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20. Aaron - "Bajo tierra"


La espera es una tortura.

Estoy sentado contra la pared de un espacio bastante amplio y húmedo, de paredes metálicas e iluminación incandescente. Este es uno de los tantos búnkeres que se hallan bajo Eternidad. Según dijeron los encargados de la seguridad pueblerina, aquí deberíamos estar completamente a salvo de las bombas que están siendo detonadas en la superficie; sin embargo, el búnker se sacude más de lo que me gustaría. Cada vez que se siente un temblor demasiado fuerte, mi corazón da un vuelco y amenaza con escapar por mi boca.

¿Qué estamos esperando en realidad? No lo sé. Supongo que esperamos que el pueblo sea totalmente destruido para regresar a la superficie.

Una vez que acaben los bombardeos, todos aquellos que nos hallamos en los búnkeres tendremos que reunirnos en las salidas situadas a un kilómetro de distancia. Como las edificaciones principales están siendo destruidas, las salidas por las que ingresamos habrán sido bloqueadas por los escombros.

Si aún queda alguien con vida en la superficie, no tendrá más opción que refugiarse entre las ruinas o correr hacia los bosques cercanos al pueblo.

No he sabido nada de Alicia, Max, Daniel, Kora e Isabel. Los eternos no nos permiten deambular entre los búnkeres todavía, porque quieren asegurarse de hacer un registro completo de cada persona que se halla en los refugios antes de permitir que nos movamos entre cada sector, los cuales están conectados entre sí mediante una larga red de túneles y cavernas.

Según me enteré hace rato, la gran mayoría del pueblo logró ingresar en las zonas subterráneas. Solo unos cuantos quedaron en la superficie, y algo me dice que entre esos cuantos están mis amigos.

Por suerte, no todos ellos: Ibrahim, Danira y David están sentados junto a mí y junto a muchos otros eternos que se refugian en este búnker.

David se rehúsa a soltar mi mano. Si bien mantengo mi decisión de darnos un tiempo, todo lo que necesito en este momento es la mayor contención posible. Requiero más que nunca de la sensación de tranquilidad que experimento a su lado cada vez que lo siento cerca.

Intercambio una que otra mirada con Ibrahim. A pesar de la incomodidad del momento, en su rostro se refleja la misma preocupación que en el mío. Nunca lo había visto tan vulnerable, ni siquiera cuando lo vi dormir bajo las estrellas. Contengo las ganas de acercarme a abrazarlo solo porque David está junto a nosotros y no quiero causar más problemas de los que ya tenemos.

Hay pantallas planas en las alturas del búnker, en las que son exhibidas caricaturas para los niños del pueblo. Muchos están llorando, otros suertudos durmiendo y algunos ni siquiera se atreven a levantar la cabeza del regazo de sus padres. Se me oprime el pecho al verlos. Los visualizo como a Jacob, lo que aumenta cuánto lo extraño. Necesito a mi familia. Sigo siendo demasiado joven para enfrentar tanta desgracia sin ellos a mi lado.

De pronto, las caricaturas se detienen y en las pantallas no se ven más que puntos blancos y grises e imágenes borrosas de una persona, como si alguien estuviera haciendo interferencia en la señal satelital que proviene desde Constelación.

Los más de cincuenta habitantes que nos hallamos en el búnker concentramos la mirada en las pantallas, expectantes por lo que sea que vaya a suceder.

La imagen se vuelve nítida.

Un hombre aparece en las pantallas.

Suena una esperanzadora música de fondo, una que conozco muy bien...

Es el instrumental del Canal Oficial de Arkos.

Pero el logo del canal, a diferencia del que ya conozco, tiene una "N" en vez de una "A".

De a poco se va logrando el silencio en el búnker. Lo único que se oye es el instrumental y los lloriqueos de uno que otro niño que aún no logra ser silenciado por sus padres.

El hombre de la transmisión es calvo, tiene ciertos rasgos asiáticos y una sonrisa casi siniestra. Sus iris son tan oscuros que me ponen nervioso. No sé quién es con exactitud, pero tengo certeza de que verlo en este momento no significa nada bueno.

Habitantes de Eternidad —dice el hombre de la pantalla una vez que se detiene el instrumental. Su voz es tan aterradora como su expresión—. Mi nombre es Patrick Jung. Por si no me conocen, soy el gobernador máximo de Newtopia.

Se oyen expresiones de asombro a mi alrededor. Aprieto la mano de David con más fuerza.

Me dirijo a ustedes en este momento para hablarles acerca del lamentable ataque que nos vimos obligados a efectuar —continúa el gobernador con una fingida expresión de tristeza. Se vuelve a hacer el silencio en el búnker—. Lamentamos haber llegado a esos extremos, pero sus fuerzas militares secretas no nos dejaron otra opción. Desde hace mucho sabemos que están preparándose entre las sombras para declararnos la guerra, así que quisimos adelantarnos. Como verán, nosotros siempre estaremos a un paso adelante de ustedes.

Todos a mi alrededor están furiosos, asustados o estupefactos. Algunos lloran y tiemblan de rabia a la vez; yo solo me limito a concentrarme en las palabras del lunático que está detrás de tanta destrucción.

Como hemos quebrado los acuerdos, sé que pronto recibiremos algún ataque en respuesta —prosigue el gobernador—. Pero antes de que intenten cualquier cosa, debo advertirles que nuestro armamento de guerra es cien veces superior al suyo. Los hemos vigilado durante años, nos hemos infiltrado entre ustedes y hemos descubierto tantos de sus secretos que tenemos total confianza en que no podrán contra nosotros. Puede que estén muy asustados en este momento, pero no se preocupen. No les hablo para amedrentarlos, sino para ofrecerles una salvación: unirse a Newtopia. A aquellos habitantes inocentes de Eternidad que se sientan ajenos a cualquier enfrentamiento, los invito a cruzar la frontera y formar parte de nuestra nación. Aquí los recibiremos con los brazos abiertos. Les daremos un hogar, los inscribiremos en nuestro sistema social y les haremos olvidar que alguna vez habitaron eso que llaman Cordillera de los Andes... porque, muy pronto, la volveremos inhabitable.

Se genera el caos en el búnker. Los gritos indignados son cada vez más audibles; el llanto de los niños se intensifica. No solo los pequeños están llorando: muchos hombres y mujeres han cedido al llanto, y yo estoy al borde de hacerlo. Encontré un hogar en Eternidad. Pronto, probablemente, desaparecerá.

Volteo la mirada y escruto a Ibrahim. Él luce sumamente asustado. Sin importarme la presencia de David, llevo mi mano derecha a la izquierda de Ibrahim y la aprieto con toda fuerza. Él presiona la mía con la misma intensidad, también ignorando la presencia de David. Aunque debería sentir vergüenza de tener el descaro de tomar ambas manos, todo lo que siento en este momento es una incontrolable necesidad de protegerlos a los dos por igual.

Miro a David. Él nota que he tomado la mano de Ibrahim, pero no dice nada. Se limita a esbozar una sonrisa triste y regresar su atención a las pantallas. Con su mano libre, Ibrahim toma la mano de Danira y los cuatro nos mantenemos unidos mientras escuchamos las palabras del que al parecer será nuestro más peligroso enemigo.

Huyan mientras puedan —prosigue el hombre—. Pronto el sur de lo que solía ser Chile será tan estéril que no habrá planta alguna que pueda brotar allí. Atraviesen la cordillera; aquí encontrarán la salvación. ¡Únanse a Newtopia! ¡Únanse a la verdadera libertad!

Siento ganas de reír. Lo haría si no tuviera tanto miedo.

Antes de irme, les mostraré algunas imágenes de lo que hemos hecho con el pueblo eterno y sus alrededores. Esto es solo una pequeña muestra de todo lo que somos capaces de hacer. No lo olviden: los estamos esperando. Buenas noches.

El rostro del gobernador es sustituido por imágenes aéreas de los bosques y huertos cercanos al pueblo. Al principio, en el video se exhiben solamente árboles y cosechas bañadas por la luz de luna y las luces de las aeronaves que están grabando desde las alturas, pero pronto comienzan a caer las bombas y todo se vuelve llamas y humo.

Nuevos videos son reproducidos: estos muestran los tejados de las casas de los límites del pueblo, las que son destruidas e incendiadas por naves de un tamaño similar a los aeromóviles de Arkos. Algunas personas en el búnker reconocen sus casas y estallan en llanto.

—Van a pagar por esto —declara Ibrahim entre dientes—. Van a pagar.

No suelto su mano, tampoco la de David. Nos necesitamos demasiado para dejarnos llevar por las asperezas que hay entre nosotros.

Los videos no se detienen. Estamos presenciando cómo el pueblo es destruido sin hacer nada para intentar salvarlo. Me siento totalmente inútil y frustrado. Debería estar arriba intentando proteger lo poco que queda del pueblo, no aquí abajo en medio de un búnker protegido en el que nada podrá pasarme.

Los videos exhiben el centro del pueblo. Las aeronaves se destruyen unas a otras en las alturas, al mismo tiempo que destruyen las edificaciones del pueblo. El espacio aéreo de Eternidad es una lluvia incesante de proyectiles. Aunque las naves eternas atacan en respuesta contra las newtópicas, todas acaban destruyéndose a sí mismas. Me queda claro que algunos newtópicos están dispuestos a perder la vida con tal de torturar al enemigo.

Un nuevo video aparece, y en este veo personas. Puede que esté equivocado, pero puedo jurar que veo a Alicia, Max, Isabel y Kora junto a la escuela del pueblo.

Mi latido se acelera.

La nave dispara justo contra ellos y el video se detiene.

Emito un grito tan fuerte que desgarro mi garganta. Me pongo de pie al instante, decidido a regresar a la superficie y buscar a mis amigos. Puede que ya hayan sido aniquilados por los newtópicos en estos momentos, como también puede que estén enterrados bajo los escombros. Sea como sea, necesito descubrirlo ya.

Corro a toda velocidad hacia la salida del búnker, pero soy agarrado de la cintura antes de siquiera acercarme a la puerta metálica de seguridad.

—¡Aaron, no hay nada que puedas hacer! —me dice alguien por detrás: es David.

—¡Suéltame! —le exijo alterado—. ¡Necesito ayudarlos!

David no me suelta. Lucho con todas mis fuerzas. Soy agarrado también por Danira e Ibrahim, quienes se esmeran en tratar de calmarme.

—Aaron, no te dejaré ir arriba —espeta de pronto Ibrahim. Tanto David como yo lo miramos a la cara—. Tendrás que pasar sobre mi cadáver antes de que te deje arriesgar tu vida en la superficie.

—Y sobre el mío —coincide David. Detecto ciertos celos en su voz, pero no es momento para preocuparse por ello.

—¡Déjenme ir! —grito con la voz quebrada—. ¡No perderé a Alicia otra vez!

De inmediato acuden a mi mente los recuerdos de aquel día en que ella fingió su muerte. Sentí un dolor tan intenso entonces que no sabía si podría recuperarme de él, y es lo mismo que siento en estos momentos. De morir Alicia, una parte de mí morirá con ella. Iniciamos juntos esta lucha y debemos terminarla del mismo modo.

Los guardias de Eternidad se paran frente a la puerta de seguridad, lo que me indica que no tengo posibilidad alguna de salir. Estoy del todo encerrado y no sirvo de ayuda para nadie en este momento. Estallo en llanto solo de frustración. Alicia está en peligro, tal vez muerta; y yo estoy aquí, con todos mis huesos intactos y el corazón bombeando a toda velocidad.

David me abraza mientras lloro. Correspondo su abrazo con toda la fuerza que puedo, desesperado por consuelo. Siento la misma paz que me entregaba él cada vez que me acogía en sus brazos.

Me separo de David y observo a Ibrahim. Sé que se muere de ganas por abrazarme, y la verdad es que yo también quiero hacerlo. Sin embargo, con David aquí todo es diferente. Lo que menos quiero es aumentar la incomodidad entre nosotros. Suficiente tengo con el dolor que corroe mi interior.

Regresamos al mismo lugar donde estábamos sentados. Danira se abraza a Ibrahim, quien la reconforta acariciándole el cabello. Por mi parte, solo recuesto mi cabeza sobre un hombro de David y lloro en silencio ante la posible muerte de Alicia. Por más que intente creer que ella sigue con vida, las probabilidades son casi nulas.

La puerta de salida se abre. Amara, una de las personas de mayor autoridad en Eternidad, ingresa en el búnker. La gente se le acerca inmediatamente a buscar palabras de consuelo, y ella promete en voz alta que todo acabará muy pronto y que nadie podrá hacernos daño en donde nos encontramos. Desde ahora, tendré que vivir bajo tierra tal como en Amanecer. Estoy comenzando a creer que pasaré la vida entera escondiéndome del peligro.

Amara cruza la mirada conmigo y me hace una señal para que me acerque. Frunzo el ceño, me pongo de pie y camino hasta ella. Evado como puedo a los eternos que están a nuestro alrededor.

Alcanzo a Amara. Ella acerca su boca a mi oído.

—Alguien importante quiere hablar contigo —me susurra—. Sígueme.

Vuelvo a fruncir el ceño. Miro a David, Ibrahim y Danira, quienes me escrutan con la misma incertidumbre.

—¿Vienes? —me pregunta Amara. No tengo más opción que asentir.

Caminamos entre los eternos y atravesamos la salida del búnker. Mucha gente está desesperada por oír la voz de Amara, lo que me hace darme cuenta de que las personas no pueden vivir sin una autoridad. Necesitamos de alguien que mueva los hilos por nosotros para sentirnos seguros, y por esa razón la mayoría de los arkanos admiran con tanta devoción a los sádicos gobernadores. Son demasiado débiles para saber qué hacer sin alguien guiándoles el camino.

De vencer Eternidad, ¿quién sería el encargado de guiar a la gente? No tengo idea. He preguntado al respecto, pero nadie me ha dado una respuesta concisa. Lo más sensato sería recurrir a una elección democrática, pero dudo que ocurra en realidad. Mis decepciones con Amanecer no me permiten confiar del todo en Eternidad. Algo me dice que la supuesta democracia que nos prometen no será más que una represión disfrazada de libertad.

Gane quien gane, nunca seremos completamente libres.

Me desplazo junto a Amara por un largo túnel de piso de concreto y paredes de roca iluminadas con una serie de bombillos que se extiende hasta el final. No dejo de sorprenderme por la grandeza de las instalaciones subterráneas de los eternos. Incluso los túneles demuestran el gran trabajo que han hecho para crear refugios capaces de albergar a una gran cantidad de gente.

Según me informa Amara mientras caminamos, los habitantes de los asentamientos del resto de la cordillera se mudarán a este lugar o a los propios búnkeres de cada pueblo. Ningún poblado está a salvo después del bombardeo, así que la superficie ha dejado de ser segura para todos aquellos que habitamos la Cordillera de los Andes.

El túnel acaba en lo que al parecer es un mirador. Al acercarme al barandal y ver hacia abajo, quedo totalmente anonadado con todo lo que mis ojos logran apreciar.

—Bienvenido a la ciudad subterránea —dice Amara a mi lado.

Hay un enorme complejo urbano situado al fondo de donde me encuentro. Los edificios no superan los cuatro o cinco pisos, pero sí me dejan muy sorprendido. Amara y yo nos hallamos en lo que al parecer son pasadizos, plataformas y escaleras que se extienden por todas las paredes de roca que rodean la asombrosa ciudad subterránea, y que dan acceso a un gran número de portales que han de conducir a habitaciones y otros túneles que acaban en los demás búnkeres e instalaciones subterráneas.

—Esta ciudad subterránea, tal como el refugio subterráneo de Arkos, fue creada antes de la Guerra Bacteriológica —revela Amara a mi lado con cierto orgullo en la voz—. Ha sido mantenida y restaurada durante generaciones. Es el núcleo principal de toda la red de instalaciones subterráneas que se hallan bajo la superficie cordillerana del extremo sur, y una de las dependencias más importantes de todo el mundo opositor.


—Es... asombrosa. —Es lo único que logro decir.

—Vamos, tenemos que llegar a la penitenciaría de la ciudad. —Amara camina por la plataforma que lleva hasta lo que aparentemente es un elevador.

La sigo. Nos detenemos en una cajuela metálica que tiene dos interruptores, uno que tiene una flecha hacia arriba y el otro hacia abajo. Amara cierra la puertecilla también metálica, presiona el interruptor de la flecha hacia abajo y descendemos hasta llegar al fondo de la ciudad subterránea.

Los edificios lucen mucho más inmensos desde abajo que arriba. La ciudad no es tan grande como las ciudades oficiales de Arkos o el Sector G, pero no deja de ser impresionante. A diferencia de la nación antártica y el refugio de Amanecer, aquí los espacios son iluminados únicamente por faroles y postes de luz, no con un cielo artificial en las alturas o enormes luces en los techos como en la construcción rebelde de Arkos. Supongo que es más seguro así a contar con lamparones en las alturas que podrían caer sobre la ciudad en caso de un derrumbe.

—¿Cómo funciona todo en este lugar? —pregunto maravillado—. Ya sabe: ventilación, comida, agua, electricidad...

—Ya tendremos tiempo para explicarte todo —se limita a responder Amara—. Ahora debemos preocuparnos por mantener a todos a salvo y resolver cuanto antes el pequeño gran problema de carne y hueso que acabamos de transferir a la penitenciaría de esta ciudad.

Entiendo de inmediato a quién se refiere.

—Me lleva donde Carlos, ¿no? —pregunto. Trato de no mostrar ninguna emoción en la voz.

—Así es —asiente Amara—. Está desesperado por hablar contigo; dice que es muy urgente.

Me tenso. No confío del todo en él. Nuestro último encuentro fue pacífico solamente porque me sentía en deuda después de que haya decidido traicionar a los suyos para dejarme regresar a Amanecer. No se me olvidan todas las cosas malas que hizo, como que David estuvo a punto de morir por su culpa.

Amara me conduce por una serie de calles hasta llegar a una edificación de ventanas protegidas con barrotes gruesos y puertas metálicas de alta seguridad. Asumo que estamos en la penitenciaría.

Hay dos eternos parados a cada lado de las puertas, quienes inclinan la cabeza como saludo al ver a Amara. Ellos nos abren las entradas de inmediato apenas nos acercamos.

Las infraestructuras de la penitenciaría subterránea son del todo superiores a las rudimentarias del edificio de la superficie. Aquí hay cámaras de vigilancia en cada rincón y tecnología de gran vanguardia.

—¿De dónde sacan tantos recursos para mantener lugares como estos? —No puedo evitar el deje de desconfianza al preguntar.

—Muchos de nuestros recursos los obtenemos de naciones pre y posguerra como Constelación, Perú, Australia, Brasil y algunas otras del hemisferio sur. Todas están dispuestas a combatir al Proyecto Newtopia, por eso nos ofrecen su ayuda cuando se las requerimos.

—¿Cómo hacen para traerlo todo? Discúlpeme tanta desconfianza, pero me resulta difícil creer que lugares tan grandes puedan existir sin el conocimiento de Newtopia.

—Oh, ellos saben de este lugar. —Amara sonríe—. Por eso están destruyendo el pueblo de las alturas: saben que tenemos dónde refugiarnos. El bombardeo de la superficie no es más que una declaración de guerra. La verdadera destrucción será cuando intenten ingresar a estas dependencias subterráneas.

No me da tiempo de preguntar si es posible que ingresen aquí, porque ya hemos llegado a la celda de Carlos. La puerta tiene una ventanilla circular por la que puedo verlo. Hay dos guardias eternos a cada lado de la puerta, como si no bastara con la extrema seguridad en cada pasillo o las cámaras de vigilancia en cada rincón.

—Tienes diez minutos —me dice Amara—. Procura sacarle toda la información que puedas; necesitamos saber qué lo trajo aquí. Intentamos interrogarlo, pero se negó a hablar.

—Haré lo que pueda.

Amara les asiente a los guardias y estos se disponen a abrir la puerta de la celda-habitación mediante un lector de huella digital. Apenas se abre la puerta, Carlos se pone de pie y retrocede hasta el fondo del cuarto.

Cuando me ve ingresar, se acerca corriendo a estrecharme en sus brazos.

—No sabes cuánto te extrañé —dice sobre mi hombro.

Al ver que se niega a soltarme, decido corresponder su abrazo.

—¿Qué rayos estás haciendo aquí? —le pregunto mientras nos abrazamos.

Él se separa y me sonríe.

—Decidí renunciar a mi vida como futuro gobernador —responde. La sonrisa desaparece de su rostro—. Tengo razones muy alarmantes.

—¿Qué razones? —pregunto asustado.

Carlos suspira antes de hablar. Veo auténtico miedo en su rostro. Lo conozco bien para saber que sí tiene razones más que suficientes para haber tomado una decisión tan drástica como venir aquí y arriesgar la vida en el proceso.

—Ya sabes que tenía acceso a un sinfín de información confidencial, ¿no? —pregunta, y asiento—. Pues entre toda la información que recabé y las conversaciones que escuché tras las puertas, descubrí algunos detalles de un proyecto secreto que es mucho más peligroso que el mismísimo Proyecto Newtopia, Aaron. Un proyecto que podría cambiar el destino de la humanidad para siempre.

—¿De qué hablas, Carlos? Me estás asustando.

Él pone sus manos sobre mis hombros. Nunca lo vi tan asustado como ahora.

—Aaron, los gobiernos de Newtopia y Arkos planean restaurar la humanidad —confiesa. Le tiembla la voz—. Quieren crear de una vez por todas una sociedad perfecta y controlada sin lo que ellos consideran como humanos "defectuosos". Están trabajando en virus que podrán transmitirse por el aire, el agua e incluso las plantas, los que aniquilarán a la mayor parte de nuestro mundo o borrarán los recuerdos de los pocos que decidan mantener con vida. Será como un Stevens y una Cura en versiones más peligrosas y globales. Iniciarán todo desde cero e instaurarán doctrinas sociales que no podrán ser contrariadas, porque los humanos que queden no recordarán nada sobre la sociedad preguerra y los que nacerán después no habrán experimentado alguna vez la verdadera libertad.

Quedo sin habla. Me tiritan las piernas y las manos. De ser cierto, estamos prontos a una nueva posible extinción. Ahora entiendo la oferta del gobernador máximo de Newtopia. No le interesa salvar a las personas de Eternidad: solo quiere nuevos miembros para moldearlos a su antojo una vez que inicie la restauración de la humanidad.

—¿Les dijiste esto a los eternos? —También me tiembla la voz. Me cuesta creer que es cierto.

—Ellos están escuchando todo en este momento —responde él—. Conozco las celdas-habitaciones mejor de lo que crees. —Carlos sonríe, pero incluso al hacerlo refleja un miedo sincero.

—Carlos, lo que me dijiste es horrible —susurro—. Debemos hacer algo.

—Por esto estoy aquí —musita—. No formaré parte de un plan tan inhumano. El proyecto aún está en la fase de planificación, así que tenemos algo de tiempo para detenerlo. Pero si no nos apresuramos, pronto estaremos perdidos.

La puerta de la celda-habitación se abre. Amara ingresa junto a los guardias.

—Espero que estés dispuesto a contarnos en detalle todo lo que sabes sobre tal proyecto —le dice ella a Carlos en tono mordaz—. Supongo que no tengo necesidad de advertirte qué pasará si te niegas a confesar lo que necesitamos saber.

—Amara, no es necesario amenazarlo —afirmo—. Él vino aquí por cuenta propia, no...

—Tranquilo, Aaron —interrumpe Carlos—. Vine aquí para ayudar y eso es lo que haré.


* * * * *


Estoy de regreso en los búnkeres. Faltan pocos minutos para el amanecer. Carlos fue llevado a la municipalidad de la ciudad subterránea, en donde está teniendo una reunión con las autoridades máximas de Eternidad. Todas a excepción de Ariel, quien descubrí que se quedó en la superficie. Quizás está muerto en estos momentos y Alicia también.

Me concentro en contarles a David, Ibrahim y Danira lo que me fue revelado para no derrumbarme por la posible muerte de mi mejor amiga. Hablo en todo momento en voz tan baja como puedo, porque la información sobre el retorcido proyecto de restauración de la humanidad podría alterar demasiado a la población eterna. Lo que menos necesitamos es más pánico del que ya existe.

—Díganme que algo así no es posible —pide Danira, horrorizada.

—Lamentablemente, es más que posible —admite David—. Newtopia tiene los recursos suficientes para hacerlo. No olviden que fueron ellos quienes crearon Arkos y un cielo artificial que parece desafiar las propias leyes de la física. Son capaces de hacer eso y mucho más.

—¡Pero es que nos matarán a...! —exclama Danira, pero Ibrahim cubre su boca antes de que diga más.

—¡Baja la voz! —la reprendo—. Nadie además de nosotros debe enterarse de esto por ahora. Ni siquiera tenemos una confirmación real. Por el momento, enfoquémonos en descubrir todo lo que sepamos y ofrecer nuestra ayuda en lo que se necesite.

David agacha la mirada. Entiendo al instante por qué.

—No creas que me he olvidado de él —digo—. Sé que debemos ir a buscarlo.

—Aaron, puedo hacerlo solo. —Me mira a los ojos—. No te expondré a un peligro tan grande como ir a Newtopia.

—Ya estoy expuesto al peligro —refuto—. El simple hecho de estar aquí me hace peligrar. ¿Cuál es la diferencia entre enfrentar los riegos o esconderme de ellos? La muerte me persigue de cualquier modo.

—Aaron, no...

—Ya te dije que iré te guste o no —lo interrumpo—. Me prometí salvar a Michael, así que voy a cumplirlo.

Antes de que David pueda negarse otra vez, una voz amplificada capta la atención de todas las personas en el búnker.

Habitantes de Eternidad, ya pueden transitar entre los búnkeres para buscar a sus seres queridos. Las aeronaves enemigas han sido destruidas y la amenaza ha cesado por ahora.

Oigo una que otra celebración a mi alrededor. Me pongo de pie con rapidez, decidido a recorrer los demás búnkeres y encontrar el modo de regresar a la superficie.

Es hora de averiguar si Alicia está viva o muerta.



* * * * *


¿Les gustó el capítulo? ¡Espero que sí!

El próximo capítulo será el final...


De la primera parte. :v

¡Abrazos virtuales para todos! —Matt.

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