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D I E C I O C H O | G R A C I A S 👠

«Creía que me odiaba... Y estaba completamente equivocado»

Klaus

El sonido de unos pájaros cantando en el árbol que tenía pegado a la ventana entreabierta de Klaus, lo hizo despertarse con la mayor paz que había vivido en años.

Un aroma, que comenzaba a ser familiar para el guardaespaldas, inundó sus fosas nasales y empezó a abrir los ojos con lentitud, escuchando el sonido de aquellos pájaros. Y, en seguida, una sonrisa se cruzó en su rostro al ver quien era la dueña de ese agradable olor.

Una Ágata dormida se encontraba boca arriba, con un rostro angelical que, difícilmente podría admitir Klaus que tenía, ya que la mirada de ella lo intimidaba, sobre todo, al principio, aunque ya a esas alturas no se sentía nada intimidado por esa joven. Klaus estaba pegado a ella, a su cuello precisamente y recordó los sucesos de la noche anterior y lo agradable que fue para él hablar con ella sobre su pasado. Agradable no por recordarlo —porque aquello era revivir sus demonios— pero si por poder charlar con una persona con quien confiaba plenamente.

La sonrisa de él, si Ágata lo pudiera ver, juraría que era la mejor que había visto en su vida y la estaba sonriendo a ella. Él levantó la mano y tocó la mejilla suave de ella, tan lentamente, que sentía los minutos pasar. Tomó un trozo de mechón rubio de la joven y la retiró hacia un lado para poder ver mejor el aspecto dulce de ella. Quiso pasar toda esa mañana a su lado y dejar todo de lado, olvidarse de volver a París, donde se encontraba el peligro e irse lejos, muy lejos de ese continente. Pero él no era el dueño de nadie y Ágata tenía que tomar sus decisiones. Solo estaban allí de paso antes de volver.

Se notó fresco, como si hubiese dormido toda la noche y eso que solo había dormido 5 horas. Era un hombre que no dormía demasiado, pero aquellas 5 horas durmió sin interrupciones, sin pesadillas, descansó tranquilamente. Él no abandonó los ojos de ella en un solo segundo, hasta que fue bajando.

Entonces, cuando la vista de Klaus bajó, sus ojos se abrieron de golpe, descubriendo que parte del albornoz que tenía puesto la joven, estaba abierto, dejándole ver un pezón de ella. El alemán tragó saliva tan lentamente que le costó evitar que un buen amigo suyo no se moviese. Incluso se quedó estático, como si temiese que empezara a crecer si hacía el más mínimo movimiento, pero no le sirvió de mucho.

Quizás por la noche, ella comenzó a moverse y se le abriera, para maldición de él. Por lo que, siendo muy difícil para él, bajó la mano hacia el albornoz y, haciendo todo lo posible para no rozarle ni un poco la piel suave de ella, la cual había probado ya anteriormente, fue tapándole esa desnudez que veía con claridad.

Una vez tapada, miró hacia el techo y soltó el aire que tenía guardado dentro. Mirando una última vez a Ágata, se levantó y fue recto hacia el baño, para así darse una ducha muy larga...

🥀

1 horas después, cuando ya eran las 8 de la mañana, una joven se despertó, sintiendo la cama vacía y sin el calor humano que desprendía Klaus, en el cual, estaba tan cómoda.

Lo buscó por la pequeña habitación, quizás, encontrándoselo sentado en su escritorio o cualquier cosa que hiciera cuando ella no miraba. Pero estaba ella sola. Aprovechó para levantarse y, sonriente, fue recto hacia las cosas que tenía Klaus sobre algún mueble e inspeccionar, como buena periodista que era.

Ahí fue cuando se encontró con algunas fotos antiguas de un Klaus adolescente, con un cabello rebelde y un cuerpo más flaco que el que poseía ahora tan fuerte y musculado. Parecía dulce y con una sonrisa espectacular que le fascinó a la joven. Sonrió mientras tomaba esa foto, habiéndole gustado conocer a ese Klaus adolescente en un momento de su vida.

—Veo que te gusta mucho investigar. —La voz grave de su escolta se escuchó a sus espaldas, consiguiendo que ella sonriese emocionada de oírle—. Llevas la vena periodista en tus venas.

—Si... —susurró, dejando el portarretrato sobre el mueble y girándose para mirarlo.

Un Klaus completamente desnudo y con solo una toalla alrededor de su estrecha cintura, le hicieron dejar seca y mojada a la vez a una Ágata recién levantada. Agarró su albornoz, agarrándolo con fuerza y empezó a mirarlo por ciertas zonas prohibidas, no dejando pasar el recordatorio de que estaba aún húmedo de la ducha.

El fuego ardiente que Ágata tenía dentro, cada vez que veía a Klaus de aquella forma, se incendió enseguida, deseando quitarle aquella toalla y hacerle mil cosas a ese alemán que no dejaba de desear llevarlo a ciertos límites prohibidos.

El guardaespaldas se acercó a ella, con una mano ocupada en que aquella diminuta toalla no se le cayese al piso, aunque a esas alturas ya Ágata se lo había visto todo. Fingiendo que no le ocurría nada por aquella joven, se acercó a ella, provocándola y la joven siguió mirando aquel cuerpo bien trabajado del gimnasio.

Ella tragó saliva y negó con la cabeza.

Klaus se pegó a ella, notando el pecho duro en el cuerpo de la joven y alargó la mano para tomar algo del mueble que ella tenía a sus espaldas.

Ambos, callados y mirándose, se quedaron por un largo rato así, de aquella forma. Y la joven no evitó dejar sus manos quietas, por lo que las levantó y se posaron sobre el torso duro de él, rozándole alguna cicatriz que Klaus tenía. Pero ella no era la única que lo tocaba y él, con la mano libre, empezó a tocar el cuello de la dama, bajándola suavemente, rozando la espalda recta de ella y llegando a tocarle el culo descaradamente a la joven, deseando ir a más con ella.

Klaus la pegó más a su cuerpo, sintiendo ella lo duro que estaba el escolta por una cierta zona y quiso quitarle aquella toalla para terminar lo que empezaron en la fábrica. Pero su sentido común la despertó y la joven se movió al ver que no estaban en un sitio para hacer ciertas cosas.

—Voy a cambiarme.

Ella se movió, alejando las manos del cuerpo provocador de su escolta y Klaus retiró rápidamente la mano de aquella zona prohibida, también volviendo a la realidad.

—Claro.

La joven se metió en el baño y se dio, también, una ducha bastante larga.

🥀

Tras un buen rato, Klaus bajó de su cuarto, después de prepararse para salir y se encontró con una joven hermosa hablando con su tía, muy animadamente.

El escolta elevó la ceja, esperando que su tía no le contase a la joven ciertas cosas de su niñez y, mucho menos, aquel álbum de fotos que tanta vergüenza tenía. Pero Ilsa sabía guardas la compostura y ya, para la siguiente visita de aquella chica, se lo enseñaría sin problema alguno. Porque Ilsa y Leopold esperaban que Klaus volvieran a visitarlos con Ágata. Y es que la joven había caído muy bien a aquel viejo matrimonio.

—¿Qué están hablando en voz baja?

El hombre se acercó a ellas en aquel sofá del salón y se sentó en una esquina de un sillón que había al otro lado, mientras que miraba a Ágata, tan bella como acostumbraba.

—Cosas de chicas, no lo entenderías —respondió su tía—. No sabía que esta joven fuese escritora.

—Y periodista —agregó Klaus, orgulloso de aquella joven.

Y, después de tanto tiempo conociéndola, la vio con las mejillas sonrojadas.

—¿También? ¿Qué más cosas escondes? —cuestionó Ilsa, pero Ágata no le respondió a aquello, solo le dio una sonrisa cariñosa a aquella mujer tan amable.

En cambio, Klaus observó a la joven y pudo leerle la mirada, lo que pensaba y los miedos que tenía cuando volviesen a París. Si, aquello que escondía era lo que estaba viviendo y que tan mal lo llevaba aquella joven. Odió imaginárselo y sabía muy bien lo que ella estaba pasando, porque lo estaba viviendo en sus propias carnes junto con ella.

Aquella mañana pasó rápido y ambos estaban listos para volver a la vida en la ciudad. En ese momento estaban despidiéndose de los tíos, pero estos no querían que se marchasen.

—¿Por qué no se quedan un día más? —preguntó Leopold.

—Debemos irnos y Ágata tiene varias cosas que hacer en París —respondió, colocando la mano en la parte baja de la espalda, siendo una zona bastante conocida para Klaus.

La joven apretó la mandíbula y se la veía seria. Odiaba mentirles a las personas y ellos se habían mostrado muy amables con ella. Se sintió, por primera vez en muchos años, como en casa. Les tomó cariño muy rápidamente y no podía contestarles a esa pregunta y tampoco quería que Klaus mintiera por ella. Se sintió muy mal y miró hacia otro lado, nerviosa.

—Pero, vendrán otra vez, ¿no? —repitió ahora Ilsa.

Y Ágata no respondió, pero Klaus respondió por ella, acariciando la espalda baja de ella.

—Por supuesto, tía.

Se abrazaron y Ágata se acercó a Ilsa.

—Muchas gracias, Ilsa.

Ambas habían hablado de una cosa que Ágata le había preguntado. Era un pequeño secreto que tenían entre ambas.

—Ya sabes lo que tienes que hacer —susurró la mujer, guiñándole un ojo a la joven.

Una vez en la calle, ambos se miraron y él le dijo;

—Dentro de 2 horas sale nuestro tren. ¿Qué quieres hacer mientras?

Ella sonrió, buscando un taxi.

—Quiero ir a un sitio, si no te importa.

Durante el trayecto en taxi, ninguno habló, estaban preocupados por lo que pasaría después de volver a París. ¿Qué pasaría o que encontrarían nuevo?

Ágata estaba preparada para dejar a Gabin, decírselo en persona para poder vivir su vida y, si Klaus quería, quizás compartirla con él. Pero habían muchos obstáculos antes de eso y el problema que no se resolvería tan fácilmente sobre Le Goff. Si, Ágata tenía que pasar por muchas cosas antes de poder rehacer su vida fuera de Francia.

Observó al hombre que tenía frente a ella, viendo como comenzaba a ponerse nervioso por las calles que le resultaban familiar. No sabía si estaba haciendo bien o mal, pero quería hacerle ver que los miedos se pasaban así. Estaba Klaus en su derecho de enfadarse o no querer volver a dirigirle la palabra.

Cuando el taxi aparcó frente a una casa muy conocido para el alemán, él se puso tenso y miró hacia Ágata con un rostro indescifrable.

—Ágata... ¿Por qué me traes aquí?

Ella apretó la mandíbula y miró hacia la casa que le traían tantos recuerdos buenos a Klaus.

—Le pedí a tu tía Ilsa que me diese la dirección de Michael —dijo aquel nombre que Klaus evitaba nombrar. Al niño que había evitado tantos años por la muerte de su madre—. No superarás nunca ese trauma si no entras por esa puerta. Y ahora tienes la oportunidad.

Klaus miró la casa y apretó los puños con fuerza.

—No me puedes obligar a ello —contestó sin mirarle a los ojos a la joven.

Ágata lo sabía y nunca lo iba a obligar a hacer nada que no desease.

Alargó la mano y la puso sobre la de él, que comenzaba a sudar. La acarició tan suavemente, que Klaus la observó por ese roce tan dulce.

—No... —murmuró. —No puedo y no pienso obligarte. Eso es decisión tuya. Si no quieres bajar, dímelo y nos iremos de aquí y nunca volverás a ver esa casa —continuó mientras el alemán seguía escuchándola—. Pero si no entras, tu mente jamás se perdonará lo que pasó. El miedo se supera así... Aunque no nos guste bajar al infierno, es la única forma de poder seguir adelante.

Klaus sabía que era así como se superaban los miedos, o al menos, una forma de poder avanzar. Muchas veces se imaginó yendo a esa casa y abrazando a las personas que aún seguían en ella, pero, muchas otras, solo pensaba en dejarlo pasar y no volver. Se había comportado como un estúpido con ese niño que ahora sería un adulto. Quería pedirle perdón, pero temía la mirada de odio que él le pudiese dar a Klaus.

Tenía esa espinita que quería quitarse y le molestaba al respirar, pero tenía miedo.

—Ágata... —susurró, sabiendo que ella tenía razón y no se quiso imaginar la de veces que Ágata trató de superar ciertos miedos.

El miedo solo alimentaba más miedo. Él lo sabía y, en el fondo, deseó poder bajarse de ese taxi e ir hacia esa casa. Lo deseó por completo.

—Klaus, te comprendo. Pero si no cruzas por esa puerta, nunca lo vas a superar... Siempre tendrás ese temor dentro de ti.

Él se quedó callado varios minutos y ella le dio todo el espacio posible, todo el tiempo que fuese necesario y, decidiera lo que él decidiera, ella iba a estar a su lado.

Él la miró.

—Al menos, ¿me acompañarás?

Ágata sonrió dulcemente, apretando su mano sobre la de él.

—No tienes ni que preguntármelo.

Ambos bajaron del taxi tras pagar al chófer y Ágata se acercó a él, viendo que se había quedado estático, mirando hacia aquella casa. La joven dejó que él tomase su ritmo, peor al ver que no reaccionaba, tomó su mano y pareció que ese gesto lo llamó. La joven lo ayudó a caminar por ese pequeño camino hacia la casa de aquel joven. Subieron juntos un escalón y, después de unos interminables minutos, llegaron a la puerta de entrada.

Ágata esperó a que fuera él quien tocase el timbre, pero al ver que no lo hacía, ella levantó su mano y timbró por él.

Poco después, un anciano abrió con desgana, cambiando drásticamente su rostro al ver a Klaus. Ágata juró que el rostro del anciano cambió tanto que se asustó por si le ocurría algo, pero, todo lo contrario. La felicidad se iluminó en él y llamó a la que creía ella que sería su mujer.

—¡Klaus! ¿Pero que ven mis ojos? —elevó la voz la mujer anciana, acercándose a su marido—. Klaus, cariño, has venido.

El hombre le abrazó con amor y la mujer no se quedó atrás. Klaus le costó reaccionar, pero lo consiguió hacer al ver que la reacción que esperaba no era para nada la que tenía en mente. No supo lo mucho que echaba de menos a aquellas personas, hasta que realmente había pisado esa casa.

Ágata, en cambio, se quedó de espectadora, sonriente por ver aquella escena. Les dio espacio y se retiró para que tuviesen ese momento ellos.

Pero cuando Klaus dejó de abrazarlos, tomó la mano de Ágata y la acercó a él.

—Por favor, pasen —dijo el hombre, dejando espacio para que pasaran a aquella casa.

Y vaya si había recuerdos, porque Klaus se quedó mirando hacia aquel pequeño sitio con admiración y tristeza. Muchos recuerdos estaban en su mente, recordando a aquella mujer que para él fue como una hermana.

Se sentaron en el sofá y la anciana habló primero.

—Han pasado muchos años... Nos hubiese gustado que nos visitases en algún momento. —Sonó triste, sin dejar de mirar a ese hombre que se había hecho un adulto.

Klaus miró a la joven que estaba a su lado y la cual le estaba dando todo el apoyo. Parecía su pareja, quien lo apoyaría siempre. Juró que nunca tuvo a nadie, que no fuesen sus tíos o su madre, que estuviese a su lado de esa forma, que se preocupase por él más que a ella misma. Y esa era Ágata, quien ni siquiera era su pareja.

—Lo siento, no estuve preparado tras... Tras lo que pasó —susurró mientras Ágata le apretaba la mano.

—Te comprendo. Pero quiero que sepas que eres bienvenido —dijo el hombre.

Klaus no tardó ni un segundo más y presentó a la joven hacia aquellas personas mayores, los cuales creían que era su mujer, debido a que miraron los anillos que tenían y se alegraron por aquel hombre.

—¿Saben donde está vuestro nieto? —preguntó Klaus, nervioso.

—Estoy aquí.

La voz de aquel joven hizo temblar a Klaus, temiendo la reacción y duró segundos largos para poder mirar hacia donde se dirigía aquella voz.

Él giró su cabeza y encontró a aquel niño que veía siempre y el cual, ahora era un hombre. El alemán, nada más verlo, se levantó del sofá y los 2 se quedaron mirándose mutuamente. Podía ver algo en su mirada, fría y llena de enfado, no supo si era por rabia o algo más que no sabía leer, pero en el fondo, verlo, le hizo sentir diferente a todos esos años que llevaba arrastrando.

Ágata tragó saliva al ver eso y deseó que Klaus estuviese más tranquilo, pero no se interpuso, eso era algo del pasado de Klaus y lo apoyaría en cualquier decisión.

Y, tras un rato así, Michael lo abrazó con amor.

—Joder, Klaus... Pensé que jamás te volvería a ver —susurró.

Loa ancianos se levantaron y Ágata también lo hizo.

—Creo que tienen mucho de qué hablar —dijo la mujer, dirigiéndose ahora a la joven rubia—. ¿Te apetece un café, querida?

—Por supuesto, si es tan amable.

Los 3 se fueron a la cocina, cerrando la puerta y dejando toda la intimidad posible entre aquellos hombres.

El silencio se hizo mientras el sonido del antiguo reloj que tenían en aquel salón hacía tic, tac cada momento. Y, sin saber que decir, Klaus miró lo alto que estaba, viendo los años que habían pasado desde la última vez que lo había visto.

—Bueno, has crecido mucho...

El joven Michael apretó la mandíbula, negando con la cabeza.

—Déjate de rodeos, Klaus... Pensé que jamás volvería a verte —murmuró, colocándose las gafas—. ¿Por qué nos dejaste? Pensé que éramos amigos. —Se podía escuchar desesperación en su voz, mezclado con enfado por creer que Klaus los había dejado de lado después de la muerte de su madre.

Y el alemán no se lo ahorró. Le dijo lo que le había pasado todo ese tiempo.

—Michael... Después de la muerte de tu madre, me culpé por ello... —Respiró profundamente antes de continuar, por miedo a como le mirase aquel joven a sus ojos. Pero seguía sorprendido por ver que no lo odiaba, después de todo—. Yo debí estar allí y no ella. Por mi culpa pasó lo que pasó y me arrepiento por completo de ello... No sabía con que cara mirarte. Pasaron los años y más me costaba llegar aquí.

Michael arrugó su frente, comprendiendo el motivo real del porque los había dejado de lado. Creía que era porque ya no le interesaba, porque ya no quería saber nada de él y sus abuelos, pero era mucho más complejo que eso. Era el miedo de Klaus a como le mirase aquel joven y lo juzgase. A no saber como mirarlo a los ojos después de aquel terrible suceso.

—¿De verdad piensas que te culparía por la muerte de mamá? —preguntó Michael con la frente aún arrugada—. Klaus, ustedes estaban en una zona de guerra... Me dolió perder a mi madre, pero más me dolió que mi mejor amigo no estuviese a mi lado pasando ese luto. Jamás te culpé por ello. Nadie lo hizo, solo tu.

Klaus estuvo a punto de derrumbarse frente a aquel chico, que muchos recuerdos tenían en la tarde de los fines de semana jugando a algún videojuego. Ahora ese niño había crecido y era un joven universitario. No le tenía rencor por algo que Klaus no había cometido y ese constante pensamiento era el que traía con miles de pensamientos, todos en bucle, cada día y noche del alemán.

Ahora que veía la mirada de ese joven, su culpa ya no era la misma, aunque esa sensación no se le iría tan fácilmente y seguiría teniendo pesadillas nocturnas por la guerra que vivió cuando apenas comenzaba su juventud. Ya estaba viendo las cosas de otra manera y Ágata tenía razón, hablar con Michael fue lo mejor que podía hacer para no sentirse como se estaba sintiendo y se preguntó porqué no lo había hecho antes.

—Mírate lo adulto que estás. —sonrió orgulloso de ese chico mientras miraba el salón donde recordaba aquellas tardes entretenidas.

—Klaus, ¿de verdad te culpas por ello?

Él lo volvió a mirar y asintió.

—Si...

Michael negó con la cabeza, sonriendo suavemente recordando algo de su madre.

—Si mamá estuviese aquí, te aseguro que te daría varios bofetones en la cabeza. Allá donde esté, jamás te ha culpado.

Klaus no dejó de mirar a aquel muchacho y, con todo corazón, dijo;

—Gracias, Michael.

Ambos se quedaron callados, sabiendo que la relación parecida al de hermanos que tuvieron hacia muchos años, ya no era la misma. Las personas cambiaban y ambos lo habían hecho. Uno por lo duro que fue la guerra y otro porque ya era un joven adulto.

Pero Michael miró la puerta cerrada de la cocina y elevó la ceja, al fijarse en la guapa chica que había visto antes apretándole la mano a Klaus. Y pensó en la suerte que él tenía.

—Y bueno... Esa rubia es... Ya sabes... —Movió las cejas, divertido y continuó. —¿Tu novia? Es guapísima. Podría decir que parece una modelo. ¿Lo es? —preguntó ilusionado, esperando la repuesta de Klaus, que comenzó a reír por aquello último, ya que Ágata podría serlo sin problemas.

—Es una chica muy especial... —murmuró sin vergüenza alguna—. Sin ella, no hubiese pisado esta casa.

Michael miró el anillo de ese hombre y supo lo que significaba.

—Ya era hora de que sentaras la cabeza. Ella lo estaría celebrando.

Ambos rieron por ello y comenzaron a hablar de todo lo que habían vivido aquellos años, sus cambios, las cosas nuevas que se enfrentaban y recordando también aquella época. No supieron cuanto rato estuvieron, pero Klaus prometió volver algún día.

Ágata y Klaus se marcharon de aquel sitio y, tras tomar un taxi, camino al tren, él tomó la mano de la joven para llamar su atención y, cuando la tuvo, dijo;

—Jamás pensé que me sentiría mejor hablando con él. Lo intenté evitar por años... Y ahora siento que un peso se ha ido de mi pecho —susurró, mientras Ágata tenía toda su atención—. Claro, que no se me va a ir por completo todo aquello que viví... Pero hablar con él me ha ayudado mucho.

La joven rubia se alegró por ello y sonrió, feliz por ese gran logro que había conseguido Klaus, él solo.

—Gracias, Ágata.

El alemán le apretó la mano y se la llevó a los labios para besarla, sin dejar de mirarla en ningún momento.

Los 2, callados, siguieron aquel recorrido sin dejar de conectar sus miradas en aquel íntimo lugar.

🥀

En el tren, ya eran más de las 3 de la tarde y la joven rubia no paraba de pensar en todo lo que habían vivido en tan pocas horas. Los sentimientos encontrados y lo que sabía que iba a hacer una vez volviese a París. No sabía como saldría todo, pero quería dejar zanjado algunos asuntos, empezando por Gabin.

Mientras ella estaba despistada mirando hacia las hermosas vistas de la ventana, como podía ver el sol de fondo, Klaus no dejaba de mirarla sentado en la parte que tenía en frente. Su mirada captó algo familiar y la bajó hasta llegar al hermoso anillo que le había dado su madre días antes de morir. Sin duda a Ágata le quedaba como un guante y adoró vérselo puesto solo a ella.

Deseó vérselo puesto siempre, pero su sonrisa se esfumaba cuando pensaba en que estaba prometida... Aunque llevaba ya varios días sin verle puesto a la joven aquel anillo de compromiso que tanta antipatía le estaba tomando. Ver como sus dedos estaban desnudo, solo con algún anillo de ella, le encantaba y verle ahora aquel anillo, era lo más divino que había visto, sin contar a Ágata en sí. La joven era tan bella que las personas no veían más allá y Klaus fue el único que realmente había visto más allá de Ágata y quería seguir conociéndola más y más.

Colocó sus manos sobre la mesa y descubrió el anillo que ella le había dado para fingir ser su esposo.

Sonrió por ello.

—Creo que ya es hora de devolverte el anillo —murmuró.

Él intentó quitárselo, cuando la voz de la joven lo frenó.

—Ah, si... Ese anillo. Tu tía me comentó que jamás hizo tal promesa.

La sonrisa socarrona de él apareció, divirtiendo a la bella mujer que tenía frente a ese alemán.

—Fue divertido hacer esto.

Ella entrecerró los ojos para decir;

—Atrevido.

La mano de Klaus intentó quitarse aquel anillo, pero descubrió que le quedaba un poco más pequeño de lo que pensaba. Al ver que no podía, Ágata fue a su ayuda, tomando la mano de él y deteniéndose en tocar los largos dedos de Klaus.

—Espera, que te ayudo.

Se acercó la mano de él a sus labios y abrió los labios, para así meterse el dedo anular de él en la boca de ella. Klaus dejó de respirar en ese instante, mirándola como tenía mucha agilidad en ello y al sentir los dientes de ella alrededor del anillo, hizo bajar su mano libre hacia su buen amigo que, animado, se estaba levantando.

Ágata, metida en su labor, miró a Klaus unos segundos, aún sin sacar aquel dedo de su boca y luego comenzó a sacar aquel anillo con los dientes, suavemente. Al sacar su dedo, se quitó el anillo de su boca y lo limpió con una servilleta para, entonces, entregárselo de nuevo a Klaus.

Tomó su mano y se lo puso sobre la palma de la misma.

—Te lo regalo. Para que tengas un recuerdo mío.

Él lo guardó como su más preciado tesoro en el bolsillo de su pantalón.

La joven le guiñó un ojo y se colocó en el respaldo de su asiento, mirando el anillo que Klaus le había prestado durante unos días y comenzó a quitárselo, sin que él se lo pidiera.

Le hizo entrega de aquel anillo y él volvió a tomarlo, sin haberlo echado de menos como antes. Con ese anillo en el dedo de ella, no lo echó de menos en ningún momento. Y, dudoso de si guardarlo o no, mirándola a ella, lo guardó en la pequeña cartera de él, añadiendo el anillo de ella, juntos.

—Gracias, Klaus... Muchas gracias por todo —susurró con una mirada dulce, de esas que amaba ver Klaus en ella.

—Ni me las des.

Ninguno dijo nada, pero la mente de Ágata empezó a ir a mil por hora, pensando en todo lo que había estado haciéndolo desde el día anterior. Para poder dejar todo de lado debía hacerlo y así tomar las riendas de su vida, nuevamente.

—Por cierto... Esta noche es la entrega de premios y he decidido asistir.

Klaus no le gustó aquel cambio de rumbo y miró hacia la ventana, volviendo el Klaus serio.

—No sé porqué, pero me lo imaginaba.

La joven lo miró y preguntó;

—¿Crees que es buena idea?

Sabía que él no era quien le tenía que dar permiso, pero quería ver cual era su reacción, cual era su respuesta. Y su respuesta era la que esperaba.

—Poder puedes... Pero no... No es buena idea.

—Necesito asistir y zanjar unos asuntos —contestó, volviendo su vista hacia la ventana y ahora era él quien la miraba extrañado.

—¿En una entrega de premios?

Asintió, analizando cada hermosa imagen que veía en aquella ventana, volviendo su imaginación, su inspiración y deseando escribir mientras Klaus la miraba hacerlo.

—Si... Quiero dejar claro varias cosas. Si no es sobre el escenario, es frente a la cámara de alguien que me quiera entrevistar.

—¿Y después de eso?

Ahora fue ella la que lo miró directo a los ojos y, sin que ninguno dejara de hacerlo, respondió;

—Se acabó.

Las arrugas y el miedo de esas 2 palabras vinieron al rostro de él, deseando saber que es lo que estaba tramando Ágata.

—¿Cómo que se acabó? ¿El qué? —cuestionó con un tono algo brusco.

—Mi fama y mi fortuna. No quiero esta vida... —Negó, mirándose los dedos—. Quiero una vida tranquila, alejada de todo, fuera de Europa... Pasar desapercibida y seguir escribiendo en el anonimato.

Él pensó que era lo mismo a lo que él deseaba. Una vida tranquila fuera de todo, dejando ese trabajo tan peligroso y tener más tiempo para él y, quizás, para la persona que estuviese a su lado. Pero al mirar a esa persona, sabía que era casi imposible tener esa vida que deseaba. Dudaba que ella dejase a su prometido por él y calló, solo para preguntarle otra cosa.

—¿Y que pasará con Le Goff?

La sonrisa de ella no pasó desapercibida para él.

—Sé que pagará todo lo que haya hecho mal... Lo sé. Nadie se marcha de este mundo sin pagar las que debe.

—Te veo segura de ello —aseguró Klaus.

Y la joven pensó en Zeus, de quien no le había dicho nada a Klaus y tampoco pensaba hacerlo. Sabía que, si lo hacía, la bronca iba a ser monumental y, conociendo a su escolta, no quería que se preocupase más de la cuenta por ella.

—No hay nada seguro en esta vida, Klaus. Pero he visto cosas peores de personas que han sido malas... —susurró. —Le Goff seguro que pagará todo, si no es en la cárcel, fuera. No soy la única que quiere que pague todo. Sé que nadie más va a sufrir por ese hombre.

Omitió todo lo que le dijo Zeus.

Klaus prefirió no seguir preguntándole, pero si aceptó a que ella fuera a aquella entrega de premios. Temía por la vida de ella, pero la joven le había prometido que iba a ser lo último que iba a hacer. No sabía sus planes, pero los descubriría. Quería mantenerla a salvo como había hecho los últimos días y seguiría haciendo más adelante.

Ahora tocaba disfrutar de ese momento a solas en aquel tren, rumbo a París.

Y él se sinceró nuevamente con ella.

—Yo también quiero una vida tranquila como tu.

Ambos sonrieron por aquel comentario de Klaus y, callados, mirando las vistas del tren, disfrutaron de ese momento juntos. Antes de que las cosas se pusieran turbias cuando llegasen a París.


***

Buenas noches, ¿estaban deseando que llegase este día?

¿Que les ha parecido?

¿Tienen sus mejores galas para el viernes? Porque se viene fuerte ;)

Nos leemos, prohibidas.

Patri García

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