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C I N C O | I N Q U I E T U D E S 👠

«Cada vez que cerraba los ojos, recordaba aquel incidente, aquel fatídico día... Y me odiaba por ello»

Klaus

Un hombre se hallaba de pie dentro de un edificio en ruinas. Parecía que la guerra lo había destrozado por completo por el polvo y lo roto que estaba todo. Pero, sobre todo, por ese ambiente devastador el cual habitaba en ese lugar.

Ese hombre caminaba sin rumbo por ese lugar, con la luz del sol sobre él. Lo hacía recordar a cuando estuvo en el ejército. Pero, ese hombre, mientras avanzaba, empezaba a notarse pesado, como si tuviera kilos de peso sobre él, hasta que paró al notar un vidrio rompiéndose bajo sus pies.

Él bajó la mirada y se encontró el trozo de un espejo roto y en el que, todavía, podía ver parte de su reflejo, lejos de que estuviera sucio por el polvo y manchado de sangre. De esa manera, hincó una rodilla en el suelo para poder agarrar aquel trozo de espejo, pero al mirarse, lo soltó rápidamente.

Klaus se vio vestido con aquella ropa militar, con aquellas botas llenas de polvo y el rostro lleno de sangre que no era suya. En ese mismo momento, empezó a hiperventilar, temeroso y deseó que, al girarse, no estuviera allí. No iba a cambiar de posición, porque sabía lo que vendría a continuación, pero su cuerpo no lo hizo y miró a sus espaldas.

Allí, en aquel lugar destrozado por la guerra, se encontró el cuerpo irreconocible de aquella joven. Era tan irreconocible, que varios fragmentos de su cuerpo estaban esparcidos por todo ese lugar. Klaus dio un paso atrás sin dejar de mirar aquel desastre que se originó por su culpa. Su corazón parecía salirse de su pecho, con una fuerte opresión que le impedía respirar y cerró los ojos, lleno de culpabilidad y al abrirlos, el cuerpo ya no estaba.

Klaus miró hacia todos lados, buscándolo, carcomiéndose por dentro, hasta que la voz de un niño lo hizo temblar.

—Por tu culpa —dijo.

Klaus buscó a ese niño, pero no estaba, no lo encontraba.

Quería ir, pedir perdón y poder hacer algo para que su mente estuviera tranquila, después de tantos años condenándose por ello.

Pero la voz se volvió a escuchar;

—Todo es por tu culpa —repitió, con un tono más fuerte.

Y, por último, gritó;

—¡Te odio!

Klaus despertó en la penumbra de aquel cuarto, sudoroso y sintiendo que esta vez, aquella misma pesadilla, parecía ser cada vez más real que la última.

Miró hacia todos lados en busca de que aquello fuera una pesadilla, pero solo encontró muebles y un cuarto impecable, con varios de sus libros colocados sobre un escritorio que tenía allí. Se sentó en la cama, para poner sus manos sobre su rostro y lamentarse.

La luz de la luna pasaba por aquella ventana en la que se veía todo, y la piel de Klaus brillaba bajo esa luz por aquellas gotas de sudor.

Tan rápido como lo recordó se levantó de la cama y corrió hacia la puerta. Tomó el pestillo y lo echó para que nadie entrara, como si tuviese miedo de que aquel suceso que le ocurrió en el ejército le volviera a suceder. Pero eso no lo ayudó a calmarse, por lo que se acostó en la cama para no volver a pegar ojo, como hacía cada noche después de acontecimiento traumático.

🥀

El sol salió de su escondite mientras que una joven se terminaba de colocar uno de sus vestidos, no tan galantes como solía ponerse, pero si uno precioso que le había regalado alguien especial en su vida. La historia de ese vestido era larga y ya tenía años, pero todavía le quedaba como un guante a Ágata, aunque años antes sus caderas no lo rellenaban del todo, ahora parecía quedarle como el vestido más perfecto que jamás había tenido.

Ese color negro hacía resaltar el cabello rubio y brillante de la joven, la cual la gran mayoría del tiempo siempre lo tenía suelto y muy bien peinado. Ágata era una mujer refinada y nada de lo que se ponía era imperfecto, hasta su ropa interior con aquella prenda de encaje, la hacía ver perfecta. A ella le gustaba vestir bien y lo había aprendido por si sola. Y lo más importante, lo hacía para ella misma y no para nadie más.

Le gustaba verse hermosa y su sonrisa lo demostraba.

