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17.


"Tened cuidado con la tristeza, es un vicio" - G. Flaubert.

La primera vez que Mina vio a su padre, tenía cinco años de edad. El cuerpo de su madre yacía inerte en la camilla del hospital donde murió por una sobredosis de pastillas para dormir; aún tibia. Ella no comprendía qué ocurría, no conocía del mundo más que las historias fantásticas que su madre le contaba por las noches. En su pequeña inocencia, el héroe rescataba a la princesa, el malvado siempre era vencido y al final de cada cuento había un "vivieron felices para siempre". El mundo tenía colores, pero cuando murió su madre, estos les fueron arrebatados de la noche a la mañana. Akira Myoui, el hombre que la engendró, fue el cuatrero que lo hizo.

"Desde hoy eres una Myoui y deberás actuar como tal, Mina."

Oh pequeña inocente, no comprendió el peso de aquellas palabras hasta que fue demasiado tarde. Hasta que un día miró su reflejo en el espejo y se dio cuenta que frente a ella no había una ser humana, sino un monstruo. Justo como su padre esperaba. ¿Lo peor? No se sentía mal por serlo. Fue forjada en acero, moldeada a voluntad del hombre más desalmado que pudiese haber. La primera vez que Mina tuvo que defender su vida, solo tenía doce años de edad. Confinada en un internado para hijas de militares; en una prisión con buenas camas y profesores aficionados a abusar de sus alumnas. Su cuerpo avistaba composiciones brutales de golpes y sus labios no pronunciaban más de unas cuantas palabras sin que comenzara a tartamudear. Era una víctima, el eslabón débil de la cadena y seguramente habría seguido así de no ser por su padre. Jamás olvidaría el día que Akira la visitó, luego de años sin tener alguna noticia de ella. Imponente y con su porte recto, despojado de cualquier emoción humana. Se mofó de ella, de su pobre y lastimera condición; fue repudiada.

—¿Así que tu profesor te golpea, Mina?

Mina no pudo responder. Simplemente bajó la cabeza, sin saber que debería estar sintiendo en ese momento. Tan perdida y desorientada... Como un barco sin su brújula. ¿Por qué no había alguien que le dijera que era lo que debía sentir? Todo hubiera sido más simple. Y lo que nunca había ocurrido, llegó a ella en ese momento. Su padre acarició su pequeña cabellera, sonriendo como Mina quería pensar, lo haría un padre a su hija. No fue así, lo comprendió cuando la puerta de la habitación donde estaban se abrió y entró por el umbral de esta, su profesor.

—Al parecer tenemos un problema aquí. —El coronel se colocó al lado de Mina, con su mano sobre el escuálido hombro de la menor—. Mina me ha informado que ejerces violencia en ella.

—Debe fortalecer su carácter.

Mina quiso llorar. Ya podía sentir los golpes que llegarían cuando su padre se fuera; estigmas punzantes en su lechosa piel que tardarían semanas en sanar.

—Y estoy completamente de acuerdo -respondió su padre—. Así que haremos esto...

Akira Myoui miró a uno de sus oficiales y este le entregó su arma. Mina dejó de respirar, al igual que su profesor cuando Akira colocó el revólver frente a Mina.

—¿Qué demonios está haciendo?

—Fortaleciendo el carácter de mi hija, justo como usted aconsejó. —Mina cerró los ojos, contando en su cabeza. Rogando porque eso no fuera más que una pesadilla—. Tómala, Mina.

—N-no.

Akira bufó y sacó su propia arma. El tiempo pareció detenerse cuando, sosteniéndola firmemente, apuntó el revólver sobre la sien de Mina. La japonesa temblaba, a sabiendas de que el coronel no estaba bromeando.

—Tómala, ahora. —Mina obedeció. Con manos temblorosas sostuvo aquel peso de plomo. El profesor retrocedió unos cuantos pasos, sin embargo, los guardias de Akira habían bloqueado la salida. Los gritos del hombre no demoraron en hacerse escuchar—. Dispárale, hija.

—P-po-por favor... No. —Sollozó.

Su padre sacó el seguro del revólver. El hombre frente a ella rogaba que no lo hiciera. Mina no quería hacerlo. Dios... La opción de dejar que su padre le disparara y terminara con todo de una vez, era casi mayor a su instinto de supervivencia.

—Dispárale, Mina.

—N-no puedo. —Sus manos temblaban, trémulas y frías, empapadas en sudor. Su corazón latía con tanta fuerza, que su pecho dolía—. No... No, no. Por favor no.

El revólver de su padre se presionó sobre su cabeza.

—Merece morir.

—... No.

—Sí. Porque si no muere, seguirá golpeándote... ¿Eso quieres? —Mina negó con la cabeza—. Entonces dispara. A quien sea que quiera interferir en tu vida, elimínalo.

—¿Po-por qué? No quiero... No quiero ser una asesina.

