31. Espejos
—Lo va a reprobar.
—No, no lo hará.
—No la conoces. ¡Es una bruja!
—No va a reprobarlo.
—¡Lo hará! ¡Nos odia! ¡A todo el grupo! Es como si tuviera una maldad incrustada en su alma y la usara todo el tiempo contra nosotros y sobre todo contra Chino.
Rafael no contestó y se quedó fijo mirándola renegar. Mariana sintió sus ojos sobre ella y los nervios le ganaron, cogió un lapicero y comenzó a dar golpes contra la mesa. Él disfrutaba de verla comportarse así sólo con verla.
—No hagas eso.
—¿Hacer qué?
—¡Eso! Quedarte mirándome. No es justo...
—¿Por qué no?
—Por favor... no lo hagas. En serio, estoy muy preocupada.
—Lo sé. Escucha, —Rafael colocó los codos sobre la mesa y se acercó lo más que pudo frente a ella— es una bruja, es cierto, pero Chino ha hecho muy bien las cosas este semestre. A menos que saque un seis en el examen, jalaría el curso, pero tú sabes que no será así.
—¿Lo prometes?
Él sonrió y lentamente puso su mano junto a la de ella, sobre la mesa gris de su oficina, estiró sus dedos y rozó los de ella. Mariana observó fijamente sus uñas de color pintadas de color melón, tratando de no prestar atención al dolor extremo de toda aquella electricidad que acompañó ese pequeño roce. ¿en qué momento se acabó el aire en el planeta?, pensó.
Entonces, Rafael fue a su laptop, subió ligeramente el volumen y le dio play a lo que sería el fin de Mariana:
"Eres algo impresionante de admirar, tu brillo, es algo así como un espejo y no puedo evitar notar tu reflejo en este corazón mío. Si alguna vez te sientes sola y el resplandor me hace difícil de encontrar, quiero que sepas que siempre estaré en paralelo al otro lado."
Él no tomó distancia y colocó su mano sobre la de Mariana. Entrelazó sus dedos con los de él y los acarició uno a uno, observando su piel contra la de ella.
"Porque con tu mano sobre mi mano y un bolsillo lleno de sentimientos, puedo asegurarte que no hay un lugar al que no podamos ir. Simplemente pon tu mano sobre el cristal, yo estoy aquí intentando tirar de ti, tú solo tienes que ser fuerte."
Mariana sintió cada partícula de su ser quebrarse en aquel momento. Estaba absolutamente segura de que perdería el conocimiento, que se desplomaría en esa mesa, que lanzaría un grito de emoción o que simplemente rompería en llanto de felicidad. Con la mirada fija en ambas manos, tratando de no verlo a los ojos, siguió escuchando la canción y absorbiendo cada caricia como si fuera la vida misma perdiéndose entre sus dedos. La oficina entera se llenó de amor. Era un ambiente aislado del mundo, completamente diferente a lo que podría existir en alguna realidad.
—Mírame
La voz de Rafael se cortó al decir esa palabra. El temblor en su voz logró que Mariana alzara la vista para encontrar aquellos ojos enormes y tristes que tanto amaba.
Y así, la mirada fija el uno en el infinito del otro, se mantuvieron en silencio, escuchando.
"Porque ahora no quiero perderte, estoy mirando justo a la otra mitad de mí mismo. El vacío que se asentó en mi corazón, es un espacio que ahora tú abrazas. Enséñame cómo luchar por el ahora y te digo, fue fácil volver aquí a por ti, una vez que comprendí que todo el tiempo habías estado justo aquí."
De pronto, Mariana explotó. Lágrimas comenzaron a brotar en sus ojos, lágrimas de emoción, de felicidad extrema, de nervios, de dolor, de amor, de sea lo que sea que en aquella habitación se había hecho presente. Y mientras las sentía correr por sus mejillas, el corazón se detuvo por completo en un suspiro de terror. Miró lo que parecía ser un verdadero espejo y a Rafael, llorando con ella, sin dejar de verla, sonriendo de medio lado, coqueto como siempre, pero igual de emocionado que ella.
