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Capítulo 8

Washington D.C.
Estados Unidos.
Presente Día.

Jennie bajó de "La Bestia", el transporte presidencial en el que había sido recogida del aeropuerto hacía unos minutos. Era seguida de sus guardias. Entró a la casa, viendo aquellas altas y exquisitas paredes con las cuales aún no se familiarizaba.

Respirar el aroma del lugar era reconfortante, ahí estaría más segura que en la base de Barcelona. O al menos eso creía. Sabía que su tranquilidad de estar de vuelta cambiaría en cuanto viera las pilas de asuntos, que tenía pendientes.

Su regreso se había pospuesto, más trabajo se había juntado y había faltado a algunos compromisos por esto mismo. Su vestido negro se veía perfecto en ella, su cabello lucía desarreglado y revuelto. Habían sido catorce largas horas de viaje, aún en jet.

Los hombres que la custodiaban se quedaron de pie en la entrada, dejándola proseguir sola. Recorrió los pasillos de la primera planta, ni siquiera se tomó la molestia de ir a su habitación, tomó dirección por la columnata en dirección al despacho oval. Saludaba a los empleados mientras caminaba.

— Señora, que bueno que está de regreso — Dijo su asistente mientras se levantaba de su silla.

Jennie asintió con una amable sonrisa y siguió caminando para entrar en la oficina. Seulgi la siguió dentro, quedándose en la puerta mientras la castaña rodeaba su escritorio y se sentaba.

— Está muy feliz, eso significa que todo salió muy bien — Jennie la miró y asintió segura.

— Todo salió perfecto — Comentó con felicidad. Mejor de lo que esperaba — Una cínica sonrisa se escapó en sus labios y alzó las cejas.

Juntó sus manos y las puso sobre su escritorio acercando su silla a ella. Levantó la vistahacia la chica, y la notó nerviosa.

— ¿Hubo algo relevante mientras no estaba? — Seulgi tragó saliva. Probablemente ya estaba sudando.

— Todo es importante aquí, señora, pero no hubo algo que no se pudiera solucionar — Jennie asintió comprendiendo.

Seulgi la miró por primera vez encontrándose con los ojos de Jennie.
Marrón, un marrón muy potente. Era frío y enmarcaba inseguridad y desconfianza, a diferencia del de Lisa, que era cálido y seguro, demándate y agresivo.

— ¿Qué tal se portó Manoban con usted? — Preguntó curiosa y Jennie sonrió recordando.

¿Manoban? Perfecta, exquisita y gloriosamente bien.

— Fue muy amable en realidad — Confesó conforme. Fue una buena anfitriona Sonrió mientras su compañera tenía el ceño fruncido en rareza.

— Pero si Manoban es una hija de puta — Dijo y Jennie carcajeó.

Tal vez, pero este no era el caso.

— Conmigo no — Concluyó. — Conmigo es diferente, Seulgi — La castaña asintió con una mueca y acomodó su saco.

— Está bien — Dijo con un tono de incomodidad en su voz —. ¿Cuándo firmará el convenio? — Preguntó y la castaña se encogió de hombros.

Era importante que se llegara a un acuerdo pronto. Esencial para ambas partes.

— Lisa vendrá en un rato para hablar de eso — Tomó una de las carpetas de su escritorio y comenzó a ojearla detenidamente mientras la leía.

Seulgi la miraba con insistencia. Había tantas cosas que quería decir en esos momentos.

— Veo que ya hay mucha confianza entre ustedes — Jennie frunció el ceño extrañada y levantó su vista hacia la secretaria.

— ¿Por qué estás haciendo tantas preguntas? — El tono en su voz era severo, comenzaba a molestarle tanta insistencia de parte de la mujer.

Seulgi bajó la mirada y negó.

— Simple curiosidad, señora — La miró fijamente por unos momentos e hizo una mueca de desinterés.

— Pues la curiosidad mató al gato — La pelinegra asintió sumisa a su voz.

Calló unos instantes, y sonrió burlona antes de hablar de nuevo hacia ella.

