
06.
Nayeon siempre fue la clase de persona que colocaba las necesidades de los demás por delante de las propias; y eso la enorgullecía tremendamente. En su trabajo destacaba por la pasión férrea que mostraba tener, sus pacientes la adoraban por la dedicación y entrega que tenía. Podía jactarse de ser la mejor pediatra, y que todos los niños del hospital donde trabajaba corrieran hacia ella apenas la visualizaban, era la mejor prueba. Porque al ser bisexual, y una muy promiscua, Nayeon ni siquiera podía soñar con la idea de formar una familia. Ella era demasiado inestable para tener una relación normal y la única vez que lo intentó, terminó en prisión. Sí. Era medianamente su culpa, por haber sido infiel y haberse reído de las amenazas de su psicópata exnovio Jaebeom, pero si todas las infidelidades tuvieran por condena la prisión, ufff.. Y Nayeon siempre fue la clase de mujeres que aceptaba su culpa en las situaciones desfavorables de la vida. Era una ferviente creyente de que todo acto conllevaba una responsabilidad. Por ello fue que pudo resignarse y no caer en la locura cuando el juez dictó la sentencia. Así mismo, estaba consciente de la imprudencia a la que estaba dejándose arrastrar en Camp Alderson.
Dos meses de besos robados y forzosos, de caricias lascivas y posesivas. Dos meses siendo el objeto de una vehemente mirada de ojos ónice. Dos meses sintiendo el calor corporal de la única mujer que hasta el momento la había atrapado; de su dueña. ¿Cómo podría eliminar los recuerdos que Mina había dejado en ella? Era imposible. Nayeon lo sabía. Seguramente pasarían las estaciones, los años y ella seguiría recordando cada maldito beso, cada palabra susurrada en su oído y cada situación a la que Mina la condujo. Si ella era una rosa, Mina se había convertido en las espinas que la acompañaban.
—Eres mi dueña. —Insistió. Con su labio tembloroso y la mirada baja.
No iba a dejar que Mina terminara el nexo que las unía. Más allá del pavor que le daba pensar en su incierto futuro sin Mina como su escudo, no quería perderla. ¿Qué haría su dueña sin ella? No podían estar la una sin la otra. Porque si Mina era la enfermedad, Nayeon era la cura. La emperadora golpeó la pared con su puño. Los nudillos crujieron y Nayeon dio un leve salto sin despegar los pies completamente del suelo. Mas no retrocedió, ni de su boca salió retractación alguna.
—¿Es que no lo entiendes, puta barata? —Su voz era amenazante. Volteó en dirección a Nayeon, con el rostro hinchado por golpes y sus dientes moliéndose debido a la fuerza con la que los apretaba—. Tú no decides. No eres nadie para venir a reclamarme como tu dueña. Solo eres la infeliz con la que pretendía tener una buena follada y luego botar a la basura, porque... ¿Adivina qué? Es ahí donde perteneces.
—Pero n-no me follaste. ¿Por-por qué? —Vio a Mina pasar saliva.
—¿Qué importa? Ya todo se fue a la mierda —Respondió al cabo de unos segundos.
Nayeon succionó su labio inferior para no soltar un sollozo. Las palabras de Mina dolían más que cualquier golpe certero. Negó con la cabeza y sorbió su nariz, sintiéndose perdida y sin más respuestas para dar. Mina pasó por su lado, empujándola por el hombro. Se subió a la parte superior de la litera, y de rostro a la pared, fingió caer en el sueño. Nayeon permaneció tiempo incalculable de pie, experimentando por primera vez las emociones que se ligaban al corazón. No iba a admitir cuánto le gustaba Mina, pero tampoco podía negárselo a sí misma. Era un duro golpe a su orgullo, mancillada y herida, el tener que reconocer el origen de su dependencia emocional por Mina. Era absurdo. Había besado a infinidad de mujeres. ¿Por qué solamente podía recordar el sabor de los besos de Mina? ¿Era un efecto colateral de su estadía en la prisión? No quería respuestas, aún cuando las necesitaba.
—Mina. —Hipó. Secándose las nuevas lágrimas que hacían su miserable aparición. Su dueña ignoró la súplica en su voz—. Mi-Mina
—¡Que te calles, joder!
El grito de Mina retumbó en las húmedas y frías paredes. El invierno se hacía sentir y Nayeon necesitaba a su dueña o moriría congelada; su corazón moriría congelado. Caminó hasta la litera de ambas e impulsándose con ambas manos y pies, se subió a la cama de Mina. Nunca había subido, no se sentía con el derecho de hacerlo, pero estaba desesperada. Si la emperadora la dejaba, ya no sería más que una de las tantas súbditas, pobres mortales que veían a la realeza desde lejos, sin posibilidad de acercarse; de tenerla entre sus brazos. Mina se irguió, con la ira plasmada en su rostro. Recorrió a la pobre coreana con la mirada y negó con un movimiento de cabeza.
—Maldita insolente. ¡Fuera de mi cama!
—No. —Intentó tomar las manos de Mina entre las suyas.
— ¡Bájate, Nayeon!
—¡No!
Y lo siguiente que sintió fue el duro suelo de pavimento contra su frágil espalda. Su cabeza sintió un martillazo en la parte posterior que la dejó desorientada. Pestañeó algunas veces, comprendiendo lo ocurrido; Mina la había empujado de la cama con una patada. Todo se veía levemente borroso y su cuerpo dolía demasiado como para moverlo. Repentinamente las fuerzas la habían abandonado. El hecho irrefutable se repetía como un vinilo atrapado en un tocadiscos. Mina la había lastimado. Se sentó, soltando un quejido de dolor por la punzada que sentía en la cabeza. Llevó una mano hasta la zona del golpe y palpó la sangre caliente enredada en las hebras de su cabello. Mina la observaba de arriba, sumida en un completo silencio y con una expresión indescifrable. Nayeon vio su mano, con las puntas de sus dedos teñidos de escarlata. Sabía lo que debía hacer, era doctora. Había un protocolo en caso de un golpe en la cabeza y.... Mierda, no podía moverse.
—¿Vas a quedarte ahí? —Preguntó con sorna la emperadora. Nayeon levantó la mirada y negó con la cabeza—. Ve a que te curen eso o algo. No quiero despertar con un cadáver en mi celda.
—No puedo... —Las palabras se sentían pesadas. Sus labios no querían moverse—. Mo-moverme.
Mina rodó los ojos y bufó antes de volver a darle la espalda a Nayeon. La coreana permaneció sentada en el suelo, con la sangre entibiándole la nuca y provocándole un mareo. Su mirada en Mina descendió cuando la fuerza para mantener sus globos oculares abiertos desapareció.
—Puta coneja.
El salto de Mina, quien llegó a su lado en pocos segundos, la hizo renovar fuerzas. Entornó los ojos cuando sintió su cuerpo despegarse del suelo. Mina la sostenía en brazos, cargándola cual estilo nupcial. Su calor y aroma confortaron a Nayeon. Su respuesta condicionada la hizo arrimarse aún más al cuerpo de Mina, quien gruñó. La emperadora cargó a Nayeon por los pasillos de Camp Alderson, ignorando a las guardias, quienes le decían que debía volver a su celda. Nayeon se vio seducida por aquello que su cuerpo tanto clamaba, por la seguridad que solamente lograba sentir estando en los brazos de su dueña. Porque durante meses Mina la había protegido, nada cambiaba ese hecho, ni las duras palabras de la coreana.
—¿Puede alguien revisarle la maldita cabeza? —Escuchó a Mina preguntar. Abrió los ojos una vez más y miró a su alrededor.
Se encontraban en la unidad médica. La enfermera llegó rápidamente y le indicó a Mina que dejara a Nayeon sobre la camilla. A los pocos segundos llegó el médico de turno. Nayeon intentó esbozar una sonrisa, pero le fue imposible.
—¿Qué ocurrió? —Preguntó la mujer colocándose los guantes esterilizados.
—La empujé de la cama y se azotó la cabeza contra el suelo. —La voz de Mina no tenía arrepentimiento alguno. El médico soltó un suspiro y comenzó a examinar a Nayeon.
—Quiero vomitar. —Murmuró bajito.
