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22. Escapar

TRES MESES DESPUÉS.

—Toma mi mano.

Sus dedos se ven algo difusos, pero su rostro sigue siendo el mismo de siempre.

Hermoso. Inconfundible.

Extiendo mi mano para tomar la suya. Él sonríe. Por alguna extraña razón, todo a nuestro alrededor está en blanco y negro, incluyéndome. Pero no él. Su cuerpo entero parece irradiar color y esperanza.

Nuestros dedos están a punto de rozarse. Él me ve con esos ojos radiantes que disipaban mi temor en aquellos días en los que escapábamos juntos de la muerte.

Ese par de ojos que tanto amé...

Y que sigo amando.

Nuestras manos se unen y me convierto de blanco y negro a color. La tierra árida bajo nuestros pies se vuelve un prado y los montículos de ruinas que rodean el horizonte se transforman en las montañas nevadas que tanto me gustaba visitar junto a él.

—Todo estará bien, Michael —me dice—. He venido a salvarte.

Y entonces despierto.

Los rayos del sol aún no ingresan por el cristal irrompible. El cuarto está a oscuras, pero no hace falta mirarme en el espejo ni llevar mis dedos a la cara para comprobar que la tengo empapada de lágrimas.

Soñar con David no me hace bien. Al contrario de lo que debería, sus recuerdos solo aumentan el sufrimiento que me provoca estar privado de libertad. Pero, al mismo tiempo, me dan la convicción necesaria para soñar con salir de aquí. Y necesito hacerlo. Acabaré muriendo si no escapo.

Me acerco al cristal irrompible para contemplar el cielo mientras aclara. Irónicamente, la oscuridad de la noche me hace sentir más seguro que el día. Soy invisible en la oscuridad; vulnerable a la luz del sol. El astro solar es un cruel recordatorio de que hay campos bañados en su manto más allá de la prisión, mientras que la luna es una fiel confidente a la que puedo contarle todos mis secretos.

Admiro el pequeño trozo blanco de uña antes de que deje de ser visible por causa del amanecer. Las lágrimas siguen cayendo, y el recuerdo de David sigue amedrentándome.

Lo extraño más que al aire fresco en la altura de una colina; más que el sabor de los alimentos prohibidos que consumía en el refugio; más que la sensación de triunfo que experimentaba cada vez que escapaba de las garras de los protectores.

Lo extraño mucho.

Las horas transcurren en silencio hasta que la voz de siempre resuena en la habitación:

Hora de comer.

La puerta se abre.

—De boca a la pared —espeta el guardia, y obedezco.

Me arrimo contra la pared hasta pegar mis labios en ella. El guardia se me acerca, agarra mis muñecas, las cruza en mi espalda y me pone unas esposas.

—Buen chico —susurra en mi oído y acaricia mi trasero.

Contengo las ganas de golpearlo. Resisto el fuego que me quema por dentro. Él me toca sin vergüenza alguna, como si yo le perteneciera.

—Esta noche vendré a verte —musita él—. Espero que estés preparado.

Aprieto los dientes lo más fuerte que puedo y pronuncio:

—Lo estoy, señor.

—Buen chico —repite en ese tono de voz tan repugnante y tenebroso—. Ahora muévete, es hora de comer.

Me agarra de un brazo y me conduce fuera de la habitación. Avanzamos por el pasillo y observo los rostros desnutridos que me escudriñan desde las ventanillas. Desearía salvarlos a todos. Anhelo que llegue el día en que podamos destruir este lugar por completo y vengarnos de aquellos que convirtieron nuestras vidas en el peor de los infiernos.

El guardia sigue acariciando mi trasero al caminar, pero solo en los pasillos vacíos y cuando no se ven cámaras en las esquinas.

Me da palmadas de vez en cuando. En mis primeros meses en este lugar, daba un respingo cada vez que recibía uno de tales golpes. Ahora, en cambio, estoy tan acostumbrado a ellos que ya no siento absolutamente nada. Me he convertido en una suerte de juguete para los asquerosos que me mantienen cautivo.

Los mismos que repudian una supuesta enfermedad que ellos también padecen.

Llegamos a las afueras del comedor. El guardia me quita las esposas y otro guardia abre la puerta para mí.

—No olvides que tienes solo veinte minutos —espeta el que abrió la puerta.

Ingreso en el comedor. La puerta se cierra detrás de mí con un ruido seco. Escruto un centenar de caras en el lugar; todas reflejan miseria. No somos más que cuerpos miserables a merced de salvajes que nos torturan como si fuéramos de plástico.

Me desplazo hacia el final de la fila de los reos que esperan sus alimentos. Tomo una bandeja y espero pacientemente a que sea mi turno. En la espera, busco con la mirada a Ben.

Él está en una de las mesas del centro del comedor. Ha notado mi presencia: me dirige una mirada cómplice. Ambos sabemos bien qué quieren decir nuestros ojos:

El momento se acerca.

La fila avanza. Ya no miro a Ben; mantengo la vista fija en la bandeja que llevo en las manos. Temo que, si miro por mucho tiempo a mi alrededor, tarde o temprano un newtópico verá en mis ojos que estoy escondiendo algo. Ben, los demás y yo debemos ser muy cuidadosos si queremos realizar con éxito lo que tenemos en mente.

La fila se mueve hasta que alcanzo la abertura por la que las cocineras rellenan nuestras bandejas. Me encuentro de frente con la señora Cervantes.

—Hola, Mike —saluda en voz baja y una sonrisa—. ¿Qué tal estás hoy?

—Bien, supongo —miento. Nunca estoy bien—. ¿Usted?

Su sonrisa se esfuma. Detecto un profundo dolor en su expresión.

—Hoy es su cumpleaños. —Se le quiebra la voz.

El cumpleaños de su hijo.

El cumpleaños de Max.

—Sé que Max la extraña tanto como usted a él —susurro lo más bajo que puedo.

La señora Cervantes me entrega un plato de vegetales. Veo en sus ojos que lucha contra las lágrimas.

—¿Crees que esté bien? —Le tiemblan el labio inferior al preguntarlo.

—Seguro que está mejor que nosotros —bromeo, pero no ríe. Yo tampoco.

—Algún día saldremos de aquí —promete ella en un hilo de voz mientras me entrega un vaso plástico con agua—. Algún día escaparemos.

"Muy pronto" pronuncio en mi mente.

No puedo hablarle a la señora Cervantes sobre los peligrosos planes que se están cocinando entre las sombras de la prisión. Decírselos pondría en riesgo su vida, y no solo la de ella: también la de Kevin, el hermano menor de Max.

—Gracias por la comida —le digo a la señora.

—Gracias por ser fuerte —murmura en respuesta.

Me alejo de la cocina antes de que ella vea mis ojos cristalizados. Desearía gritar a viva voz lo que pasará más temprano que tarde, pero no puedo hacerlo.

Camino entre los largos mesones del comedor hasta sentarme en el puesto vacío que siempre me guarda Ben. Le esbozo una débil sonrisa al acomodarme a su lado.

—¿Cómo estás? —me pregunta él en voz baja. Casi todo el comedor está en completo silencio; no se oye más que uno que otro murmullo.

—Vivo —respondo—. Eso es lo que importa.

Ben esboza una débil sonrisa también, la que oculta con una cuchara.

—Pronto podremos decir que estamos bien —promete bajo la cuchara en voz tan baja que apenas lo escucho—. Saldremos de aquí.

Él lleva una mano a mi pierna y la acaricia. Mira cualquier punto del comedor para fingir que nada sucede.

—Ben, no. —Retiro su mano de mi pierna.

Mi compañero emite un suspiro de decepción.

—¿Hasta cuándo seguirás diciéndome que no? —pregunta, todavía en voz baja.

—Hasta que estemos muy lejos de aquí —miento.

La verdad es que nunca podría darle una oportunidad. Mi amor por David no me permite abrirle mi corazón a nadie más que a él.

El rostro de Ben denota una ligera esperanza. Detesto mentirle, pero la esperanza es algo tan carente en este lugar que no quiero matar la suya por completo.

—Tenemos fecha —anuncia de repente. Mi pulso se acelera.

—¿Es en serio? —Me esfuerzo en mantener el tono bajo, pero la emoción amenaza con hacerme alzar la voz.

—Será en un mes —musita. Abro los ojos de par en par.

—¿Un mes? —Elevo un poco la voz. Recibo un golpe en la pierna como respuesta.

—No alces la voz —reprende Ben entre dientes—. No podemos permitir que nuestros planes se arruinen.

Reprimo una sonrisa.

Seré libre en solo un mes.

Podré buscar al hombre que amo en cuestión de semanas.




* * * * *

¡Muchas gracias por seguir leyendo esta historia! Espero que les haya gustado este breve capítulo de nuestro querido zombi.

Y sí, la mamá y el hermano de Max están vivos. Pronto sabrán más al respecto.

Y sí x2, Michael escapará justo cuando Aaron y David vayan por él. Para que vean que mi bondad/maldad no tiene límites.

¡Que disfruten esta segunda parte! —Matt.

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