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38. Alicia - Final (Parte 2)

El aerotaxi que tomé hace minutos me ha dejado frente a la Cúpula. Siento el corazón comprimido al pensar en lo que pudo pasarle a Thomas cuando culminó nuestra llamada. Puede que no deba importarme su seguridad, porque apenas lo estoy comenzando a conocer. Aun así, he venido lo más rápido que pude, y dudo que se deba solamente a que necesito saber en dónde se encuentra Aaron.

Probablemente, en el fondo, necesito ayudar a Thomas para expiar la culpa que cargo por no haber estado ahí para Carlos cuando más me necesitó.

Sea como sea, estoy haciendo mi camino hacia las entradas principales de la Cúpula, las que están bloqueadas por patrullas protectoras, ambulancias, paramédicos, vehículos forenses, funcionarios de la Cúpula, periodistas, civiles y muchas más personas que tarde o temprano convertirán los exteriores del establecimiento en un caos. Aunado a todo lo demás, hay una gran cantidad de cuerpos en el suelo tapados con bolsas para cadáveres o telas de nylon, los que corresponden a protectores caídos y partícipes del atentado cuya procedencia todavía es desconocida.

Camino entre el tumulto de gente en dirección a la entrada principal, frente a la que pusieron barreras de contención que solo funcionarios autorizados pueden mover y traspasar. Como era de esperarse, mi ingreso es negado por los protectores y guardias que custodian las entradas.

—Soy secretaria del futuro gobernador Thomas Soles —recuerdo con insistencia—. Necesito pasar.

—Lo sentimos, señorita —me dice un protector en tono severo—, pero tenemos órdenes estrictas de no dejar entrar a nadie que no sean miembros del Cuerpo de Protección, forenses, paramédicos o personal autorizado.

Decido buscar otro modo de ingresar en vez de insistir en las entradas principales. Deambulo entre las múltiples ambulancias situadas en los alrededores, y en el interior de una veo un delantal blanco de enfermera. Atenta a que nadie esté mirando, me lanzo hacia el interior de la parte trasera de la ambulancia vacía y tomo el delantal y un expediente clínico que se halla bajo él.

Vestida de enfermera y con el expediente en mano, hago una larga caminata hacia las entradas occidentales de la Cúpula. Tal como las entradas frontales, estas están repletas de vehículos, civiles y trabajadores de diferentes áreas. Me aproximo hacia las entradas con la esperanza de lograr entrar sin tanto inconveniente.

—Señorita, ¿tiene autorización para ingresar? —pregunta uno de los protectores que intentan detenerme.

—Llevo horas yendo de un lado a otro —miento con cansancio fingido—. ¿Me permite hacer mi trabajo, por favor?

Los protectores me observan con recelo, pero acaban dejándome pasar. Me esfuerzo en no mostrarme nerviosa ante su presencia.

—Tenga cuidado —aconseja un protector—. Hay mucho ajetreo allá adentro.

—Lo sé, señor. —Fuerzo una sonrisa—. Muchas gracias.

El protector sonríe en respuesta y me hace una señal con la mano para que entre en la Cúpula.

Tal como advirtió el protector, el interior del edificio principal es un vaivén constante de trabajadores de todo tipo de áreas: médicas, forenses, policiales y varias otras. A cada persona que me topo en los pasillos les esbozo una sonrisa o les inclino la cabeza a modo de saludo mientras intento ocultar mis nervios lo mejor que puedo.

No sé por dónde empezar a buscar a Thomas. Ni siquiera sé si está aquí; puede que haya ido a cualquier parte, o peor aún: puede que lo hayan llevado a la fuerza. Su desesperación y aquel golpe que escuché dejaron mucho a la imaginación.

Camino sin rumbo fijo. Ya estoy entrando en pánico. No sé en dónde está Thomas, y no sé en dónde averiguar información sobre el paradero de Aaron. Trato de respirar con lentitud para controlar la ansiedad y no perder la cabeza.

