
18.
Nayeon se encontraba apoyada en el marco de la ventana de la unidad médica. Con un cigarrillo entre sus dedos y una expresión de cansancio, que seguramente tenía algo que ver con las muchas miserables heridas que había atendido ese día. El personal de turno le había pedido que se quedara a cargo por algunos minutos mientras iban por algo de comer y café. Nayeon no pudo reusarse cuando le prometieron una taza de aquel brebaje marrón amargo. Vio hacía abajo, a las guardias de la prisión que parecían personas pequeñas. Cargando los cadáveres de las caídas entre las paredes de Camp Alderson. Aquella deprimente escena hizo que se le dificultara pasar el aire por su garganta. Recordaba su plática con Momo, la novia de Chaeyoung. Como de su propia boca salió la horrible veracidad de que Camp Alderson solo era una de las tantas prisiones abandonadas y sin ley aparente. Quienes tenían suerte podían pedir su traslado a aquellos reformatorios donde el cumplimiento del orden era indispensable; sin embargo, pocas lo hacían. Acostumbradas al salvajismo y a la ley de la más fuerte, no eran muchas quienes estaban dispuestas a cambiar de ambiente. Nayeon se hubiera burlado en el rostro de Momo, de no haber sido porque ella misma formaba parte de esas que no estaban dispuestas a dejar Camp Alderson por otro recinto, sin importar cuan bueno fuese.
—¿Cansada, vaga inútil?
Giró su rostro y vio a Mina y Seulgi. Le dio una calada a su cigarrillo y lo apagó contra el suelo, ya que de normas sanitarias no había muchos protocolos vigentes.
—¿Qué mierda pasó hoy? Tuvimos unas diez heridas de gravedad. Tuve que lidiar con toda su porquería, Mina.
Con sus brazos cruzados y el viento acariciándole la nuca, se quedó en su lugar. No estaba de buen humor, sabía que Mina algo había tenido que ver y no le gustaba.
—Traficantes y sus peleas de territorio. Sabes que no las soporto. —Nayeon llevó sus ojos al techo y suspiró—. Además, no entiendo tu maldito problema. No es tu obligación estar aquí
—Soy médico. —Intentó justificarse.
Aquel era un tema sensible para Mina. Oh su egoísta, muy egoísta dueña. Nunca iba a comprender la vocación de Nayeon ni como ejercer esa labor era lo único que mantenía de su vida fuera de prisión. Su cable a tierra...
—Y una mierda. Estás aquí porque quieres, así que no me vengas con tus quejas de nena maricona.
—Ya está. No pienso seguir escuchándote lanzar tanta basura. Cuando dejes de ser una gilipollas, búscame. —Nayeon intentó pasar por el lado de Mina, sin embargo, Seulgi se colocó delante de ella. Con una expresión firme y seca que la hizo sentir pequeña—. ...Mina.
—No he dicho que puedes irte.
—¿Y para que quieres que me quede? ¿Para seguir insultando mi trabajo? —La japonesa tensó su postura estoica y erguida. Tomó a Nayeon con aquella fiereza que la caracterizaba y le alzó el mentón con su mano—. Suéltame, Mina.
Los ónice de Mina se enfrentaban con los ojos de Nayeon en una batalla de amantes que ambas habían aprendido a lidiar. El agarre de Mina era castigador y tosco, con sus dedos enterrándose en la frágil contextura de Nayeon.
—¿Me estás dando una orden, bastarda altanera?
—No, pero me estás lastimando... Y duele. —Nayeon supo que la situación iba por mal camino cuando Mina la soltó, ladeando aquella sonrisa que precedía al caos—. Mi-Mina, yo..
—Seulgi. —La interrumpió—. Necesito que hagas algo por mí. Al parecer, mi conejita está molesta porque llené su santuario con sucias ratas.
—Mina...
—Así que corre el mensaje. Desde hoy, quien se atreva a pisar la unidad médica, puede comenzar a despedirse de su miserable existencia.
—¡No! —Afianzó sus manos sobre la sudadera de Mina, sacudiendo la cabeza de un lado a otro con desesperación. No podía hacerle eso. No podía quitarle lo único que le quedaba de su vida fuera de la prisión—. Mina, por favor no me hagas esto.