—¿Qué tiene de malo ser una asesina? —Preguntó su padre como si no fuera la gran cosa. Con una sonrisa pérfida y ojos de pupilas dilatadas—. Mina... ¿Crees en Dios?

—Y-yo. No, no sé. Sí, mamá...

Su padre negó con la cabeza, luciendo casi decepcionado.

—Pues, Dios es el mayor asesino de la historia, hija. Nosotros solamente estamos hechos a su imagen y semejanza. —Las bocanadas de aire que Mina respiraba se sentían como un caudal de agua, ahogándola lentamente—. Ahora, contaré hasta tres y dispararás... O lo haré yo.

—Pa-padre...

—Uno. —Todo se definía en ese momento. ¿Iba a morir? ¿Por qué? No quería morir por salvar la vida del hombre frente a ella. La lastimó, le hizo daño tantas veces—. Tú tienes el control hija, tú decides. —Ella solo no quería seguir sufriendo. Y hacía frío, y su pecho le dolía—. Dos... —¿Entonces así era cómo funcionaba? Ella tenía el arma... Ella decidía quien vivía o quien moría. ¿Su padre tenía razón?— ¡Dispara, Mina!

Y Mina disparó. La pólvora calcinada llenó sus fosas nasales y el arma cayó a sus pies al mismo tiempo que el hombre frente a ella. En sus ojos no hubo arrepentimiento, no hubo miedo ni dolor.

—Bien hecho, hija. Has aprendido tu más importante lección hoy. Tú decides el destino de los hombres o las mujeres frente a ti. Tú puedes ser Dios.

Mina levantó la mirada, todo frente a ella era blanco y negro. Su músculo cardiaco ya apenas latía, sus manos no temblaban. Su padre enarcó ambas cejas al ver la expresión mortuoria en su hija.

—O el diablo. —Respondió la futura emperadora con una pequeña sonrisa.

—Nayeon, ve a ver a Sana.

La coreana giró en dirección a Mina. Quería negarse, oponerse a ser apartada como si no fuese más que una molestia. Mordió su lengua y apretando los puños se retiró de ahí. Nayeon no iba a ceder en ese momento, no había caso ni siquiera en intentarlo. Así que hizo lo que mejor se le daba, se inclinó rápidamente hacia Mina. Depositando un tibio y suave beso en los llenos labios de su dueña antes de apartarse y a paso apresurado, salir de la unidad médica. Mina la vio desaparecer, perdiendo el calor de su cuerpo a medida que Nayeon se alejaba de ella. ¿En qué momento había pasado a necesitarla tanto?

—Una verdadera monada. —Se burló su padre.

—¿A qué has venido?

—Luego de salvar tu miserable vida, pensé que estarías feliz de verme. —Mina parpadeó, sin mostrar conato alguno en su rostro. No iba a darle el gusto a Akira y molestarse—. ¿Hasta cuándo continuarás dejando que tu ego te domine?

—Solo lo diré una vez más. ¿A qué has venido?

Mina vio a Akira bufar y negar con la cabeza. Si su padre estaba ahí, nada bueno podía estar ocurriendo. No había vuelto a ver a Mark, por lo que no pudo enterarse en qué maldita manera estaba su mecenas relacionado con su padre.

—¿No puedes hacerte una idea, Mina?

—¿Me extrañabas? —Repasó su mentón con los nudillos, formando esa sonrisa que precedía a palabras obscenas y desquiciadas—. Que guarro, padre, no me va el incesto y ya tengo vagina que follar.

—Así veo. Im Nayeon.

Para Mina, no era difícil suponerlo. Akira seguramente ya sabía todo sobre Nayeon y decir que aquello no hacía que su pulso se acelerara, sería mentir. Ella era una pésima mentirosa.

—Adelante. Ve por ella, siempre quise una razón para matarte.

—Pensé que tenías varias.

—Pero ninguna lo suficientemente deliciosa. —La emperadora entornó los ojos, sin dejar de sonreír—. ¿Por qué no dejas de joder con mi puta y me dices que demonios tienes que ver con mi mecenas?

El coronel llevó su dedo corazón y pulgar a las comisuras de la boca, delineando por debajo de su labio inferior hasta que sus dedos se juntaron al medio de esta. Un atisbo de diversión estaba reflejado en sus facciones.

—¿Mark? Trabajaba para mí.

De acuerdo. Eso sí que no lo esperaba.

—¿Tú lo mandaste?

—Naturalmente. Tenía que tener un ojo puesto sobre mi querida hija. —Mina molió su dentadura al apretar con fuerza. La ira ya comenzaba a alojarse en su abdomen, como un volcán próximo a estallar.

—Teníamos un acuerdo simple.

—Muero por escucharlo. —Su padre se encogió de hombros.

—Te mantenía con vida y a cambio... —La sonrisa triunfal de su padre le revolvió el estómago—. Yo lo dejaba seguir haciendo sus porquerías de torneos en el Under.

—Hm. Ya. Bueno, quizá no te has dado cuenta, pero hace bastante tiempo que aprendí a mantanerme con vida, por mis propios medios.

