23. Aaron - "Misión de vida o muerte"
Golpeo el saco de boxeo con toda la fuerza que puedo. Tengo los nudillos enrojecidos y adoloridos, pero no me importa. Ya me acostumbré a soportar el dolor de los entrenamientos.
He pasado los últimos meses entrenándome. Me propuse como meta personal endurecerme y no tener que escudarme en la protección que me brindan los demás. Cada tarde, luego de acabar mi jornada en las oficinas de los restauradores, vengo a los gimnasios de entrenamiento de la ciudad subterránea y hago ejercicio hasta el cansancio. No hay mucho que hacer por aquí de todas formas.
Luego de la devastadora destrucción provocada por los newtópicos, los habitantes de Eternidad hemos vivido bajo tierra sin posibilidades de salir a la superficie. Por causa de la peligrosa revelación de Carlos, las autoridades eternas se han negado a permitir la salida de los habitantes que quieren traspasar la frontera y unirse a Newtopia, porque temen que se encaminen a una muerte directa si abandonan la seguridad de nuestro refugio.
Se respira un clima de alta tensión en la ciudad subterránea. Muchos quieren escapar; otros temen por la guerra. Ya comenzaron los enfrentamientos directos. El cuerpo militar de Eternidad atacó una ciudad newtópica en respuesta al bombardeo del pueblo eterno, por lo que se espera que muy pronto los enemigos ataquen otro asentamiento de la cordillera.
Una considerable cantidad de eternos se opusieron a que se devolviera el primer ataque directo, pero la mayoría aprobó la decisión de bombardear una ciudad militar del país vecino. Aún no sé cómo sentirme al respecto.
No hemos querido revelar a la población los macabros planes que se cocinan entre las sombras de Arkos y Newtopia, porque aún no se obtiene información suficiente. Carlos es un valioso prisionero de guerra; no lo tratan como a uno, pero lo consideran como tal. Ha sido de gran ayuda en la investigación que se está llevando a cabo sobre el proyecto que podría acabar con la humanidad de una vez por todas.
A pesar de que no se nos permite salir, yo podré hacerlo esta noche: partiré a Constelación con David para reunirnos con el grupo que nos ayudará a rescatar a Michael.
David se volvió otra persona. Está desesperado por ir a Newtopia. Pasó el último tiempo peleando y rogando que se nos permita salir. Al menos ahora recibimos información constante sobre cómo se encuentra Michael, pero no ha sido suficiente para evitar que David se obsesionara con la idea de querer salir de aquí y salvar al amor de su vida.
Lamentablemente, nuestro distanciamiento sigue en pie. No hemos hecho más que entrenarnos para la misión a la que partiremos en unas cuantas horas, y apenas nos hemos detenido a hablar sobre nuestra relación. Hasta hace unas semanas, él me rogaba que volviéramos, pero dejó de hacerlo. No necesito preguntarle el por qué para saber la razón.
Los pensamientos sobre Michael ya no me generan tanta inseguridad como antes, pero siguen amedrentándome de vez en cuando. Supongo que estoy listo para enfrentar lo que posiblemente sucederá. Me proyecté tanto la idea de David enamorándose de Michael otra vez que ya me resigné por completo a ella.
Sin embargo, aunque me acostumbré a pensarlo, sigo golpeando el saco con una ira que me agobia. Todavía duele pensar en todas las cosas bellas que viví con David. Hoy son simples recuerdos que provocan punzadas en mi corazón.
Dejé de sentir los cosquilleos en el estómago cada vez que me miraba o la protección que me brindaba su voz, pero lo sigo amando. El amor que siento no morirá tan fácilmente. Él fue el primero en casi todo; será complicado superarlo.
—Si sigues golpeando el saco así de fuerte, te vas a quebrar los huesos —dice alguien a mis espaldas.
Me doy la vuelta y descubro a Ibrahim entrando en el gimnasio. De inmediato mi ira se disipa y mi rostro furioso se transforma en sonriente.
—Tal vez podría usar tu rostro como saco de boxeo —bromeo, agitado—. Es mucho más blando.