Un lugar se me viene a la mente: el escondite de Thomas. Cabe la posibilidad de que él esté ahí, o puede que no, pero por algún lugar debo comenzar.

Me aproximo al elevador más cercano. Por fortuna, una vez que las puertas se abren, descubro que está vacío. Selecciono el indicador de la planta veinte y el cubículo se pone en movimiento; no obstante, este se detiene a mitad de camino. Las puertas se abren y veo a dos protectores que aguardan abordar y que me miran con expresiones ceñudas.

Uno de ellos se dispone a hablar.

—¿Adónde vas? —me pregunta—. No queda nadie vivo que salvar en las plantas de arriba.

—Olvidé mi kit de emergencias en la planta veinte —miento con cara avergonzada—. Lo sé, muy despistado de mi parte. Esto del atentado me dejó muy tensa. —Intento sonar casual.

Los protectores se miran entre sí sin decir nada. Adivino que no tienen necesidad de hablar para entenderse. Ambos acaban esbozando una sonrisa maliciosa cuya intención desconocida me estremece.

—Te acompañaremos —dice el protector más joven; luce al menos cinco años mayor que yo—. Arriba está muy solitario para una chica linda como tú.

Trago saliva. Me aterra lo que estoy pensando.

—¿Saben qué? Olvídenlo, puedo conseguir otro kit. —Fuerzo una sonrisa—. ¿Van al primer piso? Oprimiré el...

—Vamos por tu kit —insiste el protector mayor. Suena más como una orden que como una sugerencia—. No es bueno desperdiciar algo tan importante como implementos médicos, lindura.

Los nervios apenas me permiten respirar. Podría intentar acabar con los protectores, pero ellos tienen pistolas que yo no. Si soy lo suficientemente rápida e imprevisible, puede que logre arrebatarles una de sus armas y aniquilarlos sin que nadie se dé cuenta.

Los protectores ingresan en el elevador y se sitúan detrás de mí. Malditos sean. Ya no tendré el factor sorpresa.

Uno de ellos estira su brazo para seleccionar la planta de destino. El elevador retoma su trayecto; llega tan rápido arriba que no alcanzo a pensar en qué hacer en caso de lo peor. Puedo notar de soslayo que ambos protectores me escrutan de arriba abajo con deseo.

La primera y última vez que un grupo de hombres intentó abusar de mí e intenté defenderme, acabé casi inconsciente y a merced de esos idiotas. De no ser por Max, habría pasado lo peor. Esta vez, a diferencia de la anterior, estoy sola, pero tan nerviosa como la primera vez.

Llegamos finalmente a la planta. Las puertas se abren, y soy la primera en salir. Camino a paso muy rápido; los protectores me siguen el paso a la misma velocidad.

Aún quedan cadáveres en la planta y manchas de sangre en el suelo. Mantengo la mirada al frente y me trago la bilis que asciende hacia mi garganta.

—¿Dónde dejaste tu kit, bonita? —me pregunta el protector más joven. Sin duda es él a quien debo arrebatarle el arma. No ha de tener tanta experiencia como su compañero.

—Por allá. —Señalo la oficina de Thomas. Hago lo que puedo para que no me tiemble la mano al señalar.

Nos dirigimos a la oficina. Cada paso que doy incrementa mi tensión. Ellos no caminan tan cerca de mí; aún no es buen momento para atacar. Los observo atentamente de reojo, esperando el momento adecuado en el que alguno intente tocarme para arrebatarle su pistola.

Llegamos a la oficina. Los protectores siguen manteniendo una distancia prudente, sin embargo, me miran como animales hambrientos que no han comido en años.

—Adelante —dice el protector mayor tras abrir la puerta.

Apenas pongo un pie en el umbral, uno de los protectores cubre mi boca y me arrastra al interior de la oficina.

Toco sus caderas en busca de sus armas, pero descubro que no hay rastro de ellas.

