Prólogo.
—Siempre es lo mismo...
Ese es el pensamiento que giraba por la cabeza del pequeño mientras iba de vuelta a casa en el auto de su padre, quien tenía el ceño fruncido y miraba a su hijo a través del retrovisor de vez en cuando, no hacía falta decir que estaba muy molesto por lo que pasó. El pequeño chico de cabello oscuro miraba la ventana del auto perdiéndose en todas las cosas que pasaban, sus ojos rubí observaban cada cosa con tal de entretenerse y poder olvidar lo sucedido. Sin embargo, su padre volvería a tocar el tema.
—Todavía no entiendo porque te sigues peleando con los demás niños, Bonnie.—replicó.—Es la cuarta vez esté mes. El año pasado no estabas así, joder.
El menor no dijo absolutamente nada, estaba en las nubes, perdido.
—Bonnie te estoy hablando, respondeme cuando lo hago.—el menor se estremeció al oír la severa voz de su padre, pero él ya estaba irritado.—Agh, olvidalo.—bufo por lo bajo.—Todo es culpa de esa mujer por dar a luz a un niño retrasado.—murmuro para sí mismo.
Pero Bonnie lo escucho. De alguna manera, oír eso le molestaba porque sólo lo hacía acordarse de el tipo de cosas que le decían los demás niños. Sus insultos y burlas las a estado soportando desde el año pasado, no sólo eso, sino también el comportamiento irracional que sus padres adoptan también, está combinación de cosas solo lo llenan de ansiedad y histeria, desde que acabaron las vacaciones y volvió a la escuela seguía siendo el mismo pero está vez se defendía, o mejor dicho, explotaba.
Nadie podía entenderlo; como ya no es el conejito débil, es el malo de la historia. Aquello lo confunde y no puede procesarlo del todo, pero no es algo que le dé mucha importancia. Su padre y él volvieron a casa, donde su madre se encontraba cocinando la comida, al oír la puerta abrirse y cerrarse, dejó de hacer lo que estaba haciendo para ir a saludar, pero cuando vio a Bonnie esté solo le paso por el lado y fue directo a su habitación, ella sabía muy bien porque estaba así. La mujer miró a su marido con cierto disgusto.
—¿Ahora que hizo?
—Lo mismo de siempre.—resoplo.—Ya no sé que hacer o como acercarmele.
—Claro, ahora quieres hacerlo.—chasqueo sus labios.—Después de todo, te importa, ¿no?—expresó con un tono sarcástico.
—A ver, Amelia, no empieces con tus cosas. No estoy de humor para eso.
—¿Crees que me importa eso?, tu hijo necesita de tí y tú solo te quejas. Vaya padre eres.
—¡Todo es culpa de la crianza que le has dado!—exclamó.—¡Bonnie era un niño normal hasta hace unos días!
—¡No me vengas a echar la culpa a mí!, esa agresividad seguro la sacó de ti.—replicó.—Además, él siempre ha sido así, de retraído y solitario. Un niño extraño. Los niños de su edad deberían estar jugando y haciendo amigos.—dijo.—Es más, ya siéntate Roberto, que servire la comida.
Roberto hizo caso a lo que dijo su mujer, después de todo no estaba dispuesto a comenzar otra discusión, se sentó y espero a que trajeran la comida.
Bonnie estaba en su habitación, sentado en su cama mirando el suelo, el menor empezó a recordar lo que pasó hoy en la escuela, los demás niños comenzaron a gritarle y decirle cosas, luego empezaron a empujarlo, Bonnie se abalanzó encima de uno de ellos y lo golpeó, los dos pequeños ya estaban peleándose en cuestión de segundos, los otros niños estaban vociferando cosas, eran innentendibles para Bonnie, hasta que otro niño se metió a la pelea para pegarle a Bonnie.
El pequeño no dejaría las cosas así, se defendió, peleando con otro menor de su misma edad, 10. Los golpes, la sensación de pegarle a alguien, esa calidez que sentían sus nudillos cuando le pegaba a la carne, piel y huesos de alguien más, era increíble. Bonnie se empezaba a dar cuenta de que eso le quitaba esa ansiedad de encima, de alguna manera lograba desahogarse en las peleas de todas las emociones negativas que sentía.
Miró sus pequeñas manos, las apretó, acordándose de más cosas, está vez de cosas del año pasado, como aquella vez en la que empujaron al piso para que se raspara la piel apropósito, o esa en la que lo encerraron en los baños, la otra en la que le robaron sus útiles y rompieron sus cuadernos, también cuando le tomaban su merienda los matones o la pisoteaban, esos sandwich que preparaba su madre, las veces que le tiraban pequeñas bolas de papel mientras estaba distraído, lo obligaban a hacer cosas que no quería también; un sin fin de cosas más. Bonnie recordaba eso y podía sentir la furia apoderarse de su cuerpo, el pequeño niño de cabello negro se llenaba de odio con cada imagen pasando por su cabeza.
“A nadie le importa como él se sienta.
Como se sintió todas esas veces.
Incomprendido por los demás, hasta por su propia familia.
¿En quién puede confiar?
¿Con quién puede contar?
Está completamente sólo.
No sólo se siente sólo, lo está.
Si seguía siendo el mismo conejito sumiso, sentía que en cualquier momento iba a estallar.
Iba a explotar.
No quería eso.
No quería.”.
Su madre, Amelia, lo llamó para comer, el muchacho sin muchas ganas bajo las escaleras, sintiendo la pesadez del hogar en el que vive, como si el ambiente estuviera lleno de esos mismos sentimientos negativos. Al llegar al comedor, su padre encendió la televisión, en las noticias pasaban el caso de que un niño había muerto.
“—Pequeño niño de tan sólo 11 años de edad se suicida en su casa. No sabemos los detalles exactamente pero según la poca información que tenemos, a sido por culpa del acoso que recibía. Una vez más, el bullying está acabando, no sólo con nuestros jóvenes, sino también con los infantes.—”.
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