trasero y abrió la puerta, acercándose a la joven para que nadie la invadiera a preguntas.
—¿Quiere que entremos por la otra puerta? Así nadie la invadirá a preguntas —preguntó intranquilo.
Aunque la joven negó ante ello.
—Debo aceptar las consecuencias de mis actos —respondió, siendo sincera y sonriéndole a su guardaespaldas. —No va a ser agradable, pero hay que ser valiente. Igualmente, te lo agradezco.
Él le dio espacio para salir, abriendo más la puerta y la joven salió como si nada le ocurriera, ocultando su nerviosismo, su temor, el miedo de esas preguntas y de las consecuencias que conllevaría todo lo que había investigado.
Todos, de inmediato, llegaron hacia ella, pero sin poder hacer mucho porque su guardaespaldas estaba sobre ella para impedir que nadie se acercara a menos de un metro.
Una mujer se acercó a ella, con micro en mano y Ágata apretó la mandíbula, clavando sus ojos marrones en los de aquella periodista que esa noche le tocaba trabajar.
—¿Por qué la echó el director del periódico digital donde llevaba trabajando años? ¿Por el tema Le Goff?
Contó 3 segundos, respiró hondo y respondió con la verdad por delante.
—No. Me fui yo misma de allí. No sé quien le habrá dicho nada, pero decidí irme.
Otro periodista se acercó, agobiándola y Klaus tuvo que empujarlo hacia atrás para que hubiera cierta distancia.
—¿Qué piensa de las declaraciones de Le Goff? —dijo él, pegándole el micrófono y ella, observando a la cámara, volvió a mirar al periodista.
¿Qué pensaba? Cada uno estaba en su derecho a defenderse, se llamaba libertad, aunque Ágata sabía que él se había tomado ya demasiadas libertades, acabando con la de otros.
Pero, a pesar de todo lo que Le Goff tenía sobre la mesa ya demostrado o a punto de salir a la luz, la gente miraba a Ágata como si fuera la mala de la historia. Quizás no querían ver la verdad, pero cuando la policía investigara más a fondo sobre el tema, las cosas darían un gran giro. O eso esperaba la joven rubia.
—Está en su derecho a defenderse, esto es un país libre. Pero lo malo que ha hecho está documentado y con muchas pruebas —puntualizó.
Pero las preguntas seguían, sumándose otros periodistas y ya tendría como alrededor de 10 apuntándola con la cámara.
—¿Y no será imágenes falsas que usted ha hecho?
—¿Cree que perdería mi tiempo en crear imágenes falsas? —respondió con otra pregunta, empezando a cabrearse y a perder los papeles.
Klaus vio el tono diferente de voz que jamás le había escuchado a su clienta y empezó a ver que, si no la sacaba ya de allí, vería una portada al día siguiente que Ágata no le gustaría.
—Algunos de sus ex compañeros de trabajo no lo niegan.
—Porque no me conocen realmente —contestó cortante y con la voz más alta de lo que solía hablar.
Y eso hizo que los periodistas consiguieran lo que estaban deseando obtener.
—¿Y como es? ¿Una joven con demasiado dinero en el banco que se aburre y quiere llamar la atención? —provocó uno.
Ágata apretó los dientes y luego abrió la boca para hablar, pero Klaus puso su brazo delante de ella, empujándola con delicadeza hacia atrás.
—¡Se acabaron las preguntas! —aclaró, tomando a Ágata y colocando su mano debajo de la espalda desnuda por cuenta del vestido negro que había elegido la joven esa noche. Y Klaus pudo notar lo cerca que estaba de cierta zona—. Sígame, señorita Conte.
Una vez dentro del edificio, una Ágata irritada, dijo;
—Iba a responderle.
Llegaron al ascensor, tocando el botón del ático y luego se acercó a ella con un rostro de preocupación.
—Quizás ibas a decirle una de esas palabrotas españolas que sueles utilizar de vez en cuando, por no decir que te cagarías en cualquier cosa que él pisara y, al día siguiente, saldría más dañada por su imagen de lo que ya le están haciendo antiguos compañeros suyos. —Ágata no dejó de mirarlo, pero a la vez intentó aguantar la risa por aquel mal lenguaje que había escuchado por primera vez de su protector. Pero el rostro de serio que tenía Klaus, no era nada salvable. —Créeme, es mejor así. Respondió bien las otras preguntas, con eso es suficiente —animó, pero no demasiado y ambos entraron al ascensor.
Tras largos segundos, ella contestó descontenta.
—Vale.
El ascensor subió hasta el ático, donde estaba la gala al aire libre en el cual, muchos periodistas de sobrenombre se encontraban, y otros serían galardonados por premios a los mejores periodistas. Este año, Ágata no sería una de ellas, incluso sería una de las menos queridas en esa gala, pero la joven iba a demostrar que no tenía miedo a nadie y quería dejar claro que ella, lejos de todo, seguía siendo una periodista y que no tenía nada que ocultar.
Primero pasaron por un piso lleno de muebles y cuartos, hasta que llegaron a la azotea, donde todos miraron hacia Ágata demasiado mal, tanto que posiblemente terminaría con mal de ojos. Klaus apretó la mandíbula y Ágata, como si nada, caminó por el lugar hasta llegar al centro de la azotea tan inmensa, en el cual, de fondo, podía verse la Torre Eiffel.
Varios ex compañeros de Ágata podrían haberle deseado lo peor con tan solo mirarla y Klaus estaba observando todo aquello, todo ese odio que le tenían a alguien. No supo si por política o por envidia de conseguir una exclusiva como aquella, quizás una mezcla de ambas, pero quiso decir varias palabras para nada bonitas a todas esas personas que la miraron como si fuera agua sucia. Así no se trataba a nadie y menos a alguien que solo había echo su trabajo.
Klaus llegó a Ágata, la tomó del codo con suavidad y ella lo miró a aquellos hermosos ojos azules que poseía el alemán.
Ahí pudo ver lo preocupado que él estaba por ella de ver a tantas personas que la odiaban en un mismo sitio. Y el guardaespaldas quiso llevársela de allí.
—¿Estará bien? —Ella asintió. —Si necesitas irte, solo tienes que pedírmelo —tuteó él.
A lo que ella le regaló una de sus mejores sonrisas, aunque no fueran de las más sinceras por todo el odio que las otras personas que estaban en la fiesta tenían sobre ella.
Se alejó de él para acercarse a su mesa y Klaus, sin poder evitarlo, observó la espalda tan perfecta que ella tenía al aire libre y tragó saliva por enésima vez ese día por aquella dama que tenía a escasos metros.
Se sentó sola en aquella mesa, donde ponía su nombre y en el cual, varios nombres que reconocería hasta en cualquier momento, también se sentarían con ella. Pero empezaba a dudar de que aquello fuera así.
Observó hacia un lado, observaba como 3 personas la miraban mientras seguramente hablarían mal de ella, miraba hacia el otro, y se encontraba con un pequeño grupo que la señalaba disimuladamente. Ella negaba con la cabeza mientras veía todas aquellas cosas y, en una pequeña parte de su cerebro, empezó a arrepentirse de asistir.
Ágata siempre había amado el periodismo y ver como una noticia importante como la de Le Goff la había cambiado la vida, la dañaba a más no poder. Nunca supo lo que era el bullying, pero ahora, a sus 28 años, sabía lo que era el mobbing y no era solo una clase o un instituto, era todos sus compañeros de trabajo, los periodistas del país quienes la señalaban y se burlaban de ella. Deseaban cualquier noticia de ella, para lucrarse y decir que no era una buena periodista. Por no decir que consiguieron hacerle un boicot para que sus libros no fueran vendidos como lo llevaba haciendo muchos años al ser record de ventas.
La querían arruinar, y lo estaban consiguiendo, pero Ágata sabía que eso solo sería un tiempo y que, a pesar de todos los esfuerzos por conseguir manchar su nombre, sus millones de lectores seguirían detrás de ella, apoyándola en cualquier cosa. Así que Ágata no estaba sola. Había ayudado a muchas personas, donaba dinero todos los meses en vez de malgastarlo en una mansión o varias casas. A pesar de sus vestidos caros y sus joyas, eso era una tontería para lo que donaba cada mes.
Ágata siguió escuchando ciertas cosas sobre su persona, cuando una mujer se sentó a su lado.
Una mujer de cabello gris y que conocía muy bien Ágata, la observó, saludándola más tarde.
