26. Aaron - "Un regreso y una pérdida"
Algunos querrán matarme y otros alabarme después de este capítulo.
Que lo disfruten (?)
*se esconde*
* * *
El mundo tras los cristales es impresionante.
Por más que contemplo el paisaje, sigo sin poder asimilar que me hallo en un lugar así de sorprendente. Los edificios al alcance de mi vista alcanzan grandes alturas; sus diseños son extravagantes y modernos, incluso más que las construcciones que adornaban el centro de Libertad y las demás ciudades acomodadas de Arkos.
Un hermoso río atraviesa la ciudad. Este tiene cientos de luces en su interior que le brindan un aspecto mágico. El cielo está repleto de anuncios luminosos de mil tonalidades y vehículos aéreos que vuelan con una exagerada rapidez, pero que en ningún momento colisionan. Nunca se acercan lo suficiente: su vuelo es seguro. Todo parece demasiado perfecto y controlado en este lugar.
Llegamos a la capital de Constelación hace dos días. Sobrevolamos el sur en ruinas antes de llegar aquí, luego pasamos por el control aéreo de los límites del país, observamos poblados bien constituidos y menos extravagantes en el centro-sur y finalmente dimos a parar en la exuberante ciudad central de la nación posguerra.
Nuestra aeronave descendió en el aeropuerto principal, en donde fuimos registrados por policías constelacianos que nos sometieron a una interrogación para averiguar el motivo de nuestra visita.
Tanto el equipo como yo sostuvimos la versión de que estamos aquí para comerciar objetos preguerra, y en parte es verdad. Lo que no les dijimos, es que en realidad hemos venido para negociar con coleccionistas que nos llevarán en secreto a Newtopia; lo que, según nos informaron, está prohibido. Los habitantes de Constelación no tienen permitido traspasar la frontera y adentrarse en el país vecino, todo por cuestiones de seguridad nacional.
Si bien Constelación aparenta ser el país perfecto, he descubierto que no todo es tan maravilloso como parece. El miedo y la tensión se respiran en el aire. Por lo que sé, el gobierno se ha vuelto mucho más estricto últimamente, ya que la amenaza de que el enemigo se infiltre ha ido en aumento. Las autoridades constelacianas custodian cada vez más las fronteras del país, porque temen que en cualquier momento los newtópicos quebranten las leyes y acuerdos y decidan invadir la nación.
De ser así, Constelación no tendría más alternativa que interferir en la guerra. Por una parte sería positivo, puesto que Eternidad tendría más oportunidades de vencer. No obstante, arriesgarse a perder una nación tan poderosa como esta podría suponer el fin del mundo libre. Constelación es el principal aliado secreto de los asentamientos rebeldes, y si el gobierno newtópico se hace con el poder de este lugar, la libertad se convertirá en un definitivo imposible.
David, Ibrahim, los demás y yo nos hallamos en un hotel situado en lo alto de una montaña que ofrece una vista privilegiada de la capital. Las construcciones en esta zona son sumamente exclusivas, tanto que el costo de cada noche en este hotel equivale al sueldo mínimo de Arkos.
Cada gasto que hacemos corre por cuenta de Ariel, quien nos entregó una tarjeta de crédito virtual con una generosa cantidad de pesos constelacianos para tener una cómoda estancia en el país. No puedo evitar sentirme mal por despilfarrar dinero que miles de personas necesitan en este momento, pero tampoco puedo negar que la vista desde aquí es sobrecogedora y vale cualquier gasto.
Me acerco a la puerta de cristal que da acceso a una pequeña terraza situada fuera de la habitación. La mayoría de las habitaciones del hotel tienen una. David duerme en la habitación de la derecha, mientras que Ibrahim pernocta en una situada tres cuartos más allá de la mía. Estar entre ellos ha sido tan incómodo que me la he pasado encerrado en mi cuarto.
Deslizo la puerta corrediza y camino hacia el barandal que rodea la terraza. El viento es más cálido aquí que en Eternidad. Apenas se ve estrellas en el cielo por causa de las potentes luces de la ciudad.
Cierro los ojos y dejo que la brisa acaricie mi rostro y que me entregue un poco de paz. Necesito olvidarlo todo por al menos un par de minutos.
—¿Insomnio? —Oigo de repente. Me sobresalto.
Abro los ojos, miro hacia la derecha y descubro a David en la terraza de su cuarto. Tiene los brazos apoyados en el barandal. Me mira sin expresión, como si fuera un extraño para él.
