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5. Alicia - "Eternidad"


—Puedes irte a la mierda.

Kora observa a Max con mirada asesina. La furia en su rostro me estremece. Falta poco para el amanecer, y aún no hemos sabido nada de David ni de las personas que nos mantienen cautivos. Ni siquiera sabemos si van a alimentarnos o nos dejarán morir de hambre.

Estoy sentada contra la pared junto a Max. Aunque él se ha negado a mi contacto, me acerqué a abrazarlo de todas formas. Sé que reveló la enfermedad de David a los encapuchados para evitarle una tortuosa agonía. Kora, por su parte, no opina igual que yo.

—No tuve opción —dice Max con tristeza en la voz. No ha parado de llorar desde que se llevaron a su amigo.

Kora está sentada en la pared opuesta a la nuestra junto a Daniel y Danira, quienes la contienen y consuelan. Ha intentado abalanzarse sobre Max desde lo ocurrido con los encapuchados.

—¿No tuviste otra opción? —Kora se pone de pie entre risas irónicas—. ¿Desde cuándo luchar dejó de ser una opción?

—¿Qué demonios querías que hiciera? —Max se libera de mi agarre y se incorpora—. ¿Querías que lo dejara morir lenta y dolorosamente? ¿Querías verlo morir frente a ti?

—¡Al menos así habría pasado sus últimas horas de vida a su lado! —Kora estalla en llanto—. ¡Prefería verlo morir por sí mismo a que fuera asesinado por los imbéciles que nos trajeron aquí!

Daniel, Danira y yo nos ponemos de pie también por si Kora intenta golpear a Max.

—Tú no lo entiendes —solloza Max—. Hace años, escuché cómo mi padre y hermano se desplomaban en el suelo por culpa de protectores. Vi a mi madre y hermano arder en llamas y ser aplastados por el que solía ser mi hogar. No podría soportar ver morir a otro ser querido en frente de mí, Kora. No quiero volver a enfrentar la muerte sin poder hacer algo para combatirla.

Max se derrumba. Regresa a la pared y llora con gran intensidad mientras recuerda a su familia y acrecienta su dolor. Sorpresivamente, Kora reprime su ira y se acerca para abrazarlo. Al principio, Max se aleja con temor, pero acaba envolviendo sus brazos en ella al notar que no busca herirlo. Ambos lloran en silencio la pérdida de su amigo.

Una lágrima cae hasta mis labios. Detesto ver sufrir a Max de esta manera. ¿Cómo sufrirá Aaron cuando se entere de la muerte de David? ¿Se recuperará? Tal vez no. Sufrirá tanto o más que Max.

Decido sentarme al fondo de la habitación para darles espacio a Kora y Max. Se necesitan más que nunca. Daniel y Danira se abrazan también; no sabía que eran tan cercanos. Quizás es la situación de encierro y peligro la que los hace buscar refugio en el otro. Ninguno de nosotros sabe qué nos pasará.

El estruendo de la puerta electrificada en movimiento nos sobresalta. La luz de la habitación se enciende y tres encapuchados armados ingresan, atentos en apuntarnos sus armas y observarnos con detenimiento. Uno de ellos camina hacia mí con el arma apuntada en mi pecho.

—Tú, ven con nosotros —ordena con voz amortiguada por la capucha—. Ahora.

Me tenso. Permanezco inmóvil, tal como los demás. Dirijo una mirada rápida a Max y lo descubro negando con la cabeza.

—De pie —insiste el encapuchado, y levanta su arma hacia mi cabeza.

Sigo inmóvil. Trago saliva, aprieto mis nudillos y veo al encapuchado directamente a los ojos: son azules. Tiemblan como han de temblar los míos. Confirmo gracias a ese temblor delator que este sujeto no es un protector. Los protectores no vacilan en sus movimientos.

—Por favor, no le hagan daño —ruega Max. Cuando intenta ponerse de pie, el otro encapuchado lo empuja de regreso al suelo.

—No te preocupes, iré con ellos. —Sostengo la mirada de Max para expresarle que no tengo miedo, pero la verdad es que estoy temblando por dentro.

Me pongo de pie con cautela, atenta al arma que me es apuntada. El encapuchado, sin despegar sus ojos de mí, me indica que camine hacia la puerta. Me muevo con lentitud, nerviosa en cada paso.

—Alicia, no vayas —susurra Max. Apenas puedo oírlo—. Te harán daño.

—Estaré bien —prometo antes de salir.

—¡Muévete! —El encapuchado me empuja al pasillo, lo que genera un gruñido enfurecido en Max.

Avanzamos por un pasillo de paredes de hormigón y puertas iguales a la de nuestra celda. Pequeños focos de luz pálida iluminan en ciertos tramos del extenso pasillo y, gracias a la iluminación, distingo cámaras rudimentarias al principio y al final del techo. Estas dificultarían mi escape y el de los demás rebeldes.

Paso junto a varias puertas. Veo a Ciro tras la ventanilla circular de una; él entra en pánico al distinguirme. Puedo notar que resiste el impulso de golpear la puerta electrificada. Me detengo junto a la ventanilla e intento decirle que estaré bien, pero los encapuchados me agarran de los brazos y me obligan a seguir caminando. Ciro se limita a vociferar insultos para las personas que nos recluyeron.

Los encapuchados me conducen por una serie de pasillos cuyas estructuras no lucen tan diferentes a la Prisión de Libertad. Infiero gracias a lo que veo que esta construcción es una prisión, o al menos los vestigios de lo que solía ser una. Varias de las paredes que veo están derruidas y manchadas por la humedad, como si hubieran pasado un largo tiempo sin ser limpiadas y recibir ventilación. Deduzco que esta es una prisión restaurada. Los encapuchados no la construyeron.

Tras doblar por varias esquinas, pasillos iluminados y otros oscuros, llegamos a lo que parece ser una habitación para interrogaciones. El encapuchado de ojos claros me ordena entrar con su arma negra y larga, la que me hace temblar de solo verla. Dentro de la habitación, hay un mesón metálico y sillas del mismo material. Un largo espejo se extiende en una pared, y estoy segura que tras él hay personas viéndome.

Me empeño en lucir serena. No quiero demostrar debilidad.

Los encapuchados, sin desapuntar el arma de mi cuerpo, me ordenan que me siente en una de las sillas metálicas. Transcurren minutos en los que no sucede nada, hasta que oigo pasos de suelas pesadas en el pasillo. Tres encapuchados más ingresan en la habitación, dos de ellos portando armas y el tercero con las manos vacías.

Las tres personas se agrupan al frente de la mesa. El encapuchado de ojos claros que me trajo aquí se para tras mi espalda y el otro bloquea la puerta. Estoy rodeada. No hay nada que pueda hacer para escapar.

El encapuchado desarmado se sienta en la silla situada frente a la mía, apoya los codos sobre la mesa y se aclara la garganta.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunta en un tono de voz sorprendentemente cálido.

Guardo silencio. Su pregunta es la confirmación que necesitaba: estas personas no son protectores. De serlo, sabrían perfectamente bien quién soy. Que desconozcan mi identidad me dice que ellos no son de Constelación porque, según me contaron en el refugio, la nación posguerra me conoce. Están informados de lo sucedido en Arkos y, aunque no interfieren, se mantienen al tanto de la contienda del país antártico.

Si estas personas no son protectores ni habitantes de Constelación... ¿Quiénes son?

—¿Cuál es tu nombre? —repite el hombre sentado frente a mí.

Más silencio. Me niego a hablar. Puede que todo se trate de una trampa y ellos sí sepan quién soy.

—¿No dirás nada? —insiste el encapuchado.

—¿Qué hicieron con nuestro amigo? —inquiero, decidida a hablar. Necesito saber sobre David.

—Ha sido llevado lejos de aquí —revela el desconocido—. Muy lejos.