— Necesito la agenda de los próximos meses, tengo viajes que agregar. También tráeme una lista con todo lo que surgió mientras no estaba — La  secretaria salió de la oficina después de pedir permiso para hacerlo.

Jennie sacó su teléfono en el momento en las puertas fueron cerradas y
se encontró solo en la oficina. Tecleó un número sin registrar y esperó que
la llamada fuera contestada, mientras retomaba la lectura en la carpeta de pendientes.

Sonrió automáticamente cuando escuchó la voz al otro lado de la línea.

— He llegado a Washington — Comunicó, sin borrar el rastro de felicidad que enmarcaba su rostro.

Eso es genial, sol — Contestó sin más.

Jennie hizo una mueca de decepción, al nulo interés que le estaba mostrando Lisa.

¿Estás ocupada? — Cerró la carpeta que tenía en las manos y la dejó sobre el escritorio.

Si — Jennie guardó silencio, Lisa suspiró al comprender que debía dar más razones. — Tengo que dejar todo en orden, hay muchos pendientes — Lisa caminaba por los pasillos de su casa con el teléfono sostenido entre el hombro y la mejilla.

Llevaba las manos ocupadas con papeles que debía revisar. Jennie mientras tanto, se inclinó hacia atrás para disfrutar la llamada.

— ¿Llegarás hoy? — Preguntó y Lisa cerró un ojo haciendo cuentas.

La diferencia de horario podría marcar una buena diferencia. Eran seis horas entre Barcelona y Washington D.C.

Mmm... no lo sé — En Barcelona eran pasadas las once de la noche.

En la capital serían las cinco del mismo día. Más las horas de vuelo, era muy poco probable que eso sucediera. Lisa soltó un gran suspiro.

— Tal vez te vea hasta la madrugada del martes — La presidenta hizo una mueca de tristeza y suspiró.

— El martes es mi cumpleaños — Dijo con la voz tenue y nerviosa.

¿Le interesaría de alguna manera esa información? Es más, probablemente Lisa ya tenía la hora exacta de su nacimiento, junto con una copia del alta del hospital donde nació.

Lo sé, sol — Le dijo con tono suave, casi entonando ternura. Jennie sonrió —. Debo dejarte. Tengo que encargarme de preparar la casa — Jennie recobró su postura en la silla.

Tartamudeó un poco antes de poder formular la pregunta que quería hacer.

— ¿Por qué no te quedas aquí? — Lisa hizo una mueca de incomodidad. Mientras Rosé le echaba un vistazo desde la puerta de la oficina, en señal de que debía ponerse a trabajar.

No me gusta mucho la Casa Blanca — Respondió sin preámbulos —. Me tengo que ir, sol — Anunció ante la presión de su observante.

— Bueno... — La voz de Jennie no era animada, le hubiera gustado hablar toda la tarde con ella — ¿Me avisarás cuando despegues? — Preguntó curiosa.

No suelo avisarle a nadie mis movimientos — No recibió respuesta de parte de la castaña. Suspiró y rodó los ojos. — Te avisaré cuando despegue — Jennie sonrió y Lisa no pudo evitar hacer lo mismo.

— Gracias — La azabache negó, mientras Jennie mantenía la estúpida sonrisa en su rostro.

Te veré luego — Jennie asintió. Lisa colgó la llamada en seguida.

Se deslizó con su silla hacia el escritorio, para ponerse a trabajar. Aunque no podía quitarse la imagen Lisa de la mente. Debía estar loca, esa chica era todo lo contrario a lo que quería para el país, y ahora estaba involucrándose en aspectos que no eran del todo buenos.

Todo lo que había planeado para su mandato, se había ido al caño en cuanto esa mafiosa cruzó la puerta del despacho oval.

Seulgi entró a la oficina unos minutos después, traía consigo un folder y una libreta con forro de cuero negro.

La chica era alta y delgada, de hombros pequeños y piernas finas. Su cabello era negro. Portaba gafas grandes y redondas, que hacía a sus ojos lucir más grandes.

