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3- Enjuto


Enjuto. Palacio Real, aposentos de Lord Sabious. 11 de Junio del 1223 d.D.

Superó el último escalón y dio un hondo y fatigado suspiro. Se detuvo un momento junto a la pared y protestó. Después de expulsar todo el aire, parecía más anciano de lo que en verdad era, desinflado como un globo pinchado y muy, muy, cansado. Trescientos malditos escalones. Ni uno más ni uno menos. Costaba imaginar que en lo alto de aquella desdichada escalinata morase nadie, en un estudio demasiado estrecho como para llevar una vida.

Al fondo del corredor, apenas iluminado por una vela casi consumida, la puerta del cuartucho permanecía tal y como la recordaba: inexpugnablemente cerrada. Hinchó los pulmones conel aire viciado del pasillo y caminó lentamente hasta su umbral.

Lord Sabious era un perfecto ermitaño. Unos criados le llevaban diariamente su comida en una bandeja de plata, y si necesitaba lavarse aprovechaba el agua de la lluvia (especialmente tibia en aquel mes del año) que calentaba gracias a un intrincado sistema de poleas. A decir verdad, sólo abandonaba su estudio en lo que él denominaba "ocasiones excepcionales": asistir a una coronación, recibir a un viejo amigo o inspeccionar un antiguo manuscrito de la biblioteca por sí mismo.

Por eso, cuando llegó a la puerta, vaciló. Alzó la mano, pero los nudillos no llegaron a tocar su madera oscura. Se quedó un rato en silencio, preguntándose cómo se tomaría el viejo lord una irrupción tan repentina.

"Toc-toc". La madera crujió y la puerta tembló un poco. Al otro lado creyó escuchar a alguien refunfuñar. Aguardó unos instantes pero no sucedió nada. Volvió a llamar; ahora estaba decidido. Esta vez no se escuchó nada. Volvió a aguardar unos segundos y cuando creyó que ya había esperado suficiente, empujó la puerta y dio un paso adentro.

El anciano correteaba nervioso de unos estantes a otros, cargado con papeles y tomos, mientras hablaba solo y perjuraba contra los cielos. Tan enfrascado estaba en sus pensamientos que cuando El Enjuto empujó la puerta apenas reparó en su presencia, pero cuando lo hizo se detuvo en seco y le dedicó una mirada irritada.

—¡Estoy ocupado! —refunfuñó —. Si no he abierto es porque no he querido, no porque esté sordo.

El Enjuto inspiró hondo. El aire allí dentro tenía un inconfundible aroma a añejo, aunque había un matiz silvestre en aquella fragancia, proveniente tal vez de las macetas que decoraban el alféizar de la ventana. Intentó esbozar su mejor sonrisa. Ya iba a responderle cuando se dio cuenta de que el anciano había vuelto a su laborioso ajetreo de unas estanterías a otras.

Carraspeó para hacerse oír. Lord Sabious volvió a detenerse. Esta vez en sus ojos brilló un punto histérico.

—¿Sigues aquí? —farfulló el anciano —. ¿No te he dicho que te fueras? ¡Estoy en mitad de una investigación!

—Lo entiendo, y me disculpo, pero la situación es acuciante. Necesito vuestro consejo — se apresuró a decir. Lord Sabious no tuvo tiempo de distraerse e ignorarlo de nuevo. Encarnó una ceja y se acercó hasta el menudo hombre a grandes zancadas.

—¿Qué demonios te sucede?

Pensando que lo iba a azotar, El Enjuto dio un paso atrás y trastabilló con uno de los muchos libros que había desperdigados por el suelo. Cayó de espaldas contra la puerta y soltó un quejido. Lord Sabious se relajó.

—Perdona —el cambio de tono en su voz fue extraordinario, casi patológico —. No quería asustarte... Yo... no estoy acostumbrado a recibir visitas.

El Enjuto se llevó una mano al lumbago y se frotó la espalda dolorida. Se ayudó del pasador para incorporarse de nuevo y trató de enterrar el dolor tras una sonrisa fría.

—No es nada. Sé que sois un hombre muy ocupado.

