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25. Carlos - "Declaración inesperada"

El suelo se sacude.

Una estruendosa alarma resuena en un parlante de la habitación y en el pasillo.

Las luces de la celda se tornan rojizas.

Oigo gritos a la distancia.

Todo aquello significa solo una cosa: los newtópicos están aquí.

Entro en pánico. Me acerco corriendo a la ventanilla de la puerta de seguridad con la ilusa esperanza de que Alicia venga a salvarme. Ella debe estar muy lejos ahora, y aunque siguiera aquí, la última de sus preocupaciones en este momento sería yo.

Debo aceptar que la perdí. Debo resignarme a que solo puedo aspirar a una amistad con ella.

Ya no duele tanto. Meses atrás, la pérdida de su amor se sentía como estocadas en mi pecho. Hoy, solo es una ligera punzada en mi corazón. Poco a poco me voy acostumbrando a la idea de que no volveremos a estar juntos, y está bien. Ella merece alguien mejor que yo.

Golpeo la puerta lo más fuerte que puedo. Me cuesta mantenerme en pie. La celda se sacude tanto que temo que en cualquier momento el techo caerá sobre mí.

No se suponía que esto pasara. Los eternos al mando aseguraron que este lugar fue creado a prueba de ataques y sacudones, y que ni siquiera una bomba nuclear podría destruirlo. Puedo adivinar que solo intentaban mantener la calma entre su gente a base de mentiras, porque de eso sé bastante. Pasa constantemente en Arkos. Los cimientos de la nación son construidos con falsas ilusiones y calumnias.

El techo se resquebraja y agrieta cada vez más. Las explosiones han de estar destruyéndolo todo en el exterior. Tengo que salir de aquí.

A poco de perder las esperanzas, un rostro se asoma del otro lado del cristal: es uno de los guardias.

—¡Abra, por favor! —le ruego desesperado—. ¡La celda se derrumbará!

No ha de oírme debido a la sirena de alerta, pero puede notar lo que le estoy pidiendo. Lo sé porque turna la mirada una y otra vez entre el panel que desbloquea la puerta desde el otro lado y la ventanilla por la que ve mi rostro.

—Por favor —susurro, afligido. Pongo la mayor cara de súplica posible.

No quiero morir.

El techo está a punto de caerse; el joven guardia se desespera al notarlo. Él cierra los ojos y maldice en silencio. Acto seguido, el chico se acerca al panel situado junto a la puerta y la desbloquea para mí.

Salgo lo más rápido que puedo.

—Gracias —farfullo al abandonar la celda.

El guardia se limita a asentir con nerviosismo y una expresión de miedo que sospecho que va más allá de lo que sucede en la ciudad subterránea. El chico debe tener órdenes estrictas de no permitirme salir en ninguna circunstancia. Está arriesgando su lugar en Eternidad por mí.

—¡Tenemos que ir a los refugios! —me dice. Su voz suena mucho más juvenil que la edad que aparenta su rostro. Debe tener unos tres o cuatro años más que yo.

—Creí que ya estábamos en uno —menciono en voz alta. Apenas me oigo con el estruendo de la sirena de alerta.

—Pues ahora sabes que incluso los refugios necesitan refugios. —Esboza una sonrisa divertida, pero esta se esfuma cuando sentimos un remezón más fuerte que los anteriores—. ¡Vamos!

Le asiento y corremos por los pasillos de la penitenciaría. El guardia y yo somos los únicos que estamos aquí; no hay criminales en Eternidad, al menos no por ahora. William fue liberado poco después de que fue encerrado conmigo.

Una vez que nos hallamos afuera del recinto, nos encontramos con un enorme caos. La gente corre despavorida por las calles cercanas, algunas de las luces que iluminan la ciudad se tiñeron de rojo y la sirena suena mucho más fuerte aquí que en la penitenciaría.

—Estado de emergencia —anuncia una voz amplificada—. Diríjanse al refugio más cercano.

—¿Los newtópicos están aquí? —le pregunto al guardia que me liberó. Ambos estamos de pie en la entrada de la penitenciaría, sin saber qué hacer.

—Así es —confirma en voz alta—. Se han infiltrado entre nosotros y han puesto bombas de detonación automática en ciertas zonas de la ciudad. ¡Tenemos que ir a los refugios! —insiste.

—Espera. —-Lo detengo antes de iniciar la marcha—. Gracias por salvarme. En serio, de no ser por ti, habría muerto ahí dentro. No olvidaré esto.

—No fue nada —vocifera, sonriente—. Sé que muchos aquí desconfían de ti, pero no por eso habríamos de dejarte morir. ¡Andando!

Le devuelvo la sonrisa e iniciamos la marcha. Casi no queda gente en esta calle.

A pocos metros de alejarnos de la penitenciaría, una fuerte explosión nos lanza al chico y a mí hacia adelante.

Caigo al suelo, me golpeo la cabeza y ruedo. El impacto ha sido tan fuerte que amenaza con llevarme a la inconsciencia. Escucho un fuerte pitido en mis oídos, cuyo volumen se reduce para dar paso a los gritos de pánico a la distancia y a la sirena de emergencia.

Aparentemente, la construcción que ha explotado ha sido la penitenciaría. Por suerte, no había tanta gente cerca del lugar excepto el guardia que me liberó y yo.

Mi cabeza da vueltas y siento dolor en todo el cuerpo. No puedo ver nada más que escombros y polvo. Entorno la mirada entre los nubarrones polvorientos para buscar al chico que corría conmigo; no lo veo por ningún lado.

Intento llamarlo, pero la somnolencia no me lo permite. Ni siquiera sé el nombre del sujeto que me rescató.

Mi aturdimiento acaba. Me pongo de pie a pesar del dolor de huesos y camino alrededor de escombros. La nube de polvo se disipa un poco y me permite ver que la gente no deja de correr, llorar y gritar. La sirena se ha detenido; ya no es necesaria. Todos en la ciudad subterránea han de haber sentido las explosiones.

Busco al chico que me sacó de la penitenciaría.

Bajo un enorme trozo de concreto, veo una mano...

Y se me desboca el corazón.

El chico ha sido aplastado.

La sangre que empapa y rodea su cuerpo me hace caer sentado de terror. Retrocedo entre los escombros, absorto por la impactante imagen que se halla frente a mí. Es tanta la sangre que dudo que mi salvador haya sobrevivido.

De haberme quedado encerrado en la penitenciaría, ahora estaría muerto.

Ese chico salvó mi vida.

Y, probablemente, no pudo salvar la suya.

Estallo en llanto. Mi cuerpo tiembla de rabia contra quienes provocan tanto sufrimiento. No puedo evitar pensar que estoy directamente relacionado con las personas que están detrás del terror de los que me rodean.

Examino los rostros a mi alrededor: no veo más que miedo. Una ola de remordimiento cae sobre mí. Pienso en la gente que pereció en la destrucción del Sector G y las recientes y no puedo sentir nada excepto una humillante vergüenza.

Pude hacer algo para evitar el primer suceso. Pude haber protestado hasta el cansancio, o tal vez abrazarme a las piernas de mi padre y suplicarle que no provocara un caos imperdonable; sin embargo, no me esforcé lo suficiente. La culpabilidad me duele más de lo que duelen mis huesos en este momento.

Soy un manojo de lágrimas, temblores y rabia. Desearía poder sacar mi alma de este cuerpo y mudarla a otro que no tuviera la sangre de Abraham Scott. Desearía nacer de nuevo, quizá pobre, quizá rebelde. No sentiría esta vergüenza que me persigue cada día desde que decidí abrir los ojos y renunciar al destino de mi padre.

Camino como puedo hacia el cuerpo del chico que me salvó. Me agacho junto a él, tomo el trozo de concreto con mis manos y lo aparto con una fuerza que no sé de dónde saco. Tal vez la ira contra los gobernadores de Arkos y Newtopia me está dando el poder necesario para hacerlo.

Logro liberar el cuerpo del hombre que me rescató. Lo doy vuelta para ver su rostro; está igual de ensangrentado que su cráneo. Acerco una mano a sus vías respiratorias para comprobar si sigue respirando...

No hay respiración. Está muerto.

Me recuesto sobre su pecho y lloro con mayor intensidad. Esto no debería pasar. Esto no es justo, no es justo, no es justo...

-Gracias -pronuncio entre gimoteos-. Gracias.

Quizá no debería agradecerle. No merezco vivir cuando tantas personas inocentes mueren en manos de gente despiadada.

Los malos recuerdos siguen perturbándome. Pienso en todo lo que le hice a David, cómo estuve de acuerdo ante la idea de mi padre de que fuera inyectado con el Stevens y cómo disfruté cuando le revelé a Aaron que el amor de su vida estaba en camino hacia la muerte.

Me odio. Me odio. Me odio.

Nadie debería sentirse a gusto con la muerte de otros. Nadie debería tener el poder de decidir cuándo acabar con la vida de los demás.

Abrazo al chico lo más fuerte que puedo. Sigo pronunciando uno y otro "gracias" que espero él logre escuchar a pesar de que su corazón ha dejado de latir.

Otro temblor. Esta vez, la explosión ha ocurrido en uno de los edificios situados en la zona norte de la ciudad. Los newtópicos han puesto bombas en todas partes.

Debería ponerme de pie y buscar refugio, pero no quiero. El estigma de ser hijo de un gobernador me perseguirá para siempre. Por más que pase años entre los eternos, ellos siempre me verán como el primogénito de Abraham Scott. Siempre estaré ligado a la muerte de rebeldes, la destrucción de sus hogares y el encierro de inocentes.

No merezco vivir. Tal vez la muerte me ayudará a redimirme por completo. Quizá morir bastará para pagar por lo que le hice a David, el daño que le causé a Alicia y los errores de quienes fueron mis cercanos antes de acabar aquí.

Me recuesto sobre el pecho inmóvil del chico que me liberó, cierro los ojos y espero algún impacto que acabe conmigo.

Mientras tanto, pienso en recuerdos hermosos y sueños utópicos. Rememoro los buenos momentos que pasé con mi madre, cuando yo era apenas un niño lleno de vida que amaba refugiarse en los brazos de su progenitora. Ella nunca supo darme el amor que requería en la adolescencia, pero sí supo darme al menos un escaso cariño en la infancia. Le estaré eternamente agradecido por ello.

Mientras escucho explosiones, reproduzco en mi mente las risas de Alicia, Caroline y Aaron. Cierro los ojos con fuerza y proyecto los momentos divertidos que vivimos en nuestros primeros años de preparatoria, cuando aún éramos lo suficientemente jóvenes para preocuparnos de las reproducciones obligatorias y de un futuro que nos pisaba los talones.

Recuerdo sonrisas. Recuerdo besos. Recuerdo abrazos. Recuerdo lo poco que logré disfrutar de la vida e imagino lo maravilloso que podría ser lo que hay más allá, si es que tengo la oportunidad de acceder a ello.

Mis recuerdos e imaginaciones son interrumpidos de repente por una voz que suena familiar.

—¡Carlos! —grita alguien a la distancia. Se oye desesperado—. ¡Carlos!

Es William.

El único amigo que me queda en el mundo.

El único que confía por completo en mí contra todo pronóstico.

Tal vez la muerte puede esperar.

—¡Aquí! —grito con lágrimas en los ojos—. ¡Aquí!

Me cuesta mucho ponerme en pie, pero logro hacerlo. William aparece a la distancia y viene corriendo en mi dirección. Se acerca a abrazarme con casi demasiada fuerza.

—No me aprietes tanto —le pido entre risas—. Acabo de volar y darle una suave caricia al piso.

—Creí que estabas muerto —dice William entre jadeos: está llorando.

Me separo del abrazo para verlo a la cara.

—Hey, estoy bien —le digo. Pongo mis manos en sus hombros—. Fui salvado a tiempo. —Agacho la mirada.

William se ve sumamente afectado. No esperaba que reaccionara de tal forma ante la posibilidad de perderme. Supongo que me tiene un gran cariño.

—¡Ya cálmate! —Emito una amistosa risa—. Estoy...

Él interrumpe mis palabras con un beso.

Quedo tan impactado que no sé cómo reaccionar. Abro los ojos de par en par mientras él me besa.

Me separo. Lo miro estupefacto.

—¿Q-qué fu-fue eso? —pregunto. Me cuesta pronunciar las palabras.

—Te amo —confiesa William de repente.

Llevo una mano a la boca, anonadado.

—William, yo...

—No digas nada, solo escúchame —ruega. Se limpia las lágrimas de las mejillas—. Carlos, estoy enamorado de ti. Nunca se lo dije a nadie, pero siempre sentí atracción por otros hombres.

Una nueva explosión lejana lo hace callar, pero retoma al instante.

—La primera vez que me sentí atraído hacia ti, fue cuando te vi aquella noche que Alicia y tú acabaron en el G —continúa—. No supe por qué, pero descubrí en ti una belleza diferente. Era como si tras toda la perturbación y el dolor que reflejaba tu rostro, hubiera logrado ver una buena persona.

—O sea que decidiste hacer tratos conmigo por...

—Por atracción —concluye. No deja de llorar.

Ahora entiendo todo.

Entiendo su drástica decisión de traicionar a los suyos para aliarse conmigo. Entiendo su disposición a confiar en mí, su inquebrantable devoción y todos los momentos en que me sonreía a pesar de ser una persona renuente a sonreír.

Tras toda su dureza, había un fuerte sentimiento latiendo en sus adentros. Uno que lo empujó a arriesgar su unión con los rebeldes por alguien que pudo haber sido su perdición.

William nunca actuó por beneficio propio. Nunca quiso asegurarse un futuro esplendoroso teniéndome de su lado.

Lo único que quería era estar conmigo. Todo lo hizo por amor.

Un amor que pensé que nadie volvería a sentir por mí.

Él no deja de llorar, tal vez por miedo. Jamás imaginé que lo vería sollozar. Siempre se mostró fuerte e impasible. El William que tengo al frente es uno que está al desnudo; uno que me atrevería a decir que nadie más ha visto.

—¿No dirás nada? -—pregunta él.

En efecto, no digo nada, solo me acerco a abrazarlo con la mayor fuerza que me permite el dolor de cuerpo.

—No tienes por qué llorar —digo sobre su hombro.

Al contrario de lo que esperaba, mis palabras solo intensifican su llanto. Él envuelve sus brazos alrededor de mi espalda y me aprieta con la misma presión que la mía.

Una nueva explosión nos hace temblar y casi caer de pie: un edificio cercano ha explotado. Hay bombas en toda la ciudad.

—Tenemos que buscar refugio —advierte William, de vuelta en sí. El chico fuerte y determinado acaba de regresar—. Vamos.

Me sonríe, le sonrío y nos disponemos a correr.

—¿Cambiará algo entre nosotros? —pregunta él mientras corremos.

—¿No crees que es el peor momento para hablar de ello? —pregunto, sonriente.

William esboza una sonrisa, regresa la mirada al frente y sigue corriendo. Pasamos en medio de escombros y una que otra persona que está haciendo su camino hacia los refugios.

Pienso en el beso mientras corro. Si bien debería sentir asco, no lo siento.

Por alguna extraña razón, el beso me ha generado sensaciones que nunca había experimentado.

Lo que no me atrevo a decirle a William, es que me gustó sentir sus labios en los míos.




* * * * * *

Admitan que amaron este capítulo.

Si les gustó, no olviden votar y comentar ❤

¿Cómo podríamos llamar a este nuevo ship? :'D

Sé que quizá tienen preguntas como ¿por qué Carlos no sintió repulsión si es heterosexual?, ¿por qué le gustó el beso?, etc. Todas las dudas que tengan serán aclaradas en los siguientes capítulos. Cosas muy interesantes pasarán de ahora en adelante.

Gracias por seguir aquí, bellezas. Merecen el cielo, la tierra y todo Arkos.

Los quiere, Matt.

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