
15.
Cuando Mina veía la muerte posarse sobre los humanos, cuando los veía perder el brillo en sus ojos y respirar por vez última, se preguntaba qué sería de sus almas. Un Dios inexistente no podía hacer mucho por ellas. Algunas veces pensaba en morir solamente para saciar su curiosidad. No resultaría difícil, era cosa de darse a sí misma una puñalada certera sobre un órgano vital y podría finalmente abandonar aquél mundo que tan miserable le parecía; respondiendo aquella pregunta que tuvo desde el momento en que vio a su madre morir ante sus ojos. ¿Por qué no lo había hecho? No lo comprendía realmente, había hecho bailar el cuchillo incontables veces entre sus dedos, deleitándose al pensar que sería ella misma quien decidiría su muerte y no otra, pero nunca enterraba el cuchillo, siempre había algo que recordaba no haber hecho y se detenía. Morir con arrepentimientos no era una opción.
La última vez que tuvo el cuchillo, pensó que sería la definitiva. Incluso la punta de la navaja ya se hundía sobre su pecho, dispuesta a hundirse en su carne y perforar aquella zona pulmonar. No había nada que quisiera realmente como para perpetuar su estadía en el mundo. No sentía dolor, ni frío ni hambre. Su corazón no era más que un órgano podrido, sepultado bajo tierra maldita y lleno de gusanos. Ya lo tenía todo, una asesina de reyes y una conquistadora de bestias. Una emperadora simplemente aburrida. Y esa noche había sido la indicada para abrirse paso a lo desconocido, para aventurarse en el camino que la parca le mostraba seductoramente en sueños. Luego escuchó una respiración suave y vio unos ojos cafés.
Recordaba haber pedido una nueva distracción para sus aburridas noches donde ya ningún cuerpo la satisfacía, pero jamás pidió que le dieran un motivo para no enterrarse el cuchillo, sin embargo, ahí estaba. Frente a ella y Mina se preguntó si habría algo además de la muerte que no conocía. Nunca fue una justiciera o una redentora de pecados. Todas cargaban su propia cruz, y para Mina, Yuqi no era diferente. Una mujer corrompida más, una de las tantas que vagaban por el mundo destruyendo todo a su paso y que había terminado en Camp Alderson. Y así hubiese permanecido de no ser porque los ojos de Mina, al asecho de cualquiera que intentara acercarse a su coneja, vieron como Yuqi lentamente volvía a Nayeon el único objeto de su atención. Simples miradas de soslayo por parte de la oriental se convertían día a día en una hambruna calcinante hacía Nayeon, la pequeña bribona que caminaba pomposa y sonreía demasiado, con una inocencia que volvía loca a Mina y que despertaba los demonios internos en las reclusas en Camp Alderson.
La jodida coneja no tenía idea de lo que significaba su presencia en ese lugar. Mucho menos veía las sombras que esperaban devorar no solamente su cuerpo, sino su humanidad. Mina lo sabía porque era la emperadora de aquellas sombras y fue cuando Nayeon volvió a ella, cuando la arrancó de los brazos de la oriental que decidió conocer más de su enemiga declarada. Song Yuqi, la única mujer que no podía matar por órdenes de Mark. No le fue difícil averiguar sobre Yuqi. Mark como mal bebedor que era, una noche en el Under y bajo los efectos del alcohol, le había contado como fue que la salvó de la pena de muerte a cambio de que fuera su peleadora. Le contó a Mina lo despiadada que podía resultar Yuqi bajo ese disfraz calmada y como debía conseguirle un tipo especial de diversión para mantenerla controlada. Y Nayeon era tan dócil, suave a la vista. Parecía volarse con el viento y sus cabellos siempre iban rebeldes, sin importar cuanto intentara acomodarlos, igual que una niña pequeña. La manera en que sus mejillas se pintaban de bermellón cuando se avergonzaba, como sus ojos cafés transmitían todo sin necesidad de palabras y el color de sus labios cuando los mordisqueaba nerviosa. ¿Cómo estaría la llorona de su conejita?
Mina atrapó su labio inferior, mordisqueando una esquina de este para evitar sonreír. Es que ya la veía y todo, seguramente acurrucada en su cama y culpándose de lo sucedido. Dios, como la ponía de caliente cuando Nayeon lloraba en la cama, siempre pidiendo por más, aun cuando su cuerpo parecía agotado. Seis meses ya con la conejita y sentía que le harían falta unas cuantas vidas más para poder conocer todo ese cuerpo pequeño y tibio.
"¿Te gusta el chocolate, Mina?" preguntó con su voz desgastada la pequeña coneja. Su cuerpo casi encima del de Mina, quien miraba hacia el frente, apoyando la cabeza en sus manos entrelazadas tras su nuca. Ambas desnudas, cubiertas por las infinitas mantas de la cama que las protegían del frío. La emperadora ya estaba acostumbrada a la plática sin sentido luego de una salvaje sesión de sexo. Era imposible para Nayeon no salir con algún tema irrelevante una vez que terminaban de follar y a Mina no le molestaba, incluso algunas veces se encontraba a sí misma respondiéndole de buena gana.
"Me da igual."
"¿Lo dices en serio? Wow."
Nayeon se acomodó entre los pechos de Mina y esta arqueó una ceja, sin poder evitar la sonrisa perezosa que sus labios torcían.
"Eh, maricona... Que pareces un pulpo, ¿sabías?"
Nayeon pellizcó su pezón.
"No soy un pulpo. Los pulpos son jodidamente feos". Mina negó con la cabeza, sonriendo y con los parpados pesados. "¿Entonces qué cosas te gustan?"
"Comer, follar y dormir.... Pelear, quizá."
"Más específica. Quiero saber de ti."
"Es que no hay más específica, conejita". Volteó las posiciones quedando encima de Nayeon, apresándola con sus pechos. "Mientras sea comestible, me lo como. Mientras pueda cerrar los ojos y dormir, no me importa donde sea, lo haré.... Mientras pueda pelear para sobrevivir, estaré complacida de romper huesos y quebrar cuellos." Los ojos cafés de Nayeon no parpadeaban.
"¿Y yo? ¿Estoy en la categoría de... mientras pueda follar no me importa quién sea?"
"Estás en la categoría de... Mientras pueda follarme a mi coneja, no me importa dónde ni cuándo ni cómo, pero lo haré... Porque eres malditamente mía y voy a sodomizarte cuando se me dé la puta gana."
"¿Y si yo no quiero?"
"Siempre quieres" bromeó. "Pero jamás... No podría, tú sabes. Si no lo quieres, pues no lo quieres y me jodo. Punto."
Nayeon mordió su labio inferior, atrapando una sonrisita coqueta, de esas que lograban empalmar a Mina en unos cuantos segundos.
"Mina... Si te digo que te quiero, ¿me harás daño?"
"Si llegas a quererme, el daño te lo estás haciendo tú misma"
"Ya, es que igual sí. Quizá soy un poco masoquista y me gusta automutilarme."
"¿Me quieres?" Delineó el costado del rostro de Nayeon con los nudillos. Su piel era tan suave, incluso en ese pozo de ratas, permanecía suave. Beneficios de ser un ángel, ¿no? Nayeon no contestó, pero el beso que dejó en los labios de Mina fue tan delicado, suavecito y tibio... Que la emperadora no necesitó palabras. Pobre Nayeon, si tan solo supiera que Mina no mentía cuando le dijo que iba a terminar lastimada por quererla."
—Abran.
Escuchó la voz de Mark a través de la puerta metálica de contención. Sus ojos ónice pararon en el sonriente hombre frente a ella. Mina salió de la celda e inclinó su pelvis hacia adelante, con las manos apoyadas en sus caderas para destensarse luego de tantas horas en esa diminuta caja.
—Dios, Mina. ¿Qué haré contigo? —Suspiró, colocando una mano sobre el hombro de la japonesa para dar leves toques—. No tienes una maldita idea de lo que has hecho.
—Hm. —Mina se encogió de hombros—. Corté una garganta. Asesiné, nada nuevo.
Mark se repasó su cabello perfectamente engominado. Pidió un puro a uno de los hombres que se encontraban tras él y lo llevó a su boca, respirando hondo para llenarse de aquel humo. Mina se cruzó de brazos y esperó pacientemente, sabía que Mark estaba furioso y que no saldría bien parada de esa situación.
—¿Sabes cuánto dinero me costó traer a Yuqi hasta Camp Alderson? —Se sentó en un banco que dispusieron para él, cruzándose de piernas y sosteniendo su puro con una mano—. ¿Cuánto dinero estaban ofreciéndome por ella?
