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Capítulo 1

El cuerpo entero le temblaba y cada respiración era una opresión en su pecho. Podía sentir que el corazón le latía sin cesar. Cuando le apretaron los cordones a la espalda, un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza. Estaba mirando su reflejo en el espejo frente a ella y no podía creer lo que veía; no podía creer cómo lucía. A pesar de lo vívidamente arreglada que estaba, por dentro, se sentía muerta.

Había soñado con ese día toda su vida. A pesar de los tormentos por los que había pasado durante su infancia y adolescencia, tenía esperanza de alguna vez vivir ese momento. Solo que, dadas las circunstancias, no era así como esperaba que fuera. Sin embargo, ya no podía echarse para atrás. Puso la mejor sonrisa que pudo, asintió ante su reflejo y salió de la habitación para dirigirse al pasillo.

Había recorrido ese pasillo unos días atrás, cuando su padre había llegado a firmar ese acuerdo. Todavía no se acostumbraba a la oscuridad, la frialdad y lo siniestro de aquel castillo. Pero tenía que acostumbrarse a ese lugar; después de todo, ese iba a ser su nuevo hogar.

Podía ver a su hermana, Leliel, con su cabello negro recogido en una trenza con holanes, ojos azules perfectamente maquillados y un vestido dorado que acentuaba cada una de sus curvas, sonriéndole, dándole ánimos para seguir adelante. Su padre, Namael, con los mismos rasgos que su hermana, estaba a su lado sosteniendo su mano. Cuando sus ojos se encontraron, solo pudo ver tristeza en ellos, así que ella le sonrió para darle ánimos y hacerle saber que estaba bien.

Pero todo su valor se evaporó cuando alzó la vista al frente. Ahí estaba él, con su porte inmaculado, intimidatorio, varonil, hostil e, inexplicablemente, guapo. Tenía el cabello negro azabache corto, los ojos grises intensos, los rasgos extremadamente finos y una serie de zarcillos dorados adornaban toda su oreja derecha. Pero sus labios, jugosos y ligeramente gruesos, eran lo único en lo que se podía enfocar.

—Azrael, ¿aceptas a Eleleth como tu esposa?

—Acepto —contestó con una profunda voz.

—Y tú, Eleleth, ¿aceptas a Azrael como tu esposo?

Tragó saliva y levantó la cabeza para mirarlo. Su 1.95 cm fue suficiente para hacerla temblar. Su hermana Leliel era alta, pero ella era mucho más pequeña. Ahora, a su lado, se sentía una hormiga. Aun así, tenía que centrar todo su valor para aceptar el acuerdo de paz al que habían llegado. Tratando de no tartamudear, contestó:

—Acepto.

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