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Capítulo dos: La auror

No comió durante ese almuerzo. La cabeza le había vuelto a doler de forma insoportable aunque tomase el analgésico de Meralis, y sabía que no se le pasaría porque el dolor era provocado por la rabia en este caso, no por la cercanía de la luna llena.

Meralis, sentada al lado suyo, no dijo nada durante toda la comida, pero él podía sentir su atenta y preocupada mirada sobre su persona aunque no la viese.

Su cabeza seguía dándole vueltas y vueltas y vueltas a Mary Hemsley. Catorce años. Una niña de catorce años abusada sexualmente por su padrastro. ¿Qué clase de cosa era esa? Estaban a dos meses de empezar el siglo veintiuno, y las personas eran peores que los malditos hombres de las cavernas. La cabeza le iba a explotar si seguía así.

—Ragnar... —dijo su esposa en voz baja, posando su mano morena en el brazo de él. Ragnar tensó la mandíbula.

—Estoy bien, se me pasará —contestó. Puso su mano sobre la de ella para darle un ligero apretón cariñoso, se puso de pie y salió del Gran Comedor sin mediar más palabras, sintiendo los ojos oscuros de su mujer clavados en su espalda hasta que atravesó la puerta.

* * *

La clase de los estudiantes de quinto año fue básicamente un desastre. Ragnar no lograba concentrarse, y los alumnos se confundieron aún más. Terminó quitándole cincuenta puntos a Marius Meyer, de Ravenclaw, sólo porque el chico se atrevió a preguntarle si se sentía en condiciones de dar clase ese día. Volvió a añadir esos cincuenta puntos a Ravenclaw un par de minutos más tarde, pidió disculpas y se fue del aula dejándolos a todos sin entender nada.

Se encerró en la sala de profesores y se dejó caer en uno de los sillones junto al fuego. No duró ni dos minutos ahí. Se puso de pie, enlazó las manos detrás de su espalda y caminó como un predador alrededor de la habitación, furioso e inquieto.

Lo único que veía todo el tiempo frente a sus ojos era el brazo de Mary y la forma en que ella lloraba. Nadie debería pasar por eso, y hablaba por experiencia. Tenía la gran tentación de viajar por polvos Flu hasta la casa del padrastro de Mary, y golpearlo hasta que quedase irreconocible.

Tenía los puños cerrados y el ceño fruncido. Su metamorfomagia se había descontrolado con la ira, y había modificado sus facciones a placer siguiendo sus encendidos sentimientos. El cabello rubio se había vuelto rojo sangre, igual que sus ojos, usualmente verdes. Un continuo y vibrante gruñido sacudía su garganta, y su mueca de rabia dejaba ver dos perfectos y afilados colmillos. Estaba tenso como una cuerda, y todo su instinto le decía que atacase a matar a ese hijo de puta que había dañado a una de sus alumnas. Hacía tiempo que no le salía la vena de ira así; había logrado tener un cierto control sobre su enojo con el pasar de los años, pero esto era algo que superaba el límite de su autocontrol.

La puerta se abrió antes de que pudiese sentirlo.

—Por las calzas de Merlín, Halvorsen, ¿qué te pasa?

Steve Williams, celador y voluntario de enfermería, jefe de Hufflepuff y mejor amigo de Ragnar, alzó ambas manos en un gesto de rendición al verlo. Sus ojos azules lucían confundidos y divertidos al mismo tiempo. Con una sacudida de cabeza, Ragnar obligó a su cuerpo a volver a su aspecto normal.

—Estoy molesto.

—Eso puedo verlo. ¿Ahora por qué es? ¿Por la luna llena que se viene?

—Eso me pasa todos los meses, no.

—¿Entonces?

Abrió la boca... Luego la cerró y negó con la cabeza.

—Nada.

—Por "nada" no te vuelves psicópata. Anda, dime.

—No, nada —gruñó Ragnar. No quería hablar del tema. Pasó por al lado de Williams y salió de la sala dejándolo atrás.

* * *

Se intentó calmar y pidió una poción tranquilizante a Madame Pomfrey antes de ir a su siguiente clase a la tarde. Los músculos se le relajaron a la fuerza, aunque la rabia aún hervía dentro de él. Se obligó a mantenerse tranquilo mientras daba clase, no gritó a nadie, no quitó puntos y no rompió nada, aunque ganas no le faltaban. Corrigió deberes, dio dos clases más de Runas Antiguas a diferentes casas y cursos, y luego fue a cenar al Gran Comedor. El enojo se había ido calmando un poco por la rutina, pero seguía estando tenso y desconcentrado.

