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21.



Sana caminaba hacia su celda. Llevaba una carga de ropa nueva en los brazos; cortesía de James. Una sonrisa perlada le surcaba la boca y en realidad sí, estaba feliz. Era una maldita perra feliz. Las cosas en Camp Alderson marchaban bien y ella en particular, estaba agradecida de la calma que había en aquella fúnebre penitenciaría desde que James asumió el control del Under. Nunca imaginó que estaría dentro de ese lugar tanto tiempo; que decidiría quedarse ahí. Mucho menos por amor; pero ya le daba igual. Estaba en Camp Alderson por Tzuyu, eso no era un secreto. Decir que su padre estaba enfurecido con ella por querer permanecer ahí era decir lo menos. Su madre... De su madre ni siquiera había tenido noticias y eso era en realidad lo único que le generaba cierta angustia. Ella era una mujer de salud delicada y por más que intentara obtener algo de información sobre el estado de ella, todo era en vano.

Esas eran las consecuencias de su decisión, una que continuamente se cuestionaba. ¿Realmente valía la pena quedarse en Camp Alderson por una mujer que le era infiel la mayor parte del tiempo? La respuesta era no, bajo ningún motivo Tzuyu lo valía. El problema real era que a Sana, no le importaba. Sin embargo, ella sabía que en algún momento debería dimitir de su amor por la morena y salir de Camp Alderson. Sabía que había un mundo fuera esperando por ella; un mundo que no le permitiría tener un romance de cuentos de hadas. Como única sucesora de su padre, había un imperio anhelándola; un imperio donde el amor era un talón de Aquiles. Solo que Sana prefería negar la realidad y pensar que ella y Tzuyu vivirían juntas para siempre.

Llegó a la celda y su sonrisa cayó cuando vio a Tzuyu de pie, abrochándose el pantalón. Otra mujer se encontraba en la cama, luciéndose exactamente como alguien que acababa de ser follada. El pecho de Sana se encogió, sus manos temblaron y la respiración comenzó a dificultársele. Nunca comprendería por qué Tzuyu hacía eso, por qué le era infiel.

—Rubia... —Susurró con cuidado Tzuyu, intentando acercarse a Sana, quien a su vez retrocedió.

—No. —Respondió tajante. No quería explicaciones; las había dejado de necesitar mucho tiempo atrás—. Estoy cansada de esta mierda. —Bajó la mirada y soltó la ropa en el suelo—. ...Estoy tan cansada.

—Sana... bebé. —Tzuyu le dio una mirada a la chica que se encontraba en la cama luciendo aterrada, exigiéndole sin palabas que se largara de ahí. La que hubo sido su amante pocos minutos antes no demoró en marcharse, dejándolas solas—. Sé que la jodí pero...

—¿Sabes qué es lo peor? Que cada día me cuesta más ignorar lo que haces. —Sonrió, volviendo su mirada a Tzuyu—. No sé por qué quieres que deje de amarte, pero créeme, yo también quiero hacerlo...

Tzuyu negó con la cabeza y pasó por el lado de la rubia, golpeándola ligeramente con el hombro antes de salir de la celda. Las peleas ya no eran como antes, Sana ya no le gritaba que dejara de ser infiel; ya no había rabia, solo decepción. ¿Por qué Tzuyu intentaba alejarla? ¿No quería que Sana la amara? Ojalá fuera tan fácil, ojalá Sana pudiera controlar la manera en que se sentía por Tzuyu; pero no lo hacía. Sus sentimientos eran persistentes y caprichosos, mientras más intentaba dejar de amar a la morena, más la necesitaba. Una dependencia enfermiza que tarde o temprano iba a terminar destruyéndola.

Sana miró la cama con asco, inclinándose hacia adelante para sacar las sábanas con sus dedos. Las arrancó de un tirón y salió de su celda, donde lanzó la ropa de cama con un grito ahogado en su garganta. No duró ni tres segundos en el suelo cuando una rea pasó por ahí y las tomó, sonriendo agradecida a Sana, quien bufó y se adentró nuevamente a su mazmorra. Si de ella dependiera, quemaría el colchón... Se encaramó a la cama superior y se recostó en esta. Ya era tarde y servirían la cena en cualquier momento. Les diría que se llevaran la comida de Tzuyu. Que se muriera de hambre, por hija de puta. Sonrió al pensar en su propia fechoría, tan ridícula y a la vez satisfactoria. Sí, quizá podría hacer algo peor... Pagar con la misma moneda y follarse a otra mujer en Camp Alderson, sin embargo, una molesta voz llamada conciencia le decía que si hacía eso, si se entregaba a otra, destrozaría a Tzuyu... Y Sana la amaba demasiado. Escuchó la puerta abrirse y se inclinó hacia adelante, la figura de una arrepentida Tzuyu se encontraba frente a ella.

—No lo entiendo, rubia. No entiendo por qué me amas... Y me jode como no tienes idea. —Tenía los ojos irritados; había estado llorando. Sana sabía que Tzuyu no era buena admitiendo su calidad de humana, justo como Mina—. Esto me aterra, Sana.

Sana apretó sus dedos en las mantas de su cama, intentando calmar la respiración que salía por su pequeña nariz. Sus ojos no demoraron en aguarse. Todo dolía, todo se sentía demasiado. El amor era una mierda; una mierda que necesitaba tanto, malditamente tanto.

—¿Por qué quieres una razón, imbécil? —Preguntó con una risa ácida—. No hay una razón y no tienes que entenderlo...

Tzuyu negó, avanzando lentamente hasta el camarote. Se apoyó en sus manos, aplanadas sobre el colchón superior. Impulsándose con ambas piernas, dio un salto y subió junto a Sana, quien se cruzó de piernas a lo indio, abrazándose a sí misma. Intentó tocar a la rubia, sin embargo, esta se apartó. Sana no podía dejar que Tzuyu la tocara, al menos no en ese preciso momento. Ese momento en donde solo eran ellas dos en un mundo inservible.

—Perdón. —Dijo Tzuyu como tantas otras veces—. Soy... Soy una mierda, ¿bien? Lo sé. Y aun así sigues conmigo. ¿No sabes lo aterrador que es eso? Me haces creer que... que me aceptas, con toda mi mierda y eso, joder. Eso es algo que nadie más había hecho, Sana. Solo tú... Y si, si me entrego... y te doy esa cosa marchita que tengo en mi pecho, y... después me dejas... Me matarás, no podré soportarlo.

—¿Cómo crees que me siento yo? —Sollozó—. Te entregué esa cosa que tengo en mi pecho pensando que lo cuidarías. Y no lo hiciste. S-solo me lastimas, siempre. Y, y yo tampoco puedo soportarlo, siento que me muero cada vez que estás con otra —Finalizó, esbozando una sonrisa lastimada—. Pero soy... soy valiente, no huyo de esto. No huyo de nosotras.

Sana se llevó una mano al pecho, al lugar donde se encontraba su corazón. No sabía de qué otra manera decirle a Tzuyu lo que sentía; ya lo había dicho todo con anterioridad. Era un bucle del que no podían salir. Estaban encadenadas la una a la otra.

—No sé cómo no huir. He huido durante toda mi vida, rubia. Siempre, de todos. Y no sé, no tengo una maldita idea de cómo cuidar tu corazón.

—Lo sé.

—Pero... a pesar de todo. Para mí, solo eres tú, rubia loca. No hay nadie más en este mundo por quien daría mi vida con una sonrisa. —Tomó las manos de Sana y besó los nudillos de estas—. El resto son cuerpos y tú... Tú eres mi universo.

—Dímelo. —Exigió ahogada.

Tzuyy sonrió, sabiendo que era lo que Sana le demandaba.

—Te amo, lo sabes. Que te amo, que estoy loca por ti. Que eres mi jodido mundo, mi todo.

—A veces desearía no saberlo. —Respondió, ahogando un sollozo. Realmente desearía no estar consciente de que, a pesar de todo, Tzuyu la amaba tanto como para morir por ella.

—Yo también, rubia... Porque así, no necesitaría huir.



Nayeon se aferró a Chaeyoung, cubriendo sus ojos en los pechos de su amiga, quien sollozaba al igual que ella. Los gritos de dolor nublaban sus pensamientos. El olor metálico de la sangre ajena y del polvo invadía cada respiración errática de sus fosas nasales. Sus hipidos se veían opacados por los ruegos de perdón de aquellas convictas. No tenía la culpa, ella se los dijo. Les dijo que las soltaran, les dijo que Mina se enojaría...

—¿Qué dijiste? —Mina pasó el dorso de su mano ensangrentada por el contorno de su pómulo, limpiando las gotas de sudor se caían por ella—. Solo... Repite lo que dijiste, maldita perra embustera.

En el desértico patio, rodeadas por un tumulto de convictas enardecidas y que vitoreaban, Mina miró a las dos bastardas que tenía de rodillas en el suelo.

—Y-yo... Ella... ella que-quería. —Temblaba, con su nariz rota y dentadura resquebrajada por los crueles golpes de la emperadora—. Lo j-juro, empera...

—Oh. —Mina lamió una comisura de sus labios—. Estás intentando decir... ¿Dices que mi puta fue la que las sedujo?

—P-por favor. N-nosotras no que-queríamos.

Mina asintió, dándose media vuelta y caminando directamente hasta Nayeon, quien se encontraba acurrucada en Chaeyoung. La tomó de la muñeca, dándole un jalón hacia su cuerpo. Y Nayeon era tan ligera, tan suave y ligera. Mina renegó con un bufido al ver su bonito rostro empapado en lágrimas; cubierto de miedo.

—Min...

—Cállate, puta. —Arrastró a Nayeon con ella, rodeándola posesivamente con un brazo. Su mano jalando los castaños cabellos de la coreana. Bajó la mirada a las bastardas que habían intentado coquetear con Nayeon, que habían intentado poner sus manos en ella—. Mírenla... ¡Mírenla!

Las golpeadas convictas levantaron la mirada. A la distancia, las guardias reían y disparaban al aire, emocionadas por la entretención que Mina estaba ofreciéndoles en ese momento. Nadie con los suficientes cojones para acercarse y decirle que se detuviera.

—¿La ven? —Tomó el rostro de Nayeon con sus manos, apretando sus dedos en la afilada quijada de esta. Nayeon gimoteó, sorbiendo su nariz y sin dejar de llorar—. ¿Ven esta carita bonita? ¿Este cuerpo blandito y que parece rogar por ser follada?

—Mina... P-por favor —Rogó Nayeon.

La emperadora izó una rodilla, impulsándose para dejar caer una patada directamente en la cabeza de una de las reas.

—¡Pregunté si la ven! —Una de ellas asintió mirando con terror a su compañera, cuya mandíbula colgaba desencajada de su rostro—. Bien... Ahora. El problema con esta mamona, es que... no puede haber sido ella quien las buscó.

Tzuyu tenía a Sana tomada por la cintura y la rubia miraba sin expresión alguna la macabra escena frente a sus ojos. Había sido ella quien le avisó a Mina de unas reclusas molestando a Nayeon en el patio. La fosa sería pronto, en menos de un mes y no podían quedar dudas de la jurisdicción de Mina durante su ausencia; había que recordarles con sangre lo que ocurría con aquellas que intentaban acercarse a Nayeon. La benevolencia no era una cualidad en la emperadora, nadie debía olvidarla.

—¿Saben por qué? —Mina obligó a Nayeon a ladear su cabeza, dejando expuesto un costado de su cuello. Pasó sus dedos por ahí y dejó un beso suave; sin quitar la mirada de las agonizantes mujeres en el suelo—. Porque esta conejita dice que me quiere, y le creo. Porque dice que es mía, y le creo. —Levantó la mirada. Sus ojos desbordantes de una malsana ira. La sonrisa estrecha de sus labios no podía significar nada bueno—. Creo en cada maldita palabra que dice. —Nayeon se escondió en el pecho de Mina, respirando con dificultad entre sus hipidos—. ¿Ven? Es una jodida mamonaza asustada, no una golfa regalada.

La castaña intentó acallar su llanto cuando Mina la rodeó con sus brazos. La mirada de la emperadora seguía en las moribundas frente a ella. No era suficiente castigo, jamás sería suficiente... Dejó un beso en el cabello de Nayeon y esbozó una torcida sonrisa lóbrega, mostrando sus perfectos hoyuelos.

—¿No ven cómo me la asustaron, hijas de puta? Con lo feliz que estaba mi conejita esta mañana y ustedes... —Soltó a Nayeon, haciéndola caer de bruces al suelo. Sana llegó a su lado y la levantó, sonriendo con tranquilidad—. Ustedes lo han jodido todo. Y ahora estoy malditamente cabreada.

—Shhh. —Siseó Sana ante el llanto de la coreana. Tomó a Nayeon, mirando de soslayo a Mina en busca de una aprobación. La japonesa le hizo un gesto de asentimiento para que se la llevara—. Vamos, Yeonnie.

La coreana asintió sin ser capaz de levantar la mirada del suelo. Mina esperó que Nayeon estuviera lo suficientemente lejos y volvió la atención a sus víctimas.

—Tzuyu.

—¿Sí?

—¿Qué castigo sería bueno para aquellas que confunden a mi mamona con una puta regalada? —Miró en distintas direcciones, sus ojos repasando cada rostro aterrado. Buscando algún signo de rebelión, alguna señal para poder aplastar a quien osara desafiarla.

—Bueno... A lo mejor no es culpa de ellas. —Tzuyu encendió un cigarrillo y caminó hasta las mujeres, hincándose en el suelo y ladeando su cabeza. Sonriendo—. A lo mejor es culpa de sus vaginas. Seguro que si se las cortamos dejaran de usarlas para pensar.

—Hm... —Mina frunció el ceño—. Sí, eso es... Sí. Tienes razón.

Las reas susurraban, sintiendo lástima por las mujeres a punto de ser castradas sangrientamente. Con el sol quemando sobre sus cabezas y sus cuerpos deshidratados; mal olientes. Nadie podía irse, temerosas de ser consideradas rebeldes. Mina sacó su navaja de un bolsillo de su pantalón, mirando de reojo a las guardias que dieron un asentimiento de cabeza.

—Me pregunto cuántas vaginas tendré que cortar cuando vuelva de la fosa. —Miró a su alrededor. Apuntando con el filo de su navaja a cada convicta a su alrededor—. ¡No piensen que van a librarse de mí! ¡Cada hija de puta que intente tomar lo que es mío... sufrirá un destino peor que la muerte!

El destino de las rebeles fue sellado, con la navaja de Mina bailando en su mano mientras se enterraba en la entrepierna de una de sus víctimas.

—¿Estás mejor? —Preguntó Sana acariciando la espalda baja de Nayeon.

—Sí. Fue... algo difícil de digerir en el momento.

—Por supuesto. Está bien, Nayeon. No tiene que gustarte la forma en que Mina se hace con el control de Camp Alderson. No tienes que ser... No tienes que fingir que no te importa.

—No lo hago. No. —Nayeon apretaba el borde de su camiseta, sus dedos enroscados en la tela mientras sorbía su nariz—. Es solo que... No lo sé, Sana. Creo que jamás podré acostumbrarme a esto.

—Y es por ser así que la anormal de Mina te cuida tanto, Yeonnie. Porque eres genial. —Deslizó su mano derecha por los cabellos desordenados de Nayeon—. Eres genial, Yeonnie. Eres genial...

Nayeon no respondió. No quería responder ya que no sentía más que un consuelo lastimero en las palabras de la rubia. Miró a Sana, quien le tendía un vaso de agua. Lo llevó a su boca y pasó aquel líquido cristalino por su garganta, pensando en lo ocurrido con aquellas dos mujeres a manos de su dueña. Se encontraban en la celda de Sana ya que estaba más cercana al patio y debido al precario estado emocional en el que se encontraba Nayeon, la rubia decidió que sería mejor no pasearse por los pasillos de Camp Alderson.

—¿Crees que las mató?

—No lo sé. Supongo que sí —Respondió Sana con un encogimiento de hombros.

Acostumbrada a ver muertes día tras día; se había endurecido. La castaña soltó un suspiro y bebió todo el contenido del vaso. Mina apareció en ese momento, junto con Tzuyu y Seulgi, que a Nayeon en particular no le caía muy bien.

—Vamos. —Señaló Mina.

Nayeon asintió con la cabeza y se despidió de Sana con un movimiento ligero de mano. Caminaron en silencio hasta la celda de ambas donde Nayeon se agachó frente al baúl en el cual tenía un pequeño botiquín médico. Mina se lavaba la cara, arrugando el rostro debido a una cortadura en su barbilla. Nayeon quiso preguntarle cómo fue que la obtuvo, pero en ese momento no podía formular palabra alguna. Se sentó en un taburete con el botiquín sobre sus piernas. Con movimientos suaves y lentos sacó algodón y desinfectante. Ella nunca le decía a Mina que quería curarle sus heridas, Mina tampoco le pedía que lo hiciera. Sin embargo, ahí estaban. Como tantas veces y sin importar el motivo. Mina hincándose frente a Nayeon, sin expresión alguna. Ambas absorbiendo con la mirada a la contraria en un fárrago café y ónice.

Las manos de Mina se posaron sobre las rodillas de Nayeon, quien comenzó a limpiar la herida de la emperadora.

—¿Duele mucho? —Pasó la mota de algodón con desinfectante por la barbilla de Mina. Su dueña frunció el ceño y apuntó con su dedo índice a la zona lastimada—. Sí. ¿Duele mucho?

—¿Me lo hiciste tú?

—Uhm. N-no.

—Entonces no duele. —Nayeon sonrió. Sus mejillas sonrosadas y sus orbes centelleando cariño por aquella bestia lastimada—. Solo tú puedes hacerlo, lastimarme.

—No digas eso. Yo no podría, jamás...

—Lo sé. —Respondió Mina con notas suaves de voz. Cariño en su mirada floja—. Porque me quieres.

—Te quiero. Mucho, mucho. —Respondió de manera inmediata, Nayeon.

Su emperadora asintió y estiró el rostro, buscando picotear los labios de Nayeon, quien no tuvo suficiente con solo un beso; repartiendo un total de seis besos cortos sobre la boca Mina.

—Tienes que ser más cuidadosa, conejita. En esta fecha llegan bastantes criminales y no todas me conocen. O no me conocían...

—Lo sé. Y-yo solo... Mierda, solo me senté ahí, ¿sabes? No hice nada de lo que dijeron. Yo no les hablé, solo me senté a esperar a las chicas. Y-yo nunca... —Las palabras de Nayeon salían remisas y temblorosas.

—Hey. Tranquila. —Llevó una mano al rostro de Nayeon. Acariciando con sus nudillos la tersa y cremosa piel de la castaña—. Te creo. Lo sabes.

—Bien. Sí, sí. —Nayeon se inclinó hacia adelante, pegando su frente con la de Mina—. Te quiero... Me quieres.

—¿Cómo puedes tú decidir eso?

—Porque soy tuya y sé que estoy aquí... —Dio pequeños toques con su dedo índice al pecho izquierdo de Mina.

—Hm. Cuando se trata de palabras, siempre ganas. —Entreabrió la boca y le dio un lametón al labio superior de Nayeon.

La conejita sonrió.



Mina entró en la oficina de Park Jinyoung. Su cabello, ya más largo, y su torso era cubierto por una sudadera de cuello alto y mangas rotas. Llevaba sus manos vendadas puesto que había estado entrenando cuando fue solicitada su presencia en el despacho del prefecto. Vio el pequeño pino navideño que adornaba una esquina de la oficina y quiso soltar un bufido sarcástico. Solo faltaba una semana para navidad, sin embargo, en Camp Alderson nadie lo celebraba. Ni siquiera las creyentes. Mina odiaba la navidad, quizá por eso nadie se atrevía a proponer su celebración.

—¿Qué ocurre? —Preguntó sentándose frente a Park.

—Hola Myoui. No nos habíamos visto desde...

—Que fuiste a lamerme el culo al saber que mi padre era el coronel Myoui. Sí, lo recuerdo. —Mina esbozó una sonrisa mordaz. Nunca podría olvidar cuando Park Jinyoung la llamó para decirle que admiraba el trabajo de su padre.

—Solamente me tomó por sorpresa... Nunca dijiste nada al respecto.

—¿Qué razón tendría para decirle a la marioneta de Mark sobre mi padre? No eres nadie, Park. Solamente un peón en manos de los que tienen el poder. —El rostro de Park se contrajo ante las palabras de Mina.

—Bueno. Quizá este peón sí tenga algo de poder. —Estiró una carpeta en dirección a Mina—. Un abogado ha solicitado la libertad condicional para una de las reclusas de Camp Alderson... Y aún no decido qué hacer. ¿Ahora quién lamerá el culo de quién, Mina? —Mina tomó la capeta en sus manos. El oficio legal adjuntaba la solicitud para la libertad condicional bajo fianza de la reclusa Im Nayeon—. Tiene una conducta intachable. Buenas referencias del personal de la unidad médica y un prontuario intachable antes de haber caído en Camp Alderson. Solo debo hacer una llamada y estará fuera para mañana. ¿Qué lástima, no? Perderás a tu putita.

Mina no quitaba sus ojos de la ficha prontuarial de Nayeon. La foto de su conejita el día que fue fichada. Tan miserable, con notorias ojeras y un mundo vacío reflejándose en sus ojos. No pudo evitar sonreír al ver la estatura marcada en su ficha. Luego la molestaría por eso.

—... Veinticuatro. —Mina cepilló su labio inferior con los dientes. Soltó un suspiro y le lanzó la carpeta de vuelta a Park Jinyoung. Sus orbes ónices fijos en el prefecto, quien aparentaba mantenerse calmado, sin embargo, el sudor de su frente lo delataba—. ¿Ella lo sabe?

—No todavía. Quise mostrártelo primero

—Bien... No hagas nada con eso aún. —Mina se colocó de pie y miró nuevamente el pino navideño, ladeando una pequeña sonrisa—. Navidad, eh.

—Me pides que no haga nada. ¿Qué gano con eso?

Mina rodó los ojos y con una rapidez digna de una mercenaria acostumbrada a danzar con la muerte, de un salto estuvo de cuclillas sobre el escritorio de Park, con una mano sosteniendo su navaja sobre la garganta del hombre.

—Mantenerte con vida. —Presionó la navaja en el cuello del hombre. Park no respiraba, su rostro había perdido todo color—. No lo olvides, eres mierda de cerdo, Park Jinyoung. Mierda que puedo barrer cuando se me dé la gana. No me obligues a llamar a mi jodido padre y tener que pedirle un favor.

—N-no puedes...

—No termines esa frase. No me gusta ser desafiada, lo sabes. —Retiró la cuchilla de la garganta del prefecto y bajó del escritorio, volteándose para salir—. No hagas nada con el caso de Nayeon todavía. No dejes que se entere tampoco.

Salió de la oficina de Park, sintiendo su cuerpo pesado, sus hombros adoloridos y su cabeza punzante. En esos momentos lo único en su cabeza era ir donde Tzuyu y romperle el rostro de un guantazo. Maldita narco, siempre tenía razón.



Nayeon caminaba por los pasillos de Camp Alderson, con su mirada gacha y un destino en mente. Respondió con la mirada a quienes la saludaban desde una distancia prudente, siendo conscientes del infortunio que sufrirían si llegaba a los oídos de Mina que alguna de ellas se había acercado a quien había tomado el papel de su hembra. Ella no sabía si estaba haciendo lo correcto, pero Mina se negaba a hablar así que no le quedaba otra salida más que buscar las respuestas en la única persona que parecía saber algo de su dueña. Necesitaba encontrarle un motivo a la actitud renuente de sentimientos que Mina llevaba demostrando los últimos días. Su dueña parecía perdida en un bucle, carente de emociones y apartada del amor que Nayeon le profesaba. Había vuelto a dormir en la cama superior, a mantenerse en silencio la mayor parte del tiempo y a evitar las caricias cálidas que Nayeon intentaba dejar con cuidado en ella.

El sexo y los besos no escaseaban, pero dejaban un gusto acre en el paladar de Nayeon. Ser follada y luego desechada, abandonada en una cama fría y vacía; comenzaba a consumir la poca confianza que había adquirido en los brazos de Mina. Su dueña no estaba bien, Nayeon necesitaba descubrir el por qué o terminaría siendo arrastrada con aquella corriente inestable y fatua. El presentimiento de que era su culpa hacía sentir su pecho oprimido la mayor parte del tiempo. Le preguntó incontables veces qué andaba mal. Mina simplemente le decía que nada... Que estaba cansada y que no quería lidiar con sus escenas de sentimentalismos estúpidos. Nayeon intentó llegar a ella, pero le fue imposible. Se asomó a la entrada de una celda, Tzuyu se encontraba al interior, tatuando a una rea. Toparon sus miradas y la morena ladeó una sonrisa, apagando la máquina y palmeando la espalda de la gorda mujer a quien le tatuaba el pecho.

—Terminaremos después, vete.

—Bien.

Nayeon se movió de su lugar, dándole espacio a la convicta para que saliera de la celda. Tzuyu se colocó de pie, limpiando la indumentaria que había utilizado y lavándose las manos en el precario lavamanos de la celda. La coreana esperó en silencio, abrazándose a sí misma y observando con parsimonia cada movimiento de la novia de su rubia amiga.

—¿Dónde dejaste a mi rubia? —Preguntó con un atisbo de diversión, Tzuyu.

—Dijo algo sobre ayudar a Dahyun con la... —Nayeon hizo comilla con sus dedos—. Remodelación, de su celda.

Tzuyu negó con la cabeza. La sonrisa en ningún momento abandonó sus labios. Una vez que tuvo sus manos limpias, sin restos de sangre ajena ni tinta, se sentó sobre un taburete y le señaló a Nayeon la cama que estaba frente a esta.

—¿Quieres saber algo divertido?

—He tenido unos días algo apagados, me vendría bien algo para sonreír.

Se sentó frente a Tzuyu, apoyando los codos en sus rodillas y entrelazando sus dedos para sostenerse el rostro.

—Cuando llegué a Camp Alderson me juré nunca follar la vagina de ninguna tía. —Tzuyu tomó un cigarrillo y lo encendió, ofreciéndole a Nayeon, quien negó con la cabeza—. Y lo cumplí hasta que un día llegó una chica... Una pija mamona con aires de grandeza. Yo estaba en las regaderas con Mina y Sana entró como si nada, llevaba solo un día en prisión y ya todas querían tener su vagina.

—Supongo que Mina estaba incluida.

—Espero que no. —Nayeon apresó su labio inferior para no sonreír y se acomodó para escuchar el relato de Tzuyu. Sana podía ser una parlanchina pero no hablaba mucho de su pasado. Al igual que todas—. En ese momento, se le tiró una mujer encima y Sana... creo que se hizo pis del miedo. Yo sentí algo de pena, pero eso es algo común aquí, así que no interferí.

—¿L-la violaron?

—No... —Tzuyu cerró sus ojos y esbozó una enorme sonrisa, pareciera que su pecho se llenaba de orgullo al recordar aquel pasado—. La tipa intentó follarse la boca de Sana y mi rubia loca le arrancó el clítoris con los dientes.

—¡Oh por Dios! —Tzuyu soltó una risita baja.

—Deberías haberla visto. Sana de rodillas, limpiándose la sangre de la mastodonte que se retorcía en el suelo de dolor. Incluso las guardias se sorprendieron... Creo que todas tocamos nuestras vaginas en ese momento, intentando resguardarlas de esa fiera loca que amenazó con cortar la vagina de cada mujer que quisiera violarla.

—P-por alguna razón... No me sorprende.

—A mí me enamoró en ese instante. Bastante jodida ¿no?

—S-sí. Un poco.

—Llevaba tanto tiempo sin follar y dije... bueno, si es por esta rubia, no me importaría mucho volverme lesbiana. —Tzuyu señaló a Nayeon con el cigarrillo—. Y gran parte de culpa la tiene Mina. Me jodía día y noche sobre lo bien que se sentía tener una vagina apretada donde descargarse.

—Eso suena como algo que Mina diría. —Sonrieron, seguidas por un silencio reconfortante. Tzuyu fumó su cigarrillo tranquilamente y Nayeon simplemente observó. En un punto, distintas dudas comenzaron a filtrarse por su cabeza, cada una más melindrosa que la anterior—. ¿Cómo conociste a Mina?

—Pensé que nunca te animarías a preguntarlo. Fuimos compañeras hace algunos años, tuvimos que trabajar juntas en... un encargo que su padre nos hizo.

—¿El coronel?

—El mismo hijo de puta, pero el encargo salió mal, las personas equivocadas se enteraron y Mina tuvo que cargar con la culpa. Yo ya estaba jodida de antemano, simplemente no me dieron lo prometido.

—Tengo el presentimiento de que es mucho más complicado que eso.

—Sí, pero no me corresponde a mí hablar sobre el pasado de Mina. Deberías preguntárselo a ella, Nayeon.

—Lo he pensado, pero... —Nayeon negó con la cabeza y se encogió de hombros—. No quiero preguntar algo que pueda lastimarla.

—¿Qué se siente?

—¿Disculpa?

—Acabas de decir que no quieres preguntar algo que pueda lastimarla. ¿Qué se siente ser la única que puede dañar a Mina?

Los fanales de Nayeon se abrieron con sorpresa. No esperaba aquellas palabras de Tzuyu. Abrió su boca, sin nada que responder. Todo en su cabeza había hecho un cortocircuito. Dolió, en su propio pecho dolió.

—E-es... N-no lo sé.

—Déjame preguntarte algo, Nayeon... ¿Qué harás? —Tzuyu se inclinó en dirección a Nayeon, entornando los ojos y esbozando una sonrisa vil—. Has sido un ejemplo durante todos estos meses, no será difícil que te den la libertad condicional. ¿Qué harás?

—Mi-Mina dijo qué...

—No me jodas. No me malditamente jodas. ¿No has visto la mierda que es su vida? Cada día, una parte de Mina se pudre y ella misma lo dijo, eres lo único bueno en su vida. Sabes que ella jamás podría tomar la tuya.

Nayeon bajó la cabeza, consciente de la veracidad en las palabras de Tzuyu. Recordaba la desesperación en los ojos de Mina cuando le dijo que no podría decidir, había orillado a su dueña para no tener que tomar una decisión.

—No sé qué hacer. —Se sinceró—. Y-yo, Mierda. No me imagino una vida sin ella, pero... no quiero quedarme aquí. No puedo.

—Nadie quiere quedarse aquí, Nayeon. —Tzuyu le regaló una sonrisa empática—. Además, esa hija de puta no lo vale; que pases el resto de tu vida aquí. Yo tampoco lo valgo, Sana lo sabe y aun así... me escogió. ¿Puedes decir lo mismo?

—Tzu-Tzuyu yo no... Nosotras...

—Tú lo sabes perfectamente. Sabes que tienes una buena vida fuera y que dejarla por una bastarda asesina está mal. Sabes que Mina no lo vale... que no te merece.

—No.

—Lo sabes, Mina también lo sabe.

—Es-estás equivocada.

—No lo estoy, pero déjame decirte algo, Nayeon... Debes tomar una decisión. Mina no merece ser escogida, tú y ella lo saben... y no es justo que la hagas cargar con el peso de tu libertad. No lo es. —Tzuyu palmeó una rodilla de Nayeon—. Escogerla, aun cuando no lo vale... Aceptar que estás tomando la decisión incorrecta, que estás hundiéndote por una bastarda asesina que no merece vivir. ¿Eres lo suficientemente mujer para hacerlo?

Nayeon permaneció en silencio. Sentía todo su cuerpo agrietarse y los sofocados latidos de su corazón. Ella había ido para obtener una respuesta por el alejamiento de Mina. Ya no la necesitaba.

—No seas como su padre. No la hagas cargar con la responsabilidad de algo que no es su culpa... —Tzuyu vio por el rabillo del ojo. Sana se encontraba ahí, con una mirada dirigida a Nayeon—. Si vas a hundirte aquí, no busques la expiación en los sentimientos de Mina por ti.

La coreana no pudo responder, se colocó de pie y salió de la celda, arrastrando sus pies sin siquiera mirar a Sana o a Tzuyu. A cada paso su cuerpo se sentía más pesado y su respiración más densa. Quienes pasaban a su alrededor no eran más que maniquíes, adornos en un mundo donde no existía nadie más que ella y Mina. Pensó en su vida antes de Camp Alderson. En el té que bebía todas las mañanas al llegar al hospital, en las tardes de juegos de mesa con su madre y en las alocadas fiestas a las que solía arrastrar a Jihyo. Realmente quería vivir aquella vida con Mina. Quería despertarse cada mañana en la cama de ambas, tener discusiones de pareja y reconciliarse a las horas después. Quería planificar vacaciones y pelear con su novia sobre el color de las cortinas para el salón. Sintió una mano posarse sobre su hombro, al girar vio el rostro de Sana. Su amiga sonreía con un dejo de amargura. Envolvió con sus brazos a Nayeon y suspiró con pesar antes de separarse.

—Nayeon, no le hagas caso a Tzuyu. A veces se comporta como si fuera la hermana mayor de Mina.

—Pero tiene razón.

—Sí, pero la mitad de lo que dijo es pura mierda egoísta. —La rubia pellizcó la nariz de Nayeon—. No es fácil decidir quedarse aquí. Yo a menudo estoy cuestionándomelo... No es fácil.

—Pe-pero tomaste una decisión. —Los índigos de Nayeon vagaron en distintos puntos. Las reas entraban y salían de su campo de visión mientras buscaba algún lugar donde fijar la mirada—. ¿Cómo lo hiciste?

Sana suspiró.

—Imagina que hoy es el último día de tu vida. ¿Con quién querrías pasarlo?

Nayeon tragó con dificultad. La vaga imagen de sus seres queridos pasó rápidamente por su cabeza, al final solo una persona prevaleció.

—Con Mina.

—¿Y si mañana fuera el último?

—Con... Con Mina.

—Ahí tienes tu respuesta. Cada día de tu vida podría ser el último, Yeonnie. Tú decides con quién quieres pasarlo.

Sana dejó un rápido beso en la mejilla de Nayeon antes de girar sobre sus talones y comenzar a caminar. La castaña solo la vio alejarse, con aquella respuesta llenando su pecho de emociones beligerantes. A paso quedado llegó a la celda que compartía con Mina. Al lugar que podría llamarse hogar dentro de Camp Alderson. Su dueña se encontraba ahí. Sostenía aquel libro que seguramente ya había leído más de una vez. Nayeon sorbió su nariz y restregó sus ojos, borrando las lágrimas que había en ellos. Cruzaron miradas y el rostro de Mina inmediatamente se contrajo. Bajó de la cama y llegó de unas cuantas zancadas hasta Nayeon, cuyo rostro acunó entre sus manos.

—¿Te lastimaron? ¿Quién fue?

Nayeon negó. Soltando un suspiro errático.

—Mina... Solo necesito que me respondas algo. ¿T-tú me escogerías a mí? Si pudieras salir ahora mismo de aquí. Si pudieras ser libre, ¿aun así me escogerías?

Las facciones del rostro de Mina se tensaron, incluso sus manos sobre las mejillas de Nayeon se sintieron rígidas. Bajó la mirada unos cuantos segundos, respirando pesadamente.

—Creo que... hay una parte de mi pasado que deberías conocer, conejita.

Cuando Nayeon vio los ónices de Mina sintió un vacío tan grande apresándola que sus propias piernas flaquearon. ¿Cómo era posible que sintiera en carne propia la desolación de su dueña?

Mina se sentó en la cama, con Nayeon sobre su regazo. La coreana no quería preguntar, no quería abrir la puerta a un pasado que podría lastimar a su dueña. Sin embargo, fue Mina quien, con un suspiro melancólico, se decidió a hablar...

—Cuando era, uhm. Hace unos años atrás... Mi padre y varios militares de alto rango me inculparon por una misión fallida donde murieron muchas personas. —Mina cerró los ojos y frotó sus labios en la mejilla de Nayeon—. Algunos dijeron que no fue mi culpa... pero sí lo fue. Yo debería haberme asegurado de que no hubiera civiles antes de, bueno da igual... pero sí, podría haberme lavado las manos y culpar a otros. Sin embargo, eso no va conmigo.

—Decidiste cargar con el peso de esas muertes. —Nayeon hipó, sorbiendo su nariz.

—Podrías decirlo de esa manera, pero... me gusta pensar que fue el precio a pagar por mi libertad.

—No entiendo.

—Para mí, Nayeon, Camp Alderson... fue la llave a mi libertad. El día que caí en este hoyo, fue el día que pude escapar de la tiranía de mi padre —Nayeon asintió, sin comprender realmente las palabras de Mina, pero no se atrevía a preguntar más. Era demasiado cobarde para eso—. Es por eso que no puedes preguntarme si podría escogerte a ti sobre mi libertad. ¿Recuerdas la vez que dijiste que te había hecho el amor?

—Sí... Me hiciste el amor.

—Tú dices que eso es hacer el amor... Yo, yo digo que eso.... es encontrar la libertad. Contigo soy libre. Escogerte a ti, es escoger mi libertad. No importa dónde esté. —Nayeon esbozó una sonrisa. Colocó sus manos sobre las de Mina y agitó floja sus pestañas, dándose el valor para admitir algo que había querido ignorar por meses.

La imagen de su familia, de su vida fuera de Camp Alderson se enterraba en su pecho. Sentía culpa y un peso sobre sus hombros. Iba a lastimar a tantas personas con su decisión, con su egoísmo, pero debía hacerlo, debía cargar con su propio peso.

—Eres... una asesina. —Mina tragó audiblemente—. Una demente. Una... Mierda, eres todo aquello que siempre desprecié, Mina.

En los labios de su dueña se perfiló una sonrisa que no llegó a sus ojos. Acostumbrada a oír aquellas palabras.

—... Sí.

—Sí. Y, aun así, te malditamente quiero tanto... —Las lágrimas corrían por los ojos de Nayeon, su voz salía temblorosa y aguda. Un arrullo melancólico—. Es mi culpa. Me enamoré de todo lo que eres, me enamoré incluso de lo que más odio de ti.

—Nayeon.

—Cállate, ¿quieres? Esto no es fácil... —La castaña pasó el dorso de sus manos bajo sus ojos, tomando aire por la boca y acallando pequeños hipidos—. Extraño mi vida fuera de este infierno. Extraño a mi mamá y a Jihyo... Ext-extraño levantarme en las mañanas y pensar en mis pacientes. Dios, lo extraño tanto...

—... Co-conejita, no.

—Y tú, tú estás jodida. Y la mitad del tiempo odio todo lo que haces, odio quién eres. —Nayeon no pudo continuar mirando a Mina, se sentía humillada y abatida. Expuesta por cada palabra que salía de su boca—. Se-sería mucho más fácil culparte de esto, ¿sabes? Decir que es porque... porque a veces eres buena y por eso me enamoré de ti, pero no es así, me enamoré de ti... porque eres, porque eres tú. Y lo acepto, todo de ti, incluso lo que odio. Y no cambiaría nada.

—¿Q-qué estás diciendo?

Había un amago de confusión e incredulidad en el rostro de Mina. Nayeon no podía culparla, ella misma estaba confundida y asustada.

—D-digo que acepto que seas una asesina, una demente... Dios, acepto toda la jodida mierda que eres, Mina. Y es mi culpa, lo acepto porque quiero... —Tomó una profunda bocanada de aire—. Porque quiero estar contigo, lo he querido desde el principio... Todo de ti, aún si no lo mereces.

Su dueña negó con la cabeza.

—¿Por qué me estás diciendo esto? Me quieres joder, maldita hija de puta... Me quieres joder.

—L-lo digo porque... Si hoy o mañana... o el día después, fuera el último día de mi vida no quiero pasarlo con mi mamá, ni con Jihyo... Ni con mis pacientes. —Tomó el rostro de Mina, acariciando con sus dedos pulgares las mejillas de esta—. Quiero pasarlo contigo.

—¿Qué estás intentando decir? —Parpadeó, inclinando levemente su cabeza hacia un lado.

Nayeon se colocó de pie y estiró sus brazos en un acto de resignación.

—No voy a pedir la libertad condicional.

Silencio. Fueron consumidas por un doloroso silencio.

Mina esbozó una pequeña sonrisa, tan leve que apenas sí era perceptible. Se colocó frente a Nayeon y delineó el labio inferior de esta con su pulgar, sin apartar su mirada de los índigos que había frente a ella.

—¿Por qué?

—No lo sé. No lo quiero saber. —Confesó—. No sé si mis sentimientos puedan servir como excusa. No sé si pueda decir que lo hago porque te quiero.

—No lo valgo.

—No, pero aún así te necesito. La vez que estuviste cerca de morir en el Under pensé que moriría contigo... Todo pareció desaparecer, todo dejó de importar. —Escondió su rostro en el cuello de Mina, respirando por la nariz para llenarse del aroma de su dueña—. No quiero pasar el resto de mi vida aquí. Quiero pasar el resto de mi vida contigo.

—¿C-cómo lo haces? Soltar tanta mierda cursi de una sola vez. —Rodeó a Nayeon con sus brazos y soltó un largo suspiro, hundiendo su nariz en los cabellos castaños de la coreana—. Mierda... creo que... ¿Estás escogiéndome?

—Lo estoy.

—Mierda.

—Sí.

Mina se separó de Nayeon, buscando rápidamente sus labios para poder fundirse en un beso. En un movimiento lento y suave donde sus bocas encajaban a la perfección. Nayeon buscó la lengua de Mina, mordiéndola con sus dientes y gimiendo bajito cuando Mina la asaltó con premura. Se impulsó con sus pies, quedando de puntitas y con los dedos de sus manos aferrándose al suéter de su dueña. Mina recorría cada recoveco de su boca, haciendo hormiguear su lengua y labios. Se derritió, con lágrimas en sus ojos y mejillas arreboladas. Siendo cautiva de sus apabullantes sentimientos por la mujer que la besaba.

—Eres mía. Solo mía, me escoges a mí... Joder. M-me quieres.

—Te quiero.

—Eres una maldita guarra masoquista. Mira que venir a enamorarse de mí. —Se burló con un dejo de cariño en la voz—. Toda una vida es mucho tiempo, conejita.

—Sí. Lo es, ¿verdad?

—Lo es. —Mina asintió—. Gracias. Voy a hacer que valga la pena. Lo juro. —Juntó su nariz con la de Nayeon. Respiraron el vaho de la otra y juntaron sus labios una vez más, abandonándose en besos cortos.

—Vas a ir a esa mierda de la fosa, y volverás.

—Lo haré... Lo haré.

Ambas podían estar engañándose. Sin embargo, a ninguna le importaba.

—Mi mamá va a odiarte.

—Sí. Puedo apostar que sí. —Mina dio un lametón a los labios de Nayeon—. No creo que la haga muy feliz saber que su conejita decidió quedarse en la cueva del lobo para ser comida... Una y otra vez.

La más baja se ocultó en los pechos de Mina, soltando leves sollozos. No era de felicidad. Eran de culpa y dolor, de saber el rostro que pondría su mejor amiga cuando le dijera que no quería la libertad condicional. Eran lágrimas ácidas al pensar en su madre, en el dolor que iba a causarle...Lloraba, porque estaba cargando con el peso de su decisión.

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