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24. Alicia - "El retorno al peligro"

—Nombre.

—Doménica Thompson —respondo.

—Edad.

—Veintidós años.

—Ocupación.

—Secretaria gubernamental.

—Estatus social.

Me tomo unos incómodos segundos de silencio antes de responder. Trago saliva e intento ocultar lo mejor que puedo el dolor que me produce la pregunta de mi compañero.

—Infértil de clase media —anuncio con pesar en la voz.

Al menos lo de clase media es una mentira. En realidad, soy una delincuente para el gobierno de Arkos. De descubrir mi verdadera identidad una vez que me halle de vuelta, regresaría de inmediato a prisión, o tal vez obtendría una sentencia mucho peor que pasar la vida entera en la cárcel.

Desde ahora seré una nueva persona. Los eternos al mando me asignaron una nueva identidad que estará registrada en los sistemas oficiales de la nación antártica, una nueva historia que memorizar y que contar y una nueva imagen que me ayudará a pasar desapercibida.

Volteo la mirada hasta dar con la puerta de cristal. Me miro y me cuesta contener el asombro al ver mi reflejo. Mi cabello es ahora castaño, de un color similar al chocolate. Tengo las mejillas un poco más regordetas, la piel varios tonos más clara, la nariz más respingada y los ojos de un hermoso color esmeralda.

Ya no soy Alicia; soy Doménica. Ser otra persona será lo único que me ayudará a no ser descubierta y a volver a ver a mi familia, a quienes extraño más que nada en el mundo.

Este cambio radical se debe a que finalmente regresaré a Arkos para aventurarme en una peligrosa misión que podría resultar suicida: seré una infiltrada en la Cúpula.

Tal como Isaac, quien entregó su vida para salvarme, arriesgaré mi integridad por defender los ideales de los opositores. No negaré que tengo miedo, pero la fuerza de convicción es mucho más poderosa que el temor.

—¿Estás completamente segura de lo que vas a hacer? —me pregunta Jackson, quien ha sido un gran amigo en el último tiempo. Él es uno de los miembros del grupo que viajaremos a Arkos y nos infiltraremos entre las autoridades.

—Completamente segura —miento. La verdad es que tengo miedo de morir.

Meses atrás, la muerte era algo a lo que ya no le temía. Ahora, en cambio, le temo tanto como al futuro. Quiero una larga vida. Quiero aventuras, quiero experiencias, quiero vivencias. No solo estoy luchando por los que quiero y los que me rodean: estoy luchando por mí misma. Merezco la oportunidad de vivir sin miedo y de prolongar mi existencia por tantos años como la vida me lo permita.

—Mucha suerte, Alicia —me dice Jackson, sonriente. Se pone serio en cosa de segundos—. No olvides que, si tienes que matar para salvar tu vida, debes hacerlo.

Trago saliva. Aún me cuesta lidiar con algo tan macabro como pensar en la posibilidad de matar a una persona, pero tengo que acostumbrarme a la idea. Me enfrentaré a muchos protectores que estarían felices de acabar conmigo.

—Haré lo que sea necesario para protegerme —declaro.

Jackson vuelve a sonreír, y yo fuerzo una sonrisa para él.

—Si me disculpas, tengo algo importante que hacer —digo. Jackson pasa una mano por su cabello negro y asiente—. Nos vemos.

Abandono los cuarteles de la ciudad subterránea y me dirijo hacia el hospital. Camino entre calles de metal y hormigón, saludando a uno que otro habitante que me dirige la mirada. Me he acostumbrado a vivir en este lugar; me costará regresar a Arkos y enfrentar la seriedad y las miradas despectivas de la gente.

Llego al hospital. La construcción es de acero, capaz de resistir cualquier derrumbe. La mayor parte de las construcciones en la ciudad subterránea son de metal. En cualquier momento los newtópicos podrían infiltrarse en nuestras dependencias y destruir el refugio desde adentro, por lo que es vital que cada edificación cuente con una estructura capaz de soportar cualquier ataque.

El hospital no está tan concurrido esta mañana. Ha pasado mucho tiempo desde la destrucción de la superficie; la mayoría de los eternos que resultaron heridos ya se sanaron.

Arieta, la mujer de la recepción del hospital, me recibe con el rostro cordial de siempre.

—Hola, Alicia. —Me sonríe.

—Buenos días, Arieta. —Le sonrío en respuesta—. ¿Sabe si él está aquí?