—Tráele un balde. —Pidió el médico a la enfermera.
Cuando tuvo el cubo frente a su rostro, vació los jugos gástricos de su estómago. No había nada más y el ácido quemó todo a su paso, haciéndola gemir de dolor.
—Lo bueno es que no necesitará puntadas. Te daré unos analgésicos y te inyectaré un antiinflamatorio.
Mina se sentó en una silla, con brazos cruzados y el tobillo de un pie apoyado en la pierna adyacente. Observó con amargura como el médico realizaba su labor, limpiando la herida de la cabeza de Nayeon y posteriormente colocando un parche sobre esta. Nayeon arrugó la nariz cuando la mujer le indicó que se postrara de estómago sobre la camilla para inyectarle el antiinflamatorio.
—Quedará en observación esta noche. —Finalizó el médico.
—Bien. —Dijo Mina sin moverse de su lugar.
—Puedes irte a la celda, Mina. Está en buenas manos.
Mina hizo sonar las vértebras de su cuello cuando ladeó la cabeza en un movimiento brusco.
—Me quedo. —Fue lo único que dijo.
El médico asintió, tartamudeando sobre avisar a las guardias para evitar conflictos y buscar algo de comida para que los medicamentos no dañaran el estómago de la reclusa Im.
—Mina...
—Hm.
—¿Debo buscar otra dueña? —Las palabras de Nayeon abofetearon a Mina.
Tenía razón. Si la dejaba, entonces Nayeon debería buscar otra dueña. Quizá la misma Song Yuqi estaría más que dispuesta a ser la nueva dueña de Nayeon, Mina había visto como la oriental miraba a su coqueta conejita; le daba náuseas. Las ganas de salir en busca de Song Yuqi y perforarle el abdomen comenzaban a ser demasiado tentadoras.
—¿Qué mierda pretendes? ¿No tienes dignidad o te gusta ser miserable? —Se mofó con su sonrisa de lado—. ¿Te pone que te humille? ¿Es eso? Me hubieras dicho antes, así me ahorrabas toda esa mierda de conseguirte comodidades.
Nayeon negó, sin tragarse toda esa actuación.
—¿A quién quieres engañar? ¿Por qué estás aquí, Mina? —La pregunta de Nayeon fue una estocada en la muralla inquebrantable de Mina. Un golpe certero que de seguir repitiéndose podría comenzar a agrietarla—. ¿Por qué esto te importa?
La coreana se acomodó en la cama con lentitud. Buscando no realizar ningún movimiento brusco que pudiera marearla. Observó a Mina en silencio, esperando una respuesta.
—Vete a la mierda. —Mina se colocó de pie y salió de la unidad médica. Dando fuertes pisadas y botando todo a su alrededor.
Nayeon se cubrió el rostro con ambas manos y soltó un grueso suspiro.
—Es porque me necesitas. —Se respondió a sí misma. Solo esperaba que para el momento en que Mina se diera cuenta, no fuera demasiado tarde.
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Nayeon estaba frente a Jihyo, ambas frente a frente y separadas por un vidrio antibalas. Su abogada y mejor amiga le había llevado infinidad de noticias. Su madre estaba bien, asistiendo a una terapia psicológica para poder sobrellevar el encarcelamiento de su hija. Al principio fue horrible, según palabras de la propia Jihyo, incluso desarrolló episodios de pánico, pero las terapias comenzaban a dar resultado y ella misma se notaba más tranquila y alegre. Jihyo le contó sobre lo ocurrido con su caso. Sobre las pruebas que había ido adquiriendo a su favor y que presentaría en la apelación del juicio, otorgada por el tribunal supremo y que sería en cuatro meses más. También informó a Nayeon sobre la libertad por buena conducta y que podría solicitarla luego de un año de condena.
— Nayeon. Sé honesta conmigo, ¿qué tan mal estás? —La ojerosa castaña se encogió de hombros y negó con la cabeza.
¿Cómo poner en palabras el tormento de su cabeza y la agonía de su corazón? Estaba sucia y más delgada. Llevaba una semana desde que su dueña la había puesto en libertad y si se había librado de algún abuso era porque logró convencer a un médico simpatizante de que la mantuviera hospitalizada por unos cuantos días más.
