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El comienzo


Conducía por las calles de Nueva York, con un nubarrón de emociones más negras que las que se asomaban por el cielo. Ya había anochecido, y la lluvia no tardó en llegar, haciéndolo gruñir de rabia, la cual se acumulaba en su interior, burbujeando en su pecho, anhelante por salir.

Estaba recién despedido, y desempleado del mejor trabajo jamás deseado por la mayor nimiedad dicha, ahora le tocaba regresar a su casa, con una triste caja con sus pertenencias de su antigua oficina y un sentimiento tan amargo que podría compararse metafóricamente con una patada en el trasero.

El limpiaparabrisas no hacía bien su trabajo, y la incesante lluvia tapaba su vista, además de su cabeza nublada por su ira. Tal vez no había sido muy buena idea conducir en ese estado en el que sus emociones le controlaban, pero en ese preciso momento la razón había perdido la batalla.

Hasta que una persona se cruzó en su campo de vista, en realidad, se cruzó en su camino. Frenó de manera tan brusca que habría salido disparado por el parabrisas de no ser por el cinturón de seguridad.

Por suerte la persona de fuera no fue afectada, al menos, lo que él quiso creer. Había frenado a tiempo para no matarla, pero podría ser que la hubiera hecho daño.

Bajó del coche para comprobarlo, asustado por la idea de haber atropellado a alguien, y se maldijo por su falta de cuidado.

Al salir a toda prisa del coche encontró a una chica, una chica preciosa, a decir verdad, pero ese no era momento para fijarse en esas cosas.

Se agachó a su lado, con el ceño arrugado de preocupación.

- ¿Estás bien? – gritó por encima del sonido de la lluvia al chocar contra el asfalto.

Ella aturdida no reaccionó.

Puso su cabeza en su regazo intentando hacer que tuviese una respuesta por su parte. Comprobó sus latidos: estables pero lentos, escuchó su respiración, la cual era baja. Sacó su móvil y encendió la linterna, abrió sus ojos entrecerrados y comprobó con satisfacción que sus pupilas se dilataban correctamente.

Aliviado la cogió en brazos, dispuesta a llevarla al hospital él mismo por si acaso había dañado algo interno o tenía una conmoción o derrame cerebral.

Sabía de primera mano que las ambulancias en Nueva York estaban saturadas de llamadas y que tardaban en acudir años, así que, arrancando el coche, esta vez con más cuidado, y dejándola con delicadeza apoyada en el asiento de copiloto y con el cinturón puesto condujo al hospital más cercano: el suyo. En el que había trabajado tres largos años y del cual acababa de ser despedido.

- ¿Quién eres? – empezó a reaccionar la chica, todavía conmocionada por el golpe que había recibido en la cabeza al caer al suelo por el leve empujón del coche en su cuerpo - ¿A dónde me llevas?

-Al hospital, físicamente pareces estar bien, pero me quiero asegurar por si acaso.

Ella empezó a entrar en pánico. Su respiración antes calmada ahora se volvió errática e irregular.

-No, no puedo ir allí. No puedo – empezó a negar con la cabeza. Con el miedo palpable en su mueca de pánico.

- ¿Por qué no? ¿Qué sucede? – preguntó asustado de que le haya pasado algo más.

-Por favor, no me lleves allí. Por favor no – suplicó haciéndose un ovillo en el asiento, totalmente vulnerable.

-Oye – intentó buscar su mirada – mírame – ella obedeció – ¿Cómo te llamas?

-Soy Avery.

-Bien, Avery, cálmate, no te llevaré al hospital ¿vale? Pero tranquilízate – la chica castaña lo miró con sus enormes ojos color chocolate asustadizos – respira – hizo lo que le pidió calmando su respiración y los latidos de su corazón, que bombeaba en su pecho como un caballo al galope – muy bien – dijo conciliador – buena chica.

Minutos después se había relajado, notando por fin que estaban aparcados a un lado de la carretera, bien lejos del hospital. Había cumplido con su palabra.