—No entiendo, Nayeon. Estoy poniéndote las cosas fáciles, así ya no tendrás que lidiar con mi porquería.
—Por favor, no. —Colocó sus manos en el rostro de Mina obligándola a que cruzaran miradas. Necesitaba a Mina devuelta, a su dueña. No a la emperadora cruel e inhumana—. Esto me está haciendo daño, lo sabes.
—Puta embustera. No es verdad.
—Sí, lo es. Te quiero y por eso puedo enojarme contigo, porque sé que no vas a lastimarme... No me demuestres que estoy equivocada.
—¡¿Y por qué estás enojada conmigo, maldita sea?!
—¡Por qué soy tu novia y porque puedo tener un mal día! —Levantó los brazos en una acción exasperada. Tanto ella como Mina fallando y aprendiendo al mismo tiempo—. Es lo que hacen las parejas normales. Lidian con la mierda de la otra.
—Ya. ¿Y de dónde has sacado tú que somos una pareja normal? —Mina se cruzó de brazos y Nayeon retrocedió.
—¿Sabes qué? Haz lo que quieras... No puedo lidiar con esto ahora. —Su voz tembló. Se sentía furiosa e incomprendida. Sus ojos vidriosos bajaron al suelo y pasó por el lado de Mina, siendo detenida por la imponente figura de Seulgi una vez más—. Muévete, Seulgi.
—Conejita.
—¡No! —Gritó, volteándose a Mina. El desconsuelo y la congoja estaban palpables en su mirada llorosa—. ¡Si no vas a abrir tu maldita boca para decir que lo sientes por ser una idiota, entonces no digas nada! Tuve un mal día, vi a una mujer morir con la foto de su hija entre las manos y solo quiero un maldito abrazo y que me digas que todo va a estar bien.
Mina tragó grueso. Miró a Seulgi de reojo y esta se encogió de hombros, negando con la cabeza. Igual de inexperta que Mina.
—Uhm... Entonces, ¿solo debo abrazarte?
—¡Sí!
—¡¿Pero por qué no lo dijiste?! No soy una maldita adivina. ¡Vengo a verte y me encuentro con que estás actuando como una bastarda indisciplinada y altanera!
—¡Tengo sentimientos!
—¡Mi vagina también y nada que anda amargándote la vida, hija de puta!
—¡¿Puedes dejar de hablar de tu vagina alguna vez en tu vida?!
—Joder... Es que no entiendo que cojones ocurre contigo hoy. Estás con el chorro rojo, esa cosa....
—¡Menstruación y no, no estoy con la menstruación y maldita sea Mina ese chorro rojo también te viene a ti...
Mina parpadeó. En su cabeza había al menos diez castigos para Nayeon por su actitud, pero por alguna razón no quería enojarse. Era... ¿Divertido? No pudo evitarlo, fueron las esquinas de sus labios las que se curvaron en una sonrisa, fueron sus cuerdas vocales las que entonaron aquella carcajada. Como pocas veces, Mina había roto en una risa estrepitosa. Sosteniéndose del vientre y negando con su cabeza. Nayeon frunció el ceño, sintiendo un tirón en sus labios... Mierda, estaba sonriendo.
—Eres odiosa. —Se resignó a decir. Frotó su rostro con ambas manos y soltó un último suspiro antes de acercarse nuevamente a Mina, estirando sus brazos para recibir aquel abrazo que tanto merecía—. He tenido un día de mierda.
—Oh mi pobre conejita. Tu dueña va a hacerte olvidar. —Acurrucó a Nayeon entre sus brazos, besando la frente de la coreana—. Todo estará bien, mamona. Son cosas que pasan, ¿sí? Todas nos vamos al cementerio en algún momento.
—Sí. Lo sé. Solo, fue... Dios, estoy hablando mierda incoherente. —Suspiró, arrullándose a sí misma en Mina—. Gracias... —Permanecieron así unos minutos. Simplemente abrazadas en presencia de Seulgi, y de algunas reclusas que nada habían querido tener que ver en esa discusión que se escuchaba en toda la unidad médica—. Lo siento, Mina... No debería haberme desquitado contigo.
—No, no deberías. —Mina le hizo un gesto a Seulgi para que se fuera. No iba a ponerse en plan de maricona sensible delante de una de sus mujeres.
—Se supone que es ahora cuando dices que no importa, que me entiendes...
—Es que de entenderte... No te entiendo una sola mierda.
—Tonta.
—Sí, igual sí, pero así y todo me quieres.
—Maldición, sí.
—Se siente bien... Esta mierda cursi. —Nayeon sonrió y enterró su rostro aún más en el pecho de Mina—. No vuelvas a desafiarme delante de alguien más, Nayeon. Sabes que no siempre voy a poder detenerme.
—Sí, lo sé, no volverá a ocurrir, solo... Ya te dije, tuve un muy mal día.
—No quiero tener que lastimarte... No hagas que te lastime.
—Bien. No, yo no... No haré que me lastimes.
—Eres mi conejita, no quiero que nada te lastime. —Mina se apartó de Nayeon. La castaña tenía sus ojos levemente rojos por las lágrimas mudas que salieron poco antes. Mina repasó con sus dedos las esquinas de los ojos de Nayeon para borrar todo rastro de tristeza—. Ni yo misma, pero no siempre voy a poder frenarme, Nayeon. Estoy jodida, lo sabes... No puedo darte una relación normal.
—Sí.
—Debes comprenderlo. ¿Puedes hacer eso por mí?
—Puedo. Yo, sí... Está bien.
—Bien. —Mina deslizó sus manos por la espalda de Nayeon hasta agarrarla de los glúteos, apretándolos con énfasis y sonsacando un quejido bajito y agudo en respuesta—. Es una verdadera pena, conejita.
—¿Qué cosa?
—Que no podamos tener bebés. —Nayeon iba a separarse de Mina, a preguntarle el motivo de sus palabras, pero su dueña la apretó más contra su cuerpo, impidiéndole llevar a cabo sus planes—. Si tuviera una polla, ya habría puesto un bebé en tu panza. Algo nuestro... Un mocoso con tus ojos y mi mal carácter, no suena mal.
Y Nayeon sintió que podría desmayarse en ese preciso instante.
—Mierda... Ahora quiero llorar.
Mina se carcajeó bajito y ronco, comenzando a olisquear la piel del cuello de Nayeon.
—Propongo que lo intentemos de todas formas. Quizá si te follo mucho, un día te despiertas con mi hijo en tu barriga.
—... Mierda, ahora quiero un bebé
—Conejita mamona.
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Nayeon suspiró un arrullo. Aún estaba sudada y pocas fuerzas quedaban en su extenuado cuerpo mancillado. No sabía qué hora era, no sabía cuánto tiempo había estado siendo duramente follada en su cama por Mina y honestamente, no le importaba.
—¿Quién eras antes de caer en Prisión, conejita? —La voz de Mina sonaba rasposa y lenta en su oído.
—¿Hm? No comprendo...
—Venga, que el papel de idiota ya lo tiene Sana. Cuéntame de ti, quiero saberlo todo. —Nayeon sonrió.
Mina rara vez buscaba mantener una conversación. Usualmente era ella quien después del sexo salía con algún tema irrelevante con la única intención de poder escuchar la voz de Mina; quizá verla sonreír. Le dio una calada al cigarrillo que sostenía entre sus dedos, índice y corazón, reteniendo por segundos el humo en sus pulmones antes de expulsarlo por la nariz.
—Oh. Uhm, bueno... Creo que tenía una vida muy normal.
—Háblame sobre esa normalidad, entonces. —Mordisqueó el lóbulo de la oreja de Nayeon, quien se atragantó con el humo de su cigarrillo.
—¡Mina! —Tosió, intentando que oxigeno entrara a sus pulmones.
—Conejita, habla. No soy una mujer muy paciente. —Tomó el cigarrillo de Nayeon y lo apagó contra la vieja pared de concreto antes de lanzarlo en algún lugar del suelo.