"Es como si fueras mi espejo, mi espejo mirándome fijamente. No podría crecer más con cualquier otra a mi lado. Y ahora está claro, como esta promesa que estamos haciendo, dos reflejos convertidos en uno. Porque es como si fueras mi espejo, mi espejo mirándome fijamente, mirándome fijamente."
Tocaron la puerta y los dos saltaron. Ella secó rápidamente sus lágrimas con el dorso de su mano mientras él hacía lo mismo y a la vez tecleaba algo en la computadora.
—Adelante.
Era Gabriela. Dejó unos papeles de Carmen en el escritorio de Rafael, pero Mariana no logró escuchar ni una palabra de lo que decía. Los oídos le zumbaban y la cabeza tenía un tamborileo particular. Volvieron a estar solos y Rafael se acercó por detrás de ella, colocó un brazo por encima, rodeándola y acariciando su cabello con su respiración.
—Vuelve... a tu... sitio —rogó Mariana, con suspiros casi inentendibles.
—¿Por qué?
—Por... favor... no puedo... respirar...
—Ok.
Mariana cogió su mochila antes de que él se sentara nuevamente en la mesa y corrió fuera de la oficina, buscando cualquier señal de aire en el ambiente, tratando a costas de recuperar la razón, de dejar de oír ese zumbido o de simplemente calmar su alma.
Caminó y caminó por el instituto, tratando de entender qué había sido todo eso.
Si esto es el amor, se dijo, ¿cómo hacen las personas para sobrevivir cada día? Yo no puedo ni respirar a su lado, yo... yo no puedo ser yo misma, yo... siento que muero cuando está cerca, cuando me mira así, cuando... oh... sus ojos, por Dios, sus ojos... ¿Cómo hacen las personas enamoradas para vivir así? ¡Es imposible! Esto no es normal. Es decir, yo... estoy volviéndome loca. Esto no puede ser real.
Escuchó el timbre del cambio de horario y fue hacia la biblioteca. Necesitaba concentrarse para el examen de La bruja. Tenía que pasarlo sí o sí y había quedado con Chino en estudiar. Se sentó en la mesa usual que compartía con su mejor amigo y de repente, escuchó un siseo extraño.
—Tssss—dijo Luis.
Ella lo vio y sonrió abiertamente, tratando de ocultar sus nervios aun
—Mari, ¿tienes las preguntas fijas? —preguntó él, susurrando, mientras se sentaba junto a ella.
—No, nada.
—¿No? ¿Rafael no te las ha dado?
Mariana le dio un suave golpe en hombro y dijo:
—Créeme que tendrías que preguntarle a Chino antes que a mí.
Los dos rieron y escucharon como todos en la biblioteca les hacían un Shuuu
—Mari... —continúo Luis, en voz baja, pero accesible a ella.
—Dime.
—No te molestes, pero... he notado que Rafael se sirve de tu jugo de maracuyá todos los días. Y he visto cuando te deja el café y los desayunos en tu sitio...
—¿Y? —dijo ella, mordiendo su labio inferior.
—Bueno... es que creo que él acaba de terminar una relación de años o algo así me dijeron.
—Sí, Luisin, no te preocupes. Sólo somos amigos —Mariana bajó la cabeza y se ocultó entre los libros.
—Bueno... sólo quería decirte eso. , pero también, decirte que se nota que hay una conexión extraña entre ustedes. Una química que no se ve así nada más. Es muy notoria. Cuando él te mira, se le ilumina el rostro, se nota que lo haces feliz. Todos lo hemos notado. Te mira y parece que acaba de ver el sol o algo.
—La luna quizás —ella se mordió ambos labios, incrédula de lo que acababa de decir, sonrió nerviosa y volvió a golpearlo en el hombro, escuchando un nuevo Shuu en toda la biblioteca.
Mariana volvió a su cuaderno cuando escuchó las pisadas más que conocidas de su mejor amigo, pero aun perdida en sus pensamientos, no vio venir el ataque de cosquillas en sus rollitos.
—Gordita como me gustan tus rollos... —decía Chino mientras Mariana se desparramaba en su asiento, votando libros, mochila, lapiceros y por último, su celular que terminó por romperse en la pantalla.
