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capítulo 3

Arequipa, Perú.
Presente Día.

— Le dije claramente que no intentara escapar Roseanne, quiero ser buena persona y hacer esto fácil. ¿Por qué se empeñan en hacerme enojar? — Iban en una Toyota 4Runner, atravesando la base de la cordillera volcánica del Pichu Pichu, en el sur de Perú.

Tres días después del cambio de presidente, Taehyung avisó a Lisa que el exmandatario había salido del país, con rumbo a Perú. Y ahora estaban en su caza.

— Tú le diste la oportunidad de intentarlo — Regañó Rosé —. Además, lo busca la policía — Se agarraban con fuerza de los asientos traseros, mientras Taehyung pisaba el acelerador sin piedad.

Las llantas pegaban con fuerza sobre las rocas que había en el camino, haciendo que el coche brincara y se moviera con brusquedad.

— Pero, ¿venir hasta Perú? — No encontraba lógica en la acción del viejo, pero Rosé veía una, que era la más importante: desesperación.

Frente a ellas, corría una camioneta dorada que aumentaba la velocidad cada que se veían más acorralados. No sabían si Hollister estaba solo, o si estaba acompañado por alguien. Los vidrios polarizados de la camioneta no les permitían ver más allá de su reflejo, y el polvo volcánico que levantaban las llantas de los vehículos empeoraba la situación.

Detrás de ellas y a una corta distancia, venía un Jeep con tres de los hombres de Manoban. La pelinegra tomó el AK47 que estaba frente a su asiento e insertó un cartucho lleno de munición.

— A todos nos va a llegar nuestra hora, y a Marco ya le llegó la suya — Bajó el vidrio de su ventanilla y sacó la mitad de su cuerpo por la ella, apuntó con el arma hacia la camioneta que corría delante.

Era difícil mantener la puntería con el movimiento que ocasionaba el camino. Apretó el gatillo y decenas de balas comenzaron a salir, algunas solo golpeaban el aire y se perdían, otras alcanzaban a golpear los cristales traseros y la cajuela del vehículo.

Comenzó a disparar nuevamente, esta vez impactando en uno de los neumáticos traseros, la velocidad a la que conducía Marco le hizo perder el control, las llantas derraparon y la camioneta dio vueltas mientras Taehyung se detenía. Rosé, Lisa, Taehyy los otros tres hombres que los acompañaban bajaron de los autos, acercándose lentamente al vehículo que perseguían, y que ahora estaba varado a las faldas del Pichu Pichu.

Se colocaron en una línea, Lisa levantó su arma y en cuenta ella lanzó la primera bala, una ráfaga de fuego se dejó caer encima del metal dorado por las otras cinco personas. Los casquillos caían al suelo conforme los hombres iban recargando los cartuchos de balas de 7.62 milímetros de calibre.

Lisa ordenó que pararan después de un minuto y alrededor de trescientas balas. Se acercó a la camioneta aún entre el humo y el olor de la pólvora. Se acercó a abrir la puerta del conductor, y su sorpresa al abrirla fue que Hollister seguía vivo. Realmente era una maldita cucaracha.

Manoban chasqueó la lengua en desaprobación mientras el canoso hombre la miraba perdidamente, escupía sangre por la boca y mantener la respiración dolía como nunca antes. A un costado de él, en el asiento del copiloto, estaba la ex-primera dama con su vestido rosa pálido manchado de rojo. Ella estaba muerta.

— ¿Ves hasta donde tuvimos que llegar? — Preguntó al moribundo con un tono de burla —. No importaba si era en Washington, en Madrid o aquí. Te encontré y te cumplí lo que prometí — Lisa hablaba tranquila mientras el hombre se ahogaba en su propia sangre, trataba de balbucear algo, pero no era audible — Fuiste muy estúpido en hacer esto, sabías lo que pasaría, no puedes decirme que no te lo advertí — El tono en Manoban cambiaba, no a arrepentimiento, sino a berrinche de que no siguieran sus órdenes. Las cosas se podían hacer de una sola manera, debían hacer lo que ella decía — Mira lo que ocasionaste — La mano de la pelinegra tomó los blancos y escasos cabellos del hombre haciendo girar su cabeza hacia su esposa, observó la macabra escena por un momento antes de que Lisa le regresara la vista hacia sus marrones y penetrantes ojos.

— Mi-mis hi-jos — Los ojos de Lisa se abrieron de repente, sintió un vacío en el estómago al escuchar esas palabras.

Regresó la mirada hacia Rosé, quien observaba a lo lejos. Soltó la cabeza del hombre y se apresuró a la parte trasera de la camioneta. Abrió la puerta y los niños colgaban sus cuerpos en los cinturones de seguridad.

— Mierda... — Susurró.

Mordió su labio inferior con fuerza y soltó un brusco respiro mientras daba un portazo molesto y regresaba a donde el viejo.

— Están muertos — Anunció con el rostro sombrio.

— Eres u-una hija d-de puta — Escupió Hollister.

Lisa lo miró seria, sabiendo que era verdad y sacó un arma corta del bolsillo de su sudadera.

— Lo sé — Confesó sin expresión y una bala atravesó el cráneo del viejo.

Bajó la pistola mientras el cuerpo de Marco se caía hacia un lado. Cerró la puerta de la camioneta y regresó lentamente hasta la Toyota en la que Rosé la estaba esperando. Subió y Taehyung condujo de vuelta.

Había tensión en el ambiente. Lisa estaba seria mientras Rosé miraba sus dedos.

— Matamos a dos niños — Susurró. Lisa asintió con la vista perdida en el camino.

— No sabía que estaban ahí y lo sabes — Su voz era firme y sincera. Rosé asintió con un rastro de incredulidad en su rostro.

— Aunque así fuese están muertos, tenían doce años, Lalisa — Las palmas de la chica arremetieron contra sus muslos exaltándola.

— ¿Y qué quieres? ¿Qué me ponga a llorar? — Preguntó en forma de reclamo. Rosé no levantaba la mirada. — Están muertos Roseanne, no me voy a arrepentir de lo que hice porque eso no los regresará a la vida — Y hasta cierto punto tenía razón.

Hubo un gran silencio en el auto, la rubia tenía los ojos fijos en sus manos y Lisa miraba por la ventana tratando de aclarar sus pensamientos.

— Lo siento, Rosé — Dijo después de unos minutos. — Sé lo que es para ti, y sé lo que te recuerda, y créeme que sufro igual que tú, pero... No sabía que decir, nunca podría encontrar las palabras adecuadas para consolarle. Les has llorado a los niños día y noche durante los últimos cuatro años, y eso no ha logrado resucitarlos Rosé. Amaba a esos niños tanto como tú, pero sé perfectamente que se fueron y que no volverán — Tragó saliva tratando de ahogar el llanto mientras los ojos de Lisa estaban llenos de compasión.

Había sido tan difícil perderlos, pero tenían que enfocarse en lo que seguía.

— Hemos estado juntas en esto desde el primer día y sabes perfectamente que nada es fácil, nada aquí es fácil. Tú misma me enseñaste que debemos aprender a vivir cada día pensando que podemos ser nosotras los que terminen con una bala en el cerebro — Rosé no dijo nada, simplemente levantó la vista y miró a su amiga. Después, limpió una lágrima de su mejilla y perdió su mirada en el camino a través de la ventana.

Era un largo camino hasta el aeropuerto Arequipa, casi dos horas de camino separaban a la base del Pichu Pichu del avión que las llevaría de vuelta a Washington D.C., y tendría que hacer el viaje con la incomodidad de haber hecho llorar a Rosé. El viaje sería largo, y cansado.

Washington D.C.
Estados Unidos.
Presente Día.

Habían volado durante veintidós horas, Rosé había insistido en hacer una escala en el sur de México para asegurarse de que estuviera en orden. Lisa accedió solo por hacer amena la convivencia entre ellas. Roseanne era su mejor amiga y se había prometido a sí misma protegerla con su propia vida, había pasado por tanto, y seguía de pie, había perdido tanto, pero se reponía cada vez.

Después de un viaje de veintiocho horas, por fin estaban en su cama. Aunque eso no quitaba la pesada carga que tenía sobre ella, por lo que había pasado con los hijos de Hollister. Miraba al techo con detenimiento, el color blanco hueso estaba adornado con pequeñas y redondeadas lámparas, la tenue luz que emanaba de ellas era lo que velaba su sueño y le hacía compañía cada vez que no podía dormir.

Tenía una duda en su cabeza desde que terminó su discusión con Rosé de camino al aeropuerto.

¿Cuántos niños habían muerto a sus manos a lo largo de su vida?

No tenía la respuesta.

Todo había dado un giro repentino cuando, hace cuatro años, el esposo y los dos hijos de Rosé habían sido asesinados. Lisa se encargó de buscar a los responsables, y se deshizo con saña y odio de cada uno de ellos. Pero eso no les había devuelto a quienes perdieron aquella noche.

Sus manos estaban entrelazadas sobre su abdomen, subiendo y bajando al ritmo pacífico de su respiración, el cabello le cubría la frente. Su rostro desahuciado se alcanzaba a apreciar incluso entre las sombras que resultaban de la luz tan baja. No supo qué hora era cuando sus parpados por fin cedieron y se dignaron a dejarla descansar.

A las ocho de la mañana siguiente, Rosé entró en su habitación abriendo las cortinas y dándole paso a la luz del sol como todos los dias. Estaba duchada, con un outfit impecable y una gran sonrisa como cada mañana; pero Lisa sabía perfectamente que la noche anterior la había pasado llorandole a la foto de sus hijos.

— Arriba, hay cosas que hacer — Lisa estiró su cuerpo en la cama y talló sus ojos quitando las lagañas de sus lagrimales. Se sentó sobre el colchón y rascó su mandíbula saboreando el mal sabor de boca del sueño.

— Quiero ir a la Casa Blanca hoy, ya sabes, a presentarme — Rosé asintió conforme con la decisión. — Entre más pronto, mejor. Después iremos a visitar a Stella — Su amiga le frunció el ceño, al desconocer ese nombre. Lisa exhaló. — La amante de Marco... —Explicó y todo tuvo sentido.

— Marco está muerto, no serviría de nada matarla — Lisa lo pensó por unos segundos. Rosé tenía razón, pero realmente quería hacerlo.

— Ella disfrutó del dinero que me pertenecía, y arañó mi rostro — Rosé la miró demandante.

— Trató de defenderse porque la quisiste estrangular — Argumentó, con lo que Manoban no estuvo de acuerdo.

— ¡Ella me atacó primero! — Le gritó defendiéndose. Rosé rodó los ojos.

— Como sea, Lisa — Dijo de mala gana —. Si quieres matarla, házlo. Pero que todo sea rápido, regresamos a Barcelona lo antes posible y hay mucho trabajo que debemos dejar listo.

— Bien — Aceptó las condiciones y se levantó de la cama. — Prepara el auto, por favor.

Rosé asintió mientras iba saliendo de la habitación. Lisa entró al baño mientras se quitaba la playera, estaban a dos grados fuera de la casa, aún así se metió a la regadera helada. El agua fría hizo que su cuerpo y su mente despertaran completamente.

Su piel estaba llena de cicatrices; algunas de cortadas, otras probablemente serían de quemadas y otras eran imposibles de deducir su procedencia. Relucian por todo su cuerpo desnudo al momento que el agua bajaba sobre ella, algunas estaban cubiertas por tatuajes, pero otras más estaban sobre ellos.

En cuanto salió de la ducha fue directo al clóset que tenía en la recámara, estaba lleno de sudaderas y camisetas largas, pantalones ajustados, nada decentes y viejas vans. Puso las manos en su cintura y recordó que en su maleta probablemente tendría un traje o vestido decente.

Caminó descalzo sobre el frío mosaico, con solo una toalla enredada al rededor de su cuerpo. Abrió su equipaje, pero no encontró nada. Su última salvación era Rosé.

Salió de la habitación y caminó a gran velocidad hasta la puerta de su amiga. Tocó tres veces seguidas, e instantes después, la puerta se abrió.

— ¿Qué haces aquí desnuda? — Preguntó seria, pero por alguna extraña razón, no estaba sorprendida.

— Olvidé traer ropa formal — Respondió mientras apretaba los labios y evitaba hacer contacto visual con la chica. — ¿Tienes algún traje que me pueda quedar? — Rosé rodó los ojos y entró en su recámara dejándola sola en la puerta.

Lisa se quedó parada en la misma posición, mientras comenzaba a sentir el frío entrando por sus pies. Rosé no tardó mucho en volver, traía una funda para ropa que colgaba de su mano. Lo extendió hacia ella, Lisa lo tomo.

— Siempre tienes que estar preparada — Dijo para después cerrar la puerta en la cara de la azabache.

Regresó a su habitación y se apresuro lo más que podía en arreglarse. En la funda estaba un traje color azul petróleo y una camisa a botones color beige. Había una corbata color vino y unos zapatos color caqui, que aunque sonara extraño, contrastaban a la perfección.

