3-El beso inmortal
¿Lo voy a hacer? No tengo mas remedio. Uno no puede ir por hay diciendo que va a hacer una cosa y luego, llegado el momento echarse atrás.
Lo haré y que Dios castigue mis pecados, pues dentro de muy poco dejare de existir.
Me acerco a ella y siento como tiembla al ver mi mirada. Todos lo sienten justo antes de dejar de existir. Pero ella no baja la vista, la enfrenta en un último acto de valor. Esta asustada como un cervatillo cuando huele al depredador.
Su corazón se acelera y su aliento se paraliza en su pecho cuando clavo mis ojos en ella.
Mi mirada la hipnotiza. Ya no puede huir aunque desee hacerlo con todas sus fuerzas.
La tomo en mis brazos y un débil gemido escapa de sus labios cuando mis afilados colmillos se hunden suavemente en su cuello.
Bebo su sangre cálida, dulce y salada a la vez y siento un ligero sabor a metálico en la punta de mi lengua.
Apuro casi hasta el límite y me asaltan a la mente imágenes de su corta vida: un osito de peluche, los rostros de sus padres, la mirada de un chico de su clase. ¡Es tan sólo una niña!
Ahora invierto el proceso, sé lo que hay que hacer aunque jamás lo haya hecho.
Me abro las venas y dejo que ella beba y lo hace con avidez, casi con desesperación.
Ahora soy yo el que grita de dolor y de placer a un tiempo. Es una sensación aterradora, como caer en un vacío insondable. Y al mismo tiempo es maravillosa, lo más parecido a un orgasmo. Mi cuerpo se tensa y creo que voy a morir de placer y de dolor.
Cuando retiro sus labios con brusquedad de la herida, ella me mira con ojos de tristeza. Tiene la cara cubierta de sangre y parte del vestido también. Parece una muñeca ensangrentada, pero muy viva. Tan viva como jamás lo estuvo y a la vez a punto de morir.
Sé que me queda muy poco tiempo y tengo curiosidad por ver su transformación, odiaría perdérmela.
Ella se retuerce de dolor entre gritos agónicos.
Tiene el cabello sucio de sangre y apelmazado por el sudor y cae despeinado sobre su rostro. Un rostro transfigurado por el terrible sufrimiento que esta experimentado.
Y de pronto el dolor cesa.
Esa dulce criatura a muerto y acaba de nacer el depredador más sanguinario que existe: un vampiro.
Me mira como un bebé mira a su madre, implorando el alimento tan deseado.
—El mundo es tuyo— le digo y ella sonríe dándome a entender que me ha comprendido perfectamente.
Espero con ansiedad arder entre las llamas del infierno, consumirme en una nube de fuego o derretirme en el calor abrasador de mi propia penitencia, pero nada ocurre. Sigo vivo.
Sé que no es posible, nunca ha ocurrido.
Pero esta vez algo ha debido de pasar. La muerte tan esperada no llega.
Ella se suelta de mi abrazo y parece sorprendida al ver el mundo con sus nuevos ojos. Los ojos de una vampiresa.
Sé como se siente. Al principio todo es tan nuevo, tan distinto, que da miedo por si se rompe en mil pedazos como un espejo al golpear el suelo.
—¿Vas a ser mi padre? —me pregunta con una dulce vocecilla.
No sé qué contestarle.
Sus padres, los verdaderos ya no existen para ella. No hay lazos que les unan una vez consumada la transformación. Si los volviera a ver serían sus víctimas y saciaría su sed con ellos.
—Sí— contesto.
—Padre, tengo sed —dice ella relamiéndose la sangre que aun mancha su rostro.
—Lo sé —le contesto. Es lo primero que todos sentimos, una sed terrible —. Acompáñame.
Comienzo a andar por la calle, buscando con la mirada una presa fácil para ella. Me sigue a un paso de distancia y compruebo que nadie puede vernos.
Por fin veo alguien adecuado para ella.
Alguien que saciará su sed durante algún tiempo. Yo he llegado a estar sin beber más de una semana sin notar el más ligero debilitamiento. Otros no pueden aguantar más de un día. Cuestión de genes, supongo.
—Acércate despacio y aliméntate —le digo señalando a su víctima.
Se que es imposible, sobre todo la primera vez. La ansiedad es tan grande y la sed tan descomunal que nadie puede resistirlo.
De todas formas, veo que ella trata de controlar sus impulsos en la medida de sus posibilidades.
El hombre está parado en una esquina hablando por su móvil, sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor. Debe rondar por los cuarenta años, trajeado y algo grueso. Dentro de poco no quedará de él ni el recuerdo.
Formuló de nuevo mi hechizo porque no se si ella sera capaz de hacerlo en las condiciones en que se encuentra. De repente aunque el hombre siga allí, ya nadie puede verlo, ha dejado de resultar visible para los demás.
Ella salta sobre él como un tigre saltaría sobre su presa, con un brazo rodea su cuerpo mientras hunde sus colmillos en la yugular palpitante.
El hombre ha muerto un minuto después.
Haré una pausa en mi relato porque sé que os estaréis preguntando muy acertadamente que pasa después con los cadáveres.
Lo que no podemos hacer es llevárnoslos a nuestras casas ¿no os parece?
Siempre podemos hacer que las muertes parezcan accidentales, por lo menos en la mayoría de los casos.
Un infarto, un atropello (empujando el cuerpo al paso de un automóvil) o un accidente no llaman tanto la atención como un asesinato en plena calle. Es como una pequeña representación de teatro y creedme si os digo que la mayoría de las veces funciona de maravilla.
Otra cosa es después, cuando la autopsia al cadáver demuestre que no tenía ni una gota de sangre. Para cuando lo averigüen, nosotros ya estaremos muy lejos.
La niña vuelve a mi lado con una sonrisa de satisfacción en su inocente rostro cubierto de sangre. Solo le falta dar un pequeño eruptito para que su satisfacción sea completa.
Arreglo el cadáver para que su aparición no resulte tan llamativa. En esta ocasión he optado por sentarlo en un banco con la cabeza caída sobre el pecho.
—Parece que esta dormido, padre —dice ella suspirando.
—Puedes llamarme Sebastian.
—Pues yo me llamo April...
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