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Capítulo 4

Unos días después de ver a su hermana, Eleleth había tenido a Azrael sobre su hombro casi todo el tiempo. Por lo menos se aseguraba de que comiera tres comidas al día y saliera a tomar el sol al jardín trasero un rato cada día. Además, le había puesto una criada para que estuviera en compañía todo el tiempo en el que él no estaba. Eleleth pensaba que solo lo había hecho para mantenerla vigilada.

—Este peinado se le ve hermoso, señorita Eleleth —comentó la criada.

—Gracias.

—Su cabello rubio así trenzado hace que sus ojos castaños resalten —continuó —. Al amo Azrael le gustará también. Cada que la ve, sus ojos resplandecen.

Eleleth rio amargamente.

—No creo que ese sea el caso.

— ¡Pero claro que sí! ¡Así como a usted le brillan cuando lo ve!

Eleleth se sonrojó y bajó la mirada a su regazo. La mujer había visto a través de ella.

— ¿Tanto se me nota?

La mujer la miró enternecida.

—Siempre supe que la pequeña de los Ishim era sumamente expresiva, aunque hasta ahora pude comprobarlo. No olvido cómo se vieron usted y el amo unas semanas atrás en el encuentro para el acuerdo matrimonial. Parecía que ambos tenían tanto que decir, pero no encontraban las palabras para hacerlo.

Eleleth se sonrojó aún más cuando recordó la escena. Ella se retorcía los dedos sin parar y él solamente se quedó de pie frente a ella, estoico, examinándola de arriba abajo. Pero, cuando ella se armó de valor y alzó los ojos, ambos se habían sonrojado y apartaron la mirada uno del otro inmediatamente. Ella había sentido algo en su interior y tenía la ligera sospecha de que él también había sentido lo mismo. Y, ahora que tenía el punto de vista de alguien más, parecía que sus presentimientos no habían sido erróneos.

—Ahora el amo podrá hacerle un cumplido —comentó cuando terminó de arreglarla.

— ¿El amo...?

—Sí, señorita Eleleth. Comentó que comería con usted en el jardín hoy.

Eleleth empalideció y se estremeció. Nunca se había sentado a comer con ella, mucho menos en el jardín. Se puso muy nerviosa al escuchar a la criada. Pero, al ver su reflejo, su nerviosismo pasó a ser causa de otra razón. Llevaba un vestido negro, color que nunca había usado, con el cabello rubio suelto por los hombros y los ojos difuminados. De no haber conocido su reflejo antes, habría jurado que quien la miraba no era ella.

Salió de la habitación e inmediatamente la guiaron hasta el jardín. En efecto, había una mesa pulcramente puesta en el centro con una sombrilla para cubrirlos del sol. El olor de la comida invadió sus fosas nasales mucho antes de que saliera. Pero casi tropieza cuando lo vio de pie, esperando junto a la mesa. Azrael llevaba el cabello despeinado, una pieza tipo chaleco negro con adornos rojos, dejando al descubierto sus musculosos brazos, y un pantalón negro con líneas rojas que marcaban la extensión de sus piernas. Viéndolo así, parecía que llevaban conjuntos de pareja.

Eleleth se acercó a él y él la ayudó a tomar asiento. Ella le agradeció, pero él no dijo nada. Los sirvientes les sirvieron la comida y cada uno comió sin hablar. Eleleth estuvo tentada de hacerlo varias veces, pero, al final, siempre se contenía; sin embargo, de vez en cuando sus miradas se encontraban. Eleleth pensó que la apartaría como muchas veces antes lo había hecho, pero no fue así. La observaba profunda e intensamente hasta que ella no podía sostenerle la mirada y la apartaba.

Eleleth estaba dispuesta a retirarse cuando terminaron de comer, pero él la detuvo al hablar.

—Quiero que vengas conmigo.

Eleleth se estremeció por la severidad de sus palabras, pero igual se levantó y lo siguió. Caminaron hasta la parte profunda del jardín y tembló de miedo cuando supo a dónde iban. Antes de que pudiera decir algo, ya estaban ahí. Su pequeña flor, aun en perfecto estado, estaba siendo señalada por Azrael.

— ¿Lo hiciste tú?

Eleleth tragó saliva y asintió.

—Levanta el rostro cuando me hables.

Eleleth lo hizo.

—Sí.

— ¿Te gusta el jardín?

—Sí.

Pudo haber mentido, pero no habría caso. Él sabía que ella era la única capaz de hacer crecer algo ahí.

—Entonces haz que florezca.

Eleleth abrió los ojos sorpresivamente.

—Es tuyo ahora, haz que florezca.

Azrael se lo decía en serio. Asintió con la cabeza y, sin dejar de mirarlo, convirtió la tierra en pasto, las ramas en árboles y el piso en flores. En unos segundos, el jardín pasó a cobrar vida. Eleleth inspeccionó su trabajo a un lado y al otro y sonrió orgullosa por lo que había logrado.

—Así resplandeces más —le sonrió Azrael por primera vez.

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