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08.

—¿Qué tal un pez y una caña de pescar? Creo que va bastante bien con lo nuestro.

—... Nayeon

—Uhm. No, mejor no. ¡Ya sé! Una leona y una domadora de leonas. —Mina le dio un último golpe al saco antes de voltearse en dirección a la coreana que yacía desnuda sobre la cama, tapada únicamente de la cintura para abajo por el edredón de pluma rosa. Arqueó una ceja y se limpió el sudor de la frente

—¿Una leona y un domadora? ¿Y cuál se supone que eres tú?

—Hm... La leona obviamente. —Mina soltó una estruendosa carcajada. Inclinándose hacia adelante y aferrándose a su sudado y desnudo abdomen—. Tengo la leve impresión que te estás riendo de mí.

La japonesa dejó escapar las últimas bocanadas de aire entrecortado y se enderezó. Nayeon la observaba con sus mejillas ruborizadas y un pequeño puchero. Tenía una expresión cansada y unas violáceas ojeras.

—Deberías estar durmiendo. —Le reprochó Mina.

—¿Dormir? ¿Teniendo a mi dueña sudada y semidesnuda frente a mí? No lo creo. —La emperadora ladeó la cabeza y una sonrisa sutil se esbozó en su boca. Comenzó a sacarse los guantes y caminó hasta la cama, inclinándose para quedar a una distancia mínima de su conejita. Nayeon humedeció sus labios, a la espera del beso que estaba segura, Mina iba a darle, pero no fue así, la japonesa apenas y rozó sus labios antes de deslizarse a su oído

—Eres una maldita adicta al sexo. —Le ronroneó. Su voz ronca y sensual provocó un espasmo en la coreana.

Con una sonrisa victoriosa, Mina se apartó. Caminando hasta el lavamanos para lavar su cuerpo ya que no iba a ducharse puesto que las regaderas estaban cerradas. Una maldita loca asesinó a tres reclusas dentro por lo que debían hacer una "investigación". Todas sabían que era mentira y es que nadie daba un mísero centavo por aquellas almas podridas. Nayeon permaneció en silencio unos segundos, acariciando el lóbulo de su oreja y con una expresión seria.

—¡Una loba y una coneja! —Masculló chasqueando sus dedos. Segura de que había tenido la mejor idea del mundo. Mina rodó los ojos y soltó un gruñido en respuesta.

—Nayeon, me estás comenzando a joder. ¿No puedes permanecer callada un maldito segundo?

—Podría, si me ayudaras. Fuiste tú quien mencionó la idea de tatuarnos. —Salió de la cama y consciente de que Mina comía con los ojos su cuerpo, comenzó a vestirse. Las marcas de besos que se apreciaban abundantes, parecían estrellas de una constelación lujuriosa.

—No. Yo dije que iba a marcarte con un tatuaje y tú fuiste la atrevida que salió con la idea de hacer lo mismo conmigo. Algo que no ocurrirá, por cierto. —La coreana chasqueó con la lengua, colocándose un pantalón perteneciente a Mina.

—Sería lindo. —Susurró para sí misma.

Ya habían transcurrido diez días desde que Mina volvió a ella. Diez días que podían resumirse en una palabra; sexo. Decir que Nayeon había sorprendido a Mina con su desbordada libido sería menguar la situación. Sexo en la celda, contra la pared y en la cama. En su camerino personal y en el mismo salón de entrenamiento cuando se encontraban a solas. Sexo en las regaderas donde fueron vistas por una reclusa que salió corriendo en un intento por resguardar su vida. Sexo en la unidad médica cuando Nayeon quedó a cargo mientras el personal médico iba por algo de comer. En solo diez días, Mina se sentía drenada, literalmente. Asimismo, la chica castaña progresivamente se acercaba más a su dueña. Con su actitud suave y sosegada, ya podía mantener una leve discusión con Mina sin que esta terminara gritando y desquitándose con la primera reclusa que se le pasara en frente. La militar aceptaba renuente sus caricias y muestras de afecto. Los besos esporádicos y las bromas sensuales que Nayeon a veces dejaba caer en su oído. Todas en Camp Alderson habían notado el leve cambio, no era como si Mina anduviese sonriendo por los pasillos de la prisión; pero ya no buscaba amedrentarlas sin motivo. Tenía algo más importante en lo que ocupar su tiempo y Nayeon era en gran parte la responsable. Imploraban porque se mantuviese así y es que si bien, la gloría las abrazaba cuando Mina estaba "de buen humor", el infierno se hacía presente cuando era el caso contrario. Como la vez que una pelea en el comedor, a la hora del desayuno, terminó por involucrar a la coreana, quien hacía la fila para obtener su comida y terminó siendo golpeada por la espalda de una enorme reclusa que peleaba cerca de ella. El agua hirviendo de la taza de Nayeon se desparramó sobre sus muslos y su quejido de dolor fue como una señal para la bestia de su dueña. El resultado terminó con las reclusas siendo asesinadas en las regaderas a sangre fría. Lo bueno era que ahora evitaban pelear cerca de la coreana.

—Tal vez una sirena y una marinera.

—Ya está. Me has cabreado, hija de puta. Sal de aquí. —Nayeon apretó los labios para no reírse cuando Mina, notoriamente molesta, la tomó por los hombros y la sacó de la celda a rastras—. Como sigas de necia con lo de los tatuajes, te tatuaré una vagina en la frente.

La empujó a la salida y Nayeon, quien no llevaba zapatos, se removió intentando que Mina no la echara.

—¡Mina! —Tropezó con sus pies y cayó de culo al suelo. Su entrecejo se frunció y un dedo corazón le picaba por alzarse en dirección a la emperadora—. Eso ha sido de muy mal gusto.

—Cállate y ve a molestar a Sana o algo. — Mina volvió a entrar, cerrando la puerta tras ella para que Nayeon no la siguiera. La coreana se colocó de pie y ante la mirada divertida de otras reas, comenzó a golpear la puerta metálica.

—¡Necesito mis zapatos, Mina! No puedo ir descalza. —Golpeó unos cuantos minutos. Sin obtener respuesta alguna.

Resignada y con los dedos de sus pies encogidos, se sentó de espaldas a la pared adyacente a la puerta. Aferrándose a sus piernas y con un amago de molestia. La puerta se abrió en ese momento y un par de zapatos salieron disparados del interior de la celda antes de que volviera a cerrarse. Nayeon suspiró y se colocó de pie, apresurándose para agarrar sus zapatos antes que alguien más se los robara

—¡Gracias! —Gritó en dirección a Mina antes de comenzar a caminar hacia el comedor donde seguramente alguna de sus cercanas estaría desayunando. Su cuerpo dio un tiritón por el frío y maldijo internamente por no haberse puesto una chaqueta. Si se enfermaba iba a hacer todo lo posible por contagiar a la culpable.

A paso airado y quizá con un poco de suntuosidad caminó hasta el comedor. Percibía en ella desprecio, repudio y la dentera en las miradas que le daban las otras reclusas; simplemente fingía ignorarlas. ¿Cómo no iban a detestarla? Para las reas era simplemente inaudito que el eslabón más bajo del lugar tuviera tanto poder a su alcance. Quienes respetaban a Mina, por consiguiente la respetaban a ella. Quienes temían a Mina, temían dañarla a ella y sufrir una muerte segura por ello. Mina no lo decía, pero eran sus acciones las que hablaban por sí solas. Ella no veía a su coneja como una puta más de las muchas que tuvo en Camp Alderson, Nayeon lo sabía.

—Hey, ¿Qué tenemos hoy? Preguntó Nayeon sentándose al lado de Dahyun, una tranquila chica con la que había hecho buenas migas. Al principio estuvo algo reacia a hablarle y es que Sana no fue muy discreta cuando chilló a todo pulmón que Dahyun había pasado por la vagina de Mina y que eso la convertía en hermana de sexo de Nayeon.

—Langostinos y caviar. —Se burló Dahyun, señalando con la mano su bandeja empobrecida de comida. Una sustancia viscosa dulce y una taza de agua con azúcar.

—Pero que puto asco... ¿Y Sana? —Dahyun se encogió de hombros.

—No creo que venga a comer con nosotras. Tuvo una pelea con Tzuyu y eso significa que no saldrá de su celda hasta que su esposa le pida perdón.

—¿Qué hizo la china ahora? —Nayeon sacó un sobre de leche que había en el bolsillo de su pantalón. Vio la fila y arrugó la nariz, había demasiadas reas.

—Parece que se metió con una puta y se pegó algo... No sé mucho en realidad.

—Pues ojalá se le caiga la vagina por infiel. —Nayeon le guiñó un ojo a Dahyun y se colocó de pie. Volvió a los pocos segundos con una taza de agua hirviendo.

Las reas en la fila se quejaban de lo ocurrido. Con palabras groseras y amenazas sutiles en dirección a la espalda de Nayeon.

—Quien como la puta de la emperadora. Ni siquiera has tenido que hacer la fila.

—La habría hecho de no ser porque quería únicamente una maldita taza de agua caliente. —Se defendió Nayeon abriendo el sobre de leche encima su taza y revolviendo con la pequeña cuchara plástica. Tomó asiento al lado de Dahyun una vez más y sopló sobre su taza de leche.

—Eres demasiada blanda. Ya llevas algo de tiempo aquí y aún no pierdes tus buenas maneras. —Le reprochó Dahyun llevándose una cucharada de su pasta dulce a la boca—. Esto tiene sabor a orina de vaca con azúcar.

Nayeon hizo una arcada y llevó una mano a la boca para no botar el sorbo de leche que había bebido. Iba a quejarse por ese comentario cuando vio a Sana aparecer por la puerta principal. Tenía los ojos rojos e hinchados y llevaba un enorme suéter que definitivamente no era suyo. La rubia caminó hasta ellas y se dejó caer dramáticamente en la mesa, cruzándose de piernas y acomodándose el cabello con una mano.

—Estoy soltera. —Dijo con un gesto indiferente y la barbilla en alto.

—Dos días. —Nayeon estiró su mano en dirección a Dahyun.

—Hoy a la noche. —Recibió la mano de Nayeon y la estrechó.

—Tres días. —Soltó de la nada Chaeyoung, quien recién llegaba.

—¡Son unas malditas insensibles y las odio! ¡Que les den, perras mugrosas! —Sana se bajó de la mesa y salió nuevamente del comedor, contorneando sus caderas en un vaivén pomposo que obtuvo unos cuantos silbidos coquetos.

—¿De qué hablamos? —Preguntó Chaeyoung sonriendo y apuntando con la cabeza en dirección a la entrada por la que la rubia salió.

—Sana dijo que está soltera y apostábamos cuánto tiempo durará así.

—Oh. —Chaeyoung se frotó la barbilla y entornó los ojos—. Hoy a la noche.

Nayeon bufó y bebió el contenido de su taza. Cuando Mina apareció por la puerta, con sus botas militares, su ceñido suéter de cuello alto en negro donde se le resaltaban sus perfectos pechos y unos desgastados pantalones que pertenecían al uniforme de la prisión, rasgados en varias partes; tuvo un maldito orgasmo visual. Se saboreó inconscientemente, deslizando la lengua al interior de su boca, por el paladar.

—¿Por qué a la maricona de tu novia todo le queda bien? —Refunfuñó Chaeyoung.

Las otras reas lucían los harapos de prisión, alguna que otra tenía ropa propia al igual que Mina, pero definitivamente no les lucía como a la emperadora. Mina se sentó en su mesa y a los pocos segundos llegó una de sus súbditas con una bandeja de comida.

—Genial. Consiéntanle la vagina, después la que paga las consecuencias soy yo. —Susurró Nayeon con los ojos entornados en dirección a Mina.

No mentía, Mina tenía esa actitud aristócrata incluso en la intimidad y es que al parecer estaba tan acostumbrada a que lo hicieran todo por ella, que no veía la necesidad en mover un puto dedo para servirse una taza de té. Era mucho más sencillo gruñir lo que quería en vez de moverse y obtenerlo ella misma. Nayeon siguió con su plática, escuchando y respondiendo de vez en cuando. Su mirada desviándose para ver a su dueña y como esta comía a sus anchas, con una pose de chula que hacía suspirar a alguna que otra loca. Fue cuando las nuevas llegaron, que el silencio se hizo amargamente presente. Nayeon de inmediato bajó la vista, sin querer impregnarse de la miseria en los nuevos rostros.

—Mierda, a esa rubia se la van a comer viva. —Susurró Chaeyoung con pesar.

Nayeon ignoró la situación y quedamente todas volvieron a hablar. Miró en dirección a Mina y se sintió extrañamente relajada al ver que esta no le daba mayor importancia a las nuevas.

—Ay, no... Pobre. —Fue el turno de Dahyun y Nayeon ya no pudo seguir fingiendo que no le importaba.

Levantó la vista, con los dedos de sus manos aferrados a la taza y pudo distinguir de inmediato a la chica de la que sus cercanas hablaban. Una alta y pálida chica rubia, con el rostro amoratado, se encontraba en la fila de los alimentos, siendo intimidada por otras reas. Nayeon tragó saliva con dificultad y negó con la cabeza.

—Nayeon, podrías ir por ella o llamarla. Si lo haces, nadie se interpondrá. —La coreana negó de inmediato a las palabras de Chaeyoung.

—No. La última vez le prometí a Mina que ya no me metería en problemas por defender a alguien. Lo siento. —Dahyun y Chaeyoung le regalaron una mirada de empatía. Estaban en la misma situación que ella, no podían usar a sus dueñas para ir por Camp Alderson dándoselas de justicieras.

Escuchó un estruendo y levantó la mirada de inmediato. Se encogió en su lugar cuando vio a la rubia sobre la mesa de Mina. El desayuno de la emperadora se encontraba desparramado, su ropa sucia con restos de leche y su mandíbula apretada.

—Dios. —Chaeyoung se llevó ambas manos a la boca y Dahyun giró el rostro.

Nayeon estaba petrificada. Mina se colocó de pie, moliendo sus dientes y limpiando con las manos la suciedad de su suéter. La delgada rubia pedía perdón, con los ojos llenos de lágrimas y su labio inferior tembloroso. Intentaba limpiar la mesa de Mina, rogando por qué no la matara.

—Nayeon, tienes que hacer algo.

—No puedo. —Sus ojos se llenaron de lágrimas y su garganta comenzó a escocer. ¿Qué podía hacer?

Una ansiedad desoladora se implantó en su pecho. El asco que sintió por sí misma la hizo tener arcadas. Esa mujer, la misma que tronaba sus dedos para destrozar a una indefensa convicta, era quien la poseía cada noche y quien se hacía un camino a su corazón.

—Mina. —Murmuró apenas. La voz salió como un suspiro errático y apenas si pudo oírse a sí misma. No quería ver esa escena, no quería toparse con la realidad donde ella la mujer que besaba su cuerpo y acariciaba cada rincón de su piel era un monstruo. La emperadora tomó a la rubia por el cuello de su harapienta camisa. La levantó y antes de asestar el primer golpe, dirigió una mirada de soslayo a Nayeon, quien observaba la escena aterrada.

—¡Maldita sea! —Exclamó a todo pulmón. Miró a su alrededor, todas las otras prisioneras esperaban ver a la emperadora en acción. Ver a esa bastarda morir a base de golpes.

Nayeon se tapó los oídos y cerró los ojos cuando vio como el puño de Mina tomaba impulso. Dahyun se aferró a ella, escondiendo el rostro tras la espalda de Nayeon. Sin importar cuanto tapara sus oídos, los gritos de dolor de la rubia se filtraban, haciendo que su cabeza martillara. El ácido salado de las lágrimas recorría sus mejillas y todo su cuerpo era un temblor constante. Lo próximo que sintió fue el pitido de un silbato, las guardias hicieron su aparición indicándole a Mina que soltara a la reclusa. Nayeon la escuchó maldecir y lanzar algunos golpes antes de amenazar con quemar Camp Alderson. Cuando finalmente tuvo el valor de abrir los ojos, Mina ya no estaba en el comedor. Vio a la golpeada chica ser arrastrada por dos guardias y de inmediato se levantó. Su férrea vocación le gritaba porque corriera a la unidad médica y atendiera a la herida, pero su lado racional, aquella que había aprendido a escuchar a base de malas experiencias, la detenía. Si llegaba a los oídos de Mina que Nayeon había ido a la unidad médica, especialmente para tratar a la recién llegada que ella apaleó; tendría problemas.

—Voy a ver a Mina.

—No deberías. Va a estar cabreada y seguro la toma contigo. —Le aconsejó Dahyun, Nayeon atrapó su labio inferior y volvió a su asiento.

—Tienes razón... Odio esto.

Eso era todo lo que podía hacer. Hundirse en sus propios valores y convicciones para resguardar su vida. Sentir como día a día se transformaba en una más de Camp Alderson. En alguien egoísta que se anteponía a sí misma por encima del resto. Odiaba a esa nueva Im Nayeon.



—Hola. —Susurró al llegar al camerino donde Mina acababa de tomar una ducha.

Su dueña la vio por el rabillo del ojo, sin responderle. Secaba su cuerpo con una toalla y su cabello goteaba perladas gotas de agua. Ya era casi la hora de volver a la celda y de alguna forma, Nayeon había conseguido evitar a Mina todo el día. No iba a responsabilizarse por ello, era la única opción ya que no se sentía estable para hacerle frente. Se abrazó a sí misma y permaneció en el marco de la puerta, mirando la gloriosa complexión muscular de la japonesa. Sentía las pulsaciones de su corazón y como las molestas mariposas se alborotaban en su vientre.

—... Te estuve esperando para cenar. —Intentó una vez más, pero nuevamente Mina no le respondió. Llevó su mirada al suelo mojado y se mantuvo a la espera.

Mina comenzó a vestirse, sin inmutarse lo más mínimo. Ignorando completamente la presencia de Nayeon. Cuando ya estuvo lista, se colocó frente a la chica de ojos café y la empujó con la mano.

—Muévete. —Ordenó.

Nayeon le dio el paso y caminó tras Mina hasta la celda compartida de ambas. Las reas las miraban de soslayo, algunas incluso divirtiéndose a sus costas. Al llegar, la japonesa se topó con las dos bandejas de comida intactas y bufó.

—¿Por qué no comiste?

—Quería cenar contigo.

—¿Lo dices en serio? ¿Después de que te la pasaste escondida de mí durante todo el día? Peor que una maldita rata.

Nayeon se encogió de hombros y se sentó en la cama. Mina la observaba con ojos entornados. La respiración de ambas salía como vapor de sus bocas. Era una maldita noche helada.

—Lo siento.

No quería confesar que estaba endemoniadamente aterrada por lo ocurrido en el desayuno. La japonesa refunfuñó y se pasó una mano por el cabello. Miró la comida y le entregó una bandeja a Nayeon.

—Come. No quiero terminar follándome a un puto saco de huesos.

—Gracias. —Recibió la bandeja y a través de sus largas y densas pestañas miró a Mina. Mejillas arreboladas y una sutil sonrisa la traicionaban.

Mina frunció el ceño y le dio una mordida a la rebanada de pan que tenía en sus manos. Se encontraba apoyada en la pared.

—¿Por qué me miras así? Pedazo de mamona que ni para comer te guardes esa cara de zorra caliente.

—¡Oh, joder! Estaba tratando de ser tierna, Mina. Tierna, no caliente. —El rostro de espanto y bochorno de Nayeon sonsacó una sonrisa divertida en su dueña.

—Es lo mismo, me miras así para que te folle.

—¡No! Por amor al cielo. Solo quería que pensaras que soy linda o algo así.

—Hm. —Terminó de comer su pan y con ambas cejas enarcadas ladeó la cabeza. No podía borrar la sonrisa socarrona de su rostro—. ¿Linda? Venga, que la humildad no es lo tuyo.

—Soy muy humilde. —Nayeon chupó la cuchara con la que había estado bebiendo sopa. Ya fría por el tiempo de espera—. Humilde y linda.

—Y caliente.

—Muy caliente. Tan perfecta que soy... Deberías agradecerle a mi mamá.

Los bordes de sus ojos se arrugaron cuando sonrió de manera infantil. Mina sacudió su cabeza y entornó los ojos, remojándose los labios.

—Créeme que lo haré. —Bromeó—. ¿Todavía vas a decir que no quieres que te folle?

—Jamás diría eso. Quiero que me encuentres linda... Y que me folles. —Ronroneó las últimas palabras. Lenta y quedamente. Estiró su bandeja con la comida casi intacta en dirección a Mina, quien dio unos cuantos pasos para obtenerla.

Una vez libres de la molesta lamina de plástico y la comida. Nayeon se recostó sobre la cama, apoyándose en sus antebrazos y cruzándose de piernas.

—Creo que podría hacer eso por ti. Como un favor, ya sabes.

—Mina la generosa Myoui. —Nayeon la humilde Im.

Mina llegó hasta ella y sus orbes café se cerraron cuando los labios de Mina comenzaron a jugar en su cuello. Para ese momento, los recuerdos del desayuno no eran más que una de las tantas vivencias que Camp Alderson le había enseñado.



—Ten cuidado y recuerda seguir mis indicaciones. Si el dolor persiste, intenta bajar la inflamación aplicando frío. —Se despidió con la mano de su última paciente .

En realidad, le hubiera gustado otorgar algo de medicación para esa pobre anciana, pero los medicamentos eran tan escasos que debían guardarlos para situaciones especiales. Destensó su cuello, inclinándolo de un lado a otro y movió sus hombros en una rotación circular. Estaba algo extenuada debido a la cantidad de reas que había atendido ese día.

Sus días en la unidad médica habían descendido a petición, orden, de su dueña por lo que se limitaba a tres veces a la semana. Nayeon jamás comprendería cómo era que Mina tenía autoridad para modificar su horario de trabajo comunitario. Nadie se salvaba de eso, a excepción de las peleadoras al parecer. Ya que ellas empleaban la mayor parte del día en entrenar, pero las súbditas, simples mortales, debían desempeñarse en labores no muy agraciadas y la peor de todas, era sin lugar a dudas... la limpieza de las alcantarillas de Camp Alderson. Jamás había descendido a las fosas de los residuos fecales y si de ella dependiera, no lo haría nunca. A veces bromeaban con que ese sería el lugar perfecto para esconderse, pero de solo pensar en poner un pie ahí, su estómago se revolvía. Miró el reloj de la pared y sonrió al ver que solo faltaba media hora para que pudiera volver con Mina. Ese día, si fueran una pareja normal y no dos reas en una malsana relación de dueña y coneja, cumplirían un mes de relación.

—¿Feliz? —Preguntó una enfermera que se encontraba guardando utensilios quirúrgicos.

—En realidad, sí...

—¿Interrumpo? —Una chillona y molesta voz, cuyo acento marcado Nayeon ya conocía, se hizo oír.

Se giró en dirección a la puerta y llevó sus dos perfectas cejas al techo al ver a la ex puta de Mina ahí. Sakura la miraba con un amago de superioridad, barriendo con desdén sobre el cuerpo de Nayeon con los ojos.

—Necesito que me des algo para la vagina. Mina folla tan duro... tú sabes. —La japonesa se encogió de hombros y se recostó en la camilla. Nayeon chasqueó con la lengua, con las ganas de vomitar haciéndose presentes al saber que su dueña seguía buscando carne putrefacta fuera de sus brazos.

—¿Hemorroides? —Preguntó la enfermera con una risilla contenida.

—No lo sé. Supongo que el doctor tendrá que revisarme. —Levantó sus caderas y bajó su pantalón gris para que Nayeon hiciera su trabajo.

—Hm. —La coreana buscó una salvavidas en la enfermera, quien le guiñó un ojo con complicidad.

—Bueno, la reclusa Im ya ha terminado su turno, pero pronto llegará el médico oficial. Puedes esperarla aquí de momento.

—¿No puede simplemente revisarme y ya? Tengo cosas más importantes que hacer.

—No. Lo siento... Yo ya me tengo que ir. —No quiso dar mayores explicaciones. Seguramente la japonesa se burlaría en su rostro si le dijera que quería hacer algo especial para Mina por el "mes de relación formal" que cumplían ese día. Sí, era tonto e infantil, pero aun así era una de las pocas situaciones normales a las que podía aferrarse en ese averno. No se lo había comentado a Mina, pero tenía la esperanza de que la idea le gustara.

Caminó hasta el gimnasio donde al no verla, preguntó a otras peleadoras. Yuqi se encontraba ahí y como ya era costumbre, Nayeon la ignoraba. Aún cuando la había pillado viéndola algunas veces, prefería fingir que no se daba cuenta. Recordaba las palabras de Yuqi y su estómago se apretaba. Aquella conocida sensación, ese presentimiento de que algo no estaba bien cada vez que la oriental se quedaba mirándola fijamente. Con tanta calma, como una depredadora a la espera. ¿Por qué le era tan familiar? Sacudió su cabeza y saludó de lejos a unas cuantas conocidas, fieles a su dueña, y llegó hasta la celda donde Mina se encontraba recostada en la litera de arriba con un libro entre sus manos.

—¿Qué estás leyendo? —Preguntó la coreana encaramándose para llegar hasta Mina.

Gateó desde los pies de la cama, con su dueña viéndola por encima del libro, hasta quedar a horcajadas de Mina. Deslizó sus manos por los firmes pechos de Mina, seducida con la idea de dejar sus uñas marcadas en voraces rasguños.

—Ni idea. Lo encontré botado en el patio. —Lo cerró y le mostró la cubierta a Nayeon. Una desgastada tapa de cuero con letras borrosas. "Rojo y negro" de Stendhal.

—¿Te gustó?

—Es interesante. —Murmuró Mina dejando caer el libro al suelo. Nayeon esbozó una pequeña sonrisa, inclinándose para besar a su dueña, sin embargo, el recuerdo de las palabras de la japonesa la detuvo.

—¿Es verdad que te sigues acostando con la puta de Sakura? —Preguntó sin titubear. Su expresión seria demostraba que no estaba para nada de acuerdo con eso.

—¿Qué? ¿De dónde sacaste eso?

—Ella misma me lo dijo. —Nayeon se alejó y encogió de hombros. Bajando la mirada hasta el borde el pantalón de Mina que comenzó a trazar con tres de sus dedos.

No podía fingir que las palabras de la japonesa no le habían afectado. El dolor era real, todo en ella se desmoronaba de solo pensar que su dueña estaba con otra. No quería, la idea era insoportable. Si Mina admitía su desliz, seguramente rompería a llorar ahí mismo. Mina colocó sus manos en las caderas de Nayeon y presionó sus dedos. Remojándose el labio inferior.

—Quizá si te bajaras de mí en algún momento podría haberme metido en otra vagina, maldita golosa.

—¿Eso es un no?

—Eso es un... Debes estar malditamente bromeando. —Y fue como si le volviera el alma al cuerpo. Su dueña seguía siendo suya.

Se inclinó hacia Mina, quien dejó su cuello expuesto para que Nayeon se encajara en él. Le dio un lametón a la piel salada y caliente, de perfume femenino y que se tensaba por la suavidad y humedad de su lengua.

—Eres mía Mina. Mi dueña. —Ronroneó casi sin voz, comenzando a mover sus caderas para hacer fricción entre sus centros.

—Maricona arrogante... ¿Quieres reclamarme? —Alejó una mano y con la otra obligó a Nayeon a levantar su culo, lo suficiente como para poder azotarle una fuerte nalgada. Su conejita aulló un quejido de dolor y placer, encorvándose ante el azote sobre su glúteo.

—¡Sí, mía! —Exigió. Se aferró a las sábanas, moviendo su trasero hacia atrás para incitar un segundo azote.

—Maldición. ¿Por qué me pone tanto verte celosa?

—Porque quieres ser mía. Mi dueña.

—No te confundas, Nayeon. La única con dueña aquí, eres tú.

—Jesús. Mina, solo cállate y fóllame que quiero que esta noche sea inolvidable.

—¿Y eso? ¿Sana te dio drogas? —Nayeon rodó los ojos y negó con la cabeza. Se apartó para poder encontrar los fanales ónice de Mina —. ¿Entonces?

—Hoy cumplimos un mes.

—¿De qué mierda estás hablando? —Entornó los ojos y hundió la parte posterior de su cabeza en la almohada para poder apartarse de la coreana.

—Un mes desde que me hiciste realmente tuya, Dueña.

—Jodida demente. La prisión te fundió el cerebro... —Pero sus palabras no iban con la sonrisa perfilada en sus labios. Con el brillo posesivo de sus ojos ni con los sensuales hoyuelos que adornaban su rostro.

—Una rosa y una daga, Mina.

—... No de nuevo.

—Eso es lo que somos. ¿No lo ves de esa forma?

—Tú ganas, conejita.

Y Nayeon pensó que quizá, lo de ellas podría ser algo más que una tragedia fatídica.

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