—¿Buscabas esto, linda? —inquiere el protector más viejo. El joven me hace dar la vuelta para observar que el protector mayor me está apuntando dos pistolas. Intentaría pedir auxilio, pero sería en vano. La planta está desierta.

—Sé una buena chica o te dispararé —amenaza el protector mayor—. Si gritas, las cosas se pondrán más feas para ti. ¿Vas a gritar?

Niego con la cabeza, y el protector más joven quita su mano de mi boca.

—Son unos cerdos asquerosos —espeto en un arranque de valentía—. Van a pagar por esto.

—Vaya, vaya. —El protector más joven ríe y aumenta la fuerza de su agarre en mis brazos—. Parece que tenemos a una chica ruda que no les teme a los protectores. ¿Qué deberíamos hacer para que aprenda a temernos, Fox?

El protector mayor, cuyo apellido al parecer es Fox, guarda una de las armas en su cinturón, se acerca a mí hasta apuntar en mi frente la pistola que le queda y toquetea uno de mis senos con su mano libre.

—Vas a aprender a respetarnos, pequeña perra —espeta entre dientes. Intento mover mis brazos, pero el agarre del protector joven es fuerte y estoy muy acorralada para moverme con destreza.

De un segundo a otro, se oye el sonido de un inmueble en movimiento: es el estante que cubre la entrada al escondite de Thomas. Los protectores se sobresaltan ante el ruido y miran perplejos la puerta de seguridad que acaba de quedar al descubierto.

—¿Qué rayos...? —pregunta el protector más viejo. Él quita el arma de mi cabeza y camina lentamente en dirección a la puerta de seguridad con la pistola apuntada hacia el frente.

Es mi momento.

Me preparo para darle un cabezazo en la cara al protector joven que me mantiene agarrada, pero me detengo al notar que la puerta de seguridad se abre y descubrir que quien sale del escondite es Thomas.

—¿Qué mierda está pasando aquí? —demanda, furioso.

Con rapidez, el protector joven vuelve a cubrir mi boca.

—Descubrimos a esta jovencita intentando robar su oficina, señor Soles —miente el protector joven. Intento rebatirme y gemir en negación—. No se preocupe; la sacaremos de aquí y la llevaremos de inmediato al Centro de Seguridad.

—Disculpe las molestias, señor Soles. —El protector mayor hace una absurda reverencia—. Nos la llevaremos ahora mismo.

—Alto —dice Thomas. Su rostro ya no denota expresión—. Así que robando, ¿eh? —Camina en dirección al protector joven y yo—. ¿Qué clase de civil intenta robar un lugar en el que acaban de morir cientos de personas? ¿Qué no tienes decencia, estúpida?

Me tenso. No sé qué trama Thomas, pero no me está gustando.

—Dame tu arma. —Estira una mano hacia Fox—. La mataré ahora mismo.

Abro los ojos al tope. Thomas me mira sin humanidad; hay una espeluznante frialdad en su mirada, la que al instante asocio con la sed de sangre.

Sin titubear, Fox le entrega su arma a Thomas. Él se me acerca, pega el cañón de la pistola en mi frente y esboza una sonrisa desquiciada.

—Hola, Alicia —susurra.

Con una velocidad inesperada, Thomas levanta el arma unos centímetros y le dispara al protector joven en el rostro, y de inmediato se da la vuelta para dispararle a Fox.

—Malditos puercos —dice cuando los protectores yacen en el suelo—. ¿Estás bien, cariño? —Se gira en mi dirección.

Si no he mojado mis pantalones, estoy a punto de hacerlo.

—Lamento haberte asustado —dice Thomas al notar mi rostro aterrado—. Debía tomarlos por sorpresa, no quería que...

Interrumpo sus palabras corriendo hacia él para abrazarlo con toda mi fuerza.

—Oye, tranquila. —Él frota mi espalda—. No dejaría que nada malo te pase.

Cierro los ojos para no llorar. Es irónico que en algunas ocasiones me siento tan fuerte y valiente que no le temo a nada, y en otras —como esta— soy tan vulnerable como una niña asustada. Creo que entiendo a Thomas y su inestable comportamiento.

—Sé que acabas de vivir una experiencia horrorosa —dice—, pero tenemos algo que hacer.

Me alejo de él, ya calmada.

—¿Qué pasó con eso de que no querías más muertes? —pregunto al recuperar la voz. Miro de uno a otro a los protectores caídos.

—No quiero más muertes de inocentes, Alicia —responde como si fuera lo más obvio—. Estos cerdos que acabo de matar no lo son.

—¿Te das cuenta de los problemas que tendrás por matarlos? —Me veo obligada a preguntar. Admito que una parte de mí se alegra de que haya acabado con ellos, pero las consecuencias serán graves.

—Ya estoy hasta el cuello de todas formas —musita Thomas un tanto atemorizado.

—¿Qué pasó contigo? Temí que te hubieran herido cuando tu llamada se cortó de repente.

—Intentaron herirme —cuenta en voz baja—, pero ataqué primero. —Él mira hacia la puerta antes de seguir—. Alicia, la destrucción de Arkos ha sido adelantada.

—¿¡Qué!?

—Después de que te fuiste, hubo una reunión extraordinaria entre los gobernadores y sus hijos, en la que se nos reveló que la destrucción ocurrirá en solo un mes —cuenta Thomas con expresión y voz temerosas—. La razón es que esta será una respuesta al atentado de hoy organizado por los resistentes, un grupo terrorista cuya fuerza y adeptos aumentan cada día. Su existencia es conocida solamente por sus integrantes y miembros exclusivos de la Cúpula. A diferencia de Amanecer u otros movimientos opositores, los resistentes no están interesados en ganarse el respeto de la gente, por eso no se dan a conocer. Ellos solo se limitaban a amenazarnos con que nos arrebatarían el poder por la fuerza, que nadie podría impedirlo y a seguir aumentando en número reclutando a los delincuentes más peligrosos y buscados del país. Y no estoy hablando de opositores cualquiera, me refiero a verdaderos criminales que representan un gran peligro para nuestra sociedad.

—Por eso en Amanecer o Eternidad no sabíamos de su existencia —resuelvo, estremecida.

—Ellos solo reclutan a quienes estén dispuestos a matar a sangre fría y a morir por su causa, que es obtener el poder de la nación —explica Thomas—. Lamentablemente, sabemos muy poco de los resistentes, pero hoy nos quedó claro que no le temen a nada.

—¿Han intentado atraparlos?

—Han atrapado a un gran número, pero el paradero de la mayoría es desconocido. No sabemos en dónde se ubican sus dependencias ni cuántos de ellos son; todo lo que sabemos es la poca información que se ha logrado obtener de los resistentes que han sido interrogados por el Cuerpo de Protección. Sin embargo, mi padre y los demás gobernadores tienen la sospecha de que cuentan con bases secretas en todo Arkos, y que son tantos que en cualquier momento la poliarquía llegará a su fin.

—Por eso quieren adelantar la destrucción, ¿no? —adivino—. Los gobernadores quieren mantener el poder a toda costa.

—Así es. —Thomas se ve realmente preocupado y asustado—. Quise negarme a la destrucción, Alicia, y lo intenté. Amenacé a todos en la reunión con que le revelaría a la población lo que sucederá, y mi padre les ordenó a dos de sus protectores-guardaespaldas que me encerraran. Tuve tiempo de correr hacia el pasillo y llamarte, pero ellos me alcanzaron. Cuando me llevaron hacia el elevador que conduce a las celdas subterráneas, logré tomarlos por sorpresa, someterlos y correr a ocultarme al escondite.

—O sea que ahora estás en peligro.

—No solo eso: mi padre ya no confiará en mí, pero no me importa. Si ser gobernador significa permitir la muerte de gente inocente y ajena a la guerra entre la gobernación y los resistentes, definitivamente voy a renunciar.

—¿Hablas en serio? —pregunto con esperanza en la voz. La idea de que Thomas se aleje de este mundo tal como Carlos me hace muy feliz.

—Completamente. —Esboza una sonrisa que adivino como sincera—. De todas formas, no tendré más opción después de lo que me ayudarás a hacer.

—¿De qué hablas?

—Ven conmigo, Alicia. —Se encamina hacia la puerta de la que desde ahora dejó de ser su oficina—. Es tiempo de revelarle al mundo lo que sucederá en un mes.


* * * *


—¿Qué hacemos aquí? —inquiero al contemplar la ciudad desde la inmensa azotea de la Cúpula.

Estamos a unos pasos de la entrada a la torre de control situada sobre la Cúpula, la que convierte esta construcción en la más alta de todo Arkos. Hay enormes antenas de todo tipo en la cúspide de la torre; mirarlas me produce un poco de vértigo. Veo un gran número de aeronaves estacionadas en un extremo de la azotea, unos cuantos protectores armados que recorren la zona —quienes fingen ignorar la presencia de Thomas— y drones espía que van y vienen volando desde la ciudad hacia algunas aberturas de la alta torre de control.

—Además de ser el más importante punto de control de la Cúpula, la torre es también el canal de comunicación más potente y amplio de todo Arkos —informa Thomas. El viento despeina su cabello y lo hace lucir un tanto informal—. De transmitir un mensaje desde aquí, este llegaría a todo el país.

—¿Vas a contarle directamente a la población lo que sucederá en un mes? —Quedo perpleja.

—No voy a contarlo, Alicia: vamos a contarlo —corrige—. Eres un ídolo de rebeldía para este país. Si la población se entera de que estás viva y que sigues luchando contra los gobernadores, despertarás la esperanza en todos los civiles; y si eres tú quien les cuenta sobre la destrucción y les pides que se movilicen contra ella, tal vez podríamos evitar que mi padre y los demás gobernadores aniquilen a miles y miles de personas inocentes.

Mi desconfianza es inevitable.

—¿Por qué hablas como si fueras un rebelde más? —demando, ceñuda—. No te ofendas, Thomas, pero este cambio de bando tan repentino me hace desconfiar.

—No he decidido ser un rebelde —rectifica—. Simplemente he decidido renunciar a mi cargo como futuro gobernador de la nación, lo que no significa que seré uno de los tuyos. —La desilusión me azota como una ventisca—. No seré partícipe de una masacre, Alicia, pero tampoco lucharé junto a personas que nunca van a aceptarme.

—Y ¿qué harás una vez que revelemos lo que sucederá en un mes? No me digas que vas a dejar que te hagan daño, por favor.

—Y si así fuera, ¿qué importa? —Su semblante se endurece—. ¿Acaso te importo, Alicia? —Ahora me mira con mirada suplicante, como si esperara una respuesta positiva.

—A tu hijo le importas. —Decido responder—. Él te necesita, Thomas. Y no sé si me preocupo por ti, pero sí que estoy intentando confiar en ti, y eso es mucho más importante para mí. Además, acabo de perder a una amiga por ayudarte y, como van las cosas, tarde o temprano arriesgaré mi noviazgo por causa de nuestra amistad.

—¿Así que somos amigos? —Él sonríe como si no tuviéramos nada importante que hacer.

—¿Podemos volver a lo que nos convoca? —pido, avergonzada. No logro aguantarme la sonrisa—. En serio, ¿qué será de ti una vez que todo esto acabe?

Él desvía la mirada hacia el horizonte y guarda silencio.

—En algún lugar del mundo habrá un hogar para mí —susurra de pronto, y adivino que lo dice más para sí mismo—. Sé que no voy a encontrarlo en Arkos, pero sé también que amo lo suficiente este país como para permitir que sea destruido. —Regresa su mirada a la mía.

—¿Qué hay de tu hijo? —Me doy cuenta de que estoy sonando un poco desesperada, como si no quisiera dejarlo ir. Quizás, en el fondo, no quiero hacerlo.

—Volveré por Joshua cuando él tenga la edad suficiente para decidir si quiere dejarme entrar en su vida. —Hay una profunda tristeza en la voz de Thomas—. Pero siempre cuidaré de él, incluso si no estaré a su lado. De eso no tienes que preocuparte. Además, te tendrá a ti, ¿no? Siempre podremos estar en contacto cada vez que quiera saber si mi hijo está a salvo o si necesita algo. Claro, si tú quieres contactarte conmigo.

—Por supuesto que sí —respondo casi demasiado rápido—. Quiero decir... no hay problema, claro que podemos.

Thomas esboza una ancha sonrisa ante mi rostro vergonzoso.

—Vamos, hay un país que salvar. —Me extiende una mano, y decido tomarla.

Caminamos hacia la torre de control. Un protector armado se nos acerca; finjo mi mejor sonrisa cordial ante su presencia.

—Señor Soles, ¿qué está haciendo aquí? —Se atreve a preguntar el protector. Es regordete y moreno. Calculo que tiene unos treinta años.

—¿Desde cuándo debo dar explicaciones a los protectores? —increpa Thomas en tono autoritario. Es gracioso que puede sonar como todo un rebelde en un segundo y al siguiente volver a ser el chico tenebroso que hace valer su autoridad.

—Lamento mi impertinencia, futuro gobernador. —El protector inclina la cabeza como disculpa—. Solo quería saber si necesita ayuda en algo específico.

Thomas sostiene la mirada del protector como si quisiera analizar su nivel de confianza, y acaba acercándosele para susurrarle algo al oído.

El protector esboza una sonrisa y me mira con timidez.

—No les quito más tiempo, señor. —Vuelve a inclinar la cabeza—. Si alguien me pregunta, le diré que usted no estuvo aquí.

—Muchas gracias, Vásquez —dice Thomas tras mirar la placa del protector—. Pide discreción a los demás.

—Así será, señor. —Se aleja en dirección a los otros protectores que se hallan en la azotea.

Thomas me hace una señal para que lo siga y ambos nos dirigimos a las puertas de la torre.

—¿Qué le dijiste? —le pregunto en voz baja una vez que atravesamos la entrada.

—Que queríamos un lugar tranquilo para follar —responde Thomas como si nada—, y que tienes un fetiche con las alturas.

Resisto el impulso de golpearlo.

—Estás demente —espeto, casi riendo.

—Lo sé —asiente en tono divertido, pero se enseria de inmediato—. Vamos al elevador.

El primer nivel de la torre consiste en una simple recepción que contiene sillones de cuero y una mesita en un costado, un panel de informaciones tras el que se halla un sujeto calvo y de anteojos que nos saluda al pasar y una gran cantidad de pantallas en las paredes que exhiben tanto imágenes estáticas de los exteriores de la Cúpula como otras en movimiento captadas por drones.

Thomas y yo nos adentramos en uno de los tres elevadores que recorren la torre de la base a la cúspide. Cuando las puertas se cierran, ambos inhalamos y exhalamos con un compartido nerviosismo.

—¿Estás bien? —le pregunto al notar su angustia.

—Estoy a punto de arriesgar mi vida y de poner en peligro la tuya, pero sí, muy bien. ¿Y usted, señorita? —bromea para intentar reducir la tensión, pero no funciona.

—Tengo miedo —admito—. Mucho, mucho miedo.

Thomas toma una de mis manos y la aprieta con fuerza.

—Ya verás que lograremos comunicarle al mundo lo que pasará, que tendremos tiempo suficiente para abordar una de las aeronaves que se hallan en la azotea y que escaparemos muy lejos de aquí —asegura. Estoy segura de que ni él se lo cree.

El temor me pone a tiritar. No había dimensionado hasta ahora la magnitud del peligro al que me enfrentaré.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —inquiere Thomas al notar mi terror.

