Capítulo uno: Mary Hemsley
Se pasó una mano por el rostro, presionando para intentar quitarse el cansancio por mera fricción, cosa que no funcionó. Arrugando el ceño al moverse, se puso de pie y se apoyó con las yemas de los dedos en la mesa para estabilizarse un momento mientras esperaba que remitiera el dolor de cabeza.
Sintió una pequeña mano cálida en su hombro, y el beso con aroma a canela de la profesora de Pociones en su mejilla.
—¿Te duele mucho, Rag?
El profesor de Runas Antiguas giró la cabeza para mirarla, sonriendo por reflejo, aunque eso desencadenó otra punzada en su sien derecha.
—Lo usual, nada de lo que preocuparse. Son sólo unos días, lo sabes.
—Saberlo no quita que me preocupe —Meralis chasqueó la lengua y metió una mano en el bolsillo de su túnica, sacándola luego con un frasco cerrado entre los dedos—. Una cucharada, y lo repites si no te relajó dentro de media hora.
—No sé qué haría sin ti —contestó él.
—Y por eso mismo estoy contigo, Halvorsen —contestó ella, con una sonrisa afectuosa—. Y no tengo planeado irme.
—Vamos, no te me pongas cursi, está todo el colegio mirando —rió él en voz baja, el dolor de cabeza un tanto disminuido por la sola presencia de su esposa.
—¿Qué, tienes miedo del "qué dirán"? —canturreó ella en tono burlón.
—No —refutó él, sacándole el frasco de la mano.
—Entonces bésame.
—Por Dios, Schreave...
—Lo que suponía. Y ya no soy Schreave, soy Halvorsen. Cobardeee.... —ella se dio la vuelta con una sonrisita pedante, dando un par de pasos para alejarse.
Ragnar gruñó, puso los ojos en blanco y la alcanzó de una zancada. La atrapó de la cintura y la hizo girar en un ágil movimiento para plantarle un beso en la boca.
—¿Feliz? —enarcó ambas cejas ignorando el dolor.
—Feliz —contestó ella con una pequeña sonrisa—. Cuídate, no rompas nada, no le grites a ningún estudiante y bebe agua.
—Estás como una cabra.
—Así me amas.
No pudo refutar eso y puso los ojos en blanco, observándola irse. Se giró hacia la mesa de profesores, tomó una cuchara de postre sin usar y se llevó a la boca una cucharada del analgésico, rogando por que hiciera efecto antes de que tuviese que dar clase. Evitó mirar a la directora, porque sabía que estaría viéndolo con una ceja enarcada, desaprobando el beso en público. Ya seguro lo mandaría llamar luego.
* * *
—No, señorita Hemsley, así no —corrigió Ragnar. Tomó la mano de la su alumna mientras ella sostenía la varita, y la guió para trazar el dibujo de la runa en el papel—. ¿Ve? La línea va de abajo hacia arriba, no al revés.
Cuando completó la runa Kauna, el trazo destelló un momento antes de desaparecer, y la hoja de papel se encendió en llamas. Ragnar apagó el fuego y volvió el papel a su estado original con un movimiento de su varita, separándose un paso de Mary Hemsley.
—Vamos, inténtelo con el mismo movimiento. Y decisión, por favor. Las runas no sirven si no está decidida.
—Sí, profesor Halvorsen —contestó la niña. El nerviosismo era evidente en su voz. Ragnar suspiró y posó una mano en el hombro de su alumna.
—Vamos, no se ponga mal, no le voy a quitar puntos —concedió, obligándose a imprimir en su voz un tono más amable—. Sólo quiero que mejore y se ponga a la altura del resto del curso. Ha decaído bastante este último mes.
Ella asintió brevemente, él podía sentir su hombro tenso, lo mismo que el resto de su cuerpo.
—Runic scripturam —murmuró ella, con poca decisión. Él no le dijo nada, y la observó trazar la runa sobre el papel con la mano tensa. Cuando la terminó, el papel largó unas volutas de humo nada más, pero era un progreso, y tampoco podía esperar mucho de una principiante aunque le frustrase.
—Muy bien, señorita Hemsley. Cinco puntos para Hufflepuff, de hecho. Aunque la próxima intente poner un poco más de concentración y fuerza. No sólo en la clase de runas, en todas las clases. Si se lo propone, podría llegar lejos, pero sólo si se lo propone. ¿Entiende?
—Sí, señor —murmuró ella. Ragnar volvió a suspirar y se alejó hacia otro pupitre para corregir a Mike Lawler, que estaba poniendo demasiada energía y ya había agujereado el papel con su varita. ¿Por qué no podía tener alumnos normales?
* * *
—Acerca de lo de esta mañana, Ragnar...
—Lo sé, profesora McGonagall —bajó la cabeza, avergonzado.