—Es difícil dormir con tantos pensamientos en mente —digo en voz baja. No quiero despertar a nadie. Quiero disfrutar este momento de intimidad con el hombre que amo.
Desvío la mirada antes de que mis ojos se cristalicen. Mañana nos reuniremos con el grupo de coleccionistas y, más que temprano que tarde, iremos por Michael.
No puedo dejar de imaginar el momento en el que David y él se enfrenten. Cada imagen que proyecto me quita el sueño. Cada posibilidad me estremece de igual forma.
—Tampoco puedo dormir —musita David—. Mi mente es un torbellino de pensamientos.
Me alegra saber que no soy el único que lo pasa mal con todo esto. Es evidente que a David le afecta con la misma intensidad que a mí.
Desearía cruzar y abrazarlo. Desearía tener el valor para dejar a un lado los pensamientos sobre Michael y luchar por el amor del chico que cambió mi vida.
—¿Tienes miedo de... volver a verlo? —Me atrevo a preguntar.
David se toma unos segundos para formular una respuesta. Suspira y desvía la mirada hacia la ciudad. Sus ojos brillan más que nunca ante el potente halo de luz. Hunde sus cejas hasta formar una expresión de dolor que conozco a la perfección.
Puedo notar que mi pregunta le duele.
—Tengo miedo de elegir el camino equivocado —admite, sin mirarme. Pasa una mano por su cara, la detiene en su boca y cierra los ojos con fuerza.
Lo entiendo.
Tiene miedo de escoger mal entre Michael y yo.
La ira me quema por dentro. Michael y yo no somos juguetes entre los que se puede elegir.
Sin embargo, no tengo nada que recriminarle, porque yo también tengo una importante elección que hacer.
Ibrahim no deja de prometerme un amor que, según él, David ya no puede entregarme.
—Supongo que tenemos el mismo problema —espeto. No me atrevo a verlo a los ojos.
El silencio parece eterno. No oigo más que su respiración, pero estoy seguro de que hay mucho que quiere decirme.
—¿Lo quieres? —pregunta de repente.
No puedo evitar mirarlo a los ojos. Sé que se refiere a Ibrahim. Todo entre nosotros se refiere a Michael y a él desde hace meses.
—Por supuesto que sí —respondo—. Es un... gran amigo.
David hace una mueca de disgusto. Podría afirmar que mis palabras le provocan celos.
Él vuelve a admirar el paisaje. Luce muy apuesto al hacerlo. No había notado que su rostro se volvió más adulto en el último tiempo. Apenas tenía las agallas para mirarlo en Eternidad. Me dolía ver su cara a la distancia y torturarme por no poder tocarlo.
—¿Lo quieres tanto como me quieres a mí? —inquiere de pronto David.
Siento ganas de insultarlo. Él conoce la respuesta a esa pregunta. No debería preguntarlo.
—Ya sabes que no.
Me avergüenzo de mí mismo por admitirlo, pero es la verdad.
Quiero a Ibrahim... pero no más de lo que quiero a David.
Ambos contemplamos la ciudad en silencio. Al cabo de unos segundos, por el rabillo del ojo, noto que David me observa.
—Te extraño —confiesa en voz baja, casi inaudible. Se le quiebra la voz.
Vuelvo a mirarlo. Sus ojos denotan sinceridad. Lo conozco bien para saber cuándo habla de corazón.
Parpadeo una y otra vez para evitar el llanto.
—También yo —susurro.
"No te quiebres" me digo a mí mismo. "No te quiebres". "No te quiebres". "No te quiebres".
Otro silencio que parece nunca acabar. Aprieto los puños con la mayor fuerza posible. Reprimo como puedo las ganas de confesarle a David que lo amo tanto como en los primeros meses de nuestra relación.
De pronto, David se encamina hacia el espacio que separa nuestras terrazas, se alza sobre el barandal de la suya y pega un salto hacia la mía.
—¿Qué haces? —demando en voz baja. No quiero alertar a nadie.
Él se incorpora junto a mí. Me mira a los ojos. Respira de forma agitada.
Quedo petrificado. Hace mucho no lo tenía tan cerca de mí. No sé cómo reaccionar.
Inesperadamente, él se acerca a abrazarme con fuerza.
Pasaron siglos desde la última vez que me abrazó. Tengo que parpadear una y otra vez para resistir las lágrimas de tristeza y felicidad que amenazan con escapar.
David acaricia mi cabello. Me aprieta tal como solía hacer tiempo atrás.