—Está en Rehabilitación —responde la mujer—. Te está esperando.

—Muchas gracias.

Me adentro en los pasillos de la enorme construcción. A pesar de que este hospital no es tan inmenso como los que se encuentran en Arkos, cuenta con áreas especializadas para cada ámbito relacionado a la salud tanto mental como física. Toda la ciudad subterránea está equipada para albergarnos sin necesidad de que vayamos a la superficie, pero aún no logran un nivel de modernidad tan avanzado. Por ese motivo es que David debió ser llevado a Constelación para ser curado y tratado del Stevens.

Llego a Rehabilitación. Observo a través de cada puerta de cristal en búsqueda de la persona por la que vine aquí.

Y lo veo.

Max me saluda con una mano al verme en el pasillo.

—Mañana de ejercicios, ¿eh? —pregunto tras abrir la puerta de cristal de la habitación.

—Ellos insisten en que debo seguir con mis ejercicios. —Max pone los ojos en blanco—. Les he dicho mil veces que ya puedo bailar toda una noche si lo quisiera. —Se ríe. Los especialistas ríen también.

Max sigue en tratamiento debido a la profunda herida que se provocó por causa de un fierro que le atravesó el vientre. Perdió mucha sangre entonces, y estuvo al borde de la muerte. Aún recuerdo cuánto sufrí mientras esperaba en la sala de espera del hospital a que me dieran respuestas sobre su estado de salud. Por fortuna, los médicos lograron estabilizarlo y someterlo a una regeneración de urgencia sin aumentar su riesgo vital.

Los especialistas nos dan un tiempo a solas. Me acerco a Max y lo beso con la pasión de siempre.

—¿Estás lista para lo que se viene? —pregunta al separar nuestros labios. Me toma de la cintura con sus manos.

—Más que lista —afirmo, y es cierto. Si bien tengo miedo, estoy preparada para regresar—. ¿Y tú?

—Supongo que sí. —Vuelve a reír—. Aunque no estoy seguro. Digo, falta un día para partir y sigo siendo sometido a ejercicios rutinarios.

Ambos reímos.

Max me acompañará a Arkos. Me negué rotundamente al principio, pero no tuve más opción que aceptar tras su incansable insistencia. Él se juró a sí mismo que no me dejaría sola, y al parecer se tomó su juramento demasiado en serio. Me aterra que pueda pasarle algo en Arkos, pero me alegra saber que lo tendré a mi lado.

—Ya sabes lo exagerados que son los médicos de la ciudad subterránea —menciono entre risas—. Hasta ayer, seguían preocupados por mi infertilidad.

Max agacha la mirada, incómodo. Me arrepiento ahora de haber sacado el tema a colación.

El mismo día que fui traída al hospital luego de la destrucción del pueblo de la superficie, los especialistas descubrieron que tengo una extraña enfermedad en mi sistema reproductor; una casi indetectable que nunca fue captada por los sistemas médicos de Arkos. La misma fue esparcida durante la guerra bacteriológica y, hasta ahora, es incurable.

Soy lo que se llama una "infértil permanente". Por ello nunca me embaracé de Carlos, y por eso no podré parir mis propios hijos. A diferencia de otros tipos de infertilidad, la mía es irreversible.

Todavía no sé cómo sentirme al respecto. Me aterraba la idea de ser madre, pero quería serlo en el futuro.

—Tranquilo —susurro—. Ya sabes que la enfermedad no me provocará daño.

Max se limita a forzar una sonrisa y abrazarme. Sé que le duele que no podamos tener hijos. Él sueña con formar su propia familia, y yo no podré cumplirle ese sueño.

—¿Nos vamos? —le pregunto.

—Vamos —asiente, triste.

Abandonamos el cuarto de ejercicios y caminamos por los pasillos del hospital. Max se mueve sin dificultad, pero sé que de vez en cuando siente dolor. Su vientre quedó muy sensible luego de la herida.

Una vez que nos hallamos afuera y caminamos por las calles de la ciudad, dirijo la mirada hacia la penitenciaría y recuerdo que tengo una despedida pendiente.

—Adelántate —le digo a Max—. Tengo algo que hacer.

Él mira también hacia la penitenciaría y hace una mueca de disgusto.

—Te esperaré en los cuarteles.

Tomamos caminos diferentes. Me dirijo hacia la entrada de la penitenciaría, soy sometida a la inspección rutinaria y uno de los guardias me dirige a la celda de Carlos.

