4. Besaida
Besaida estaba sentada en la rama de un árbol mientras veía dos pequeños dreadels, haciendo su nido ,en el medio del tronco muy cerca de ella. Aquellas criaturas trabajaban a su alrededor, sin preocuparse por su presencia. La forma de vida de los elfos establecía una paz y respeto hacia todo animal y planta que creciera en Noria ya que la magia de Prisma provenía precisamente de ellos, de su energía, de su ciclo vital.
"Todos estamos aquí por un motivo", le dijo su padre, alguna vez, "las plantas, las rocas, los animales, nosotros, los humanos, todos llenamos de energía este lugar y es nuestro deber cuidarlo y protegerlo, por eso luchamos contra los monstruos, por eso combatimos y nos hacemos más fuertes, para seguir protegiendo nuestra Tierra. Esa es nuestra misión."
Esa mañana había decidido matar su primer Golem de Piedra, tenía varias semanas luchando contra duendes y escorpiones, pero deseaba pelear contra un golem. Sabía que, según las reglas, una elfa de su edad no debía hacerlo, pero ella se sentía preparada. No por nada su habilidad había sido el tema de conversación de todo el reino desde que recibió su arco y mató en el primer intento a su primer duende "La princesa guerrera", decían todos; ella no lograba entender el porqué era tan importante para ellos. Ella solo quería seguir aprendiendo a luchar y ganar su siguiente arco con honor. Para los elfos de agilidad, ganarse un arco era más que sólo saber luchar, era decirle al mundo que estaban madurando, evolucionando. Ningún elfo podía usar armadura hasta que no fuese lo suficiente juicioso y fuerte como para cruzar la frontera hacia otras tierras.
A ella no le molestaba tener que usar sus ropas de aprendiz pero deseaba muchísimo poder ir hacia el otro lado del río. Decían que en Lorencia había monstruos del tamaño de los árboles y que en Devias, los gusanos de hielo aparecían por debajo de la nieve. Ella anhelaba aventuras y retos nuevos. Por eso, aquella mañana muy temprano, cogió su arco y fue por su dynaron en los establos del castillo. Logró evadir a un par de guardias y a su querida institutriz, pero una vez en los establos, no logró esquivar al viejo Melgar, cuidador de los dynarons desde las épocas más antiguas del reino, tan antiguas como la edad de su padre, el rey.
—Debió usar el de su madre, princesa —dijo el anciano cuidador, sin apartar los ojos de la paja y los baldes con agua para los animales. —Está siempre listo y duerme en la entrada principal para sus misiones de cura.
Ella volteó a verlo y, con mucha vergüenza, dijo:
—Deseo entrenar al mío, Melgar. Tiene el mismo espíritu que yo. Lo oigo cantar mientras galopa.
—Tiene su edad, por eso lo escucha cantar. Aún no puede hablarle, pero ya lo hará. Debe tener paciencia, su majestad.
—Melgar, ya te he dicho que me llames Bes.
—Sí, su majestad.
—Voy a montarlo por las colinas. Quiero que corra y sé que él también lo quiere.
—Aún no le ha puesto nombre.
—No, deseo que él mismo me lo diga. Él lo elegirá cuando así lo quiera.
—Uhm, muy buena decisión. Yo llamé al mío Ventarrón y cuando pudo hablarme casi maldice a todas mis generaciones, las antiguas y las por venir.
—A mí no me parece un mal nombre.
—Lo mismo le dije a él y, por eso, me gané esta cicatriz. —El anciano mostró la línea rosada que atravesaba su rodilla. La princesa miró asombrada y algo asustada pero el cuidador le dio una risa honesta. No era usual que los elfos tuvieran marcas de alguna herida, sólo las conservaban cuando realmente así lo querían.
—Vamos, Melgar, te prometo que solo será por las colinas —dijo Besaida, mientras se subía en su dynaron, que ya andaba inquieto y contento de verla.
—No soy quién para desobedecer las órdenes de su majestad —contestó él, mientras la veía montar y acercarse a la reja. —Pero dígame, princesa, que habré de decirle a su padre cuando vaya a las colinas y no la encuentre ahí.
Besaida le sonrió a su amigo, dio un suave golpe a su dynaron y avanzó a toda velocidad, mientras el cuidador la miraba galopar, riendo y diciendo algo, entre dientes, que parecía sonar a "el fruto no cae lejos del árbol"
Bes dejó al dynaron un kilómetro más hacia el sur, cerca de un pequeño riachuelo, ahí donde él pudiera jugar. No se preocupaba por él porque la conexión entre ambos le permitía oírlo a millas de distancia. Nunca se supo cómo ni desde cuándo pero, el lazo que se formaba entre un elfo de agilidad y su dynaron era el más fuerte luego, obviamente, del que tienen las elfas de energía con sus oshones, las mascotas creadas de la misma magia de ellas. Por eso, cuando un dynaron nacía, era muy importante que el elfo pudiera ver su rostro. Ese primer instante de vida es lo que hacía el lazo fuerte y poderoso. Bes sabía que para cazar y matar a un golem, debía dejar atrás a su aún juguetón e inexperto compañero, el sonido podría asustarlo tanto a él como a la bestia en sí.