—Señorita Conte, soy Emma White, de la revista de noticias de París.
La joven asintió.
—Sé quien eres. He leído unos artículos muy buenos sobre la economía que usted ha escrito.
La mujer sonrió mientras asentía. Miró hacia su alrededor, viendo como varios de sus compañeros se reían de Ágata por envidia y negó con la cabeza.
—Solo quiero decirte que me parece horrible que la estén tratando como agua sucia, cuando todos debemos apoyar a los nuestros —inició—. Fue un artículo brillante y no eres la única que está detrás de Le Goff.
Ágata elevó la ceja y se acercó a la mujer.
—¿Cuánto llevas detrás de él?
—Cuatro años —contestó sin más demora. —Pero tarde o temprano, caerá como otras personas. —Emma miró hacia su alrededor y se acercó a Ágata para evitar que nadie las escuchara. —Hay un hacker que está buscando Pandora. Es el mejor y nadie sabe quien es. Él es el que tiene más información sobre ese hombre.
La joven rubia, atraída por las palabras de Emma, quiso indagar más, ignorando las palabras de Klaus hacía una semana en aquel restaurante y meterse de lleno en ese tema.
—¿Cómo puedo contactar con él?
Emma negó.
—No puedes. Él te contacta a ti.
Ninguna dijo nada, solo dejaron que los segundos pasaran tranquilamente antes de que Ágata volviera a hacerle otra pregunta, como buena periodista que era.
—¿Cómo sé si es él?
Emma, teniendo la misma idea que Ágata, negó nuevamente.
—No lo sé. Nunca he entablado conversación con esa persona. Pero lo llaman Zeus y es el único que puede entrar a Pandora sin que nada ocurra.
Más dudas le vinieron a la cabeza a Ágata. Parecía faltarle una pieza al puzle para que todo encajara, para que las respuestas fueran respondidas. Pero no iba a ser tan fácil encontrar esa pieza escondida.
—¿Cómo que sin que nada ocurra? ¿No es malo para quien lo mire? Tengo entendido que esas personas fueron asesinadas después de mirar Pandora.
—Si, pero si esa información que hay ahí dentro sale a la luz, puede resultar fatal, por eso lo llaman Pandora —puntualizó Emma. —Y Zeus sabe como manejar esa información.
El móvil de Ágata empezó a sonar, interrumpiendo una conversación crucial y Emma, observando a su alrededor, teniendo esa información que solo unos pocos conocían, se levantó.
Ágata la observó mientras su móvil seguía sonando.
—De nuevo, siento como la están tratando —se disculpó y la joven negó con la cabeza.
—No pasa nada.
Vio marcharse a Emma y luego contestó el móvil al ver el nombre de su abogado en pantalla.
Miró al cielo, negando con la cabeza y luego habló;
—Nolan, ¿qué pasa?
El sonido de un montón de papeles moviéndose sobre una mesa hizo entender a Ágata que, nuevamente, Nolan estaría trabajando a pesar de ser un viernes por la noche. Lo conocía desde hacía años y lo de ese hombre con el trabajo no tenía cura.
—¿Estás ocupada ahora? —Dejó el sonido de los papeles y se concentró en su clienta.
—Estoy en la gala, ¿por qué? —cuestionó, observando el lugar.
—Entonces no estás ocupada —contestó, haciendo que Ágata apretara la mandíbula por lo irónico que era a veces su abogado. —Porque he hablado con el policía que te interrogó tras el incidente del ascensor. —Calló unos segundos y respondió, preocupado—. Te están siguiendo, Ágata. Alguien lo llamó para que fuera al edificio donde estabas trabajando y los policías sospechan de tu antiguo jefe. Pero no hay que sacar nada en claro todavía —consideró.
Ágata, fugazmente, intentó buscar a uno de sus jefes, el que más poder tenía en el periódico, pero no lo encontró. Y era extraño, porque era el que debía dar un discurso antes de hacer la entrega de premios.
—No me extrañaría. Insistía en que retirase el artículo del periódico —objetó.
—¿Ellos están ahí? —La pregunta de Nolan la hizo extrañar más de lo normal.
—Si. Uno de ellos dará un pequeño discurso cuando hable el reportero de guerra.
Varias palabrotas de un Nolan que solía ser más santo que el agua, hizo extrañar a la joven, que buscó con la mirada a un Klaus que sabía esconderse y proteger a su clienta.
—Debes irte de ahí. No creo que pasen cosas buenas en esa gala para ti, Ágata... —susurró con un tono que preocupó a la joven rubia.
—Nolan, debo estar aquí —contestó.
Ambos habían tenido una charla sobre aquella gala, de si era buena idea o no asistir, después de todo el odio que estaba recibiendo la joven. Había ganado la señorita Conte, pero Nolan no estaba muy seguro de si debía seguir ahí.
—Lo sé. Pero, ¿y si te pasa algo?
—Tampoco puedo vivir con miedo —respondió, siendo clara.
—Al menos está Klaus contigo. Ten cuidado, ¿vale? Lo del ascensor era un intento fallido de asesinato.
—No te preocupes tanto por mí, eres mi abogado —contestó.
Y la voz de Nolan no se hizo tardar tanto.
—Y tu amigo de toda la vida. Antes que todo, soy tu amigo —habló—. Por favor, ten cuidado. El pétalo es otro aviso y la policía está al tanto de todo.
Varios segundos dejó pasar Ágata, respirando con dificultad e intentando mantener la calma ante todo lo que le estaba diciendo Nolan.
—Lo tendré, Nolan. Muchas gracias.
Colgó la llamada, con el miedo en el cuerpo e intentó buscar a Klaus con la mirada, cuando de pronto, la mano de alguien se posó sobre el hombro desnudo de ella y se levantó rápidamente de la silla, asustando a la otra persona.
Gabin la miró extrañado por su comportamiento, pero luego sonrió y se acercó a ella, besándola eufóricamente delante de todos, haciendo que los fotógrafos les sacaran fotos a los prometidos.
De lejos, Klaus pudo observar todo aquello, apretando los dientes y soportando aquella imagen de una chica que no podía tocar. Pero, a pesar de los celos que estaba sintiendo, trató de calmarse y seguir con su labor.
—Siento la tardanza —dijo Gabin, acariciando la barbilla de su prometida.
Ágata, que se había olvidado completamente de él nada más empezar la tarde, negó con la cabeza.
—No te preocupes.
Observó a 2 hombres que estaban detrás de su prometido, observándola y la joven elevó la ceja.
—Quiero presentarte a Jerome y Pierre. Son compañeros de trabajo. —Colocó su mano en la parte baja de su espalda, haciendo que pareciera nada al lado del roce que Klaus había tocado previamente. —Esta hermosa mujer de aquí es mi futura esposa.
Ambos la miraron babosos, en el cual la sonrisa de Gabin al tratar a su novia como un trofeo se podía ver de lejos, haciendo que Klaus se percatara de todo ello. Viendo lo mal que trataba a su novia y como Ágata se sentía incómoda porque la mirasen como una muñeca y recordó lo que le dijo en el restaurante, hacía una semana. Y negó con la cabeza, cabreado de ver como la estaba tratando frente a otros hombres con el mismo problema que Gabin.
La estaban tratando como un objeto y empezó a entender porque Gabin la trataba tan bien frente a amigos y tan mal dentro de casa.
Tras un rato de charla, los 3 hombres siguieron con su discusión, dejando sola nuevamente a Ágata, la cual parecía aliviada después de como la miraban aquellos hombres.
En cuanto Klaus tuvo un hueco, se acercó a ella, la tomó del antebrazo para luego decir;
—Señorita Conte, debemos hablar sobre un tema de la gala. —Ágata asintió ante la voz tan profunda de su guardaespaldas y con aquella mano en su piel, haciendo que se le pusiera la piel de gallina. —Sígame.
Ella, extrañada, lo siguió, pero más bien estaba siendo arrastrada por las grandes zancadas que daba su escolta, pasando por toda la terraza hasta llegar dentro del piso, donde algunas personas charlaban animadamente y varios camareros caminaban de un lado al otro.
Klaus buscó un lugar privado, adentrándose en el gran salón y luego divisó uno de los cuartos vacíos de los muchos que tendría aquel lugar. Vigiló que nadie los miraba, abrió la puerta y entraron juntos.