Trago saliva. Mis nervios son evidentes ahora.

—¿Adónde se lo llevaron?

—¿Por qué crees que tienes el derecho de hacer preguntas? —La voz del hombre suena fría. Atrás quedó el tono cálido—. ¿Me vas a decir tu nombre o no?

Otro silencio para pensar en ello. Si en verdad no saben quién soy, ¿qué importa que les diga mi nombre? Y si son protectores y me conocen, no les gustará que mienta. Lo mejor será decir la verdad.

—Alicia —respondo—. Alicia Robles.

Los ojos del hombre se ensanchan.

—¿Alicia? —pregunta con cierta esperanza en la voz.

Asiento. De modo que saben quién soy.

El hombre se quita la capucha. Veo sus rasgos a la perfección: tiene barba oscura y espesa, tez morena y un par de arrugas en ciertas partes del rostro. Ha de bordear los cuarenta años.

—¿Cuál es el nombre de tu madre? —inquiere, ansioso.

—¿El nombre de mi madre? —Frunzo el ceño—. ¿Por qué me preguntas eso?

—¿Se llama Meghan? —Esboza una sonrisa entusiasmada.

Me estremezco. Él conoce a mi madre. Puede que sí sea un protector.

—¿Sabes quién soy? —le pregunto con cierto temor.

Él extiende su sonrisa. Le tiemblan los labios y le brillan los ojos.

El hombre duda antes de hablar. Sostiene mi mirada sin dejar de sonreír. Luego de unos segundos de vacilación, retoma la palabra:

—Alicia, soy tu verdadero padre.


* * *


Emito una risa involuntaria.

—¿Qué? —Frunzo las cejas.

—Sé que pensarás que es una locura —dice el hombre con timidez—. Tal vez no debería decírtelo sin...

—¿De qué rayos está hablando? —interrumpo, estremecida.

—Meghan era una chica curiosa y llena de secretos —ríe el sujeto—. Recuerdo cuando nos conocimos. Nunca esperó sentirse atraída de un pobretón y un rebelde como yo.

—Exijo que admita que esto es una broma de mal gusto —pido con voz temblorosa.

—Todo comenzó tras un partido de soccer virtual en Libertad —relata el hombre. Ya no me presta atención; su mente ha viajado más allá del cuarto—. Ambos teníamos diecisiete años.

Soccer virtual. El deporte favorito de mis hermanos...

¿O de mi madre?

—Yo era el encargado de limpiar las gradas del Centro Deportivo, las que siempre quedaban repletas de basura después de cada partido —prosigue el desconocido—. Meghan había asistido a uno de los tantos partidos veraniegos. Recuerdo exactamente cómo lucía ella esa noche. Horas después de acabar el partido, cuando todos los espectadores ya habían abandonado el recinto y me correspondía hacer el aseo, ella regresó. Éramos los únicos en todo el Centro Deportivo.

—¿Por... por qué regresó? —pregunto, ahora intrigada por la historia.

—Había olvidado su collar con forma de estrella —responde el sujeto con ternura en la voz.

Collar con forma de estrella.

No puede ser.

Recuerdo ese collar. Mamá lo guardaba al fondo del armario de su habitación. Hace mucho tiempo, cuando era niña, la encontré sentada en su cama con el collar en mano y lágrimas en el rostro, las que secó apenas me vio en la puerta, y rápidamente regresó el collar a su escondite. Ella siempre decía que fue un regalo de su abuela antes de morir, y que por esa razón lo resguardaba con tal cuidado y lloraba al tenerlo en sus manos. Ahora que este desconocido me habló del collar, pienso que mamá no lloraba solo por recordar a la abuela. 

Tal vez, el collar le traía recuerdos de un amor perdido.

—Dígame que no es cierto —pido, ahora con los ojos empañados—. Dígame que usted no es mi padre.

La sonrisa del hombre se esfuma. Carraspea antes de hablar.

—Buscamos el collar por toda la grada en la que ella estuvo sentada. —Esboza una nueva sonrisa, esta vez triste—. Meghan se negaba a marcharse sin encontrar el bendito collar de estrella. Era insoportablemente obstinada. —Se ríe—. Nos llevamos mal apenas iniciamos la búsqueda. Ella insistía en que buscásemos el collar, sin importarle que yo debía hacer mi trabajo. Tras mi insistencia sobre que tenía que cumplir con mi labor, Meghan prometió ayudarme a aspirar los papelillos de confeti esparcidos por las gradas si buscábamos el collar hasta encontrarlo.

El hombre ríe con una notoria nostalgia. Mira hacia la nada al recordar a mi madre.

—¿Puede ir directamente al grano? —ruego, desesperada por saber si dice la verdad.

—Encontramos el collar después de dos horas —continúa—. Era medianoche cuando realizamos el hallazgo. El antiguo toque de queda de Arkos había sido revocado solo un par de meses antes de aquel día, por lo que no nos importó quedarnos hasta tarde buscando el collar. Después del hallazgo, tu madre cumplió su promesa: me ayudó con el aseo. La cancha electrónica y las pantallas virtuales estaban al cuidado de expertos, así que yo solo debía limpiar las extensas gradas, pero nos tomó un par de horas más de todos modos. Fueron dos horas en las que mantuve variadas conversaciones con tu madre, y dos horas en las que se mostró mucho menos ruda y más amigable que al comienzo.

—Sigue sin ir al grano —digo, perdiendo la paciencia.

—En resumen, Meghan y yo nos hicimos buenos amigos esa noche —dice, ignorando otra vez mi ansiedad—. No preguntes cómo, porque ni siquiera yo lo sé. Ella vio algo en mí más allá de mi simple condición de aseador, y yo vi algo más a través de su imagen de chica adinerada de la gran ciudad... pero, lamentablemente, ella tenía una relación amorosa con Oliver.

Oliver. Mi padre.

Esto no me está gustando.

—A pesar de su noviazgo con Oliver, Meghan y yo no pudimos evitar enamorarnos con el paso del tiempo —cuenta con tristeza—, así que comenzamos una bella relación secreta. Me tomaría horas explicarte cómo llegamos a eso, pero dudo que quieras tantos detalles. —Vuelve a reírse, esta vez con incomodidad.

—¿Qué pasó después de que iniciaron una relación? —inquiero, llena de intriga.

—Yo tenía contacto con algunos rebeldes de Amanecer, quienes siempre me ofrecían unirme a ellos. Iba a aceptar su oferta, pero la rechacé por Meghan. Estaba demasiado enamorado de tu madre para arriesgar mi vida. Como teníamos confianza absoluta, le conté todo sobre el mundo rebelde y, por suerte, ella prometió guardar el secreto.

Aquella revelación por poco me lanza de espaldas al piso. ¿Mi madresabía de los rebeldes de Amanecer? ¿Supo sobre ellos durante años y nunca ledijo nada a nadie?    

¿Cuánto la conozco en realidad? Creo que nada.

De ser ciertas las cosas que el hombre está diciéndome, mi madre no es tan correcta como yo creía. Somos más parecidas de lo que imaginaba: ambas nos sentimos atraídas por lo que nos era prohibido. Quizá, tal como yo, mamá se entregó al hombre "indebido" porque se sentía demasiado asfixiada con la rutina de siempre y por sobrellevar una relación que no la hacía feliz.

—¿Por qué aseguras que soy tu hija? —pregunto, sin poder evitar el temblor de mi voz.

—Un mes antes de las reproducciones obligatorias, Meghan me reveló que estaba embarazada. Su bebé no podía ser de Oliver, porque ellos nunca tuvieron relaciones... pero sí las tuvo conmigo.

Me pongo de pie y merodeo por la habitación mientras froto mis sienes con los dedos. Los encapuchados ya no me apuntan sus armas. Podría ingeniármelas para esquivarlos, atravesar los pasillos y encontrar el modo de escapar, pero necesito saberlo todo.

—¿Qué pasó después? —Regreso a la silla.

—Tarde o temprano el embarazo empezaría a notarse, por lo que Meghan debía elegir entre huir conmigo o casarse con Oliver y salvar a su familia de la quiebra, así...

—Espera, ¿qué? ¿Salvar a su familia de la quiebra? —Casi quedo sin aliento.

—La situación económica de tus abuelos iba en picada —revela el sujeto—. Oliver era el heredero de la poderosa empresa automovilística de su padre, lo que le aseguraba a Meghan un futuro esplendoroso. Tus abuelos, conscientes de ello, la presionaban a casarse con Oliver.

La situación es tan parecida a la mía que siento ganas de reír. ¿Por qué mi madre fue tan estricta conmigo si vivió lo mismo que yo? ¿Por qué cometió los mismos errores de sus padres por dinero?

—¿Qué eligió mamá? —inquiero, aunque la respuesta es obvia.

El hombre moreno que dice ser mi padre suspira con la mayor tristeza posible y cierra los ojos con fuerza antes de seguir.

—Tuvo mucho miedo de huir conmigo, unirse a los rebeldes y dejarlo todo atrás. Era lo único que podía ofrecerle. Ganaba muy poco como aseador, porque era prácticamente un niño. Me permitían trabajar solamente porque al gobierno arkano no le importaba que un simple civil de familia pobre renunciara a sus estudios y decidiera trabajar para ayudar a sus padres. Y, como no tenía estudios, no podría acceder a la universidad ni obtener un trabajo rentable. Estaba sentenciado a ser pobre de por vida.

Se le quiebra la voz, pero se aclara la garganta y se recompone en cuestión de segundos.

—Los rebeldes me ofrecían una mejor oportunidad de vida —continúa—. Ellos prometieron cuidar de mis seres queridos si aceptaba unirme a Amanecer, entrenarme y viajar a Constelación en las misiones de alianza con dicho país.

—Aún no me dices qué pasó con mi madre —le recuerdo.

—Lo siento, yo... todo esto es muy difícil para mí —resopla—. Como dije, tu madre tuvo miedo de huir conmigo, así que decidió que tendría sexo con Oliver y le aseguraría que el bebé que estaba esperando era suyo.

Me quedo sin aire. Lo que el sujeto frente a mí acaba de revelarme es horroroso.

—Estás mintiendo —refuto—. Ella no sería capaz de hacer algo así...

En realidad, sí sería. Por más que hubiera encontrado el amor en este hombre, el dinero siempre estaría por delante. Quizá siempre fue demasiado materialista para pensar en algo más que no fuese su situación económica.

Vuelvo a ponerme de pie. Ya no quiero oír más al respecto. Por todo lo dicho, asumo que es verdad lo que este sujeto acaba de relevarme: él es mi verdadero padre.

Me siento enferma. Quiero salir de aquí cuanto antes.

—¿Pueden llevarme de regreso a la celda? —le pido a los encapuchados que me trajeron.

—Creo que ya no será necesario encerrarte —dice mi aparente padre—. Estoy seguro de que tus amigos son de fiar, o al menos tú lo eres. Sabemos que te volviste una rebelde, Alicia. Lamentablemente, no tenemos acceso a internet en el sur, por lo que no había podido ver cómo lucías en la actualidad; por eso no te reconocí. Sin embargo, se habla mucho de ti en Constelación, y los rumores se esparcieron por los asentamientos sureños. Pero como ya no pertenezco a Amanecer, tampoco los habitantes del sur, no tuvimos cómo saber que ustedes vendrían.

—Espera, ¿por qué ya no perteneces a Amanecer? ¿Cómo acabaste aquí? ¿Quiénes son ustedes? ¡No entiendo nada!

El hombre moreno observa a sus amigos antes de responder.

—Somos la verdadera rebelión, Alicia —sentencia—. Bienvenida a Eternidad. 



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