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09.



Sus dedos se presionaban dolorosamente contra la áspera pared. Tenía resentidas las yemas de sus dedos y aún así no podía despegar sus manos del concreto frío. La desesperación con la que el vapor caliente salía de su boca entreabierta, las gotas de sudor perlado que hacían un camino por su piel caliente y el frío de la noche que contrarrestaba el fuego de su sangre; la volvían loca. Quería sacarse el corazón para no sentir aquellos frenéticos latidos.

—No te lo guardes, conejita. Gime para mí. —La demandó quedamente—. Muéstrame cómo te gusta que te de duro.

Nayeon soltó su labio inferior, dejando emerger agudos y suaves gemidos que nacían en su garganta. Estaba en una vertiente de placer y hedonismo. Con su dueña reclamándola, hundiéndose en ella. Una mano de Mina se clavaba en sus caderas, posesiva y sensuales.

—M-más. Dueña, Mina. —Imploró agonizante

El sudor de Mina caía por su espalda, traspasándole la piel como ácido y fusionándose con su propia sangre; quedándose en ella. Estaba al borde de un precipicio, llevada por la forma bestial y pérfida que tenía su dueña para follarla. Una moribunda sedienta que era lanzada a un manantial de aguas dulces, bebiendo hasta saciar su sed y ahogándose al mismo tiempo. Las penetraciones eran lentas y profundas, haciéndola necesitar más. Su punto dulce enviaba descargas eléctricas cada vez que los dedos de Mina la rozaban. La quemazón en su pequeña y rosada entrada, apenas dilatada antes de que Mina se adentrara en ella, provocaba espasmos en su cuerpo.

—Me encanta tu vagina. Joder, muévete para mí, para tu dueña. —Rasguñó la carne de los glúteos de Nayeon—. Tan puta, solo para mí.

Cimbró su espalda, obedeciendo a la exigencia de Mina. Jadeando en necesidad de aire. Se sentía llena, saciada en deliciosas sensaciones. El dolor del trato bruto de Mina contraponiéndose al placer que su propio cuerpo había encontrado en ello.

—Quiero tocarme. Por favor, ne-necesito. Yo n-necesito, dueña...

Mina se hundió con fuerza en su interior, sacándole un baladro suplicante.

—¿Quieres tocarte? Puta glotona. ¿No te basta con mis dedos llenándote? ¿Aún quieres más? —Gruñó.

El sonido de la piel húmeda chocando contra los dedos de Mina. La respiración pesada de Mina cerca de su nuca. El calor que ambas emanaban y el aroma de la sal picante que provenía del sudor de sus cuerpos. Todo era simplemente descomunal. Nayeon bajó una mano hasta su propio centro, doblando un antebrazo en la pared para dejar descansar su frente sobre este. Su clítoris palpitaba dolorosamente. Comenzó a bombear, retorciéndose y alzando sus caderas para que Mina pudiera penetrarla a gusto.

—¿Te estás tocando?

—S-sí.

—¿Se siente bien? Mis dedos hundiéndose en tu vagina mientras te masturbas. —Llevó su boca hasta el hombro de Nayeon y abarcando una generosa cantidad de piel, hincó los dientes. Mordiendo hasta que el sabor metálico de la sangre ajena se hizo sentir en su paladar.

—¡Sí! —Sollozó—. T-te necesito, más.

Lágrimas agolpándose en el límite inferior de sus enrojecidos ojos. La lengua de Mina se deslizó por la zona de piel lastimada, lamiendo y haciéndola arder.

—Voy a malditamente llenarte de mí, conejita. —Susurró Mina sobre el oído de Nayeon. Tironeándole el lóbulo de la oreja.

Nayeon se estremeció por las palabras de Mina. Tan sucias y carnales. La emperadora llevó su otra mano hasta el clítoris de Nayeon, abarcando la mano de esta y ayudándola a masturbarse más rápido.