Suspiró aliviada.

-Gracias – agradeció que la hubiera hecho caso.

-No todos los días se agradece que te atropellen, así que me lo tomaré como algo excepcional, me siento honrado por ello – bromeó, intentando quitar un poco de tensión al asunto. Lo logró.

Y también consiguió sacar una sonrisa a la preciosa castaña sentada al lado suyo. Eso sí que fue un logro.

- ¿Cómo te encuentras? – preguntó al rato.

-Bien, un poco mareada, pero bien.

-Te has dado un buen golpe. Menos mal que he frenado a tiempo, si no, no quiero ni imaginar lo que habría pasado. – la contempló unos instantes – no sabes cuánto lo siento.

-Tranquilo – hizo un gesto con la mano para quitarle importancia – ha sido un accidente, no pasa nada. A menos que me digas que ibas con el móvil o distraído, ahí sí me enfadaría.

Él soltó una risa por lo bajo.

-No, no iba con el móvil. Puedes estar tranquila.

-Entonces no hará falta hacer lo que tenía planeado.

- ¿Y cuál es ese maléfico plan si se puede saber, señorita?

-Una cruel venganza para enseñarte modales y una buena lección.

-Dios me salve de eso.

Los dos se miraron unos instantes, para luego estallar en carcajadas.

-Me alegra que te encuentres bien. Me salva de un posible infarto por miedo o estrés.

La chica de ojos chocolate soltó una risilla.

-Y a mí de morir atropellada, no sé cuál de los dos es peor.

-Desde luego tu caso.

Intercambiaron miradas una vez más para que luego Stephen encendiera el motor y se incorporara a la carretera.

- ¿Dónde vive la bella dama?

-En la facultad de medicina, pasado tres manzanas.

-Tenemos entre nosotros una futura médico, señores.

Ella sonrió risueña.

- ¿Y tú? ¿Qué estudias? – no parecía ser mucho más mayor que ella, tal vez un año o dos.

-En realidad trabajo, o bueno, lo hacía. Justamente en el hospital al que te iba a llevar, era médico. Tienes ante ti a un recién desempleado.

-Lo siento.

-No es tu culpa.

-Lo sé, pero en ocasiones como esta uno siempre se disculpa. Nunca logro entender por qué.

-Ni yo – volvieron a conectar miradas, para acto seguido los dos romper el contacto visual.

-Te tomaba por alguien joven. ¿Cuántos años tienes?

-Treinta y seis, ¿y tú?

-Veinticuatro – entonces recordó que estaba montada en el coche de alguien del que no sabía ni su nombre - ¿Cómo te llamas?

-Disculpa mis modales. Soy Stephen Rogers, para servirla señorita.

-Encantada, Stephen Rogers.

-Lo mismo digo señorita Avery.

La nombrada se fijó en la carretera, ahí fue cuando notó que no se estaban dirigiendo a su facultad.

- ¿A dónde vamos?

-A mi casa. – al ver su reacción añadió – Tranquila, si no quieres entrar te puedes quedar en el coche. Pero ya que no quieres ir al hospital al menos déjame asegurarme de que estás bien. Por un golpe en la cabeza podrías tener un derrame cerebral, esto es algo serio, y no pienso llevarte a la facultad hasta saber que estás completamente bien.

-Eres un encanto, pero estoy bien, de verdad.

-Avery – dijo su nombre con seriedad – esto no es un juego. Tú estudias medicina tendrás que saber mejor que nadie que encontrarse bien no significa estarlo.

Rendida suspiró y dejó caer su espalda contra el respaldo del siento, cruzada de brazos.

-Bien, pero solo porque no tienes pinta de ser un psicópata. Como tengas una mínima intención de matarme primero te daré una merecida patada en esa zona y después llamaré a la policía. ¿Claro?

-Como el agua.

Llegaron a la zona más lujosa del barrio, donde las casas eran mansiones y la gente se bañaba con billetes.

- ¿Aquí vives? – preguntó sorprendida.