—Sobrevivo, Ji. Eso es todo lo que voy a decirte.
—De acuerdo. —Su abogada apretó los labios. No estaba lista para escuchar las crueldades que seguramente estaban haciéndole a su amiga en ese funesto lugar—. Pero te tengo buenas noticias. Logré sobornar a una guardia.
Los ojos de Nayeon por primera vez tomaron vida. Apretó el teléfono intercomunicador con fuerza. Ahora más que nunca necesitaría protección.
—¿Lo hiciste?
—Sí, pero no conseguí mucho. Las tipas aquí son huesos duros de roer. Al menos podré mandarte comida y artículos de aseo.
Nayeon pasó saliva como si hubiese sido condenada a muerte, una vez más. ¿Comida? ¿Artículos de aseo? No. Lo que necesitaba era una puta perra guardián para que esas caníbales no se la comieran viva.
—Jihyo, necesito obtener protección. —Se sinceró.
—Por Dios, Nayeon. Dime que no están abusando de ti.
Quiso reírse ante las palabras de su amiga. Quizá la crueldad ya comenzaba a impregnarse en ella. No sería extraño, sin importar cuan limpia estuviera una fruta, terminaría pudriéndose si era dejada en un cajón lleno de otras frutas putrefactas.
—Solo ayúdame a conseguir protección. —Se limitó a responder.
—Lo intentaré. Lo prometo. —El rostro serio de Jihyo no mentía. Su amiga movería mar y tierra para ayudarla.
Una guardia les indicó que el tiempo de visitas había concluido por lo que Nayeon se despidió escuetamente. Con palabras lacónicas y que no expusieran el miedo que estaba sintiendo en ese preciso instante. Se retiró, con sus manos esposadas como era la regla. Las miradas mordaces y hambrientas de otras convictas se posaban sobre ella.
—Listo. Puedes proseguir. —Musitó una guardia que la liberó de las esposas y abrió la reja que la adentraba a aquel infierno.
—Gracias.
En el camino se topó con algunas reclusas. Malditas idiotas que la hacían tropezar o se burlaban de su funesto destino ahora que Mina la había abandonado. Nayeon quiso reírse en el rostro de ellas y decirles que no tentaran su suerte ya que Mina volvería por ella. No pudo hacerlo, no tenía la seguridad de que sus palabras fueran ciertas. Su cuerpo picaba por la necesidad de una ducha caliente y su pelo apestaba. Eso era natural ya que rehuía de las regaderas, el lugar propicio para cometer las barbaridades más inhumanas, pero su tiempo se agotaba, no podía seguir resguardándose en la unidad médica. El hambre ya comenzaba a resentirse en su cuerpo que difícilmente entraba en calor y es que sobrevivir con las miserias que lograba obtener de las enfermeras y médicos, no bastaba. Salió al patio, buscando a Sana y su grupo con la mirada. Las visualizó a lo lejos, en su efusiva charla de siempre. Con pasos rápidos y anhelando aquello que tenía antes de ser abandonada, llegó hasta ellas. No la recibieron como esperaba. Todas guardaron silencio. La rubia, quien siempre farfullaba a todo pulmón, tenía la mirada baja y el entrecejo fruncido.
—¿Qué ocurre? —Preguntó Nayeon con miedo. Sana sacudió su cabeza de un lado a otro y sin levantar la mirada, decidió responder.
—Mina nos ha prohibido hablarte Yeonnie. Lo siento.
—No. Por favor... Chicas, no pueden hacerme esto. —Miró a Chaeyoung. Ella la había salvado, era el momento de que Chaeyoung hiciera lo mismo por ella.
—Lo siento Nayeon. Mina amenazó a Momo con quebrarle los brazos y piernas si yo no me mantenía alejada de ti.
—...Sanita. —Su voz era un ruego desesperado. ¿Había quedado completamente sola?
—Deberías intentar solucionarlo con Mina. No puedo hacer nada... Tzuyu amenazó con encerrarme en la celda si la desobedecía.