—Si no lo dices, jamás me hubiera dado cuenta. —Dejó un beso en la mejilla de Mina—. Bueno, crecí en un pueblito pequeño y era la típica engreída pero adorable chica que hacía sonreír a las abuelitas y llorar a los chicos.
—¿Eras Hetero?
—No. Por eso lloraban.
—Hmmm.
—Después entré a la universidad y me convertí en una gilipollas. —Sonrió al recordar sus noches de borrachera y sexo sin importancia, sin sentimientos, y con la única finalidad de darle alivio a su promiscuo cuerpo—. Tenía esa loca idea de vivir la vida universitaria al máximo, justo como en las películas.
—¿Cómo es?
—¿Qué cosa?
—La universidad.
—Oh. Es... estresante y emocionante a la vez. Siempre hay algo que aprender, siempre hay algún profesor al que odiar. Conoces montones de personas cuyos nombres no recordarás en unos cuantos años. —Se acurrucó al pecho de Mina, deslizando su mano por los pechos de esta.
—¿Tuviste novias?
—Sí.
—¿Las quisiste?
—No. A lo mejor... les tuve cariño, pero nada más.
—Hm. —Mina permaneció en silencio, con ojos cerrados y respiración tranquila. Nayeon se tensó un poco, quería saber que acaecía por la mente de su dueña—. Me molesta.
—... Mina.
—Que haya una parte de ti que no conozco. —Nayeon frunció sus labios e intentó aprisionar con todo su cuerpo a Mina—. Como lo de la niña... No sabía que habías vivido algo así. Deberías habérmelo dicho antes... Mucho antes.
—Lo siento.
—No lo hagas.
La coreana finalmente había expuesto su pasado a Mina. El dolor, la ira y la culpa. Las noches de insomnio y pesadillas... Mina ya lo sabía todo. Nayeon no buscaba excusarse por haberle exigido que matara a Yuqi, no tenía derecho a hacerlo, sin embargo... sentía que le debía a Mina el motivo de su capricho maldito.
—También hay mucho de ti que no conozco, Mina.
—No es lo mismo.
—¿Por qué? Yo creo que s...
—Es primera vez... Es la primera vez que tengo algo realmente mío, Nayeon. —Mina se volteó, quedando con Nayeon bajo su cuerpo. Las miradas de ambas, ocultas por el velo nocturno, estaban fijas en la contraria—. No es lo mismo, tú jamás entenderás lo que es crecer sin nada. Sin ser dueña de tu propia vida, simplemente siguiendo órdenes para no morir. Sin aferrarte a nada porque todo podría desaparecer un día.
—No, nunca lo entenderé.
Mina cerró sus ojos, con sus labios adosándose a la frente de Nayeon en un beso suave. El peso del cuerpo de Mina sobre el propio se sentía reconfortante.
—Eres mía. Realmente mía, todo de ti... Incluso aquella Nayeon del pasado que no conozco y no vas a desaparecer, ¿verdad?
—No, no voy a desaparecer. —Respiró la cálida exhalación de Mina, llevando sus manos ahuecadas para sostener el rostro de esta.
¿Dónde estaban? Nayeon ya no se sentía en la tierra de los mortales. Ya no se sentía humana, solo una existencia etérea con recuerdos vagos de lo que alguna vez fue. Esa Nayeon le parecía tan lejana, tan extraña... Una Nayeon sin Mina, ¿cómo pudo ser eso posible?
—Soy una maldita asesina, Nayeon. Una demente que ha cometido tantos crímenes que necesitaría vidas enteras para poder pagar por todo lo que he hecho. ¿Nunca lo has pensado?
—Cada día desde que te conocí. —Sonrió, recordando cada batalla interna perdida.
—¿Y si todo está en mi trastornada cabeza? —Mina ladeó la cabeza, buscando apegarse al tacto suave de las manos delicadas y pequeñas de Nayeon—. A lo mejor lo que siento por ti ni siquiera es real, solo los últimos síntomas antes de perder del todo la cordura.
—Eso no importa.
—¿No lo hace?