No logro aguantar el llanto por más tiempo. Me pongo a temblar y a soltar unas cuantas lágrimas que manchan la playera de David.
Caigo en cuenta de que no deberíamos abrazarnos. Aún no hemos salvado a Michael. David no debería tocarme hasta entonces.
Intento alejarme, pero él no me lo permite. Su fuerza es superior a la mía.
—David, no debemos... —Él acalla mis palabras con una mano sobre mi boca.
—No digas nada, por favor —ruega con voz llorosa—. Solo déjame sentirte cerca. No digas nada, no digas nada...
Me derrumbo. Hace tanto que había soñado con volver a sentir su contacto que ya no puedo retroceder.
David quita su mano de mi boca y pone su frente sobre la mía. Sus ojos desprenden tantas lágrimas como los míos. Las luces de la ciudad hacen que su rostro se vea como un hermoso sueño del que no quiero despertar.
Mis labios tiemblan. Los suyos también. Él abre la boca para decir algo, pero se arrepiente.
En vez de hablar, decide besarme.
Soy una avalancha de emociones. Me acaloro. Me enfrío. Siento que me duermo y despierto al mismo tiempo. Besar a David después de una eternidad de espera es la mejor cura para el dolor.
Saboreo sus labios con urgencia. Saben distintos ahora, o quizás había olvidado como se sentían. Pasó una eternidad desde nuestro último beso, y ahora parece que solo han pasado días. Vuelvo a recordar el tacto de los labios que amaba besar. Los labios que marcaron su territorio en los míos. Los que alguna vez me elevaron más allá del cielo artificial de Arkos.
Aumentamos la velocidad y voracidad de nuestro contacto. Nunca nos habíamos besado con tanta desesperación. El beso es hambriento, furioso, apasionado. Me queda claro que ambos nos extrañábamos al mismo nivel.
David separa su boca de la mía. Respira entre jadeos y me mira sin pestañear.
—No sabes cuánto extrañaba hacer esto —susurra. Su aliento caliente me pone a delirar.
Él me agarra la nuca con sus manos y me da un beso tan, pero tan fuerte que ya no puedo controlarme.
Dejo que mis manos tengan rienda suelta y toquen todo lo que puedan. Las paso por su pelo, por su cuello y por su espalda hasta que acabo en el principio de su playera.
Sin noción de la realidad, le quito la prenda y dejo su torso al descubierto. Él repite la maniobra y ambos quedamos medio expuestos ante la brisa veraniega y los juegos de luces que provienen de la ciudad.
Trazo su torso marcado con mis manos, beso sus clavículas y me impregno de su aroma. Las lágrimas siguen cayendo por mis mejillas, y no sé si son de tristeza o felicidad.
David besa mi cuello, lame mi oreja y respira sobre ella. Presiona su cuerpo contra el mío hasta juntar nuestros miembros y debo esforzarme por sofocar un gemido.
Él me toca donde no se atrevía a tocar antes. Pone sus manos en mis nalgas y las presiona con fuerza. Me atrae cada vez más hacia él. Ambos estamos erectos y ardientes.
Nuestros besos son más y más apasionados y nuestras manos más y más inquietas. Esta vez no podremos detenernos a tiempo. Ya no existe una línea que no me permitía cruzar. Los límites se han vuelto simples fantasmas del pasado.
Apenas me doy cuenta de que entramos a la habitación. David me lanza sobre la cama y siento que me incendio. Puedo ver estrellas en el techo, escuchar olas a nuestro alrededor y oler el aroma de la plenitud.
Todo parece real e irreal a la vez.
David me está besando. Tocando. Amando.
Puede que esto sea un sueño. Puede que no.
Él toma mis muñecas y las pone sobre mi cabeza. Estoy fuera de sí. David me besa, me lame, me muerde...
Me vuelvo loco.
Paso mi lengua por zonas de su cuerpo a las que nunca esperé acceder.
He encerrado a mi sentido común en una jaula asegurada con cien candados. Me tomaría al menos una hora desbloquearlos todos, así que ya no puedo parar.
David se detiene, ansioso por respirar. Ambos jadeamos tanto que paceremos hallarnos al borde de la asfixia.
Me mira a los ojos. En ningún momento se quita de encima.
—Te amo —suelto. De inmediato muerdo mi lengua y cierro los ojos, arrepentido por decirlo.
Abro los ojos y descubro que David sonríe.
—Yo también —confiesa.
Quedo atónito. No esperaba que dijera algo como eso, menos con el rescate de Michael pisándonos los talones.
