Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

17. Alicia - "Desconfianza" (Parte 2)


—No grites, por favor.

Apenas puedo reaccionar por causa del miedo. Que Carlos esté aquí significa que los gobernadores de Arkos descubrieron que mi suicidio de hace meses no fue más que una farsa.

Saben que estoy en Eternidad.

Estoy corriendo peligro.

Y no solo yo estoy peligrando: mis familiares también. Puede que las autoridades vuelvan a amenazarme con encerrarlos para hacerme regresar, y esta vez no habrá suicidio que lo impida.

—¿Gritarás? —me pregunta Carlos al oído. Su voz susurrante me estremece.

Niego con la cabeza. Necesito saber qué está haciendo aquí antes de intentar cualquier cosa.

Carlos me libera. Logro vislumbrar con la escasa luz de luna que se filtra entre la espesura de los árboles que mi exprometido se mueve y se para frente a mí.

—¿Qué rayos estás haciendo aquí? —le pregunto horrorizada—. ¿Cómo supiste que estaba en este lugar?

—Te contaré todo si prometes que no alertarás a nadie sobre mí —propone Carlos en tono suplicante.

No tengo más opción que guardar silencio. Carlos podría traernos graves problemas a mi familia, los eternos y a mí de ponerme en su contra.

Quizá, con suerte, él sigue manteniendo nuestra tregua y su presencia aquí no es tan peligrosa como imagino, por lo que decido confiar.

—Prometo que no le diré a nadie que estás aquí —declaro—. Ahora, explícame cómo demonios me encontraste.

—Yo le informé en dónde estábamos —interviene una voz masculina que me suena conocida—. Soy William.

—¿William? —Frunzo el ceño—. ¿Qué tienes que ver con Carlos? ¡Él podría acabar con nosotros si lo quisiera! ¡Eres un maldito traidor de...!

—Tranquila, Alicia —interrumpe Carlos—. No estoy aquí para hacerte daño. Y por favor, baja la voz. Los eternos no estarían muy felices de saber que estoy en sus dependencias.

—Disculpa, pero es difícil creer que no estás aquí para arruinar mi vida. —Bajo la voz—. ¿Puedes explicarme a qué has venido? ¿Tu padre sabe que estás aquí?

—Él no tiene idea. —A pesar de que no puedo verlo con claridad, sé que Carlos se ha tensado—. Y aunque lo descubriera, ya no me interesa. He tomado una peligrosa pero sensata decisión.

—¿Qué decisión? —Pienso en mil posibilidades a la vez.

Antes de que Carlos pueda responder, una luz blanquecina y cegadora ilumina el bosque a nuestro alrededor.

—¡Manos arriba! —Oigo una voz que reconozco a la perfección.

Mis ojos se adaptan a la luz. Veo a una decena de eternos, entre los que se encuentra Max. Todos están apuntando armas hacia Carlos y William.

—¿Estás bien, Alicia? —me pregunta Max, sin dejar de apuntarle su arma a Carlos ni desviar la mirada de su cuerpo.

—Lo estoy —respondo—. Él no está aquí para herirme.

—Permíteme dudar. —Max emite una risa sarcástica—. Llévenselos —vocifera.

Unos cuantos eternos se acercan a Carlos y William con esposas en las manos. Ninguno de los dos opone resistencia. Puedo notar que, por primera vez, Carlos está verdaderamente asustado. En Arkos contaba con un centenar de protectores que velaban por su seguridad, pero aquí no tiene a nadie.

No sé qué sentir. Debería sentirme aliviada de que los eternos hayan capturado a una de las personas que por poco me orilló a la muerte, pero estoy muy preocupada. Temo lo que pueda pasar con Carlos. Si algo malo llega a sucederle, Abraham Scott no descansará hasta vengar a su hijo.

—Nunca creí que serías un traidor —le espeta Max a William cuando los eternos lo arrastran a su lado—. Qué decepción.

—Solo quiero lo mejor para todos, Max —replica William—. Pronto lo entenderás.

Max ríe una vez más.

—Encierren a este par de imbéciles en la penitenciaría —le ordena a los eternos—. Luego decidiremos qué hacer con ellos.

Los eternos obedecen sin chistar.

¿Qué está pasando? ¿Desde cuándo Max tiene tanta autoridad sobre los eternos?

Carlos y William son arrastrados en dirección al pueblo. En todo momento tienen armas apuntadas hacia ellos y ojos que escrutan atentamente cada uno de sus movimientos.

Por mi parte, no puedo permitir que se los lleven.

—¡Alto! —vocifero—. ¡No pueden encerrarlos! Si encierran al futuro gobernador, el Cuerpo de Protección arkano vendrá por él. ¡Pondrán en riesgo la vida de todos los habitantes del pueblo!

—Los protectores no pueden venir aquí —refuta Max. Me observa con cierto enfado—. Existen acuerdos entre Eternidad, Arkos y Newtopia. Si alguno de los eternos ingresa en las naciones posguerra, automáticamente este queda a disposición de las autoridades de dichas naciones, lo mismo en viceversa. Ya que Carlos decidió violar los acuerdos y entrar aquí, podemos hacer lo que nos plazca con él.

Me estremezco al oír lo último. No es que crea que Max pudiera herir a Carlos, pero nunca se sabe. Y tampoco es que me importe que Carlos resulte herido, porque él hizo mucho daño. David casi muere por su culpa, Aaron por poco fue curado y mi familia estuvo al borde de pasar un tiempo encerrada.

No obstante, ya no siento aquella hambre de venganza que me envenenaba hace meses. Él no es más que un simple peón en el macabro juego de su padre.

No me queda más opción que permitir que los eternos se lo lleven y averiguar más tarde qué está haciendo aquí.

Pero antes, debo tener una larga conversación con Max.

—¿Cómo supiste que él estaba aquí? —le pregunto una vez que los eternos ya se han llevado a William y Carlos.

—Danira me llamó —responde Max, aún con un deje de enfado—. Me dijo que te vio salir de la cabaña con un arma en las manos, y se preocupó. Vine corriendo junto a algunos eternos apenas fui advertido por ella.

Miro en dirección de la cabaña de Danira y la descubro en la ventana. Cuando nota que la estoy viendo, se aleja del cristal en un santiamén. Contengo una carcajada.

—Supongo que debería darle las gracias. —Esbozo una sonrisa.

—¿Qué tienes en la cabeza? —pregunta Max, tan indignado que no sé cómo reaccionar—. ¿Cómo se te ocurre salir de la cabaña a la mitad de la noche y adentrarte en el bosque?

—Vi una luz entre los árboles y quise saber de qué se trataba —respondo con total sinceridad—. Supuse que se trataría de algo importante, y sí que lo fue.

—¡Pudiste acabar muerta! —reprende Max—. ¿Qué crees que habría pasado contigo si yo no llegaba a tiempo? Probablemente, ahora estarías inconsciente y a bordo de una aeronave en camino a Arkos. Debes ser más cuidadosa, Alicia.

—Sé que hice mal en adentrarme en el bosque en plena noche —asiento—, pero no pasó nada. De igual forma, sé que Carlos no me haría daño otra vez.

Max emite otra risa sarcástica.

—¿Crees que porque te ayudó a ver a tu familia una vez ya dejó de ser el monstruo de hace meses? —pregunta exaltado—. No seas ingenua, Alicia. Creí que eras más inteligente.

Alzo las cejas. Max ha cambiado tanto últimamente que ya no sé qué creer.

—Supongo que no nos conocemos tanto como creíamos —espeto.

Max agacha la mirada. La indignación desaparece de su rostro.

—Lo siento, Alicia —se disculpa—. Es solo que no quiero que nada malo te pase. Si ese idiota fue capaz de violar un acuerdo y meterse en terreno peligroso es solo porque está obsesionado contigo.

—¿Y qué te asegura que está aquí por una obsesión? —A diferencia suya, mi indignación no ha desaparecido—. ¿Y si quiere trabajar con nosotros en secreto? ¡Piensa en todas las posibilidades! Carlos es el maldito hijo de un gobernador. Tiene acceso a información que ni siquiera los rebeldes infiltrados en el Cuerpo de Protección pueden conseguir. Si él se pusiera de nuestro lado, podría sernos de gran ayuda para hacer caer la Cúpula.

Max vuelve a reír con sarcasmo de fondo. Comienza a desesperarme.

—¿Crees que Carlos dejaría una vida de lujos para ayudar a personas que le obligan a odiar? —pregunta él con ironía en la voz.

—Yo lo hice —le recuerdo—. Dejé todo por personas como tú.

—Tú no te comparas a Carlos.

—Y tú no lo conoces tan bien como yo —replico.

—¿Acaso lo estás defendiendo? —Vuelve a indignarse.

—¿Acaso estás celoso?

Max hace una mueca de disgusto. Es todo lo que necesito como asentimiento.

—¿Sabes? No dejaré que tus malditos celos empeoren las cosas —declaro con determinación—. Si me disculpas, iré a la penitenciaría a averiguar qué rayos está haciendo Carlos aquí y qué tiene que ver William en todo esto. Adiós.

—No irás a ningún lado. —Max se para frente a mí—. No permitiré que arriesgues tu vida acercándote a ese demente.

—No puedes detenerme. —Lo enfrento sin miedo—. Iré a hablar con Carlos te guste o no.

—¡No irás a ninguna parte! —me grita.

Quedo helada.

Por primera vez, Max me está gritando.

Contengo las ganas de llorar. Detesto ser tan débil cuando se trata de las personas que quiero.

Sostengo la mirada de Max. Evidencio en su rostro que está arrepintiéndose de haberme hablado de esa forma.

Antes de que pueda disculparse, lo aparto y corro en dirección al pueblo.

—¡Alicia! —grita él a mis espaldas, pero no me detengo.

Me muevo con toda la rapidez que puedo. Él viento enfría mis lágrimas conforme corro entre las calles del pueblo eterno y mi corazón arde a más no poder.

Las cosas entre Max y yo no están bien. Ambos nos hemos mentido. Me ha desafiado, y yo lo he desafiado también. Supongo que no hay cabida para el amor en una guerra. Son tantos factores los que juegan en nuestra contra que no sé si nuestra relación tiene futuro o no.

Mientras que yo quiero luchar por Arkos, él quiere luchar por Eternidad.

Y aunque ambos luchamos por la libertad, tal parece que estamos en bandos completamente diferentes.


* * * * * *


La penitenciaría, por primera vez desde que llegué a Eternidad, está colmada de gente armada que vigila todo el frente, pero no es la extrema seguridad lo que más llama mi atención: alguien está intentando entrar al edificio. Se debate con insistencia del agarre de unos cuantos eternos que intentan controlarlo.

Al aproximarme a las entradas de la penitenciaría, descubro que la persona que intenta ingresar se trata de David.

—¡Déjenme pasar! —exige él a todo pulmón—. ¡Ese hijo de puta por poco me mató!

—¿David? —le pregunto. Él se gira. Respira agitadamente y suaviza su expresión.

—Alicia —jadea—. Qué bueno verte.

—Suéltenlo, por favor —pido.

Los eternos se miran unos a otros. Tras un asentimiento del que aparentemente es el eterno a cargo de hacer guardia, las personas que agarran a David lo liberan. Me acerco a él, lo tomo de un brazo y lo conduzco a unos metros de distancia de la penitenciaría.

—¿Por qué quieres entrar? —le pregunto en susurros.

—Necesito desquitarme —responde al borde de las lágrimas. Su voz aún está agitada—. Casi muero por su culpa.

David estalla en llanto. Dudo que la razón de sus lágrimas se deba del todo a Carlos. Puedo asegurar que su dolor tiene que ver con la revelación de Aaron y todo lo que sucedió hace horas en la central.

—David, no tienes que hacerlo. —Le vuelvo a tomar el brazo y le doy un suave apretón—. Carlos ya pagará por sus errores. No necesitas desquitarte: necesitas desahogarte.

—Es demasiada presión, Alicia —jadea David devastado—. Siento que voy a explotar.

—¿Sabes? Sé de alguien que se siente igual que tú. —Esbozo una sonrisa un tanto triste—. Esa persona está sufriendo entre la oscuridad de un cuarto en este momento, desesperado por un poco de contención. ¿Por qué no vas a buscarlo y liberas tu frustración a través de un abrazo, y no a través de una venganza?

David se da cuenta de que hablo de Aaron. Lo sé porque su expresión se torna aún más destrozada.

—¿Dónde está él? —pregunta mientras se seca las lágrimas.

—En las cabañas para recién llegados —respondo con una sonrisa ensanchada—. Están hacia el oeste, en las lindes del pueblo. Nuestra cabaña es la número quince.

—Gracias. —David esboza una sonrisa también y me da un fuerte e inesperado abrazo.

Dejo la sorpresa a un lado y lo abrazo en respuesta. Si bien mi cercanía con David no es tanta como la que tengo con Aaron, sí existe un gran cariño entre nosotros.

David me sonríe por última vez y se aleja corriendo en busca de mi amigo. Por un momento, dejo de lado también mi propia presión y me alegro por ellos. Aunque estén pasando por una etapa muy incierta, sé que ambos se quieren de verdad.

Y, tal como ellos, Max y yo también estamos pasando por un momento crucial y peligroso en nuestra relación. Sin embargo, sé que lo amo. A pesar de todo, y de casi creer que lo desconozco, mi amor por él es más fuerte que una guerra.

Supongo que, tal como David y Aaron, Max y yo debemos disipar la presión y amarnos contra todo y guerra.

Pero antes de limar asperezas, debo hablar con Carlos.

Me acerco nuevamente a la entrada de la penitenciaría. Apenas me aproximo lo suficiente, los eternos me niegan el paso y levantan un poco sus armas.

—Necesito entrar —les digo con voz trémula.

—Nadie puede ingresar sin autorización —refuta uno de los eternos.

—¿Y a quién debo pedirle la autorización, si se puede saber? —Me cruzo de brazos—. Soy la hija de Ariel. Supongo que él es una autoridad suficiente para permitir que ustedes me dejen entrar.

—Pues ve a buscarlo y dile que su niña caprichosa quiere entrar —espeta otro eterno. No sé si reír o indignarme—. Aquí no obedecemos los caprichos de nadie.

Debí imaginar que aquí, a diferencia de Arkos, ser hijo de alguien importante no serviría de nada. Irónicamente, me alegra saber que los eternos no me permitirán la entrada sin autorización. Su negación me demuestra que en Eternidad no hay tanta corrupción como en la nación antártica.

—Déjenla entrar —dice alguien a mis espaldas: es Ariel—. Ella es la exprometida de Carlos. Supongo que nos servirá de ayuda para tratar con él. Ninguno de nosotros lo conoce mejor que Alicia.

Me volteo y le sonrío. Él tiene razón. Nadie sabe lidiar con Carlos como yo.

A regañadientes, los eternos se hacen a un lado y me permiten atravesar la entrada. Me tiritan un poco las manos mientras ingreso en la penitenciaría. Después de tanto tiempo, y una supuesta tregua, sigo sintiendo miedo de enfrentar a Carlos. Supongo que es uno de los miedos que nunca lograré superar.

Dos eternos me conducen hacia la zona más aislada de la rudimentaria penitenciaría. Pasamos de largo las celdas habituales, por lo que infiero que han llevado a Carlos a una sección mucho más protegida.

Tras abrir una puerta asegurada con un sistema dactilar, llegamos a una pequeña habitación en la que se halla un elevador que también cuenta con un identificador de huellas. Ya que la penitenciaría tiene solo un piso, deduzco que el elevador conduce a plantas subterráneas en las que debieron de encerrar a Carlos y William.

Un eterno presiona el dedo sobre el identificador y las puertas del elevador se abren. Una vez dentro, el mismo eterno selecciona el indicador de una de las plantas subterráneas.

El descenso es casi instantáneo. Las puertas del elevador se abren y observo un lugar completamente diferente al de la superficie. Hay cámaras de vigilancia por todas partes, algunos eternos haciendo guardia que visten trajes similares a los que usan los protectores y una sofisticada infraestructura que se diferencia por completo de la madera y el metal de la penitenciaría. Me sorprendería más de no haberme enterado antes de que existen sorprendentes instalaciones bajo el pueblo eterno. Tal como la industria abandonada que se situaba sobre el refugio de Amanecer, el pueblo no es más que una fachada.

Debo admitir que estoy un poco decepcionada. Creía que el pueblo eterno era un paraíso, pero no es más que una farsa para engañar a los newtópicos y hacerles creer que los eternos no son más que simples e inofensivos pueblerinos cuya tecnología es casi nula.

Los eternos me conducen hacia el final del pasillo de la planta subterránea. Nos hallamos en frente de una puerta metálica con avanzados sistemas de seguridad. Rayos láser recorren nuestros cuerpos al acercarnos, y una voz femenina anuncia desde alguna parte que estoy "limpia".

—¿Por qué tanta seguridad? —le pregunto a los dos eternos que me acompañan.

—¿Por qué crees tú? —pregunta uno de ellos a modo de respuesta —. Nunca se sabe cuándo podríamos tener prisioneros absolutamente peligrosos, por lo que es indispensable contar con las instalaciones adecuadas para contenerlos. Ahora, por ejemplo, tenemos un prisionero que no podemos descuidar.

—Él no es peligroso —afirmo, y me lo creo.

—No te ofendas, pero ese mismo desalmado quiso encerrar a tu familia —replica el otro eterno—. Los rumores se esparcen más rápido que un virus letal.

Hago una mueca de disgusto y guardo silencio. Me sigue doliendo recordar los errores de Carlos.

La puerta de seguridad se abre y nos revela un pasillo de celdas-habitaciones. Las paredes, las puertas y la iluminación son blancas, lo que me recuerda a la prisión de Libertad. Tal como en aquella prisión, aquí las celdas tienen ventanillas en sus puertas que me permiten ver que todas salvo dos del final están vacías. En la penúltima habitación se halla William, y en la última está Carlos.

—Ahí está él —dice uno de los eternos junto a la puerta—. Tienes diez minutos.

Asiento, nerviosa. Nunca imaginé que estaría con Carlos en un cuarto cerrado y situado a quién sabe cuántos metros bajo tierra. Esperaba hablar con él en las rudimentarias celdas de la superficie, no en este lugar. Aunque la idea de quedar a solas con él me aterre, no tengo más alternativa que tragarme el miedo. Yo elegí estar aquí.

Uno de los eternos se acerca a un identificador ubicado junto a la puerta y esta se abre al instante. Carlos está sentado sobre una pequeña cama de la habitación. Él se pone inmediatamente de pie cuando me descubre en el pasillo, sobresaltándome.

—No te preocupes —me dice un eterno al advertir mi sobresalto—. Estaremos en el pasillo en todo momento.

Le asiento otra vez, más tensa que nunca.

Ingreso en la habitación. Los eternos cierran la puerta.

Por primera vez en mucho tiempo, estoy a solas con Carlos.

Pero esta vez, a diferencia de la última, no aparecerá Abraham Scott de la nada para encerrarme.

—Alicia, yo...

—¿Qué haces aquí? —le pregunto, directo al grano—. Carlos, podrían matarte. ¿Acaso sabías que existen acuerdos entre...?

—Lo sabía —interrumpe. Puedo notar que se ha estremecido—. Aun así, decidí venir.

—¿Por qué? —pregunto con ceño fruncido. Temo su respuesta.

—¿A qué crees que vine? —Carlos esboza una sonrisa socarrona.

—No estoy para adivinanzas —reprendo—. Dime qué estás haciendo aquí.

—¿Te molesta tenerme aquí? —se limita a preguntar en vez de responder.

—¿A qué va esa pregunta? —titubeo.

—La última vez que nos vimos, estuviste a punto de dispararme —recuerda—. Me guardabas tanto rencor que probablemente lo habrías hecho de no ser por Aaron.

—¿Y qué esperabas? —Avanzo un paso—. ¡Quisiste encerrar a mi familia! David casi murió por tu culpa, provocaste...

—Tengo claros todos mis errores —corta—. Solo quiero saber si me sigues odiando tanto como antes.

Me lo pienso antes de responder. ¿Lo odio? No, ya no. A pesar de que cometió errores, creo que su asquerosa vida de futuro gobernador es su mayor karma. Ha pagado y seguirá pagando las consecuencias de sus actos.

—Fui honesta cuando te perdoné en la Colina de los Abetos —afirmo con cierto reproche—. Ya no te odio, Carlos. Pero eso no significa que me alegro de verte aquí. Que no te apunte un arma no quiere decir que confío plenamente en ti.

Carlos esboza una sonrisa triste como respuesta.

—¿Y bien? —insisto—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Para responder eso, debo comenzar desde el principio. —La sonrisa desaparece de su rostro—. Alicia, William era un traidor.

Cierro los ojos y resoplo. Lo intuía, pero duele escucharlo.

—¿Por qué "era"? —pregunto en voz apagada.

—Él se contactó conmigo días después de nos reunimos con Aaron en la Colina de los Abetos —cuenta Carlos—. Como vio que establecimos una especie de tregua, él quiso acercarse a mí para trabajar conmigo en secreto.

—¿Con qué propósito? —Me tenso.

—Él quería lo que todo mundo quiere: estabilidad —responde Carlos—. Como temía que los rebeldes nunca lograran nada contra la Cúpula, se ofreció a ayudarme si le aseguraba que le entregaría una vida estable y que perdonaría sus crímenes de rebelde.

—¿Ayudarte en qué, si se puede saber? —Me cruzo de brazos—. No me digas que ese maldito traidor te ofreció entregarte información sobre la lucha rebelde, porque eso habría sido muy bajo de su...

—Ayudarme a saber de ti —interrumpe Carlos, avergonzado—. William sabía cuánto te amaba, Alicia. Y como tú partirías a Sudamérica, él sabía también que yo daría todo por mantenerme informado sobre cada uno de tus movimientos.

Resoplo una vez más. Tuve un infiltrado frente a mis narices y nunca me di cuenta. Me siento más estúpida que nunca.

—Así que decidiste arriesgar tu futuro aliándote con un rebelde solo para saber en qué andaba metida —espeto—. ¿Cuándo entenderás que lo nuestro se acabó? Estoy enamorada de Max. Si viniste aquí con la intención de reconquistarme o algo por el estilo, déjame decirte que has arriesgado el trasero en vano.

—Tranquila, tengo claro que ya no me amas. —Carlos desvía la mirada. Sus ojos se han cristalizado—. No vine aquí con la intención de recuperarte, porque sé que es imposible. Te he hecho muchísimo daño, y no soy ni la mitad de lo buena persona que seguramente es ese tal Max... —Carraspea antes de seguir—. Pero si estoy aquí, es porque quiero ser una mejor persona. No vine aquí para recuperar tu amor, Alicia. Vine por algo mucho más importante.

—¿Puedo saber qué? —Me atrevo a preguntar.

Carlos duda antes de responder. Puedo evidenciar un profundo miedo en su rostro, pero de inmediato este se transforma en determinación.

—Quiero convertirme en rebelde —confiesa, y mi corazón da un vuelco.




* * * * * *

¡Muchas gracias por leer! Espero que les haya gustado el capítulo. <3

Abrazooooos. —Matt.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro