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Capítulo 1

Washington D.C.
Estados Unidos.
Presente Día.

La puerta noreste del despacho oval de la Casa Blanca se abrió dejando ver a un canoso hombre detrás del escritorio. Tenía un gran archivo frente a él, cambiaba rápidamente de página mientras pasaba su mano por su ya blanca cabeza. El estrés se presenciaba en su rostro, sus manos temblorosas cada vez que leía alguna línea del documento. Los estados de cuenta lo estaban matando, las cuentas no cuadraban. Estaría metido en un gran lío si al final de su mandato el país se veía desbarrancado.

Lisa rio por lo bajo mientras el hombre ni siquiera había notado su presencia en el lugar. Lo más triste es que por más cuidadosa que hubiese sido para engañar al director de la OMB, probablemente él también terminaría en la cárcel.

— Manoban está aquí, señor — Le avisaron repentinamente.

Como acto seguido, sus manos se detuvieron, y aún a la distancia se pudo observar como tragaba saliva al escuchar ese apellido. Tomó un gran respiro antes de levantar la mirada para encontrarse con la muchacha.

Lo miraba fijamente, con el rostro lleno de burla y diversión. Adoraba la desgracia ajena, y más aún, ver como las personas temían con el solo hecho de escuchar su nombre.

— Déjanos solos — Ordenó a su asistente. En seguida, la mujer salió cerrando la puerta. Dejando al actual presidente y a  Lalisa Manoban en la habitación.

Se encaminó hacia el escritorio. Su actitud despreocupada daba mucho de qué hablar. Vestia jeans, y una gran sudadera que le llegaba a la mitad de los muslos. Su atuendo era complementado con unas vans negras. Su lacio cabello negro estaba recogido en una coleta, y su flequillo perfectamente peinado.

Lucía relajada, sus ojos eran fríos, rodeados de unas lacias y claras pestañas que los hacían parecer adormilados. Sus marcados pómulos terminaban de perfilar su rostro para hacerlo macabramente divino. No era muy alta, pero debajo de sus holgadas ropas había un cuerpo trabajado.

— No esperaba tu visita — Dijo en el momento en que Lisa se posicionó frente al escritorio. Le sonrió divertida.

— Ese era el punto — Respondió con fluidez, y orgullosa de la sorpresa que habia ocasionado en el viejo.

Se sentó en una de las sillas frente al escritorio. Subió ambas piernas en el asiento, doblándolas una encima de otra, miró detenidamente al hombre que guardaba silencio ante su presencia.

Se recargó en el respaldo de la silla mientras extendía sus brazos por el respaldo. Marco la miraba atenta. Tenía miedo de que en cualquier momento sacara su pistola y le despedazara el cerebro.

— ¿Cuándo llegaste? — Pudo formular después de unos minutos

Lisa rascó su cabeza en respuesta a la aburrida conversación en la que se iba a embarcar con el hombre.

— Hace unos quince minutos — Dijo mientras se inclinaba al escritorio para alcanzar una pequeña estatuilla moái.

La miró por unos segundos, recordando su último viaje a Chile, uno no muy bueno para hacer memoria. Desde aquella vez, jamás había regresado a ese país, y probablemente jamás lo haría.

Levantó la vista hacia su acompañante después de salir de su trance de recuerdos, tratando de afirmar su rostro para evitar cualquier rastro de vulnerabilidad.

— Gracias por el escolta — Dijo con diversión. Recibió una mirada desconcertada.

— ¿Te autoasignaste uno de mis escoltas? — cuestionó con furia disfrazada de tranquilidad, y su pregunta fue contestada con una cínica sonrisa — Me tomé la molestia de mandarlo por mí al aeropuerto, tienes a un candidato sin protección por si te interesa.

El presidente suspiró cerrando los ojos mientras la chica le daba esa información.

Lisa estaba tranquila y relajada. Disfrutando de su visita. Su actividad favorita era hacer la vida de sus enemigos lo más miserable posible. Era lo único que sabía hacer. Y drogas.

— ¿Piensas quedarte? — Preguntó.

Lisa se limitó a responder.

— Sí, hasta que anuncien al nuevo presidente.

Marco tragó saliva.

La llegada del nuevo presidente ponía su cabeza en mucho peligro.

— ¿Qué se te ofrece? — Preguntó con la voz temblorosa.

Suspiró

— ¿Hoy es el día de interrogarme acaso? — Lo miró detenidamente mientras soltaba una risa de satisfacción al ver las gordas gotas de sudor que comenzaban a formarse en su frente.

Chasqueó los dedos fingiendo recordar algo. Se levantó de la silla y comenzó a dar pasos lentos y graciosos a lo largo del escritorio. Se burlaba de Marco lo más que podía, quería humillarlo, torturarlo mentalmente, y sería un gran premio si en algún momento comenzara a llorar y a suplicarle. Por supuesto, no accedería.

— También quiero recordarte, Marco, te queda muy poco como presidente de Estados Unidos y pues, sabes que tenemos algunas deudas pendientes — El cinismo y sarcasmo era una de las características principales de la joven mafiosa.

— Lo sé, aún no tengo el dinero...

Lisa hizo una mueca de decepción y comenzó a negar lentamente. Se
cruzó de brazos y se sentó sobre la esquina de la mesa, quedando frente a Marco.

— Es una lástima, ¿verdad? — Preguntó mientras una mueca de tristeza se formaba en su rostro.

Marco no sabía qué decir, estaba atrapado entre los estados de cuenta del país y las deudas que tenía con las empresas de la chica. Era hombre muerto, en cualquier ángulo en que vieras la situación.

— ¿Por dónde sería mejor empezar? — Preguntó causando confusión en el asustado hombre — ¿Tu esposa o tu amante? — Lisa entrecerró los ojos tratando de tomar la decisión perfecta.

Marco palideció y se levantó bruscamente de su silla. La chica ni siquiera se movió.

— Te aseguro que te pagaré — Prometió con una súplica implícita.

Lisa dejó salir una risa socarrona desde lo más profundo de su ser, negó incrédula, alzando sus cejas y mirando hacia una de las paredes de la oficina.

¡Ay Marco! No hay manera de ayudarte.

— ¿Crees que lo que no has podido pagar en tres años, lo podrás pagar en poco más de dos meses? — Volteó su mirada rápidamente, incrustándola en los ojos del viejo. «No», esa era la respuesta.

— ¿Te importa tanto el dinero? — Preguntó con rabia. El semblante de Lisa cambió totalmente.

Pasó del ser la chica que podía tomarse todo con diversión a la mujer serio con la que nadie quería toparse en su jodida vida. Se bajó del escritorio y alzó una ceja hacia el canoso haciéndolo temblar.

— El dinero me importa poco — Contestó secamente — Soy una mujer de palabra y me gusta que la gente con la que trato también lo sea. Te entregué las mercancías exactamente los días que te dije que lo haría, te dije que tendrías para pagarme hasta tu último día frente al país y te he esperado — Se acercó tanto al presidente que este tuvo que sentarse de nuevo en su silla.

Lisa lo miraba friamente, sin ningún rastro de compasión. Esperando con ansias poder matar a esa maldita rata.

— Lamentablemente, dentro de exactamente noventa y dos días no habrá tratado que te respalde. Y si no recuerdo mal te dije que si no has saldado tu deuda para entonces... te mataré — Susurró muy cerca de su rostro.

Podia oler el miedo y el nerviosismo. Cuál puma acechando a su presa mortal. El cuerpo entero del presidente se tensó. Los días que le quedaban en el puesto eran los centímetros que le faltaban a la guillotina para cortar su cuello, y Lisa era la guillotina. Una guillotina que no sería detenida a menos que consiguiera ese dinero.

— Soy un hombre de palabra, y lo voy a cumplir — Sonrió al verlo con los ojos cerrados. Satisfecha de los frutos de su presencia en esa oficina —. Espera noticias mías hoy, te darás cuenta de que no estoy jugando — Palmeó su mejilla sin amabilidad.

Dio media vuelta y salió por las mismas puertas por las que había entrado minutos antes.

Apenas habían sido quince minutos en esa oficina, pero se habían sentido como una eternidad para el viejo Marco. Quien comenzaba a rezar para salvar su vida. Aunque en ese momento, ni el mismo Dios podría ayudarlo.

Lisa encontró a Rosé en el pasillo. Estaba seria, de pie, frente a la puerta de la oficina. Vestia un pantalón cargo y una blusa, su cabello estaba perfectamente peinado hacia un lado y tenía un audifono en el oído derecho. Dos hombres más robustos la custodiaban por la espalda.

— ¿¿Cómo te fue? — Preguntó sin emoción. Creyendo que esto había sido completamente innecesario.

Lisa volvió a sonreír.

— Creo que se orinó en los pantalones — Rosé rodó los ojos ante la total y absurda actuación del muchacho.

La tomó del brazo y la obligó a caminar a su costado, mientras los dos
hombres de la escolta las seguían.

— ¿Ahora que piensas hacer? — Cuestionó. Esta vez con verdadera duda en la voz.

— No lo sé, pero tiene que saber que con Lalisa Manoban no se juega — Respondió mientras apretaba los dientes con coraje.

Caminaban rápidamente por los pasillos de la gran casa, sin temor de que alguien pudiera verlas. Era tan común desde hace años que ella visitara la sede del presidente, que se sabían los planos prácticamente de memoria. Hacía tanto tiempo que Lisa había tomado el control de los negocios ilícitos de la nación que los empleados, al notar su presencia, simplemente bajaban su mirada y continuaban con sus haceres.

Muchas veces había pensado en hospedarse en ese lugar y recibir las mejores atenciones, pero según ella, aún tenía algo de prudencia.

La azabache se detuvo en seco, estirando un brazo hacia su costado para detener el movimiento de Rosé. Ella la miró mientras Lisa parecía reflexionar algo detenidamente.

— ¿Qué sucede? — Preguntó inquieta, incluso preocupada.

— ¿Esposa o amante? Aún no puedo decidir bien...

Roseanne rodó los ojos, molesta, una parte con Lisa, pero la mayor parte consigo misma por creer que realmente estaba pensando algo serio.

La empujó por la espalda para que caminara haciéndola sonreír. A veces, la mayoría del tiempo para ser precisos, se cansaba de ella y sus tonterías. Pero era su amiga, su hermana, y realmente le quería.

Lisa continuó con los ojos entrecerrados, ideando que podría hacer esta vez. Había tantas opciones que de solo pensarlas la hacían sentirse satisfecha, mandaría por las cintas de seguridad de la Casa Blanca para ver la reacción de Marco en cuanto se enterara de cualquier cosa que hiciera.

— Estoy planeando algo no muy difícil — Dijo sin que Rosé preguntase.

La miró sin interés.

—  Un secuestro exprés y córtale un dedo, aún no me apetece matar a alguien. Se lo podemos enviar de regalo en una cajita — Rosé suspiró cansada y negó lentamente.

Salieron del edificio en cuanto una Rolls-Royce Cullinan negra se detuvo a escasos pasos de la gran puerta, Rosé y Lisa avanzaron a pasos apresurados hasta ella mientras los dos hombres continuaban escoltándolas. En cuanto subieron, las puertas se cerraron, se colocaron los cinturones de seguridad y a gran velocidad dejaron los terrenos de la presidencia.

Lisa estaba en silencio mirando a través de las ventanas totalmente polarizadas. Mientras tanto, Rosé observaba detenidamente una libreta, u agenda pareciera. Leía nombre tras nombre, dirección tras dirección, deuda tras deuda. Creía que el momento de estupidez de su jefa había pasado... pero estaba equivocada.

— ¿Crees que si secuestramos a la primera dama llame mucho la atención? — Rosé cerró de golpe la agenda y la apretó entre sus manos. Dirigió su mirada lentamente hasta Lisa, y tomó un gran respiro antes de hablar.

— No le cortaremos un dedo a la primera dama, Dante — Remarcó Rosé pausadamente y con una notoria tranquilidad forzada.

— Bien, entonces la amante. Sabes donde vive, solo que le destrocen la casa — Negó remarcando su lengua en la mejilla. Estaba a un milímetro de explotar.

Lisa notó la exasperación de Rosé, y entendió que estaba agotando su paciencia. Se aclaró la garganta y se puso seria.

— Mira Roseanne, sé que Arnold no me pagará. Voy a perder millones, y eso no nos viene bien. Realmente quiero que sufra antes de matarlo — Rosé la miró más tranquila, en parte comprendiendo la razón de la muchacha.

Marco le debía más de cincuenta millones de dólares que había adquirido en mercancía, la cuál había traficado y habría obtenido el triple de su inversión. Pero de ese dinero, no había destinado un centavo para pagar su deuda, eso era lo que Lisa cobraba con la muerte. Había investigado las cuentas del hombre y estaban en ceros, se había dedicado a gastar cada fracción de dólar en malos negocios que lo habían hecho perder todo.

A estos extremos no conseguiría ese dinero ni vendiendo todas sus propiedades, el país tenía desfalcos muy grandes que saldrían a relucir en cuanto entregara cuentas; entonces iría a la cárcel.

— Debería estar agradeciéndome — El tono en la voz de la chica era
superioridad y rabia.

— ¿Por qué debería agradecer que lo vas a matar? — Rosé tenía una mueca ilógica en todo el rostro.

— Le ahorraré el resto de su vida en la cárcel.

Recorrieron lo que quedaba de camino en total silencio, Rosé leyendo y haciendo anotaciones sobre la agenda y Lisa mirando por la ventana, perdida entre sus propios y liosos pensamientos.

Después de unos minutos, la camioneta atravesó una alta reja de acero. Se hospedarían en una residencia alquilada en el condado de Arlington, en el estado de Virginia. Estaban cerca del pentágono, lo cuál les parecía ciertamente interesante por sus precedentes delictivos. Igualmente, tenían a cinco minutos el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington por si debían salir rápidamente y estaban a quince minutos de la Casa Blanca. Era el lugar perfecto.

Se quedarían ahí dos semanas, mientras arreglaban algunos asuntos en el país y esperaban las elecciones. Lisa fue directo a la que sería su habitación en cuanto entraron a la casa. Su cabeza le pesaba, el cambio de horario siempre le daba problemas.

Habían salido de Barcelona hacia el aeropuerto de Reus a las siete de la mañana y después de varias horas de vuelo, habían llegado a Washington D.C. a las cinco y cuarenta y seis de la tarde. El reloj apenas iba a marcar las siete, sin embargo, se sentía realmente agotada para poder dormir toda la noche sin problemas. Pero antes debía terminar de organizar la mercancía que sería mandada a Asia en un par de días.

Se sentó en un sofá individual mientras cargaba con su computador, lo abrió y lo puso sobre sus piernas mientras la pantalla se iluminaba. Ingresó su contraseña y conectó la USB que le ayudaba a que su IP, y todo lo que estaba dentro de la computadora, no pudieran ser rastreadas. Pronto terminaría su convenio con el país, y mientras no se firmara otro acuerdo, la CIA, el FBI y la Interpol la tendrían en la mira.

Rosé entró a la habitación sin tocar haciendo que Lisa la mirara demandante. Su mirada se relajó en cuanto descubrió que era ella. Tomó el aparato de sus piernas y lo colocó sobre la mesa auxiliar que estaba al costado del sillón café.

La rubia dio un par de pasos hasta pararse a un costado de ella, la miró por unos segundos y sin avisarle tiró a sus piernas una gorda carpeta. Lisa se quejó por el golpe y la sorpresa.

— ¿Qué es esto? — Preguntó con irritación mientras tomaba el archivo y se disponía a abrirlo.

— Listas de adeudos y contratos que expiran este mes — Lisa alzó las cejas y frunció los labios.

Todo lo que pasaba por su cabeza era flojera, flojera y más flojera. No quería trabajar, no quería leer ni cobrar, tenía que terminar el asunto de Asia y ella simplemente quería dormir. Pero no podía deiar pasar por alto alguna deuda.

— ¿Salgo perdiendo con alguno? — Preguntó alzando la mirada hacía su amiga. Rosé rodó los ojos.

— ¡En todos pierdes dinero! — Le dijo casi en un grito.

Devolvió la mirada a la carpeta y observó cuidadosamente la primera página. Un rastro de confusión apareció reflejado en sus muecas.

— ¿Quién carajos es Kim Dangseok y por qué me debe dos millones? — Rosé soltó un bufido mientras golpeaba la pared con la palma abierta. Lisa pareció exaltada y la miró confundida.

— Estoy harta de tu comportamiento infantil. Estás así desde que salimos de Barcelona esta mañana — Le dijo entre dientes, haciendo que Lisa bajara un poco la cabeza. — ¿En qué demonios tienes la cabeza, idiota? — Lisa la miró sin saber qué responder.

— Es por el Jetlag — Respondió, después se dio cuenta de que eso solo empeoraría las cosas.

— ¡Deja de decir estupideces! — Le gritó moviéndose para quedar frente a ella — No echaste a perder el negocio cuando eras una maldita chiquilla de quince años, no voy a dejar que lo arruines ahora que se supone eres un una mujer — Lisa frunció los labios ante el regaño.

Rosé estaba realmente molesta, harta de la posición tan infantil que había tomado la azabache.

— Tienes treinta y dos años, Lalisa. Ya madura — Bajó un poco el volumen su voz — Esto no es un juego — Lisa asintió mientras que era incapaz de mirarla a los ojos — Ya casate idiota — Sonrió al sentir a Rosé tranquila de nuevo.

— Consigueme a alguien y hablamos — Respondió y Rosé puso su mano en el hombro de la chica.

— Céntrate, por favor — Le dijo mientras la movía, para después soltarla y salir de la habitación en silencio.

Lisa quedó sola, pensando en lo que Rosé había dicho. Tenía que dejar de actuar sin pensar, pero había algo en ella que no podia controlar sus impulsos de estupidez.

Tomó su celular antes de ponerse a trabajar con el pedido de Asia y marcó al número del actual presidente para decirle que iría a hablar con él, para tratar algunas opciones. Lo intentó varias ocasiones, pero la llamada no lograba entrar. El número no existe.

Lisa apretó los puños con fuerza. Se sabía esta jugada y no era más que un cambio de número telefónico para que le perdiera el rastro. Muy estúpido porque sabía exactamente donde podía encontrarlo.

— ¿Crees que puedes jugar conmigo? — Preguntó mientras miraba el teléfono.

Se levantó de la cama y del cajón de la cabecera sacó un arma. Una GSH-18 de 9 mm. Le recargó las balas y luego la metió entre su ropa. Dejó su habitación, recorrió toda la casa, cuidadosa de no encontrarse a Roseanne y salió por la puerta trasera. Caminó hasta poder subir a uno de los autos que estaban estacionados en el garaje. Lo encendió, y pisó el acelerador en dirección a la entrada.

Su destino era en Washington D.C., no muy lejos de la Casa Blanca y a veinte minutos del lugar en donde se estaba quedando. Una famosa unidad habitacional en Woodley Park, reconocida por el elevado valor de sus condominios.

Lisa mal aparcó frente al gran inmueble, bajó del auto y caminó
rápidamente a la entrada de la recepción. Un hombre le abrió la puerta y le dio la bienvenida, lo miró fugazmente y se adentró en los pasillos sin llamar la atención de la recepcionista.

Caminó por los extensos corredores, subió hasta el piso treinta hasta que llegó al pent-house que buscaba en la zona RA-4.

Giró la manija de la puerta, pero estaba bloqueada. Suspiró y llamó al timbre. La puerta se abrió casi en seguida. La mucama fue la que atendió.

— ¿Está la señora? — Preguntó con voz forzadamente amable. Ella la miró unos segundos, cuando en el fondo del lugar, apareció la silueta de una mujer.

— ¿Quién es, Lucía? — Instantes después la miró y su respiración se cortó ― Vete Lucía, por favor — Dijo casi en un susurro, y acto seguido la mujer salió del sitio.

Lisa se giró a despedirla, y cerró la puerta con seguro detrás de ella. Cuando regresó a ver a la mujer, esta ya no estaba.

— Oh, vamos linda — Dijo mientras comenzaba a caminar por el gran departamento — Solo necesito que le lleves un mensaje a tu hombre, cielo — Se fijaba en cada rincón del lugar con una traviesa sonrisa floreciendo de ella. Era como el juego de las escondidas, ella trataba de ocultarse, pero Lisa era la mejor jugadora; y la encontraría.

Se acercó a la cocina, mirando fijamente la entrada por si planeaba salir por ahí. En el piso de arriba, se escuchó un golpe. No sabía si se había caído, o había tirado algo por accidente. Lo que sabía era que eso la había delatado. Subió las escaleras mientras se sacaba el arma de los pantalones.

— Sabes que no podrás escapar, mejor hagamos esto más fácil y sal por tu propia voluntad — Su voz era juguetona, un rastro de burla la entonaba, era un juego para ella, mientras para la mujer podría ser su peor pesadilla.

Miraba en cada una de las habitaciones, siendo cuidadosa de no descuidar la escalera por mucho tiempo. Comenzaba a desesperarse, no era la mujer más paciente que pudiera existir.

— ¡Sal por un demonio! — Quitó el seguro de la pistola y se dirigió al último cuarto que quedaba.

Trató de girar la perilla, pero, esta tenía el seguro puesto.

— ¿En serio? ¿Tan obvia? — Rodó los ojos y pateó con fuerza bajo el picaporte. La puerta tembló, pero no fue suficiente para abrirse —. Sal de ahí, maldita zorra — Volvió a patear con fuerza, una y dos veces, hasta que el marco logró zafarse y permitirle la entrada a la habitación.

La puerta del armario estaba ligeramente cerrada. Sonrió levemente al saber que por fin había encontrado su objetivo. Camino hasta él, y abrió la puerta con suma rapidez. Ella estaba ahí, acurrucada en la esquina mientras abrazaba sus piernas.

— ¿No crees que es muy usado el esconderse en el clóset? — Tomó a la chica del brazo aplicándole una fuerza suficiente para causarle un moretón, la haló hasta la cama con brusquedad y su cuerpo fue empujado sobre esta.

— ¿Qué-qué vas a hacerme? — La chica tartamudeaba mientras comenzaba a producir lágrimas en abundancia. Lisa hizo una mueca de asco hacia ella.

— No pienso violarte si es lo que te preguntas, no llego a esa bajeza cariño — Apuntó a su cabeza para dispararle, pero no lo hizo — Vengo para que le des un pequeño recordatorio a tu querido hombre, en cuanto lo veas, claro si sigues viva para cuando él llegue — Rio y la chica solo escondió su rostro entre las almohadas. — Ya deja de lloriquear — Le ordenó. Ella la miró mientras suspiraba.

— Anda, has lo que vayas a hacer — Pidió cerrando los ojos Lisa frunció los labios.

— Me encantaría meterte un tiro en estos momentos, pero todavía no puedo, no hasta que se venza el plazo. Solo dile a Marco que vine, que no intente esconderse o huir porque lo encontraré y será peor.

Ella asintió inconscientemente a lo que decía la muchacha.

Su rostro estaba pálido, sus ojos manchados de maquillaje y sus manos temblaban por el miedo. Lisa la miraba fijamente. La sentó en la cama y puso la punta del arma en su frente.

— Comunícame con él — Demandó y la chica obedeció al instante.

Sacó un móvil de la bolsa trasera de su pantalón y buscó el contacto que le solicitaban. La llamada entró y tres timbres después la voz áspera y repulsiva del presidente resonó a través de la bocina.

— ¿Pensaste que cambiando el número te iba a perder el rastro? Fue algo muy estúpido de tu parte, sabiendo que sé perfectamente en donde te encuentras en estos momentos. Si intentas huir te encontraré y tu muerte será peor; empezaré a dejarte sin extremidades lentamente, no tendré compasión de ti, ni de tu familia. No sabes con quién te metiste, no sabes lo que puedo llegar a hacer, y en verdad te aseguro que no quieres averiguarlo. Sé inteligente por una vez, Marco, y no me pongas a prueba — Colgó la llamada y cuando estiró el teléfono hacia la chica, esta se le lanzó encima.

Sus largas uñas se clavaron en su mejilla derecha mientras sus piernas trataban de conectar algún punto del cuerpo de Lisa. Esta disparó, aturdiéndola y dándole espacio para propinar una despiadada bofetada en su perfil izquierdo.

Ella cayó tumbada en el piso, Lisa se acuclillo mientras tocaba la humedad de la sangre en su rostro. Se enfureció y tomó a la chica por el cuello.

— Eres una maldita zorra, y en cuanto tenga la oportunidad, te mataré — Escupió las palabras en su cara mientras ella luchaba por oxígeno.

Controló su respiración, soltó su cuello y salió del departamento lo más rápido que pudo. Condujo veinte minutos de vuelta a casa, mientras trataba de limpiarse la sangre seca que estaba en su mejilla. Maldijo en voz alta mientras golpeaba el volante.

En cuanto entró al lugar, Rosé tenía la cara de enojo más grande del mundo.

— ¿Largarte a escondidas solo para atacar a la amante de Marco? — Lisa bajó el rostro ante el regaño de la chica.

— Lo sé — Respondió sin ganas

Roseanne negó.

— Me falta un poco de concentración — Dijo.

— Concentración y autocontrol Manoban, te faltan eso y muchas otras cosas. ¡Debes centrarte en lo que debemos hacer! — Park reventaba en furia. Su voz era alta y demandante, Rosé parecía la jefa y Lisa uno de las pequeñas novatas.

— Te prometo que voy a reconcentrarme — Levantó sus manos escudándose y Rosa se paró frente a ella.

— ¿Qué le hiciste? — Lisa miró hacia otro tratando de evitar su pregunta — Contéstame — Ordenó, y la azabache asintió accediendo a contarle. — ¿Ella te hizo eso? — Tomó su mentón girándolo con brusquedad. Observó las marcas de las uñas de la chica, tenía sangre en ellas y comenzaría a arder.

— La amenacé con el arma, hable con Marco y ella quiso defenderse en mi descuido, así que me atacó. Luego la abofeteé y traté de estrangularla. La dejé casi inconsciente en su habitación — La tonalidad en su habla era fría, sin arrepentimiento.

— ¿Te das cuenta de lo que hiciste? — Preguntó —. Hay cámaras por todos lados, Lisa — Dijo Rosé tratando de hacerla entender.

— En la Casa Blanca también. Y no por eso voy a dejar de ir — Rosé suspiró.

A través de los años se había acostumbrado a torturar y matar a sangre fría, era lo que el negocio implicaba. Casi dos décadas le habían enseñado a no sentir remordimientos, había perdido la cuenta de cuantas personas habían muerto en sus manos. Ni siquiera recordaba cuantas habían muerto estranguladas y cuantas otras a tiros. La experiencia lo había enseñado a cerrar sus sentimientos.

Muchas noches al inicio había llorado por tener que hacer esto, muchas personas que amaba habían sido asesinadas por rivales. Rosé era la única persona que le quedaba y no quería perderla, mucho menos de esa manera, pero sabía que eso era una gran posibilidad.

Sus vínculos afectivos eran escasos, no tenía contactos más allá del trabajo; nadie conocía a la verdadera Lisa. Aquella que se escondía tras las armas y la droga que traficaba para todo el mundo, aquella que siendo apenas una niña había sido introducida al mercado negro por las malas y que con el paso del tiempo se había convertido en una de las narcotraficantes más poderosas.

— Vete a dormir — Ordenó Rosé — Hay mucho trabajo para mañana — Lo dejó en el recibidor y se perdió al fondo del pasillo. Eran casi las diez.

Lo que restaba de la noche transcurrió lentamente, brindándole a Lisa un sueño placentero y reconfortante a su cansancio. Se despertó entre gritos y la luz del sol. La cama estaba revuelta, las sábanas enredadas entre su cuerpo y en su rostro había rastros de baba seca y sangre.

Rosé entró en la habitación azotando la puerta, cortando por completo la tranquilidad de la azabache.

— Levántate, tenemos problemas — Lisa renegó revolcándose sobre el colchón. Cubrió sus ojos con su brazo privando a sus pupilas de la luz.

— Vamos, es mi segundo día aquí — La misma carpeta del día anterior fue tirada sobre su rostro cubierto. La tomó en sus manos y miró a Rosé con los ojos entreabiertos. — ¿Qué sucede? — Dijo incorporándose sobre la cama.

— Báñate, necesitamos ir a cortar cabezas — Lisa talló sus ojos, y salió de la cama quejándose — Hoy se vencen seis plazos, acabas de perder nueve millones — Rosé abrió las persianas, dejando entrar la claridad de la mañana.

Manoban miró la carpeta, la lista de nombres era larga, en cada una de ellas estaba la dirección y datos personales de los individuos. Analizó un poco la situación y luego talló sus ojos nuevamente volviendo hacia su compañera.

— No pienso salir del país, así que nos haremos cargo de los que están a nuestro alcance. Voy a mandar a Namjoon a Brasil, Hoseok y Jin pueden ir a Suiza y Rusia — Rosé asintió. Caminó hasta el mapa que estaba en la pared y marcó tres lugares con pequeñas tachuelas.

— Ellos tres son los que están en el país, California, Utah y Nevada — Lisa miró el mapa un momento, y bufó.

— Están hasta el otro lado del país, lo que no quiero es viajar — Rosé rodó los ojos — Pero bueno, dile a Taehyung que prepare todo para irnos esta tarde. Pasaremos por Utah, luego Nevada y por último California — Park asintió, recibiendo la orden.

— ¿Quién te debe en nevada? — Preguntó con curiosidad.

— Conocí un hombre en un casino — Respondió mientras se encogía de hombros. — Sé que el hombre tiene hijos, podemos pedirle uno a cambio, necesitamos preparar gente — Rosé negó rotundamente.

— Sabes lo que pienso sobre meter a niños en estos asuntos. Ellos no tienen la culpa — Lisa aceptó el argumento, y caminó hacia el baño.

— Antes de salir a Utah, tenemos que arreglar lo que quieres para las elecciones y son muchas llamadas. Encárgate de investigar al candidato que quieres — Lisa aplaudió, emocionada y asintió. La rubia salió por la puerta y desapareció de la vista.

En vez de dirigirse al baño para tomar una ducha, fue por su portátil y se adentró en la búsqueda.

"-Nombre: Kim Jennie.

-Lugar de nacimiento: Seoul, Corea Del Sur.

-Nacionalidad: Surcoreana

-Padre: Kim Heeseung

- Madre: -

-Fecha de nacimiento: 16 de enero de 1996 (27 años)

- Estudios: Licenciatura en historia y ciencias sociales - Eastern Mennonite University.

- Máster en política - Harvard Kennedy School.

-Doctorado en economía política y gobierno - Harvard Kennedy School.

- Pareja: -

-Hijos: -

Kim Jennie nació en Corea Del Sur. Su padre es el reconocido filósofo Kim Heeseung, mientras que la identidad de su madre sigue siendo un misterio. Por el trabajo de su padre y la ausencia de su madre, Jennkey fue criado por sus abuelos paternos, por lo que vivió la mayor parte de su infancia en Cheshire.

Ahí cursó los primeros años de su educación, destacando en actividades extraescolares como la gimnasia y el ajedrez. Desde pequeña, siempre fue una niña sobresaliente gracias a su inteligencia, tanto que a los ocho años, el instituto en el que estudiaba decidió adelantarlo tres grados. Esto hizo que Kim se viera en la necesidad de buscar la mejor escuela para su hija, así que decidieron volver a Corea Del Sur.

Con quince años, Jennie terminó la preparatoria y se embarcó en el Eastern Mennonite University, en Virginia, para estudiar una licenciatura en historia y ciencias sociales. Para los dieciocho años, se había graduado ya con honores de la universidad, hablaba tres idiomas (inglés, español y alemán), tocaba cuatro instrumentos (arpa, guitarra, clarinete y saxofón), y tenía certificaciones para impartir clases de lenguas extranjeras, historia, física y química avanzada.

Con este amplio perfil, a la edad de diecinueve años, se postuló para ingresar a Harvard y realizar un Máster en política pública en el Kennedy School, lo cual consiguió con éxito. Continuó con sus estudios en la misma institución y realizó un doctorado en economía política y gobierno, surgiendo entonces el interés para llegar a ser presidenta de Estados Unidos.

A la edad de veinticuatro años, dejó la ciudad de Cambridge para mudarse a Washington D.C., en donde comenzó su carrera política, asociándose con el partido Demócrata, quienes a pesar de corta edad y experiencia pudieron ver en él la capacidad gracias a sus competencias, conocimientos, estudios y presentación.

Con veintisiete años, pese a no cumplir el requisito de treinta y cinco años, logró llegar a la candidatura para la presidencia de los Estados Unidos de América de la mano del partido Demócrata. Al día de hoy encabeza la lista de popularidad por encima de su contrincante del partido Republicano, Carlton Cross."

Lisa cerró su computador mientras mordía la uña de su dedo pulgar derecho. Esa niña no era cualquier cosa. Comenzaba a arrepentirse de quererla en la presidencia y por un momento pensó en desistir en su petición de influir en las elecciones.

Lo reflexionó por unos instantes y luego sonrió genuinamente solo para ella.

— Serás un hueso muy difícil de roer, Jennie. Pero será todo un honor, arriesgar los dientes contigo.

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