Capítulo 5
—Lo lamentamos, general Leliel, pero no podemos hacer eso —comentó uno de los guerreros.
—Pero estamos a tiempo para hacer algo —contratacó Leliel, furiosa.
—Entendemos que sea su hermana, todos los Ishim estamos sumamente agradecidos por su sacrificio, pero no podemos poner en peligro al resto de nuestros hombres para traerla de vuelta —explicó el guerrero —. No romperemos el acuerdo de paz.
Leliel apretó los puños a sus costados. Los guerreros poco a poco comenzaron a dejar la sala de reuniones y se dispersaron. Solo unos cuantos se quedaron a su lado, podía contarlos con la mirada. Su mano derecha, Abaddon, era uno de ellos.
—Diga sus órdenes, general, y nosotros obedeceremos —dijo Abaddon e hizo una reverencia. Los demás guerreros lo imitaron.
—Debemos recuperar a mi hermana y matar a Azrael de una vez por todas —soltó Leliel con toda la seguridad que poseía —. Tenemos que hacerlo cuando finalicen los tres meses del periodo de prueba. Suficiente tiempo para planear todo. Logré ver a mi hermana solo para verla marchitarse en ese lugar, no dejaré que ese Elohim apague su luz.
—Empezaremos con la planeación, general —asintieron Abaddon y los demás guerreros.
Leliel asintió.
"Iré por ti hermana, solo espérame", pensó con determinación.
Eleleth estaba contemplando las nuevas flores que había aparecido en el jardín cuando escuchó un fuerte estruendo en el castillo. Pensó que habían tirado algo y continuó con lo suyo, pero volvió a escuchar más ruido y mucho más fuerte que antes. Preocupada, volvió dentro del castillo. Los estruendos retumbaron entre las paredes. La curiosidad estaba matándola. En un lugar en el que rara vez se escuchaba algo más allá de los murmullos del aire, era extraño que hubiera tanto alboroto repentinamente.
El ruido se hacía mucho más fuerte en la sala de reuniones. Cuando Eleleth se encontraba en la puerta, esta retumbó por un golpe. Eleleth se espantó y retrocedió un paso. Luego escuchó la voz alta de Azrael y unos cuantos lamentos de otra u otras personas.
— ¡Por no respetar la paz, los Ishim morirán ahora! —exclamó Azrael.
Eleleth no entendía nada de lo que estaba pasando dentro, pero no necesito escuchar más para actuar. Entró en la estancia y gritó:
— ¡No!
Todos se quedaron en su lugar. En la habitación había tres hombres, Ishim, hincados en el piso, amarrados con las manos en la espalda, custodiados por otros tres Elohim. Azrael estaba de pie frente a ellos. Todos se giraron a mirarla en cuanto entró a la habitación.
— ¿Qué...qué está...? —tartamudeó.
— ¿Qué haces aquí, Eleleth? —gruñó Azrael.
—No los mates, por favor —rogó Eleleth —. Son mi familia, por favor.
Azrael miró los ojos llenos de lágrimas de Eleleth. Todos en la habitación estaban en completo silencio, esperando su respuesta.
—Encarcélenlos por unos días y luego déjenlos ir —suspiró.
Los Elohim asintieron y levantaron del piso a los tres Ishim para sacarlos del lugar. Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Eleleth se giró en dirección a Azrael. Él la miraba seriamente.
—Gracias —susurró.
Azrael se acercó a ella. Estiró la mano y Eleleth pensó que la golpearía, por eso cerró los ojos, pero volvió a abrirlos cuando no sintió el golpe. Azrael tenía una flor en su mano.
—Tenías esto en el cabello —explicó. Eleleth sonrió —. Y de nada. Yo no seré quien rompa el acuerdo de paz, no me arriesgaré a perderte.
Repentinamente, Azrael tocó su mejilla y la acarició. Tenía las manos frías e inconscientemente Eleleth recargó su mejilla en ellas.
—Yo tampoco quiero eso —soltó al verlo.
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