Tendría como máximo treinta y cinco años, pero tenía un rostro jovial que la hacía incluso parecer de la edad de Kim. Hasta donde estaba enterada, era soltera.

Ella venía con el paquete de la presidencia, había sido la asistente de los dos antecesores de Jennie. Era una mujer competente y de confianza, que se suponía la ayudaría en su joven carrera.

Tomó asiento en una de las sillas frente al escritorio, deslizó la carpeta hacia Jennie y ella se limitó a abrir la agenda que portaba.

— El nuevo hospital psiquiátrico de Florida, en el condado de Duval, tendrá su inauguración en doce días. Viernes doce de febrero, tres de la tarde — Jennie asintió mientras veía la documentación en la carpeta, al frente estaba la invitación que le había enviado el gobernador del estado.

— Está bien. Confirma mi presencia y encárgate del viaje — Seulgi anotó en la agenda la fecha como ocupada.

— Terminando el evento debe hacer un viaje a Puerto Rico, hay una asamblea y su presencia es imprescindible, señora — asintió de acuerdo.

Veía con atención los comunicados que Seulgi le había ofrecido en forma de actas. Alzó las cejas al ver todo lo que estaba pasando.

-— ambién debe reunirse con el presidente de México dentro de los próximos dos meses, y el primer ministro de Montenegro vendrá en los primeros días de abril — La presidenta quería explotar de una buena vez.

Tenía menos de un mes en el mando. ¿Exactamente? Once días.

Las reuniones con los líderes de otros países eran situaciones que le ponían los cabellos de punta. Tenía un temor muy grande, a que se burlaran de ella. O la consideraran incapaz de ejercer su puesto de manera exitosa.

— Señora — Le habló Seulgi.

La miró desorientada. Pareciera que llevaba tiempo llamándole, pero estaba muy concentrada en las imágenes del embajador, riéndose de ella.

— Los viajes que quiere programar — Le repitió.

Jennie asintió, volviendo al tema.

— Barcelona, España. Cuatro días al mes — Seulgi le miró, mientras tragaba saliva.

— Señora, no se puede ir tanto tiempo. Tiene compromisos casi todos los días — Jennie rodó los ojos.

— Pues acomódalos en otros días, no canceles los viajes a menos que sea algo muy importante — La pelinegra le miró por unos momentos, esperando a que reordenara sus pensamientos y se diera cuenta de que lo que estaba pidiendo, era algo demasiado irresponsable.

Comenzó a mover las fechas cuando se dio cuenta de que eso no pasaría. Serían largas horas de llamadas y conversaciones, tratando de explicar por qué se tenía que mover el día acordado de la reunión.

— Llamó el presidente de Chile mientras estaba en España, quiere hablar con usted sobre el comercio entre los dos países — Jennie asintió mientras le miraba —. El viaje a Santiago, es en una semana — Seulgi evitaba por completo mirarle a los ojos.

La sola presencia de la chica le causaba un extraño nerviosismo.

La asistente apuntó los compromisos confirmados y seguía leyendo los viajes que tenía en los próximos meses. Descartaban los de menos importancia, y se confirmaban los que necesitaban la presencia del presidente sin excepción.

Jennie estaba centrada en el trabajo, le habían venido bien sus vacaciones por la costa Española, pero era momento de retomar sus deberes.

Levantó la mirada hacia la chica, cuando recordó la causa de su regreso tardío.

— ¿Hubo algún problema grave con la tormenta? — Seulgi frunció el ceño extrañado.

— ¿Cuál tormenta? — Kim alzó las cejas sorprendida.

Así que no había tormenta alguna azotando Washington.

Asintió, comprendiendo la situación.

— Olvídalo, lo he de haber soñado.

La tarde corrió velozmente entre llamadas, papeleos e informes. Tenía tantas cosas para hacer, que no sabía por dónde comenzar. Esa noche trabajaría hasta muy tarde, pero estaba bien. Entre tanto trabajo, las horas transcurrirían de manera rápida. Y la espera para ver a Lisa, sería un poco más corta.

·

Barcelona, España.
Dos días antes.

— Eso es todo lo que tengo que mostrarte — Sonrió bajando del Jeep.

Caminó hasta poder recargarse en el frente de este. Jennie estaba del otro lado del auto con los brazos cruzados y una gran sonrisa en el rostro.

Eran casi las dos de la tarde.

Después de visitar los laboratorios, y los cultivos de setas, se habían tomado un descanso para almorzar.

Alrededor de las once, Lisa la había llevado al otro extremo de los campos. En donde se encontraban los sembradíos de plantas de coca. Había sido un recorrido más largo que el del cannabis, el sol ya estaba completamente fuera, pero eso no evitaba la baja temperatura que le hacía estremecerse por momentos.

Las bodegas habían sido su última parada. De ahí, retomaron el camino de vuelta a casa.

— Nunca pensé que el mundo de la producción de droga fuera tan... interesante — Caminó hasta ella y se colocó a su lado.  — Te has ganado el convenio, ese del que me hablaste — Susurró mientras ponía una goma de mascar en su boca.

Lisa sonrió y negó.

— Si después de esto decías que no, probablemente no podrías estar masticando ese chicle — Tomó la barbilla de la chica y tiró de ella hacia abajo haciendo que sus labios se separaran.

De Jennie brotó una sonrisa coqueta.

¿En qué momento había comenzado la tensión sexual entre ellas?

— Te hubiera volado esta boquita. Aunque debo admitir que se ve, ciertamente asombrosa cuando masticas — Le soltó la barbilla y devolvió la vista a la fachada trasera de la casa.

— Hubiera sido una lástima, porque esta boca sirve para más que masticar un dulce — Guiñó un ojo hacia la azabache y emprendió camino hacia la puerta, dejando a Lisa sola sobre el Jeep.

Manoban soltó el aire retenido en su pecho y sacudió sus pensamientos, tratando de alejarlos de cualquier estupidez que pasara por su mente. Tenía que centrarse.

Cuando vio a Jennie entrar en la construcción, se levantó y comenzó a seguir sus pasos. En cuanto puso un pie dentro, Rosé se le unió al paso. Pareciera que le esperaba en cada momento.

— ¿Quieres que prepare el vuelo de Jennie? —  se detuvo y le miró con los labios fruncidos. — ¿Quieres que te bese? — Preguntó con la voz manchada de burla. Lisa sonrió levemente.

— ¿Quieres que te folle? — La rubia rodó los ojos hacia su amiga y negó —. Yo me encargo del vuelo — Rosé le alzó una ceja en duda.

— ¿Segura? — Preguntó y recibió una afirmación de parte de Lisa —. Bien, iré a buscar a Kai para ver las cargas pendientes — La azabache asintió.

Mientras Rosé tomaba otra dirección, ella caminó hasta su oficina. Se encerró dentro. Caminó hasta su escritorio, y antes de sentarse tomó el teléfono. Tecleó el número 00002.

— Mina, es Lisa — Habló en cuanto la llamada fue recibida. Necesito que vengas a mi oficina — Colgó antes de obtener respuesta.

Se sentó en su silla, y abrió el ordenador que tenía sobre la mesa. Unos momentos después, la chica apareció por la puerta. La abrió de par en par, haciendo una escena con su entrada. Después de que cerró a sus espaldas, caminó hasta el escritorio, de manera que las ondas de su cabello se movían al par de sus pasos.

Los pantalones negros que portaba se pegaban a sus muslos, hacían juego con el chaleco que vestía sobre la camisa blanca a botones. Llevaba botas de taco alto, que terminaban por encima de las rodillas.

— ¿Qué pasa? — Preguntó poniéndose frente al escritorio. Poniendo sus manos como soporte para inclinarse sobre ella.

— Necesito que viajes — Ordenó y la chica bufó mientras recobraba su postura y se llevaba las manos a la cintura.

— Acabo de llegar ayer — Lisa rodó los ojos.

Lo sabía. Gracias por el dato, Mina.