—Preferiría que me beses. —Esboza la sonrisa petulante de siempre—. Pero si quieres golpearme, no me negaré.
Me es imposible no reír. Ibrahim ha sido un gran apoyo en los últimos tres meses. No hemos vuelto a besarnos, pero no nos han faltado ganas. Sin embargo, así como decidí darme un tiempo con David, decidí que no tendría nada con Ibrahim hasta olvidar por completo todo el amor que siento.
Ibrahim se detiene a escasos centímetros de mí. Ya no me intimida su cercanía como antes.
—¿Sabes? Te ves muy sexy así de sudado —dice, sarcástico.
Pongo los ojos en blanco.
—Cállate.
Se acerca a abrazarme. Meses atrás me habría negado a su contacto, pero ahora me reconforta y me hace sentir seguro. Ibrahim se convirtió en un pilar fundamental para mí en Eternidad.
—¿Estás listo para partir? —me pregunta sobre mi hombro.
—Más que listo —miento—. ¿Y tú?
—Más que listo —repite.
Sé que él también miente. Los dos estamos nerviosos por lo que pasará una vez que nos enfrentemos a Michael.
Ibrahim decidió acompañarnos en el rescate. David se negó rotundamente al principio, pero no le quedó otra opción que aceptar.
Ibrahim afirmó que no me dejaría solo, y la verdad es que se lo agradezco. No sé cómo reaccionaré si veo a David y Michael besándose o diciéndose el uno al otro que se aman. Si bien estoy resignado a la idea, nunca se sabe qué podría pasar. Me vendrá muy bien contar con algo de apoyo.
—Ve a tomar un baño —me sugiere Ibrahim al separarnos. No borra la sonrisa de su rostro—. Debes prepararte para el viaje.
Asiento, temeroso. Me cuesta ocultar mis nervios.
—Y recuerda que estaré contigo pase lo que pase —insiste—. No dudes en refugiarte en mí si lo necesitas.
Vuelvo a abrazarlo como respuesta.
Ibrahim me espera en la habitación de entrenamiento mientras me doy un baño en las duchas del gimnasio. Una vez que acabo, ambos abandonamos el recinto y nos internamos en las calles de la ciudad subterránea, las que están repletas de gente. Muchos habitantes de los demás asentamientos de la cordillera han venido a parar en la ciudad, a pesar de que haya otras a lo largo de los Andes. Esta no es la única ciudad protegida y segura que existe.
Los rostros a mi alrededor reflejan el miedo. Puedo notar que muchos habitantes miran hacia arriba de vez en cuando, como si temieran que en cualquier momento el cielo rocoso se derrumbara sobre nosotros. Según aseguran las autoridades, este refugio fue creado de modo que fuera resistente a las explosiones o movimientos telúricos, pero eso no asegura que estemos completamente a salvo.
—¿Cómo va todo en la represa? —le pregunto a Ibrahim mientras caminamos por una calle del centro.
—De maravilla. —Se le ilumina el rostro—. Gracias a las ideas que propuse con mi equipo, hemos racionado un treinta por ciento más de agua.
Su trabajo en la represa subterránea lo apasiona sobremanera. Me siento muy culpable de traerlo conmigo a una misión de vida o muerte cuando ha logrado adaptarse a este lugar.
—¿Qué tal todo en las oficinas de restauración? —pregunta él.
—Excelente. —Fuerzo una sonrisa—. Esta semana restauré un hermoso reloj preguerra. ¡Debiste ver cómo se movían las manecillas, fue maravilloso!
Ibrahim ríe al advertir mi entusiasmo, pero su rostro sonriente se convierte en preocupado.
Detengo mis pasos y lo tomo de una muñeca.
—Ibrahim, aún estás a tiempo de arrepentirte de ir —le digo—. No necesito que me protejas.
—Sé que no lo necesitas, pero quiero hacerlo. —Me sonríe—. No te dejaré en manos del imbécil de David. Créeme: él solo tiene a Michael en mente en estos momentos. Si algo llega a sucederte, dudo mucho que arriesgue su vida por salvar la tuya.
Puede que tenga razón. David está obsesionado con rescatar a Michael; debo ser la última de sus prioridades. Es triste que hayamos pasado de amarnos a ni siquiera ser capaces de dirigirnos la mirada por más de cinco segundos.
Ibrahim acaricia mi mejilla izquierda.
—Estoy contigo, Aaron —repite—. Siempre te protegeré.
Vuelvo a sonreír. Una desesperada parte de mí me exige que derribe mis muros y que permita que Ibrahim ingrese en mi corazón, pero no quiero utilizarlo. Sé que, de darle una oportunidad, lo haría solamente porque no soporto la distancia de David.
Un carraspeo nos sobresalta mientras nos miramos.
—Los estaba buscando —espeta alguien: es David.
Me tenso al instante. Ibrahim, por su parte, sonríe con socarro.
—Aún faltan horas para irnos, compañero —dice con voz burlona.
David aprieta la mandíbula. Escudriña a Ibrahim con toda la cólera posible. Al turnar su mirada hacia la mía, su rostro se suaviza y evidencia una notoria tristeza.
—Nos esperan en el centro de mando —informa. Puedo sentir su melancolía—. Andando.
Asiento, incómodo.
Ibrahim, David y yo nos dirigimos al centro de mando de la ciudad subterránea. Este se ubica al fondo del refugio, y está adherido a una pared rocosa desde la que se accede a túneles y elevadores que llegan a la superficie. El edificio es uno de los más grandes de la ciudad subterránea; también uno de los más protegidos.
Ingresamos en el centro y nos encaminamos a las oficinas de las autoridades de Eternidad, mismas que hemos visitado muchas veces en el último tiempo. Somos muy afortunados de que nos hayan brindado la posibilidad de abandonar la ciudad. Cada día cuesta más y más mantenerlos a todos adentro.
Nos encontramos con Ariel en el pasillo de entrada hacia la zona de oficinas. Él nos sonríe con cariño al vernos. Se ha convertido en una especie de padre para nosotros.
—Les tengo grandiosas noticias. —Turna la mirada entre Ibrahim y yo—. He convencido a la alcaldesa de permitir que nos comuniquemos con el refugio de Amanecer para que puedan hablar con sus familiares.
Ahogo una exclamación de felicidad al apreciar el rostro incómodo de David. Él, a diferencia de Ibrahim y yo, no tiene a quién llamar.
A pesar de que existe discordia entre nosotros, llevo una mano a su hombro y lo aprieto con la fuerza suficiente para demostrarle que lo apoyo. Él me mira y esboza una sonrisa temblorosa, y puedo notar que sus ojos se han cristalizado.
—David, ¿me acompañas a preparar los últimos detalles del viaje? —le pregunta Ariel. Se oye incómodo.
David asiente.
—Bien, ustedes vayan a la oficina diecisiete —nos dice Ariel a Ibrahim y a mí—. Ahí podrán comunicarse con sus familiares.
Ariel y David se alejan en la dirección contraria del pasillo. Tengo el corazón oprimido por la lastimosa reacción del chico que aún amo.
Tras un resoplido, me dirijo a la oficina diecisiete en compañía de Ibrahim. Tocamos la puerta, esta es abierta y descubro que la oficina se trata de un centro de comunicaciones. Hay un sistema de cableado que atraviesa las paredes y diferentes máquinas de comunicación, radios y teléfonos de todo tipo.
Un hombre rubio de no más de cuarenta años y traje militar nos recibe.
—Bienvenidos a la central de comunicaciones —saluda en tono serio—. Antes de que hablen con sus familiares, debo advertirles algunas reglas.
El hombre nos dice que por ningún motivo debemos revelar nuestra ubicación. La llamada será posible gracias a George, el mentor de Max, quien trabaja en secreto con las autoridades de Eternidad y comunica el refugio de Amanecer con otros refugios rebeldes a lo largo y ancho del mundo.