La biblioteca entera comenzó a abuchearlos y no les quedó de otra que salir los tres de ahí. Marí observó su celular inservible y pensó en que no podría conversar con Rafael en toda la noche. Se fue a casa algo triste y abrumada, pero a la vez, tranquila de saber que al menos tendría ese día para ella sola.
El cielo estaba resplandeciente y hermoso, ajeno a lo que ocurría a sus pies. Cientos de carpas se extendían a lo largo del lado sur del Valle de Roose. Magos, elfos y guerreros habían acampado ahí, la noche anterior, esperando lo que sería su último esfuerzo por defender Prisma.
Besaida, salió de su carpa, vestida con su armadura Divina, guardó sus alas y montó a Sid, quien no dejaba de cantar al ritmo del tamborileo en el corazón de su ama.
—Mi señora, la esperan en el medio.
—¿Soy la última? —preguntó Bes, riendo, un poco avergonzada.
—No, mi señora, la Reina Lala aún no ha bajado de la torre y el señor Álvian —dijo el sonrojado elfo, recordando como tuvo que interrumpir a los jóvenes amantes al dar el alba.
—No te preocupes, Dher, el mago llegará.
El elfo le entregó su bastión con el dibujo de una media luna y seis estrellas alrededor y Besaida montó a Sid hasta llegar al punto de reunión, donde su padre y otros seis líderes, la esperaban. Saludó a todos con una reverencia y vio el sitio de Álvian y el de su madre vacíos.
Ya es tarde, pensó.
—¿Todos están listos? —preguntó el rey.
—Todos lo estamos, desde ayer —contesto Veltra, líder de los guerreros del norte—. ¿La reina, señor?
—Mi esposa llegará en cualquier momento.
—Al igual que el resto de humanos del sur —dijo Bes.
Su padre lanzó una mirada de desaprobación a su hija, pero luego, pensando en la batalla por venir, le sonrió tiernamente.
Los dos fenrirs llegaron y Randúl y Álvian se colocaron en sus puestos. El rey se sorprendió al ver el mismo bastión que su hija en las manos del mago. Los dos habían decidido crear uno mezclando sus casas. Las seis estrellas y la media luna, juntos al fin. Un leve pensamiento de desdicha en el rey, recordando aquella profecía que se hacía realidad:
"Y llegará el día en que la media luna y las estrellas se unirán
Y de ellos, un nueva era en Prisma nacerá.
Penumbras y horrores marcharán por la tierra, pero sacrificios y amor puro los vencerán.
Un mago creado del aire, una elfa surgida en la tenacidad.
Llegará el día en que la media luna y las estrellas se amarán.
Por el resto de la eternidad"
—Una vez más, si todo sale según lo esperado... —volvió a decir Veltra, pero el rey lo interrumpió.
—Así será, mi viejo amigo.
—A comparación de usted, majestad, yo no creo en leyendas.
—Pero yo sí —dijo una melodiosa voz, que llegaba desde atrás.
La reina Lala, vestía un largo traje morado y plateado y su rubia cabellera, danzaba alrededor del viento. La belleza de su madre siempre causaba una impresión en todos los presentes, no importaba cuantas veces la mirara uno, era como si se hiciera más bella cada día. Cientos de elfas energía detrás de ella se unieron a las tropas, mientras el resto del grupo de líderes saludaban a la reina con el respeto debido. Besaida vio a su hermana montada sobre el mismo dynaron, agarrada de la cintura de su madre. La expresión en el rostro de su Jeraín le decía todo: No estaban listas, algo había fallado, algo andaba mal.
La reina, entonces, habló:
—Necesitaremos protección.
—Las "energías" han sido siempre nuestra prioridad —contestó el rey, tajante y formal, tratando de mostrar serenidad.
—Me refería a mí y a Jeraín, querido. Necesitamos protección especial.
—Puedo hacerlo yo—contestó fríamente Bes.
—No —dijo el rey —Te necesitamos en batalla, los Alados... Eres su líder.
—Soy la mejor con el arco.
—Siempre tan humilde, amor —dijo Álvian, sonriendo irónicamente—. Yo puedo quedarme con ellas.
Todos se miraron entre sí y nadie tuvo reparo excepto el rey que, con una mirada fulminante, cruzó la vista hacia su hija, como preguntando si estaba de acuerdo. La elfa le respondió asintiendo con la cabeza y el soberano dijo:
—Entonces, así será. Nos veremos todos en el campo. Vayan con sus tropas. Estaré con ustedes en un momento.
Poco a poco, los líderes se retiraron, Jeraín bajó del dynaron de su madre y la reina comenzó a cabalgar por detrás de ellos. El rey observó con detenimiento a Álvian y, por primera vez, el mago sintió el miedo ante el poder del elfo más poderoso de Prisma.
—¡No!, —dijo tajantemente el rey—no soy yo. Es ella, —señalando a la reina— ella es el arma más poderoso de esta tierra. La reina es la prioridad.
Álvian quedó boquiabierto y avergonzado, pensando en si el rey tenía la capacidad de leer sus pensamientos y de ser así, los problemas que tendría de saber todo lo que pensaba de su hija.
Merid volteó hacia sus hijas, les dio una reverencia con una sonrisa y partió con las tropas.
Besaida extendió sus alas y voló por encima de Sid, a quien Jeraín montó, como tantas veces lo hacía. Los cuatro se miraron en silencio, hasta que Randúl habló:
—¿Planes para mañana?
—Yo quiero regresar a Tarkan —dijo Álvian, carraspeando un poco—, si matamos un par de esos cuernos podremos conseguir nuestras armaduras Legendarias.
—¡Te acabo de regalar una espada Divina! —refunfuñó Bes y los tres rieron. Pero Jeraín se mantuvo en silencio.
—¿Todo bien? —preguntó Bes.
—Sí —mintió la pequeña elfa, en medio de un suspiro. Miró a Álvian y dijo— Solo asegúrate de que sigamos vivas.
—Así será.
Randúl y Jeraín cabalgaron cada uno hacia su posición. Besaida vio a su mago, por unos largos segundos, colocó dos dedos en sus labios, moviéndolos de lado a lado y él contestó con un guiño de ojo. La elfa lo vio partir y voló hacia los suyos.
A la mañana siguiente, Mariana escuchó la bocina del auto de Rafael en la esquina de su casa. Se subió al auto y le dio un suave beso en la punta de la nariz.
—Te escribí, pero no contestaste.
—Sí, es solo que ayer rompí el celular.
—Lo sé.
—¿Cómo que lo sabes?
Rafael sacó de su bolsillo un celular muy moderno y lo colocó en las manos de Mariana.
—Porque yo lo sé todo, ¿recuerdas?
—Ay Chino...
—No, no fue Chino...
—Ok, pero igual, no puedo aceptarlo...
—¿Por qué no?
—Sabes que no me gusta que me pagues cosas.
—No es un regalo, es un préstamo. Hasta que logres arreglar el tuyo, ¿sí? Yo no lo estoy usando ahorita.
Mariana refunfuñó, pero aceptó el celular y fueron por el camino hacia el instituto. Rafael tomó la vía cerca a la playa y detuvo el auto cuando ubicó un buen lugar frente a la orilla. Volteó a verla y empezaron a hablarse sin hablar, mirándose el uno al otro.
—¿Crees que algún día podamos pasar la noche entera sólo mirándonos? —Rafael terminaba esa pregunta mientras acariciaba los dedos de una Mariana absorta.
—Sí —contestó ella en un suspiro—si es que no muero de asfixia en el proceso.
Rieron juntos, algo tranquilos de conocer lo que sentía el uno por el otro, relajados y a la vez emocionados. Entonces, Rafael acercó sus labios hasta rozar la comisura de los de ella. Temblando un poco al hablar, él dijo:
—¿Tienes idea de cuánto te quiero?
Mariana sabía exactamente qué responder:
—La mitad de lo que yo a ti.
Se miraron una vez más, él besó el dorso de su mano y encendió nuevamente el coche.
—¡Ay, chica! —dijo, mientras comenzaba a conducir— me derrites sin ni siquiera tocarme y lo peor es que, a veces, ni te das cuenta.
Encendieron la radio, camino a lo que era el último examen de la bruja.
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