— Lo sé, pero también sé que necesito que viajes. Tengo un trabajo para ti — Se sentó en las sillas frente a escritorio y cruzó una pierna al hacerlo.

— ¿Qué trabajo? — Lisa deslizó una carpeta sobre la mesa y ella la tomó en sus manos mientras le miraba con una mueca de disgusto.

— Lily Jin Morrow — Le dijo.

El nombre estaba en rojo y mayúsculas en la portada de la carpeta. Dentro se encontraba toda la información que necesitaba, e incluso alguna que era un tanto irrelevante. Mina leyó con cuidado los datos generales que se encontraban al inicio de la hoja, justo a un costado de la fotografía.

— Una australiana. ¿Eh? — Lisa asintió con media sonrisa y ella siguió leyendo un poco más. — Bien — Cerró la carpeta y se levantó de la silla. — ¿Algo en especial que quieras que le haga? — Preguntó y Lisa negó sin interés.

Lo único que quería era su dinero. Y no lo tendría.

— Toda tuya — Mina pasó sus dedos entre su cabello y dio media vuelta, dirigiendo sus pasos hacia la puerta.

— Salgo en una hora, dile a Marco que esté listo — Fue lo último que se escuchó antes de que Lisa quedara nuevamente sola, dentro de la gran oficina.

Las paredes eran de madera oscura, a lo largo del muro este, se alzaban grandes estanterías que almacenaban contratos e informaciones personales de los distintos clientes y socios de la corporación de Manoban.

Parecía que, por primera vez, se veía a una mafia llevar un control perfecto de cada movimiento que se hacía, dentro y fuera de la base.
La azabache levantó el teléfono nuevamente y marcó un número diferente. 00039.

Señora — Respondieron del otro lado.

Se escucha el sonido del viento a través de la llamada.

— Marco, irás con Mina a Australia — Ordenó. Pero el chico no pareció convencido hacia la petición.

Señora, en estos momentos estoy cubriendo a Jin en los cultivos de cocaína — Lisa recordó lo sucedido.

En el ataque de la noche anterior, Jin había resultado herido. En esos momentos se encontraba en su casa, recuperándose de un tiro en la pierna.

¿Me voy? — Le preguntó dudoso. Lisa cerró los ojos y golpeó la mesa con el puño cerrado.

— No, quédate ahí. Encontraré a alguien que vaya con ella — Colgó la llamada y frotó su rostro tenso.

Marco y Mina eran un dúo inigualable. Pero era la oportunidad perfecta para que la chica aprendiera a trabajar con más personas.

Buscó entre sus trabajadores tratando de encontrar alguien que la acompañara, tenía cientos de ellos a la mano, pero no todos eran buenos ni estaban a la altura de su pupila.

No muy feliz con su elección, dio órdenes para que dos hombres la acompañaran en su viaje a Australia.

Rosé se encargó de darle las órdenes a Mina y de arreglar los vuelos, armas y hospedaje que fuera a necesitar; mientras Lisa seguía encerrada en su oficina trabajando.

Tenía muchas cosas que hacer, muchas cuentas que cobrar y muchas personas por matar.

Hacía llamadas a muchas partes del mundo para repartir las tareas y dar unas cuantas indicaciones. Interminables listas de nombres y torres de carpetas alrededor de ella eran su pasatiempo favorito, pero también el que más dolor de cabeza le causaba.

Una de sus metas a larga plazo, era hacer la suma de todas las cantidades que le adeudaban. Para por fin poder tener conciencia de cuanto menos millonaria era.

Su cabeza en cualquier momento explotaría, su vista se había cansado por la luz del ordenador. Un llamado a su puerta le devolvió la mente al mundo real.

— Pasa — Habló sin quitar la vista de los archivos que comparaba con los datos en la computadora.

La puerta se abrió lentamente y una Jennie en vestido, limpia y perfumada entró.

— Hola... — Saludó. Lisa levantó su vista hasta ella y saludó de regreso.

Quitó los lentes que tenía puestos y los dejó sobre la mesa.

— ¿Por qué la puerta no tiene seguro? — Preguntó con cierta burla, después de sus lecciones de la noche anterior.

Lisa le sonrió.

— Eso solo aplica para las habitaciones, solecito — Le frunció el ceño en respuesta.

— ¿Aquí no te pueden matar? — Caminó hacia el escritorio mientras acompañaba su cuestionamiento con un ademán simulando un arma. — ¿Tienes alguna regla de, cero asesinatos en la oficina principal? — Lisa rodó los ojos hacia la notable comedia de la presidenta.

— Las puertas aquí, son completamente de madera. Da igual si tienen seguro o no — Jennie le miró extrañada.

— ¿Las puertas de las recámaras no son de madera acaso? — Lisa negó hacia la pregunta. Dejando a Jennie más confundida.

— Es acero, cubierto de madera. Al igual que las paredes — ¿De qué demonios le estaba hablando?

Jennie le miró atónita. ¿Qué?

— ¿Toda la casa está hecha de acero? — Probablemente solo era una habladuría para justificar el hecho de que no había puesto el seguro de la puerta.

— La mayor parte, sí — Respondió Lisa —. No preguntes más, cuando llegué aquí, ya estaba construida de esa manera — Jennie asintió, tratando de restarle importancia al nuevo descubrimiento.

Aunque parecía un poco imposible pasar por alto el hecho de que la casa de la mafiosa, era no solo más grande que la de la presidenta, sino que también era más segura. Vaya colmo.

— Como sea... — Le dijo Jennie —. Estoy lista para irme — Lisa dejó las hojas sobre el escritorio y se levantó de la silla.

— Temo decirte que no podrás regresar hoy — Jennie frunció el ceño preguntando el porqué.

La azabache rodeó su mesa y caminó hasta quedar frente a la chico. Se cruzó de brazos y se encogió de hombros.

— Hay tormentas eléctricas en Washington, los vuelos están suspendidos — Jennie dejó caer sus hombros en rendición. No había leído noticias sobre eso.

— Tengo que avisarle a mi secretaria — Todo sería un desastre si no ponía al tanto a Seulgi. Comenzaría a preocuparse al no verla llegar. Realmente le había insistido para que no hiciera ese viaje.

Manoban la interrumpió alzando las manos hacia ella, para que se detuviera.

— Yo lo hago, no te apures — Se ofreció con sobre amabilidad. Jennie asintió, ciertamente, confundida.

¿Qué le había picado a esta mujer?

— ¿Qué pretendes que haga hasta que se controle el clima? — La azabache frunció los labios —. No tengo nada que hacer — Lisa le dijo que esperara, en cuanto ideó el pasatiempo perfecto.

Dio media vuelta y caminó hasta una de las gavetas que tenía en la oficina. Buscó entre los archivos y encontró una carpeta gris, la sacó del cajón y regresó hacia Kim.

Se la extendió.

— Lee esto, es el convenio que firme con Hollister — la tomó con el ceño
fruncido, dudando. — Es para que te hagas una idea — La chicoamordió su labio nerviosa, llamando la atención de la joven mafiosa.

—  ¿Qué? — Jennie torció la boca.

— ¿Quieres que lea el convenio que firmaste con un presidente al que mataste? — Lisa le alzó las cejas, un poco harta.

Aquí iban de nuevo.

— Si sigues todo al pie de la letra, terminarás tu mandato y podrás vivir para contarlo. Así como Johnson — Hizo alusión al presidente anterior al viejo Paul.

El cual, había sido uno de los mejores socios de Lisa.

Palmeó su hombro y la dejó de pie, mientras regresaba a sentarse en su silla.

— Yo te aviso cuando paren las tormentas, en un rato subo para charlar — La castaña asintió.

Lisa puso de nuevo sus lentes y Jennie salió del lugar, cuando la atención de Lisa hacia ella era igual a cero.

Se topó con Rosé en el corredor que conducía a las escaleras.

— Jennie, creí que ya te habías ido — La chica negó mientras tragaba saliva.

Esa mujer la intimidaba de una forma espantosa. Todavía tenía la imagen de su arma apuntándole a la frente.

— Hay tormentas eléctricas en Washington y no puedo viajar — Comentó nerviosa. Rodé le alzó una ceja confundida.

— ¿Tormentas en enero? — Preguntó con duda. Jennie se encogió de hombros.

— Eso dijo Lisa — Rosé asintió musitando un "ahh", en señal de compresión.

— Claro que lo dijo — Le sonrió levemente y pensó en hacerle una visita a la azabache. — Ponte cómoda, tal vez tarde un poco esto — Jennie le sonrió, sintiéndose por primera vez relajada en su presencia.

Regresó a su camino hacia las escaleras, en cuanto Rosé retomó su trayectoria en lo que parecía dirección a la oficina.

Entró sin tocar, Manoban a miró y relajó su mirada en cuanto vio que era ella.

— Creí que irías Madrid — Comentó Lisa alzando sus lentes en el puente de su nariz.

Estaba de nuevo frente a su computadora, redactando puntos que necesitaba discutir con sus empleados en la siguiente junta.

— Vengo a informarte que mi vuelo sale en treinta minutos — Lisa asintió y siguió enfocada en lo que escribía. — Me encontré a Jennie en el pasillo — Frunció los labios y la miró, ya sabía a donde iba — Me dijo que hay tormentas en la capital — Asintió confirmando lo antes dicho. — Es algo raro en enero, por lo regular estas épocas son muy frías, en julio podría ser, pero, ¿ahora? — Lisa se quitó los lentes, mientras miraba a Roseanne seriamente.

— No hay tormentas, ¿está bien? — Rosé sonrió, pero Lisa le rodó los ojos —.Simplemente, quiero saber que tal es esa chica, no he tenido tiempo de observar su comportamiento — Rosé soltó una carcajada ante la absurdidad.

— Dormiste con ella, y toda la mañana te la pasaste de su mano. ¿Qué más necesitas observarle? ¿Las tetas? — Lisa suspiró cansada de las estúpidas bromas de su amiga.

— ¿Ya terminaste de decir incoherencias? — Rosé rio de nuevo.

— No sé si sentirme contenta porque te gusta alguien, o sentirme asustada porque te gusta una presidenta — Lisa negó hacia ella, con el rostro molesto.

— Deberías sentirte estúpida por las tonterías que estás diciendo. No me gusta Jennie, simplemente estoy acostumbrada a presidentes diferentes — Se encogió como si fuera algo sin importancia, pero Rosé sonrió.

— ¿Diferentes? — Interrogó con burla en su voz, Lisa asintió.

— Ella es inocente e inexperta, cualquiera podría aprovecharse de Jennie — Rosé asintió dándole la razón.

— Espero y no seas tú — Amenazó, señalándolo con su índice. — Regreso mañana, si la tormenta me lo permite — La azabache negó.

— Andas mal en geografía porque la tormenta está en Wa-shing-ton — Le deseó suerte a su amiga, antes de que saliera de la oficina.

Rosé se burlaba de ella cada vez que tenía oportunidad. Pero ella le sacaba de sus casillas cada tres segundos. Estaban a mano.

Después de arreglar la mayoría de los asuntos que tenía, miró su reloj; 10:42 pm. Se deshizo de sus lentes poniéndolos en su estuche y se levantó con un gran bostezo.

Apagó las luces del lugar antes de salir, y después de cerrar las puertas, caminó hasta las escaleras encontrándose con la conocida cocinera.

— Teresa — Le habló. Esta se detuvo ante su voz. La mujer le miró y se acercó a ella  —. ¿La señora Kim cenó? — Preguntó mientras rascaba su nuca.

— No, señora, solo pidió un té alrededor de las siete — Lisa asintió, sin estar feliz —. ¿Quiere que prepare algo para ambas? — Ella negó al saber la hora. No quería que el reflujo arruinara su sueño.

— No, mejor dime como le fue a Yeji con el doctor — Ella le sonrió con pena, pero con la felicidad reflejada en sus brillantes ojos oscuros.

— Está embarazada de cinco semanas — Le informó a su jefa.

Lisa le sonrió mientras le tocaba el hombro con delicadeza. Ella no podía evitar la sonrisa que adornaba su rostro cansado.

— Enhorabuena, Teresa. Felicita a Yeji de mi parte — Ella asintió a su petición, mientras le agradecía el gesto. — Vaya a dormir que es tarde — Le pidió y ella obedeció hacia ella, se retiró en seguida.

Lisa comenzó a subir las escaleras, avanzaba dos a la vez hasta que tocó la tercera planta de la casa. Se adentró en el pasillo de su habitación, pero no se dirigió hacia ella, sino hacia la de Jennie. Giró la perilla de la recámara de la castaña.

Estaba acostada sobre la cama, con la cabeza colgando hacia el piso. Tenía los papeles del convenio en una mano y con la otra hacía círculos en su vientre sobre su blusa. Lisa le miró un momento y negó.

— ¿Cuántas veces tengo que decirte que asegures la maldita puerta? — Jennie se percató de su presencia y giró su cuello para poder observarla.

— Lo siento... — Susurró.

Cerró la puerta detrás de ella y puso el seguro. Caminó hacia la cama con pasos lentos.

— ¿Leíste el contrato? — Jennie asintió.

— Tres veces — Afirmó. — Jamás había estado tan aburrida en mi vida — Liaa dejó escapar una leve sonrisa ante su inmadurez.

— Todavía debo revisarlo y hacer unas correcciones, es solo para que te familiarices — La castaña se incorporó en la cama y sacudió su cabeza alborotando su cabello.

— Está bien — Hubo un largo silencio entre ambas.

Cuando Lisa se sintió demasiado incómoda, dio media vuelta para salir del lugar. Pero Jennie la llamó haciendo que regresara a verla.

— ¿Recuerdas que anoche no podía dormir? — Manoban movió su cabeza afirmando, mientras una mueca de disgusto inundaba su rostro.

— Sí, me hiciste dormir contigo — Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y un profundo bostezo salió de ella. — No vuelve a pasar — Demandó en cuanto pudo retomar el habla.

— ¿Quiénes están en la casa? — La castaña caminó sobre sus rodillas en la cama antes de pisar al suelo.

Lisa frunció el ceño extrañada.

— Tú y yo — Contestó — Y los guardias — Jennie rascó su nuca mientras evitaba la mirada de la azabache.

— ¿Dónde está Roseanne? — Lisa se cruzó de brazos, le miraba fijamente desde el extremo de la habitación.

— Tuvo que salir — Dejó de hablar cuando una extraña sensación de desconfianza comenzó a inundar su cuerpo.

¿Qué estaba tramando Jennie?

¿Alguna emboscada o algo parecido?

Lo más seguro era que no.

— ¿Y los empleados? — Parecía curiosa e impaciente, en su voz se notaba el hambre por la información. Como si el futuro dependiese de quienes estaban presentes en el lugar.

Lisa no tenía idea de a donde quería llegar con tantas preguntas. Comenzaba a ponerse nerviosa.

— En la casa de los empleados, Jennie. ¿A dónde va todo esto? — Contestó desesperada. Nunca le habían gustado las preguntas, menos tan seguidas.

— ¿Recuerdas lo que me dijiste esta mañana? — Jennie sobó su sien. Más preguntas.

Tenía tantas cosas en la cabeza y en verdad le estaba pidiendo que recordara lo que le había dicho esa mañana.

— Te dije tantas cosas hoy... — Susurró, rogando al cielo por clemencia.

Jennie comenzó a caminar lentamente hacia ella, mientras Lisa permanecía serena frente a la puerta. Camina con cautela, viendo todas las posibles reacciones que Lisa podría tener ante su siguiente movimiento.

Manoban la miraba extrañada, pero la mirada maliciosa de la castaña, por fin, le abrió una ventana hacia el posible desenlace.

— Me dijiste que...

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