—¿Qué te sucede, hijo? —la voz ya no sonó frente a él, sino a varios pasos, de nuevo entre las estanterías. Para su edad, se movía con una celeridad alarmante, pensó El Enjuto.

A modo de respuesta, El Enjuto introdujo la mano en la faltriquera que llevaba cruzada al hombro y arrojó su contenido sobre la primera mesa que encontró libre.

Era una cabeza. Una cabeza decapitada. Pese al guante que vestía, El Enjuto se estremeció con el mero contacto. Cuando el rostro del anciano asomó por entre las pilas de libros al fondo del salón, en su cara apareció un rictus severo.

Se acercó a inspeccionarla. Sus ojos se habían incrustado en aquel vestigio viviente del mal, como si de pronto toda la excentricidad de su carácter hubiera quedado nublada bajo la sombra de la preocupación. Cuando se volvió hacia El Enjuto, el dueño de aquel testimonio maldito, su mirada era grave.

—¿De dónde la has sacado? —su tono no reflejó la más mínima emoción, si acaso algo de miedo.

El Enjuto recordó entonces a la extraña mujer que lo había visitado hacía apenas dos días. Al principio había pensado que era una adivina o una bruja, pero aquella idea la había descartado muy rápido. No, había algo más en ella, cuánto más lo pensaba más se convencía. Su voz, sus gestos, su mirada... Aquella mujer escondía un poder callado como El Enjuto jamás había conocido.

Abrió la boca para decir algo pero las palabras murieron en sus labios. Lord Sabious le dedicó una mirada larga y reflexiva.

—No lo sé –dijo al final, y no sin esfuerzo. Descubrió que le resultaba difícil pensar en ella, y aún más expresarlo con palabras —. No sé qué criatura era.

—¿No sabes qué criatura era? —inquirió —. ¿Qué aspecto tenía?

—Parecía humana, como nosotros, pero había algo en su mirada que podría amilanar a una manada de lobos.

Silencio. Lord Sabious se acicaló la luenga barba blanca pacientemente. El cabello en su coronilla era inexistente, pero el bigote se preservaba frondoso. Unidos por la quietud, El Enjuto pensó que aquel hombre era un incomprendido, que había más sabiduría en él de la que cabía esperar de cualquier otro de los habitantes de Palacio.

—Podría haber sido una valarqir, o una quel —murmuró Lord Sabious, aunque no supo si hablaba con él o consigo mismo —. En cualquier caso, ¿dijo de dónde venía?

El Enjuto no respondió inmediatamente. Sabía que no era ni una cosa ni la otra. Los quelf jamás habían tenido trato con los humanos de I-Naskar, y aquella mujer tampoco compartía ninguno de sus rasgos. Pero más improbable aún era que se tratase de una valarqir; sus maestras lo hubieran puesto en sobre aviso, y acababa de reunirse con una de ellas.

—Del otro lado del mar, pero su piel era blanca como nieve en la mañana, y no conozco ningún reino humano, salvo el Imperio Halcón, que se haya desarrollado tan lejos al este.

Lord Sabious volvió a clavar su diligente mirada en la cabeza degollada. Una mujer, misteriosa como una noche sin estrellas, decía venir allende el mar con la cabeza decapitada de un annan bajo el brazo... Si no estuviese loco por completo, jamás habría creído las palabras del Enjuto, pero por suerte para el menudo hombrecillo, Lord Sabious estaba rematadamente desquiciado.

—Pues esto es un annan, que a menudo, y de forma errónea, se les conoce como demonios. Los quel nos revelaron hace noventa años, en O-un, algo sobre ellos; algo que mi memoria casi ha olvidado —se lamentó el viejo Lord. Había cerrado los ojos y tenía el ceño fruncido. A la luz que se filtraba desde la ventana, al Enjuto le pareció que su expresión se había endurecido y que sus arrugas se remarcaban —. Luminoso Jullian ¿dónde habré guardado aquel pequeño diario?

En los ojos de Sabious se dibujó de pronto una grave urgencia, y antes de que El Enjuto pudiese apartarse, el viejo lord lo placó en su carrera a las estanterías atiborradas. Allí, El Enjuto le perdió el rastro, y mientras hurgaba entre los centenares de tomos, le pareció que aquellos estantes podrían ceder en cualquier momento, prometiendo sepultar al anciano bajo el peso de sus volúmenes.

Pero no fue así, y al cabo de un rato, lord Sabious emergió de entre el polvo y el desorden con una sonrisa triunfal. Bajo el brazo agarraba un delgado facsímil de no muchos años. La urgencia de su mirada se desdibujó lentamente en una exaltación silenciosa.

Caminó hasta él. El Enjuto leyó claramente la cubierta del libro, que rezaba en letras doradas:

"Apéndices y Anotaciones de un Reino, por Talrys Daene"

—¿Quién fue Talrys Daene?

Por el movimiento que describieron las cejas de lord Sabious, El Enjuto supo que la pregunta había sido de su agrado.

—Talrys Daene... parece mentira que haya pasado tanto tiempo —ahora, por su tono de voz, El Enjuto supo que la mente de lord Sabious vagaba muy lejos —. Talrys fue, hasta hace cincuenta años, el Apuntador Oficial de O-un. Por desgracia para el mundo, lo asesinaron los Hijos del Hilo. No creo que haya existido hombre más cultivado en la historia del mundo. Éste —dijo, y sacudió levemente el facsímil —, fue uno de sus últimos trabajos.

Abrió el librillo y leyó en el índice escrito con perfecta caligrafía.

—"Página ciento sesenta; Confesiones de los Quelmana" —murmuró lord Sabious. Sus dedos, aunque cortos y arrugados, conservaban una agilidad quirúrgica, aunque no del todo insospechada. El Enjuto ya se había imaginado que hacía falta ser ágil tanto de manos como de mente para dedicarse a la ciencia y hechicería. Antes siquiera de darse cuenta, el viejo lord ya había abierto el libro por la página indicada.

—¿Era una calabaza? Una calabaza, una calabaza, una calabaza trajo el mendigo. ¿Qué traes, malas artes? ¿O acaso me traes trigo? Traigo una calabaza, una calabaza, una calabaza, buen señor, pues no tengo ni oro, ni plata, ni trigo ni soy pastor. Es una calabaza, una calabaza, una calabaza capaz de hablar; charla y ríe, ¡incluso baila! Tenga, buen señor, piedad. Una calabaz...

La canción de lord Sabious no solo era terrible, sino que ni siquiera la sabía entonar. En el solemne silencio, el contraste fue perturbador.

—¿Cómo dices? —inquirió El Enjuto, que no entendía a qué venía aquello.

—¿Cómo digo, de qué? ¿De qué hablábamos?

El Enjuto ladeó la cabeza. Ahora, la mirada de lord Sabious era la mirada de alguien desubicado y perdido. Alguien que apenas era consciente de su propia existencia.

—Hablábamos de los quelf y de Talrys —informó El Enjuto. Lord Sabious lo miró fijamente, con extrañeza, y después volcó su mirada en el libro abierto que tenía entre las manos, como si algún demonio acabase de ponérselo encima para confundirlo. Entonces, abrió mucho los ojos y rio.

—Ah, sí, sí, por supuesto. El diario. Sí, veamos...

El Enjuto suspiró una vez, pero fue un suspiro largo y fatigado. Aquella visita le había hecho darse cuenta de que lord Sabious era algo más que un viejo excéntrico; pero no demasiado más. Sentía pena, pero también miedo de que, llegado el día, su mente degenerase como la del hombre que tenía ahora delante. Un hombre que en otro tiempo habrían considerado un genio.

—Bien, voy a leer textualmente la narración —se aclaró la voz y se sentó. La madera de la silla crujió bajo su peso. Al Enjuto le vino de pronto un olor a... Desterró aquella idea y se concentró en la voz del viejo —: "Ya han pasado dos días desde el misterioso encuentro y aún sigo recordando las palabras con claridad, aunque temo olvidar los pormenores de la conversación.

>>La batalla duró tres días y la victoria fue ajustada, pero al fin nos impusimos sobre la marea de cadáveres que comandaba la extraña figura. Hubo vítores y celebración, pero en el fondo de nuestros corazones, como si algún dios cruel nos lo susurrara al oído, sabíamos que era una victoria estéril. Y los quelmana también lo sabían; así nos lo hicieron saber en la reunión a posteriori. Nos hablaron de un murmullo que arrastraba el Viento del Futuro, desde el Sur, y de que el mal que acabábamos de enfrentar solo era el primero y el menor de las calamidades que enfrentaríamos en los años próximos. Por último, y con el corazón encogido, nos revelaron el funesto destino que, desde hacía tiempo, sospechábamos había sobrevenido a los Doce y sus iguales de Viendanal. Los annan, que en el pasado O-un conoció muy bien, habían arrasado la Morada en los Cielos y masacrado a todos los que un día ya muy lejano la habían habitado.

>>Sí. Habían estado muertos todo aquel tiempo, y mientras tanto, en un trono construido con sus calaveras, Kamura, la reina de todos los annan, escrutaba el mundo de abajo y se reía de nuestras súplicas sin respuesta.

>>¿Qué esperanza podemos albergar en un mundo gobernado por dioses muertos? ¿Qué somos, sino peones en un juego de dimensiones inabarcables? Aquel día, gracias a la sabiduría y la generosidad de los quelmana, aprendimos muchas cosas. Pero si he de quedarme con algo, es con la empatía, pues al fin comprendo y comparto el derrotismo de su especie."

El Enjuto tragó saliva y tuvo que sentarse en la butaca contigua. Aquello era...

—Es demoledor —murmuró con un hilo de voz. Aún en su ignorancia, intuía una gravedad asfixiante en las palabras de Talrys. Cerró los ojos buscando algo de consuelo en la oscuridad; cuando los abrió, lord Sabious sonreía ampliamente.

—¿Y esa cara? —rio el anciano —. No me digas que vas a ponerte a hacer pucheros en mi laboratorio. Venga, en pie.

—Si esta es la cabeza de un annan, y los annan habitan en la Morada de los Cielos... ¿Por qué demonios vendrían a I-Naskar desde tan lejos?

Ambos se incorporaron y caminaron hasta la ventana. La luz que entraba, clara, les pareció de pronto enfermiza y desganada. La ciudad de abajo apenas era un amasijo amorfo de ladrillos y tejados de barro cocido.

—¿Decías algo? —los ojos del viejo lord se habían clavado en el horizonte montañoso.

El Enjuto reformuló la pregunta, aunque esta vez no pudo disimular tan bien la exasperación.

—Oh, no tengo ni idea. Hace muchos siglos que no se dejaba ver ninguno por estas tierras. En O-un no hemos sabido de ellos desde hace más de mil años. ¿Pero no es precioso el ocaso? Yo siempre he pensado que nuestro ocaso es solo el amanecer en algún otro lugar del mundo.

Al Enjuto le pareció que aquella era una buena reflexión, y que tal vez guardase más relación con el tema de los annan de la que cabría imaginar a simple vista. De todas formas, intuía que lord Sabious no tenía más que decir al respecto, y para no saturarlo decidió cambiar de tema.

—Por cierto, hablando de O-un. Mi visita, además de por esta cabeza, se debe a la creciente tensión política con Vendal. Me preguntaba si podrías asesorarme para negociar con los magos del...

Se calló. Lord Sabious ya no estaba frente a él, sino al fondo del cuartucho, junto a las macetas y vidrieras que contenían especímenes exóticos y restos de experimentos fallidos. Descubrió con crispación que no le estaba prestando ni la más mínima atención.

—¡Petunia! ¡Sí! ¡Eso necesito! ¡Convertiré la cabeza en un ángel!

El Enjuto se alejó en silencio hasta el pequeño recibidor, cerrando tras de sí la puerta. Ahora mismo no podía pensar en nada más, y creyó que sería descortés robarle tanto tiempo a lord Sabious con cuestiones que poco o nada le interesarían como era la política de exteriores.

Pero mientras descendía aquellos trescientos endiablados escalones, no pudo parar de pensar en el texto que acababan de leer.

Era cierto; la única conclusión era que el derrotismo de los quelf estaba más que justificado.

—¡Amapola! ¡Sino-reina! ¡Cómo me gustan las visitas de mi nuevo mejor amigo! —escuchó todavía a lord Sabious.

Pero en la oscuridad de la escalinata, sus alaridos entusiastas se diluyeron en meros ecos infelices.

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