La coreana tragó su amargura. Se limpió las lágrimas porque no soportaría derrumbarse ahí, frente a todas. Miró el cielo, grisáceo y deprimente. Miserable como ella. Giró sobre sus talones y con grilletes imaginarios, arrastró sus pies. Volvería a su celda, si es que aún podía considerarla su lugar. No había visto a Mina desde esa noche. Cuando pasó por la improvisada cancha de básquetbol, donde las reclusas jugaban un partido, captó la atención de una mujer.
—¡Oye! —Nayeon siguió caminando—. ¡Eh, putita!
La desconocida llegó hasta ella, agarrándola del brazo con fuerza. Nayeon se volvió en su dirección, con su puño cerrado y tomando el impulso suficiente para encajarle un golpe certero en la nariz. La mujer cayó al suelo por el golpe que la había tomado con la guardia baja. El impacto hizo doler la mano de Nayeon, pero supo ignorarlo. No esperó a que la mujer se colocará de pie, giró y, ya que su vida dependía de ello, se echó a correr en dirección a su celda. Sin saber que un par de ojos ónice habían observado toda la situación. Corrió, esquivando a las reclusas y empujando a quienes intentaban agarrarla. El pavor de no saber hasta cuándo podría liberarse de lo inevitable la estaba ahogando. Finalmente fue sostenida por unos fuertes brazos de los que no pudo escapar. Forcejeó sin ver el rostro de su captora.
—¡Suéltame! —Exigió en un grito.
—¡Nayeon, soy yo! —Detuvo su forcejeo cuando escuchó esa conocida voz. Levantó la mirada y vio a la pelinegra culpable de sus desgracias.
—Yuqi.
—¿Estás bien? Dios, no he sabido de ti en días. Pensé que te habían asesinado o algo.
—S-sí. Yo... yo... —En ese momento se quebró y se odió por ello. Escondió su rostro, avergonzada de su debilidad y de las lágrimas que salían de sus ojos. Yuqi intentó sostenerla en un abrazo, pero Nayeon se removió rápidamente, sacudiendo sus extremidades y negando con el ceño fruncido. Apuntó a Yuqi, inquisidora—. ¡No te atrevas a tocarme! No puedes tocarme. No eres mi dueña. Estaba aterrada, en un estado de desconcierto temporal que no le permitía razonar.
—¿Qué?
—No eres Mina, no puedes tocarme.
—De acuerdo, estás demente. —Yuqi curvó las comisuras de sus labios en una sonrisa divertida. Intentó acercarse a Nayeon una vez más, pero esta retrocedió.
—¡No te acerques, Yuqi! Te lo advierto.
—Oh Dios. ¿Qué demonios te ocurre? Pensé que eras diferente a toda esta tropa de desequilibradas.
Nayeon estaba encerrada en una caja demencial. Se sentía atacada, como un Zorro entre una manada de sabuesos. No distinguía y es que el miedo comenzaba a jugar un juego enfermizo en su cabeza, pero había una cosa que si sabía, no quería a Yuqi cerca de ella.
—Aléjate.
—Escúchame, Nayeon. Sé que tuviste problemas con Mina por haberme ayudado esa vez. Quiero ayudarte.... No sé, puedo protegerte. —Yuqi juntó las palmas de sus manos y se inclinó levemente en dirección a Nayeon.
—No quiero.
—¿Cómo dices?
—Quiero a mi dueña
Nayeon estaba aturdida. Se había desviado de su lado racional. Como una menesterosa en busca de agua en el desierto y que sucumbe ante el calor antes de encontrar el oasis prometido.
—¿Tu dueña? ¿Hablas de Mina? Bueno, lamento ser quien te de la noticia, pero Mina se está enrollando con otra chica, una llamada Miyeon o algo así. —Dio otro paso hacia Nayeon, pero esta no retrocedió. Le levantó la cabeza con el dedo índice. —Déjame cuidarte. Puedo hacerlo.
—No eres Mina.
—Nayeon por favor, entra en razón...Mina te dejó. Se una buena chica y déjame ayudarte.
—No.
—Sí. Te dejó y ya todo Camp Alderson sabe que pueden abusar de ti. —Nayeon tapo sus oídos. Las palabras de Yuqi dolían, porque sacaban a la luz la verdad que había encerrado en un rincón de su cabeza—. Eres mejor que esto Nayeon. Mina no te merece, yo puedo cuidarte. Voy a cuidarte, seré tu dueña y tu serás buena para mí.
Las manos de Yuqi se aferraron al rostro de Nayeon, tomándola con fuerza alzándola. La coreana intentó soltarse, ejerciendo fuerza en los músculos de su cuello que se sentían desgarrar. Intentó empujarla con sus delgados brazos, gritándole que se apartara pero Yuqi no lo hacía. Colocó su boca sobre la de Nayeon, mordiéndole el labio inferior y comenzado un choque que distaba bastante de ser un beso.
—¡No! Suéltame Yuqi.
Yuqi se apartó, sin soltar a Nayeon. Su rostro no lucía molesta, se mantenía seria y en calma. Entornó los ojos y soltó un suspiro. Las reclusas transitaban alrededor de ellas, observándolas con perspicacia. No se entrometían, Yuqi ya se había hecho de un lugar en Camp Alderson.
—No voy apartarme. Eres mi responsabilidad.
¿Acaso ella no tenía decisión alguna?¿Cualquier mujer podía llegar y reclamarse su dueña? Si la luna pertenecía al sol, ¿Cómo podía venir cualquier astro y demandarla? No podía ser. Mina estaba equivocada, porqué las cadenas que había puesto alrededor de Nayeon no podían romperse tan fácilmente.
—No quiero ser tuya.
—No tienes muchas opciones. Lo siento.
—Quiero a mi verdadera dueña. Tú no eres ella. —El agarre de Yuqi se apretó en su rostro. Las palabras de Nayeon comenzaban a molestarle—. Suéltame. Me haces daño.
—Mierda eres difícil.... ¿No entiendes lo que pasará si te abandono a tu suerte? Estoy haciéndote un favor. Se buena y acéptalo. —Nayeon negó con la cabeza.
—Mientes. Y e-eres una hipócrita...¿Por qué mientes? Aquí nadie hace favores. ¿Qué quieres? No soy estúpida.
—¿Qué? Nayeon, te estoy ofreciendo salvar tu vagina. ¿Eso es ser hipócrita? —Yuqi bufo y soltó a Nayeon, cruzándose de brazos y arqueado ambas cejas.
La coreana la enfrentó con la mirada. No quería confiar en las buenas intenciones de la mujer. Prefería la cruda verdad que palabras dulces encubriendo mentiras.
—¿Por qué?
—Porque fue mi culpa que Mina te dejara.
—Sabes que eso no es verdad. ¿Por qué lo haces ver así? No fue tu culpa, tú y yo no somos nada. Mina no me dejó por ti, tu ego te ciega.
—Por favor, Nayeon. Todas saben que sintió celos porque me ayudaste en el gimnasio. Está bien, lo entiendo... Eres linda, muy linda y pequeña. Necesitas que alguien te cuide.
—No, y-yo... Eres una imbécil. —Nayeon soltó una carcajada y negó con la cabeza—. Si Mina hubiera estado celosa de ti, ya estarías muerta. Tú no eres nada para mí y ella lo sabe. ¿Crees que no conozco a mi dueña?
—¿Ah, sí? ¿Entonces por qué te dejó?
—Porque me necesita y eso la vuelve loca. Porque está sintiendo por mí, lo mismo que yo estoy sintiendo por ella.
Yuqi rodó los ojos. La actitud de Nayeon era desconcertante y hería su orgullo. La tomó de las muñecas, quedando a una corta distancia de la coreana, podía sentir su tibia respiración.
—De acuerdo. ¿Sabes qué? Sí, tienes razón. Quizá no quiero solamente cuidarte... O sea mírate, tan delicada y linda, desprotegida. Solo una ciega no querría poner sus manos en ti, pero tú también estás mintiendo, porque sabes que esa animal de Mina no siente aprecio por ti.
El corazón de Nayeon se desbocaba con cada latido. No quería escuchar las palabras de esa mujer, no quería ver sus ojos pardos y saber que no podía hacer nada para escapar de ella.
—Nunca dije que Mina me aprecia.
—¿Entonces?
—Mina me necesita.
—Vaya que sabe ocultarlo. ¿No te cansa hablar de esa bestia? A mí sí, porque ahora eres mía, Nayeon y no quiero que sigas hablando de ella. ¿Ha quedado claro? No quieres verme enojada, te lo aseguro. —Gimió bajito cuando las manos de Yuqi se apretaron en sus muñecas. Negó con la cabeza, si Yuqi quería imponerse a ella, tendría que ser a base de golpes—. ¿No? Mierda... No me gusta la violencia innecesaria, pero si insistes me harás usarla y créeme, sé cómo hacerlo. Mejor que muchas otras. ¿Tan terrible te parezco?
—Yuqi, déjame ir. Vas a arrepentirte, no miento.
La risa sardónica de la peleadora erizó la piel de la coreana. El agarre de sus manos quemaba, la cercanía de su cuerpo le era molesta. La mujer se estaba proclamando a sí misma como su dueña y Nayeon no encontraba la forma para detenerla.
—¿Arrepentirme? Debe ser una broma. No hay nada que puedas hacer para que me arrepienta. Soy tu nueva dueña Nayeon, solo debes hacerte la idea y todo será más fácil.
Yuqi miró en distintas direcciones y tomando a Nayeon por el brazo, comenzó a caminar. La coreana se removía y trataba de pegar sus pies al suelo, pero le era imposible. Estaba siendo arrastrada y los gritos de auxilio que desgarraban su garganta eran fatídicamente ignorados por las reclusas. Si pudiera elegir un momento para morir sería ese. No era estúpida, sabía que estaba siendo llevada al lugar donde Yuqi reclamaría el derecho de ser su dueña. ¿Por qué nadie la ayudaba? De todas las mujeres que había sanado en Camp Alderson durante esos meses, ninguna se alzaba por ella. ¿No les remordía la conciencia?
—Deja de resistirte, Nayeon. No soy un monstruo. Te voy a cuidar bien y serás una buena chica, ¿sí? No me harás castigarte, ¿de acuerdo?
—¡Solo suéltame!
—No puedo hacer eso
Llegaron a la celda que Nayeon supuso, era la de Yuqi. Una mujer se encontraba en ella y al ver a la oriental, salió de inmediato. Nayeon bramaba entre lágrimas, jurando vengarse de Yuqi por tomar algo que no le pertenecía. Y su mente macabra, que había desarrollado un lado sádico, la torturaba con recuerdos de su tiempo junto a Mina. Como la primera mañana que despertó con la japonesa a su lado y como en una coquetería traviesa, se sentó a horcajadas de Mina para despertarla con besos. Como la vez que Mina lavó su cabello, sermoneando a Nayeon que gastaba demasiado shampoo y que eso no era nada fácil de conseguir. O la vez que, sin saber que Nayeon fingía dormir, le acarició las facciones de su rostro. Repasando las tupidas pestañas de la castaña y reprochándole por su cara de niña bonita. Porque Mina había sido metal caliente inyectado en su cuerpo y no había manera de sacarla de ahí sin matar a Nayeon en el proceso.
—¡No! —Se aferró a la puerta metálica, raspando las yemas de sus dedos en el metal oxidado.
—Por Dios, Nayeon. Deja de hacer tanto escándalo. ¿Eres virgen acaso?
—¡Mina! —Sus brazos lanzaban manotazos ciegos. Sus piernas se flexionaban con desesperación. Sumida en un desasosiego lacerante—. ¡Mina! ¡Mina!
—Joder. —Yuqi bufó y la tiró sobre la cama—. ¡Qué guardes silencio! —Pero Nayeon no escuchaba.
—¡Mina!
—¡Nayeon, escúchame! No quiero tener que castigarte. Eres pequeña y frágil, necesitas que te cuide, ¿de acuerdo? —Sonrió, disfrutando de la resistencia ajena.
—¡Aléjate! ¡Mina!
Y cuando el sonido de la puerta, al ser abierta de golpe, las hizo girar el rostro, Yuqi comprendió las advertencias de Nayeon.
—He venido por lo que me pertenece.
Su dueña.
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