—Ya sabes que no puedo darles mucho tiempo —dice. Es un hombre de color de unos cuarenta y tantos años.

—¿Cuándo dejarán de tratarlo como a un prisionero? —pregunto, un tanto enfadada. Aunque aún no me llevo del todo bien con Carlos, no puedo negar que ha sido de gran ayuda para Eternidad. Ya debería ser tratado como un habitante cualquiera.

—Él sigue siendo hijo de un gobernador de Arkos —espeta el guardia—. No podemos arriesgarnos a que escape y divulgue todo lo que ha aprendido de nosotros.

Me limito a resoplar. He recibido la misma respuesta miles de veces.

Ingresamos en el pasillo de las celdas. Al menos ahora Carlos se encuentra en una más cómoda que la que tenía al llegar a Eternidad.

El guardia abre la puerta de la habitación y me permite entrar. Carlos se pone de pie inmediatamente apenas me ve ingresar, y esboza la misma sonrisa esperanzada que acostumbra.

—¡Alicia! —Se me acerca a una distancia prudente—. ¿O debería decir Doménica?

—Preferiría que me llamaras Alicia —respondo, sonriendo—. No quiero acostumbrarme al nuevo nombre.

Carlos guarda unos segundos de silencio y me mira a los ojos.

—Pensé que no vendrías a despedirte —comenta, incómodo.

La verdad es que no quería. No quiero simpatizar con él, porque sé de lo que es capaz. No obstante, nos ha dado tantas razones para confiar que siento que tal vez debería hacer el intento por agradarnos.

—Soy una caja de sorpresas —bromeo.

—¿Pensaste alguna vez que todo acabaría así? —inquiere, todavía sonriente.

—¿Así cómo?

—Conmigo siendo un prisionero de guerra y tú una rebelde con nuevo aspecto. —Me mira de arriba abajo—. Todavía no me acostumbro a esta nueva Alicia.

—Honestamente, imaginaba que mi vida sería muy, pero muy desdichada —admito. Lo miro a los ojos.

Él se incomoda. Sabe que me refiero al matrimonio que nunca pudimos concretar.

—Yo...

—Tranquilo. —Sonrío—. Ya me has pedido perdón un millón de veces.

—Y te lo pediré un millón de veces más —musita—. Siento mucho todo lo que pasó, Alicia. Lo siento de verdad.

—Lo sé —confieso—. Lo sé.

Nos quedamos en silencio otra vez, sin hacer más que mirarnos a los ojos.

—Alicia, yo...

—Cuida lo que dices —lo interrumpo. No quiero que se confunda. Él agacha la mirada.

—Solo quiero decirte que no tienes que hacerlo —susurra.

—¿Hacer qué? —Frunzo el ceño.

Carlos dirige la mirada hacia la puerta, como si temiera que alguien fuera a escucharlo.

—No tienes que regresar a Arkos —musita—. Mi padre te quiere muerta. Los gobernadores ya saben que estás viva; el protector que atraparon aquel día que escapaste de Arkos te delató. Papá no encerró nuevamente a tu familia solo porque cree que no volverás al país y, si vuelves, lo primero que hará será encerrar a tu familia para torturarte.

—Eso si se entera de que regresaré —menciono—. Y no se enterará... ¿no?

Carlos se queda callado por tanto tiempo que mi desconfianza hacia él regresa con más fuerza que nunca.

—Alicia, mi padre se entera de todo —advierte en un hilo de voz—. No tardará en darse cuenta de tu verdadera identidad. Si te atrapa, no creas que esta vez te encerrará y ya. Él debe odiarte mucho más ahora que decidí traicionarlo.

Trago saliva. Tengo claro que Abraham Scott querrá vengarse de mí por todo lo que le hice. Burlé su sistema, esparcí mensajes revolucionarios a la población y escapé de sus garras como si nada. Ha de tener bastante rencor acumulado.

—Estaré bien —afirmo—. Si me salvé antes de tu padre, ¿qué te hace pensar que no podré hacerlo esta vez?

—Ya no cuentas con la posibilidad de un suicidio falso o la ayuda de Amanecer —objeta Carlos—. Tu familia sigue en Athenia; en cualquier momento podrían ir por ella. Tienes mucho que perder y poco que ganar. No vale la pena que regreses.

—Te equivocas. Tengo mucho que ganar. De funcionar nuestros planes, el gobierno de tu padre y los demás gobernadores cesaría para siempre.

Carlos rueda la mirada.