La insólita risa de Minerva McGonagall le hizo dar un respingo y mirarla, sin saber qué pasaba.
—Por Merlín, Ragnar, hace trece años que dejé de ser tu profesora.
—La costumbre —contestó él, ahora riendo también.
—Volviendo al tema —ella dejó de reír tan súbitamente que Ragnar tragó en seco.
—Lo siento, Minerva, no volverá a pasar.
—No me molesta que sean esposos, ni que la beses, ni nada de eso. Pero por favor no enfrente de todo el colegio. Hay una reputación que mantener, y arrumacos entre dos profesores no es una buena forma de hacerlo.
Estuvo tentado de decir que la culpa había sido de Meralis por provocarlo, pero sabía que McGonagall diría que él no tendría que haber respondido a la provocación. Suspiró y encogió los hombros como si quisiese desaparecer.
—Lo sé. No volverá a pasar. Lo prometo.
—Vamos, Ragnar, no es el fin del mundo. Y no te sientas intimidado porque simplemente yo te hable, ¿puede ser? Soy tu directora, pero ya no puedo quitarte puntos o castigarte como cuando cursabas como estudiante. ¿Tanto miedo me tenías cuando era tu profesora?
—Bastante —admitió él en voz baja. Oyó un resoplido de risa de la mujer.
—No sé si tomar eso como un halago o qué —suspiró ella, y abrió la puerta de la oficina con un gesto de su varita—. Ve, tienes una clase en media hora. Por cierto, estoy muy impresionada con los progresos de tus estudiantes. Pasar la asignatura de Runas Mágicas de teórica a práctica fue algo que nunca había hecho nadie antes, y se nota el cambio desde que empezaste a enseñar el año pasado. Bien hecho.
—Gracias, profesora.
—Minerva.
—Eso mismo.
—Ya, vete o llegarás tarde y me las arreglaré para quitarle puntos a Slytherin —dijo ella. Sonó muy en serio, pero él suponía que era una broma. No se quedó a averiguarlo.
—Buenos días, Minerva —dijo, y salió, cerrando la puerta detrás de él.
* * *
Se sorprendió al encontrar a Mary Hemsley acurrucada detrás del tapiz del cuarto piso. Era un atajo que no muchos usaban, porque no acortaba distancia sino que servía para evitarse escaleras nada más. Ragnar solía tomarlo cuando se sentía cansado o le dolía la cabeza, pero nunca se había encontrado a nadie, menos aún a una chica llorando.
Cerró el tapiz detrás de él para que no llegase ningún curioso, y se puso en cuclillas con un movimiento felino. Mary alzó la cabeza e hipó bruscamente al encontrarse a su profesor a escasos centímetros de ella.
—P-Profesor Ha-Halvorsen... —tartamudeó, poniéndose de pie apresuradamente. Las lágrimas eran evidentes en sus mejillas.
Ragnar la tomó del brazo y la hizo sentarse de nuevo. Se movió para sentarse al lado de ella, entrelazando sus manos y apoyando los brazos en sus rodillas flexionadas.
—Vale, señorita Hemsley, es momento que diga lo que le pasa —amonestó, no sin amabilidad. Ella se había abrazado a sí misma por la cintura y miraba la pared de enfrente del estrecho pasillo—. Viene así hace un mes, bajando sus notas, no prestando atención en clases, con ojeras... Creí que era cansancio, ahora veo que también es llanto. Y de todos modos, una chica de catorce años no tendría por qué estar tan cansada. ¿Qué le sucede?
—No lo sé —contestó ella, volviendo a taparse la cara con las manos.
Infló las mejillas y dejó salir el aire lentamente por sus labios apretados para calmarse y pensar en claro.
—No lo sabe. Bien. ¿Cómo anda su relación con sus profesores?
Ella se encogió de hombros.
—Vale. ¿Amigos?
Se volvió a encoger de hombros.
—¿Familia?
No hizo nada. Había dado en el clavo.
—¿Tiene problemas con su familia?
Ella se largó a llorar de nuevo con el rostro escondido en sus manos. Esto iba a ser difícil.
—Puede contarme, señorita Hemsley. Sólo quedará entre nosotros dos. Yo tuve problemas con mi familia en el pasado, puedo entenderla.
Ella dejó de llorar un poco, pero no contestó. No le tenía confianza, eso era lo más probable.
Suspiró y echó la cabeza atrás, apoyándola en la pared.
—Vale, no me diga nada a mí, pero creo que debería decirle a la directora McGonagall, o al señor Williams, ya que es el jefe de su casa.
Mary se sorbió la nariz y levantó la cabeza, pero se quedó mirando la pared contraria del pasillo, sin hacer contacto visual con Ragnar. Él no insistió, sólo se quedó en silencio, y finalmente ella extendió su brazo derecho y arremangó la túnica, descubriendo la piel. No lo miró en ningún momento, pero él podía ver las lágrimas en sus mejillas coloradas.
Luego miró el brazo de la muchacha y dio un respingo. Sintió un gusto amargo en la lengua.
—¿Por qué? —preguntó, tomando con suavidad el brazo de Mary para exponer las cicatrices con más claridad. Eran casi tantas como las de él.
Ella retiró el brazo bruscamente y volvió a taparlo con la manga. Se abrazó a sí misma por la cintura de nuevo. Sin embargo, él podía sentir que la tensión de su cuerpo se había relajado bastante, como si haberle mostrado eso hubiese sido un alivio de alguna manera.
—Usted vive con su padrastro, ¿no es así? —preguntó el profesor.
—Sí —contestó ella finalmente con la voz quebrada.
—¿Cómo es su relación con él?
Ella no contestó.
—Nadie sabrá, lo juro. Puede decírmelo con confianza.
No dijo nada.
—Sólo diga que sí o que no con la cabeza, si quiere. ¿Se lleva bien con él?
Ella negó con la cabeza.
—¿Él la obliga a hacer cosas que usted no quiere?
Mary asintió lentamente.
—¿La golpea?
Ella volvió a asentir. Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla.
—¿Ha cometido abuso sexual?
Mary se sorbió la nariz, y para consternación de Ragnar, asintió de nuevo. Tuvo miedo de hacer la siguiente pregunta.
—¿Usted está embarazada?
Sintió que se le iba un gran peso de encima cuando ella negó vigorosamente con la cabeza. Un problema menos.
—¿Él la ha amenazado con hacerle algo si usted le dice a alguien?
—Sí —dijo ella finalmente.
—Ha hecho bien en decirme, señorita Hemsley. Él no podrá hacerle nada. Para cuando se entere de que usted le dijo a alguien, ya estará detenido por el Ministerio.
—P-pero no quiero que to-todos sepan —sollozó ella.
—Nadie sabrá, sólo yo, y los que sean necesarios, como la directora McGonagall y las autoridades pertinentes del Ministerio.
—¿No le dirá a n-nadie de esto? —movió su brazo, indicando sus cicatrices.
Ragnar suspiró y bajó la mirada. Cerró un momento los ojos, y luego de un segundo de duda, se decidió y subió la manga de su propio brazo. Deshizo la metamorfomagia que ocultaba sus cicatrices, algo que no hacía hace tiempo.
—¿A usted le parece que diré algo? —contestó con suavidad. Pudo notar cómo ella abría mucho los ojos al ver los cientos de marcas desvaídas pero evidentes que recorrían el antebrazo del profesor. Chasqueó la lengua y volvió a ocultarlas con su poder de metamorfomago antes de bajar la manga hasta su muñeca.
Ella no dijo nada, pero él sabía que se moría por hacer la pregunta, así que contestó al silencio.
—Ciertos problemas mentales. Estuve internado en San Mungo gran parte de quinto año porque la cosa se volvió grave. Depresión, estrés postraumático, problemas del control de la ira... Luego volví a estar internado en séptimo, por eso me gradué un año más tarde. Pero ya es agua pasada, tuve tratamiento psicológico, y fui aprobado por la directora McGonagall para trabajar aquí, así que no es problema.
Ella se veía bastante nerviosa, pero asintió.
—No le diré a los alumnos sobre lo de usted. Luego lo hablaré con la directora, pero no pasará al cuerpo estudiantil. Quédese tranquila. Su padrastro será arrestado pronto, y le encontraremos otro hogar a usted para las vacaciones. ¿Le parece bien?
Ella no contestó. Un momento después, lo estaba abrazando por la cintura con todas sus fuerzas. Ragnar dio un respingo otra vez y luego posó una mano en la espalda de Mary, dando un par de palmaditas.
—No se preocupe, todo estará bien. Ahora vaya, lávese la cara, y tome —la separó de él para sacar un trozo de pergamino del bolsillo y una pluma auto-recargable, y garabateó un par de líneas antes de firmar—. Déselo a la profesora Schreave, es un permiso de llegar tarde a la clase.
—G-gracias, profesor Halvorsen —Con las mejillas tensas por las lágrimas ya secas, Mary le sonrió de oreja a oreja, tomando la nota.
—Y espero que en la próxima clase logre prender fuego al papel. Humo no es suficiente, señorita Hemsley, no para alguien que lleva un curso y dos meses estudiando mi asignatura —amonestó, poniéndose de pie con un movimiento elegante.
—Lo siento, profesor.
—Vamos, ya tiene un mejor futuro, aprovéchelo. Buenos días, señorita Hemsley —saludó, y giró sobre sus talones, alejándose por el pasillo. Un rayo de luz relumbró cuando Mary se escabulló a través del tapiz en la dirección opuesta.
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