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6. El reemplazo

Mariana seguía pensando en el sueño mientras terminaba de alistarse para el instituto. Había intentado volver a dormir pero fue imposible. Pasó media hora dando vueltas en la cama, recordando cada detalle del mago. Sus labios muy delgados, esa arruga en su frente al sonreír. No era precisamente el hombre más guapo que había visto, pero esa sonrisa coqueta y su actitud de galán desinteresado lo hacía irresistible.

Luego, recordó lo que tantas veces había visto en sueños borrosos y que, por primera vez, logró admirar con claridad: su triste mirada. Aquellos ojos grandes y melancólicos eran hermosos. No había visto unos así nunca. Esa expresión de niño combinada con la coquetería innata de él, causaba un efecto intoxicante en ella. Se miró al espejo y se dio cuenta de que no estaba respirando con normalidad. Una adrenalina deliciosa corrió por todo su ser con tan solo recordar aquellos ojos.

De pronto, sonó la alarma que indicaba que tenía sólo cinco minutos para salir de casa antes de llegar tarde. "¡Demonios!, no he terminado de maquillarme" pensó y, rápidamente, cogió los lápices, el labial y rubor; los puso en su cartera y salió corriendo de su habitación. Saludó y despidió a sus padres a la vez, escuchando cómo su madre le reclamaba no haber desayunado. Salió despavorida hacia la calle, mirando de un lado y de otro a todos los escolares del planeta que salían junto a ella.

Lo que más odiaba de sus mañanas era el tener que pelearse el derecho a subir al bus con los niños que iban al colegio. "Si no me apresuro, llegaré más tarde aún " se dijo y recordó que su primera clase era con Carmen, la bruja. Sin pensarlo, decidió correr.

Su curso favorito era dictado por la profesora más detestable del instituto. Mariana era buena alumna y nunca tuvo problemas con las asignaciones o exámenes pero, cuando se trataba de "La Bruja", las horas en clase se le hacían largas e insoportables. Todos odiaban a La Bruja y, en realidad, todos la llamaban así. Carmen era una mujer que desbordaba hipocresía y arrogancia por donde pasaba. Esa forma que tenía de menospreciar a los alumnos y esa sonrisa falsa que utilizaba con todos sus colegas la hacían odiosa para el resto. Pero Técnicas de Mezcla era su curso preferido y Mariana hacía todo lo posible por aprenderlo bien a pesar de La Bruja.

Ya en el autobús, volvió a pensar en Alvian, sintió el celular vibrar y vio un mensaje de Felipe.

CHINO: ¿Dónde estás?

MARIANA:Salí tarde. Ya llego.

Felipe o "Chino" era su mejor amigo. Ella tenía un grupo de diez amigos con los que siempre andaba pero él era en quien confiaba más y el único al que podía decirle sus cosas sabiendo que sería lo más honesto posible con ella. Los dos eran Géminis y se llevaban bastante bien, él solía improvisar canciones fastidiándola y colocando su nombre bajo cualquier circunstancia extraña. Además, disfrutaba de tocar los rollos en el abdomen de Mariana. "Me gusta agarrar tus rollitos" siempre decía y ella se desparramaba en el asiento, tratando de huir del ataque de cosquillas.

Bajó del bus y corrió hacia el aula, sintiendo que el celular seguía vibrando. Sabía que los chicos estaban preguntándose dónde andaba y podía imaginar a La Bruja pasando lista y haciendo su acostumbrada mueca ante alguna tardanza. Llegó al aula y notó que la puerta estaba junta más no cerrada. "Qué raro", pensó, Carmen siempre la cerraba. La abrió suavemente y entonces, lo más inesperado y sublime de la vida ocurrió. Unos ojos grandes y tristes, esos ojos que la habían salvado de aquél monstruo en la mañana, la miraban fijamente. El joven le sonrió y ella vio sus labios moverse pero no distinguió sonido alguno, había un zumbido en su cabeza, no podía respirar y su visión estaba nublándose. Vio aquellos delgados labios que volvían a moverse, pero no escuchó nada. Una risa en todo el aula la hizo despertar.

—¿Perdón?

—Su nombre, señorita —contestó el joven, aun sonriendo de medio lado, algo coqueto.

—Mariana —dijo ella, sintiendo como el aire se hacía nada y la saliva corría con dificultad en su garganta—. Mariana Ramírez.

—Señorita Ramírez, por favor, siéntese.

Mariana fue a su sitio usual. Felipe retiró la mochila con la que había estado guardando su asiento. Miró hacia todos lados, buscando a La Bruja y nada. Volteó a ver a su mejor amigo y él sólo le dio una mirada como diciendo: "¿Dónde demonios estabas?"

Ella sacó muy despacio su celular y lo puso debajo de la mesa. Leyó todos los mensajes que había estado recibiendo en el grupo del WhatsApp mientras corría hacia el aula:

GABRIELA: La Bruja no va a venir. Toda la semana.

GIANCARLO: ¡Yeah!

Un par de emoticones de felicidad extrema.

JAIME: Hay un huevón en vez de ella.

LUIS: Es el reemplazo. Dice que trabaja para ella.

GIANCARLO:Asistente de La Bruja.

GABRIELA: Que fea nota debe ser eso.

Un pulgar hacia arriba y unas cuantas caras de alegría más.

Mariana alzó la cabeza y se aseguró de no ser vista por el joven mientras escribía en el chat.

MARIANA: ¿Cómo se llama?

CHINO: Rafael Valencia.

"Entonces, tres días sin La Bruja" pensó. Usualmente, nada la haría más feliz pero la presencia de Rafael, tan parecido al mago, arruinaba el momento. Respiró hondo y sintió como el aire regresaba a sus pulmones. Cogió su lapicero y cuaderno, sus manos temblando aun.

—Este es un espectrograma de lo que es un phaser. —Explicaba Rafael, mientras señalaba la pizarra digital—. Muy parecido al flanger ¿no? ¿Alguien sabe la diferencia entre ambos?

Nadie contestó. El joven miró a todos con una sonrisa expectante y vivaz. La misma que había visto ella aquella mañana. Mariana respiró muy hondo y dijo en voz alta:

—La principal diferencia es que las cancelaciones en el phaser son exponenciales y las del flanger no.

Rafael la observó por un instante y ella huyó a su mirada, buscando desesperadamente el suelo.

—Muy bien, señorita Ramírez. ¿Alguien puede decirme cuántas etapas se ven aquí?

La clase siguió como de costumbre y Mariana logró controlar sus nervios al fin, no por nada era su curso favorito. Veinte minutos antes de que tocara la campana, Rafael dijo que Carmen había solicitado una práctica sorpresa. Todos empezaron a pifiar y reclamar en voz alta.

—Lo sé, lo sé —habló Rafael en voz alta para poder ser escuchado—. No maten al mensajero.

Mariana comenzó a guardar sus cosas sin notar cómo el joven asistente se acercaba a su sitio, con las copias de la prueba. Alzó la vista y al encontrar aquellos ojos dejó caer al suelo cuadernos y lapiceros. Rafael se agachó a recogerlos y en el momento en que se los entregó, el roce entre ambas manos electrificó el salón. Se miraron fijamente, por un par de segundos, en silencio, hablándose sin hablar. Él sonrió suavemente y ella cogió rápidamente sus cosas para guardarlas en su cartera.

Fuera del aula, Mariana fue a almorzar, como de costumbre con sus amigos. Sacó de su cartera el envase con uvas verdes que su madre le había mandado de postre. Eran sus favoritas y estaban frías aún, tal y como a ella le gustaba. Comió un par cuando se dio cuenta de que Jaime la observaba atento.

—Agarra un gajo —dijo ella, mientras extendía el envase—. Como si no supieras que te las voy a invitar.

—Estaba esperando el gesto de amabilidad de tu parte —dijo Jaime con una sonrisa de oreja a oreja y un tono de ironía suave.

—¡Miren! Ahí va el nuevo —gritó Luis.

Todos voltearon hacia Rafael que compraba su almuerzo y salía con su bandeja hacia fuera del comedor.

—¿Qué raro, no?

—Debe comer en su oficina.

—No tiene oficina —dijo Gabriela—. Es solo un asistente.

—Sí la tiene. —Todos miraron sorprendidos a Felipe. —La Bruja pidió una para él. La tarada no quería compartir su oficina con nadie.

—Bonita forma de gastar nuestras pensiones. —Jaime siempre era quien decía lo que todos pensaban. —Y nosotros como babosos pidiendo que amplíen el comedor.

—¿Y tú como sabes? —preguntó Mariana a su mejor amigo.

—Lo conozco. Está de novio con la hermana de mi "pata" el próximo año. O algo así escuché.

Mariana se quedó pensando en él, imaginándolo comiendo solo en su oficina. "Bueno, puede que sea tímido" pensó.

—¿Alguien se queda hoy? —Luis siempre se quedaba en la biblioteca. No podía estudiar en casa por el ruido del hospital que estaba a una cuadra.

—Yo —dijo Gianca—. Pero sólo un rato.

—¿Tú, Mari?

Pero ella no contestó. Se encontraba perdida entre prados naranjas, Golems de Piedra y esos ojos grandes y tristes. Sintió un codazo por parte de Gabriela y volvió a tierra.

—¿Qué?

—¿Te quedas?

—Sí. —Siguió comiendo sus uvas. —Hasta las seis. Tengo reunión familiar.

Escuchó como todos sus amigos se burlaban de ella, pero no hizo caso. Terminó de comer y fue con Luis y Gianca a la biblioteca. Estudiar con ellos era excelente. Los dos eran callados y eso le permitía sumergirse en sus audífonos mientras estudiaba. Mariana adoraba la música y escuchar el Spotify mientras repasaba los cursos era su delicia.

Llegada las seis de la tarde, cogió sus cosas, se despidió de sus amigos y fue hacia el paradero, con el celular en mano y la música en sus oídos. Empezó a jugar en el Spotify, buscando las canciones que más le gustaban cuando sintió que alguien la observaba. Levantó la cabeza y encontró a Rafael en su auto, detenido en el semáforo, mirándola fijamente. Él sonrió de medio lado coquetamente y ella comenzó a derretirse. Tragó saliva y con mucho esfuerzo, devolvió la sonrisa con un saludo y expresión extraña. Vio cómo su bus llegaba y se subió, lo más rápido que pudo, buscando un asiento donde terminar de derretirse.

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