—¿Por qué tienes que ser tú quien lo cese? —pregunta, un tanto exasperado—. ¿Por qué esa obsesión con salvar al mundo?

—¿Disculpa?

—No eres una superheroína, Alicia —regaña—. Tienes una familia que corre peligro y mucha gente que sufriría si murieras.

Agacho la mirada. Quizá tiene razón.

—No regreses —insiste Carlos. Suena suplicante—. Por favor.

Lo miro a los ojos. Su rostro luce tan suplicante como se oye su voz. Doy un largo resoplido y trago saliva una vez más.

—Lo siento, Carlos. Regresaré.

Él cierra los ojos y respira con lentitud.

—Entonces regresaré contigo —dice al cabo de unos segundos.

—¿Qué? —inquiero, ceñuda.

—Lo que oyes. No me quedaré aquí de brazos cruzados mientras tú arriesgas la vida en manos de mi padre.

—Carlos, no somos nada —le recuerdo—. No tienes derecho ni obligación de protegerme. Ya no te corresponde.

Puedo notar en su rostro que mis palabras le duelen.

—-No me importa —masculla—. Cuidaré de ti, quieras o no.

—¿Y cómo se supone que saldrás de aquí? —cuestiono en voz baja—. Te recuerdo que eres un prisionero de guerra.

—Encontraré el modo de irme —asegura—. Puedo ser de mucha más ayuda allá que aquí. Conozco la Cúpula y los departamentos gubernamentales como si fueran mis hogares. Estoy seguro de que puedo convencer a las autoridades eternas de dejarme ir y buscar por mi propia cuenta todo lo relacionado al proyecto que queremos detener.

—¿Has pensado en lo que hará tu padre si te descubre de regreso? —pregunto, un poco asustada. No debería preocuparme por él, pero lo hago.

—Estoy consciente de que me expondré a un peligro tan grande como el tuyo, pero no me importa. He hecho mucho daño. Lo mínimo que debería hacer es arriesgarme por salvar a la humanidad.

Me enorgullece oírlo hablar así. Este es un nuevo Carlos: uno decidido, valiente y altruista. Es justo el Carlos que siempre deseé conocer.

—Entonces, supongo que esto no es una despedida, sino un "hasta pronto". —Sonrío. Él sonríe también.

—Estamos destinados a reencontrarnos, ¿eh? —bromea.

Me río con sarcasmo.

—Una cosa: si quieres que intentemos ser amigos, deja de creer que tenemos algún tipo de vínculo.

—Yo no...

—Eres tan notorio.

—Está bien, como quieras —dice entre risas—. Solo una pregunta: ¿Volverás a quererme algún día?

Me tomo unos segundos de silencio para escudriñar su rostro y sopesar su pregunta. Ahora que lo veo sonreír con honestidad, siento que estoy conociendo a otra persona. El Carlos roto por dentro e hijo de un gobernador parece haber quedado muy atrás. Frente a mí hay una persona dispuesta a arriesgar su integridad por la de otros, a lanzarse al peligro por el bien común y a aprender a confiar tanto en sí mismo como en los demás.

—Nos vemos —me limito a responder, sonriente.

Y eso parece bastarle como asentimiento.

* * * * * *

Me hallo junto a Max, mi padre, Jackson y el resto de mi equipo en lo alto de una montaña, específicamente en la zona de despegue de las aeronaves eternas. La cordillera está teñida de naranjo con el sol de atardecer, y el viento revuelve mi cabello ahora castaño.

Todos estamos formados en torno a Leonardo, el comandante de nuestra misión.

—En unos minutos partiremos a una misión que podría costarnos la vida —declara en voz alta y con solemnidad—. Tengan siempre en mente que son guerreros y que han sido elegidos para esta peligrosa aventura porque están más que capacitados para enfrentarla. Repasen una y otra vez su entrenamiento, no tengan miedo de relacionarse con el enemigo y luchen por lo que todos queremos: libertad. ¡Abajo los gobiernos totalitarios!

Todos proclamamos la nueva frase que se ha tatuado en mi corazón.

—Ahora, ¡suban sus malditos traseros a la aeronave! —ordena Leonardo, arruinando la seriedad del momento.

Nos reímos. Los miembros del grupo se dirigen a la aeronave que nos llevará a Arkos en secreto, mientras que yo me quedo junto a Max en la intemperie para despedirnos de mi padre.

Él se acerca y me da un fuerte abrazo.