—En realidad me importa una mierda.
—Vi los videos de seguridad. Un asesinato por la espalda. Nunca dejas de sorprenderme, Mina. —La emperadora lamió su labio inferior y asintió—. Y justo hoy. Día de peleas... Más de diez mil dólares en apuestas para la pelea de Yuqi. ¿Qué se supone que haga ahora?
—Ahogarte en tu propia mierda es una buena opción. —Mina señaló el puro del hombre, y Mark, manteniendo su sonrisa siniestra, se lo ofreció—. Odio que fumes estas porquerías. Hacen mal para la salud.
—Eres peor que mis hijas, Mina.
Mina dio una calada al puro y se lo devolvió a Mark.
—Mark, estoy de buen humor así que deberías aprovechar de dispararme ahora que te la pongo fácil.
—Bueno. En realidad, no estoy tan molesto como debería... pero Mina, necesito recuperar mi dinero y tú vas a hacer eso posible. —Mina alzó el mentón, conocía el mundo de Mark y sabía que solo había una razón para que la mantuviese con vida—. Verás, hoy es la pelea en el Under y cómo te has cagado a mi peleadora... Ya no tengo entretención que ofrecer. Así que estuve pensando y pensando. ¿De qué manera puedo joderme a esta hija de puta y recuperar mi dinero?
—Venga, si con la media neurona que tienes no creo que pudieras llegar muy lejos.
—En realidad, he tenido un plan excelente. Todas saben que eres la mejor, por eso cada vez las apuestas van peor... Nadie cree tener oportunidad contra la emperadora de Camp Alderson y las cabronas ya se han aburrido de comprar peleadoras para que las mates antes de los primeros diez minutos. —Mina levantó las manos, palmas hacia arriba mientras se encogía de hombros. Mark lanzó una pequeña risilla ronca—. Entonces pensé... ¿Por qué no darles un poco de ventaja? Así animamos las cosas.
Mina cayó al suelo cuando un fierro fue a dar en su cabeza. Iba a levantarse para devolver el golpe cuando dos disparos en su pierna la hicieron caer nuevamente. El grito de dolor se escuchó en todo el lugar como un rugido escabroso. Mark sostenía un arma en su mano, el humo de la pólvora bailaba sobre el metal. Los hombres de Mark rodearon el cuerpo de Mina, con fierros en sus manos para destrozar a la emperadora que se tapaba la cabeza. No iba a defenderse, no si quería salir con vida de ahí. Sus músculos se endurecían para recibir los golpes. Intentaba no respirar para evitar golpes en sus costillas. Solo debía aguantar un poco más.
—Creo que eso será suficiente ventaja. Llévenla al Under y avisen a mi círculo que hoy tendremos una función especial. —Mark deslizó el arma a través de su rostro, sonriendo cínicamente en dirección a Mina—. La emperadora de Camp Alderson defenderá su reino de cualquiera peleadora que le traigan. No hay límites de pelea hasta que salga el sol y las apuestas están abiertas toda la noche.
Colocaron a Mina de pie, arrastrándola cual cristo en la cruz con sus brazos estirados. La japonesa abrió los ojos y miró a Mark, escupiendo la sangre de su boca antes de sonreírle.
—Maldito hijo de puta.
Mark miró el puro en su mano y lo lanzó al suelo. Pisándolo con la suela de su zapato antes de colocarse de pie.
—Esta va a ser una noche muy productiva.
•
•
•
Nayeon quiso salir de su celda en busca de Mina, pero Sana se lo prohibió. Por órdenes de Tzuyu, debían permanecer en la celda, encerradas de ser posible hasta que todo se calmara. Quienes habían tomado a Yuqi como una próxima líder no estaban contentas con la muerte que Mina le había dado y Tzuyu creía que podrían ir por Nayeon. La coreana estaba sentada en su cama, con las manos juntas como si estuviese orando, mas sus pensamientos no eran otra cosa sino un vacío blanco y vago. Se sentía tan asquerosa, despreciable. ¿En qué se había convertido?
—Yeonnie... —La voz de Sana se hizo oír después de muchos minutos de silencio—. Ya deja de culparte. No fue por tu culpa que...
