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4. Aaron - "Bajo una infinidad de estrellas"

Como celebración por haber ganado el Watty con Prohibidos, les traigo el nuevo capítulo de Progresivos como regalito. ¡Espero que lo disfruten! Gracias por tanto apoyo. <3 

* * *

Hace horas contemplé el sol crepuscular de Sudamérica por primera vez. Las nubes abrieron paso a los rayos del astro, los que tiñeron el bosque y las montañas de mágicos tonos anaranjados y rojizos. Me habría gustado observar el horizonte en compañía de David y escuchar de su boca que me ama para acabar desde ya con los miedos e inseguridades que adquiero a cada minuto. Es una lástima que ni siquiera sepa si él sigue con vida.

Tras minutos de contemplar el espectáculo que fue el atardecer, Ibrahim y yo nos dirigimos hacia los bosques situados del otro lado de las montañas, y ahora caminamos por la espesa foresta con el cielo oscureciendo sobre nosotros. Estamos empeñados en encontrar un lugar seguro donde pasar la noche.

Hemos conversado durante la mayor parte del trayecto. No hemos ideado un plan de acción todavía, porque no sabemos a quiénes nos enfrentaremos. Decidimos que lo haríamos una vez que estuviéramos cerca de la posición que indica la pantalla de control del dron y le echemos un buen vistazo a nuestros enemigos.      

Solo espero que David, Alicia y los demás sigan con vida cuando lleguemos a ellos.

—Tranquilo, todo estará bien —promete Ibrahim mientras pasamos entremedio de unos árboles de tronco grueso y oscuro.

—Es David quien suele decirme eso —menciono—. No te ofendas, pero en ti suena extraño.

Ibrahim emite la risa sarcástica que le caracteriza.

—¿Esperabas que te dijera que romperé las bolas de cada uno de los encapuchados que se llevaron a los nuestros y que los enterraré en un pozo de mierda como venganza?

Lo observo con el ceño fruncido y con un atisbo de temor. La risa de Ibrahim aumenta de volumen.

—Ciertamente esperaba que dijeras eso —bromeo en respuesta con una sonrisa cargada de nerviosismo.

—Tal vez esa es la razón por la que Michael me dejó —dice Ibrahim. Sonríe, pero detecto pesar en su voz—. No soy tan asquerosamente cursi como David.

—¡Oye! Él no es... —Pienso en David y en las cosas tiernas que me dice de vez en cuando—. Bueno, es cursi, pero me gusta así.

—Y así le gustaba a Michael, al parecer —Ibrahim suspira con tristeza—. Él se lo perdió. Apuesto a que David no es ni la mitad de lo buen amante que soy en la cama.

Abro los ojos de par en par. Imaginar a Ibrahim en la cama no es algo que me agrade en lo absoluto.

—¡Debiste ver tu cara! —exclama él entre risas.

Mis mejillas se acaloran al instante. Me cuesta hablar sobre sexualidad. David y yo conversamos al respecto hace unas semanas, quedamos de acuerdo en que esperaríamos el momento ideal para dar un paso tan grande en nuestra relación. Aún soy joven y sé muy poco de las relaciones entre el mismo sexo.

No es como si hubiéramos tenido muchas oportunidades para intentarlo; pasábamos la mayor parte del tiempo ocupados en el refugio y, apenas supimos que él tenía el Stevens, los médicos de Amanecer le prohibieron cualquier tipo de actividad sexual.

—¿Eres virgen? —pregunta inesperadamente Ibrahim.

No logro ocultar mi desagrado.

—¿Qué estás preguntando? ¡No hablaré de esas cosas contigo!

—¿Por qué no? Se supone que ya eres un adulto. —Se ríe—. No somos niños para temer hablar de ciertas cosas, ¿o sí?

Me concentro en el camino para ignorar su pregunta. Mis mejillas arden a más no poder. Es una suerte que esté oscureciendo y que él no pueda notarlo.

La noche se cierne sobre el bosque. Apenas logro ver el cielo a través de la espesura que nos envuelve. De no ser por las linternas de carga solar que trajimos en nuestras mochilas, nos encontraríamos en una penumbra total y no podríamos movilizarnos hasta el alba.

Los sonidos provocados por los animales que no puedo ver me erizan la piel. Nunca oí tanta vida ni estuve en un bosque tan oscuro, menos imaginé estar a solas con Ibrahim en un lugar como este. Aunque me siento seguro a su lado, no basta para espantar el miedo que siento. Tarde o temprano aparecerá un animal salvaje o algo peor.

—¡Mira, allá hay un claro! —Ibrahim señala una zona del bosque con la luz de su linterna.

Nos movemos en dirección al área indicada y nos adentramos en el claro. Al estar lejos de los árboles, alzo la vista hacia el cielo y se me cristaliza la mirada al divisar miles y miles de estrellas reales desperdigadas alrededor de la luna llena. Son tantas que me tomaría años contarlas. Veo una que otra estrella fugaz atravesando el firmamento y hago lo posible por no llorar. No puedo creer que miro una infinidad de estrellas sin necesidad de usar un telescopio o de ver una fotografía.

—Dime que este cielo sí es real —le pido a Ibrahim con la voz quebrada.

—Malditamente real —afirma él.

Admiramos las constelaciones con fascinación. A pesar de las cosas malas que han sucedido en el último tiempo, me siento afortunado por contar con la oportunidad de presenciar una vista tan extraordinaria.

—Desearía fotografiar esto —susurro, aún maravillado.

—¿No tienes hambre? Me gruñen las tripas —se queja Ibrahim, sentándose sobre el césped del claro.

—Eres bueno arruinando momentos emotivos, ¿no? —Me río—. Como sea, también tengo hambre.

Dejamos nuestras cosas en el suelo y nos sentamos al lado del otro. El temor que sentía hace minutos ha disminuido gracias al cielo estrellado que no puedo dejar de mirar. Es mejor que cualquier cosa que podría ver en alguna pantalla gigante de Arkos.

—¿Cuántas estrellas crees que hay ahora mismo sobre nosotros? —pregunto tras un sorbo del agua de mi cantimplora.

—Cien, mil, un millón... ¿Qué importa? —Ibrahim come una cucharada del batido de carne enlatada que trajo en su mochila.

—¿Por qué eres tan frío? —pregunto con disgusto—. ¿Acaso nada te conmueve?

La luz de la luna me permite ver que su expresión se ha endurecido. Ahora, gracias a la conversación que tuvimos en las montañas, sé que pone esa cara cada vez que recuerda momentos dolorosos.

—¿Sabes cuál es la diferencia entre David, Michael, tú y yo? —pregunta con cierta prepotencia—. ¿La sabes?

—No la sé. ¿Cuál?

—Que ustedes crecieron en Libertad y yo no —responde—. Por ende, fueron criados en un ambiente seguro, en donde tenían la posibilidad de caminar a plena luz del día y en donde se codeaban con gente bien vestida y bien alimentada. Crecieron con tan pocas emociones y revelaciones que ante cualquier cosa impactante o importante que sucede, se emocionan como si fuera lo mejor del mundo, pero no es así.

—¿Qué tiene de malo? —inquiero, ceñudo—. No entiendo cuál es el problema. Te recuerdo que tú viviste toda tu vida en el refugio de Amanecer en mejores condiciones que las personas del Sector G.

—Fue tan malo como haber crecido en el G. No sabes lo triste que es pasar la vida consciente de que hay gente que se muere de hambre en la superficie mientras que tú vives en la comodidad y en el resguardo de un lugar seguro.

—Entiendo perfectamente bien la sensación —espeto. No comprendo por qué desquita su descontento conmigo.

—¿Lo haces? —Se ríe con sorna—. ¿Estabas consciente de cuán grande era el Sector G antes de acabar en él? ¿Sabías de todos los asesinatos y las barbaridades cometidas por tus gobernadores antes de conocer a David? No tenías idea, Aaron. Todo lo que te preocupaba era tu futuro de civil. Lo único que querías era obtener La Cura y ser como la gente que te rodeaba.

Me duele admitirlo, pero tiene algo de razón. Yo solía ser muy egoísta para darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor, solo me preocupaba la supuesta enfermedad prohibida. No pensaba en nada más que en mi propia integridad cuando mi nación entera estaba colmada de injusticias, pero no era mi culpa ser tan egoísta. Yo no elegí la vida que me tocó, y no fue tan buena que digamos. Por ejemplo, no conté con la situación económica de Carlos ni crecí con los lujos de Alicia. Sin embargo, mi mejor amiga está mucho más dispuesta que yo a luchar por los demás. A mí, en cambio, lo único que me preocupa es luchar por David.

De no ser por él, nunca me habría aventurado a lo prohibido ni habría aceptado unirme a Amanecer. De no ser por él, me habría resignado a La Cura y a un futuro que no me haría feliz. Y, de no ser por él, no habría aceptado venir a Sudamérica. Alicia, en cambio, aceptó unirse a los rebeldes por la búsqueda de un cambio y aceptó venir a Sudamérica para formar una alianza con gente que ni siquiera conoce, todo por acabar con la injusticia de civiles que la dan por muerta. Ella es mucho más noble que yo.

Yo soy más egoísta de lo que imaginaba.

—¿No dirás nada? —pregunta Ibrahim.

—Tienes razón —admito en voz baja.

—¿Qué?

—¡Que tienes razón en todo lo que has dicho! —grito, exasperado.

Dejo mis cosas a un lado, abrazo mis piernas y hundo mi cara entre mis rodillas.

Me siento inútil. Todo lo que hago se debe a David, incluso mis decisiones tienen que ver con él. ¿Por qué no me di cuenta antes de lo dependiente que me volví? ¿Cómo llegué al extremo de herir a otra persona solo para proteger al hombre que amo? Le disparé al protector que abrió el contenedor del camión que nos llevó desde el refugio de Amanecer a Esperanza sin saber si era un enemigo o no. Pude haber matado a un rebelde solo por sobreproteger a David y por preocuparme más de él que de mí mismo, todo porque tengo miedo de perderlo o de que me abandone.     

Y eso, lamentablemente, no es amor verdadero: es pura y absoluta dependencia emocional.

No obstante, David me hace sentir cosas que no había experimentado en el pasado. Ha cuidado de mí con cariño y me ha mostrado un mundo de posibilidades que difícilmente habría descubierto de no conocerlo. Si bien me volví dependiente de él, lo que sentimos el uno al otro sí es amor. Quiero convencerme de que lo es. Necesito hacerlo para estar seguro de que valió la pena arriesgarme y dejar todo atrás.

—Lo siento —musita Ibrahim—. No debí ser tan duro contigo.

Me limito a levantar la cabeza y a mirarlo sin decir nada. Puedo sentir la melancolía que expresan sus ojos. Aunque es mayor que yo y ha vivido mucho más, estoy seguro de que nos hallamos en el mismo nivel de vacío.

Extiendo mi cuerpo en el césped y recuesto mi cabeza en la mochila. Ahora veo las estrellas en todo su esplendor sin necesidad de moverme. 

Ibrahim acerca su mochila a la mía y se recuesta junto a mí a una distancia prudente.

—En el fondo, estoy tan maravillado como tú por este cielo estrellado —admite en voz baja. Ya no se oye rudo—. Me cuesta expresarme de la forma en la que te expresas tú, yo...

—¿Puedes cerrar tu maldita boca unos minutos y admirar el hermoso cielo de las alturas? —pido, provocándole una risa.

—Y ahora tú eres el rudo —ríe—. Me gusta este intercambio de papeles.

Sonrío con culpabilidad. Incluso una sonrisa se siente como una traición a David. Vuelvo a pensar en él y en lo mucho que lo necesito. Quiero besar sus labios y que los mismos me demuestren que valió la pena correr tantos riesgos. Quiero abrazarlo y comprobar que mis sentimientos por él son tan reales como el cielo estrellado, al igual que sus sentimientos por mí, y que estos no desaparecerán por causa de mis inseguridades o por el fantasma de Michael.

Necesito confirmar que nos amamos de verdad, no que solo nos necesitamos.

—Te gustaría tenerlo aquí, ¿no? —pregunta Ibrahim sin despegar la mirada del firmamento.

—Más que nada en el mundo —respondo.

—Pues me tienes a mí. No soy tan dulzón como él, pero sé dar buenos besos.

No puedo contener la risa.

—¿Es una broma?

—¿Quieres comprobarlo? —ofrece con tono sugerente.

—No, gracias. Soy un hombre fiel.

Ibrahim vuelve a reír, esta vez con sorna.

—Te pierdes un par de labios deliciosos —dice—. Lástima por ti.

Muevo la cabeza de un lado a otro sin despegar la mirada de las estrellas. Veo una fugaz, cierro los ojos y, en mi mente, le pido un deseo:

"Salva a David".

Me preocupa pensar en su estado. Quizás arde en fiebre y no le han dado sus medicamentos, o tal vez lo mataron, al igual que a los demás. Siento rabia de la vida que nos tocó. Es injusto que David y yo creciéramos en la ignorancia y en la carencia de emociones reales. No es justo que viviéramos con la presión de padecer una supuesta enfermedad que no era lo que creíamos.

Probablemente, de haber nacido en un mundo o en una época mejor, hoy seríamos felices. 

—¿En qué piensas ahora? —pregunta Ibrahim al advertir mi silencio.

—En nada. Solo desearía que las cosas fueran diferentes.

—¿En qué sentido?

—No lo sé. —Suspiro—. Tal vez deseo que nunca se considerara la homosexualidad como una enfermedad prohibida, que la Guerra Bacteriológica no hubiera existido, que Arkos nunca fuera creado...

—Pero de nunca haber existido tales cosas, no habrías acabado en medio de un claro bajo las estrellas con el chico más apuesto del mundo —dice Ibrahim, arruinando la seriedad del momento.

Una vez más, no puedo evitar reír. Hay cierta belleza en su humor retorcido.

—Creí haber conocido personas que arruinaran momentos en el pasado, pero tú te llevas el mayor premio —bromeo entre risas.

—Soy el hombre perfecto, admítelo.

—Perfectamente idiota, quizá.

—Y tú perfectamente mimado, pero tienes tu encanto y hermosura —sonríe.

Quizá no es correcto que me adule de esa forma, pero no se lo digo. A fin de cuentas, él me hace sentir bien.    

Con suerte, seremos grandes amigos con el paso del tiempo.

Tras una hora de conversaciones sin sentido que me producen una que otra sonrisa, Ibrahim y yo sacamos nuestras mantas térmicas de las mochilas para disponernos a dormir. Las mantas son delgadas, pero por dentro poseen un regulador de temperatura que nos mantendrá calientes hasta la mañana.

Me envuelvo con la manta, reposo mi cabeza contra mi mochila y mis ganas de dormir aumentan de golpe. El fatídico trayecto desde el submarino hasta aquí me agotó por completo. Ibrahim luce igual de agotado; puedo notar que está luchando contra el sueño para no caer dormido de una vez.

—Buenas noches, niño mimado —susurra y bosteza.

—Buenas noches, ególatra —sonrío.

Lo último que veo antes de cerrar los ojos es el rostro de Ibrahim iluminado por la luna. Él ya se durmió. Verlo así, tan inocente y vulnerable, me ayuda a apreciarlo de una manera diferente. Por más que finja ser rudo, sé que tiene un corazón bajo sus caparazones. Queda mucho por descubrir detrás de lo que elige mostrar.

Mientras caigo dormido, pienso en David. Y, sin saber por qué, le dedico unos cuantos pensamientos inesperados a Ibrahim.



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