—Cuídate —susurra en mi oído—. Por favor, cuídate. No quiero perderte.

Cierro mis ojos con fuerza para reprimir las lágrimas de emoción.

—Estaré bien —prometo—. Te daré señales de vida constantemente.

Nos separamos. Ariel, a quien ahora llamo "padre" sin sentir vergüenza, sonríe y acaricia mis mejillas con ternura.

—Te extrañaré, hija —dice—. Envíale mis saludos a tu madre.

Me es imposible no reír.

—Se caerá de espaldas cuando le cuente que me enteré sobre ti. Ya puedo imaginar su expresión.

—¡A la aeronave, dije! —grita Leonardo, exasperado.

—Tenemos que irnos —le digo a papá—. Ya sabes lo temperamental que es nuestro querido comandante.

—Dímelo a mí —resopla mi padre—. Tú no has entrenado cuerpo a cuerpo con él; es una maldita bestia.

Nos damos un abrazo más entre risas.

—Eh, tú. —Mi padre mira a Max—. Cuida bien de ella, o te las verás conmigo.

—Lo que usted diga, suegrito. —Max hace una ridícula y falsa reverencia—. Es hora de irnos —me dice.

Miro a mi padre por última vez, desvío la mirada hacia el horizonte y me dirijo junto a Max hacia el interior de la aeronave.

Me acomodo junto a una ventana. Veo a través del cristal irrompible que mi padre ya ha ingresado por la entrada de la cabina en la que se halla el elevador que conduce a la ciudad subterránea. La puerta de seguridad ya ha sido cerrada, e inhalo y exhalo con fuerza ante el pensamiento de que podría ser la última vez que vi al hombre que me dio la vida.

—Despegaremos en un minuto —anuncia el piloto de la aeronave.

Tomo la mano de Max mientras contemplo el atardecer. Desvío la mirada hacia sus ojos y encuentro la misma seguridad de siempre.

—Estaremos bien —musita.

—Estaremos bien —repito.

De pronto, la aeronave tiembla. Se sacude al menos por diez segundos. Al principio creo que se trata de un movimiento típico de despegue, pero una voz en el comunicador del comandante me revela la verdad:

"¡Explosión en la ciudad subterránea!" anuncia un hombre. "¡Los newtópicos se han infiltrado!".

Mi pulso se acelera. Los newtópicos están entre los eternos.

Mi padre, Carlos y mis amigos están en peligro.

—¡Despegue! —ordena Leonardo antes de que intente abrir la puerta de la aeronave para regresar a la ciudad—. ¡Aseguren las puertas!

Las puertas son bloqueadas.

—¡Vámonos! —grita el comandante.

—¡Alto! —vocifero—. ¡Tenemos que volver!

La aeronave se eleva. Mi desesperación aumenta.

Oigo un fuerte estruendo. Ha ocurrido otra explosión en la ciudad subterránea. Max me agarra con fuerza para tratar de calmarme.

—¡Alicia, tienes que calmarte! —vocifera. Apenas lo oigo entre el estruendo de la aeronave y las voces desesperadas a mi alrededor.

—¡Suéltame! —exijo, pero no lo hace.

Todo lo que puedo pensar es en mi padre y los demás muriendo por causa de las explosiones. No quiero perder a nadie más. Ver morir a Kora e Isabel fue suficiente.

La aeronave se aleja cada vez más de la montaña.

—¡Tenemos que volver! —insisto. Jackson y una chica llamada Sonia se unen a mi insistencia.

—¡De ningún modo volveremos! —reprende el comandante—. Tenemos una misión que cumplir y no podemos postergarla, tampoco arriesgarnos a perder más vidas. Lo más seguro por ahora es continuar con nuestro viaje.

—¡Pero nuestros seres queridos están ahí abajo! —refuta Jackson.

—¡Estarán bien! —asegura Leonardo—. La ciudad subterránea está equipada de modo que resista explosiones y atentados. Confíen en mí.

Nos limitamos a guardar silencio, frustrados. Lloro solo por el miedo.

La aeronave se aleja hacia el sur.

Mi padre y Carlos podrían estar muertos en este momento.


* * * * *

¡Muchas gracias por seguir leyendo esta historia! Su apoyo significa el mundo para mí.

Los amooooo. No imaginan cómo se vienen los próximos capítulos 7u7 Solo les diré una cosa:

PREPÁRENSE.

*huye*

¡Abrazos virtuales! —Matt.

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