- ¿Impresionada? – preguntó pedante.

-Ni un poco – cerró la boca, la cual se había abierto ligeramente por la estupefacción, para hacer su mentira un poco más creíble.

-Entonces límpiate la baba – hizo un gesto señalando su barbilla.

-Muy gracioso – refunfuñó rodando los ojos.

Entraron con el coche al aparcamiento, el cual consistía en un camino rodeado de flores y plantas con una fuente en el centro, más allá de esta, una plaza para vehículos.

Era un jardín. Uno precioso. Al fondo se levantaba una enorme construcción. Era una mansión que hacía de casa, con enormes ventanas y cristaleras, y por lo menos dos pisos.

La ayudó al bajar del coche, por muchas veces que le repitiera que no necesitaba su ayuda, y la condujo por el paseo hasta la casa.

-Si sigue poniendo pegas me veré obligado a llevarla en brazos al estilo princesa, señorita.

-Entonces yo me veré en mi obligación de darte un buen golpe ahí abajo.

-Eres muy propensa a usar ese punto débil como centro de todos tus golpes ¿cierto?

-Dependiendo de quién me haga sacar mis habilidades en la lucha.

-Ya veo, tu audacia te precede.

-Gracias, mi cordial caballero – bromeó.

-No hay de qué, mi lady – le siguió el chiste.

Llegaron a la entrada principal, donde giró la llave y entró. Pero antes de hacerlo la miró por encima del hombro.

-Si no quieres pasar no hay problema. Te puedes quedar en el banco del jardín. Entiendo que no confíes en un desconocido.

-Tranquilo, llevo mi espray de pimienta en el bolso, si intentas algo tus ojos se verán perjudicados – dijo con sorna, pero no mentía, y por si acaso lo tenía bien cerca suya – y por supuesto tus partes nobles.

-Ya me empezaba a extrañar que no me amenazases con dejarme sin descendencia.

-Por quién me tomas, te dejaría sin...

-Mejor dejemos el tema para luego. – empujó la puerta para que se abriera y se hizo a un lado – Después de ti, señorita.

Con su mejor sonrisa inocente cruzó la entrada, para quedar impactada por lo que había en su interior. La mansión era tal y como la imaginaba que sería al ver su fachada en el exterior, pero por dentro era aún más exquisita.

Con la boca entreabierta contempló todo: suelo de madera de roble, columnas de mármol con enredaderas subiendo por estas, estanterías con libros de medicina en el salón y a la derecha una enorme cocina. Enfrente las escaleras que llevaban al segundo piso donde suponía que estarían las habitaciones, y más allá de estas una sala con material médico y demás instrumentos.

Era el paraíso del lujo.

-Bien, puedes ir sentándote en el salón, yo iré a por los materiales y ahora vuelvo – dijo sacándola de su asombro.

La condujo a la sala, donde dos enormes sillones estaban posicionados alrededor de una chimenea sin fuego. Y al lado derecho las estanterías que tanto la habían impresionado al entrar.

Le ofreció te o algo para almorzar, lo cual rechazó con amabilidad, y una vez sentada esperó a que regresara.

Al rato volvió con una indumentaria que casi hace que caiga de culo al suelo si no fuera porque estaba sentada.

-Ya he vuelto – dijo dejándolo todo a un lado, luego se fijó en el fuego apagado – disculpa, tendrás que estar muriéndote de frío, calentar una casa grande no es tarea fácil.

Atizó el fuego para avivarlo, y le pasó una manta por encima a la chica.

-Bien – habló de nuevo – no sé qué ha hecho que te pongas así con el tema del hospital, tampoco voy a preguntar porque no me incumbe, pero si hay algo de aquí a lo que tengas miedo avísame e iré con cuidado. Simplemente te voy a hacer un par de pruebas para ver que tal la cabeza o los huesos y luego podrás irte a tu facultad tranquila.

Ella asintió agradecida por su compresión, lo último que quería en esos instantes era hablar de eso, en especial con un extraño.

Empezó por tomarle la temperatura y medirle las pulsaciones. Cuando se puso el estetoscopio tragó saliva, nervioso, se tuvo que recordar que había hecho eso millones de veces, pero por algún motivo estaba actuando como la primera vez.

-Súbete un poco la camisa por favor – pidió con la vista fija en la estantería del fondo, contando los centenares de libros que tenía.

Ella hizo lo que le indicaba, subiendo los extremos hasta llegar a su pecho, y tragó saliva, nerviosa igual.

El contacto frío del instrumento le causó un escalofrío al entrar en contacto con la piel de su pecho.

-Inspira – pidió – expira.

Tener la mano tan cerca de esa zona le ponía nervioso a niveles incalculables, requirió de mucha concentración para medirle los latidos.

-El corazón te va muy rápido – habló de nuevo – relájate.

Avery lo intentó, realmente lo hizo, pero tener a un joven tan atractivo a tan poca distancia suya y estar en una situación como esa no ayudaba nada a sus nervios. Agradecía la poca iluminación del lugar porque de no ser así su sonrojo sería muy notorio.

Por otro lado, el chico repitió la acción, pero tomándole las pulsaciones en la espalda, y al acabar pasó al resto de pruebas.

- ¿Vas bien? – preguntó para cortar el silencio y también asegurarse que hasta ahora nada le había provocado el pánico de antes en el coche.

-Sí, no pasa nada.

-Puedes contarme algo mientras – propuso para no hacer tan tedioso el momento – si quieres claro.

- ¿Qué quieres que te cuente?

-Algo de ti. Qué te gusta hacer, cuáles son tus sueños, tus metas, tus deseos... Háblame de lo que sea.

-Muy personal para empezar a entablar una conversación con un completo desconocido.

-Tienes razón, lo siento – se disculpó avergonzado.

-No importa – observó como el chico miraba una máquina que tenía conectada a ella muy concentrado, luego decidió hablar – me gusta pintar, y también leer. En mis tiempos libres salgo a correr para desfogarme y adoro escuchar música. – luego hizo una pausa para preguntar - ¿Y tú?

-Me apasionan las matemáticas y la arquitectura. Habría sido arquitecto si no tuviera un don con la medicina. De todos modos, sigo creando, en mis ratos libres, que no son muchos, hago planos o diseño ciudades. Me gustan los deportes, en especial el rugby, y también leer.

- ¿Por qué no escogiste ser arquitecto? – preguntó mientras él le tomaba la tensión – se te podría haber dado muy bien.

-Me metí en la carrera de medicina por mi padre, tiempo después seguí por mí mismo. Era muy bueno en lo que hacía y me gustaba ayudar a la gente, así que me quedé. Era mejor dejar la arquitectura como ocio y no convertirlo en mi trabajo de vida.

-Entiendo.

- ¿Y qué hay de ti? ¿Por qué te has metido en la carrera?

-Al principio quería ser escritora. Escribir es mi gran pasión y mi sueño era convertir eso en algo más allá que un entretenimiento, quería enseñar algo, transmitir lo que sentía al mundo. Que mis libros los hiciesen pensar, replantearse cosas. Pero salió desastrosamente mal.

-De la literatura a la medicina es un gran cambio, ¿Qué pasó?

-La vida, eso pasó. Llegué a publicar un par de libros, pero con ellos no conseguí el suficiente dinero para tener de comer, y, aunque hiciese algún trabajo más, necesitaba sacarme una buena carrera. La de medicina era la opción más difícil pero la mejor. Probé a entrar y resulta que me encanta. Este es mi segundo año.

-Me alegra que escogieras medicina, te ayudará mucho. ¿Sigues escribiendo?

-Normalmente sí, aunque la universidad es muy dura, es difícil tener tiempo libre.

-Imagínate siendo doctor – sonrió divertido.

-Por favor, no me lo recuerdes.

Los dos soltaron una risa.

-Entonces, mi lady – bromeó de nuevo – ¿tendría el honor de leer alguna de sus historias?

-Ya veremos – continuó la broma.

-No me hagas rogar por dicho placer.

-Por mucho que quiera verte rogar – dijo con malicia y diversión en su mirada – me apiadaré de ti, mi lord.

- ¿Eso es un sí?

-Es un tal vez.

-Con eso me basta.

Así estuvieron durante horas. Puede que las pruebas hubieran terminado hacía mucho, pero la charla parecía nunca acabar. Los temas de conversación salían espontáneos, uno detrás de otro sin tener un fin. Y ambos se encontraban cómodos en la presencia del otro, era fácil hablar entre ellos, y aún más coger confianza entre sí.

Los dos sentados en el sillón* con una manta compartida y sus respectivas bebidas calientes en la mano charlaban contemplando el fuego crepitar.

Así estuvieron hasta que dieron las diez de la noche, cuando Avery salió de su burbuja de fantasía para volver a la cruda realidad.

Debía volver, pues al día siguiente a las ocho tenía clases, así que por muchas ganas que tuviera de quedarse y haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad se levantó del sillón*.

-Debo de irme Stephen, me ha encantado conocerte, aunque no haya sido en buenas circunstancias – los dos sonrieron levemente – espero volver a verte.

-Yo espero lo mismo – la contempló esbozando una enorme sonrisa. Avery era una chica increíble, no había muchas como ella esparcidas por el mundo, y realmente quería seguir hablando con ella.

Con una tímida sonrisa la chica se acercó a la entrada, siendo seguida por él, y cuando estaba dispuesta a salir Stephen reaccionó.

-Yo te llevo – dijo deteniéndola en el camino, por nada del mundo la dejaría ir sola a su casa con un golpe en la cabeza, por muy bien que se encontrara.

-No hace falta de verdad, pero gracias.

-Insisto, no voy a aceptar un no por respuesta. Solo un tonto dejaría que una bella dama como tú caminase sola a estas horas de la noche hasta su casa.

-Suerte que tengo a un servicial caballero de armadura blanca – bromeó ella.

-Este caballero de armadura blanca piensa acompañarte hasta tu facultad, aunque sea contigo echada sobre mi hombro.

Los colores le subieron al rostro.

-Entonces no se hable más.

Juntos se subieron al coche y él condujo según sus indicaciones. Al llegar a la facultad bajó del coche antes que ella y le abrió su puerta para que saliese.

Los dos se detuvieron junto a la puerta, cada uno con menos ganas que el otro de despedirse.

-Bueno – comenzó a decir ella – supongo que esto es un adiós.

-Y yo supongo volver a verte. – dijo con total sinceridad, sosteniendo su mirada. Después añadió con su característico humor – mira el lado positivo a esto: sé dónde vives, si fuera un psicópata podría ir a por ti cuando quisiera.

-Eso me tranquiliza un montón, aunque siendo sincera, te prefiero como mi caballero de armadura blanca.

-En ese caso, seré un caballero para ti mi lady – dijo cogiendo su mano y besándola como despedida.

Si sus mejillas antes estaban sonrojadas ahora eran un color granate intenso. Agradeció que él no lo notara, sin saber que el chico sonreía con orgullo para sus adentros al ver lo que causaba en ella.

-De todos modos – continuó Avery con el tema – yo también sé dónde vives tú, así que podría ir a hacerte una visita.

-Estaría encantado.

Compartieron una mirada más, cuando la de cabello castaño en un ataque de valentía que ni siquiera sabía de dónde había sacado se acercó al chico dos cabezas más alto que ella para ponerse de puntillas y dejar un pequeño beso en su mejilla.

Él se quedó anonado, completamente sorprendido, y cuando reaccionó se llevó una mano a la mejilla besada.

-Desde luego, la mejor despedida de todas.

-Hasta pronto Stephen.

-Hasta pronto Avery – se despidió él también.

Así fue como esa noche el destino de dos personas totalmente desconocidas se unió por mera coincidencia.

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