La joven observó desde el espejo como su prometido pasó tras ella en aquel vestidor amplio que tenían, con las ropas bien colocadas de cada uno, al igual que sus zapatos y accesorios. Todo eso, todo ese piso, era de Ágata y Gabin apenas se gastaba dinero en ese lugar.

—¿Por qué no vamos a cenar esta noche? —preguntó ella alegre.

Terminó de ponerse uno de sus pendientes plateados y se giró para mirar a su chico.

Pero Gabin no era muy cariñoso con nadie, ni siquiera con su novia.

—¿Estás loca? Tienes a media Francia señalándote, ¿y quieres que vayamos a cenar con toda la prensa pegada a ti? —respondió él de una mala forma que hizo cambiar de alegre a Ágata, a una de seriedad. —Ni de broma.

Ella observó su bolso para luego mirarlo a él, pensando que podrían hacer después de estar tantos meses sin poder salir como una pareja normal, para tener citas.

—Pues al cine.

Una carcajada de Gabin sonó y eso hizo cambiar de idea a Ágata sobre la cita. Apretó la mandíbula y le dio la espalda a su novio para volver a mirarse al espejo y peinarse el cabello, con un rostro serio pero que significaba tristeza.

Ya empezaba a ser una costumbre para ella, fingía alegría detrás de una máscara, cuando en realidad todas las horas de su día a día era pura tristeza. Así llevaba años junto con él, pero... Lo quería. Sentía que su vida sin él no tenía sentido, que estuvo a su lado cuando más lo necesitaba. Pero no era feliz a su lado y quizás nunca lo fue.

—Como si no hubiera prensa ahí tampoco —respondió mientras elegía uno de sus relojes y luego se lo ponía para caminar hacia su cuarto.

La española tomó su bolso oscuro y entró en el cuarto mientras miraba a Gabin.

—¿Y que quieres hacer entonces?

—Nada. Yo estaré trabajando hasta tarde.

Ella apretó la mandíbula mientras miraba la herida que tenía su prometido en la muñeca y la cual ahora la tenía vendada. Cuando lo había visto con esa herida hacía 2 días, él le había respondido con la mayor tontería del mundo, pero Ágata no le creyó. Se imaginaba cosas que su prometido hacía fuera de casa, pero sin pruebas quería creer que eran falsas.

—¿Y pretendes siempre echarme la culpa a mí de que llevemos unos meses malos? —inquirió con calma. —Cada vez que te invito a algo es para recordarme que toda la prensa me odia. No es necesario recordarme algo que me ocurre cada cinco segundos. No solo me siguen por la calle, sino que miles de haters me tiran mierda en las redes, hasta tal punto que tuve que cerrarlas.

—No te vengas a enfadarte ahora conmigo, Ágata. —Observó su reloj para luego mirar a la joven rubia. —No seas cría.

Ella odiaba la palabra cría. Era de todo menos cría y ya lo había demostrado la gran mayoría de las veces. Todo lo que había luchado para ser la mujer que era a día de hoy para que su novio, cuando ella le decía cuatro verdades, le dijera cría. Era su método de defensa, cuando en realidad el crío era él cuando ella lo rechazaba.

—¿Cría? Vale... —Prefirió no seguir con aquel tema, porque ella sabía muy bien donde acabaría esa discusión.

Y no quería recordarlo, porque Gabin se lo recordaba en cada momento.

—No te habrás enfadado ahora, ¿verdad?

Apretó la mandíbula al ver lo frío que era con ella, que tan solo quería un poco de paciencia y cariño, que él la apoyase en esos momentos. Ni siquiera la apoyó cuando había publicado aquel artículo tan importante, solo le decía que se atuviese a las consecuencias y que por su culpa su padre estaba muerto.

Solo le recordaba lo malo y lo malo ya estaba lo suficientemente presente como para que ella lo estuviese pensando siempre.

—¡Pues sí, Gabin! No te entiendo —explotó—. Un día me echas la culpa y al otro no tienes ni cinco minutos para hablar conmigo. Solo te importa el sexo.

Gabin se relamió los labios mientras que caminaba hacia ella para agarrarla del antebrazo.

—El sexo en una relación es muy importante. Y tu y yo llevamos meses de sequía en ese ámbito. —Le volvió a recordar a Ágata.

Ella no le gustó como la estaba tomando, el daño que le estaba haciendo en esa zona e intentó zafarse de él, pero Gabin tenía más fuerza que ella.

—Serán los pilares de una casa, pero sin diálogo en una pareja, la casa se derrumba —rebatió Ágata.

—¡Pues ya no hay casa, Ágata! —increpó a los cuatro vientos, importándole bien poco que aquellas paredes pudieran escucharse desde fuera y ahora ellos no estaban solos en ese piso. —¡No entiendo porque te enfadas! Te recuerdo que fui yo quien te sacó de esa mierda de relación que tenías antes. Que sin mí estarías ya muerta y enterrada. Sin mi no serías la mujer que eres hoy.

La apretó más de lo debido en su antebrazo y Ágata empezó a temer por ese agarre, haciéndole recordar, no solo por sus palabras, sino por sus gestos lo que había vivido años antes.

—¿Cómo eres capaz de recordarme aquella época?

Su rostro cambió, viendo que se había equivocado y, al ver el daño que le estaba haciendo en el antebrazo, la soltó rápidamente.

—Lo siento, Ágata.

Ella se giró, tomó su bolso que había soltado segundos antes de la cama y siguió hacia la puerta. Pero luego se giró para concluir;

—Y estas muy equivocado. Soy la mujer en la que me he convertido gracias a mí misma y gracias a la ayuda de mi madre —dijo para luego añadir—. Y no fuiste tu quien me sacó de allí, sino ella, porque siempre estuvo a mi lado. No me recuerdes ni una puta vez más aquella época, ¿vale? Porque eso te hace ser un puto cabrón.

Gabin asintió, pero no le contestó, se le veía afectado y cuando Ágata abandonó el cuarto, cerrando tras ella, se chocó nuevamente con un torso duro que la hizo caer hacia atrás, pero una mano grande la colocó sobre la espalda de la joven para que no cayera.

Ágata, que miró el dueño de ese torso, observó los ojos azules de Klaus y tragó saliva, temerosa de que hubiese escuchado la conversación.

Varios mechones de pelo del alemán caían sobre su frente, viéndose irresistible, como aquel pelo negro, con varias canas en ciertas zonas, le hacía ver maduro. Todo lo contrario, a su prometido.

Gabin no era para nada atractivo, era el típico niño de papá que se crio entre riquezas y que ahora trabajaba con su padre en la empresa. Ágata, en cambio, había trabajado con sudor y lágrimas para llegar a ser la periodista que era y para acabar de aquella manera, siendo la burla de todos. Y tanto era así, que todo lo que había trabajado con sus novelas, estaba siendo sacrificado por aquel artículo que se arrepentía hasta la saciedad de haberlo publicado.

Se sentía más que culpable por la muerte de su padre y más cuando lo vio morir frente a ella.

Klaus, mientras, que había oído la conversación, se preocupó por esa mujer y deseó saber si ella se encontraba bien. Pero el rostro serio de ella no le decía nada. Nunca le decía nada.

—Lo has oído todo, ¿verdad? —preguntó ella.

No le gustaba que la gente escuchara aquello, las continuas discusiones que tenía con su pareja, pero a veces no se podían evitar.

Y la voz de Klaus no se escuchó hasta pasados unos minutos.

—No era mi intención —respondió con aquella voz grave, con aquel acento marcado que tenía como el buen alemán que era.

La joven apretó la mandíbula mientras miraba hacia todos lados.

—Necesito salir de aquí. ¿Estás ocupado? —cuestionó y él negó con la cabeza.

—No. Solo revisaba si las cámaras estaban bien colocadas. —Observó los labios de Ágata para luego subir hacia los ojos de la joven. —¿A dónde quiere ir?

Aquella mirada intensa que tenía ella, era peligrosa para él. Tenía una mirada profunda, el cual sentía que podría mirar hasta en lo más hondo de su alma, el alma oscura que Klaus tenía y el cual no quería sacar jamás a la luz.

Él creía que era mala persona, por lo que hizo, por lo mal que lo pasó en el ejército y lo que vivió allí los 3 años que estuvo. Fueron los peores momentos de su vida y, a día de hoy, seguía con heridas internas. Eran sus cicatrices. Lo que vio, las personas que perdió por su culpa, las torturas que le hicieron... Meterse en seguridad fue una de las mejores decisiones que había tomado en su vida, pero no era nada fácil ese trabajo y ya solo quería tranquilidad.

—A una librería. Pero no a cualquiera, sino a una que está lejos de aquí. ¿Puedes llevarme?

La voz de ella lo llamó de nuevo y Klaus bajó la mirada para ver aquellos ojos marrones de ella, tan perfectos e intrigantes. Y asintió.

—Claro. Avisaré a los demás.

La mano de Ágata se posó sobre la muñeca de él y lo frenó.