—¿Tengo otra opción? —Me tiembla la voz.

—Por supuesto que la tienes. Puedes regresar con los tuyos y ponerte a salvo; yo puedo hacer esto solo. Que seas tú quien le dijera al pueblo lo que pasará sería beneficioso, pero si no quieres hacerlo, no hay problema. Entiendo que tengas miedo, Alicia, yo también lo tengo. Sin embargo, mi vida es menos importante que las personas que están ahí afuera y que no tienen conocimiento alguno de que sus vidas llegarán a su fin en cuestión de un...

—Quiero hacer esto —lo interrumpo sin estar segura.

Thomas se limita a esbozar una pequeña sonrisa y a guardar silencio.

El elevador se detiene y las puertas se abren. Hemos llegado a nuestro destino: el nivel de comunicación de la torre de control.

El lugar es impresionante. Las paredes que dividen las habitaciones tienen ventanas que me permiten escudriñarlo todo; por dondequiera que mire hay pantallas, paneles de control, comunicadores de todo tipo, empleados haciendo funcionar la zona y unos cuantos protectores paseándose por ahí. Los presentes que nos topamos al caminar saludan cortésmente a Thomas, pero él no saluda a nadie de vuelta. Comprendo que está manteniendo la postura petulante y autoritaria que le caracteriza para no levantar sospechas.

Caminamos hacia una puerta custodiada por un joven protector armado. Él intenta hablar, pero Thomas alza una mano como gesto para callarlo.

—Abre la puerta y no hagas preguntas —exige.

—Señor Soles, esta habitación es exclusiva para gobernadores y...

—Tienes enfrente a un futuro gobernador que convertiría tu vida en un infierno de no obedecerlo —espeta Thomas—. Abre esa maldita puerta. Ah, y no quiero que nadie nos moleste. Queremos un tiempo a solas. —Esboza una sonrisa sugerente.

Le sigo el juego y sonrío con timidez.

—Entendido —dice el protector.

Casi a regañadientes, él abre la puerta. Thomas hace un exagerado gesto con la mano para invitarme a pasar, entra después de mí y la puerta se cierra tras nosotros.


* * * *


Estamos en una lujosa habitación con ventanales que exhiben Libertad desde las alturas e incluso algunas de las ciudades cercanas. Hay una cámara inteligente en el centro de la habitación, un elegante sillón de cuero blanco con forma de U frente a la cámara y el logo oficial de la nación grabado sobre la pared situada tras el sillón. Recuerdo haber visto este lugar en una que otra tanda informativa de los gobernadores. Ha habido ocasiones en las que la programación de todos los canales de la televisión se ha visto interrumpida cuando los líderes del país han tenido algo importante que comunicar.

—El alcance de esta sala informativa ha mejorado con los años —cuenta Thomas—. Ahora no solo llegaremos a todos los televisores del país, sino que también a los teléfonos, computadoras y a cualquier dispositivo conectado a la intranet o capaz de recibir la señal de nuestras antenas de gran amplitud.

—¿Qué hay de los funcionarios de la torre? —pregunto—. ¿No interrumpirán nuestra transmisión apenas comencemos a hablar?

—Si hablamos lo suficientemente rápido y vamos al grano, no alcanzarán a detenernos. Los funcionarios quedarán desconcertados al verme en la transmisión; creerán que se trata de un anuncio oficial aprobado por los gobernadores. Para cuando los contacten y descubran que esto no fue aprobado por ellos, nosotros ya habremos terminado.

—Y ¿cómo saldremos de aquí? —Mis nervios siguen aumentando—. ¿Cómo siquiera alcanzaremos a llegar a las aeronaves sin que nos maten? ¡Este plan es descabellado, Thomas!

—No subestimes mi inteligencia, Alicia. —Él sonríe con soberbia y apunta en dirección a una estantería en la que no había reparado. Thomas saca el mismo control que utilizó en su oficina, oprime un botón y el inmueble se desliza hasta revelar dos puertas—. Ese es un elevador de emergencia exclusivo para gobernadores. Nos llevará a la base de la torre en lo que dura un parpadeo.

—La próxima vez que intente cuestionarte, hazme el favor de hacerme callar —le pido entre risas nerviosas. Thomas ríe también, pero su risa se desvanece de golpe.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

Sostiene mi mirada. Noto cierto miedo en sus ojos. Él resopla, lleva una mano a su boca y desvía su cabeza hacia los ventanales.

—Haré esto solo, Alicia —dice de repente, sin mirarme.

—¿Qué? —Hundo el ceño.

—Aunque tengamos el tiempo suficiente para escapar, no quiero que arriesgues tu vida por mi causa —dice, ahora afligido y mirándome a la cara.

—Thomas, no estoy haciendo esto por ti. —Sonrío—. Lo hago por los miles de civiles que están respirando en alguna parte de la nación, por los miles de niños que formarán parte del mañana, por todas las familias que salen adelante y por todas las personas que sueñan con una mejor vida. Ellos son la verdadera razón por la que renuncié a mi futuro como esposa de un gobernador, y ellos son quienes me motivaron a correr el riesgo de ser la secretaria de una de las personas más temidas del país. —Thomas sonríe al escuchar aquello—. Ellos son la...

Él me calla con un beso.

Esta vez, sorpresivamente, no lo aparto de mí.

—Eres fantástica, Alicia —dice tras separar su boca de la mía. He quedado en blanco y sin aliento—. Hagamos esto de una maldita vez.

Thomas se aproxima hacia la cámara y oprime el botón de encendido. Una pantalla holográfica es proyectada desde la parte superior de la cámara, la que exhibe lo que están captando los lentes en este instante.

—Vamos. —Thomas señala el sillón.

Ambos nos sentamos y nos ponemos de acuerdo en qué diremos. Tras estar completamente seguros de qué le informaremos a la población, Thomas me explica que la transmisión tiene treinta segundos de retraso, por lo que tendremos cierta ventaja para huir una vez que nuestro mensaje comience a circular por el país.

—¿Estás lista? —Me mira a los ojos por última vez. Sé que ambos estamos nerviosos y que tratamos de ocultarlo lo mejor que podemos.

—Lista.

Miramos hacia el frente. Me veo proyectada en la pantalla holográfica: tengo un aspecto completamente diferente al de la Alicia Robles que los arkanos conocían. Thomas y yo quedamos de acuerdo en que explicaríamos en palabras simples por qué luzco diferente. Dudo que todo el mundo nos crea, pero con despertar el espíritu rebelde de al menos una persona en el país, revelar mi identidad habrá valido la pena.

—A la cuenta de tres —dice Thomas. Se aclara la garganta antes de iniciar—. Uno. Dos... Grabar —emite el comando de voz que inicia la transmisión—. Buenas tardes, pueblo de Arkos. Seré breve: gran parte de nuestra nación será...

Estruendos a la distancia lo hacen callar. Miro hacia los ventanales en busca de la fuente de estos y se me desboca el corazón.

Mierda.

No es posible.

—Cancelar transmisión —se apresura a decir Thomas. La grabación se detiene.

Ambos nos ponemos de pie y nos dirigimos a toda velocidad hacia la ventana.

Me veo en la obligación de aferrarme a Thomas para mantenerme en pie.

En absoluto silencio e impacto, ambos contemplamos cómo las ciudades cercanas a Libertad están siendo bombardeadas por centenares de aeronaves que lucen como moscas plagando el cielo.

La destrucción no ocurrirá en un mes...

La destrucción está ocurriendo ahora.

Lamentablemente, es el fin de Arkos.







* * * *


Y este sería el fin del libro de no ser porque falta el epílogo. Lo publicaré en unos cuantos días.

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El final está a una crisis emocional y un corazón roto de distancia.

Los quiere con el alma, Matt.



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