Meralis no estaba en el comedor, como todas las cenas. Ella siempre se iba de Hogwarts apenas terminaba su última clase, para dar de cenar a Draupnir y Raj y bañarlos antes de que Ragnar llegase. Él se quedaba en Hogwarts hasta que todos los estudiantes de Slytherin se habieran ido a la cama, porque eso era lo que le correspondía como jefe de la casa.

Cenó de forma consistente porque la falta de almuerzo le hacía rugir el estómago, se despidió de la directora, los profesores y de Williams, y supervisó que todos los Slytherins regresaran a su Sala Común.

Recogiendo sus cosas, echó un puñado de polvos Flu en la chimenea de la sala de profesores y se metió dentro de las llamas verdes, pronunciando la dirección de Hogsmeade donde vivía con su familia durante el año escolar. Después un mareante y corto recorrido a través de ceniza, sus pies tocaron suelo firme y salió con toda la elegancia posible de la chimenea de su estudio en su casa, llenando la alfombra de ceniza.

Antes de que terminase de quitarse la ceniza de encima con un hechizo, oyó el correteo de pequeños pies sobre el suelo de madera, y un par de segundos más tarde dos personitas lo taclearon a la altura de las rodillas. No hizo ningún esfuerzo por mantenerse de pie, y se dejó caer, con las piernas inmovilizadas y una carcajada en sus labios. Aterrizó sobre sus manos y se dejó resbalar hasta quedar tirado en el suelo, para que sus hijos pudieran treparse a él.

—¡Piedad! —rogó, en medio de una risa— ¡Sálvame, Draupnir! ¡Tu hermano me está matando!

—¡Peso cien kilos! —amenazó Raj, asegurando la afirmación con su mano, que aplastó la nariz de Ragnar con todo su peso.

—Mentira, pesas quince kilos y medio —canturreó su hermana, obligándolo a quitar la mano de la nariz de su padre—. Si pesaras cien kilos, no podrías moverte.

Raj le sacó la lengua, y antes de que Ragnar reaccionase, le arrebató la varita de la mano y se escapó por la puerta.

—¡Cariño! —gritó Ragnar, sin hacer ningún esfuerzo por levantarse para perseguirlo— ¡Meralis! ¡Raj tiene mi varita! ¡Fíjate que no prenda nada fuego!

Se incorporó, atrapando a su hija mayor por la cintura para alzarla en volandas y sentarla sobre sus hombros. A pesar de tener siete años, Draupnir era delgada y muy liviana, al contrario de Raj, que con sus cuatro años pesaba como una bolsa de piedras.

Salió de su estudio sujetando las piernas de su hija para que no se cayese, y agachándose para que no se golpeara la cabeza con el dintel de la puerta. Meralis apareció en la puerta de la cocina, llevando a un pataleante Raj bajo el brazo, y la varita de Ragnar en la otra mano.

—¿Prendió fuego algo? —inquirió Ragnar.

—Hizo volar a Fergus.

—¡Gato! —exclamó Draupnir— ¡Se llama Gato!

—¡Se llama Fergus Sonidus Attackepeck IV! —chilló Raj.

El bicho en cuestión salió disparado de la cocina. Ragnar dejó a Draupnir en el suelo para que fuese a consolar al pobre animal, y Meralis hizo lo mismo con Raj, no sin darle antes una ligera palmada en el trasero a modo de castigo.

—Es Gato —aseguró Ragnar, yendo hacia su esposa.

—Fergus Sonidus Attackepeck IV.

—Es un nombre ridículo para un gato.

—Ah, ¿y el de ustedes qué?

—Es perfecto. Un gato llamado Gato. Brillante.

—Fergus.

—Gato.

—Fergus.

—Gato.

—Gato.

—Fergus —retrucó Ragnar, antes de darse cuenta de la trampa.

—¡Ja!

—Cállate —le sacó la varita de la mano y la guardó en su bolsillo. Sin embargo, una sonrisa apareció en sus labios.

Meralis se puso en puntas de pie para plantarle un beso en la boca, con una mueca de satisfacción. Ragnar respondió el gesto abrazándola por la cintura y acariciando con las puntas de los dedos la mejilla morena de su esposa.