—Y habrías muerto el primer día en este agujero por un balazo en la cabeza debido a tu arrogancia. ¿Realmente crees que las guardias te respetan? No eres nadie sin mí, Mina. Yo te he mantenido con vida hasta ahora.

—No necesito su respeto. Ellas me temen ¿Quieres que lo comprobemos? —Akira ladeó la cabeza, cruzándose de brazos.

—No salvé tu culo para verte morir dos semanas después por una estupidez. —Sonrió al decir cada maldita palabra y Mina ya comenzaba a ver rojo. Es que la mataba.

—¿Hacerme parte del torneo también era parte del trato?

—Dímelo tú a mí. Fuiste tú quien por voluntad propia se subió al cuadrilátero la primera noche y retó a la campeona del Under. Mark solo vio la oportunidad y la tomó.

—¿Dónde está?

—Muerto.

—¿Lo mataste? ¿Por qué?

—No cumplió su parte del trato. Sabes que no me gusta cuando intentan joderme. —Mina bajó la vista, analizando las palabras de su padre—. ¿Algo que decir al respecto?

—No te quiero en North Collan, así que vas a desaparecer, o me obligarás a escapar de prisión solo para meterte una bala de plomo en el pecho.

Su padre soltó una carcajada ronca, negando con la cabeza.

—Eres una presuntuosa. —Se mofó—. De todas formas, no tenía pensado tomar el lugar de tu mecenas, hija.

—Bien. Entonces, ¿qué ocurrirá ahora?

Eso era lo único que le importaba saber. Necesitaba establecer una alternativa ahora que había perdido a su mecenas y bajo ninguna circunstancia iba a aceptar que su padre, el culpable de que Mina estuviera condenada a prisión, le ayudara.

—Un hombre llamado James me contactó. Tomará el puesto de cabecilla y lo dejaré seguir con los torneos a cambio de una pequeña suma monetaria. —Sonrió—. Un buen negocio, ¿no te parece?

Mina sintió un tirón en sus labios al pensar en la suertuda hija de puta de Tzuyu. Seguro ahora iba a andar de chula pomposa, presumiendo sobre su mecenas. James era dentro de todo ese nido de ratas ostentosas, el único al que Mina podría llegar a respetar.

—Eres una rata. —Le sonrió a su padre.

—No estás en posición de hablar, Mina. Has perdido a tu mecenas; no estás muy lejos de ser la que limpia las alcantarillas de North Collan.

—Voy a seguir peleando. —Decretó con voz firme. La ausencia de Mark no influiría en nada.

—¿De verdad? ¿Y quién va a apostar por ti?

—No faltarán mecenas.

—Uhm. Interesante, pero no creo que sea posible si no doy la autorización para que continúes peleando. James debe obedecerme o todo este circo de peleas se acabará.

Mina comenzaba a impacientarse. Su padre la dejaba sin salida. Le daba igual pelear, pero necesitaba una manera de mantenerse a la cabeza en North Collan. Ya no solamente por ella, sino por cierta conejita coqueta. Lo peor, las reas seguían solamente a quien demostrara ser la mejor en el Under.

—¿Qué quieres? —Su padre hizo un amago de agradecimiento. Mina solo quería lanzarse sobre él y romperle el cuello.

—Me he enterado de un evento un tanto peculiar. Necesito que me hables un poco al respecto... Le dicen la fosa.

Mina arrugó el entrecejo y chasqueó con la lengua. Encogiéndose de hombros.

—¿Qué quieres saber? Es un torneo de pelea. La misma mierda del Under.

—Sí. Comprendo eso, pero mi duda es... ¿Quiénes participan en aquel evento?

—¿La mafia? ¿Políticos? No lo sé. Hay de todo...

—Has salido campeona.

—Sí, ¿y qué?

—Volverás a participar este año...

—No lo sé, como le arrancaste la cabeza del cuello a mi mecenas. No sé si podré participar.

—No es una pregunta, Mina. Volverás a participar en la fosa... Necesito que te encargues de alguien ahí. —Mina pestañó flojo, dándole tiempo a su padre para que se explicara—. Me encargaré de que estés dentro y matarás a alguien por mí.

Maldito. Mina no podía pensar de otra forma sobre su padre; era un maldito. Una rata que no podía encargarse de su propia mierda.

—Nombre.

—Ivanov. Algunos años atrás hicimos negocios que no tuvieron un buen desenlace. Se ha convertido en un asunto difícil de manejar y me estoy viendo en una situación comprometedora. Encontraré un mecenas para ti, quizá el mismo James, pero necesito que llegues a la fosa y te encargues de Ivanov.

—Eres una mierda inútil. ¿Por qué no lo haces tú mismo?

—Créeme, lo he intentado. Su seguridad es implacable, no se expone y jamás se le ve en eventos de los bajos mundos. —Akira carraspeó, sintiéndose ligeramente incómodo. Mina podía notarlo, a diferencia suya... Con los años su padre había demostrado signos que lo delataban.

—¿Qué te hace pensar que irá a la fosa?

—Tengo mis contactos, amigos que participarán en esa mierda de torneo. —La japonesa entornó los ojos en dirección a su padre.

—¿Amigos? No deberías confiar en tus... —Hizo comillas con los dedos—. "Amigos" para algo así.

—No, pero no pierdo nada con asumir que irá y que de ser así... Deberás encargarte de él. —Mina asintió en silencio—. James no sabe nada al respecto y prefiero que se mantenga de esta forma.

—¿No crees que Ivanov se enterará de tus movimientos y decidirá no ir?

—Es probable que ya sepa sobre mi intromisión en North Collan, que sepa sobre mi hija y cómo la salvé de morir. —Señaló a Mina con la mano extendida y una mueca de desprecio en el rostro—. Eso solamente servirá para instarlo a ir; seguramente querrá ver con sus propios ojos cómo mi hija es asesinada.

Mina hubiera sonreído de no ser que odiaba como su padre y ella parecían ser tan parecidos en ciertos aspectos.

—Pues, déjame decirte, padre querido... No podrían importarme menos tus malditos problemas. Ojalá Ivanov se vuelva tu infierno personal, así como tú has sido el mío. —Lamió la comisura izquierda de su boca, esbozando una sonrisa con hoyuelos.

—Respuesta equivocada, Mina. No tienes alternativa, harás lo que digo o tendrás que afrontar las consecuencias. —Se acercó dos pasos y colocó una mano sobre el hombro herido de la emperadora, atenazando sus dedos con la fuerza suficiente para lastimar a su hija. Mina apretó los puños, mas ninguna mueca de dolor se presentó en sus facciones—. Tendrás un maldito mecenas, seguirás peleando, irás a la fosa y te encargarás de ese maldito hijo de puta de Ivanov. Es una orden.

Mina no respondió, giró el rostro y permaneció en silencio. Escuchando como su padre hacía sonar las suelas de sus zapatos contra el suelo, al alejarse. ¿Cuál era la posibilidad de deshacerse de Ivanov y posteriormente de su padre? Akira Myoui comenzaba a irritarle y eso no era bueno. Mina no era muy buena lidiando con la irritación. Sonrió al recordar el consejo de Nayeon sobre tomar clases de yoga para aprender a canalizar su enojo.

—¡¿Dónde está mi puta coneja?! ¡Tráiganmela!



—¿Estás segura de esto, Sana?

—Shhh —Siseó la rubia.

Nayeon quiso protestar, pero decidió no hacerlo. No era ni el momento ni el lugar para hacerlo. Dahyun se encontraba delante de ellas, alumbrando con una linterna la vieja y obscura bodega. Era increíble lo que su amiga podía conseguir con las guardias gracias a esa boquita que tenía. No debería estar ahí, de eso estaba completamente segura y como Mina se enterara, le caerían mil maldiciones encima y seguro algunos azotes en el culo. Últimamente Mina parecía buscar motivos para bajarle los endemoniados pantalones y darle de azotes hasta que sus glúteos quedaran rojos, adoloridos y muy sensibles al tacto. Ya habían pasado varias semanas desde que Mina había sido dada de alta, por lo que habían vuelto a la relativa normalidad. Solamente que su dueña se pasaba todo el maldito día entrenando y no era como que a Nayeon le molestara ver a su dueña sudado mientras levantaba pesas, pero quizá se sentía un poco olvidada. Y ahora estaba ahí, en un acto de rebeldía. Acompañando a sus dos locas amigas en una aventura para obtener prendas de ropa del almacén donde estas se guardaban. Según Dahyun, había increíbles cosas olvidadas... O eso le había contado la guardia. Nayeon solo esperaba que ninguna rata la mordiera.

—Mina va a matarme. —Susurró, con sus dedos sosteniéndose al suéter gris de Sana.

—¡Que te calles, maricona! —Chilló a voz baja la rubia.

—¡Cállense ambas, joder! —Dahyun se volteó y pegó un salto cuando sintió una cosa sobre su pie—. ¡Mierda, una rata me atacó!

—¡Me voy de aquí! —Exclamó Nayeon y justo cuando se dio media vuelta, convencida de hacer una salida triunfal de aquella caverna putrefacta... Chocó con una enorme caja y cayó dentro de esta—. Ouch.

—¡Ay, esa cosa chupó a Yeonnie!

—No me chupó, imbécil. Es una caja. —Se colocó de pie, y entornado los ojos debido a la molesta linterna de Dahyun, estiró los brazos en dirección a sus amigas—. Ayúdame a salir.

Nayeon colocó una rodilla sobre el borde de la caja de madera para salir de esta. Quizá su estatura no ayudaba mucho ya que el maldito cuadrado le llegaba a la cintura.

