22. Su tonta majestad
—¿Dónde estamos? —preguntó Diana, contemplando el bellísimo paisaje húmedo que había dejado la lluvia sobre aquella tierra y al sol filtrándose entre las copas de los árboles. Álvian no contestó. Se mantuvo muy quieto, cerró los ojos, dio una sonrisa de medio lado, como recordando algo y subió el rostro, olfateando el aroma del bosque.
—¿Aire? ¿Dónde estamos? —volvió a preguntar la joven.
—En un bosque, —el mago no abrió los ojos al decirlo— todo lo que ves aquí pertenece la Hacienda Viras. Y ella está aquí.
Diana volteó al escuchar un ligero caminar, dio unos pasos hacia adelante, entre las ramas y logró ver a una pequeña y delgada niña, de no más de diez años, en un vestido de fiesta, a la usanza de comienzos del siglo XX, trotando y riendo en dirección a los establos.
La adolescente sintió un súbito desborde de ternura en su corazón. Una brisa la acompañó en su caminar hacia la niña y sintió como el mago la seguía, con una sonrisa en el rostro.
—¿Y ella es?
—Lucia...
—Te refieres a la más joven, ¿verdad? —El mago no contestó ni tampoco apartó la mirada de la niña. La observó sentarse en un montón de heno fresco, jugando con una brizna entre sus diminutos dedos y tarareando una melodía muy familiar.
Entonces, él se acercó a Lucía lo más que pudo, la observó en silencio y decidió responder, al fin.
– Ella también es Bes, es Mili, es Mari... Y eres tú.
—Estás muy encariñado con ella, ¿cierto? —Diana miraba ahora fijamente a los ojos del mago.
—Son ustedes cuatro... No solo ella.
Diana notó un brillo muy diferente en los ojos del mago del que había visto donde Milagros. Era una mezcla de admiración y cariño sincero, de respeto y sumisión. Por un momento, Diana lo imaginó frente a Besaida, hincándose en rendición a la princesa.
Los tres escucharon unos pasos llegar y Lucía fue corriendo a refugiarse detrás del muro de madera frente a ella. Diana giró hacia la puerta del establo para ver aparecer a Pablo, con la respiración agitada y el rostro empapado en sudor.
—Esconde y escapa —dijo Álvian, sonriendo de oreja a oreja.
—¿Esconde y escapa? —Diana usaba un tono sarcástico.
—Si, un juego de niños. Lo jugaba cuando era pequeño con... No importa.
—Acá lo llamamos "escondidas", por si no lo sabes. —Ella miró a Álvian, mordiéndose el labio inferior y la mirada le fue devuelta.
—¡Te encontré!, —el niño de chaleco verde y ojos tristes abrazaba a Lucía— te apuesto a que llego antes que tú al bosque.
—En tus sueños... —respondió la enérgica niña y se colocó en posición de iniciar una carrera.
—¿A la cuenta de tres? Uno... —empezó Pablo.
—¡Tres! —Lucía gritó y salió disparada en dirección al bosque.
—¡Hey! ¡Eso es trampa! —Pablo no esperó una invitación y corrió detrás de la pequeña, que dejaba sus cabellos dorados agitarse por la velocidad.
Diana y el mago los observaron partir cuando, entonces, Álvian cogió la mano de la chica y dijo:
—¡Vamos! —La jaló mientras corrían detrás de los niños. El grass se sentía suave y perfecto, debajo de ellos.
—No soy una corredora, exactamente —reclamó ella, con algo de vergüenza un su voz por su falta de físico.
Pero Álvian paró la marcha, se colocó detrás de ella y la levantó entre sus brazos.
—No, no lo eres. Pero para eso me tiene aquí, su majestad.
Ella lo vio sonreír de medio lado, rodeó su cuello con ambas manos y se permitió perderse en el aroma y calor de su cuerpo fuerte, que la cargaba tan ligera y la llevaba a gran velocidad.
—¡Ah!, perdón, su tonta majestad —dijo él y ella le devolvió la sonrisa.
Los niños trastabillaron al cruzar el jardín, rodaron por el suelo entre risas y acusaciones de tramposo, luego hubo un silencio, de esos que se tienen cuando se dice todo sin decir nada. Pablo le entregó una flor naranja a Lucia y le robó un beso, para luego desaparecer dentro de la casa.
—En serio, ¿la besó? —preguntó Diana, con un nudo en la garganta tras haber observado la escena en completo silencio.
—Así es, —Álvian seguía mirándola de forma coqueta, quitándole todo trazo de aliento a la chica en sus brazos— vamos, debemos volver con Mili.
—Vamos primero con Mariana. Tengo algo rápido que hacer ahí
—¿Y eso? Pensé que querías ver a Iván.
—¿Estás celoso?
—No, para nada —contestó el mago entre risas—, pero debo admitir que reconocí cierta fascinación de tu parte hacía él.
Tres segundos de silencio y Diana comenzó a reír de forma estrepitosa.
—"Debo admitir que reconocí cierta fascinación de tu parte hacía él" —dijo, tratando de imitar el tono ceremonioso en la voz de Álvian.
—Tonta.
Diana siguió riendo, desprevenida, sin pensar en lo que pasaría en ese momento. Él la acercó muy fuerte a su pecho, aproximó sus labios a su cabello y besó, tiernamente, su frente.
—Vamos con Mari.
Cuando abrieron los ojos, habían vuelto a la habitación de Mariana. La muchacha estaba en la ducha así que Diana aprovechó el momento y buscó un vestido color vino dentro de su armario. Lo colocó en la silla, a simple vista.
Él volvió a cargarla y ella decidió hacer algo inesperado, volvió a rodearlo con sus brazos y le dio un suave, húmedo y lento beso en la mejilla. El mago volteó a verla, boquiabierto, y dijo:
—¡Diana María!
Ella sonrió, muy pícara y traviesa, mordiéndose los labios.
—Es el cuarto de ella. No sé qué tiene que me contagia su forma de ser. Ella sí es una coqueta.
Ambos rieron y volvieron a partir. Diana sintió que no habían llegado a un lugar en suelo fijo, abrió los ojos y contempló el bus de la banda. Álvian la dejó pararse y ella corrió hacia el último lugar del carro, donde Milagros dormía plácidamente. La muchacha murmuraba algo casi indescriptible.
—¿Está despierta?
—No —contestó él, en un suspiro—... habla dormida.
Diana recordó cómo había descubierto que él miraba dormir también a Mariana y volvió a imaginar todo lo bochornoso que debió haber visto él al verla dormir a ella. Entonces, Álvian se sentó junto a Mili y acarició suavemente su mejilla. La dormida chica hizo un pequeño movimiento, pareciendo despertar.
—¿Seguro que no te puede sentir?
Él no contestó. Siguió observándola dormir hasta que escucharon unos pasos acercarse. Diana volteó y sonrió, muy contenta, de ver a Iván dirigirse hacia ella. Álvian fue a sentarse varios metros lejos, mirando la ventana. Había cierto pesar en su mirada y ella se animó a preguntar:
—¿Qué te ocurre?
El mago volteó a verla, le sonrió y dijo:
—Nada, chica. A veces me voy así.
—No, me estás mintiendo. Te pasa algo. ¿Es por ellos? ¿Estarán bien?
—No lo sé.
—Pensé que lo sabías todo.
Álvian logró sonreír un poco.
—Tengo una habilidad para ver lo que pasa a mí alrededor y adelantarme a los hechos. Observar a las personas y sentir o saber qué es lo que piensan. Bes decía que era un don especial y me prohibía utilizarlo con ella porqué, de alguna forma, siempre lograba saber lo que ella estaba pensando. Vamos, tengo que enseñarte a usar tus poderes.
Ella giró a verlo, muy sorprendida y contrariada.
—Dijiste, ¿poderes?
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