—Por seguridad, no puedo darles privacidad en sus llamadas —dice el sujeto—. Tenemos muchos traidores entre nosotros; no podemos arriesgarnos a que divulguen información importante y confidencial de nuestro movimiento. Si no están de acuerdo con que escuchemos sus llamadas, me temo que no podrán comunicarse con el exterior. ¿De acuerdo?
Tanto Ibrahim como yo asentimos, incómodos.
—Bien, tú vas primero. —El sujeto rubio me mira—. Sígueme.
Atravesamos una puerta de la habitación y nos internamos en un pasillo hasta llegar a un pequeño cuarto sin ventanas e iluminado por un bombillo. Este tiene un mesón en el centro, sobre el que se halla un teléfono conectado a cables que recorren la habitación hasta la pared del fondo.
Hay un espejo en la pared, el que adivino como una ventana por la que podrán verme desde el otro lado. Me incomoda tanta seguridad.
—Tienes solo cinco minutos —anuncia el sujeto que me trajo aquí—. No olvides las reglas.
Le asiento, y me deja a solas en el cuarto.
Me acerco al teléfono con entusiasmo. Necesito volver a oír la voz de los que más quiero.
El teléfono suena de repente. Lo tomo y selecciono el ícono de contestación en la pantalla táctil del objeto.
—¿Hola? —pregunto una vez que llevo el auricular a mi oído.
—¿Aaron? ¿Eres tú? —inquiere alguien del otro lado: mi madre.
—¡Mamá! —Lucho contra las lágrimas que afloran en mis ojos—. No sabes cuánto necesitaba oír tu voz.
Mi madre está tan eufórica como yo. Oigo a Jacob del otro lado, quien ruega insistentemente que le entreguen el teléfono para hablar conmigo
—¡Nos tenías muy preocupados! —reprende mamá—. No hemos sabido nada de ti en meses. Ciro se halla en Constelación, pero no nos dio noticias de todos. ¿Qué pasó? ¿Dónde están?
—Estamos bien, mamá. —Recuerdo las reglas que me dijeron antes de la llamada—. No puedo decirte dónde estoy; solo necesitas saber que estoy bien. Han cuidado muy bien de mí.
—Más vale que no estés metiéndote en más problemas de vida o muerte —dice alguien diferente: papá—. Te las verás conmigo si regresas con un solo brazo o con un trasero metálico.
Soy incapaz de no reír.
—Prometo que me cuidaré —miento. Esta misma noche me embarcaré en una misión de vida o muerte—. ¿Cómo está todo por allá?
—Tu madre se ha convertido en una gran informática —bromea papá—. Ha aprendido bastante bien a encender y apagar un ordenador.
—¡Oye! —Escucho las reprimendas de mi madre. Vuelvo a reír—. ¡Pronto seré mejor informática que tú!
Resisto las ganas de llorar solo de felicidad. Me llena de júbilo oír la voz de mis padres.
—Denle el teléfono a Jacob de una buena vez —ordeno entre risas tras tantas insistencias de mi hermano.
—Hola, Aaron —saluda él. Su tierna voz de niño suena diferente a cómo la recordaba, como si él hubiera crecido años en cuestión de meses.
—Hola, pequeño —saludo en respuesta—. ¿Cómo has estado?
—Bien —responde—. Te he extrañado mucho. ¿Cuándo volverás? Tengo muchos amigos nuevos que presentarte.
—Te prometo que volveré lo más pronto que pueda —declaro—. Te llevaré juguetes preguerra que te encantarán.
—¡Sí! —celebra Jacob—. ¡Ya quiero que vuelvas!
Sigo riendo y regocijándome por oír las voces de los que más amo. Jacob me cuenta varias cosas que no tienen mucho sentido, pero finjo entenderlas a la perfección. Cuando ya me queda solo un minuto, le pido que le regrese el teléfono a mamá.
—Hijo, ¿cómo están las cosas con David? —pregunta ella de repente.
Siento un escozor en el pecho. Decido que mentir es la mejor opción.