—Oye, espera, ¿qué contienen esas bolsas? —Dahyun alumbró al interior de la caja. Bolsas negras y abultadas se encontraban a los pies de Nayeon—. Ábrelas.

—Ni loca.

—¡No seas miedosa! —Exclamó Sana con el ceño fruncido.

Nayeon rodó los ojos y se agachó, soltando los nudos de las bolsas de tela. Parpadeó varias veces al ver el contenido de las bolsas. Cuando levantó la mirada, apenas podía vislumbrar el rostro de Sana, pero estaba jodidamente segura de que se encontraba sonriendo.

—¡Sí! ¡Gané, perra! —Levantó las bolsas—. ¡Esta noche está claro quién es la reina! —De acuerdo. Sana definitivamente estaba loca.

La rubia extendió los brazos y tomó su botín. Olvidándose completamente de Nayeon, quien salió de la caja con ayuda de Dahyun. Ese era el motivo por el cual se habían adentrado a esa bodega. Buscar las viejas ropas del personal femenino de North Collan.

—Voy a hablar con Tzuyu. ¡Esta noche brillaremos!

—Ya. Seguro y montas un espectáculo de modas.

—Nayeon, no seas ridícula. —La coreana casi se sintió ofendida. Sana hablando de ridiculez, eso sí era ridículo—. ¡Haré una maldita fiesta!

Solo Sana podía superarse a sí misma con tanta facilidad. Salieron de la bodega, donde Chaeyoung las esperaba en la puerta junto a Momo con quien se estaba besando sensualmente. Nayeon sintió un poquito de envidia.

—Váyanse a su celda, cerdas. —Se burló Dahyun tomando de las caderas a Momo e inclinando su pelvis hacia adelante para restregarse de golpe.

Sana miró a Nayeon con una ceja alzada y la castaña se encogió de hombros. No quería ni saber que ocurría con esas tres. Chaeyoung, entre risitas cómplices, se apartó de su pareja y miró las enormes bolsas que tenía Sana. Un brillo en sus ojos la delató.

—... No.

—¡Sí! —Respondió la rubia.

Nayeon bufó y comenzó a caminar. Escuchó las burlas de sus amigas a su espalda, quienes caminaban tras ella. Sana emocionada y vociferando sobre como esa sería la mejor noche de sus vidas. Desde que James había adquirido la potestad del Under, Tzuyu había ganado algunos cuantos beneficios y Sana era quien más los disfrutaba. Era cosa de ver como se paseaba por los pasillos de la penitenciaría, prácticamente restregándole a todas las reclusas que era la puta de una de las mandamases.

Llegaron a la celda de Sana, donde Momo las dejó para ir a avisarles a Mina y Tzuyu los planes de la rubia. Sana estaba decidida a convertir esa celda en un maldito antro y quizá a Nayeon no le molestó tanto la idea al ver como su amiga sacaba tres botellas de bourbon de una vieja caja.

—Veamos que tenemos aquí. —Comenzaron a inspeccionar las prendas de ropa y Sana tomó un brasier pequeño de encaje en color negro.

—¿Quieres un porro? Podemos drogarnos primero. —Soltó Dahyun rebuscando en los bolsillos de sus pantalones.

—Por favor, sí. —Nayeon juntó las palmas de sus manos y asintió reiteradas veces.

De los meses que llevaba en North Collan, algunas veces se drogaba con porros que las chicas generosamente compartían con ella. A Mina no parecía molestarle particularmente y Nayeon tampoco abusaba de ello.

Se sentó con el brasier en mano. Arrugó la nariz al olerlo ya que no tenía precisamente el aroma de las flores. Vio como Sana comenzaba a desvestirse al igual que Chaeyoung mientras Dahyun prendía el porro y todas mantenían una conversación completamente estúpida. Sí, es que eran un caso especial. Para cuando llegaron las chicas rudas, Nayeon ya se encontraba completamente ida, con una botella de bourbon en la mano y el brasier sobre sus deliciosos pechos. Sentada sobre una superficie de madera que simulaba ser una mesa, sonreía estúpidamente ante las bromas absurdas de Dahyun sobre lo genial que lucía esa... ¿Era una falda? O lo que fuese ese tubo de tela que tenía sobre sus piernas. No era una fiesta, eran pobres convictas fingiendo que, por una noche, no se encontraban reclusas en una cloaca de lamentos y miserias, pero se sentía malditamente bien.

—¡Por esto te quiero, rubia de mierda! —Gruñó Tzuyu tomando a Sana del brazo para apretarla contra su cuerpo, juntando sus pechos con la espalda de la rubia.

—¡Solo besa el suelo por el que camino! —Respondió emocionada, sonriendo ante los besos que Tzuyu dejaba en su nuca.

Nayeon casi saltó sobre Mina cuando la vio entrar a la celda, con su rostro agotado y unas enormes ojeras adornando sus brillantes ojos ónice. Toda su fibrosa contextura, perfectamente moldeada y que invitaba a probar a base de lametones; al desnudo.

—Voy por algunos asientos. —Murmuró Dahyun y golpeó el hombro de Momo para que la acompañara.

Mina llegó hasta Nayeon, quien se abrió de piernas, dejando sus centros perfectamente encajados. Le era imposible no sonreír, su dueña estaba con ella. Y estaba malditamente drogada... Y llevaba puesto un muy sensual brasier haciendo lucir sus perfectos pechos.

—¿Qué hace mi conejita vestida así? —Le preguntó al oído, tironeándola de las caderas para que juntaran sus cuerpos lo máximo posible—. Hm. Tan caliente para tu dueña.

—¿Te gusta? —Ronroneó. Colocó su mano sobre el duro abdomen de Mina, y ésta se calentó al sentir la piel algo húmeda y firme de su dueña—. ¿Te excita verme así y no toda andrajosa?

Mina, sin importarle en lo más mínimo quienes estaban ahí, tomó la mano de Nayeon y la colocó sobre su sexo. Eso bastaba para responder su pregunta. Nayeon gimió bajito y se acurrucó en los pechos de Mina, dejando la botella a un lado y levantando sus brazos para rodear el cuello de su dueña.

—¡Perras en celo, dejen eso para después! —Exclamó Sana con fingida molestia, siendo bestialmente traicionada por su sonrisa brillante. Se encontraba sobre el regazo de Tzuyu, quien fumaba un porro—. Ahora vamos a beber hasta que olvidemos quienes somos.

Eso no sonaba tan mal. Momo y Dahyun no demoraron en llegar, así como unas cuantas guardias, quienes se vieron en la obligación de comprobar el motivo por el que había tanto ruido en la celda de la peleadora de James. Solo hizo falta que vieran la molestia en el rostro de Mina, Tzuyu y Momo para que desaparecieran, disculpándose por interrumpir. Sana cantó, Chaeyoung inventó juegos estúpidos y Momo hizo aparecer unas botellas de Ron de algún lado. Nayeon tomó hasta que el alcohol le hizo imposible hablar sin arrastrar las palabras y Mina realizó estúpidos concursos junto a Tzuyu y Momo.

—¡Bastarda tramposa! —Reclamó Tzuyu a Momo cuando esta le encesto a un pequeño vasito con una bola de papel arrugada.

—Ma-mal per-perdedora. —Bromeó Sana, notablemente ebria y arrastrando las palabras. Puta perdedora.

—Púdrete rubia.

—A tu lado. —Sonrió.

Tzuyu borró cualquier molestia de su rostro y se inclinó para dejar un beso en los húmedos labios de Sana.

Nayeon estaba demasiada ebria para decir cuan linda pareja hacían y que deberían casarse. No, mejor aún... ¿Por qué mejor no se casaba ella con Mina? Se apartó un poco de su dueña, quien tenía una expresión ligeramente risueña mientras miraba como Momo intentaba meterle mano a Chaeyoung y esta no se dejaba.

—Mi-Mina...

—¿Hm? —Ahuecó sus manos para arrullar el rostro de la japonesa y que esta la mirara—. ¿Conejita?

Mina se llevó la botella a la boca y le dio un sorbo al licor de Ron que pasó por su garganta, quemando deliciosamente los músculos de esta.

—Por qué n... —Sacudió su cabeza en un intento por pasar su borrachera. Mala idea—. Cásate co-conmigo.

Mina escupió el licor que había en su boca, agitó sus pestañas y todas guardaron silencio. Sana miró a Tzuyu y luego a Chaeyoung. Un efecto cadena de miradas se desató y Nayeon sonreía perezosa.

—¿Nos perdimos de algo? —Preguntó Chaeyoung.

Mina tragó grueso cuando Nayeon presionó un beso sobre sus labios, permitiéndole sentir ese tibio vaho alcoholizada.

—Oops.

—... Nayeon. —Mina bajó el rostro y luego observó a las presentes cuyas miradas curiosas indicaban que realmente querían saber que había ocurrido. Encontró sus orbes ónice con los de Tzuyu y se encogió de hombros—. Es que es tonta. —Mina mordió su labio inferior y volvió su vista a Nayeon—. Un día de estos vas a acabar conmigo. Tus mariconerías... son mi debilidad, conejita. —Se apartó de Nayeon y con un movimiento ágil, la tumbó sobre su hombro cual costal de papas.

—¡O-oye! —Se quejó Nayeon, pegando un chillido cuando Mina dejó caer su mano en un azote duro y cruel sobre su trasero.

—Nos vamos. —Les indicó a las presentes. Al ver como todas esperaban una explicación y con sus labios torciéndose por voluntad propia en una sonrisa, decidió hablar—: Tengo una luna de miel que celebrar.

Para cuando Mina la sacó de la celda, solo faltaba poco más de una hora para que se cortara el suministro eléctrico al interior de los calabozos. Con el brasier bajo una holgada camiseta que no sabía a quién pertenecía, llegaron hasta su propio nido. Dejó a Nayeon sobre sus pies, apoyada en la pared para poder tirar del escueto colchón del catre superior al suelo.