—Te gusta esto, ¿verdad? Ser una maldita hembra y tener mis dedos dentro de ti.

Nayeon gimoteó en respuesta. La capacidad del habla yacía extraviada en alguna parte de su cabeza. Solo podía limitarse a sacudir su cabeza de arriba abajo con esfuerzo. ¿Para qué mentir? Lo quería todo de Mina. El sexo con su dueña siempre era así. Al borde de lo animal, inmoralmente sucio y pecaminoso. Las palabras eran obscenas y Mina parecía disfrutar subyugándola. Recordándole a Nayeon cuan suya era.

—M-me corro. —Lloriqueó lastimeramente. Tensándose y apretando los ojos mientras alcanzaba el orgasmo.

Sus paredes internas se estrecharon alrededor de los dedos de Mina, haciéndola jadear rasposo de placer. Se sostuvo gracias a las manos de Mina que envolvieron su abdomen, sin fuerza aparente en sus piernas y con la visión borrosa. Todo pensamiento coherente se encontraba nublado por una capa de placer al encontrarse en el cielo de los orgasmos. Mina giró a Nayeon y tomó su mano, introduciendo dos dedos de la coreana dentro de ella, buscando llegar a su propio orgasmo, con embestidas rápidas y duras, Mina se aferró a la coreana de tal manera que sus uñas penetraron su piel, los gemidos de la japonesa se perdían en la habitación, Mina temblaba debido al orgasmo el cual alcanzó luego de unas cuantas penetraciones más. Permanecieron en esa posición hasta que sus respiraciones se normalizaran.

—Mierda. Se siente tan bien...—Mina sacó los dedos de la coreana de su interior y su cuerpo se sacudió levemente—. Ven, te llevo a la cama que pareces una maldita cadáver temblorosa ahí.

—T-tan romántica. —Murmuró botando el aire de sus pulmones. Mina soltó una risilla mientras limpiaba los exhaustos dedos de la coreana dentro de su boca.

—Es lo que me haces. Me pones como una amariconada mamona. —Colocó una mano sobre un glúteo de Nayeon en una fuerte nalgada que hizo a la castaña dar un salto.

—¡Bestia! —Exclamó Nayeon, sobándose su adolorido trasero—. Joder, casi me rompes la cadera.

—Que te quejas, maricona Si te encanta que te azote.

Se inclinó y tomó el pantalón de Nayeon que se encontraba hasta sus tobillos. Enganchó el borde a sus dedos y lo subió, no sin antes dar un lametón en la roja y lastimada piel de su cordera. La cargó hasta la cama, donde Nayeon se terminó de vestir y se acomodó de costado. Mina se colocó una vieja camiseta de mangas largas. Giró el seguro interno y abrió la puerta de la celda para que entrara algo de ventilación. Algunas reclusas que pasaban por fuera la saludaron con temor y otras simplemente pasaban con la cabeza gacha. El reloj de muñeca de Mina marcaba las seis de la tarde. Arrugó la nariz al ver que se había pasado tres jodidas horas encerrada, follándose a Nayeon. No había ido a entrenar y al día siguiente desfilaban nuevas peleadoras para el torneo a realizarse en la noche.

—Voy al gimnasio. —Murmuró tomando sus guantes de entrenamiento. Nayeon asintió perezosamente, con el sueño haciendo que sus parpados pesaran.

—Si te vas a dormir, cierra la maldita puerta con seguro. No quiero volver y verte violada sobre la cama.

—Hm. —Pero Nayeon ya estaba durmiendo.

—Zorra insolente. —Mina ladeó una sonrisa y acomodó su cabello. Al salir vio a sus leales perras esperándola. Caminó hasta ellas, empujando a las infelices que invadían su espacio personal al caminar demasiado cerca de ella—. Tú. Te quedas aquí y te aseguras que nadie se meta a mi celda.

—Como órdenes.

Era una precaución algo excedida, puesto que jamás nadie se atrevería a entrar a su celda, pero no iba a arriesgarse, la idea de otra reclusa poniéndole las manos encima a su coqueta conejita le hacía hervir la sangre. Hizo su camino hasta el gimnasio, dando pasos firmes y con las manos en los bolsillos de su pantalón. Las reclusas se abrían paso a su alrededor, rogándole a una diosa inexistente no despertar la ira de Mina. Al entrar al gimnasio se sorprendió al ver a Mark, su mecenas. Mantenía una conversación calmada con Yuqi y fumaba un cigarrillo. De costoso traje y con su cabello cubierto de canas. Sonriendo con ese rostro de rata que tanto enervaba a Mina. La japonesa las ignoró y se colocó los guantes, visualizando a Tzuyu, quien coqueteaba descaradamente con Sana en un extremo del área de entrenamiento.

—¡Tzuyu, a entrenar! —Demandó. Su compañera inmediatamente se despegó de Sana, desordenándole sus rubios cabellos.

Trotó hasta Mina y con un gesto de cabeza se saludaron. Tzuyu se puso los guantes y comenzó a calentar. La morena miraba de reojo a Yuqi, gesticulando muecas de desagrado ante aquella que la había vencido.

—De tanto que la miras, pensará que quieres su vagina. —Se burló Mina con una sonrisa bufona.

—Como no te calles, Sana arrancará mi clítoris.

—Maricona dominada.

—¿Y qué? ¿Te excita o alguna mierda así? —Con una carcajada, Mina levantó una mano y la dejó caer en la nuca de Tzuyu golpeándola con fuerza a modo de venganza.

Su morena amiga se apartó, sobándose la nuca y maldiciendo por lo bajo. Estaban listas para comenzar su entrenamiento cuando la voz de Mark detuvo a Mina de lanzar el primer golpe.

—¡¿Qué?! —Gritó en dirección a su mecenas.

—Ven aquí. Tengo que discutir algunos negocios contigo. —Mina miró por el rabillo del ojo a Tzuyu y esta se encogió de hombros.

De unos cuantos pasos rápidos llegó hasta Mark donde Yuqi también se encontraba. Las inspeccionó a ambas, limpiándose las fosas nasales de un movimiento con su dedo pulgar.

—¿Qué mierda quieres?

—Tus modales están cada día peor, Mina. ¿No te alegras de verme? Traigo buenas noticias. —El hombre abrió su chaqueta y de ella sacó un sobre blanco. Se lo extendió a Mina y sonrió, mostrando sus dientes y aquella prótesis dental de oro que relucía—. Un pequeño trabajo. No es nada en comparación a todo lo que he hecho por ustedes. —Mina arrugó el sobre y se lo lanzó a la cara.

—No seas hipócrita. Te llenas los bolsillos gracias a mí. —Masculló Mina. Mark siseó, agachándose para tomar el sobre del suelo. Lo estiró y se lo entregó a Yuqi. Posteriormente volvió su rostro sonriente a Mina.

—Mina, parece que olvidas tu situación. Tú ganas tanto como yo gracias a estas peleas. ¿O quieres perder tus facilidades en prisión? —Colocó sus manos sobre los hombros de Mina—. Supe que te buscaste una putita. ¿Qué harías si ya no puedes darle de comer? Sabes que no es fácil para mí suministrarte de todos tus caprichos. ¿Cuántas mujeres de aquí no matarían a sus propios hijos para tener tus regalías?

—¿Me estás amenazando?

—Te estoy recordando cómo funcionan las cosas. Tú eres la emperadora de este lugar, pero sin mi dinero... no eres diferente al resto. —Se apartó de Mina y botó la colilla de cigarro al suelo—. Además. Las apuestas no han estado dando mucho. Las peleadoras están comenzando a escasear.

—Ese no es mi problema.

—Quizá no, pero no querrás que me quede en la calle. Sin mí, puedes ir despidiéndote de tu estatus. No más Mina intocable. Las guardias podrán hacer lo que gusten contigo. Comerás mierda y pasarás frío. Incluso puede que te quiten a tu putita... Eso sería un infortunio, ¿verdad?

Mina molió sus dientes. La sonrisa triunfadora de Yuqi se clavó en sus femeninas facciones. Algún día le rompería el cuello al infeliz de Mark; era un juramento interno.

—¿Qué tengo que hacer?



Mina se despertó al escuchar un golpe en su celda. Restregó sus ojos y con cuidado de no tropezar con nada, llegó hasta la puerta. Encendiendo la luz y pestañeando para acostumbrarse al cambio. Pasó saliva, aún media dormida y con su estómago despertando. Tenía hambre. Recordó unas latas de frutas en conserva que Mina le había entregado dos noches atrás. Podría comerlas antes de la cena. Mierda... ¿Qué hora era? ¿No se había saltado la cena, verdad? Abrió la puerta y...

—¡Noche de amigas! —Gritó Sana en compañía de otras dos reclusas. Chaeyoung y Dahyun.

Nayeon dio un salto y llevándose una mano al pecho por el susto, sacudió sus pestañas.

—Qué dem...

—¡Vamos a cenar juntas! Ya avisamos a una guardia que comeríamos juntas. —Sana pasó su brazo por el hombro de Dahyun—. Todo gracias a Dahyun, que da los mejores orales y tiene a la idiota que distribuye la comida como una babosa a sus pies.

Dahyun estiró una mano y revisó sus uñas, soplándolas y llevándoselas al pecho para frotarlas contra su chaqueta.

—Perras locas... —Nayeon esbozó una sonrisa y se movió de la puerta, permitiéndoles la entrada. Se sentó sobre la mesa y apoyó sus codos sobres las rodillas—. ¿Y de dónde ha salido esto?

—Bueno. Estaba jodidamente aburrida en mi celda y pensé... ¿Por qué no alegrarles la noche a mis perras favoritas?

—¿Y Tzuyu?

—Me da igual. Esa mujer no es asunto mío.

Chaeyoung rodó los ojos y abrió su overol, sacando una botella de ron de su interior. Los ojos de sus amigas se iluminaron.

—Regalo de Momo por mi cumpleaños.

—¡Sí! Dios, podría follarme a tu mujer en agradecimiento. —Murmuró Dahyun tomando la botella para darle un beso.

—Quiero verte intentarlo. —Gruñó Chaeyoung con los ojos entornados.

—Ay, puta celosa. ¡Ni que estuviera tan buena! —Chilló Sana con una mano en el pecho.

—Más buena que el carbón ese que te come la vagina.

—¡Con mi mujer no, perra! —Apuntó a Sana.

Nayeon ladeó su cabeza, sonriendo ante la plática sin sentido de sus amigas. En ese momento una guardia las interrumpió, entrando de golpe a la celda y cargando una caja de un tamaño considerable.

—Im. Se te ha enviado esto. —Dejó la caja en el suelo y salió sin decir palabra alguna.

—De acuerdo. Eso ha sido extraño. —Musitó Dahyun con los ojos entornados en dirección a la caja.

Nayeon bajó de la mesa y caminó hasta el cuadrado de cartón. Un sobre blanco se encontraba pegado por encima son una gruesa capa de cinta adhesiva. Lo sacó con cuidado, ignorando las palabras desesperadas de sus amigas y como chillaban a sus espaldas. Abrió el sobre y vio la letra de Jihyo plasmada sobre un papel blanco.

"Nayeon. Me ha costado un riñón mandarte esto. No creo que pueda enviarte más hasta los próximos meses. No ha sido como en las películas... Casi me disparan cuando mencioné la brillante idea de pagar para que cuiden tu vagina. Espero que esto sea suficiente por un tiempo. Hay de todo lo que puedas necesitar. Te quiero, hermana, solo sé fuerte. Pronto podremos presentar la apelación. Iré a verte la próxima semana, tengo una carta de tu madre, pero quiero entregártela personalmente. Mantente firme y recuerda que hay personas que te aman".