Draupnir volvía en ese momento por el pasillo, con el gato asegurado entre sus pequeños brazos. Raj venía a la zaga, haciendo ruido de explosiones y turbinas de avión. En cuanto cayó en la cuenta de lo que hacían sus padres, dio media vuelta sin dejar de hacer ruidos, y huyó hacia su habitación, mezclando ahora las explosiones y turbinas con ruidos de pavo y sirenas de policía.

—Raj está como una cabra —aseguró Draupnir, acercándose y metiéndose entre sus padres con total naturalidad, haciéndolos separarse y cortando el beso.

—¿De verdad? No lo había notado —contestó Meralis, divertida.

—Hay que llevarlo al manicomio. Que se lo lleven los Aurores y le arreglen el cerebro.

—Los Aurores no arreglan cerebros, querida —dijo su madre.

—¡Sí! ¿Cómo que no? Tía Isabel me lo dijo. Dijo que ella puede arreglar el cerebro de cualquiera, y ella es Auror.

Ragnar dejó de escuchar después de eso. Isabel Illeá de Black. Auror. Autoridad.

—Mer, estaré en mi estudio usando polvos Flu —dijo, y se dio media vuelta, dejando a su mujer y su hija conversando cosas sin sentido.

* * *

El marido de Isabel fue quien recibió a Ragnar cuando se apareció en el comedor de la casa Black a través de la chimenea.

—Buenas noches, Ragnar —enarcó las cejas, alzando la mirada del periódico que leía.

—Altair —Ragnar inclinó la cabeza a modo de saludo.

—Si estás buscando a Isabel, estaba haciendo dormir a Sirah.

—¿Ragnar? —Isabel apareció escasos segundos después—. Oí tu voz. Ahí se durmió —le dio una cálida sonrisa a Altair antes de volverse hacia Ragnar—. ¿Todo bien? ¿Qué te trae a estas horas?

—Algo complicado —dirigió una mirada de duda a Altair, y este alzó las manos.

—Ya me voy.

—No despiertes a Sirah, ya voy contigo cuando termine de conversar —dijo Isabel, dándole un ligero beso cuando Altair pasó a su lado y salió del comedor.

—Puedes decirle luego, probablemente quede involucrado él también, pero me siento más cómodo hablando contigo a solas —explicó Ragnar.

—No hay problema —la mujer asintió con la cabeza.

—Le ibas a decir de todos modos, ¿no? —él esbozó una pequeña sonrisa.

—Por supuesto, es mi esposo.

—Totalmente de acuerdo.

Isabel rió y corrió una silla, invitándolo a sentarse y haciendo ella lo mismo.

—Cuéntame. ¿Cuál es el problema?

Él se sentó con un suspiro. Le costó comenzar, siempre le costaba romper el hielo, pero al final lo largó.

—Es sobre una chica que asiste a las clases optativas de Runas Antiguas. Va a cuarto año, es Mary Hemsley, de Hufflepuff.

Isabel se puso un mechón de su largo pelo rubio detrás de la oreja, asintiendo a modo de mostrar que prestaba atención. Él carraspeó y evitó mirarla al seguir hablando, tanto porque le daba cosa hablar de eso, como porque aunque él fuese fiel a Meralis, Isabel tenía un atractivo sencillo y delicado que ningún hombre podía ignorar, y eso lo desconcentraba aún más.

—Ha estado decayendo en sus notas y ánimo durante este último mes, y hoy me la encontré llorando detrás de un tapiz cuando entré para tomar un atajo. Me senté con ella y le pregunté qué pasaba. A modo de cuestionario, le pregunté cómo le iba con sus profesores y con sus amigos, y se encogió de hombros, pero cuando le pregunté sobre su familia se largó a llorar. Aunque le dije que podía confiar en mí, no parecía dispuesta a hacerlo, así que le sugerí que lo hablase con McGonagall o con Williams. Él es jefe de Hufflepuff desde que la profesora Sprout decidió que él era mejor líder después de la batalla de Hogwarts.

—Sí, me lo contó Mer —asintió Isabel, reclinándose en el respaldo de la silla—. ¿Y? ¿Qué hizo Mary?

—No dijo nada pero me mostró su brazo.

—¿Y? —preguntó la mujer, aunque sonaba como si supiese lo que iba a decir.

Ragnar se dio un golpecito con las puntas de los dedos en su propio antebrazo.

—Igual al mío.

—Oh, Dios —Isabel negó con la cabeza, arrugando la nariz y el ceño en una mueca de pena.

—Ahí pude averiguar lo que le pasa. Ella vive con su padrastro. Él amenazó con hacerle daño si ella le cuenta a alguien, pero no voy a dejar que eso pase ahora que me lo dijo a mí.

—¿Abuso?

—Sexual. Y golpes. No sé durante cuánto tiempo ha estado en esta situación. Le prometí que el hijo de puta sería arrestado y que ella tendría un nuevo hogar. Y que no le diría a nadie que no fuese necesario. Obviamente McGonagall debe saber, y le diré a Williams, ese tipo es lo mejor que puede existir en estos casos, se encargará de que ella recupere la confianza en sí misma. Mer también va a saber, a ella no le guardo cosas, y si se las guardara, le dirías tú, te conozco —recibió una sonrisa cómplice de Isabel al decir eso, y un asentimiento de cabeza—. Altair claramente también se va a enterar, tanto porque le dirás tú como porque seguro termina involucrado en la parte burocrática del asunto.

—No tendrá problema en ser el abogado de Mary cuando el caso sea llevado al tribunal —aseguró Isabel, poniéndose de pie. Ragnar la imitó—. Yo me encargaré personalmente del abusador. Hay tiempo, porque Mary no volvería a su casa hasta Navidad, y para ese entonces, él estará bajo llave bien seguro. Llevaré el caso al Departamento de Aurores mañana, de todos modos. Cuanto más rápido saquemos a un energúmeno de la sociedad, mejor.

—Eres genial, Isa. De verdad que lo eres —Ragnar le dio una amplia sonrisa de gratitud. El enojo y los nervios se habían ido del todo ahora que se lo había dicho a la persona en la que más confiaba para estos casos. Una de las personas que más confiaba para todo, en realidad.

—No te preocupes, para eso estoy —la Auror le dio una de sus brillantes sonrisas habituales—. Sacando el tema de Mary, ¿cómo estás tú?

—Bien, hoy perdí control de mi metamorfomagia y le quité cincuenta puntos a un alumno por hablarme. Luego se los devolví, no me grites —agregó rápidamente—. Lo de Mary me tuvo irascible, mezclado con el dolor de cabeza habitual.

—Eso es por la nueva poción, ¿no?

—Sí, es mejor que la matalobos en cuanto a que no me transformo en luna llena, pero es una porquería porque me siento mal durante todo el mes, y muchísimo peor antes y después de la luna llena.

—Pero no transformarse lo vale todo.

—Exacto.

—Mer es brillante. Creo que planean darle una Orden de Merlín o algo así por ese descubrimiento.

—Totalmente de acuerdo. Lo merece.

Se miraron con calidez y sendas sonrisas antes de que ella lo estrujase en un abrazo. Ragnar apoyó la barbilla en su hombro. Él era mucho más alto que ella, pero Isabel usaba tacones de infarto y quedaba más o menos a su mismo nivel. Ella siempre olía a jazmines, desde que la había conocido.

—Eres una ternura, Rag —dijo ella, haciéndolo soltar una risa.

—¿Ternura, yo?

—Sí. La forma en que te preocupas por Mary. Por todos tus alumnos en general, por toda la gente. A mí no me engañas con tu fachada de chico malo. Y a esta edad ya no puedes fingir ser un adolescente gruñón, ya pasaste los treinta.

—Estamos viejos.

—Yo aún no me considero vieja con treinta y pico —Isabel se separó de él y echó el pelo atrás con su mano en un gesto de diva.

—Porque tú siempre eres preciosa.

Ella se rió.

—Te oye Altair y te reta a un duelo.

—Por eso no me oirá.

Ella volvió a reírse con él y le plantó un beso en la mejilla antes de que pudiese reaccionar.

—Vamos, Mer debe estar esperándote y tienes cosas que contarle. Mañana llevaré el caso al Ministerio y te mantendré al tanto.

—Gracias, Isa.

—Todo por ti, Rag.

Con una cálida sonrisa, él fue hasta la chimenea y echó un puñado de polvos Flu en las llamas. Pronunciando la dirección de su hogar, se metió en el fuego verde.

Mañana sería un día mejor para todos.

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