—No, porque yo soy real. Tú también... Somos reales, estamos aquí. Te pertenezco tanto como tú a mí. —Se irguió levemente para alcanzar los labios de Mina. Aquel roce tenía un sabor agridulce; veneno y almíbar—. Si lo que sientes por mí no es real, entonces jamás recuperes la cordura porque yo no lo soportaría, mi dueña.
La japonesa sonrió. Nayeon no podía verla bien, pero sabía que Mina estaba sonriendo. Ella también lo hacía. Tenían un motivo para sonreír porque se tenían mutuamente.
—Conejita coqueta, eso es lo que tú eres... Sabes exactamente que mariconería decir para tenerme colada por ti.
Mina se acomodó dejando su sexo sobre uno de los muslos de la coreana con el propósito de frotarse sobre esta, mientras llevaba sus dedos hasta los pliegues de la vagina de Nayeon. Juntaron sus frentes, con la japonesa deslizándose lentamente en su dilatado y húmedo interior. Jadeó ronca y complacida al sentir la suave y caliente estrechez de Nayeon.
—So-solo te digo lo que siento. —Comenzó a gemir bajito, moviendo con pereza sus caderas de manera oscilante. No había aquel exceso de pasión bestial que las caracterizaba...
Mina lo hacía lento, empujándose en Nayeon con sus dedos y afirmándose con su brazo flexionado. El morbo que las hacía morderse, jadear, sudar y rasguñar, no estaba ahí. No lo necesitaban. Nayeon lo sabía. Por primera vez, Mina solamente quería sentirla. La abrazó con cuidado, temerosa de lastimar la fragilidad que Mina exponía al poseerla en ese momento. Al hacerle el amor por primera vez, aún cuando seguramente no lo sabía. Se escondió en el cuello de Mina donde dejó una estela de besos.
—¿Y que sientes ahora?
—Que me quieres.
—Eres una... —Echó su cabeza hacia atrás, suspirando de placer por las delicadas caricias de Nayeon en toda su espalda—. Una conejita inteligente.
Los movimientos de la pelvis de Nayeon eran deliciosamente lentos, con cuidado de no apresurar el final. Mina simplemente, frotándose y respirando pesadamente sobre Nayeon, envolviéndola con su cuerpo mientras hundía sus dedos en ella con cada penetración.
—Sabes... —Ahogó un gemido dulce y agudo—. ¿Sabes que estamos haciendo ahora mismo, Mina?
—¿Hm? Sí. —Mina asintió, inclinándose para besar a Nayeon, quien sonrió al corresponder. Los dientes de la japonesa cepillaban los labios de Nayeon cada vez que mordía suavemente.
—No, no tienes idea. —Colocó su mano en los pechos de Mina, sonriendo al escuchar esos apabullados latidos—. Me estás dejando entrar aquí. Me estás haciendo el amor.
—No.
—Sí. Lo sabes... Es lo que es.
—Es lo que es... —Repitió Mina. Entre jadeos perezosos y parpados pesados—. Nosotras, tú y yo.
—Tú y yo, mi dueña. —Ninguna dijo algo más. Realmente las palabras no eran necesarias, sus cuerpos hablaban por ellas.
Nayeon supo que debía hacerse fuerte, que caía en sus hombros una enorme responsabilidad de la que jamás había querido hacerse cargo antes; cuidar un corazón ajeno.
Era la primera vez de Mina amando a alguien, era la primera vez que Nayeon quería ser amada.
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•
Mina bajó del ring, limpiándose la sangre de su adversaria del rostro. James aplaudía lento, sin hacer alarde de la magnífica y sangrienta victoria que Mina había conseguido para él. Ambos, a sabiendas de que no tenían mayor opción que ceder a la orden del coronel Myoui, pactaron aliarse como peleadora y mecenas, al igual que Mina lo había hecho con Mark anteriormente. Sabía que no había manera de que se transformara en la favorita de James, aquel puesto lo tenía Tzuyu. Así mismo, sus beneficios en Camp Alderson habían disminuido levemente ya que James no aceptaba la violencia desmedida fuera del ring, motivo por el cual Mina tenía una restricción sobre sus acciones con las presidiarias de la fúnebre ergástula.