—Voy a mon-montar t-tus de-dos. —Susurró Nayeon con una sonrisa oculta tras su mano hecha puño.

—Por supuesto que sí. —Mina humedeció sus labios, y ya con el colchón en el suelo llegó hasta Nayeon. Tiró del suéter de esta y la dejó nuevamente con aquella vieja y maltrecha pieza de lencería—. Esta noche vas a hacer tantas obscenidades, conejita.

Mina se inclinó para comenzar a degustar la piel caramelizada de Nayeon.

—V-voy... —Jadeó, buscando aire—. A comerme tu vagina.

—Sí, lo harás.

Las manos de Mina se presionaron sobre el trasero de Nayeon. La coreana suspiraba entre gemidos dóciles. Mina comenzó a lamer la curvatura del cuello de Nayeon, degustando su piel caliente.

—...Y a llenarme de ti.

—Sí. Tan guapa, llena de mí. ¿Te gusta, verdad?

—M-me gusta...Porque eres mi dueña. —Nayeon encorvó los dedos de sus manos cuando Mina deslizó sus manos por debajo del brasier, ahuecándolas en los sensibles pechos de la castaña, acariciando con sus pulgares los erectos pezones de Nayeon—. Mi novia... Mi esposa.

—Hm... ¿No te basta con que sea tu dueña?

—N-no. Lo quiero todo.

—Eres una maldita ambiciosa. —De un movimiento brusco, tomó a Nayeon de los hombros y la empujó al colchón del suelo. El frío no importaba gracias al alcohol en sus cuerpos—. Una muñequita caliente dispuesta a dejarse follar por su dueña.

Mina se sentó a horcajadas de Nayeon y barrió con sus manos por los suaves y deliciosos pechos de esta. Sus centros se rozaban a través de sus pantalones.

—Por... s-su esposa.

—Maldita sea, ¿No puedo sacarte esa puta idea de la cabeza?

Nayeon negó con la cabeza.

—No.

—Perra caprichosa. —Mina rumió y tiró los cabellos de la nuca de Nayeon para dejar expuesto su cuello. Se inclinó hacia adelante y mordió la quijada de la castaña, sintiéndose mareada y excitada en demasía.

El cuerpo de Nayeon estaba febril, y sus labios adormecidos rogaban por un beso castigador y cruel. Buscó la boca de Mina y gimió de placer cuando su dueña la devoró con avidez. Respondió perezosa a las provocaciones de la lengua de Mina que penetraba su boca. Se separaron indóciles y Mina lentamente se deshizo de los pantalones la coreana. Recorriendo lentamente las blanditas piernas de esta. Mordió el interior de un muslo de Nayeon y sonrió perversamente al escucharla soltar un quejido de dolor y placer.

—M-Mina... —Estaba desorientada, perdida en los chispazos de corriente que estallaban en cada parte de su cuerpo que Mina tocaba—. Fóllame. Tómame, tómame. Lo quiero.

—Todavía no, tienes que comerte la vagina de tu dueña y tengo que prepárate.

Nayeon negó con la cabeza.

—No, no quiero. Házmelo ahora, quiero sentirte. Que duela... Po-por favor.

—Joder. Guarra.

Con movimientos lentos y sensuales, guiados por el alcohol, Nayeon quedó encima de Mina, sentada a horcajadas de ella y con todo viéndose levemente borroso a sus ojos. Desabrochó el pantalón de Mina y se acomodó para que la japonesa pudiera tener acceso a su centro.

No quería esperar, necesitaba sentir a Mina dentro suyo casi con urgencia. Necesitaba esa conexión, ese algo que ocurría últimamente; cada vez que tenían sexo. Mina dio un lametón en su mano, dejando en esta un rastro de su saliva; caliente y espesa. Lubricó pobremente la entrada de Nayeon y sonrió al escuchar como su dueña jadeaba en anticipación. Sabía que a Mina el sexo duro le encantaba, y ella en particular había comenzado a encontrar cierto placer en el dolor que le precedía al orgasmo.

—Estás tan caliente. Solo por mí.

—Solo por ti, pequeña ramera.

—Sí. —Se deslizó sobre los dedos de la japonesa, impulsándose con sus rodillas para quedar con su pelvis en altura. Su rostro estaba tenso y tenía su labio inferior dolorosamente atrapado entre los dientes. Los dedos calientes de Mina rozaron su entrada y gimiendo por el dolor, se penetró a sí misma—. Mi-mierda, duele. B-bebé, duele.

Mina botó el aire de sus pulmones y entornó los ojos. En un goce pleno al sentir las calientes y estrechas paredes de Nayeon en sus dedos.

—Ahora te aguantas, cariño. No pienso salir de tu vagina hasta que te corras sobre mí. —Rasguñó la piel de un glúteo de Nayeon con una mano y ejerció fuerza en la otra mano para penetrarla aún más—. Vamos, conejita. Muévete o voy a ponerte sobre tus rodillas para castigarte.