El pantalón le quedaba a la perfección, sus muslos llenaban las piernas y la bastilla le rozaba levemente el tobillo. No tuvo problema al hacer el nudo de la corbata. El saco se ajustaba bien a sus hombros y dejaba al descubierto el reloj en su muñeca. Abrochó el único botón que tenía, colocó sus zapatos y peinó su cabello húmedo de una mezcla de agua de ducha y loción para luego arreglarlo a su característica de siempre.

Salió de la habitación y bajó las escaleras para encontrarse con Rosé, quién ya la esperaba inquieta.

— ¿Cómo me veo? — Le preguntó. Rosé la miró con crítica.

— Pues, cualquiera se ve bien con traje — Lisa rodó los ojos y se adelantó a la salida de la casa.

Subieron a la ya conocida Rolls-Royce Cullinan negra que las transportaba cada vez que estaban en Washington.

Unos cuantos minutos de viaje en silencio fueron suficientes para entrar por la parte trasera de la Casa Blanca y estacionar el auto justo en la puerta. Bajaron del auto cuando las escoltas abrieron las puertas traseras y se adentraron con gran agilidad en los largos pasillos que conducían al despacho oval, en el que seguramente estaría Jennie. Eran casi las diez de la mañana.

Fuera de esta, la misma chica rubia de hacía años las observó, levantándose de su silla. Rosé le frunció el ceño, realmente esta muchacha había sido la asistente de los últimos dos presidentes, y por lo visto, también sería la de la muchacha.

Lisa no le dio tanta importancia, y le hizo una seña que reconoció en seguida. Caminó hasta la puerta y le abrió paso a Lisa. Entró y estas se cerraron detrás de ella. Una gran cabellera color castaño claro se veía detrás del escritorio.

Tenían una gran cabellera lacia, algunos mechones atrás de su oreja y otros perfectamente quietos, junto al rostro mientras su mirada estaba clavada en algunos papeles. La chica levantó la cabeza en cuanto sintió la presencia en la sala.

Levantó la vista y el negro obscuro de sus ojos recorrió el cuerpo entero de la visitante con el ceño fruncido. Por primera vez, después de muchos años, Lisa se estremeció ante una mirada. Era pesada, demandante y hasta cierto punto, intimidante.

Varios lunares adornaban la piel lechosa de su rostro, sus labios eran delgados, pero carnosos y de un tono rosa vibrante. Su ceja semirrecta, adornaba su frente estrecha. Era realmente bella, incluso más de lo que parecía frente a la cámara.

Se levantó de su asiento, y se podía predecir, que era unos cuantos centímetros más baja que la azabache. Tenía un porte bueno y elegante, vestía un pantalón recto color melón y un saco a juego con una blusa blanca. Lucía particularmente fresca.

— ¿Quién eres y porque te sientes con el poder de entrar a mi oficina sin ser anunciada? — Las cejas de Lisa se alzaron al escuchar su voz. Era extremadamente demandante, le inquietaba sentirse sumisa al escucharla —  Y más importante, sin una cita — Lisa sonrió levemente.

— Soy una vieja socia del país.

La castaña rodeó su escritorio, posicionándose frente a ella. Estaban frente a frente separadas por dos metros y medio de alfombra.

— Nadie me había hablado de ti — Le dijo sin sacarle la mirada de encima.

Analizaba cada facción de la mujer parada frente a ella. Desde su postura, hasta la forma en la que sonreía de medio lado cada vez que le decía algo.

— He venido a presentarme — Respondió.

Dio pequeños pasos acercándose a la joven. Se detuvo a una distancia en la que pudo analizar mejor el arte que era su rostro. Su mirada se relajó, y entonces su apariencia cambió por completo, había pasado de parecer un ser dominante a ser uno sumiso en cuestión de segundos. Estiró una mano hacia ella.

— Soy Lalisa Manoban — Se presentó y la presidenta dudó por un momento con una ceja alzada.

Se decidió a tomar la mano de la azabache y dio un apretón cordial. Su piel era suave y delicada, mientras la de Lisa se sentía áspera y trabajada.

— Jennie Kim — Lisa sonrió en cuanto la presidenta rompió el contacto. Con sus manos señaló las sillas del escritorio.

— La invito a que se siente, señora presidenta, creo que será una larga charla — Jennie negó y se recargó en el respaldo de una de las sillas —. Bien, podemos quedarnos paradas si así lo prefiere — La mujer rascó su sien, como muestra de su pérdida de paciencia.

— Di lo que tengas que decir, si nadie me había hablado de ti, es porque no tienes mucha relevancia en los asuntos que al país refiere — Lisa formó una mueca de dolor.

— Cuide sus palabras, pronto escuchará mucho sobre mi — Lisa alzó las cejas restándole importancia y le dio una seña para que prosiguiera —. Soy la principal proveedora de droga y de armas en Estados Unidos. También soy prestamista, si así lo quiere llamar. Además, grandes cantidades de dinero salen de mis cuentas para cuestiones políticas y se me remunera con mi libre comercio por todo el país — Jennie la miró mientras procesaba lo que había escuchado.

— Explíqueme eso de, libre comercio — Lisa sonrió divertida.

— No puedo creer que con un doctorado en Harvard no haya podido entender eso — Jennie frunció los labios en molestia y levantó el rostro mientras controlaba su respiración. — Me dejan trabajar, sin tener que preocuparme por la cárcel. Así funcionan las cosas, señora — Añadió lo último con tono burlesco. Lo cuál pegó en el ego de Jennie.

Ella asintió y le dio la espalda para regresar a su silla. Se sentó, y se tomó el tiempo de cruzar su pierna mientras recargaba su peso en el respaldo.

— Creo que así, "funcionaban", las cosas — El énfasis en la palabra hizo a Lisa remarcar su lengua por el interior de su mejilla. — No estoy interesada en ti, ni en tus drogas, mucho menos en tu dinero. Gracias por tu tiempo, ahora puedes irte — Lisa posicionó sus manos en su cintura para controlar sus impulsos. Las respuestas que le daba la chica comenzaban a desesperarla.

— Llevo haciendo esto por años y no voy a dejar que una chiflada eche todo al caño — El rostro de Jennie se tornó ofendida.

— ¿Una chiflada? — Preguntó con sorpresa y ofensa. — Solo estoy haciendo lo que prometi al pueblo, soy una mujer de palabra y voy a cumplir lo que prometí — Lisa quedó paralizada.

Había utilizado esa frase en tantas ocasiones y ahora ella la estaba utilizando. Dos personas que tenían la palabra firme, pero que prometian cosas muy distintas.

— No sé ni siquiera de donde proviene todo tu dinero para dejar que el país flote de este. ¿Qué eres acaso? ¿Una ladrona de bancos? — Lisa soltó una carcajada burlona.

— No, no, no — Dijo mientras se acercaba a las sillas frente a ella — Seré lo que pienses que sea, pero no soy una ladrona, todo el dinero que tengo es mío de todas las maneras en que quieras verlo. Me lo he ganado con trabajo y con esfuerzo, no con mariconerías.

— ¿Mariconerías? — Jennie soltó una risita, pero al instante recobró su postura seria, pero fue suficiente para que Lisa lo notara.

— Me refiero a que no le he robado a nadie, todo mi dinero es limpio — Ella alzó las cejas hacia la otra mujer. — Dime que tan limpio es y tal vez, reconsidere la idea de dejarte invertir en el país — Su tono era negociante pero burlón.

Un tono que en cualquier otro momento o cualquier otra persona hubiera hecho que Lisa sacara su arma. Pero Jennie lo hacía parecer divertido.

— Ya te lo dije, vendo drogas y armas — Ella negó, ahora más relajada.

— Vender drogas y armas es ilegal — Se inclinó sobre su escritorio y regresó a leer los archivos que habían sido interrumpidos por Lisa.

— Comprarlas también y el país lo está haciendo desde hace mucho tiempo — Jennie asintió, sin dirigirle la mirada.

— No me importa lo que el país hizo antes de mí, me importa lo que voy a hacer yo con él ahora — Estaba segura de lo que decía, y Lisa parecía estar perdiendo.

— Por favor, estás en plena guerra con Irak y Siria. ¿Crees que llegarás lejos sin mis armas? — Cada una lanzaba argumentos que parecían acorralar a la otra.

— Pienso acabar las guerras — Lisa soltó una risa mientras negaba.

— Sí, y yo pienso que todos los que me deben me pagarán, pero eso no pasará — Le escupió las palabras en la cara mientras Jennie seguía sin dirigirle la mirada.

No pensaba acceder, pero Lisa tampoco.

— ¿Dónde está tu pareja? — El repentino cambio de conversación confundió a Kim, y por fin levantó la vista.

— Soy soltera — Le respondió.

Entonces Lisa recordó lo que había leído en Wikipedia unos días atrás.

Pareja: no.

Hijos: no.

Rascó el reverso de su cabeza y soltó un pesado suspiro.

— Podemos llegar a un acuerdo — La miró fijamente y ella parecia interesada en lo que tenía por decir —. Tengo un par de asuntos que resolver ahora mismo y tengo que irme del país en unos días. ¿Qué tal si lo piensas y nos vemos antes de que me vaya? — Estaba tranquila, y dando opciones de negociación. Lo que no era común en ella.

Jennie la miraba desconfiada, con el ceño fruncido y la guardia arriba. No le sorprendería que en cualquier momento le pusiera un revolver en la cabeza, pero en Lisa, ese no era un pensamiento actual.

— Te dejaré mi número y esperaré tu llamada, en verdad no quiero ser yo la que venga a buscarte — Le extendió una tarjeta y la castaña la tomó delicadamente. — Un placer Jennie — Le sonrió, pero ella no cambió su expresión.

Lisa se dio la vuelta y con fluidos pasos salió por la puerta doble, encontrándose con Rosé en el pasillo.

Caminaron fuera de la Casa Blanca a la velocidad que acostumbraban y acompañadas de las escoltas de siempre. Subieron al transporte nuevamente y Rosé dio indicaciones a Taehyung para el siguiente destino.

Lisa no le había dicho palabra alguna sobre lo que había hablado con la nueva presidenta, pero su rostro no brindaba buenas noticias. Unos momentos después de que Taehyung se puso en marcha, Manoban soltó un grito lleno de frustración. Rosé tenía la guardia baja e hizo que se removiera en su asiento.

— ¿Qué carajos te pasa?

— ¿Qué me pasa? Esa maldita niña es una chiflada que piensa que puede salvar al país de todo. No tiene ni idea de lo que es dirigir una nación Roseanne, solo es una escuincla que necesita ver el mundo como es y no como quiere que sea — Frotó su rostro con rapidez y Park rio. — No es gracioso, me controlé mucho para que no saliera un titular de "La presidenta es asesinada a menos de una semana de subir al poder".  — Rosé negó con una sonrisa.

— Por si no lo recuerdas, fuiste tú quien la quiso a ella como presidenta — Lisa bufó y miró a Rosé.

— Sí, no vuelvo a comprar los votos en mi vida.

¿Quién es Lalisa Manoban?  Buscar.

Narcotráfico de armas y drogas en Estados Unidos. Buscar.

Lalisa Manoban narcotraficante. Buscar.

Se había cansado de buscar en internet, no había resultados a cualquier búsqueda con su nombre. Era como si esa mujer no existiera. Se arriesgó a pedir datos de ella en la Interpol, pero fue en vano, no tenía un historial delictivo en ningún otro país. Nada funcionaba y la intriga que tenía en su mente la consumía. Le daba tanta desconfianza, pero la había hecho dudar de sus propias promesas.

Según ella, nada cambiaría en el país aunque lo intentara.

Según ella, todo sería en vano.

¿Y si tenía razón? ¿Y si nada de lo que había prometido se podía cumplir?

Sus pensamientos volaban alrededor de las palabras de la de ojos negros, que, sin duda, tenía más experiencia que ella en este mundo.

Era apenas una egresada tratando de gobernar un país, con las manos vacías y con simples anhelos. Mientras que guiándose por lo que Manoban había dicho, tenía una larga trayectoria en los asuntos del gobierno.

¿Cuántos años tendría? Probablemente, no más de treinta, aunque eso significaría que eran casi de la misma edad. Era una chica de muy buen ver y aunque estaba enredada en el mundo de las drogas, no tenía pinta de ser una farmacodependiente.

Apagó su ordenador, frustrada. El reloj marcaba apenas las dos de la tarde. Movió su cuello en busca de alivio y se levantó de la silla de su despacho. Salió de la oficina y se encontró con Seulgi, su asistente.

— Avisa por favor que comeré en mi recámara — Dijo y se perdió por los pasillos del ala oeste. Caminó por lo largo de la columnata hasta que llegó al ascensor. Subió hasta la segunda planta y sin preámbulos entró en su dormitorio.

Tomó el mando del televisor y lo encendió. Las noticias mundiales empezaron a resonar en la habitación, mientras quitaba sus zapatos y se acomodaba en el sillón que estaba frente a la pantalla.

Más muertos en Irak, algunos reportes de accidentes y luego se fue hasta el otro extremo del continente.

"El reciente expresidente de los Estados Unidos de América, Marco Hollister, fue encontrado muerto junto a su familia esta mañana en la cordillera del volcán Pichu Pichu, en Arequipa, Perú".

Sus ojos se abrieron al escuchar la noticia.

"Según informan, la camioneta en la que se transportaba el político con su esposa y sus dos hijos de doce años fue interceptada el día de ayer. Se encontraron más de trescientos casquillos de balas de 7.62 mm de lo que parece ser una AK-47 en la escena. Los cuerpos fueron llevados a la morgue para hacer la autopsia como lo marca la ley. Seguiremos con más información..."

La puerta del Pent-house sonó y el corazón de chica comenzó a latir apresuradamente. Su querido hombre había sido asesinado y ella podía ser la siguiente. Se levantó del sofá temerosa, se asomó por la mirilla de la entrada y una Lalisa de traje estaba parada fuera, aguardando a ser recibida.

Llevó ambas manos a su boca para recubrir un grito y con delicadeza subió las escaleras para intentar esconderse, de nueva cuenta. En el fondo sabía que inservible, pero aún así su instinto se lo pedía. Escuchó la puerta abrirse en cuanto ella ingresaba a su habitación. Era imposible correr, no lograría escapar.

Los pasos cada vez se hacían más sonoros y eso significaba que Lisa estaba cada vez más cerca. Sus pies se rindieron, al igual que su cuerpo. Quedó inmóvil, que en cuanto ella entró en la recámara, ella estaba de pie frente a la puerta, tenía encima solo una delicada bata de seda que le colgaba hasta mitad de sus muslos.

Su flamante cuerpo y gran escote hacía que retumbaran los sentidos de cualquier hombre o mujer, pero Lisa no era una mujer cualquiera. Caminó lentamente hacia ella y uno de sus brazos rodeó su cintura atrayéndola con fuerza a su cuerpo. Se le agitó la respiración.

Su boca estaba muy cerca de la de ella y jugueteaba mientras sentía el acelerado aliento pegar en su barbilla. El arma de Lisa estaba peligrosamente cerca de su cabeza, con la punta de esta, comenzó a acariciar los rizos rubios que caían por su espalda, mientras comenzaba a susurrarle muy cerca de su oído. No podía creer que la chica fuera a morir excitada.

— Shh... — Musitó con delicadeza, sin dejar de acariciarla con el arma, y apretandola fuerte contra su pecho. — Si no lo piensas, no va a doler cielo — La voz de Lisa era juguetona y sensual, digna de una asesina serial.

Alejó su cabeza de ella, para poder mirarle el rostro. Le sonrió mientras ella la miraba con súplica.

— Buenas noches, princesa — Le dijo, y un estruendo sonó en la habitación.

El cuerpo de la chica quedó colgando en el brazo izquierdo de Lisa, mientras la sangre resbalaba por su cabeza y comenzaba a gotear en el piso. Sin cuidado alguno, la dejó caer contra el suelo. La miró detenidamente y después de asegurarse de que su traje no tenía rastros de sangre, salió de ahí.

En el auto, Rosé se encontraba mirando algunos asuntos que tenían que tratar mientras estuvieran en el país. Debían volver a España lo antes posible para ver cómo iban los cultivos y la producción. El clima seguía siendo bajo, y debían estar pendientes de las necesidades que pudieran presenciarse.

Lisa subió, y Taehyung pisó el acelerador.

— ¿Todo bien? — Preguntó Rose, sin mirarla.

Lisa asintió.

La deuda se había acabado, e incluso cuando había cobrado la vida de cinco personas, su dinero no había regresado. Dicen que la vida de una persona no tiene precio, pero en esta ocasión, Lisa pensaba que las vidas no eran ni el diez por ciento de la cantidad que había perdido.

Su teléfono sonó, tomándola por sorpresa. No esperaba la llamada de alguien. Cuando se dispuso a contestar vio que era un número privado.

Frunció el ceño y deslizó su dedo sobre la pantalla táctil, accediendo a la llamada.

— Manoban — Dijo con fuerza.

La voz del otro lado de la línea la había escuchado solo un par de veces, pero la reconocería donde fuera, y le sentaba grato oírla.

— Señora Kim, no esperaba recibir su llamada tan pronto

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