—De maravilla —respondo—. Nunca estuvimos mejor.
Cada palabra duele.
—¿Qué hay de Alicia? —inquiere mamá—. ¿Y Max? ¿Y Kora...?
—Todos están bien —miento.
—¡Me alegro mucho! —exclama mi madre.
—Mamá, debo colgar —suspiro—. Los amo. Les prometo que estaré bien.
—Eso esperamos —dice papá—. ¡Adiós, hijo!
Todos se despiden con una alegría que me encandila y apena a la vez.
La llamada se corta. Siento un enorme vacío ante el silencio de la habitación.
Es el turno de Ibrahim. Él hablará con sus padres, con quienes no tiene tan buena relación. Lo espero en el pasillo. Él sale después de sus minutos correspondientes y ambos nos encaminamos hacia el centro de la ciudad subterránea. Llegó la hora de despedirnos de los demás.
—¿Cómo estuvo la llamada? —pregunta Ibrahim mientras caminamos por una calle conglomerada. El bullicio apenas me permite escuchar su voz.
—Bastante incómoda —admito—. Tuve que mentir sobre muchas cosas, y ya sabes que odio mentir.
—Supongo que es muy pronto para admitirle a tus padres que olvidaste a David porque te enamoraste de mí, ¿no? —bromea Ibrahim. Le doy un empujón como respuesta.
—Vamos, tenemos que despedirnos. —Fuerzo una risa.
Nos adentramos en uno de los edificios del centro; aquel con largos ventanales en el que todos nos reunimos de vez en cuando. Aquí es donde se supone que deberían estar Alicia y los demás.
Cuando cruzamos miradas, ella corre de inmediato hacia mí.
—¡Aaron! Mi padre me contó que hablaste con tus padres —dice—. ¿Cómo están?
—Todo bien —respondo. Puedo notar cierta tristeza en el rostro de Alicia—. Ya verás que pronto correrás la misma suerte.
Alicia sonríe. Ella partirá esta semana a Arkos. Tiene una misión mucho más peligrosa que la mía, a la que espero unirme pronto...
Claro, si todo sale bien en el rescate de Michael.
—Lo lograrán —alienta Alicia—. Ya verás que todo saldrá bien.
Inhalo y exhalo con nerviosismo. Me aterra pensar en visitar la nación que amenaza con destruirnos, pero debo hacerlo. Me prometí tantas veces que rescataría a Michael que no tendría sentido renunciar ahora.
David ingresa en el edificio. Él, Ibrahim y yo nos despedimos de nuestros amigos. Quizá nos estamos embarcando en un viaje sin retorno, por lo que prolongo cada abrazo que doy como despedida.
* * *
Es tiempo de partir. Los tres nos hemos unido al equipo de eternos que nos acompañará a reunirnos con los constelacianos que nos llevarán a la prisión de Newtopia en la que se encuentra Michael. Todos nos hallamos a bordo de una aeronave en la zona de despegue, situada en lo alto de una montaña. Desde la ventanilla puedo contemplar las ruinas de lo que alguna vez fue el pueblo eterno.
Llevo un traje negro antibalas y una mochila en la que guardé los objetos preguerra que les entregaré a los rebeldes de Constelación. Fue el mismo jefe de los restauradores quien me entregó lo necesario para comerciar con los coleccionistas de la nación posguerra.
Llegó el momento de alzar el vuelo. Respiro entrecortadamente mientras esperamos a que la aeronave se eleve e iniciemos así una nueva travesía.
—¿Listo? —Ibrahim me toma de una mano. David lo nota, pero desvía la mirada al instante.
—Listo —asiento con determinación.
Clavo la mirada en David, quien está sentado frente a mí. Él vuelve a mirarme, esta vez con una débil sonrisa. Sonrío también como respuesta, pero con cierto pesar.
Luego de un par de minutos, la aeronave emprende el vuelo.
Es tiempo de ir por Michael.
* * * * *
Muchas gracias por seguir leyendo. ¡Los amo!
Nos leemos en el próximo —Matt.
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