Lloro solo de alegría. Pensé que nunca volvería a escuchar tales palabras saliendo de sus labios.
—Te amo —repito—. Te amo, te amo, te amo...
—Te amo —reitera él.
Nos volvemos a besar. Sigo diciéndole que lo amo mientras me besa, hasta que las palabras se convierten en gemidos y ya no puedo hablar.
Ambos nos ponemos de pie. Él me quita el pantalón y el bóxer, y yo le quito los suyos. Quedamos completamente desnudos entre la oscuridad del cuarto, pero puedo verlo a la perfección gracias al haz de luz proveniente de la capital.
Ambos nos miramos de arriba abajo. El rostro de David evidencia un deseo inconfundible, y no sé cómo ha de lucir el mío. Lo único que sé es que estoy tan hambriento de David que quiero devorarlo hasta saciarme.
Juntamos nuestros cuerpos mientras nos besamos. Él suyo arde. Nuestros corazones laten al mismo ritmo. Su respiración es errática y ansiosa; su toque es fuerte y letal.
David me recuesta boca abajo sobre la cama. El éxtasis apenas me permite sentir miedo o nerviosismo. El calor es tanto que no puedo pensar en nada que no sea él. Mi mente se encuentra en el espacio. Mi corazón da vueltas y vueltas alrededor del mundo.
Entonces, sucede.
David lo hace.
Al principio, todo es dolor. Mi cerebro regresa a mi cuerpo y la inexperiencia me apuñala de vergüenza y humillación.
No obstante, conforme pasan los minutos, el dolor se transforma en un delicioso placer.
Me siento más libre que nunca. Mi libertad parece fluir de mis poros y conectarse con la de David. Somos dos cuerpos candentes que no le temen al peligro. Dos aves alejadas de sus jaulas que se entregan al amor sin pensar en lo prohibido.
Mil veces imaginé cómo sería la ocasión, pero ninguna se asemejaba a la realidad. No puedo describir con claridad lo que experimento en este momento.
Lo único que tengo claro, es que amo a David.
Lo amo y lo seguiré amando hasta que la muerte decida separar nuestros caminos para siempre.
* * *
David me abraza con fuerza al acabar. Nuestros cuerpos aún mantienen una temperatura elevada y nuestros corazones siguen latiendo a un ritmo que sobrepasa lo normal.
Él besa mi frente. Cierro los ojos y atesoro cuanto puedo el tacto de sus labios en mi piel.
—¿Qué pasará mañana? —le pregunto en voz baja. Apenas me oigo. Tengo miedo de oír la respuesta.
—No lo sé —admite David—. Solo sé que ya no puedo estar lejos de ti.
Eso parece suficiente para mí.
Nos besamos hasta que él cae dormido. Acaricio su rostro mientras descansa. No lo toco con la suficiente fuerza para despertarlo, pero sí para tatuar cada uno de sus rasgos en mi piel por si lo pierdo otra vez.
Como David duerme, la realidad vuelve a torturarme.
Esto no está bien. En los próximos días nos enfrentaremos a Michael, y puede que David olvide definitivamente cualquier sentimiento que resguarda por mí.
Me aterra pensar que esto es una despedida.
Alguien toca la puerta. David no se despierta. Me pongo una bata que las mucamas dejaron sobre un mueble de la habitación y me encamino a atender el llamado.
Abro la puerta y descubro a Ibrahim del otro lado.
—¿Podemos hablar? —pregunta—. No puedo dormir, necesito decirte que...
Él mira en dirección a la cama.
Abre los ojos y la boca al máximo.
Me mira de arriba abajo y, tras entender lo que ha sucedido, su expresión pasa de absorta a furiosa.
—Dime que no pasó —pide entre dientes.
Agacho la mirada. Quiero cavar un pozo en la tierra y esconderme en él para siempre.
—Lo... siento.
—Eres un imbécil —espeta, y se va.
—¡Espera! —le pido en voz tan alta como me puedo permitir para no despertar a los demás.
Ibrahim se encierra en su habitación con un fuerte portazo que bien pudo despertar a todo el hotel.
Apoyo mi frente sobre su puerta. Soy un estúpido. Caí tan rendido en David que olvidé por completo a Ibrahim.
—Hablemos, por favor —suplico. Tengo ganas de llorar y no sé por qué.
—¡Déjame solo! —exclama Ibrahim.
No desistiré. Toco su puerta una y otra vez.
—¡Por favor! —imploro.
Oigo los pasos furiosos de Ibrahim. Él abre la puerta.
—Eres un completo hijo de perra —insulta. Su cara se contrae de dolor y rabia al mismo tiempo.
Abro la boca, pero no puedo decir nada. La imagen de su rostro destruido me hace añicos el corazón.
—De-déjame explicar...
—¿Explicar qué? —masculla—. ¿Que solo piensas con lo que tienes entre las piernas y que por eso te entregaste a ese idiota? ¿Que fuiste lo suficientemente manipulable para olvidar todo el daño que te hizo y ceder a sus putos encantos en una noche? ¿Eso?
Respira con furia. Aprieta los puños con fuerza.
—Yo... yo...
—¡Explícame!
Le pediría que baje la voz, pero no serviría de nada. Todos en el pasillo han de estar despiertos ahora, incluyendo a David.
Me armo de valor y entro en la habitación de Ibrahim. Cierro su puerta para tener un poco de privacidad. Él camina de un lado a otro con una mano cubriendo sus ojos.
—Lo-lo lamento —susurro. Unas cuantas lágrimas nublan mi visión.
Ibrahim ríe sarcásticamente.
—¿Lo lamentas? —pregunta, ahora en un tono de voz más bajo. Comienza a calmarse—. El que lo lamenta soy yo. Van a triturar tu corazón en cuestión de días. Te van a pisotear como a un insecto y te vas a arrepentir de haber entregado algo tan valioso como tu virginidad.
Agacho la mirada. Quizá tiene razón.
—¿Y sabes qué? —Se acerca un poco más a mí. Su tono es mordaz—. Ya no voy a estar ahí para ser tu maldito pañuelo de lágrimas. David se pasará tu amor por donde le venga en gana y no me tendrás para sobarte el hombro y hacerte sentir mejor.
Estoy temblando de miedo. Miedo a la soledad. Miedo al olvido.
Miedo a Michael.
—Lo siento —susurro.
—¿Sabes qué es lo que más me duele de todo? —Ibrahim se aproxima cada vez más, hasta acorralarme contra la puerta—. ¿Quieres saber?
Asiento, nervioso. No puedo dejar de llorar ni de sentirme miserable.
—Que te entregué mi corazón y nunca supiste valorarlo —espeta entre dientes, muy cerca de mi rostro—. Fuiste mi elección todo el tiempo, incluso cuando me enteré de que Michael nunca murió. Estaba dispuesto a amarte con mayor intensidad de lo que te amó David, a protegerte de todo peligro y a hacerte el hombre más feliz de la Tierra. Ahora, en lo único que te convertirás será en un tonto al que lo reemplazarán en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo te hace sentir eso, Aaron?
Él se ríe.
Yo me derrumbo.
—Lo siento. —Es todo lo que el llanto me permite decir.
Ibrahim cierra los ojos y retrocede. Pasa una mano por sus ojos y su nariz para limpiar todo rastro del llanto.
—Vete. —Aquella palabra clava dagas en mi corazón.
—Lo... siento —insisto.
—¡Lárgate!
Él me aparta de la puerta, la abre y me echa de su habitación con brusquedad. Por poco caigo de bruces.
—No te acerques a mendigar mi consuelo cuando él te vuelva a partir el corazón. —Es lo último que dice antes de cerrar la puerta.
Me siento sobre el suelo del pasillo, abrazo mis piernas y dejo fluir en el llanto toda la tristeza y el miedo.
He perdido a Ibrahim.
Y en los próximos días, probablemente, volveré a perder a David.
* * * *
Creo que es buen momento para regresar a la isla desierta que me esconde de lectores con instintos asesinos.
*huye*
No me odien, please. Yo los amo :'v
Definitivamente este es uno de los capítulos más intensos que he escrito. Tómense un momento para respirar. xD
A los que siempre fueron fieles al Daaron, no se emocionen. Todo puede pasar. 🌚
Y a los que shippean Ibraaron, calma, amigos. No todo está perdido. Ustedes saben que Matías ama el drama como ama comer papas fritas.
A ver si adivinan quién narrará el próximo capítulo. 7u7
Y no, no serán ni Alicia, ni Michael ni Aaron.
*c va*
Esta es la nota de autor más larga que he hecho, alv. Ya me voy.
¡Abrazos para todos!
Los quiere, Matt.
(PD: Recuerden que si me matan ya no habrá más historia :v).
(PD2: Si les gustó, no olviden votar y comentar. ¡Nos vemos!).
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro