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04.

Sí. Estaba siendo dramática y horriblemente catastrófica, pero considerando que en su vida había estado en la cárcel, que la desquiciada emperadora de esta la había reclamado como su propiedad y que la tipa, era condenadamente caliente, se las había arreglado para provocarle un calor entre las piernas que aumentaba constantemente; estaba justificada.

—... ¿Alguien te drogó?

La expresión apabullada de Mina le demostraba que su confesión estaba completamente fuera de lugar. Nayeon tragó y negó con la cabeza.

—Eh, no. Creo que... no. No lo sé. ¿Cómo se siente cuando te drogan?

Mina enarcó ambas cejas y con un perezoso parpadeo recorrió a con Nayeon la mirada.

—Pues... ¿Qué ves?

—A ti. —La convicta asintió y lentamente comenzó a alejarse. Se empezó a vestir, sin quitarle la vista a la coreana. Nayeon agradeció mentalmente cuando Mina salió de la cama. El aroma corporal de la mujer prácticamente le daba nauseas. ¿Podría pedirle que se bañara?

—¿Acabas de decir que te gusto? —Preguntó Mina con brazos cruzados y el entrecejo arrugado. Se inclinó nuevamente en dirección a la coreana. No había más que una acusación férrea en la voz de Mina. Las mejillas de Nayeon se amoscaron en un tentador y acusador matiz sonrosado.

—No. —Sacudió su cabeza en negación incontables veces. Necesitaba que Mina tomara distancia o la demente podría escuchar las feroces pulsaciones de su corazón.

—Sí. Dijiste que mis besos te saben a puta gloria.

¡Venga! Que no era su culpa. Nayeon no era la persona más racional del mundo. Si lo fuera, no estaría en esa situación en ese preciso instante. Lamentablemente a veces su boca trabajaba demasiado rápido.

—No. No... Yo no...

Mina la tomó de la barbilla, relamiéndose una esquina de su labio inferior donde una pequeña cortada reciente se dejaba ver como una medalla de combate.

—¿Me estás diciendo mentirosa?

—Uh. ¿No? Pero yo no, es decir... Sí dije, pero... —Mierda.

Mina entornó los ojos y ambas permanecieron en silencio unos agonizantes y eternos segundos. Finalmente, la mujer salió de la litera y se colocó de pie. Miró a Nayeon por sobre el hombro y chasqueó con la lengua.

—Zorra astuta. —Gruñó antes de salir de la celda.

Nayeon se sentó en la cama de golpe. Llevándose una mano al pecho y exhalando una profunda bocanada de aire. Demonios, eso había estado cerca... Y nuevamente Mina no se la había follado. Lo cual era muy bueno y a su vez, la hacía sentir incómoda. ¿Por qué Mina no podía ser una criminal normal? De esas abusivas y malditas, feas, sucias y con cicatrices en la cara. ¡Como en las películas! Así Nayeon podría odiarla. Arrugó la nariz y se tiró de espaldas, quejándose por la dura consistencia de lo que se suponía, era un colchón. Bien, al menos ya había sobrevivido veinticuatro horas más. Solo le quedaban cuatro años y más de trescientos días en Camp Alderson. Increíblemente, ese día se cumplían dos semanas desde su llegada a prisión y no, no estaba bien. Sentía que se quebraría en cualquier momento. Sana le decía que debía dejar de preocuparse de lo que ocurría a su alrededor y enfocarse en mantener su propio pellejo a salvo. Nayeon lo intentaba, pero era su vocación ayudar a las personas y tener que ignorar los constantes abusos cometidos en aquella penitenciaría, estaba consumiéndole el alma.

Mina prácticamente la ignoraba. Eso era bastante bueno, o quizá no tanto... Al menos había dejado de perseguir su vagina como una animal hambrienta. La mujer de potentes ojos ónice se la pasaba entrenando, Nayeon lo sabía porque en las mañanas la veía a escondidas mientras fingía dormir y en las noches, Mina llegaba con una expresión cansada. Estuvo a punto de felicitarla por encontrar una manera sana para descargar sus hormonas y su deseo sexual; por amor a su propia vida no lo hizo. Ya había comenzado a comprender algunas cosas de prisión que Sana le iba explicando conforme los días pasaban. Como el hecho de que las peleas eran casi siempre semanales y que al ser invicta, Mina tenía bastantes privilegios en la prisión. Nayeon quiso mofarse, pero la realidad le pegó duro cuando comprobó que Sana no mentía. Mina tenía acceso a licores, cigarrillos y productos de limpieza que Nayeon daría un ojo por obtener. Comía carne y pan fresco todos los días. Bebía café y tenía ropas limpias y nuevas que le eran suministradas por su mecenas.

Como Mina odiaba las drogas, Tzuyu era la encargada de vigilar y mantener a raya su tráfico, mientras Mina era quien ponía orden y controlaba los conflictos de los bandos internos. Sana le contó cómo la emperadora en un arrebato de rabia, eliminó a toda una cuadrilla de mujeres nazis. Las molió a golpes y después quemó con fuego la piel donde lucían orgullosamente sus tatuajes con la simbología Nazi. De esa vez, las nazis ya no buscaban pelea con las latinas o mujeres de color. Eso era bueno... el método, quizá, no muy ortodoxo. Sin embargo, esa era su dueña y lentamente Nayeon se hacía a la idea de que le pertenecía a la mujer. Las denominadas "putas", bromeaban al respecto. Y es que había que ser ciega para no ver que Mina era un trozo de carne caliente, Nayeon también lo sabía y eso le dificultaba un poco su plan de mantenerse a distancia de la japonesa. Justo como en ese momento. Mina la observaba, casi ofendida. Con su ceño fruncido y brazos cruzados. Nayeon estaba hecha un ovillo en la cama, enterrando su rostro en la almohada y su cuerpo retorciéndose de dolor.

—... Creo que te estás muriendo —Comentó, Mina como explicación viable al padecimiento de estómago que tenía Nayeon en ese momento.

—No, Mina. Solo me duele. —Suspiró, aferrándose a su vientre por el dolor. La cena de la noche anterior realmente le había caído mal y era su culpa... ¡Sabía que esa cosa que parecía puré estaba algo rara!

Y realmente hubiera agradecido al cielo que Mina no notara su malestar, pero le había sido imposible ocultarlo. Por lo que ahí estaban. Con Mina dando por desahuciada a Nayeon, quien solo quería un té caliente y reposar durante el día. Comer algo ligero y darle a su estómago algo de tranquilidad.

—No, no. Yo vi esto antes. Te estás muriendo, conejita.

Nayeon bufó y, con algo de dificultad, levantó la vista para ver a Mina.

—Me duele la panza.

—Vale.

—¿Cómo?... Mina, me siento mal.

—Hm. Ya. —Mina se repasó el cabello con los dedos de una mano—. ¿Segura que no quieres ir al baño?

—¡No! —Chilló espantada. ¿Cómo esa animal no podía entender que si Nayeon estaba enferma, lo que necesitaba era descansar?—. Es un dolor de panza Mina. No cólicos intestinales.

—¡Y qué cojones voy a saber yo! La doctora aquí eres tú.

Nayeon botó un suspiro lacónico y volvió a recostarse de costado, sosteniendo su afiebrado estómago.

—Solo quiero un té y dormir. ¿Por favor?

—¿Me viste cara de sirvienta? —Preguntó enarcando una ceja. Nayeon cerró los ojos, sintiéndose estúpida por haber pensado que Mina tendría un poco de humanidad—. Además... esa cosa del té no sirve. Es como pasto seco.

Nayeon quería reírse. ¿Qué podía saber esa maldita criminal sobre cuidados médicos? Ya bastante le sorprendía que Mina supiera leer y escribir.

—¿Entonces qué recomiendas? —Preguntó con cinismo. Uno que, para su fortuna, pasó desapercibido para Mina.

—Uhm. Ya... A ver, estírate con la panza hacia arriba. —Nayeon pestañeó y con algo de recelo obedeció a la japonesa. Quedando completamente estirada sobre la cama—. Veamos... ¿Cómo era? Bueno, es como...

La emperadora se sentó al lado de Nayeon. Rascó su ceja izquierda, observando el estómago de ésta como alguien que está viviendo una verdadera encrucijada. Era casi divertido ver su expresión.

—¿Mina?

Finalmente, Mina colocó una mano sobre el estómago de la coreana, quien ahora tenía sus manos a los costados. Se aclaró la garganta y sí, Nayeon como que podía estar muriendo en ese preciso instante. Mina le estaba acariciando la panza. Ya. Mierda.

—Uhm. ¿Qu-qué estás...?

—Shhh —Siseó. Lucía concentrada. Sus orbes ónices fijos en el estómago de Nayeon, la cual estaba acariciando con movimientos circulares—. Levántate el suéter.

Nayeon pasó saliva y con un movimiento de cabeza, accedió a la petición de su dueña. Tomando los bordes de su suéter y levantándolo hasta la altura de sus costillas. Tuvo que cerrar los ojos cuando la mano de Mina se posó sobre su piel. Y no era una caricia suave. Era tosca y torpe; digna de Mina. Fueron solo unos cuantos minutos, con la palma de la mano de Mina aplanándose sobre su vientre. Nayeon tenía su labio inferior atrapado y un fuerte rubor en las mejillas; segura de que tenía fiebre. Quizá Mina tenía razón y estaba muriéndose.

—¡A las duchas, cretinas! —Gritó una voz fuera de la celda de ambas. Mina gruñó y se colocó de pie de inmediato.

Su rostro estaba tenso y miraba a Nayeon de manera inescrutable. La coreana tampoco estaba mejor. Mina la había besado incontables veces, sin embargo, era la primera vez que realmente sentía que habían intimado.

—Gracias. —Susurró suave y dulce.

Mina gruñó en respuesta y salió de la celda. Dejando sola a una muy confundida Nayeon, quien ahora no solo tenía un dolor de estómago sino también el corazón acelerado. Salió de su celda y pasó rápidamente por la unidad médica donde le dieron unas tabletas para el dolor. Gracias al cielo los retortijones disminuyeron y pudo dirigirse a las regaderas. Nayeon por decisión propia y para evitar ponerse en riesgo innecesario, solamente se adentraba a las duchas cuando lo hacía Mina. Al parecer a su dueña eso la tenía complacida ya que Nayeon la había pillado en más de una ocasión observándola de reojo con un amago de sonrisa. Vio a Mina, quien ya se encontraba bajo el agua, ojos cerrados y frotando sus perfectos pechos. La coreana ignoró a unas mujeres que se estaban morreando cerca de la gaveta que se había asignado a sí misma, al lado de la de Mina. Y ahí estaba, desvistiéndose rápidamente para poder bañarse con un poco de tranquilidad al saber que nadie intentaría nada con ella mientras Mina estuviera ahí. Su cuerpo se estremeció de frío cuando quedó desnuda, y con pasos lentos caminó hasta el agua caliente. Cerrando los ojos y arrugando el entrecejo al sentir como su cabello, el cual siempre había sido sedoso, ahora era áspero y seco. Para cuando saliera iba a ser un estropajo. Feo y marchito... Seguramente con la vagina más que abierta y una mentalidad enfermiza similar a la de esas criminales. Que optimista.

—Nayeon. —La voz de Mina la hizo abrir los ojos de inmediato. Bajó las manos de su cabeza y las dejó caer a los costados de sus muslos. Mina le había hablado y era imposible no percatarse de que casi todas guardaron silencio—. Ten. A ver si usando esto dejas de apestar a mofeta vieja.

Estiró las manos para recibir aquello que Mina le ofrecía. Sus ojos podrían habérsele salido de las cuencas oculares cuando vio que se trataba de una botella de shampoo. ¡No! No... No, no.

—... Gracias, Mina.

¡Mierda! Estaba sonriendo. Y no, no quería sonreír, pero bueno, sí. Lo estaba haciendo.

Levantó sus orbes índigos en dirección a la peleadora. Con sus ojos formados en medias lunas, y los pómulos levantados debido a la sonrisa que surcaba su rostro, sin mostrar sus dientes. No podía evitarlo. Quizá era algo estúpido por parte de su corazón acelerarse de esa manera, pero Mina, su desquiciada dueña, estaba teniendo un gesto humano con ella. Mina tragó saliva audiblemente y su ceño se frunció. Miró en dirección a las otras convictas y soltó un gruñido bajo.

—¡Salgan! —Les demandó.

La pediatra agitó sus pestañas y retrocedió asustada. ¿Había hecho o dicho algo malo?

Se aferró a su más preciada y nueva posesión, su botellita de shampoo, mientras las mujeres se apresuraban a ejecutar la orden de su emperadora. Nayeon no sabía si ella también estaba incluida en el paquete. Con la mirada gacha dio unos cuantos pasos para salir de la regadera y obedecer a Mina, pero fue detenida por el tosco agarre de la mujer.

—Tú no.

Mierda. Bien. Por alguna razón, había firmado su sentencia de muerte. Genial, Nayeon. Mina finalmente hacía algo bueno por ella y la había jodido. Quizá dar las gracias era una especie de insulto o algo; tendría que hablarlo con Sana después. Si es que sobrevivía.

—Uhm. ¿Hice algo mal? —Preguntó ella con el corazón en la mano. Atrapó con los dientes su labio inferior, a la espera de una sentencia. Mina comenzó a avanzar, haciendo a Nayeon retroceder hasta que estuvo nuevamente bajo la lluvia artificial.

—¿Tu panza?

—Uh. Es-está mejor. —Mina asintió.

—Acércate —Le exigió. Nayeon pasó saliva con dificultad.

—Mina... si te molesté, lo siento. Yo no quería...

—Acércate, Nayeon —Repitió—. ¿O aún me tienes miedo?

Nayeon frunció los labios y obedeció. Dócil y sumisa, como era su única alternativa. Se acercó, hasta que sus pechos estuvieron a milímetros y un espasmo la hizo brincar cuando sintió las duras manos de Mina aferrándose a sus caderas con posesividad.

—Min....

—Shhh. —La silenció—. Deja que te disfrute, conejita coqueta.

Nayeon gimió y que Dios la perdonara, pero no pudo evitarlo. ¡Que no era fácil controlarse en una situación así, maldición! Mina hundió sus dedos en las nalgas de Nayeon empujándola aún más hacia ella. Los pechos de ambas se tocaban y sus intimidades estaban completamente unidas. Nayeon quiso gritar. Ya había visto la humedad de Mina antes. Pero ahora no solo estaba viendo su humedad, no, la estaba sintiendo, eso la hizo temblar. Sus piernas rápidamente se sintieron trémulas y la botellita de shampoo, que tanto había llegado a amar en esos pocos segundos, rodó en el suelo mojado cuando Nayeon la soltó para apoyar sus brazos alrededor del cuello de Mina. Temía caer al suelo de no sostenerse.

Mina se acercó a su oído ronroneando y posteriormente le dio un lametón a el cuello de Nayeon, alternando mordida y lamida. Descendiendo hasta los pechos de la coreana, dándoles la atención que necesitaban. Nayeon era un manojo de nervios susceptibles y alterados, Mina empezó a manosearle las piernas y muslos y de una manera sensual, desviándose un poco hasta el centro de ésta, acariciando y rozando lentamente el clítoris con sus dedos llevándola al borde del precipicio. El calor se expandió rápidamente por todo su cuerpo, pequeños gemidos y jadeos abochornados la traicionaban a cada segundo. Una combustión incandescente se alojaba en su vientre y el pecho le dolía por la dificultad que tenía para respirar. No podía seguir aguantando las caricias de Mina en su clítoris, necesitaba que la penetrara.

Dejó caer su cabeza hacía atrás. Con violentos pensamientos apareciendo en su cabeza. Quería ser besada, tanto. Y eso estaba mal. Mierda, todo estaba mal con ella. Maldita Mina que no la besaba. No, no. Mejor que no la besara. Solo un beso... ¡No, Nayeon!

Mina se separó un poco, sin dejar de tocarse, retirando su mano del clítoris de la coreana.

—Tócate, conejita. —Le suspiró al oído, Mina.

Y Nayeon debería haber dicho que no. Realmente debería hacerse de rogar, pero no. No en ese preciso instante, no cuando algo muy malo podría ocurrir si lo hacía. No cuando tenía una maldita necesidad de ser penetrada porque su cuerpo simplemente se mandaba solo, ignorando las súplicas de su cabeza. Llevó una mano hasta su adolorido centro y metió dos de sus dedos. Soltando un placentero y dulce gemido. Mina comenzó a esparcir suaves y calientes besos en su nuca y pechos. Levantando y amasando el culo de Nayeon.

—Hmmm. —Bombeaba con sus dedos dentro de su vagina, dejándose seducir por la mujer que se encontraba frente a ella. El vapor del agua alteraba sus sentidos, el contacto con la fibrosa piel de Mina la hacía retorcerse como una puta virgen en los juegos previos antes de perder la virginidad. Sintió un líquido que emanaba de su vagina, era más lubricación, no se había mojado tanto en su vida. No aguantaría mucho.

—¿Te gusta esto, no? —Nayeon tarareó en respuesta—. Sé que te gusta. Porque gimes. Mierda, gimes tan dulce, conejita.

—D-Dios, sí.

—¿Quieres que sea yo quien te folle, Nayeon? ¿Qué te meta los dedos tan duro hasta partirte en dos? —Presionó con su dedo del medio la entrada de la vagina de la coreana, donde esta se masturbaba con dos dedos.

Nayeon sintió tanta excitación que comenzó a masturbarse más rápido, a anhelar más besos en sus hombros y cuello y pechos.

—Q-quiero... —Jadeó, botando todo el aire de sus pulmones.

—¿Qué quieres?

—Beso.

—¿Gimes por un beso? Putita necesitada.

Mina y su lenguaje obsceno la llevaron al borde. Hipó el nombre de su dueña, tensándose por completo antes de que el calor descendiera por su cuerpo, alojándose en el sur y llevándola a un delicioso y febril orgasmo. Se corrió, con el vientre apretado, burbujeándole, y la respiración apenas saliendo de sus fosas nasales. Sentía que en cualquier momento caería al suelo.

—Así que te pone que te trate como a una putita. —Nayeon para ese instante era una muñeca maleable en las manos de su dueña. Sumisa y agotada, con el cuerpo flojo y extenuada. Suspiraba con pesadez mientras Mina se acercaba de nuevo frotándose en un delicioso y experto vaivén—. ¿Quién es tu dueña, Nayeon?

—Tú. —Se las arregló para decir, atragantada. Sus cuerdas vocales irritadas por la fuerza que ejerció para acallar sus escandalosos gemidos.

—No te atrevas a olvidarlo. Eres mía Nayeon y como pienses en dejarle esta vagina a otra.. Te cercenaré la garganta.

Asintió reiteradas veces, queriendo decirle a Mina que era imposible que se dejara tocar por algunas de esas ratas de alcantarilla.

—Solo tú. Mi dueña, mi... —Se quedó sin aire. Joder.

—Mierda... Maldita puta, me traes loca. —Mina dejó caer su cabeza en el hombro de Nayeon y se tensó, corriéndose duro con solo ver tal espectáculo que le había ofrecido su prisionera.

Permanecieron así unos cuantos segundos, quizá minutos. Nayeon no estaba precisamente consciente del tiempo. El agua caliente corría por sus cuerpos mientras ambas lograban normalizar el flujo de oxígeno que entraba en sus pulmones. Mina apartó la cabeza de su hombro, sin decirle una sola palabra a Nayeon, quien rogaba misericordia divina para no caer de rodillas cuando la japonesa se apartara. Se sentía mareada y quizá haber estado demasiado tiempo bajo el agua caliente no había sido muy buena idea.

—Sal de ahí y vístete. —La sermoneó la peleadora, quien se apartó de ella y ya se encontraba poniéndose su ropa interior. Las bragas apretaban sus filosas caderas y resaltaban el largo de sus piernas.

—Uhm. Mi... mi cabello —Protestó. Con sus ojos merodeando el suelo de pavimento mohoso en busca de su botellita de shampoo. No podía perderla, quizá cuándo obtendría otra así. La encontró a pocos pasos y con una lentitud torpe, caminó hasta ella, agachándose para tomarla en sus manos. Las yemas de sus dedos estaban arrugadas y sus mejillas ruborizadas. Mina mojó sus labios al verla, con marcas de besos en su cuello, labios que gritaban, habían sido besados hasta el cansancio. Luciendo vulnerable como un gatito bajo la lluvia.

—Apresúrate, quiero ir a desayunar.

Nayeon no iba a preguntarle por qué demonios la estaba esperando, pero la duda no se iría rápidamente. ¡Ese era el problema! Todo lo que hacía Mina la desconcertaba. Lavó su cabello con premura, agobiada por la fijación de los ojos ónice de Mina en ella. ¿Qué? ¿Acaso le gustaba tanto que no podía quitarle los ojos de encima? Algún día le diría a Mina lo que pensaba. O quizá no... Definitivamente no.

Llegó al comedor, se formó para hacer la fila y obtener su miserable desayuno. Ese día tocaba avena con leche. Al menos era más decente que las rebanadas de pan añejo y el té frío que les daban la mayoría de los días. Las miradas se posaron en ella. Ya había aprendido a ignorarlas, o a fingir que las ignoraba al menos. Sana se encontraba en la mesa de las putas, comiendo y riéndose a carcajadas de alguna estupidez que hizo a Nayeon rodar los ojos. No comprendía cómo la rubia podía ser tan optimista en esa situación.

Pasó por la mesa de Mina y sintió asco al ver como la antigua puta de Mina, japonesa, se encontraba colgada al brazo de su dueña. No, no estaba celosa. Para nada. Solo le molestaba porque podría malinterpretarse. ¿Qué ocurriría si alguna depravada pensaba que Mina ya no era su dueña? Se la comerían viva... Y todo por esa sucia puta. Chasqueó con la lengua tras los dientes y continuó su camino, o así fue hasta que una mano se alojó en su culo. Dio un salto, volteando su porción de avena y ensuciándose completa. Inmediatamente giró el rostro para ver a la profanadora de su santo culo. Mierda. Era la energúmena. La gigante de dos metros que parecía una mutación mal hecha de vaca y humana. Nayeon casi chilló de miedo y se apartó de inmediato. No le respondería, no cuando esa mujer podría quebrarle el cráneo con un apretón de sus enormes manos. Sabía que Mina no la defendería, no de algo tan estúpido y en público. Una cosa era demostrar que Nayeon era suya y otra era comportarse como una mamona guardaespaldas de su amante.

—¿Todo bien? —Preguntó Sana mordiéndose el pulgar. Había presenciado la escena.

—Sí, pero quedaré con hambre. Esto es un asco. —Se limpió su suéter con la mano y negó con la cabeza. Tendría que esperar hasta el almuerzo para obtener algo de comer.

—Esa tipa me pone de los nervios. Les prometo que si se me acerca, no respondo de mí. —Comentó con exageración una de las chicas de la mesa llamada Jisoo. Y Nayeon quería reír porque Jisoo era casi tan grande como una hormiga y tan delgada como su jodido cepillo dental.

—Si sigue molestándote, Mina terminará metiéndole una paliza. Ya lo veo venir. —aseguró Sana. Intentando darle seguridad a Nayeon.

—Lo dudo. Está demasiado ocupada con la puta esa. —Señaló con el rostro la mesa de Mina. El desdén pintaba sus bonitas facciones.

—¿Acaso huelo a celos? —Chilló otra chica. Una muy maquillada y con el cabello trenzado.

—Sí. Al celo de esa perra. —Escupió Nayeon, tomando la tasa de té de Sana y bebiéndosela.

Sana también tenía ciertos privilegios al ser la pareja de Tzuyu. Y Nayeon se preguntaba cuando comenzarían los suyos. Hasta el momento llevaba a su favor una botella de shampoo. Todas rieron y continuaron su amena plática. Algunas se apiadaron de Nayeon y le otorgaron parte de su desayuno. La coreana prometió compensárselos.

—¿Vas a la pelea de hoy? —Preguntó la jefa de mesa. Nayeon negó. No iba a ir y tenía el leve presentimiento que Mina ya no se opondría—. No creo que a Mina le guste que faltes a sus torneos.

—Hm... Bueno, le dije que... ya saben. No me gusta y si voy, terminaré vomitando en el lugar.

—Es una lástima. Hoy pelea Tzuyu contra la oriental. —Sana le regaló un puchero y Nayeon llevó sus ojos al techo—. Y Mina peleará con una rusa.

—No me gustan las peleas, Sana. Me gusta curar a las personas, no verlas lastimarse.

—Ay, Yeonnie. A veces tu manera de pensar me asusta.

—¿Por qué lo dices?

—Porque eres demasiado buena. Y las buenas nunca salen con vida de Camp Alderson.

El silencio se hizo presente. Nadie refutó las palabras de Sana y eso formó un nudo en la garganta de la pediatra. ¿Acaso pensar como ella lo hacía era causa de muerte? Miró a Mina una vez más y para su sorpresa la mujer también la observaba. Nayeon sintió ganas de hablar con ella. De preguntarle si realmente iba a morir por tener sus propias convicciones. Se resignó a bajar la mirada y aguantar la picazón en la parte posterior de su garganta. Cuando Nayeon volvió a su celda, vio sobre su cama una bolsa de papel café. La tomó con cierto recelo, entornando los ojos al abrirla.

—Oh mierda. ¡No puede ser! —Exclamó con una sonrisa. La bolsa contenía unos sobres de leche, una barra de chocolate y tres magdalenas con chispas de colores.

Se sentó en la cama. Vació el contenido de la bolsa sobre sus muslos y, mordisqueando su labio inferior, con manos vivaces, rasgaba el envoltorio del chocolate. Se llevó una pieza a la boca y cerró sus ojos para deleitar aquel dulce y empalagoso sabor. El cacao se fundía en su paladar y un suspiro de placer abandonó su pequeña y rosada boca. Oh Mina, esas sí eran maneras de ganar puntos. Comió tres piezas de chocolate y una magdalena antes de guardar su tesoro bajo la estropeada y miserable almohada de su cama. Bueno, al menos ya tenía almohada. Una que Mina dejó caer de su cama y Nayeon agarró silenciosamente. Al parecer a su dueña no le hacía falta ya que no se la exigió de vuelta. Lo mismo con las mantas de la cama. Llevó sus ojos a la arcaica puerta metálica cuando Mina apareció por esta. Lucía su cuerpo sudado y llevaba una toalla sobre sus hombros. Y con aquella expresión fiera que la caracterizaba.

—Hola. —Nayeon sacudió su mano y Mina bufó en respuesta—. De acuerdo... Uhm, gracias por el chocolate y las cosas.

—Hm. Ya.

Nayeon se rascó la nuca y se colocó de pie. Si Mina no quería hablar con ella, entonces saldría al patio con las demás reclusas. Había escuchado a Sana algo sobre un torneo de cartas y no pensaba participar, pero sería más divertido de ver que a su gruñona dueña ignorándola.

—¿A dónde vas? —Preguntó Mina antes de que saliera. Se había colocado una camiseta de tirantes que dejaba a la vista sus perfectos pechos y pezones. Nayeon sintió su boca salivar y por acto reflejo rehuyó la mirada.

—Uh. Al... patio. Sana dijo q-que, bueno. Uhm, sí.

¿Por qué estaba ruborizándose?

—¿Ahora también eres tartamuda, conejita? —Se burló Mina, apoyando su espalda baja en la destartalada mesa de la celda. Presionó con sus dedos sobre la madera cual pianista en una escala musical.

Nayeon se encogió de hombros y respondió.

—Me pones nerviosa.

¡Maravilloso! ¿Podía alguien simplemente ponerle un tapón en la boca por amor al cielo? Se mordió la lengua apenas farfulló esas palabras. Al parecer la subida de azúcar la había vuelto tonta. Mina arqueó una ceja y se frotó su labio inferior con un dedo pulgar.

—¿Alguna vez piensas antes de hablar?

—Uh, ¿sí? Suelo hacerlo... Pensar, quiero decir.

—¿Y qué pasa entonces? ¿La prisión te está fundiendo el cerebro o algo? —Nayeon negó, la mirada fija en el disparejo y feo suelo—. Eres demasiado sincera, Nayeon. Como alguien se ensañe contigo por ser así, la tendrás fea.

—No. —Ladeó su cabeza. Las palabras de Mina no tenían demasiado sentido para ella en ese momento.

—¿No? ¿Y cómo lo evitarás? ¿Acaso piensas que con ese cuerpecito podrás liberarte de todas las palizas en Camp Alderson? ¿O crees que andaré tras tuyo? —Mina caminó hasta Nayeon. El ónice de sus ojos era prácticamente invisible; sus pupilas dilatadas ocupaban un diámetro considerable—. Una cosita como tú. Mansita y de carne tierna... ¿Qué podrás hacer para defenderte de las bestias de este infierno?

—Estar contigo.

—¿Conmigo? ¿Piensas que soy tu maldita perra guardián? —Mina estaba frente a Nayeon. Su semblante hastiado hizo a la coreana abrazarse a sí misma para no temblar. ¿Por qué siempre terminaban en ese tipo de situaciones? Con Mina confrontándola como si fueran dos némesis.

—No, pero tú...

—¿Yo?

—Eres mi dueña, Mina. —Los dedos de Nayeon se enredaron en la camiseta de la japonesa. Cargó el peso de su cuerpo en las puntitas de sus pies y se izó para alcanzar la boca de la otra—. Beso.

Dejó caer en los calientes labios de Mina un corto beso antes de apartarse. La mujer frente a ella lucía descolocada y parpadeaba sin expresión alguna. Nayeon se ovacionaba a sí misma mentalmente.

—Mugrosa altanera... —Mina tomó el rostro de Nayeon con ambas manos. Apretándole las sienes a la doctora con sus pulgares. Se acercó lo suficiente como para poder respirar el vaho de Nayeon—. Como te atrevas a decirle estas palabras a alguien más. Te juro que desearás no haber nacido.

Nayeon no alcanzó a responder cuando Mina se lanzó sobre su boca, devorándola con vehemencia. Llevó los brazos al cuello de su dueña, rodeando y colocándose nuevamente de puntitas para poder estar más cerca de ella, sentirla más. Ese era el jodido problema, Mina hacía que su mundo diera vueltas con un solo beso. Eso era peligroso.

—Tus besos son míos, conejita. Todos —gruñó en el beso, tironeando del labio inferior de Nayeon.

—L-lo son.

—Bien. Dímelo, que eres mía.

—S-soy tuya.

—Dime que te gusta ser mía.

—Te gusta que sea tuya. —Respondió en su lugar; con un jadeo atragantado. Mina ladeó una sonrisa y se hundió en sus labios nuevamente. Dejó a la convicta comerle la boca una vez más. Le regaló sus más dulces gemidos y ronroneos. Se deshizo en sus brazos igual que el chocolate que se había comido hacía poco.

Besar a Mina era besar el pecado, desear a Mina era desear la demencia. Tragó con deleite la saliva de la contraria y sonrió en medio del beso al sentir como sus labios hormigueaban, febriles por la intensidad con la que sus bocas se congregaban necesitadas. Se separaron cuando una voz carraspeó a la entrada de la mazmorra. Nayeon ocultó su rostro en el pecho de Mina y su gran sorpresa fue que Mina la sujetó por la parte posterior de la cabeza, como si quisiera ocultarla de la presencia invasora.

—Se solicita la reclusa Im Nayeon en la unidad médica. De inmediato. —Masculló una guardia con voz seria y una atemorizada mirada delatadora. Nayeon se separó de Mina y asintió en dirección a la guardia, quien le hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. Miró a Mina por última vez y la tomó del cuello para darle un pequeño beso travieso antes de salir de la celda. La escuchó vociferar maldiciones a distancia y apretó los labios para no sonreír. Estaba pisando terreno peligroso, lo sabía e incluso así, no iba a retroceder. No hasta que Mina le diera un motivo, o rompiera su corazón.




















Capítulo dedicado a wingsyeon porque quería actualización. Te adoro, niña♡

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