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D I E C I S I E T E | C O N F E S I O N E S 👠

«Sabía a donde teníamos que ir y no me importaba abrirme emocionalmente ante ella para protegerla»

Klaus

Tan solo habían pasado unas horas desde la mala experiencia que había vivido Ágata con Blake. Klaus y ella se encontraban en el tren de camino a algún lugar lejano, lejos de París. El único que sabía a donde irían era el escolta personal de la joven y, en el fondo, se encontraba nervioso por ello.

Observó a la joven y, con una mirada llena de preocupación, miró los ojos de ella, los cuales estaban distraídos mirando las vistas en la ventana.

Se encontraban frente a frente, sin que nadie los molestara alrededor ya que, en ese vagón, no habían demasiados pasajeros. Y, lleno de preocupación, siguió mirando a la joven sin importarle que ella lo descubriese. Estaba preocupado porque, en ningún momento del viaje, ella le había dicho nada. Era extraño viniendo de Ágata, ya que siempre le gustaba decir algunas palabras para mostrar su presencia, pero que, en ese instante, no fue así.

Miró la americana negra que él le había dado a ella para que se tapase y luego vio como parte del maquillaje de ella se había corrido por su bello rostro.

No le gustó verla así, tan asustada, aunque ahora estaba algo más calmada que antes. Pero la escena que había presenciado había sido muy dura para ella y no podía imaginárselo tan siquiera Klaus.

Se echó toda la culpa a si mismo por ello, por no estar o por no dejar a cargo de ella a Black. Al menos su mentor la hubiese protegido de las garras del cabrón de Blake. Pero ninguno de los 2 lo hizo y dejaron sola a la joven con alguien que jamás se imaginaban que podría llegar a ser un abusador.

Había llegado en el momento justo y se arrepintió de no haber llegado mucho antes para evitar ese trauma que le quedaría de por vida a la joven que tenía frente a él. Cuando oyó sus gritos de terror, unos gritos que jamás había escuchado en su vida y el llanto de ella. Todavía podía ver en su rostro ese miedo y se sintió un maldito idiota por no haberlo pensado mejor en quien dejar la seguridad de ella.

—Te voy a hacer la pregunta más estúpida que existe, pero... ¿estás mejor?

Los ojos de Ágata lo miraron por primera vez en todo ese trayecto y ahí vio los hinchados que los tenía. Su corazón se estrujó al verla en ese estado y se pegó mentalmente por hacerle esa pregunta.

Ella asintió.

—Si... No me esperaba que fuera uno de tu equipo... —Volvió a esquivar su mirada en los ojos de él.

Esa respuesta supo que era la mayor verdad que podía escuchar en su vida. Nadie se lo esperaba, ni él mismo. Sospechaba de todos los que vivían con ella, exceptuando los suyos propios y resultó ser el guardaespaldas que se quedaba vigilando las cámaras para que nadie entrara en el edificio cuando Ágata y los otros escoltas no estaban.

—Lo siento —susurró, acercándose a ella mientras que la joven seguía mirando la noche desde la ventana—. Debí elegir mejor a mi equipo. —Fue sincero lo que dijo y Ágata lo miró al notar el tono de culpa que se hallaba en el fondo de la voz de Klaus.

—Le Goff seguro que le ofreció dinero y él aprovechó. No me tienes que pedir perdón, porque gracias a ti no llegó a más —contestó con una mirada dura, no queriendo verlo de esa forma en la que Klaus se encontraba.

Él negó.

—Pero el daño que te ha dejado... —Dejó sin acabar la frase para acercarse a las manos de ella y tomarlas con las suyas propias, notando lo frías que las tenía Ágata e intentando calentarlas con las suyas—. Me está costando controlarme para no volver atrás y terminar lo que empecé.

Tocó sus manos con cariño, sin mirarla a los ojos en ese instante. Quería hacer algo más por ella, mucho más, poder volver atrás en el tiempo y hacer lo imposible para que ella no viviese esa escena... Pero la vida no funcionaba así. Así que lo mejor que podía hacer era darle todo su apoyo y su calor, escucharla y darle espacio. Todo lo que ella necesitase.

Ágata, en cambio, arrugó su frente viendo el odio en la mirada de él, notando el deseo de volver atrás y acabar lo que había empezado con Blake, pero esa no era la solución. Jamás la sería y solo serviría para más culpa en el interior de su escolta.

—No eres un asesino, Klaus.

Ella movió una de sus manos y la colocó sobre las de él, acariciándolo mientras miraban esa parte de su cuerpo.

Se quedaron callados por unos minutos, mirándose mutuamente, calentando sus manos y acariciándose de una forma romántica.

—Debí estar ahí o, al menos, que Black te cuidara... —susurró. —Black está tan mal como yo. Para él, tu eres como una hija, lejos de que tenga una lengua que le haga falta varios lavados con lejía —recordó y eso hizo reír a la joven.

—Black siempre me alegra los días —respondió sincera, con una sonrisa en el rostro de las ocurrencias de Black, aunque era muy directo, tenía siempre la razón.

—No volverá a pasar. Te doy mi palabra —prometió con la voz firme y Ágata le creyó.

El móvil de él sonó y Klaus contestó sin más demora. Era Black;

—Black, ¿lo has hecho? —cuestionó.

El hombre que estaba tras el teléfono preguntó;

—¿El que? ¿Seguir con la paliza o llevarlo a la cárcel?

—Ambas.

Black apretó la mandíbula, enfadado consigo mismo y respondió;

—Después de pisarle los huevos y hacerle alguna cosa más, lo llevé al calabozo. Mañana lo llevarán a la cárcel. Tengo contactos para que no salga durante mucho tiempo. —Se quedó callado, para sorpresa de Klaus que lo conocía a la perfección y podía ver lo afectado que él estaba—. Aun no ha querido hablar, pero conseguiré que lo haga.

Klaus miró a Ágata, que seguía acariciando una de sus manos y él se la apretó con dulzura.

—¿Estás bien? —le preguntó Klaus a Black.

—Le di una oportunidad a Blake... Y así lo paga...—Se arrepintió por ello y luego dejó de hablar de aquel hombre—. ¿Cómo está ella?

Klaus no abandonó los ojos de la joven mujer que estaba frente a él.

—Asustada.

Ágata apretó la mandíbula.

—Pásamela, por favor.

El escolta se sorprendió escuchar a Black, el hombre más maleducado que existía en ese planeta, le pidiera por favor algo. Significaba que realmente lo estaba pasando tan mal como Klaus. Y, ¿quien era él para negarle tal cosa? Klaus quería mucho a Black, aunque tuviese la lengua demasiado larga a veces para hablar con clientes.

El hombre le entregó su teléfono a la joven y esta lo tomó con la mano un poco temblorosa.

Klaus se percató de ello y apretó la mandíbula al ver que seguía asustada.

—Black —saludó ella con una pequeña sonrisa.

—Ágata, perdóname por no cuidarte como era debido y haber metido en tu casa a un maldito cabrón —contestó con la voz pastosa.

La joven miró el paisaje de la noche frente a la ventana en Francia y se imaginó como estaría Black. Podía escuchar varias personas de fondo, como si estuviese en una comisaria y se imaginó porqué. Había llevado a Blake al calabozo y esperaba que no saliera por mucho tiempo.

Sus ojos marrones volvieron hacia los azules serios de Klaus, que seguía mirándola sin perder ni un solo segundo en mirar otro lado.

—Black, tu no tienes la culpa.

La risa amarga del chófer podía notarse, lejos del humor tan único del mayor y Ágata sabía que estaría igual que Klaus, que llevaba durante todo el viaje con una mirada llena de angustia por no haber hecho algo antes. Y ella no los culpaba, no tenían la culpa de nada, el único culpable era Blake y era él quien tenía que pagar por algo que había intentado hacer. No solo quería violarla, sino también asesinarla. Y a saber a la de mujeres que las había hecho sufrir Blake, a espalda de todos.

—Si tu lo dices... —contestó con una voz brusca para sí mismo—. Dime, ¿cómo estás?

Ella colocó la mano sobre la mesa y Klaus la tomó de nuevo, centrándose en tocar cada dedo de su pequeña mano.

—Como te dijo Klaus... Asustada —susurró y siguió. —Pudo ser peor.

Black suspiró.

—No volverás a verlo jamás, te lo prometo. Y mis promesas siempre las cumplo —respondió y había sinceridad en él—. Aunque tu escolta guaperas todavía me debe una promesa.

Ágata elevó la ceja y miró a Klaus, que no escuchaba la conversación.

—¿A sí?

—Créeme, no hay nadie que te proteja mejor que Klaus —susurró, sin decirle que promesa era, pero entre Klaus y Black sabían muy bien—. Con él vas a estar a salvo.

No hacía falta que Black se lo dijera, ya Ágata lo sabía y se sentía segura a su lado.

—Lo sé, Black. Y no te preocupes por algo que no tienes la culpa.

Se despidieron y colgó, entregándole así el móvil a su escolta.

Tras un rato callados, ella preguntó;

—¿A dónde vamos?

La pequeña sonrisa del escolta enamoró a Ágata.

—Me recuerdas a los niños cuando van en viaje —bromeó.

Ella elevó la ceja y colocó sus manos sobre la mesa.

—Me interesa saber donde voy a tener que compartir mi estancia con mi escolta.

Klaus sabía que no podía ocultárselo mucho tiempo más. Deseaba decirle a donde irían, al menos, por unos días para escapar de cualquier peligro inminente en el que ella se encontrase. Y, lejos de eso que quería protegerla, también quería mostrarle a ella quien era, su pasado... Todo. Quería mostrárselo y que ella lo conociera más que nadie en esa vida.

Él se vio preparado para eso.

—Vamos al lugar donde viví mi infancia y parte de mi adolescencia.

Ella se quedó callada.

Siguió mirando a Klaus, asombrada por ello y comenzó a sudarle las manos, porque eso significaba que ella conocería muchas cosas de él, cosas que ni se imaginaba.

Y es que Klaus jamás se había abierto a alguien, pero si lo hacía, era con todo. Y era su primera vez, por así decirlo. Sería su primera vez diciéndole a alguien su pasado.

—Pero antes, haremos una parada en una tienda de ropa. Creo que será mejor pasar desapercibido y no que todos sepan que soy tu guardaespaldas y tu la chica más rica de Francia —comentó, elevando la ceja y mirándola a los ojos de una manera chulesca que a Ágata le fascinó.

🥀

—Me encanta este vestido.

Tras horas de viaje en tren, ya ambos se encontraban mirando ropa en una tienda de Cancale, una comuna francesa cerca de la costa.

Era muy temprano por la mañana y la joven se había enamorado de un vestido demasiado escotado y que dejaba muchas cosas a la imaginación. Klaus le fascinaría vérselo en cualquier momento, pero ahí, en ese lugar, quería que ella pasara desapercibida, no que todos girasen el cuello para mirarla. Ya llamaba la atención sin necesidad de esos vestidos tan elegantes que ella se ponía.

Klaus se apoyó en una pared y negó con la cabeza.

—Ágata, es muy provocador y solo vamos a estar 2 días fuera.

La joven miró a su guardaespaldas y se colocó el vestido por encima de su cuerpo, para que él se hiciera una idea de como sería.

Y si, era muy provocador.

—¿Qué pasa? Ni que fuera la primera vez que me pongo algo provocador —contestó sin mirar a Klaus, el cual no dejaba de mirarla al dulce rostro de ella.

Estaba nervioso por mostrarle toda su anterior vida y su pasado a Ágata, realmente quería hacerlo. Y así la protegería de cualquier peligro, hasta que pasara unos días.

—Pero allá a donde vamos, digamos que son personas a la antigua —murmuró, elevando la ceja al recordar a sus tíos.

Porque iba a ir allí, a esa casa que habló Klaus a Ágata hacía unos meses.

Ella asintió, pero mirándolo con amenaza por fastidiarle un fabuloso vestido que podría ponerse en otra ocasión.

Klaus sonrió al encontrar ropa adecuada para ella, que pasara desapercibida y tomó ambas prendas.

—¿Por qué no te pones esto?

Se lo dio en mano y Ágata, viendo el mal gusto en moda que tenía Klaus, negó con la cabeza, pero al mirarle a los ojos, supo que, por una vez, tenía que hacerle caso. Todo por su seguridad y la de él también.

—Vale.

Tomó ambas prendas con mala gana y se fue al probador, dejando a Klaus mirando el culo de la joven sin querer, de tal manera que, cuando se percató, sacudió su cabeza y tomó 2 prendas para ponerse.

Ya, cada uno en un probador, pegado al otro, comenzaron a hablar mutuamente, con tranquilidad de que nadie los molestase en esa pequeña tienda.

—Me dijiste que en tu adolescencia vivías con tus tíos. ¿Me llevarás allí?

Klaus sonrió mientras se bajaba los pantalones para ponerse los otros.

—¿Por qué tantas preguntas? —cuestionó.

La joven se quitó aquel vestido que tenía algo roto tras el agarre de el cabrón de Blake y lo tiró a un lado para no tener que verlo más. Tomó el pantalón vaquero apretado por arriba y algo suelto por abajo y sonrió un poco, porque, lejos de todo, Klaus no tenía tan mal gusto.

—Me gusta tenerlo todo bajo control —confesó.

Y para su escolta no era ninguna novedad.

—Pues, permíteme que te diga que todo, todo no se puede tener bajo control —contestó, quitándose la camisa blanca y poniéndose el jersey que había tomado antes de color azul.

Con tono de humor, Ágata dijo;

—Me estás cayendo mal, Niko.

Klaus, feliz de que volviese con su humor de siempre, se prometió que haría cualquier cosa para que no le pasara nada más a ella. Cualquier cosa por tenerla a salvo.

—Si, ya veo lo mal que te estaba cayendo en la noche de la fábrica —respondió, recordando aquella noche como una de las mejores.

Ambos salieron acordes del probador y se miraron, con la ceja levantada de Ágata, algo provocadora por su mirada.

Si, vaya si lo recordaban aquella noche.

—Sin bragas, con las piernas abiertas y tu frotándome tu aparato con gusto, como para que me cayeras mal ese día.

Le guiñó un ojo y se marchó del probador para pagar la ropa, haciendo tragar saliva con nerviosismo a Klaus. Pero ella no llevaba nada encima, por lo que esa vez sería Klaus quien pagase, gustándole bien poco a Ágata.

Él recordó las veces que Ágata le pagaba algo en contra de él, y ahora era Klaus quien lo haría, ya que Ágata había dejado su cartera en su piso de París. Le divirtió ver la cara de niña enfadada que ella puso y deseó tener una cámara instantánea para poder imprimir ese rostro.

Ambos tiraron sus anteriores ropas en la basura más cercana y se quedaron de pie en la calle, con sus nuevas ropas. Ágata miró a Klaus que, por primera vez, podía verle con ropa de calle y vaya si le quedaba bien... Le quedaba como un guante en su cuerpo fabuloso, con esos pantalones negros ajustados y ese jersey azul que llevaba.

Y él descubrió que, cualquier cosa que ella se pusiera, le quedaría como un guante. Con un jersey amarillo chillón que tenía Ágata, podía decirse que parecía que iban acordes con sus vestimentas.

—¿Hay que pedir un taxi? —preguntó ella, buscando un trasporte.

Él negó.

—No. Es aquí cerca.

Colocó su mano en la espalda baja de la joven y la guio por el lugar tan hermoso que se encontraban, con ese olor a mar que tanto adoraba Ágata y deseó irse a vivir en un lugar parecido a ese, pero lejos de Francia.

Klaus observó a la joven con disimulo, más tranquilo de verla diferente a la noche anterior tras el suceso. Aunque ese miedo no se le quitaría y sabía que en el fondo estaría muerta de miedo, ya sus ojos le transmitían algo más direfente.

—Nunca había estado en Cancale. Es precioso.

—En eso te doy la razón. —Sonrió el hombre y ambos caminaron juntos hacia la casa de sus tíos.

La joven, durante ese corto viaje en caminata, no dejó de mirar curiosa todos los lugares que veía. Tiendas, restaurantes, casas y la playa. Era hermoso ese lugar y todo lleno de personas que ni se percataban de ellos, no como en París que Ágata era el centro de atención de los periodistas. Era distinto porque ahí, la joven, tenía intimidad y por primera vez en muchos años la volvió a tener.

Jamás pensó que echaría tanto de menos esa ansiada intimidad, esa forma anónima de vivir.

Klaus paró frente a una casa de 2 plantas, donde abajo había un pequeño restaurante familiar que estaba cerrado por reformas. Ella se quedó enamorada de ese sitio, viendo lo hogareño que era y lo precioso que debía ser por dentro. Klaus la miró.

—Esta es la casa de mis tíos, donde viví con ellos parte de mi vida. —Entonces, trató de buscar las palabras correctas para lo que le tenía que decir a la joven. Nervioso, él se colocó delante de ella y Ágata lo miró extrañada—. Y quiero advertirte que le prometí a mi tía, que, si iba con una chica a casa, o tenía que estar prometido con ella o casado con esa chica.

La joven elevó la ceja, extrañada por ello.

—Ah... Pues tu y yo no estamos casados, por si te has perdido ese detallito... —ironizó.

Aquel comentario le hizo reír.

—Pero podemos fingir.

Aquello hizo llenarla de curiosidad, de preguntarse como sería su vida casada con Klaus. Nunca se habían acostado, pero por las muestras que había tenido en las 2 ocasiones, no tendría apetito sexual. Lo miró por unos segundos a los ojos, descubriendo que realmente le gustaría saber como sería una vida así con él, alejando el sexo y sabiendo como sería compartir tu vida con alguien que realmente se preocupaba por ti, que te sonreía y se sentaban a hablar cuando había algún problema. No había nada tóxico cuando estaba a su lado y eso, ese ambiente limpio, le encantaba a ella.

¿Quizás se estaba enamorando de él y quería negarlo? Si... Ágata ya sabía sus sentimientos desde hacía poco sobre Klaus, pero tenía miedo, miedo a prometerle algo y que ella no pudiera cumplirlo por el peligro que tenía. Sabía que él no merecía una vida llena de sufrimiento, que ya había perdido a su madre y no quería hacerle sufrir más si ella faltase algún día.

Estaba teniendo un momento muy complicado y, aunque atrapasen a Le Goff, el peligro seguiría en su vida, en su día a día... Y nadie podría salvarla de esa muerte casi segura que le esperaba. A veces quería rendirse, pero tenía esa esperanza de que todo saliera bien y que las cosas serían diferentes, que ella viviría la vida que deseaba lejos de todo peligro y con alguien que realmente la amara.

Miró a Klaus con el corazón latiendo a mil por hora y tragó saliva, pero tuvo que fingir que nada le pasaba con él y comentó divertida;

—Niko fingiendo... Me resulta interesante verlo con mis propios ojos.

Había humor en su voz, pero en el fondo no quería que él fingiera que la quería. ¿Acaso era una egoísta? ¿O era una idiota por no ser clara con Klaus y decirle lo que sentía?

Ella miró sus dedos, viendo alguno de sus anillos y sonrió, sacándose uno que tenía en el dedo pulgar dorado.

—Espera.

Comenzó a mover su anillo y luego, tras sacárselo, tomó la mano cálida de Klaus y lo miró a los ojos.

—Te voy a dar este anillo; parecerá de boda —aclaró y él no dijo nada.

Klaus dejó espacio en su dedo anular y ella lo fue deslizando sobre lo largo de su dedo hasta llegar al tope. Ambos se miraron a los ojos, en medio de la calle sin que nadie parase a mirarlos.

—Te queda perfecto —murmuró ella, comenzando a sonrojarse y Klaus notó ese sonrojo de la joven.

Las ganas que tuvo de tocar su mejilla eran tan obvias, que prefirió no hacer que se sintiera atosigada por él.

Ahí fue cuando el guardaespaldas recordó algo que nunca se separaba de su lado.

Se metió la mano en el bolsillo de su pantalón y, de su cartera, sacó un anillo precioso, con una pequeña piedra rosa en medio.

—Espera... —susurró él, observando aquel anillo y sonriendo, sabiendo que jamás había abandonado su cartera desde que alguien importante se lo había dado—. Me queda tu anillo de prometida.

Él tomó la mano de la joven y colocó el anillo en su dedo anular con delicadeza y parecía que ambos se estaban casando en aquel territorio.

Ágata, nerviosa, preguntó;

—¿Tienes uno?

Klaus observó como le quedaba aquel anillo y estaba tan hermosa con él puesto que quiso verlo durante el resto de su vida en el dedo de ella, solo de ella.

—Era de mi madre... —murmuró, sonriendo al recordar el momento que ella se lo había dado, hacía muchos, muchos años—. Póntelo unos días... Sé que lo cuidarás bien.

Con el sonido de las personas hablando de fondo, Ágata asintió, asombrada por ello y observando el anillo de la madre de Klaus en su mano. Quizás sería el anillo más sencillo que había visto en su vida y lo amó por completo. Tenía hasta miedo de tenerlo en su dedo anular, pero lo cuidaría como su vida por él, por la madre de Klaus durante esos días que lo tuviese puesto.

Él tomó la mano de ella y se acercaron a la puerta de la casa.

—¿Preparada? —preguntó él.

—Siempre —contestó ella.

Él sacó unas llaves que su tía le había dado por si un día los visitase y entraron a aquel lugar, dejando anonadada a Ágata de lo hogareño que era ese sitio.

—Su majestad... —dijo, dejándole espacio a que subiese las escaleras.

Con un pequeño tono de voz diferente, llamó a sus tíos desde la escalera y, una vez llegaron a la planta de arriba, los encontraron en la puerta con una sonrisa en el rostro, felices de ver a su sobrino e hijo. Porque para ellos, Klaus era como un hijo.

Tan rápido como puso él un pie en la puerta, su tía lo abrazó con fuerza y la joven se quedó a unos pasos atrás para observar la escena y no entrometerse en cosas familiares. Pero verle el rostro de felicidad a Klaus le dio años de vida a la joven.

Klaus no perdió tiempo y abrazó a sus tíos tras años sin verlos, solo hablando con ellos de vez en cuando por teléfono. Eso no era nada, pero verlos fue mucho para él y no sabía que necesitaba tanto de ellos.

Sonrió, girándose y dirigiéndose a la joven, a la cual le alargó la mano y ella la tomó sin problemas.

El matrimonio miró a la joven tan bella y simpática como siempre, quedándose callados esperando a que su sobrino les dijese algo.

—Les presento a Ágata; mi esposa. —La miró, con una sonrisa que solo Ágata había visto en esos meses y el chillido de su tía, una mujer de pelo castaño se acercó a ella.

—¿Qué te has casado? ¡Por fin! —Tomó las manos de Ágata, alejándola de su escolta y la adentró a su hogar con mucho cariño—. Pensé que este hombre se quedaría solo para siempre. No me quiero ni imaginar lo que tienes que aguantar —bromeó, dándole apoyo y abrazándola con mucho cariño. Lo cual, nuestra protagonista no se esperaba para nada aquella muestra llena de amor hacia alguien que apenas conocía—. Y encima eres guapísima, sin duda no te la mereces. —Se dirigió a Klaus quien negaba con la cabeza por las ocurrencias de su tía.

—Tía Ilsa...

Él se los presentó a la joven, quien estaba más que encantada de conocer a gente tan honesta y simpática, que empezaba a dudar que Klaus y ellos fuesen familia.

Ilsa era una mujer dulce, divertida y sin pelos en la lengua, mientras que Leopold era más serio, pero con una mirada llena de vida.

—Encantada de conocerlos —dijo la joven escritora.

Ilsa, en cambio, miró a Klaus sorprendida y feliz de que él encontrara a alguien con quien compartir su vida.

—Vaya... Y encima educada.

Klaus le dio la razón, pero a la vez recordaba lo poco delicada que era cuando hablaba con él muy abiertamente sobre el sexo.

—Como se nota que no la conocen mucho. —Se burló y Ágata le pegó un codazo en el estómago que escuchó a su protector quejarse por ello, llevándose las manos en su vientre duro.

—Cariño, no murmulles, que es de mala educación —comentó Ilsa hacia su sobrino. Se acercó a Ágata y colocó sus brazos alrededor del de ella—. Están cansados del viaje.

—Se ve. ¿Se van a quedar unos días aquí? Díganme que si —pidió Leopold notando la falta que le hacía ver a aquel hombre que crio como su hijo propio.

—Si, Leopold. Queremos alejarnos un poco de la vida de la ciudad, así que esperamos que nos acojan en casa —contestó, mirando a Ágata de una manera diferente, más simpático y alejando la seriedad de él por completo.

—Tonterías —respondió Ilsa—. ¿De verdad me lo estás pidiendo? Por supuesto. Tu cuarto sabes donde está. Está tal cual lo dejaste antes de irte al ejército. —Se dirigió a la joven y le dijo en voz baja—. Menos mal que lo dejo, solo me llevaba disgustos con él allí.

—Tía, no sigas por ahí —advirtió él, esperando que su tía no le dijese cosas que aún no le había dicho a Ágata sobre su pasado en el ejército y todos esos traumas que le dejaron en la mente.

Aún no le había dicho el porqué de sus pesadillas y quería que Ágata lo supiera por él mismo, abriéndose por primera vez con alguien.

Ágata, en cambio, miró al hombre que tenía frente a ella y empezó a recordar que él sufría de pesadillas, preocupándose por Klaus. Aunque en el fondo sabía que no podía ayudarlo y eso le ocasionaba angustia.

Nuevamente, lejos de que él fuese su guardaespaldas, ambos parecían protegerse mutuamente.

—Mi amor, ¿por qué no me sigues? —preguntó Klaus, acercándose a su clienta y tomándola de la mano.

Ella sonrió con malicia.

—Claro, Niko.

—Eh, ¿no llevan maletas? —Ilsa miró a sus invitados extrañada y Ágata fue la que habló, para ocultarlo todo.

—Oh, queríamos irnos sin nada encima. Así era más romántico.

Le guiñó un ojo a la mujer y Klaus la subió a la planta de arriba donde se encontraban las habitaciones, siendo la última del pasillo la de Klaus. Abrió la puerta, sin recordar como había dejado su cuarto la última vez hacía años y dejó que entrara la joven antes que él.

Ágata se quedó observando cada esquina de ese pequeño lugar, con una cama pequeña pegada a la pared, con la ventana dándole de lleno la luz solar a la cama. Un pequeño escritorio lleno de cosas, pero con un cierto orden, 2 muebles, uno lleno de libros y música y otro de ropa que no se llegó a llevar la última vez. Lo que más le llamó la atención fueron los muchos posters de grupos o películas de acción que él tenía colgados alrededor de su cuarto.

Sonrió al imaginarse un Klaus adolescente entre esas paredes.

—Mm... Habitación de adolescente —susurró y habló en voz alta—. ¿Cuántas mujeres habrás traído aquí a escondidas de tus tíos?

Él era un hombre que no decía mentiras, si lo hacía era porque fuese necesario, pero a Ágata solo le ocultaba sus sentimientos. Y, sinceramente, miró al rostro de la joven y respondió;

—Ninguna. Solo tú.

La joven se giró y lo miró aturdida por ello.

Una cosa era lo que había prometido con su tía y otra muy distinta es que lo cumpliera por completo. Ya que él podía haber traído chicas cuando sus tíos no estuviesen en casa, y a juzgar por el restaurante, juraría que ellos no estuviesen metidos en casa mucho tiempo. Pero sin duda, Ágata todavía no conocía muy bien a su escolta, el cual estaba deseoso de poder expresarle las cosas que guardaba en su interior.

El escolta, al ver que ella no le había respondido nada, decidió llevarla al pasillo y, frente a su habitación, estaba el cuarto de baño.

—Aquí tienes el baño y te puedo dar algo de ropa para dormir —dijo. —Nos quedaremos todo el día aquí y podemos hacer algo de turismo por esta zona. Mañana nos iremos por la tarde y volveremos a casa.

Ella volvió a entrar en el cuarto y se remangó el jersey, mirando al lugar tan hogareño en el que Klaus se había criado. Recordando su época con sus padres y su hermano viviendo en un diminuto piso... Y lo echó de menos.

Lejos de eso, la vista del alemán se posó sobre los moretones que la joven tenía en sus brazos. Cosa que, tan rápido como lo vio, se acercó a ella, preocupado.

Tomó las pequeñas manos de la joven y analizó los moretones, enfadado consigo mismo.

—Ojalá hubiese estado allí y no me hubiese ido, dejándote a solas con el cabrón de Blake —se culpó nuevamente sin levantar la vista hacia una Ágata que estaba a punto de darle un bofetón en la cabeza para que dejase de pensar en ello.

Pero él no la miró a los ojos.

—Klaus, tu no tienes la culpa —murmuró. —No te martirices, por favor...

Las manos de Klaus, tan mágicas como sus labios, comenzaron a recorrer los brazos de ella con sensualidad, solo con la yema de sus dedos hacía temblar a la joven que tenía frente a él. No pudo evitar sentir esa electricidad que sentía siempre al lado de ese hombre y deseó sentirlo mucho más que solo un calentón de un momento. Quería mucho más de él. Lo quería todo.

El roce de él se guio por las marcas y quiso borrárselas de alguna manera, para que ella no tuviese que sufrir al vérselas y acercó sus labios de una forma tan delicada, que dejó escapar un suspiro a la joven.

Pero tan rápido como lo hizo, se alejó para dejarla descansar después de tan largo viaje y dejando a Ágata con más ganas, insultando a Klaus en su mente de que la dejase a medias.

🥀

Después de descansar y hacer algo de turismo por la zona, ambos estaban preparados para cenar.

Ágata, si no supiera que estaba pasando por la peor época de su vida con todos los periodistas detrás suya, con Le Goff amenazándola y llorando por la muerte de su padre, diría que aquel mismo día había sido uno de los mejores después de todos esos meses.

Era ya verano, por lo que la ruta turística que le dio Klaus fue cerca de la costa, paseando por las playas de Cancale y visitando algunas calles donde él vivió su adolescencia. Conoció mucho más de él, que nació en Alemania y que se mudó a vivir a Francia unos años después de su nacimiento. Pero que, tras la muerte de su madre y vivir con sus tíos durante una pequeña parte de su vida, se fue a Alemania para empezar su entrenamiento militar.

Descubrió cosas que le fascinaron de Klaus, como que su sueño era tener una pequeña pastelería. Eso ya se lo imaginaba recordando lo que él el había dicho sobre que la repostería le hacía estar más cerca de su madre. Pero a la vez le parecía interesante ver como un hombre como Klaus, tan fuerte y alto, le gustase hacer pasteles. Sin duda, era un hombre lleno de misterios que deseaba conocer más y más.

Klaus y Ágata llegaron al comedor, donde los tíos de este se encontraban charlando, discutiendo a ver quien cocinaba esa noche. Querían que todo estuviese perfecto para su sobrino y su esposa, así que, antes de seguir hablando, Klaus se acercó a ellos para hablar.

—Déjenme cocinar a mí. —Se ofreció y sonrió, deseando poder sorprender a Ágata de sus especialidades culinarias.

Leopold quiso ayudarlo en la cocina, por lo que ambas mujeres se quedaron solas en el comedor, preparando la mesa.

—Vaya, siempre he tenido suerte de tener a 2 hombres que me cocinen —rio la mujer, mirando a la bella joven mirando la espalda de Klaus mientras se movía por la cocina. E Ilsa sabía muy bien que significaba esa mirada—. Tienes mucha suerte, Ágata.

La rubia miró a la mujer y le sonrió, sin saber que más decirle. Aunque ella tenía razón, la joven tenía suerte de tener a un hombre como Klaus protegiéndola y estando ahí pasara lo que pasara, confiando en él. Pero eso no se lo podía decir a la mujer y empezó a sentirse más por mentirle.

Empezaron a colocar la mesa con tranquilidad, disfrutando de ese momento juntas y charlando de cosas cotidianas. Ilsa podía ver lo elegante que era esa joven hablando, lo sutil al elegir ciertas palabras y lo educada que era. Ella no era quien, para elegir la esposa de su sobrino, pero se alegraba que Klaus hubiese encontrado a alguien de tan buen corazón como él.

—Gracias por cuidar de Nikolaus.

Un fuerte dolor en el pecho empezó a sentir Ágata al escuchar las palabras de aquella mujer tan dulce y se sintió mal por mentirle. Tanto a ella como a Leopold.

—No me tienes que dar las gracias. —Le siguió y volvió a mirar la servilleta que estaba doblando.

—Yo creo que sí —siguió la mujer—. Él lo pasó muy mal en la adolescencia, después de la muerte de sus padres y en el ejército. Nunca supe que pasó allí, solo sé que cuando llegó de su última misión, había cambiado, parecía que había pasado por algo traumático y las pesadillas eran continuadas cada noche... —dijo, recordando una pequeña época que se quedó con sus tíos, como si le ayudara a quitar sus traumas estando con sus raíces.

Pero esas heridas no sanaban tan fácilmente, ni se quitaban de por vida. Era algo que ya Klaus sabía.

—Lo he escuchado teniéndolas... —confesó ella en voz baja, temerosa de que Klaus las escuchase teniendo esa conversación a sus espaldas—. Y tampoco sé porqué.

La mano de la mujer se colocó sobre la de la joven y ambas se miraron, con un cariño infinito en la mirada de Ilsa hacia aquella joven desconocida.

—Dale tiempo. Ya lo tienes por completo... Algún día se abrirá a ti.

Ágata tragó saliva y miró el anillo que le pertenecía a la madre de él y creyó que no merecía para nada ni estar ahí, conociendo a sus tíos, ni mucho menos tener el anillo de su madre en su dedo anular. Se sentía pesada de aquella forma, emocionalmente y no quería mentirles a aquellas personas. Pero Klaus lo hacía por ella solo para protegerla, no por algo más.

—Ágata, se ve que eres una persona muy fuerte y muy buena. Aunque digamos que la otra mitad no existe, a Klaus le hacía falta conocerte —susurró. —Veo como te mira y está enamorado de ti por completo. Se ve que le haces feliz.

—¿Tu crees que esté enamorado de mí? —preguntó, temerosa de la respuesta.

Ilsa asintió sin dudarlo, a la vez que extrañada de que la esposa de Klaus le preguntase tal cosa. Pero no era de extrañar, ya que su sobrino era alguien frío la mayoría de las veces y le costaba decir lo que sentía.

—Claro. Míralo. —Ágata observó a Klaus con una sonrisa enorme en sus labios y que, de vez en cuando, la miraba a ella—. No se hubiese casado contigo de no estarlo. Cuando un hombre se esmera tanto en tonterías para impresionar a la otra persona, cuando te mira de la forma en la que lo está haciendo y, encima, te lleva a donde viven sus tíos y donde jamás ha pisado otra mujer... Es por algo —analizó. —Es cerrado, pero ya te lo dirá.

—¿Él qué? —preguntó nuevamente, hipnotizada por los ojos de Klaus.

—Que te ama.

Sintió su mundo paralizarse.

Ya no existía Gabin, no existía Le Goff, no existía problema en el mundo que la dejara tal cual le habían dejado las palabras de Ilsa en ella. Quiso creerla, pero dudaba que eso fuese cierto. Klaus era su guardaespaldas, quizás esos momentos que vivieron era por deseo, porque realmente quería tener una pequeña aventura con ella, su clienta. Pero ya no sabía que creer.

Entonces, ella dijo;

—Bueno, supongo que no ha traído chicas a casa por la promesa que se hicieron los 2, de no traer chicas a casa si no estaba casado o prometido. Me lo comentó hace poco.

El rostro de extrañeza de aquella mujer era para enmarcar en un retrato, tanto que dejó igual de estática a la joven que tenía frente a ella.

—¿Qué? ¿Qué promesa es esa? —Empezó a reírse, dejando el rostro dubitativo de Ágata—. Cariño, él te mintió. Yo jamás le haría prometer algo como eso. Tú eres la única chica que trae a esta casa y por algo será.

Agradeció que estuviese sentada en una silla, porque sino ya terminaría cayéndose al suelo.

Ilsa miró el anillo de su hermana y sonrió por ello.

—Veo que te dio el anillo de su madre... Ese anillo no dejó que lo tocase nadie. Ni siquiera yo. Si lo tienes, ya ha demostrado mucho lo que siente por ti.

Ágata miró el anillo unos minutos y pensó que, si no dejó que su tía ni siquiera lo tocase, ¿por qué le dio el anillo a ella esos días? Solo para fingir no podía ser.

Al rato, la comida llegó y los 4 empezaron a comer, con Klaus y Ágata sentándose juntos y pareciendo un matrimonio por como se trataban. Y era así desde mucho antes, sin necesidad de fingir. No mintieron frente a ellos como eran mutuamente, ellos mismos eran así y disfrutaron de esa comida.

Hasta que llegó el momento del postre, donde Klaus se levantó y colocó platos a cada uno, dejando asombrada a Ágata por ello.

—Compré tarta antes en la pastelería que hay en la esquina. —Miró a Ágata y dijo. —No me iba a dar tiempo a hacer postre en tan poco.

—Tarta de 3 chocolates... —Observó a Klaus—. ¿Te has acordado?

Él ladeó la sonrisa.

—Yo nunca olvido nada de lo que me has dicho.

🥀

En el momento en el que Ágata pisó suelo prohibido en el cuarto de Klaus tras salir del baño con un albornoz puesto sin nada debajo, solo con unas bragas, se acostó en la cama frente a un Klaus dudoso de donde dormir.

—¿Estás cómoda así? —preguntó él con la ceja levantada y preguntándose como podría mirarla con ese albornoz sin que su amigo se levantase animado.

—Por supuesto —dijo ella, acomodándose en la cama de él.

Klaus tomó una pequeña manta y la colocó en el suelo, junto con una almohada. Eso le extrañó a la joven, que lo miró dubitativa.

—Bueno, dormiré en el suelo.

—¿En el suelo? No seas tonto. —Hizo un gran espacio en la cama y tocó la parte vacía varias veces para que se acostase a su lado—. Tenemos una cama y podemos compartirla.

Klaus, alejando las ganas que tenía de hacerlo, tragó saliva y pensó en las remotas posibilidades que terminarían haciendo cosas indebidas en esa cama.

De tan solo mirarle el albornoz que tenía y que solo le faltaba hacer un solo movimiento para desnudarla, eso ya le hacía poner su polla como la torre de Pisa.

—Pero es pequeña y no quiero incomodarte —mintió, porque los motivos eran más que evidentes—. Además, cuando duermo estoy cómodo con solo unos calzoncillos. —En eso tenía razón.

—¿Y te da vergüenza que te vea lo que ya he visto ya? —cuestionó divertida—. Ven. Compartimos tu cama y punto.

Klaus, dudoso, terminó asintiendo y quitándose la ropa restante para quedarse solo en sus famosos calzoncillos negros. La joven observó aquel cuerpo escultural que poseía el hombre, contando la tableta que poseía y que deseó llevarse a la boca, para luego centrarse en el aparato de él, tan marcado con aquella pequeña prenda que lo tapaba algo que ya había visto. Tragó muy lentamente, removiéndose entre sus piernas para no caer en la tentación una tercera vez. Aunque a ese paso, no habían 2 sin 3.

Klaus se acostó a su lado, llenándola de un perfume que ya conocía muy bien y que adoró tener más de cerca, más íntimamente.

Alejando el calentón que empezaba a sentir ella, miró a Klaus con unos ojos brillantes, agradeciéndole a ese hombre aquella experiencia.

—Gracias por traerme aquí. Me han encantado tus tíos —murmuró, viendo como Klaus encendía una luz de la mesita de noche y apagando la otra, quedándose con una iluminación mucho más suave.

Como un matrimonio, se miraron en aquella cama.

—Son los mejores.

Un fuerte soplido sacó de su pecho la joven para poder respirar con facilidad, al sentir mil cosas por ese escolta que tenía, en ese momento, para ella sola. Y no paró de preguntarse como de graves eran sus pesadillas, ya que solo lo había escuchado alguna noche y se sintió mal por no poder ayudarlo.

—Klaus, si quieres hablar de cualquier cosa o contarme algo, hazlo.

La mirada azul del alemán le dio muchas esperanzas de que así sería y se avergonzó por lo que le diría a continuación;

—Yo solo espero no molestarte si ves que me muevo mucho en la cama.

La joven se colocó mejor en la cama, apoyando su codo y quedándose por encima de Klaus, quien ya estaba acostado mirando hacia el techo, temeroso de cerrar los ojos. La mano de ella se colocó sobre el rostro, haciendo que él la mirara y fue tan delicado aquel roce, que Klaus posó su mano sobre la de ella, para que no la retirase de su mejilla.

—¿Por tus pesadillas? —Él asintió en respuesta. —No te preocupes por mí...  Ojalá no pasaras por eso —habló con el corazón, mirando hacia un punto de su pecho y bajando la mano suevamente por su cuello hasta aquel pectoral fuerte de Klaus.

Él quería que siguiera haciendo eso.

Miró a la joven, que estaba mirando donde se había posado su mano y respiró fuertemente, buscando fuerzas para poder decirle lo que jamás nadie había escuchado.

—Ágata.

—Dime.

Sus ojos conectaron con necesidad.

—Esto... No se lo he contado a nadie —murmuró, colocando de nuevo su mano sobre la de ella—. ¿Sabes de que van mis pesadillas? —Ágata no hizo ni un movimiento, por miedo a que él se arrepintiera en contarle lo que iba a escuchar—. De un niño que me culpa siempre lo que hice en mi última misión... No sé ni por donde empezar —confesó.

—No tienes que contarme nada si te sientes incómodo.

—Pero quiero. —Sus ojos no la abandonaron en un solo segundo y comenzó a acariciar la mano de ella, la cual estaba todavía sobre su pecho—. En el ejército conocí a una chica que era uno años mayor que yo. Nos llevamos muy bien y, fue como una hermana para mí. Después de terminar en un sitio, me llevaba a su casa, donde vivía con sus padres y su hijo pequeño y nos pegábamos horas charlando y disfrutando del momento. Era ya como una tradición, cuando acabábamos, íbamos a esa casa —susurró, recordando aquellos momentos.

—¿Qué pasó? —preguntó al escuchar el silencio tras varios minutos y él perdió la mirada hacia el techo.

—En mi última misión, tuvimos bombardeos. Nos llovían por todos lados las balas y no sabíamos donde escondernos. Perdimos al equipo y nos vimos los 2 solos en una tierra hostil. —Tragó saliva y la mano libre de ella empezó a acariciarle la cien, rodeando su cabeza con la mano y dejando vía libre a Klaus para tener más acceso a sus pechos, pero ninguno de los 2 se fijó en ello, solo en el cariño que le daba el otro—. Siempre vigilábamos nuestras espaldas mutuamente y, me tocaba a mí ir primero a ver una casa para descubrir si habían personas dentro, pero ella insistió en que quería ser la primera. Pisó una mina y explotó, frente a mí...

Su voz se quebró y algunas lágrimas que trataba de aguantar, se escaparon de sus ojos, cayendo por sus mejillas. Aquello, ver como ese hombre tan duro se rompía frente a ella, la hizo decaer, odiando que tuviese que recordar aquellos momentos y haberlos vivido. Sacó su mano del pecho de él y comenzó a limpiar las lágrimas que Klaus no se había percatado que caían por sus mejillas.

Ágata se acostó, dejando espacio para que el alemán colocara su cabeza sobre el pecho de ella y se abrazaron en aquel diminuto sitio, con uno confesándole su pasado a la otra persona.

—Después de eso, no paré de ir a terapeutas y ninguno me ayudaba —susurró, dejando que el perfume natural de ella inundara sus fosas nasales y deseó pertenecer a esos brazos de ella para el resto de su vida.

Tras un leve silencio, Ágata preguntó;

—¿Y el niño?

—No pude volver a verlo... No sabía con que cara mirarlo y decirle que yo era el culpable de la muerte de su madre.

Ella se rompió al escucharlo y sabía que no podía hacer nada más por él en ese momento, solo ser un apoyo y abrazarlo en ese momento. Odió saber la verdad, pero deseó poder ayudarlo en poder mejorar un poco más su vida, aunque sería difícil.

—Klaus, tu no tienes la culpa de ello. Lo sabes, ¿verdad?

Él negó.

—La tengo. Tenía que ser yo. Tenía que ir yo primero.

Escuchar aquel sentimiento de culpa, como la que sentía ella por la muerte de su padre, le hizo empezar a llorar en silencio de verlo tan impotente.

—Si ella estuviese aquí no te culparía. Estaban juntos en un sitio en guerra. Por desgracia, ese era el peligro que estaban expuestos.

—Pero siempre me sentiré culpable por no hacer algo más... Porque un niño perdiera a su madre por mi culpa —murmuró roto de dolor.

—¿Nunca más lo has vuelto a ver?

Negó, nuevamente.

—No me atrevo.

—¿Vive en Alemania?

—No. Ella se fue a vivir con sus padres aquí, a Francia. Su casa no está muy lejos de aquí... Ya tiene que tener 20 años.

Ella le tomó el rostro, mirándose directamente y acarició su nariz con la suya.

—Siento que hayas vivido esa experiencia tan traumática —contestó Ágata y él, por primera vez en mucho tiempo, sintiéndose más liberado por esa carga de silencio que llevaba muchos años arrastrando.

Se apoyó de nuevo en el pecho suave de ella y dijo;

—Por eso cierro la puerta cuando se hace de noche, por lo que viví en esa guerra —confesó. —A veces tengo miedo a dormir...

La mano de la joven acarició el rostro duro de él, pero que ahora estaba triste, demostrándose como se sentía por dentro. Y Klaus supo que gracias a que Ágata lo estaba escuchando, se empezaba a sentir con menos cargas emocionales, aunque aquello jamás se le quitaría del todo. Estaría siempre ahí con él. Pero el suave roce de los dedos de ella sobre la piel de él, lo fue tranquilizando poco a poco y Ágata era la única que tenía ese poder sobre Klaus.

—Klaus, de algo que aprendí de mi padre es que tienes que enfrentarte a tus miedos —murmuró y Klaus sabía que tenía razón—. Duerme esta noche. Yo estaré a tu lado, ¿vale?

No hizo falta que dijera nada más, ya se lo agradecería de por vida por prestarle unos minutos de su tiempo en escucharlo y aquello fue enriquecedor para aquel hombre que había sufrido en su vida en silencio.

Los párpados del alemán comenzaron a pesarle, hasta que quedó dormido primero, entre los brazos de la joven y con la suave caricia de ella sobre su piel, sobre su espalda ancha. Aquello parecía que calmaba después de la tormenta y lo adoró de ella, amó que le hiciera ese gesto y se quedó dormido de aquella manera.

Mientras, Ágata trataba de aguantar las lágrimas tras saber todo aquello, lo que había sufrido en privado y que nadie fuese capaz de saber nada más, ni adentrarse en su vida viéndolo tan dolido. Porque, a pesar de que la mirada de él fuese fría, seria y sin ningún tipo de reacción, había algo oscuro en ella que lo había visto desde la primera vez que lo vio. Y esa misma noche conoció la oscuridad de él, las sombras.

Lo acunó y no lo soltó en ningún momento de la noche, ni siquiera, cuando se quedó dormida en su cama, arropada por los brazos fuertes de su guardaespaldas.





***

¡Hola! Quiero pedirles perdón de antemano, porque les prometí que esta semana subiría doble capítulo, pero ha sido una semana... muy complicada.

Pero, trataré de subir la semana que viene doble capítulo y espero que disfruten este capítulo porque ha sido el más largo que he hecho en mi vida.

¿Qué les ha parecido?

¿Se imaginaban este pasado de Klaus?

¿Les ha gustado que él la llevase en el lugar donde vivió con sus tíos?

¿Y el anillo? ;)

Como pueden ver, ha sido un capítulo mucho más calmado, pero no se acostumbren.

Nos leemos, prohibidas.

Patri García

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