Ella siguió mirando cómo los dreadels terminaban de hacer su nido cuando un ruido extraño hizo que todas las criaturas buscaran un refugio. Cogió su arco y miró hacia todos lados, expectante. Escuchó, entonces, el sonido del prado moverse y un ligero viento sopló haciendo más difícil su búsqueda. La princesa cerró los ojos y se concentró, una vez más, muy quieta, pero lista. Contuvo la respiración y lo volvió a oír. Abrió los ojos y miró directamente hacia los frondosos árboles, a cien metros de ella. Parecía que el golem recién se levantaba pues se movía torpemente, su enorme cuerpo hacia añicos cuanto había a su alrededor, matando así, varias plantas y ramas.
"No es tan grande", pensó. Había escuchado que podían llegar a medir hasta seis metros, pero este no parecía ser de más de tres, aunque no lograba distinguirlo bien entre la oscuridad de las ramas de aquel bosque. Trató de acercarse y verlo por completo, se paró a unos pocos centímetros de la punta de la rama y apuntó firmemente. Tenía que planear bien sus movimientos, esperó a que la bestia se volviera a mover y pudo ver un espacio entre las ramas lo suficientemente grande como para lanzar la flecha con seguridad, pero no lograría hacerlo desde esa distancia. Respiró hondo y decidió avanzar, muy sigilosamente, hacia la siguiente rama.
Justo cuando estaba a punto de llegar, un mal movimiento hizo que la rama se quebrara y la princesa quedó suspendida entre ambos árboles. La bestia escuchó el ruido, la miró directamente a los ojos y lanzó un grito furioso hacia ella. El monstruo se levantó por completo, ante la mirada de espanto de Besaida, quien lograba ver la verdadera estatura del gigante. Rápidamente, el golem corrió hacia ella, devastando cuanto había a su paso. Bes, se dejó caer en el gras y, con arco y flecha en mano, corrió lo más rápido que pudo en dirección opuesta. Podía sentir cómo su corazón latía tan fuerte como el galope de su dynaron. Podía oírlo a él también, su fiel compañero había escuchado gritar a la bestia y la desesperación en el corazón de su ama lo hacía estar igual de aturdido y alterado.
Besaida trató de concentrarse una vez más, giró con la gracia propia de todo elfo y lanzó una flecha directamente al cuello de su atacante, sin embargo, falló. No podía creerlo, era la primera vez que no lograba su objetivo, la primera desde que había recibido su arco de las manos de su padre. Sintió la sangre y la adrenalina por todo su cuerpo y, después de unos segundos, entró en sí.
Corrió hasta divisar una roca alta, unos metros más allá, subió en ella y se preparó a disparar otra vez. Su blanco se movía muy rápido, a pesar de su tamaño pero fueron los nervios e inexperiencia lo que la hizo fallar por segunda vez. Bajó de un salto y corrió a toda prisa y pudo sentir que el golem la alcanzaría si no hacía algo pronto. Entonces, paró en seco, tomó mucho valor y volteó a verlo, cogió su arco, respiró, cerró los ojos y se concentró. Sintió como el aire empezaba a hacerse más fuerte y un viento ligero volvió a soplar en dirección correcta. Abrió los ojos y el gigante estaba a tan solo unos quince metros de ella. Apuntó directo y lanzó la flecha, esta vez, con acierto.
El monstruo cogió su cuello pero no cayó, siguió corriendo en dirección a Bes. Sabía que no podría volver a disparar estando el golem tan cerca, así que no le quedaba de otra que escapar hasta encontrar a su dynaron, que ya iba a su alcance. Entre los impulsos y la confusión, la princesa resbaló hacia el suelo. Volteó rápidamente y vio que la bestia estaba a tan solo diez metros, cogió nuevamente su arco y apuntó, desde el suelo.
Entonces, un rayo de luz blanca se dirigió directamente al cuello del golem, haciéndolo caer y arrastrarse, varios metros, logrando hacer temblar la tierra. Besaida buscó la proveniencia del rayo y giró sobre su cuerpo. Un joven mago sostenía un báculo y de su espalda colgaba un arpón. Ambos se miraron por varios segundos sin dirigir palabra alguna. De pronto, la princesa dejó de sentir pánico y un extraño tamborileo lo reemplazó. Su piel se erizó y su respiración se hizo corta. El mago decidió acercarse y brindándole una mano, le dijo, en tono coqueto y burlón:
—Pensé que los elfos eran buenos con el arco.
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