—No... Solo quiero irme, no quiero que nadie más se entere.

El alemán tardó en darle una respuesta, no era un hombre que se tomaba las cosas apresuradamente. Le gustaba ir lento, tomar sus decisiones tranquilamente y seguir adelante. No creía que fuera una gran idea, pero no iban a ninguna conferencia, ni mucho menos a una firma de libros, solo iban a ir a la librería.

¿Qué podría salir mal?

Entonces, Klaus dijo;

—Claro.

🥀

Ya en el coche, el viaje se hizo largo y no precisamente porque estuviesen aburridos.

Ágata había querido sentarse en el asiento del copiloto, cosa que Klaus no quería que se sentara allí, por temas de protocolo. Como buen protector, su clienta debía estar protegida en el asiento trasero y porque así era mejor para que ella no se percataba que Klaus, de vez en cuando, la miraba con disimulo desde el espejo retrovisor. Pero, como empezaba a ser costumbre, ella era la que terminaba teniendo la última palabra y ahora, ambos, estaban uno al lado del otro en aquel Range Rover.

Ninguno hablaba, pero prometía ser un momento interesante para aquella pareja tan peculiar.

Ágata estaba mirando su ventana, observando las vistas pasar y metiéndose en su mundo de escritora, porque viajar mirando hacia la nada era una forma de creatividad para ella y la de ideas que le venían a la mente mientras oía música en el coche, no eran pocas.

La canción Suffer de Charlie Puth sonaba en aquel coche, con aquellos ritmos sexys y que no ayudaban para nada a Klaus, que de vez en cuando miraba las piernas desnudas de la joven rubia y el cual, ese vestido, le hacía volar su imaginación a más no poder.

Entonces, viendo que todavía quedaba un buen trayecto hasta la librería que ella quería ir, se debatió si hacerle algunas preguntas a ella o, por el contrario, ignorarlo para no conocer la furia de ella. Pero eso último le divirtió y le gustaría conocerla por completo.

Sin dejar de mirar hacia la carretera, a las afueras de París y con la canción de Charlie de fondo, inició;

—No quiero entrometerme en una relación de pareja... Pero si su prometido la trata siempre así, no la merece.

Ágata, a pesar de estar en su mundo de fantasía, lo había escuchado a la perfección, pero no quiso responderle. Ni siquiera lo había mirado porque no quería escuchar ese tipo de preguntas. Simplemente, era complicado para ella.

Él, al ver su nula respuesta, cuestionó;

—¿Lo ama?

La joven tragó saliva, nerviosa y, dejando de mirar hacia la ventana para observar a aquel alemán algo entrometido, respondió con la boca pequeña.

—Si... He de amarlo. —No lo miró cuando le respondió y eso le hizo ver una respuesta muy distinta a Klaus.

—Si me respondes de esa manera, es que no lo amas de verdad. Solo siente cariño por él.

Una pequeña sonrisa apareció en los labios del alemán, el cual se percató y no supo porque ese músculo se había puesto así, pero no podía evitarlo.

La joven Ágata lo miró con carácter y explicó;

—Lo amo, sino no hubiese aceptado casarme con él. La boda será dentro de unos meses, solo es un bache de pareja —comentó, como si tuviese que darle explicaciones a su guardaespaldas, pero así no eran las cosas y, en el fondo, ella lo sabía.

—¿Y desde cuando llevan en ese bache? —Siguió metiéndose Klaus, pero esta vez Ágata no le contestó.

Klaus quiso decir algo más, decirle que eso no era amor, que era toxicidad, pero al ver que esa no era su vida y no debía meterse, prefirió dejarlo. La dueña de su vida era ella y, por mucho que le dijera que no era amor, ella le haría menos caso. No irían a ningún sitio tratando esos temas y era algo que estaba a la orden del día, porque muchas parejas eran tóxicas y eso, a él, no le gustaba. Le gustaba la idea de una relación normal, sin toxicidad, que el amor existía sin esa palabra... Pero era una conversación de la que muchos no estaban preparados para escuchar.

Ágata parecía estar cegada por Gabin y que nadie podría hacerle cambiar de opinión de lo que, en verdad, era una relación de pareja.

Cuando ella estaba sola, parecía ser una mujer fuerte e independiente, pero las pocas veces que la había visto junto con su prometido, esa valentía se esfumaba.

En silencio, llegaron a la librería, una de las antiguas. Klaus aparcó frente a aquel local y, antes de que Klaus se bajara, ella lo hizo antes y todo para no toparse con él porque estaba furiosa de que le dijera la verdad en la cara. Klaus la siguió y entró con ella, sin decirle nada, dándole el espacio que ella necesitara.

Una mujer mayor se encontraba en el mostrador y saludó a Ágata con cariño y simpatía, como si la conociera de hacía mucho tiempo.

Pasaron un rato ahí, mientras que ella miraba los libros que había en las estanterías antiguas, Klaus la observaba de lejos, cerca de la puerta, como un guardaespaldas. Pero fue ahí cuando un libro le llamó la atención y, mirando de vez en cuando a Ágata, empezó a leer la sinopsis de aquella novela policíaca.

Y estaba tan interesante, que dejó de prestar atención a Ágata para leer un poco y la joven se acercó a sus espaldas, mirando a hurtadillas el libro con él.

Ella sonrió cuando ya en su mano había como 2 libros para llevarse.

—Mm... Es un muy buen libro.

Klaus cerró el libro y la miró a ella, la cual estaba muy cerca de él y Klaus empezó a tragar saliva, nervioso de tenerla tan cerca, pero aguantó como aquella vez que se retaron mirándose y fingiendo que no le afectaba.

—¿La ha leído?

—Si. ¿Por qué no te lo compras? Te va a encantar —animó ella, aun cerca de él, con una sonrisa delicada y hermosa que hacía olvidar a Klaus que ella era prohibida para él.

—Lo haré —contestó, sin poder evitar sonreír junto con ella.

Entonces, sin hacer nada, ella le quitó el libro para irse al mostrador y comprárselo junto con los otros 2 que tenía en su mano.

—¡Eh! ¡Señorita Conte! ¿Qué hace? —se acercó a ella rápidamente gracias a sus piernas largas, pero Ágata tenía unas manos más rápidas que las piernas de él.

—Comprarle el libro —dijo como si fuese obvio.

—No pienso permitírselo.

—Tutéeme y yo le devuelvo el libro —dijo porque sabía que eso era imposible.

—Mi trabajo no me permite tutearla, señorita.

La sonrisa de ella se hizo más presente y pudo ver que era una sonrisa natural, no como las que fingía cuando estaba con su prometido las pocas veces que los había visto juntos.

—Pues te ahorras un dinero —contestó.

Él vio como ella pasaba la tarjeta y luego la mujer le ponía los libros en una bolsa de papel. Klaus negó con la cabeza mientras su seriedad se iba a la primera basura que había cerca.

—¿Es usted siempre así?

Una vez en la puerta, antes de salir a la calle, Ágata se acercó a los labios de su guardaespaldas para añadir y disfrutar de ponerlo nervioso;

—Hay que ser políticamente correcta siempre, excepto en la cama —susurró, mirando los labios de aquel hombre para luego ver como su guardaespaldas tragaba cotosamente saliva y concluir—. Pero usted ya lo sabrá, ¿no Niko?

Su humor y el gusto de fastidiar a su guardaespaldas había vuelto y eso, a Klaus, aunque odiaba que le dijera Niko, a él le agradó ver que su humor había vuelto.

No le respondió a aquella descortesía de ella, ya que veía que era una mujer que hablaba abiertamente sobre sexo, pero una vez en la calle, Klaus vio algo extraño que hizo poner todas sus alarmas internas y tomar a Ágata para que se colocara tras sus espaldas.

—¡A mis espaldas! —gritó mientras se acercaba al coche con cuidado al ver que había una nota pegada en el parabrisas.

Observó a todos lados, con su mano derecha sobre su arma, buscando a alguien, pero no había absolutamente nadie en la calle. Se acercó al coche y tomó la nota. Pero al abrirla, no había nada, solo un pétalo de flor roja algo marchita y observó a Ágata sin comprender nada.

—¿Sabe lo que puede significar? —señaló al pétalo y el temor en ella se hizo presente.

—Si... Es la segunda advertencia.

Ambos se miraron sin decir nada. Klaus abrió la puerta trasera del coche, a pesar de las quejas de ella por querer sentarse en el haciendo delantero y corrió por las calles de Francia para llevarla a salvo del peligro que acechaba.


Haters; Como tal, es un sustantivo del inglés, y se puede traducir como «odiador», o persona «que odia» o «que aborrece».




***

Y hasta aquí un nuevo capítulo.

¿Que les ha parecido?

¿Quieren más momentos Klaus y Ágata? O Niko y la gatita ;)

Nos leemos, prohibidas ;)

Patri García

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