—Buena pelea. —James le tendió una botella de agua.
—Gracias. ¿Cómo van las cosas?
Desde la muerte de Mark, las peleas habían sido detenidas una temporada por motivos de remodelación. Al parecer, no todos se tomaron bien la muerte del mafioso y temieron por su propia vida. James tardó un poco en poner orden y volver a abrir el circuito de peleas, asegurándose de dejar en claro que Akira no tenía conexión alguna con el Under y que todo había sido un desafortunado malentendido por viejas rencillas que mantenía con Mark; pero que todo había quedado solucionado. Mina no le preguntó a James los métodos que usó para tomar el control de las apuestas, mucho menos a que trato llegó con JinYoung Park, el prefecto de la prisión. Tampoco le preguntó sobre Akira. Le importaba una mierda si su padre creía tener control sobre ella porque Mina sabía que no era así.
—Excelente. Ya tenemos listo el lugar para la fosa y tomará unos cuantos meses reunir a todas las peleadoras que necesitamos. No quiero repetir los errores de Mark, no dejaré que cualquier mierda de cerda entre al torneo.
Mina sonrió. James se tomaba aquellas peleas de manera personal... Quizá el que hubiese sido un boxeador profesional en el pasado era el motivo.
—¿Cuál es el piso? —Preguntó en referencia al precio de la inscripción para las peleadoras.
—Cincuenta de las grandes por derecho a cada pelea.
—¿El premio?
James curvó las esquinas de sus labios en una sonrisa socarrona y se encogió de hombros antes de darle una calada a su puro. Su cuerpo de gran contextura lucía constreñido en aquel ajustado traje de dos piezas.
—¿Cómo está Tzuyu? —Cambió de tema el capo. Mina bufó.
Tzuyu había contraído una pulmonía de cuidado después de ser puesta en confinamiento solitario por matar a una guardia que hubo intentado tener lo suyo con Sana. Aquellas eran las restricciones de James, las muertes fuera del ring serían penalizadas con días de confinamiento solitario. Naturalmente nadie imaginó que Tzuyu iba a enfermarse como la mierda por cinco días en aquella caja metálica, pero lo hizo y ahora gozaba de días de descanso en su celda siendo cuidada como una maldita princesa por la puta de su novia.
—Viva.
—Con eso me basta. ¿Y tú? ¿Necesitas algo?
—Sí. Que hables con Victoria, últimamente la comida es una mierda. Llevo días sin ver un maldito trozo de carne.
—Me encargaré de eso. ¿Tu novia cómo está? —Mina frunció el ceño a lo que James sonrió. —Tranquila. No me van las vaginas y sé respetar lo que no es mío. Me preguntaba si ella necesitaba algo.
—¿Te importa acaso?
—No, pero estoy acostumbrado a la mamona de Sana exigiéndome burradas todo el tiempo. —Se encogió de hombros, resignado—. Además, le doy una brutalidad de dinero a Victoria para poder meter sus mierdas de caprichos a Camp Alderson.
—No luces como alguien dispuesto a perder dinero.
—Nunca dije que estaba perdiéndolo. —El hombre miró a Mina, con ojos entornados y una de esas sonrisas que lo decían todo—. ¿Sabes la mejor parte de hacer favores, Mina?
—No. Nunca he hecho un favor... No soy un alma muy caritativa.
—Cobrarlos. El día que los favores deben ser devueltos. —Se levantó de su imponente asiento y le dio unas palmadas al hombro de Mina—. Espero que no lo olvides porque yo no lo haré.
—No me estás haciendo ningún favor.
—Todavía. —Sonrió—. Adiós Mina, nos estaremos viendo pronto.
Mina vio a James alejarse, escoltado por hombres armados hasta la médula. Debía admitir que ese mafioso era de hacerse respetar. El mecenas de Tzuyu siempre había mantenido un perfil bajo en Camp Alderson, como si hubiese estado a la espera del momento adecuado para hacerse con el control... Al parecer la aparición de Akira había ayudado en sus planes. La emperadora sonrió. Siempre era bueno conocer a los suyos.
•
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Nayeon en ese momento no estaba contenta. Para nada contenta; quería arrancarse los pelos de la cabeza debido a la frustración.
—Es una zorra arrastrada. —Sana entornó sus ojos. Su brazo rodeando a Nayeon por los hombros.
—Nayeon, deberías ir y dejar en claro que Mina es tuya. —Susurró Chaeyoung.
Por primera vez, Nayeon pensó que la loca de su amiga tenía razón. Incluso Sana tenía razón, y eso era decir mucho. Hacía unos cuantos días había llegado una chica bonita a Camp Alderson y Nayeon por primera vez en su vida se arrepintió de haberle pedido a Mina que salvara a alguien. Sana tenía razón, tenía que aprender a dejar de meterse en los asuntos de otras. Y ahora estaba pagando las malditas consecuencias con esa chica bonita que coqueteaba descaradamente con su dueña. Incluso la Sakura le parecía una mejor alternativa. Bastarda... Se había terminado enamorando de la doctora que revisó sus inexistentes hemorroides.
Todo comenzó cuando aparecieron las nuevas reclusas en el patio. Mina jugaba un partido de baloncesto con sus cercanas, Tzuyu en el equipo contrario. Y Nayeon se encontraba animando a su dueña a la distancia, compitiendo con Sana a ver quién ofrecía guarradas más obscenas a la campeona. Venga, algunos malos hábitos eran realmente contagiosos. Pero su pequeña diversión se vio arruinada cuando Nayeon vio como entre tres mujeres intentaban llevarse a una de las nuevas. Mina le gruñó que no se metiera, y Nayeon sabía que no debía inmiscuirse. Era una de las pocas situaciones que Mina no estaba dispuesta a transar con ella. Pero cuando dijo, en un lastimero comentario, que esa podría haber sido ella, Mina pareció replantearse la situación. Puta bastarda, sexy y psicópata... ¡Le dijo que la defendiera de una violación, no que se comportara como una jodida princesa de cuentos de hadas! Pero claro, Mina todo tenía que hacerlo a su manera y no solamente destrozó a las reclusas, sino que tomó a la chica en brazos, la sentó al lado de Nayeon y le palmeó el hombro. ¡A ella nunca le palmeó el hombro!
Sucia guarra infiel. Que bien, no estaba siendo literalmente infiel porque no había hecho nada que ameritara ese nombre, pero bien que se dejaba tocar por la nueva, llamada Wonyoung. ¡Es que la puta no se le quitaba de encima. Y ahí estaban, en el gimnasio donde su dueña lucía muy sudada, con mejillas arreboladas por el ejercicio físico y con su cuerpo demasiado expuesto. Una bincha en su cabeza, su top deportivo y sus manos vendadas con desgastados trazos de tela que en algún momento fueron blancos. Golpeaba un saco de boxeo mientras Wonyoung la miraba a poca distancia, apoyada en la pared a la espera de la más mínima oportunidad para saltarle encima.
—¡Ya exígele que eche a la puta! —Protestó Sana.
—Me da igual. —Mintió.
No le daba igual. Mina pasaba de toda aquella que le coqueteara, pero esa niña bonita Wonyoung había captado su atención y eso era algo que a Nayeon, en lo personal, comenzaba a molestarle.
—Deberías ponerla celosa. —Susurró Chaeyoung y Nayeon rodó los ojos. Por supuesto, era tan fácil decirlo. Como si no supiera ya las consecuencias de los celos de Mina.
Nayeon miró a Sana, la rubia leía una revista sin prestarle atención a Tzuyu. ¿Cómo lo hacía para aguantar las infidelidades de su morena?
—No tengo idea de cómo soportas que Tzuyu te sea infiel. No lo entiendo. —Se sinceró.
La rubia levantó la mirada, sonriendo con un deje de melancolía. Cerró la revista y sus ojos se fijaron en la morena que tumbaba a otra en una llave de lucha libre.
—No es tan difícil, Yeonnie. La primera vez que Tzuyu lo hizo, estaba tan enojada... que le dije que lo hiciera de nuevo. Muchas veces y que ojalá fuera pronto. Porque cada vez que me era infiel, hacía que yo dejara de amarla un poco y un día... simplemente dejaría de amarla completamente y ya no habría nada más que me retuviera aquí.
—¿De qué estás hablando? No puedes irte... —Nayeon guardó silencio. No podía malditamente ser cierto.
Sana le guiñó un ojo a Nayeon y se colocó de pie, contorneando sus caderas en un exagerado vaivén mientras llegaba hasta la morena con quien comenzó a coquetear entre bromas y empujones suaves. Nayeon tragó con dificultad. ¿Su rubia amiga permanecía en Camp Alderson por Tzuyu? Teniendo la oportunidad de salir de ese infierno, no lo hacía por amor; por una maldita amante infiel. ¿Podría hacer lo mismo por Mina? Se sintió repentinamente sofocada, mareada y vacía. Sus orbes índigos viajaron a Mina, su dueña que presumía su marcado abdomen a la nueva.
—N-no, yo no podría...
Se colocó de pie, con la vista perdida y una imperiosa necesidad de llenar sus pulmones con aire fresco. Cuan hipócrita era en realidad, profesando su amor a los cuatro vientos y jamás había pensado en sacrificarse a sí misma por dicho amor. Comenzó a sentirse sucia e indigna. Era la primera persona que Mina amaba, lo sabía aun cuando no había recibido dicha confesión. Siempre pensaba en estar con Mina, en un futuro juntas fuera de Camp Alderson... Ambas viviendo una jodida buena vida. Jamás sopesó la posibilidad de quedarse ahí con ella. Se aferraba a las paredes para no perder el equilibrio, la brisa de la tarde abrazándola mientras los últimos rayos de sol teñían su piel de matices dorados y anaranjados. Frenó sus pasos al sentir un tirón en su brazo, sabía quién era. Dios, ya había memorizado incluso su toque. Tan hermosa, con su piel perlada por el sudor, con sus labios levemente agrietados y sus tatuajes resaltando de su tonificada musculatura. Cada vez que veía a Mina, sentía ese famoso amor a primera vista. Mina la observaba con el entrecejo profundamente fruncido. Nayeon sintió sus piernas flaquear... ¿Cómo pudo ser tan infantil e ilusa? Ellas no tenían un futuro fuera. Mina pertenecía a Camp Alderson.
—Conejita. No me jodas con celos de mierda, no he hecho nada.
—Mina...
—¿Hm?
—No puedo.
—¿De qué hablas? —Ladeó una sonrisa, tironeando del cuerpo ligero de Nayeon para envolverla con sus brazos—. Sabes que mi única masoquista eres tú. Que le den por la vagina a esa chica... ¿Cómo se llama? Bah, me da igual.
—No quiero una vida aquí. —Nayeon tragó. Sintiendo las piernas trémulas.
—¿Qué?
—No puedo ser como Sana. No puedo quedarme aquí por ti.
—Nayeon...
—Pero no puedo dejarte... —Para ese momento los orbes de Nayeon estaban cubiertos de lágrimas. Se sentía ahogar en el paroxismo de sus propios sentimientos—. No sé. No, yo no puedo elegir. Y du-duele. Me duele... Por favor, haz que deje de doler.
Mina dejó caer sus brazos y levantó el mentón, como siempre que tomaba una decisión. Como una emperadora a punto de decretar un mandato inexorable.
—No tienes que decidir, Nayeon.
—P-pero...
—Shhh. —Siseó—. No tienes que decidir. Conejita, no tienes decisión porque no eres libre para elegir... Tú eres mi prisionera y el día que quieras escapar... —Tomó las manos de Nayeon y las llevó a su boca, besando los dorsos de estas—. Te mataré.
—Mi...
—Eres mía, Nayeon y no recuerdo como vivir sin ti. Lo siento. —Presionó un beso sobre la cabellera castaña de Nayeon—. Eres lo único bueno que tengo, conejita. Eres lo único real que tengo. Así que no pienses en eso. Está bien así... Estamos bien.
—Lo estamos. Sí. —Sus pestañas se humedecieron cuando las lágrimas llegaron a ellas.
—Sabía que ibas a llorar. Jodida mamona.
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