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28.



Nayeon había intentado detener los latidos de su corazón. No logró conseguirlo gracias a que su madre llegó en el momento idóneo y la sacó del agua. Ella quería recuperar a su hija, quería salvarla de esa oscuridad que la devoraba día a día; sin comprender que era imposible para Nayeon ser algo más que un cadáver obligada a seguir respirando.

—¡Nayeon, abre la puerta! —Gritó su madre, desesperada. Ejerciendo presión en el pomo de la puerta, intentando abrirla sin éxito.

Nayeon negaba, gritándole que se fuera, que no quería ver a nadie. Su delgado y fatigado cuerpo temblando. Toda ella siendo un caos en su existencia. Sin espacio para el razonamiento, su destrozado corazón vociferando por ella.

Ese día los demonios jugaban con Nayeon. Distorsionaban todo frente a sus ojos, enseñándole recuerdos de Mina, de los días que se amaron. Y Nayeon solo quería arrancarse la piel, solo quería desaparecer para que dejara de doler. Ya no podía seguir soportándolo. Era ácido y quemaba, una y otra vez. No sanaría nunca; Mina no se lo permitiría. La luz molestaba sus ojos, el aire que entraba en su pecho hacía doler los huesos de sus costillas y el sonido de voces que no eran las de Mina, hacía que tapara sus orejas.

—Por favor, hija. —Sollozó su madre. Golpeando la puerta con suavidad—. S-sal de ahí, ¿sí? T-tengo una nueva historia. E-es para ti, amor. Es de las que te gustan.

Nayeon dejó de pellizcar la piel de sus manos y miró en dirección a la puerta. Cuentos, historias de amor con finales eternos. Algo que ella con Mina no tuvo; era lo único que lograba devolverle un poco de humanidad. Se colocó de pie, ayudándose por la cama. Sus delgadas piernas no eran más que piel y huesos. Trastabillando con sus descalzos pies llegó hasta la puerta. Al abrirla vio a Lily, su madre sonreía y respiraba entrecortada.

—Y-yo...

—Shhh. —Siseó Lily—. Está bien, amor.... Está bien, ¿sí? —Abrazó a Nayeon, permitiendo que su hija se aferrara a ella y sollozara, pidiendo perdón entre hipidos—. No, amor. No me pidas perdón, todo estará bien. Eres fuerte, mi bebé. Eres tan fuerte... Mina estaría orgullosa de ti, ¿bien? Porque estás viviendo, como ella quería que lo hicieras.

Nayeon asintió. La culpa creciendo en su vientre y es que su madre tenía razón. Mina le dijo que viviera, que comiera y la coreana no lo estaba haciendo.

—M-me va a odiar. —Hipó, tragando sus lágrimas—. E-estoy horrible y me va a odiar.

—No, amor. Eso es imposible. ¿No me dijiste que ella te ama? El amor no mira el aspecto de una persona. —Lily se separó de Nayeon y limpió sus mejillas, repasándolas con sus pulgares—. ¿Quieres hablarme un poco de ella y luego te leo la historia?

Nayeon asintió y dejó que su madre tomara su lastimada mano. Lily fingió no ver las heridas y rasguños en esta, guiando a su hija hasta el salón donde ambas se sentaron en un mullido sofá.

—Lo siento. —Susurró nuevamente la castaña—. N-no quiero hacer esto... p-pero no sé cómo detenerlo.

—Nayeon, está bien. Ya te lo dije... No te sientas culpable, ¿de acuerdo? —Nayeon asintió, sorbiendo su rojiza nariz—. Ahora, ¿qué quieres recordar?

Nayeon apretó los labios mientras pensaba. Quería recordarlo todo, pero no diría eso. Lily siempre la dejaba hablar de Mina, era la única forma en que podía dejar salir un poco de todo el amor que guardaba en su pecho; tanto amor que parecía, iba a desbordarse.

—Ella... —Comenzó—. Era muy estricta. —Sonrió al recordar la rutina militar de entrenamiento de Mina—. Y-y yo una vez... me enojé tanto, porque siempre estaba entrenando. Así que... entré al gimnasio y... rompí su saco de boxeo favorito.

Recordaba como Mina se había puesto de histérica al ver su saco azul rasgado después de darle solo un golpe. Mina pensó que era culpa suya por golpearlo muy fuerte.

—Ay, cariño. —Lily se carcajeó, palmeando el muslo de Nayeon—. Me imagino cómo reaccionó.

—F-fue divertido.

—Estoy segura que lo fue.

Continuaron platicando. Nayeon le contaba sus aventuras y desventuras en Camp Alderson. Todo lo relacionado con su dueña, aun si Lily ya había escuchado esas historias, ella necesitaba contarlo. Mil veces; por siempre.

—Ahora, hija, ¿aún quieres que te cuente la historia?

—Sí, sí. Por supuesto.

—Bien... Este libro lo encontré hoy. Me gustó mucho la portada, ¿sabes? —Lily se colocó de pie y caminó hasta una mesita de adorno donde una bolsa de papel se encontraba reposando—. Cuenta la historia de cómo la reina del infierno, la emperadora de los demonios, se enamoró de un ángel.

Nayeon tragó. Vagos recuerdos quemando en ella.

—¿U-una emperadora?

—Sí... —Lily tomó cautela por la reacción de Nayeon—. ¿Quieres que lo lea, o lo dejamos para otro día?

—¡No! —Gritó, aferrándose con uñas a la tela del sofá. —Léelo, léelo por favor.

—Bien, amor. Tranquila. —Caminó para sentarse al lado de Nayeon. Su hija no demoró en acurrucarse a su lado, luciendo tan vulnerable y frágil que estrujaba su pecho—. Voy a comenzar.

—El final...

—¿El final? —Preguntó Lily, repitiendo las palabras de Nayeon.

—Puedes comenzar... leyéndome el final. Por favor.

—Oh. Uhm... Sí, claro. Bien, veamos. —Abrió el libro a solo páginas del final—. La reina de los demonios sangró, viendo como sus alas eran cercenadas de su espalda. Como sus garras le eran arrancadas de las manos. Sus colmillos se usarían para forjar espadas y su piel para hacer armaduras de fuego.

—... ¿Qué? No ¿P-por qué le están haciendo eso? —Susurró agitada. Sintiendo un mareo asentarse en su cabeza.

—Nayeon... amor, no lo sé. Leámosla del comienzo, ¿sí?

—¡No! El final... Solo dime el final.

Lily suspiró y llegó a la última página.

—El ángel ya no era un ángel. La emperadora de los demonios no era una emperadora. Solo eran ellas dos, siendo algo que se había escapado de las manos del creador. No eran mujeres mortales, no eran deidades celestiales. Y el universo forjó un paraíso solo para ellas, para que esos seres pudieran vivir ocultando su amor. Porque un amor como el de ellas, era tan intenso, tan mágico, que era considerado una maldición. Fueron encerradas ahí, porque nadie más debía saber, que una vez existió una emperadora que entró al paraíso, para robarse al ángel de la que se había enamorado.



Cuando Nayeon salió del hospital, con su madre levantando su mentón con orgullo y Jihyo sonriendo sinceramente, supo que finalmente la pesadilla había terminado. No, no lo había superado. No lo haría nunca; pero aprendería a vivir con ello. Fue una pesadilla que duró muchas lunas; seis meses de ellas.

Y ahí estaba, dejando atrás un peligroso historial médico que incluía tres intentos de suicidio, autolesiones, desorden alimenticio y depresión. Medallas de batallas ganadas, eso es lo que eran. Pugnas que no habría podido ganar de no ser por el apoyo incondicional de su familia; Nayeon jamás podría pagarles todo lo que habían hecho por ella. Sí, había perdido su rosa; ya no quedaba de ella más que los recuerdos. Y eso era suficiente para que Nayeon pudiera seguir respirando día a día, era suficiente para que tomara el tenedor y se llevara comida a la boca. Ella se enamoró, y amó y seguiría amando a la misma persona hasta que exhalara su último aliento; estaba orgullosa de poder hacerlo. Ya no intentaría frenar los latidos de su corazón para poder bajar al infierno y encontrarse con su dueña; esperaría pacientemente a que se encontraran cuando el destino lo demandara. Mientras tanto, viviría con el corazón en mano, gritándole al mundo que no fueron dignos de presenciar algo como lo de ellas. Su alma sanaría con el tiempo, cuando las voces de su mente se silenciaran. Tiempo, eso era todo lo que Nayeon tenía a su favor; y sería suficiente. Se lo había prometido a Lily, le prometió que viviría, porque su amor por Mina había sido eso, había sido vida. Guardaron las maletas de Nayeon en el maletero, su madre sonriendo en todo momento.

—Entonces, esto sería todo. —Dijo la mujer al cerrar el maletero.

Sus palabras iban mucho más allá, Nayeon lo sabía.

—Bien, ¿ahora a dónde vamos? —Preguntó la coreana al subirse al auto de su madre; en el asiento del copiloto. Jihyo se sentó en el asiento trasero.

—A casa. —Respondió su madre, alegre.

Nayeon aún no podía pronunciar aquella palabra sin sentir que se ahogaba. Quizá algún día lo lograría.

—B-bien... vamos.

El viaje fue ameno, las tres conversando sobre el montón de cosas que debían hacer ahora que Nayeon estaba oficialmente dada de alta y como Lily había organizado un fin de semana que incluía la maratón completa de sus series favoritas. Nayeon y Jihyo no se miraron, pero ambas tenían risas fingidas al saber que serían obligadas a ver temporadas completas de aburridas historias de amor.

Llegaron al departamento de Nayeon, quien parpadeó varias veces al no reconocerlo. Completamente remodelado, ya no era el mismo lugar que dejó meses atrás cuando intentó quitarse la vida por tercera y última vez.

—¡¿Te gusta?! —Preguntó su madre, emocionada, mientras Jihyo llevaba las maletas de Nayeon a su habitación.

—Eh, sí... En realidad, sí. —Y no mentía. Todo lucía cálido y acogedor.

—Me esforcé mucho para que quedará así, por lo cual es bueno que te guste y que no debas volver a la clínica porque tu mamá te castró con un cuchillo de cocina.

La coreana siseó y caminó hasta su madre para envolverla en un abrazo. Los abrazos de Lily eran los mejores en el mundo, los mejores ahora que su rosa ya no estaba con ella. Jihyo apareció a los segundos, mirando su teléfono móvil y con el entrecejo arrugado.

—Yo debo volver a la oficina, Nay. Me llamó mi secretaria y me dijo que... —Jihyo permaneció en silencio unos segundos y luego suspiró—. En realidad, me hubiera gustado decírtelo de otra forma.

Nayeon se giró, con su ceño fruncido y sus orbes fijos en Jihyo.

—¿Me perdí de algo? —Preguntó alternando su mirada entre Jihyo y Lily. Ambas se miraban, cómplices

—Bueno, en realidad... No quería decirte nada hasta no estar segura.

—Jihyo, por amor al cielo, solo habla de una vez.

—Me llegó un oficio judicial la semana pasada.

—Oh, bueno... Es sobre, uhm. ¿Es sobre mi caso? —Jihyo asintió levemente en lo que Lily se soltó de ella y se abrazó a sí misma.

—Nay, cariño... Sé que deberíamos haberte dicho de inmediato, pero realmente queríamos que primero salieras de la clínica. No fue nuestra intención ocultarte nada y...

—¡Mamá! —La interrumpió, Lily tendía a balbucear cuando se ponía nerviosa—. Está bien. Comprendo. ¿Qué dice el oficio, Jihyo?

—Eso es... Bien. Estás limpia.

—¿Qué?

—Estás completamente limpia, Nay. —La coreana se preguntó si tanta medicación la había dejado estúpida, porque realmente no comprendía las palabras de su mejor amiga—. Se encontraron pruebas, no sé cómo... pero lograron demostrar que todo este tiempo fuiste inocente.

Los fanales de la castaña se abrieron con incredulidad. ¿Cómo podía ser eso posible? Ellas habían hecho lo inalcanzable para demostrar que Nayeon era inocente y todo fue en vano.

—¿Qué? ¿Pe-pero cómo? Es decir, alguien... —Tragó con dificultad—. ¿Alguien siguió con mi caso?

—Así parece... Aún no tengo todos los detalles. Esta semana me presentaré en el juzgado y veré la resolución del juez y las pruebas. No quería decirte nada todavía, pero todo indica que... —Sonrió, amplia y con ilusión en su mirada—. Que recuperaras tu título de médico, Nayeon.

Nayeon miró a su madre, quien asintió con efusión.

—Te dejaré a solas con Jihyo para que no te sientas agobiada, ¿de acuerdo? —Nayeon asintió en silencio. Pensó que caería al suelo. ¿Volvería a ser médico? ¿Era verdad?

—Pe-pero... —No sabía que decir. Una mano se colocó sobre su hombro y al levantar la vista vio a Jihyo.

—Escucha, no estoy completamente segura... pero creo que esto tiene que ver con alguien que tú conoces.

—¿Qué yo conozco? Jihyo, amiga. Por favor, ten en cuenta que estuve meses tomando pastillas que me hacían sonreír al ver una manzana...

—Bien, es solo que... Cuando me llegó el oficio, lo primero que hice fue contactar a la parte demandante y exigirles una explicación. Hablé con el padre del bastardo de tu ex novio...

—Jaebeom.

—Sí, ese... Bueno, la cosa es que, no sé cómo decirlo, pero el hombre sonaba realmente asustado. Me pidió perdón y dijo que haría lo que sea, pero que por favor lo perdonáramos. Estuve realmente perdida cuando eso ocurrió, por eso no quise decirte nada. Le dije a Lily y ella me aconsejó que investigara un poco antes de decirte... y lo hice.

—Por supuesto que lo hiciste.

Jihyo rodó los ojos a las palabras de Nayeon.

—Y encontré algo bastante interesante. Las acciones del hospital que te acusó de asesinato por negligencia médica, fueron recientemente compradas por un grupo de inversionistas de Irlanda.

—¿Irlanda?

—Así es... Y dentro de ese grupo, un nombre me sonó. Lo recordé porque hace años... Ya sabes, yo era una gran admiradora del boxeo.

—Jihyo, necesito que vayas al maldito grano porque me está dando migraña.

—Charles James. ¿Lo recuerdas?

Cada pieza comenzó a encajar. Las palabras de Jihyo tomaron forma, porque sí, Nayeon lo recordaba. Imposible olvidar al padre de Mia, de su pequeña princesa.

—Y-yo... No sé qué decir.

—A mí también me tomó por sorpresa, créeme. —Jihyo también sabía del hombre, no de su clandestina participación en el Under, pero sabía que era el padre de la pequeña Mia. ¿Cómo no iba a saberlo? Cuando ella fue quien acompañó a Nayeon en todo ese horrible proceso—. Al principio su nombre solo se me hizo conocido, luego recordé la demanda que le pusieron al hombre por haber descuidado a su hija y como testificaste a su favor.

—Mia siempre hablaba bien de su papá. —Nayeon buscó con la mirada un sofá y se dejó caer en él, sujetando su cabeza con ambas manos—. Parecía ser un buen hombre.

—Lo sé, Nay.

—P-pero él... —Nayeon no sabía que decirle a Jihyo.

No había vuelto a saber de James, no había tenido el valor para ir a la prisión y buscar a Tzuyu o Sana. No era tan fuerte para verlas a la cara sin sentirse sepultada en vida.

—Escucha, aún no puedo asegurarte nada. Son solo suposiciones mías, pero sabes que rara vez me equivoco.

—¿Crees que él me ayudó?

—Lo creo.

—Debo hablar con él... D-debo... —Nayeon se colocó de pie y caminó en busca de las llaves del auto de su madre.

—¡Nayeon, espera!

—¡No! No entiendes, Jihyo, esto no es... Mierda, necesito que me lleves con él.

—Nayeon, no sabemos si realmente tuvo algo que ver, además... No tengo idea de dónde vive. —La coreana miró el suelo, respiraba agitadamente y su boca se sentía seca—. Escúchame, iré a mi oficina y veré la resolución del juez. Resolveremos primero la devolución de tu título médico y luego nos dedicaremos a buscar a James, ¿de acuerdo?

La castaña asintió y se dejó envolver en un abrazo cuando Jihyo estiró sus brazos hacia ella. Se reconfortó, intentando calmar la respiración de su pecho.

—Tengo miedo, Jihyo.

—Todo estará bien, Nay. Lo prometo. —Y Nayeon sabía que Jihyo siempre cumplía sus promesas.



