8.Promesa de elfa
Noria era un bosque inmenso, limitado con prados naranjas, todos con árboles llenos de frutas silvestres que nunca dejaban de caer, sea cual sea la estación. Las flores en los arbustos eran de colores encendidos, rojos, azules, violetas, amarillos y blancos. Besaida había crecido disfrutando del perfume que brotaba de ellas cada mañana y que el viento se dedicaba a expandir por todo el reino. Siempre pensó que no había olor más delicioso que aquel del "buenos días" de las flores hasta que, obviamente, aquellas hojas de menta la saludaron para nunca más partir.
Como todas las mañanas, el castillo plateado resplandecía desde lo más alto de las montañas, imponente y gigantesco, capaz de hacer retroceder a cualquier mortal. Y desde la Gran Torre, Besaida había disfrutado, desde muy pequeña, ver el alba crecer y soñar con las tierras fuera de aquel reino. Pero ahora todo era muy distinto. Ahora, la princesa se levantaba muy temprano para ver si aquel gigantesco lobo negro estaba jugueteando cerca al río, junto a su amo, el mago de ojos grandes y tristes con el que había empezado a cazar.
La elfa bajó corriendo las escaleras de la torre y se dirigió a su cuarto, dando pequeños brincos y cantando una melodía familiar al del tamborileo de su Sid. Su fiel compañero de cuatro patas, las dos delanteras más cortas que las traseras, de pelaje suave color melón y crines doradas; había aprendido a hablar al fin. Hablar, como hablan los dynarons a sus elfas de agilidad, al corazón. Lo primero que decidió decirle a su ama fue "Me llamo Sid y te quiero mucho. Vamos a correr"
Cuando Besaida llegó a su habitación, su hermana menor ya la esperaba, sentada en el borde de la ventana, tratando de alcanzar algo lejano con la mirada.
—¡No logro verlo! —dijo la pequeña elfa.
—Ya está ahí —contestó Bes, mientras se colocaba su armadura de caza, muy ligera aún y con solo la pechera y cinturón de acero, el resto hecho de pieles de seda color marrón.
Jeraín vio cómo su hermana se sentaba frente al espejo de bordes dorados, acomodando sus finos rizos castaños y colocándose el fino broche de cabello que le había regalado su madre.
—¿Es guapo?
—No lo sé —dijo la elfa, mientras seguía observando cada detalle en el espejo—, es un mago.
—¿Tiene arrugas y canas?
—¡No tiene arrugas! —contestó Bes, riendo e imaginando el rostro de Alvian lleno de quiebres de la edad—. Sí tiene un par de canas, pero su expresión es como la de un niño. Es raro. No lo sé.
—Deberías verte cuando hablas de él.
—¡Cállate! ¡Odiosa! —La princesa no pudo evitar sentir la sangre fluir a sus mejillas.
—Es en serio. Cuando hablas de él, tu cara se enciende. Se ilumina. Es como cuando viste tu arco por primera vez. ¿Lo recuerdas?
Claro que lo recordaba. Su padre, el Rey, le entregó aquel arco hecho de roble, grueso y firme en la base, con las puntas delgadas y bañadas en oro. Ella colocó dos cintas verdes en cada extremo y abrazó a su padre y madre tan fuerte como pudo. Fue uno de los momentos más felices de su vida. Un elfo nunca olvida su primer arco.
—¿Hoy podré ir contigo? —preguntó Jeraín.
Besaida observó el triste rostro de su hermana reflejado en el espejo. Se levantó y fue hacia ella, agachándose para estar frente a frente.
—Jeraín, sabes que no puedes ir aún. Solo hasta que...
—Me salgan las alas...
Besaida empezó a peinar el cabello laceo y dorado de su hermanita.
—Será sólo un tiempo más, Jera.
—¡Ojala! Yo sólo quiero salir y... —Un atisbo de duda se posó en sus ojos y su hermana la entendió todo.
—Dilo. Nunca lo ocultes de mí.
—Quiero salir y pelear. ¿Tiene algo de sentido? ¿Una elfa de energía que quiera luchar?
—Proteger es una manera de luchar —contestó Besaida mientras acariciaba la cabeza de la pequeña. Volvió a mirarla directamente a los ojos—. Jeraín, las "energía" son las criaturas más importantes de Prisma. Sin ustedes, nosotros no podríamos existir, son nuestro nexo directo con la Tierra, nuestro potencial de vida. Nunca lo olvides. Además, tú sólo tienes que esperar a que te salgan las alas en un par de meses. Yo tengo que esperar a que la Tierra decida si lo valgo o no.
Besaida cogió su arco, colocó su saco con flechas en la espalda y le dio un dulce beso en la frente a su hermana.
—¿Prometes que siempre iremos a cazar a juntas?
—Lo prometo —dijo la elfa, mientras terminaba de alistar su cinturón.
—¿Como una promesa de elfa?
La princesa dio una carcajada y contestó:
—Sí. Como una promesa de elfa.
—¿De qué?
—Promesa de elfa.
—¡Ay!, perdón. No te escuché. ¿De qué?
—¡Es una promesa de elfa! —gritó y empezó a correr hacia los establos del castillo, sin dejar de reír, no sin antes escuchar las advertencias de su hermana.
—¡No puedes romper la promesa! ¡Sabes lo que te pasará si la rompes!
Besaida encontró a su Sid ya ensillado y jugueteando, brincando de un lado al otro. Lo montó rápidamente y se alejó con él, a toda velocidad.
Mientras cruzaban el Bosque de Moras, el dynaron comenzó a cantar:
"Mi corazón va buscando, mi corazón va amando. Oh, dulce historia, llenas el alma de mi ama. La ternura, el valor, la timidez y la pasión. Mi corazón va buscando, mi corazón está amando."
La princesa acarició las crines del feliz animal y lo dejó correr hacia el río. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, Sid alivió el andar y empezó a bufar.
—¡Hey!, ¡compórtate! —dijo la elfa, mientras bajaba de su fiel amigo—. No tienes por qué hacer eso siempre.
—Creo que no le agrado —contestó una voz suave pero varonil, detrás de ella. Una voz irresistible.
La elfa no volteó a verlo. Por unos instantes, su corazón se paralizó y sintió como el aire se hacía más escaso a su alrededor. Un efecto intoxicante que no podía evitar. El mago fue hasta ella y dejó libre a su lobo, que no paraba de olfatear los arbustos de castañas. Besaida intentó respirar con normalidad y, con mucho esfuerzo, logró decir:
—No eres tú quien le cae mal.
Alvian la miró extrañado, pero la elfa le señaló al lobo. El mago dio la vuelta y Bes pudo notar el escudo colgando de su espalda. "Al fin había obtenido uno de acero", pensó. Las seis estrellas, símbolo de su casa, relucían en el medio y los bordes tenían una mezcla entre plateado y azul que hacía juego con el cinturón de la aún frágil armadura del mago.
—Es precioso.
—¿Te gusta? —El mago cargó el escudo en su brazo y lo giró de lado a lado, orgulloso de su nueva adquisición, más aún, al ver los ojos maravillados de ella.
De repente, el gigantesco lobo comenzó a saltar alrededor de unos dreadels, pequeñas ardillas con colas largas y esponjosas, haciendo temblar la tierra al contacto. Sid volvió a bufar y se paró en dos patas, en señal de alarma, dejando contemplar su verdadero tamaño.
—¡Wow! —dijo el mago—. Sí que es grande, pero no entiendo por qué no le agrada Maslow.
Besaida cogió la mandíbula de su dynaron y lo tranquilizó, tarareando una melodía familiar. Alvian se acercó al animal y acarició suavemente su lomo diciendo:
—¡Vamos, Sid! Sólo porque mi fenrir sea más rápido que tú no tienes por qué odiarlo.
Entonces, como si hubiese sido coordinado, elfa y dynaron voltearon a verlo con los mismos ojos de asombro e indignación. La furia se hizo creciente en la princesa y Sid dio un pequeño gruñido.
—¿Qué – es – lo – que – acabas – de – decir?
El mago retrocedió varios pasos al verla tan molesta.
—Bes, debes admitir que Maslow es más rápido.
La elfa levantó una ceja y sus ojos se hicieron el doble de grandes.
—¡Vamos, Bes! Son las patas cortas... No es algo de Sid, es algo de dynarons, pura lógica, ellos corren en dos patas, mi lobo lo hace en cuatro...
La princesa no lo soportó más. Dio una vuelta en el aire y con una sola mano, montó a su dynaron, demostrando toda la destreza innata de los elfos.
***Desde aquí NIJI ***
—Entonces, mago. ¿Listo para correr? ¿Ves aquel roble de mush? —Besaida señaló un árbol inmenso en lo alto de una colina a varios metros de distancia—. ¿O tus ojos de humano no te lo permiten?
—Sí, sí lo veo —contestó Alvian, entre risas—¡Vamos, Bes! No tienes porque...
—Te apuesto que lograré bordearlo antes que tú.
—Bes...
—¿Qué ocurre, "mago"? ¿Tienes miedo de perder contra un dynaron cachorro?
Alvian no respondió, miró a la princesa y con un silbido llamó a su lobo. El fenrir corrió a su encuentro, haciendo temblar la tierra una vez más. Elfa y mago se colocaron en el borde del río.
—A la cuenta de tres —dijo él—. Uno, dos...
—¡Tres! —gritó ella y salió a toda marcha.
—¡Hey!, ¡eso es trampa!
El dynaron corrió lo más que pudo, esquivando piedras y ramas, saltando por encima de otros animales, pero el lobo muy pronto lo alcanzó. Besaida logró ver por el rabillo del ojo al mago que comenzaba a acercarse más y más. Cuando estuvieron hombro a hombro, Alvian le dio un suave golpe al fenrir, muy por debajo de su cuello y la peluda criatura mostró todo su poder. El lobo se alejó varios metros de Sid, moviendo su cola de lado a lado. Entonces, Besaida acercó el pecho lo más que pudo al cuerpo de su dynaron y le habló al corazón:
—¿Estás listo, amigo?
Algo se escuchó en el aire y Sid abrió muy grande sus ojos color café, separó ambas patas y como si su cuerpo fuera una pluma, se reclinó, tomó impulso y dio un enorme salto hacia una roca alta. Con mucha destreza, el animal dio otro salto hacia el árbol más cercano, sus patas delanteras se enrollaron, dio una vuelta en el aire y se estiró para alcanzar una rama. Sus garras traseras la cogieron y lo impulsaron para dar otro salto distante, hacia la roca que acababa de pisar el fenrir.
—Imposible —dijo Alvian mientras Bes se aferraba lo más que podía al habilidoso animal.
El lobo pudo sentir las patas de Sid muy de cerca, danzando en el aire, brincando entre piedras y árboles. Faltando unos metros para llegar al roble, el lobo bajó la velocidad para dar la vuelta y el dynaron utilizó toda su habilidad y saltó sobre una roca, se estiró lo más que pudo y sus garras delanteras se cogieron de la rama más larga del viejo árbol, utilizándolo de eje y bordeándolo por completo. Sid cayó tres metros más allá, sin problema alguno, acompañado de la sonrisa victoriosa de su ama.
Alvian llegó hasta ellos, con una mueca en sus labios, como sabiendo lo que le esperaba.
—Bueno, mago, espero que eso te enseñe a respetar a un dynaron, especialmente si te atreves a dudar de él en su propia tierra.
—¡Su Tierra! —Escucharon una voz a lo lejos. Ambos voltearon a ver al joven guerrero y al fenrir color rojo que se acercaba y gritaba. —¿Así que aquí has estado todo este tiempo, hermanito?
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