El dolor en su piel magullada por las uñas de Mina le dijo que no mentía sobre castigarla. A pesar del dolor y de la quemazón en su dilatado sexo; comenzó a moverse. Apoyó ambas manos en los pechos de Mina y comenzó a dar pequeños brincos oscilantes.

—Estoy tan llena, bebé. —Gimió agudo—. Chupa mis pezones. Por favor, te lo ruego.

La japonesa no demoró en someterse a la súplica de su conejita y le bajó los tirantes del brasier, dejando expuestos esos dos pechos que la volvían loca, tan rosados que lucían marcas de besos a su alrededor. Nayeon inclinó la cabeza hacia atrás y ahogó un lamento cuando Mina agarro impulso con su mano, hundiéndose en ella con fuerza. La boca de su dueña lamia y chupaba sus pezones, el centro de Mina estaba tan húmedo por sus flujos, debido a la excitación. Ver a su conejita penetrarse con sus dedos, mientras sus pechos brincaban frente a sus ojos, provocando una sensación tortuosamente placentera debido al roce de su piel contra la de Nayeon.

—Joder. Tu cuerpo... Tú cuerpo es perfecto.

Sonrió ante las palabras de Mina, premiándola con sensuales gemidos de placer que abandonaban sus labios; llenando la celda de música lasciva. La mano libre de Mina se posó en su cintura, agarrándola con firmeza y supo que su dueña no podría controlarse más. Cerró los ojos, lagrimosos ante el dolor de las crueles y toscas embestidas en su interior; entreabriendo los labios, abandonándose al martirio de placer que solamente Mina podía provocarle.

Los ojos de Mina devoraban cada movimiento de Nayeon; quería devorarla hasta que no quedaran ni sus huesos. Las pieles chocando sonaban obscenamente, el calor en sus cuerpos y el alcohol en su sistema creaba una sensación única y hormigueante que recorría todas sus conexiones nerviosas. Se sentía quemar en placer.

—Beso. —Exigió Mina. Voz rasposa y entrecortada. Se enderezó de un movimiento alífero, buscando con rabia los labios de Nayeon que la seducían, rojos y húmedos; dispuestos a dejarse morder por sus dientes.

—S-sí. Beso, beso. —Colisionaron sus bocas y Mina rodeó a Nayeon con su brazo libre, guiando movimientos rápidos y feroces; sonriendo cuando supo que había dado con el punto dulce de su conejita.

Nayeon se retorció en sus brazos, derritiéndose cada vez que el pulgar de la emperadora tocaba su clítoris. Mina quería hacerla sentir más, volverla loca para que jamás pudiera olvidarla. Para que el cuerpo de Nayeon rechazara cualquier toque que no fuera el suyo.

—Vo-voy a llegar... Mierda, Mina... bebé. —Rodeó a la emperadora con sus brazos, atenazando sus manos en la nuca de esta. Mina la castigó con un último beso mientras ella alcanzaba un sublime y febril orgasmo. Nayeon apretó sus rodillas a las caderas de la japonesa, porque fue tan intenso que estaba segura, su pobre corazón no lo aguantaría.

—Ven aquí. —Mina sacó los dedos del interior de Nayeon y colocándose de rodillas, comenzó a bombear su propio clítoris frente al rostro de la coreana quien se encontraba sobre su espalda; temblando por los espasmos de su reciente orgasmo. Se colocó sobre la cabeza de Nayeon con sus rodillas a cada lado de la cabeza de esta—. Abre esa bonita boca, conejita, y cómeme mi vagina.

Nayeon obedeció, levantando la mirada y sacando la punta de su rosada lengua. La simple imagen llevó a Mina de vuelta al infierno unos segundos, solo para después guiarla al cielo. Nayeon lamio el clítoris de su dueña con frenesí. La emperadora alcanzó el clímax con sus fanales fijos en Nayeon, viendo como la boca de su conejita se llenaba de sus flujos. Nayeon saboreaba con la lengua las comisuras sucias de sus labios.

—Puta guarra... Me traes loca.

Y era esa sonrisita, aquel gesto infantil que Nayeon tenía siempre al finalizar, la coronación que su bestia interna necesitaba para calmarse. Nayeon era suya, quería ser suya. La castaña se lanzó sobre Mina, obligándola a caer de espaldas al colchón entre risas bobas y borrachas. Se miraron a los ojos, buscando sentimientos que ni siquiera sabían, existían antes de conocerse.

—No puedes dejarme. —Musitó finalmente la japonesa, con su cabello desordenado y su respiración todavía agitada. Acunó una mejilla de Nayeon con su mano y dejó suaves caricias en la lechosa y aterciopelada piel—. No puedes.

—No, no puedo.

—No. Tú, conejita... —Negó con la cabeza, comenzando a sentirse subyugada por primera vez—. Tú me haces humana.

—Te quiero, Mina.

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