Era cosa de algunos días, de los malos. Cuando sus ojos se abrían para comenzar nuevamente, sentía tanto dolor, tanta desolación que le era imposible no presionar su rostro contra la almohada y abandonarse a sí misma entre lágrimas ácidas y tibias, mientras gritaba hasta que sus cuerdas vocales quedaban resentidas. Se repetía a sí misma que debía hacerlo, por Lily y por Jihyo, por sus futuros pacientes. Debía seguir respirando, aun cuando ya no tenía un motivo para hacerlo. Y lo estaba haciendo, con toda su fuerza de voluntad lo hacía. Con los sobrantes de su corazón marchito y seco, lo hacía. Nayeon no podía hablar de Mina sin quebrarse por dentro. No podía poner en palabras simples los secretos que convirtieron su amor en una eterna epifanía. Porque nadie la entendería, porque a nadie le dolería. Porque nadie era merecedor de saber la manera en que se amaron.

"Cuando te toco, conejita coqueta... Es como, no lo sé. Es como poder respirar nuevamente después de haberme ahogado bajo el agua."

Se levantó de la cama y fue directamente al baño, ese día finalmente iría en busca de la verdad. Después de semanas de búsqueda, Jihyo había logrado dar con el paradero de James, o quizá James había dejado que dieran con él. No estaba completamente segura de cuál era el caso. Bajo la lluvia artificial lavó su cabello y restregó su cuerpo con una barra de jabón.

"Déjame lavar tu cabello, puta derrochadora... Que me cuesta un diablo conseguir una botella de shampoo."

Sonrió, presionando sus dedos en su cuero cabelludo. Ya se había acostumbrado a ello, a estirar sus labios cuando se caía un pedazo de su corazón. Nadie lo notaba, era su máscara; era la manera en que el dolor se hacía real a través de su cuerpo. Y Nayeon sonreía, siempre. Porque siempre dolía. Frotó su rostro con ambas manos, viendo dos horribles cicatrices trazadas en sus muñecas. Recordatorio de la segunda vez que intentó detener los latidos de su corazón, demasiado drogada como para siquiera recordarlo. Quizá estuvo demasiado tiempo bajo el agua, pero era un ritual necesario para ella. Para esos días donde la ansiedad la abrazaba. Hizo su rutina de siempre al salir del baño, vistiéndose rápidamente y abriendo las cortinas y ventanas al pasar por el salón hasta la cocina. Con manos diestras en el manejo de su cafetera consentida, hizo un expreso y lo bebió en tres sorbos antes de ir por su móvil para llamar a su madre y a su terapeuta.

—Hola mamá. —Saludó con el móvil en su oreja y caminó lentamente hasta el balcón para tomar el fresco de la mañana.

Había dejado de vivir con su madre hacía poco más de una semana, cuando su terapeuta consideró que ya era posible para ella retomar su ritmo normal de vida. Conversó con Lily a gusto, escuchando todo lo que ella tenía que decir sobre sus diversas actividades con sus amigas y respondió con cariño en la voz a cada pregunta que su madre le hizo. Prometió ir a visitarla al día siguiente. Fue como Jihyo dijo, su reputación como médico fue restablecida. Logró una disculpa pública por parte del director del hospital y una enorme indemnización económica, una que Nayeon realmente no quería, pero que Jihyo se empeñó en obtener. En realidad tampoco le molestaba el deportivo rojo que se había comprado con parte de la indemnización. Mucho menos a Jihyo, quien era prácticamente la conductora del deportivo, ya que apenas la veía le arrancaba las llaves a Nayeon.

Para Nayeon, lo único realmente gratificante había sido que podría volver a trabajar como doctora pediatra. Podría volver con aquellos niños que esperarían efusivamente por ella cada día, que la ayudarían a manejar la ardua tarea de continuar viviendo, cuando había perdido las ganas de hacerlo. Escuchó el timbre y frotó su nuca con las yemas de los dedos de sus manos, mientras se hacía camino de manera perezosa hasta la puerta. Una sonriente Jihyo fue a quien se encontró.

—¡¿Dónde están?! —Preguntó haciendo referencia a aquellas piezas metálicas que significaban más para ella que todo en su vida.

Nayeon rodó los ojos y le indicó una mesita de adorno a la entrada donde se encontraban las llaves del deportivo. Jihyo prácticamente corrió a ellas.

—¿Estás lista? Ya vamos, vamos.

—Por Dios, Jihyo. Solo llévate el maldito auto y cásate con él.

—¿Se puede? Es decir, ¿nos has visto juntas? Somos perfectas. —Acunó las llaves en sus manos y las besó como quien besaría a un canario—. Ahora sé que el amor es real.

—Sí, como sea. Voy por un abrigo.

—Te esperaré abajo con Emy.

—¿Emy? —Preguntó con el ceño fruncido.

—El nombre de mi chica. —Besó de nuevo las llaves y Nayeon negó con la cabeza.

—¿Le pusiste nombre a mi deportivo?

—¡Hey! No le hables así... No es una cosa.

—Estás loca.

Jihyo sonrió e hizo sonar las llaves al rodar el llavero por su dedo índice. Salió del departamento mientras Nayeon fue por su abrigo, tomando su cartera y las llaves de su piso al mismo tiempo. Palmeó el bolsillo de su pantalón en busca de su móvil. Estaba acostumbrado a tenerlo con ella. Con su caminar ligero que la caracterizaba y que le hacía ganar uno que otro cumplido, mientras usaba sus dedos para sacar los mechones de cabello que caían por su frente, llegó al deportivo donde una enamorada Jihyo la esperaba. Su mejor amiga estaba prácticamente cantándole una serenata al vehículo, mientras acariciaba el volante. Nayeon estaba pensando seriamente en regalarle el deportivo.

—¿Lista? —Preguntó Nayeon sentándose en el lugar del copiloto. Colocándose sus lentes que había guardado en la guantera.

—Nací lista. —Jihyo le dio un guiño y encendió el motor, haciéndolo sonar con sorna antes de quemar el asfalto al partir a toda velocidad. Nayeon bufó y rodó los ojos, una sonrisa plasmada en su rostro.

Estaba asustada, emocionada y con un nudo en su vientre que le había hecho imposible comer algo. No podía ser de otra forma. No ese día al menos. Porque finalmente vería a James, al mecenas que llevó a Mina a su muerte. Sí, Nayeon lo había odiado, había querido tenerlo frente a sus ojos para poder arrebatarle la vida, tal como James lo había hecho con Mina al llevarla a la fosa. Sin embargo, no lo haría; porque ni James ni la muerte la iba a separar de Mina. Y con ese pensamiento enraizado en su cabeza, la paz se había hecho un pequeño lugar en su desolado corazón. Ahora solo quería saber los motivos que tuvo James para ayudarla, quería saber cómo murió Mina. Sus últimas palabras y por qué las peleas en el Under habían sido clausuradas como le dijeron a Jihyo cuando intentó averiguar sobre Tzuyu y James en Camp Alderson.

—¿Estás bien? —Preguntó Jihyo luego de una hora de viaje. Nayeon inclinó su cabeza hacia abajo.

—Sí, solo... Algo conmocionada. Sabes que esto es, bueno, es difícil para mí.

—Podemos posponerlo.

—No, no podemos, Jihyo . Necesito saber, necesito... Ya sabes.

—Sí, lo sé. Tranquila. —Jihyo palmeó un muslo de Nayeon, regalándole una sonrisa.

—Eres demasiado buena conmigo. —suspiró—. ¿Por qué nunca me enamoré de ti?

—Porque somos hermanas y sería raro.

—Buen punto. No me viene el incesto.

—Y porque siempre te quejas de que mis pies apestan.

—¡Es verdad! Dios, ¿has visto un médico? Que no es normal.

—No, creo que me gusta. Es como... mi perfume personal.

—¡Asco! Ahora recuerdo por qué no tienes novia o novio. —Nayeon fingió temblar, con sus labios apretados y su nariz arrugada.

—En realidad...

—No. —Nayeon la interrumpió.

—¿Qué?

—No, no puedes tener novia o novio. No vas a tener novia o novio... Tu futuro es ser una vieja soltera con muchos perros y que se embriaga en costosos bares.

—... Hermosa.

—Lo sé. Y me llamarás por teléfono a las cinco de la madrugada para decirme que no puedes manejar por estar borracha.

—Suena como algo que tú harías.

—Por supuesto que no. Soy una mujer casada. —Nayeon le mostró su mano izquierda a Jihyo, moviendo su dedo anular donde el tatuaje de anillo lucía radiante.

Jihyo rodó los ojos, sin embargo, sonrió. Que Nayeon hablara de Mina como si todavía estuviera en su vida era algo a lo que ya se había acostumbrado. Era la forma en que Nayeon podía lidiar con el dolor. El resto del viaje fue placentero. Porque el viento era agradable, porque Nayeon hablaba como pocas veces lo hacía, con una enorme sonrisa en su rostro. Contándole a Jihyo anécdotas entre ella y Mina. Era ameno, sí. Porque Jihyo no sabía que Nayeon mordía con fuerza su mejilla interna hasta hacerla sangrar, cada vez que se callaba. Porque Nadie sabía que Nayeon moría con cada paseo a su pasado. Una y otra vez. Nayeon le contó como a veces se escondía de Mina, solo porque le gustaba saber que su dueña se volvía loca buscándola por todo Camp Alderson, y es que los abrazos que Mina le daba cuando finalmente encontraba su escondite eran los mejores; los más fuertes y tibios.

Cuando la coreana se dio cuenta, ya habían salido de la carretera para adentrarse en un sendero al interior de un bosque. Miró a Jihyo con cierta duda, su amiga le dijo que James se encontraba en su casa de campo junto a su hija. Finalmente se estacionaron a las afueras de una enorme casona. Hermosa y construida sobre una base de piedras de cantera. Nayeon apenas si esperó a que Jihyo apagara el motor para salir del deportivo de un salto, prácticamente corriendo hasta la puerta de entrada. Madera maciza chocó contra sus nudillos al tocar la puerta. La puerta se abrió. La boca de Nayeon se secó y los recuerdos, todos, cada uno, de ella y Mina, se agolparon en su cabeza. Sintió un mareo y fue sostenida por las grandes manos del hombre.

—Hola, Nayeon.

—Hola, James. —El mecenas sonrió y Jihyo llegó a los pocos segundos. Sintió la mano de Jihyo colocarse en su espalda baja—. Vengo por respuestas.

James le regaló una sonrisa sincera y negó con la cabeza.

—No es aquí donde vas a obtenerlas, pero quiero que pasen. Hay alguien que quiere verte.

Nayeon botó el aire de sus pulmones y miró a Jihyo antes de adentrarse en la casa, sintiendo sus piernas flaquear a cada paso. James las guió hasta el salón principal y Nayeon no fue consciente de las lágrimas que recorrían sus mejillas hasta que sintió ese delgado cuerpo abalanzarse contra ella. Su pequeña princesa la abrazaba como si su vida dependiera de ello.

—Mia...

—¡Nay-Nay! —Gritó la pequeña interrumpiéndola.

Nayeon se inclinó para envolverá en un abrazo. Besó los cabellos de la pequeña, quien llevaba orgullosamente la corona que ella le había regalado tantos años atrás. Estaba hermosa, grande y sus ojos aún brillaban como diamantes.

—... Hola campanita.

Jihyo miró a James, quien estaba perdido en la escena de su hija y Nayeon.

—¡Te estuve esperando! Lo hice porque me prometiste que volverías por mí. ¡Y cumpliste!

—Sí. —Estaba sobrepasada de emociones. Su cuerpo temblaba y todos sus pensamientos habían hecho cortocircuito.

Mia se separó de Nayeon y limpió sus hermosos ojitos llorosos con fuerza. Era una niña fuerte, de eso no había duda. La pequeña sonrió y levantando sus manitos se sacó la corona de su cabeza. El labio inferior de Nayeon tembló. Quiso gritar. La pequeña Mia colocó la corona que Nayeon le había regalado sobre la cabeza de esta.

—Mia... No.

—¡Ahora te toca a ti llevarla! —Nayeon negó con la cabeza. Desesperada—. ¡Sí, tú lo dijiste! Que si yo llevaba la corona hasta que volvieras por mí, después la llevarías tú y ambas seríamos de la realeza.

Y Mia no sabía. En su inocencia la pequeña no sabía el peso que caía sobre Nayeon al tener aquella corona sobre su cabeza. Jihyo palmeó su hombro y Nayeon limpió sus lágrimas con el dorso de una mano.

—Mia, amor. Después podrás jugar con Nayeon. Primero tengo que hablar con ella, ¿de acuerdo?

La jovencita hizo un puchero y asintió con la cabeza. Abrazando a Nayeon por última vez antes de salir con pequeños pasitos del salón principal.

—Está enorme, pero sigue... Ella...

—Mia ha quedado estancada en la época que vivió contigo en el hospital. La llevé a diferentes especialistas y muchos de ellos me han dicho que se debe al abuso sexual que sufrió y todo el daño emocional que vivió en aquellos años. Está con un especialista, dice que con los años logrará reponerse... Aunque no dice cuántos años.

—L-lo siento. Yo...

—No es tu culpa, Nayeon. No es tuya, no es mía... Me tomó años comprenderlo. Quien ocasionó el daño fue el único culpable. Algún día lograrás entenderlo. —Nayeon bajó la mirada, sin aceptar del todo las palabras del mecenas—. Ven.

Tomaron asiento en un enorme sofá y James les habló más sobre la condición de Mia. Sin necesidad de preguntas, con su corazón en mano, el hombre les contó el infierno que vivió cuando descubrió que su hijo mayor violaba a su pequeña. Como gracias a Nayeon no la había perdido y como siempre le estaría agradecido por eso. También le dijo lo mucho que le sorprendió encontrarse con Nayeon en Camp Alderson... Nayeon escuchó todo, respondiendo con dificultad a las preguntas que James le hacía. Agachando la cabeza cuando el mecenas dijo que había escuchado sobre su estadía en el hospital por sus intentos de suicidio.

—Lamento todo esto, Nayeon. Es, no sé cómo decirlo... Creo que la vida nos ha puesto en el camino una y otra vez.

—Eso veo. —Respondió vacía. Se sacó la pequeña corona de la cabeza, dejándola reposar sobre sus rodillas.

—No pude dejar que llegaras a mí antes, lo siento por eso. No podía exponer a mi hija, exponerte a ti... A quienes protejo.

—Yo lo comprendo, es solo que... —La mano de Jihyo se colocó sobre la suya. Nayeon sonrió a su hermana de alma—. Mina. Ella, ella es parte de mí.

El mecenas apretó los labios y comenzó a jugar con sus dedos.

—Ella dijo lo mismo, ¿sabes?

—¿Lo dijo? —Su ritmo cardiaco se aceleró.

—Sí, cuando le dije que... bueno, le conté que estaba en deuda contigo y que haría todo lo que estuviera en mis manos para ayudarte, ella me dio las gracias. Le dije que no debía hacerlo, que lo hacía por ti, no por ella y entonces... —James estiró una mano y señaló con su palma extendida a Nayeon—. Me dijo que tú eras parte de ella.

—Lo sigo siendo. —Tragó seco—. Lo seguiré siendo.

—Ella me dio un mensaje para ti antes de su última pelea. —Nayeon abrió la boca para decir algo, pero ninguna palabra salió de ella—. Dijo... Si muero, lo haré viendo el cielo porque es el lugar donde tú y yo nos encontraremos.

Y Nayeon sonrió.

—N-no puedo. —Las comisuras de sus labios dolían—. No puedo dejar de sonreír. No puedo, solo no...

—Nayeon.

—Nunca podré dejar de hacerlo. —Sus ojos estaban irritados y rojos. El índigo en ellos destacaba debido al rojo a su alrededor.

—Nayeon, escúchame... Si muero lo haré viendo al cielo porque es el lugar donde tú y yo nos encontraremos.

La coreana frunció el ceño. Estuvo en silencio unos cuantos segundos. Llevó ambas manos a su boca, ambas temblando. Lo recordaba, lo hacía... Aquella conversación. Una noche como tantas, con Mina a su lado, acariciando las curvas de su espalda hasta el nacimiento de sus glúteos. Embriagadas de la otra, su dueña le había hablado sobre aquel lugar que se asemejaba al paraíso.

"Ese lugar es como el cielo, conejita... Algún día te llevaré porque mereces verlo, mereces ver el paraíso porque tu perteneces a él."

—Grand —Susurró con voz tiritona. Apenas audible—. L-la isla. Grand Anse.

Los labios de James se curvaron en una sonrisa.

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