Unos meses atrás habría llorado. Dobló la carta y la devolvió a su sobre. Con una sonrisa tranquila se tomó su tiempo para abrir la caja. Nunca podría agradecerle lo suficiente a Jihyo.

—¡Ay, maldita suertuda! ¡Te odio! —Chilló Sana cayendo de rodillas sobre la caja. Nayeon se cruzó de brazos y vio como esas tres bastardas registraban todo su contenido—. ¡Atún!

Hicieron un caos de todo. Desordenando el contenido de la caja y lloriqueando por la suerte que tenía Nayeon.

—Mierda. Mi papá también podría enviarme algo si no fuera porque me gritó en la cara que tendría que vérmelas por mí misma. —Murmuró Sana con pesar. Nayeon palmeó su hombro y se arrodilló a su lado—. No le gusta que esté aquí.

Latas de alimentos en conserva. Medicamentos, vendas, un par de zapatillas y ropa interior. Un gorro y guantes para el frío. Una botella de whiskey y una de vodka. Encendedores y cajetillas de cigarros. Finalmente y algo que Nayeon apreciaba por sobre todo, los artículos de higiene personal. Las barras de jabón, tres cepillos dentales, dos botellas de shampoo y dos desodorantes. Nayeon inspeccionó todo, sonriendo ante las ocurrencias de Jihyo. Tomó el pequeño frasco de vidrio que contenía aquel perfume que tanto le gustaba. Lo olió, dejándose llevar a los buenos recuerdos de su antigua vida. Como había cambiado todo.

—Chicas, creo que por hoy la fiesta tendrá que pasar. —Murmuró Nayeon con la botella de perfume en la mano.

Realmente quería tener una fiesta, pero una que solamente la involucrara a ella y a Mina.

—¡¿Qué?! ¡No! No seas maldita —Rogó Sana con un puchero.

—Les prometo que las compensaré. Es más, tomen... —Sacó tres latas de atún de la caja y se las dio a sus amigas—. Mi deuda está pagada.

—Te odio. —Murmuró Dahyun guardándose la lata de atún en el bolsillo de su pantalón.

—¡Por favor! ¿Sí? Solo dejémoslo para mañana. Esta noche quiero... hacer algo especial para Mina.

—Ay, maricona enamorada. No puedo con sujetas como tú, de verdad no puedo. De acuerdo, vamos chicas... Hay que avisarle al de la comida que comeremos en mi celda. —Sana se colocó de pie y con un gesto de cabeza les indicó a sus compañeras que salieran de la celda de Nayeon.

—¡Gracias!

Nayeon sonrió al pensar en la sorpresa que se llevaría Mina. Vio las cosas en el interior de la caja y mordisqueó su labio inferior. Iba a preparar algo especial. Cerró la puerta de su celda y rápidamente se desvistió. Tomó un paño que descansaba al lado del lavamanos y lo humedeció. Con la barra de jabón humectante limpió todo su cuerpo, temblando de frío al enjuagarse con el paño. Puta Mina. Humectó su piel, suspirando de placer al sentir la cremosidad en su propia dermis. El aroma a miel y vainilla adhiriéndose a ella. Se colocó ropa interior nueva y usó unas cuantas gotas de perfume en sus muñecas. De la ropa de Mina tomó un suéter. La ropa de Mina siempre estaba bien lavada. Se peinó con la punta de sus dedos. Observándose en el espejo y quedando satisfecha con su apariencia. El sonido de la guardia que entregaba las bandejas de comida la hizo salir de la celda. Tomó la bandeja de Mina y la propia. Arrugando la nariz al ver la miseria de comida que le tocaba a las reas comunes ese día. Acomodó todo lustrosamente sobre la única mesita que tenían; usando una sábana como mantel. Los cubiertos a los lados de los platos de plástico. Su canastilla de mimbre con rebanadas de pan y dos vasitos plásticos. La botella de Whisky al medio de la mesa. Abrió dos latas de frutas en conserva y las vació sobre una fuente plástica, hundiendo dos cucharillas en ella.

—¿Qué más? —Sobó su mentón unos segundos y chasqueó con los dedos al imaginar el detalle faltante para su velada.

Sacó un cepillo dental, una cajetilla de cigarros y un desodorante de su cajita. A trote rápido llegó a la celda de la abuela, una anciana medianamente importante de Camp Alderson. Senadora en su tiempo; antes de ser encarcelada por corrupción y malversación de fondos fiscales.

—Abuela. Necesito velas y dos sillas. —Dijo con una enorme sonrisa. La anciana arqueó ambas cejas y gruñó. Tomando las posesiones que Nayeon le ofrecía.

—Una silla.

—Oh vamos... Por favor, es para Mina. —La mujer soltó un bufido y le señaló dos banquillos de madera viejos a Nayeon. Rebuscó entre sus cosas y le entregó un paquete de velas—. Gracias. Gracias.

Nayeon con algo de esfuerzo tomó los banquillos encajados entre sí y el paquete de velas. Su corazón brincaba por la emoción. Ahora Mina no podría decir que Nayeon no hacía nada por ella. Volvió a su celda. Mejillas ruborizadas por las burlas de las otras reas al verla cargar los banquillos de madera. ¡No es como si fuera una debilucha!

—Y ya estamos.

Posicionó los brazos sobre su cintura y sonrió complacida con el resultado final. Mina siempre volvía para la cena. Era una promesa muda o así le gustaba verlo la coreana. Se sentó en un banquillo, encendiendo las velas y sin poder borrar la sonrisa soñadora de sus labios. Y esperando el tiempo comenzó a pasar. Sus dedos golpeaban la mesa. Su rostro se giraba de vez en vez a la puerta por la que Mina debería haber aparecido. La vela se consumía frente a sus ojos y la comida lucía fría. Bufó, pensando en que su dueña seguramente se había quedado más tiempo entrenando. ¿Por qué no podía tomarse unos cuantos días? No era como si los sacos de boxeo fueran a irse a alguna parte. Cruzó sus brazos sobre la mesa, aburrida de esperar a que su dueña apareciera. Nada, la bastarda no llegaba. Nayeon se colocó de pie, salió de la celda y miró en diversas direcciones. Algunas reclusas la molestaban haciendo bromas sobre una perra esperando a su dueña. Nayeon simplemente las ignoró. Al cabo de una hora, la mujer pasó a buscar las bandejas de comida. Nayeon le indicó que Mina no había vuelto así que entregaría los platos al día siguiente.

—De acuerdo, pero si mañana no los entregas, no tendrán comida.

—Sí, sí. Como sea. —Rodó los ojos y cerró la puerta. La irritación comenzaba a abrirse paso en su cabeza.

¿Y si iba por ella? No. Eso sería humillante. Nayeon jamás buscaba a Mina en público. Aquello era una regla que ella misma se había impuesto para salvaguardar un poco su dignidad. Dentro de la celda podía ser toda lo cariñosa e infantil que quisiera, arrimarse a Mina como lapa sin esperar una caricia de vuelta, pero fuera de esta, la trataba como si fuese otra reclusa más. Al parecer a su dueña no le molestaba, ya que jamás le había reclamado por eso. Se recostó en su cama, jugando con sus dedos y con los ojos fijos en la puerta. La llama de las velas se sacudía de un lugar a otro. Y Nayeon comenzó a sentirse vacía. ¿Cómo había dejado que su tranquilidad emocional dependiera tanto de una persona? De una persona como Mina. Esa criminal que con manos de hierro había apretado el corazón seco de Nayeon hasta trizar su capa de piedra. La criminal que Nayeon aceptaba y demandaba como su ama. Seguramente todas aquellas que utilizó y botó en el pasado se reirían si la vieran así. Arrastrada y mansa por una desequilibrada que jamás llegaría a sentir nada por ella Pero era algo que simplemente estaba fuera de su autoridad. Cada fracaso con Mina le enseñaba algo nuevo, algo que necesitaba aprender. Cada día sentía las cadenas más tirantes y los grilletes más pesados. No podía escapar, Mina había puesto un collar de ahorque en su corazón. Mientras más intentara escapar, más cerca estaría de asfixiarse, de morir en un intento fallido por apartarse de su dueña. Aterradora, porque Nayeon sabía que ese collar, que el poder que tenía Mina sobre ella, la había cedido ella misma como una ofrenda de lealtad.

Se despertó, tallando sus ojos y con el cuerpo entero temblando por el frío. ¿Qué hora era? ¿Se había quedado dormida? Se sentó en la cama, sin ver mucho debido a la poca luz. Las guardias de Camp Alderson cortaban el suministro eléctrico de las mazmorras a media noche por lo que debía ser de madrugada.

—Mierda. —Rebuscó a tientas el pequeño reloj de mesa que había en algún lugar del suelo, al lado de su cama. Acostumbrándose a la poca luz lo encontró y con su cuerpo medio adormilada llegó hasta la puerta de la celda de la cual se filtraban restos de luz a través de la rendija—. No. No puede ser. Las cuatro de la madrugada.

Corrió hasta la cama de Mina, palpándola con sus brazos levantados y comprobando que no se encontraba en ella. ¿Dónde estaba su dueña? Inmediatamente volvió hasta la puerta de su celda y comenzó a golpearla.

—¡Hey! ¡Guardias! —gritó. Golpeando con sus dos puños—. ¡Abran la puerta! ¡¿Dónde está Mina?!

Su dueña no podía haber desaparecido. Ella jamás había hecho eso antes y Nayeon no podía dejar de pensar en negro; en lo peor. Si algo le había pasado a Mina... Su mundo se quebraría. Sus puños impactaban el metal una y otra vez. Su garganta se desgarraba en gritos, despertando a otras reclusas quienes le exigían que se callara. Pasaron minutos eternos, con vaticinios funestos creándose en su imaginación.

—¡Alguien debe responderme!

—¡Silencio! —Le respondió una mujer al otro lado. Golpeando con su luma la puerta—. ¡Vuelve a gritar y de la paliza no te salva nadie!

—¡No voy a callarme hasta que me digan dónde está Mina!

Impulsó su pie contra la puerta, lanzando patadas duras ya que sus manos comenzaban a doler. El corazón le latía a mil, la adrenalina ya se había apoderado de gran parte de su cuerpo. El miedo estaba latente en sus manos temblorosas. No saber que ocurría la desconcertaba y el terror implicado en perder a Mina no la dejaba razonar sanamente.

—¡Mina! ¡¿Dónde está?!

—¡Que te calles!

—¡No! ¡Vete a la mierda, hija de puta!

Escuchó un murmullo a través de la puerta y se colocó de puntitas para ver a través de la rendija. Cinco guardias se encontraban a fuera de la celda. Por inercia retrocedió, buscando con la mirada algo para defenderse. No encontró nada. Las mujeres abrieron la puerta. Adentrándose tres de ellas y alumbrando a Nayeon con sus linternas. La coreana entornó los ojos, cegada por el brillo de las luces que intentaba tapar con sus manos por delante de su rostro.

—¿Dónde está Mina? —Su voz fue un balbuceo débil.

—¿Por qué no gritas ahora, eh? —Una de las mujeres caminó hasta ella con luma en mano y golpeando con ella su hombro.

Nayeon retrocedió, chocando con la mesa a su espalda. No vio el golpe venir, solo sintió el impacto en su mandíbula. La sangre brotó de su labio roto. Soltó un quejido e intentó taparse de los golpes que sabía, vendrían.

—Dale unos cuantos golpes, para que deje de gritar. —Susurró una de las bastardas.

Nayeon cayó de rodillas cuando un golpe impactó en su diafragma, haciéndola perder la capacidad de respirar. Los músculos de su abdomen se resentían por el golpe. ¿Mina? ¿Dónde estaba? Debería estar con ella.

—N-no. ¿Dónde está? —Formuló con voz trémula y entrecortada. Las primeras lágrimas no demoraron en aparecer, como una señal de su patético y vulnerable estado.

Gritó cuando el cabello de su cabeza fue jalado con fuerza, haciéndola levantar el rostro. La respiración de la mujer chocó en su rostro; quiso vomitar.

—Mierda. Nadie me dijo que la puta de Myoui era masoquista. —Una nueva bofetada le surcó en el rostro—. Le decimos que se calle y nada. Hace lo que quiere.

—No respeta la muy bastarda. ¿Y si la llevamos a la celda de aislamiento? Las risas morbosas y crueles martillaron en los oídos de Nayeon. Agarró las muñecas de la mujer que jalaba sus cabellos, intentando soltarse.

—Sí. Dejémosla ahí unos días y no avisemos a nadie. Ya quiero ver la cara de la puta de Mina cuando vea que su perra desapareció.

—¡No! ¡Que me sueltes! —Nayeon se removió. Haciendo uso de todas sus fuerzas para que la mujer la soltara, más no fue suficiente.

—Joder, golpéala para que se calle un poco. Chilla como una rata.

Sus pies se aplanaban en el suelo en un intento por colocarse de pie. Las risas de las otras actuaban como motores de adrenalina. Aterrándola y enviando señales a todo su cuerpo para que intentara escapar de ellas. Otra de las mujeres llegó hasta ella y dejó caer una patada sobre sus costillas. Nayeon bramó de dolor, sus huesos crujiendo por los golpes certeros en su delicada contextura.

—Siempre quise ponerle las manos encima a esta maricona, pero con Mina se me hacía difícil. —Jadeaba entre palabras. Pisando el cuerpo de Nayeon que yacía en el suelo.

Entre lágrimas recibió golpe tras golpe. El desgarro de uno de sus hombros y el zumbido en su cabeza cuando un golpe cayó en la parte posterior de esta.

—Ya, pero no te excedas que si la matas tendremos problemas.

Gritó de dolor, como nunca lo había hecho cuando de un golpe, le fracturaron la muñeca.

—Solo un poco más. Tú sabes que yo odio a estas mariconas.

—No, mujer. Ya está. Arrastrémosla a la sala de aislamiento y si se muere, no es nuestro problema.

Nayeon tragó la sangre que brotó de las cortaduras internas en su boca. No sentía el cuerpo y apenas si pudo entornar los ojos al ver como era arrastrada cual animal por los pasillos de Camp Alderson. La fatiga venció, el dolor hizo lo suyo exigiéndole que cerrara los ojos. Un último recuerdo la hizo sonreír. Sintió lastima de sí misma, de su propia ingenuidad...

"Mina... Quizá no te has dado cuenta, pero, si pones tu mano aquí. —Nayeon llevó la mano de Mina hasta su propio pecho, a la zona donde se encontraba el corazón de este oculto bajo la piel y huesos—. Te darás cuenta que también tienes un corazón. Soy doctora, sé de estas cosas. —Su dueña sonrió con arrogancia, arrugando el entrecejo y chasqueando con la lengua.

—¿Ves, conejita? Es por qué dices cosas así, que debo cuidar tu vagina.

—Mina, estoy intentando ser romántica.

—¿A sí? Pues yo estoy siendo realista. Y odio esta mariconería sentimental, pero... Cuando lo dices tú, me excita.

—Es porque soy tuya.

—Y no dejaré que nadie te ponga un puto dedo encima mientras lo seas."

Oh Mina, bastarda mentirosa.

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