Ágata extrañada, observó a Klaus cerrar la puerta y, cuando fue a decirle algo, este la volvió a tomar del antebrazo y la empotró en la puerta cerrada.
Están solos, en aquel cuarto vacío con una cama a un lado. Ágata primero observó los ojos llenos de hambre de su protector, luego miró la cama nerviosa y volvió a mirar al alemán.
Y a escasos centímetros de la boca de Ágata, él dijo;
—No mereces que te traten como un trofeo y Gabin te trata como uno cuando estás frente a sus amigos y a sus clientes —inició, alterado por lo que estaba viendo desde hacía varios minutos, siendo una mezcla de como la estaban tratando los demás. —Te trata como una mierda y tu mereces que te traten como una mujer, porque eres más poderosa que la reina del ajedrez.
Ágata apretó la mandíbula, pero a la vez no sabía donde mirar. ¿Tenía razón? Si lo tenía y ella no se había dado de cuenta de todas esas cosas. Ágata estaba acostumbrada a ese trato. Muchas personas en su vida la habían tratado así y la seguían tratando de esa manera y Klaus empezó a ver que para ella se había echo una costumbre.
Pero la joven no podía seguir viviendo de aquella manera. Estaba mal y era tóxico, pero a la vez necesitaba un empuje de alguien que la ayudase a salir de esa situación. Porque a veces, uno mismo, no lo veía. Y por mucho que a ella se lo dijeran o ella misma lo viera, seguiría sin abrir los ojos por completo.
Y cabreada, ella dijo;
—No es de tu incumbencia —susurró, exasperada porque en el fondo sabía que era cierto.
Lo sabía muy bien, pero a la vez no sabía salir de aquello. Era complicado y si alguien no había vivido una situación similar, era difícil que la comprendiera.
Klaus no iba a darse por vencido.
—¿Desde cuando te trata así? ¿Desde el principio de vuestra relación?
Ella apretó la mandíbula sin saber que decir. Habían pasado tantos años que ni siquiera vio cuando Gabin empezó a cambiar, a ser menos romántico, a empezar a dejarla de lado. Estaba tan acostumbrada a que la gente la tratara mal, que cuando alguien la trataba bien no sabía como reaccionar.
Como en ese momento con su escolta frente a ella.
Klaus negó varias veces y dijo lo último que tenía que decirle;
—Si tu fueras mi novia...
No acabó la frase en cuanto se percató de lo que había dicho en voz alta, lo que su mente decía en secreto.
Ágata elevó una ceja a la vez que miraba los labios de ese alemán, los cuales empezaba a fantasear con ellos desde hacía varios días.
Y nerviosa, a la vez que excitada, indagó;
—Si yo fuera tu novia, ¿qué? —deseó saber.
Él no respondió, ni ahora, ni en los minutos siguientes a aquellas miradas que quemaban.
Ambos se leían la mente y ambos deseaban pasar al siguiente nivel, pero había reglas en la sociedad, había reglas no escritas que podrían infringir y que ahora mismo, ya estaban infringiendo.
Klaus, olvidándose de todo y en aquel cuarto oscuro con las luces de fondo, colocó una de sus manos en la cadera de ella, rozando la espalda desnuda de la joven y bajando muy lentamente hasta llegar a una de sus nalgas. Colocó la otra mano libre en el cuello de ella, pasando yema a yema la piel suave de ella y no dejar nada libre.
Ágata en cambio, tragó saliva mientras entreabría los labios, deseando besarlo, como Klaus deseaba besarla.
Estaba mal, muy mal... Pero sabría bien, demasiado bien.
Estaban portándose mal frente a las reglas no escritas, pero lo más probable es que se lo pasarían más que bien entre ellos.
Ágata no se movía porque el cuerpo de Klaus no la dejaba hacer ni un solo movimiento y su guardaespaldas se acercó más y más peligrosamente a ella, consiguiendo que sus labios se rozaran fugazmente, dejando con ganas a ambas partes, pero no se terminaron de besar. Solo se estaban probando y provocándose mutuamente.
A lo que ella murmuró provocadora;
—Cuidado, Niko. Si te acercas mucho al fuego, te terminarás quemando.
Y por primera vez, Ágata pudo ver la mirada grosera y la sonrisa provocadora del alemán que la hizo estallar en llamas a sí misma.
—¿Y que si me quemo? —preguntó con aquella voz grave. —Si tu eres el fuego, merecerá la pena quemarme.
La música de fondo de Pedro Samp titulada «Straweberry Champagne» sonaba de fondo.
Klaus tocó a Ágata con aquellos dedos largos y eso hizo llamar al timbre a la lujuria, despertar a la bestia que había escondida dentro de Ágata.
La mano de ella bajó por el pecho de él sobre la ropa, empezando a bajar hasta los pantalones de él, metiendo su mano sin pudor alguno dentro de aquella prenda, consiguiendo sacar un rostro de pasión a su escolta. Y ella sonrió al sentirlo y tocarlo a su gusto.
Pero Klaus no iba a quedarse atrás y los labios de él fueron rectos al cuello de ella, pasando la lengua con lentitud, tórridamente y siendo un punto delicado para la joven que exhaló.
Ambos estaban en aquel lugar prohibido, tocándose en zonas ilícitas y haciendo lo más privado que podían hacer.
Klaus agarró la mano de Ágata, sacándola de su pantalón mientras seguía chupándole el cuello, saboreándola como más deseaba hacer desde hacía mucho tiempo. Colocó las 2 manos de ella tras la puerta y pegó todo su cuerpo al de la joven, sintiendo Ágata por su estómago la dureza de él.
Estaban perdidos en lo prohibido y cuando Klaus levantó su mirada, separándose un poco de ella para poder besarla, en ese momento, en los labios, una mirada llena de fuego cruzó sus miradas.
Y cuando ambos exhalaron mutuamente para iniciar ese beso prohibido, la puerta sonó haciendo alarmar a ambos amantes.
—¿Ágata? ¿Estás ahí? —preguntó la voz de Gabin, haciendo enfadar a Klaus, el cual no se separó del cuerpo de ella en ningún momento, esperando que ella no le contestara. —Tu antiguo jefe te está buscando, amor.
Ágata miró a Klaus, con los ojos tórridos de la excitación, pero la realidad la golpeó y de que manera. Se había percatado que es lo que estaba haciendo con Klaus, con su escolta. Trabajaban juntos y ella estaba prometida y Klaus, mal, la miró mientras su corazón parecía que se le iba a salir del pecho.
Y ella susurró;
—Ya salgo...
Estuvieron a punto de besarse y Ágata dejó que él la tocase a su antojo para que luego, su prometido, terminase el momento fuera del cuarto.
Ambos se miraron y ella pudo ver como Klaus cambió su cara a una de enfado, separándose completamente de ella, dándole la espalda y caminando hasta la ventana donde podían ver todas las vistas de París.
La joven se achicó, sintiéndose vulnerable, dolida e idiota por lo que acababa de hacer. Se dejó llevar y casi fueron a mayores si se hubiesen besado, pero no pasó y lo peor es que no sabía cuando podría pasar. Debía intentar no acercarse tanto a Klaus, pero ella sabía que no iba a cumplirlo. Que lo prohibido llamaba más que cualquier cosa.
Y para ella, Klaus era prohibido y esa noche casi probó aquella manzana prohibida.
Klaus, en cambio, apretó la mandíbula mientras estaba enfadado con Ágata. No entendía porqué, ya que no eran nada, pero era inevitable sentirse así de cabreado.
Escuchó como la joven abría la puerta con timidez para luego marcharse. Lo que no supo, es que ella le dedicó una última mirada triste cuando él ni siquiera se giró para mirarla.
Aguantó unos minutos, apretando los puños, deseando controlar sus emociones y no sacarlas al exterior. Necesitaba desahogarse con aquel saco de boxeo. Pero posiblemente no le serviría de nada, ya que no pararía de pensar en los brazos de ella y en como lo tocó. Por no hablar de lo deseoso que estaba por probar sus labios clandestinos.
Klaus negó con la cabeza, tranquilizándose, consiguiendo que todo estuviese en orden y luego se giró para proteger a esa mujer con la que tuvo un momento tórrido hacía unos minutos y que no cambiaría por nada.
Klaus caminó hasta encontrar a Ágata, la cual ya estaba sola nuevamente con Gabin hablando con sus amigos. Él se acercó hacia ella y Gabin se despidió de Ágata con un casto beso en los labios.
—No me esperes despierta esta noche. Voy a salir con ellos —dijo él en voz baja y ella asintió, todavía con la piel de gallina por el toque de Klaus.
Ni siquiera se había fijado en su prometido y ya le daba igual estar sola en esa gala.
Ágata notó la presencia de Klaus detrás de ella, pero no lo miró por timidez.
La joven carraspeó y se acercó a su jefe, lo cual hizo que Klaus la siguiera por temor a que le volviera a pasar lo de la otra vez en el ascensor.
—Jean, ¿no le quedó claro lo del otro día? —dijo la misma Ágata de siempre, todavía algo afectada por lo que había tenido con Klaus.
—Creo que deberíamos hablar. Nos equivocamos y no queremos perderla del periódico —contestó con aquella mirada tan sutil de siempre.
Ella negó, porque se negaba a volver donde no era bien recibida.
—No quiero estar con ustedes.
Jean observó al hombre que estaba detrás de ella y elevó la ceja, con disgusto.
—¿Nuevamente su guardaespaldas detrás de usted? —cuestionó.
Y Ágata iba a defender a su guardaespaldas, lejos de lo que había pasado. Siempre lo defendería.
—Si, ¿algún problema?
Él negó, aunque no estaba para nada conforme.
Ambos comenzaron a hablar sobre el trabajo, que ellos querían que ella volviera, pero que Ágata no iba a volver por mucho que se lo pidieran y Klaus deseó acabar el acoso que le estaban haciendo contra ella. Más de alguna vez quiso intervenir para dejar varias cosas claras, pero Ágata sabía defenderse por si sola y era mejor que el don de la palabra la tuviese ella.
La conversación duró un buen rato hasta que el sonido de un disparo hizo saltar las alarmas.
Klaus preparó su arma, intentando acercarse a la joven, cuando frente a Ágata apareció alguien apuntándola con la pistola. Toda la vida de ella pasó volando frente a sus ojos, observando el arma y como estaban a punto de matarla delante de todos. Pero Klaus se tiró sobre ella, consiguiendo que la bala no le diera a ninguno e hiciera romper una botella de cristal que había en una de las mesas.
Klaus la protegió con su cuerpo en el suelo, preocupado por Ágata, mientras que Wanda y Enzo atrapaban al hombre, el cual empezó a correr al fallar el tiro.
—¡Ágata! —gritó, retirándole el pelo rubio que había caído sobre su hermoso rostro y la joven, en shock, observaba todo el lugar aturdida. —¡¿Estás bien?! ¡Háblame! —gritaba el alemán.
La movió, poniendo su cuerpo frente a sus ojos para buscar heridas de bala, pero estaba limpia y la tranquilidad en él se hizo presente en su mirada. Pero ella no hablaba, no podía, parecía que había visto la muerte frente a ella y vaya si la había visto.
Él la acarició suavemente en la mejilla para que ella reaccionara en el suelo, angustiado cuando por el pinganilla, Black le dijo;
—¡Klaus! ¡Saca a Ágata de aquí! ¡Ya!
Klaus, sin esperar ni un solo segundo, se levantó y al tomarla, se percató que toda la pierna derecha de ella y parte del brazo del mismo lado, estaba llena de rasguños, empezando a sangrar por lo violento de la caída al tirarla al suelo.
La tomó en brazos con rapidez y se la llevó de allí mirando hacia todos lados. Ágata, en cambio, se abrazó a él, colocando sus brazos sobre el cuello y escondiendo su cabeza en el hueco del cuello de su escolta.
Ella quería llorar, quería explotar, pero no lo hizo. Lo aguantó.
Llegaron rápido a la calle, abriendo el coche por el asiento trasero y sentándola. Le puso el cinturón, ya que ella parecía no reaccionar todavía y, mirando hacia todos lados, volvió a acercarse a Ágata y la tomó del rostro, esperando ver algo en su mirada. Pero no parecía ella y el rostro de ansiedad de él se hacía cada vez más presente.
Estaba asustada, en shock por lo vivido y mirando hacia el asiento que tenía en frente, mientras que Klaus veía que le había echo daño al tirarla al suelo.
Negó con la cabeza mientras escuchaba por el pinganillo que habían atrapado al hombre que intentó matar a Ágata.
Se subió al coche y arrancó el motor para ir a toda velocidad por la carretera. Siempre era prudente a la hora de conducir, pero ese día Ágata corría un grave peligro. En menos de 10 minutos llegaron al edificio.
La volvió a tomar en brazos una vez aparcó y subió al ascensor con la mirada del recepcionista sin comprender nada y llenando de preguntas a Klaus, que lo ignoró olímpicamente.
Llegaron al cuarto de la joven y, tras sentarla en la cama para luego irse a tomar el botiquín de primeros auxilios y curarle las heridas, ella habló;
—No... No te vayas... —dijo en un hilo de voz.
Él acarició el rostro de la joven con dulzura y aclaró;
—Solo voy a buscar el botiquín. Vuelvo en seguida. —Pero parecía que le costaba una vida alejarse de ella, por lo que continuó—. A mi lado no te va a pasar nada —prometió.
Bajó en menos de 3 segundos y tomó lo que necesitaba para curarla. Y al llegar al cuarto en la planta de arriba, la vio peor que cuando la dejó.
Asustada y triste.
Se arrodilló frente a ella, tomando la pierna de la joven, quitándole el zapato y empezando a limpiarle la herida. Luego siguió por el brazo hasta que acabó. Y con un rostro dulce, a la vez que preocupado por esa joven, dijo;
—Dime.
Los ojos marrones y algo rojos de Ágata, sin poder sacar ni una lágrima, lo miró.
—¿Qué te digo?
Él tragó saliva mientras acariciaba el rostro de ella con suavidad y así contestarle;
—Sé que estás mal... Solo quiero que me digas como te sientes.
Y ella fue sincera.
—Asustada.
Klaus negó repetidas veces, para acercar su rostro al de ella mientras, con dulzura, la tranquilizaba.
—Mientras esté yo a tu lado, no tienes que sentirte así.
La sonrisa de ella se hizo presente, pero no era real, no lo era por lo que acababa de pasar. Y es que parecía que no se recuperaría tan rápidamente como la escena del ascensor. Pero para eso él estaba allí con ella.
—Gracias, Klaus.
Él se quedó en el cuarto mientras ella se daba una ducha rápida, se cambiaba con su diminuto pijama y luego salía del cuarto de baño para meterse en la cama. Y Klaus la arropó, aunque no fuera necesario, lo hizo y la cuidó ahí mientras esperaba que pudiera pasar una noche algo tranquila... Aunque sabía que eso no iba a ser posible.
Ambos se veían tensos, sintiendo cosas mutuamente y cuando la vio más relajada, se levantó para irse, pero ella lo frenó rápidamente.
—Klaus, perdóname por lo de antes. —Se disculpó por empezar algo y luego ser una idiota.
Realmente ella se sentía mal por aquello y su mirada era una mezcla de emociones.
Y él negó con la cabeza.
—No me tienes que pedir disculpas por lo que realmente sientes. Deberías pedirte disculpas a ti misma por perder el tiempo con alguien que no te ama.
Se acercó a ella y posó sus labios en la mejilla de ella para darle un beso de buenas noches, aunque estuviese en contra de las reglas y luego, tras sonreírle, se marchó. Pero esa noche él no dormiría hasta descubrir quien era el que había echo todo aquello. Como se había saltado la seguridad y había metido un arma sin ser policía o guardaespaldas.
Necesitaba respuestas y quería vigilar que la señorita Conte descansara esa noche, esperando que no tuviera alguna pesadilla por ello.
Intranquilo, bajó al piso de abajo y se sentó en el sofá, nervioso por lo que empezaba a sentir por esa mujer y negó con la cabeza, dudando si podía realmente seguir con ese trabajo o no.
Boicot: consiste en negarse a comprar, vender, o practicar alguna otra forma de relación comercial o de otro tipo con un individuo o una empresa considerados, por los participantes, en el boicot, como autores de algo moralmente reprobable.
***
¿Que tal están?
¿Que piensan de la tensión que tienen Ágata y Klaus?
¿Quien creen que será el que intento matar a Ágata?
¿Ya quieren que se besen?
Espero que les haya gustado y que lo sigan disfrutando.
Nos leemos, prohibidas.
Patri García
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