—Lo fue, Sana. Lo sabes tan bien como yo. Mina me dijo que no podía matar a Yuqi y yo... Mierda. No me importó. —Aún sentía el sabor del último beso que Mina le dio—. Le dije que era un monstruo y le exigí que matara a una persona. ¿Qué clase de ser humano soy?
Sana suspiró con un movimiento de cabeza. Sin saber cómo sobrellevar la situación.
—Yeonnie, no quiero sonar entrometida, pero... ¿Qué ocurrió? Tú no eres así. Jamás le habías pedido a Mina que lastimara a alguien, mucho menos que asesinara. —La rubia tomó las manos de Nayeon entre las suyas—. Y no me mientas, perra estúpida. Quiero la verdad.
Nayeon miró a su rubia amiga. Jamás había hablado de eso con otra persona además de su psicólogo. Era algo que se había obligado a olvidar. Que ingenua había sido.
—Sana... Yo, uhm. Cuando empecé mi internado de medicina pediátrica... —Guardó silencio unos cuantos segundos, buscando la forma de no quebrarse ante la verbalización de sus recuerdos—. Se me asignó una paciente. Su nombre era Mia.
—¿Una niña?
—Sí. Era tan hermosa, Dios. No tienes idea... Podía iluminar toda una habitación con su sonrisa. Ella era muy tímida, no hablaba con otras personas además de mí.
Nayeon se perdió en sus vagos recuerdos. El día que se le entregó la ficha médica de su nueva paciente. La primera... Estuvo tan emocionada que prácticamente había corrido a la habitación de la menor. Ella era un pequeño ángel, tan vulnerable y pequeña para sus diez añitos. Nayeon literalmente enmudeció cuando la vio, sonriendo tímidamente mientras agitaba su manito en un saludo. Se suponía que sería su paciente, y de alguna forma se transformó en su mejor amiga. Nayeon le contaba cuentos y ella cantaba desafinadas canciones infantiles. Comían golosinas a escondidas de las enfermeras y Nayeon siempre le llevaba uno que otro regalo. Los padres de Mia nunca la visitaban, demasiado ocupados con sus importantes trabajos como para prestarle atención a su hija; hospitalizada por una apendicitis. Y fue un día cualquiera, cuando se encontraba realizando sus rondas, que lo conoció. Sentado al lado de la cama de Mia, sonriendo amablemente hacia Nayeon. Su nombre era Jean. Alto y estoico, Nayeon tuvo una especie de enamoramiento instantáneo por el hombre. Tan cautivada quedó, que no vio el grito de auxilio en los ojos de Mia, pero estaba ahí. Ellos avisan, usan mil maneras para pedir socorro... Buscan sin palabras el ser salvados. Con demonios tragándoselos lentamente mientras esperan que alguien se dé cuenta y termine con su padecimiento.
—¿Qué ocurrió con ella, Yeonnie?
Nayeon permaneció en silencio. Raspando la carne de las palmas de sus manos con las uñas; ira y asco consumiéndola.
—Ella... Ella era abusada por su hermano mayor. Él practicaba violencia física y abuso sexual en Mia. —La voz de Nayeon era seca, sin emoción alguna.
—Dios... ¿Cómo supiste? ¿Lo pillaron?
—Lo vi con mis propios ojos. —Y para ese momento, Nayeon ya no era más que simples resquebrajos. La culpa era una víbora que le comía las entrañas—. Vi como él abusaba de ella.
—Mierda...
Una escena que nunca podría borrar de sus recuerdos, maldita y putrefacta. Sin importar cuanto lo intentase, era una herida que jamás cerraría; que la torturaría por siempre.
Esa noche fue su turno de hacer rondas nocturnas en el hospital; de vigilar a todos los pequeños de pediatría, pero Mia era la que robaba su atención. Así que no pudo detener su impulso y pasado media noche, se adentró en el pasillo de los pacientes en recuperación, hasta la suite de Mia; una de las más costosas del hospital. Con la idea de despertar a la pequeña, de pellizcarle la nariz e inventar algún juego que pondría los gritos de las enfermeras en el cielo. Y cuando abrió la puerta de la habitación, una parte de su vida se terminó.
—Fue la primera persona que quise matar. —Nayeon no dijo nada más. No hubo necesidad.
Poco importó que el infeliz se hubiera quitado la vida para no sufrir el repudio merecido por sus actos. El daño ya estaba hecho... Y Jean no obtuvo un castigo por ello. Le dijeron incontables veces a Nayeon que no era su culpa, pero sabía que solo eran vacías palabras consoladoras. Ella debería haberlo visto, debería haber salido de su burbuja para ver la mierda de la realidad, pero tonta ingenua como era por naturaleza, no lo hizo. Nayeon nunca pudo volver a ver a Mia. No se sentía con el derecho para hacerlo. No se sentía con el derecho a pedir perdón. Y ahora, un segundo pecado caía sobre sus hombros. El destino de su dueña estaba sellado y había sido su culpa. La mujer que podía llevarla al cielo o al infierno a su antojo. Que no le prometía las estrellas, pero que simplemente robaba partes de la luna para Nayeon. Si Mina moría, no habría libertad. Nayeon simplemente pasaría el resto de su vida encadenada a un cuerpo sin vida, a una muerta. Consumiéndose lentamente y apagándose hasta que no quedara en ella más que un gris podrido y un amor carcomido por los gusanos. Sin su dueña, quedaba vacía; sepultada en vida.
No quería ojos si no podría volver a ver a Mina.
No quería oídos si no podría volver a escuchar la voz de Mina.
No quería boca si no podría volver a hablarle a Mina.
No quería manos si no podría volver a tocar a Mina.
No quería respirar, si no podría volver a oler el aroma de Mina.
No le importaba dejar de existir, si el motivo de su existencia le era arrebatado.
No quería la cordura, porque para querer a Mina había que caer en la demencia y Nayeon iba a quererla por siempre. Viva o muerta.
Un sonido en la puerta hizo que Sana saliera de la cama, con su oreja pegada a la puerta oxidada.
—¿Tzuyu?
—La misma que come tu vagina. Abre la puerta.
Sana movió el cerrojo de seguridad y Tzuyu se adentró en la celda. Acompañada de unas cuantas mujeres, vestía un short y top deportivo, llevaba las manos vendadas. Cuando era momento de pelear, esas míseras prendas de tela desgastada eran su armadura.
—Mina... —Fue lo único que dijo Nayeon. No le importaba nada más.
—Está viva. —Y con esas palabras dichas, Nayeon abandonó sus innegables deseos de morir.
—¡¿Y dónde está?! ¿Qué le hicieron? —Escandalizó Sana debido al mutismo de Nayeon. Mordía sus uñas con ansiedad.
Yuri bajó la mirada, tragando duro.
—Está en el Under.
—¿Qué?
Nayeon no esperó respuesta. Empujó a Tzuyu y con los ojos llorosos, con el alma arrancándose en cada jadeo que salía por su boca, corrió hasta ese lúgubre y execrable lugar. Los latidos de su corazón eran frenéticos y dolían en su pecho. Sus manos estaban congeladas y su cuerpo parecía demasiado ligero, como si fuera a caer en cualquier momento. Ignoró los gritos de Tzuyu y las advertencias de las guardias. Su cuerpo se sentía pegajoso, como si con cada paso que daba, alguna sustancia viscosa se adhiriera a su piel. Quemaba como azufre hirviendo y hacía que quisiera gritar. Empujó a quienes se ponían por delante de ella, forzándose a sí misma a respirar. Las puertas del Under estaban frente a sus ojos. La guardia frente a ella sonrió con perfidia, disfrutando del dolor que Nayeon transmitía con todo su cuerpo.
—¿Vienes a ver a tu novia, puta?
No respondió. No podía hablar. Aferrándose a la barra metálica de las escaleras, descendió hasta el antro que tanto había evitado. El olor ya no le molestaba, los gritos ajenos no eran más que un murmullo lejano. Sus ojos estaban empapados por aquellos vestigios de lágrimas que le nublaban la visión; no podía limpiarlos porque sus manos se aferraban a su plano vientre. Fue empujada y sacudida por aquellas que estaban ahí para ver el espectáculo.
Nayeon llegó al frente del ring y cayó de rodillas al suelo. Cubrió su rostro con ambas manos. El sonido de la sangre salpicando martirizaba sus oídos. Un grito desgarrador salió de su garganta a modo gutural al mismo tiempo que rasguñaba su propio rostro, hundiendo sus uñas en la carne.
¿Ese era su castigo? ¿Ver morir a su dueña?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro