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02.


Frío, un frío agudo y que la hacía retorcerse en su duro y escueto lecho. Poca diferencia tenía su cama con el suelo mismo, y sin importar cuánto lo intentara, cuánto se frotara contra el colchón, no lograba calentar su cuerpo.

La suave respiración de su compañera de celda llegaba burlona a sus oídos. Recordándole con saña que aquella mujer la había despojado de sus mantas de cama. Nayeon temblaba, esperando que pronto llegara la mañana y así pudiera recibir algo del calor del sol; si es que este no se ocultaba tras las nubes.

¿Cuántas noches aguantaría antes de morir congelada? Todo por culpa de Mina. De su anfitriona personal quien, para su sorpresa, no la tomó contra la cama ni la violó. Ella presenció en silencio como Mina, luego de aquel roce de sus bocas y con una burla cruel, tomaba las mantas de cama asignadas a Nayeon y las ordenaba pulcramente sobre la que era su propia cama. Mirando de reojo a Nayeon y ladeando una sonrisa vil. La coreana no tuvo el coraje para reprochar tal bajeza y simplemente se resignó a la idea de que pasaría frío por las noches.

Sin embargo, frío era decir poco. Seguramente se sentiría más calor estando a la intemperie. No sentía los dedos de sus pies, aún cuando usaba zapatos. Se cubría el rostro con sus manos en un intento por entibiar el aire que entraba por sus fosas nasales. Nada servía. Se removió una vez más, ocasionando que uno de los resortes de su cama rechinara. Escuchó a Mina decir algo ininteligible y rogó en sus pensamientos porque la mujer no se molestara y decidiera propinarle una golpiza o llevar a cabo la prometida consumación del acto carnal.

—¿Tienes frío? —Preguntó con voz adormilada.

—Sí. —Suspiró en respuesta.

—Hm.

No dijeron más. Nayeon escuchó como Mina al parecer volvía al mundo de Morfeo. Ignorando su padecimiento y ronroneando con pereza mientras se removía en su cama, haciendo sonar las mantas que la envolvían, manteniéndola apartada del frío glacial. Maldita bastarda, cuando el cansancio finalmente logró vencer al frío, se dejó llevar por el sueño. Despertando de vez en vez por el gélido, pero milagrosamente volviendo a dormirse. Tenía que conseguir una manta para su cama, y buscar la forma para que Mina no se la quitara ¿No había dicho que era su puta? ¿Quién trataría así a su puta? Eso era como, muy, muy vil. Mierda, Nayeon tenía demasiado que aprender.

—¡Arriba, bastardas! Es hora del desayuno. ¡Vamos, vamos!

Las cuencas oculares de Nayeon se removieron por debajo de sus parpados. Siendo consciente que debía despertar, pero encontrándose demasiado fatigada como para abrir los ojos. Estaba agotada, física y mentalmente. Sin fuerzas para llevar a cabo los comandos que su cerebro le ordenaba, escuchó una respiración jadeante, unos golpes secos y unos gruñidos que llamaron su atención. Con sumo esfuerzo, y alabándose a sí misma por ello, logró abrir sus ojos, paseándolos por la extensión que se conformaba de esas cuatro paredes, cuando logró enfocar su vista, apoyándose en los codos y soltando un último espasmo debido al frío que había traspasado su piel, alojándose en el interior de su cuerpo; vio a Mina, la garganta de Nayeon estaba seca e irritada. No quería pronunciar palabra alguna, temerosa de lo que resultaría de ello. Sus ojos recorrieron por completo a la mujer y un nudo se alojó en su vientre; tirante y doloroso.

Cada uno de los músculos de su cuerpo se apreciaba excepcionalmente trabajado y tonificado. Abdomen bien definido, brazos y piernas torneadas, envuelta en una capa de sudor perlado que hacía lucir el bronceado de su piel y resaltar la amalgama de tatuajes que la mujer llevaba, Nayeon parpadeó, sin dejar de analizar a esa Diosa griega con morfología humana que tenía frente a ella. ¿Ese era la mujer que la había hecho su prisionera? ¿Esa era su dueña? Wow.

Mina tenía las manos enguantadas y su torso únicamente con un top. Sus pies vendados y daba pequeños saltos, encorvándose para levantar sus piernas alternadamente y golpear el saco de boxeo frente a ella. Los jadeos que dejaba escapar estremecían a Nayeon, un solo golpe de esa mujer y podría decirle adiós a su vida, sintió lástima por ese saco de boxeo, rogó no convertirse nunca en ese saco de boxeo.

Los golpes que Mina asestaba eran rápidos y certeros. Lucía como una maldita profesional, inclinándose de un lado a otro, golpeando con sus codos, rodillas y puños. Ladeando su cabeza como si esquivara golpes imaginarios, Nayeon ahogó un chillido cuando Mina en un rugido bestial usó su talón para, con una patada alta, golpear el saco de boxeo; ejerció demasiada fuerza, rompiendo la gruesa tela de cuero, sin embargo, Mina se percató de su lastimero intento por pasar desapercibida, detuvo su embiste al pobre instrumento de práctica y se volteó en dirección a Nayeon. Secándose el sudor de la frente, la observó con soberbia, su mandíbula tensa y una carga de rabia palpable en su rostro, Nayeon se encogió en su lugar. ¿Había hecho algo mal?

—Pareces un cadáver. —Le recriminó, despectiva.

Nayeon se preguntó a qué se refería con eso. Mina le indicó el trozo de espejo roto que había sobre el lavamanos y Nayeon, sintiendo su cuerpo pesado, se arrastró hasta el lugar, lo que reflejaba el espejo era simplemente desesperanzador. ¿Cadáver? Eso era ser optimista. Sus pómulos resaltaban, su piel estaba opaca y las ojeras violáceas que adornaban sus ojos eran grotescas. Sus labios lucían una mezcolanza de rojo, morado y azul, producto de la bofetada que Mina le había propinado la noche anterior, fue como si finalmente estuviera reflejada en su exterior como se sentía por dentro. Eso la hizo sentir vulnerable y expuesta. Miró por el rabillo del ojo a Mina, quien había sacado una maleta oculta bajo la litera, una pieza de jabón.

—Ten. —Se lo extendió a Nayeon—. Lávate, haz algo para dejar de parecer una puta muerta.

Nayeon tuvo ganas de replicarle, después de todo, Mina tenía gran parte de la culpa, lucía así después de haber sido torturada por el frío de la noche, sin embargo, permaneció en silencio y aceptó el jabón, abrió el paso del agua que salía a borbotones y luego se detenía en un flujo inconstante bajo la mirada escudriñadora de Mina, procedió a lavarse la cara, con las yemas de sus dedos, tanteó su labio hinchado y morado en su boca, un pequeño quejido escapó traidor de sus labios. Vio por el reflejo del espejo como Mina la observaba con descontento.

—¿Qué? ¿Vas a quejarte por un simple labio hinchado? Esto es una maldita prisión, conejita. No un hotel cinco estrellas.

—Lo sé. —Concedió. No era una estúpida, sabía que en una prisión los golpes y las peleas eran normales. Más tampoco podían pedirle que se acostumbrara de buena gana—. Lo siento.

—Fue solo una bofetada.

—Sí.

—No debería doler tanto, maldita exagerada.

Mina gruñó, molesta por algo que Nayeon no lograba comprender que era, se mantuvo mirando a su reina como una perra amaestrada a espera de una nueva orden, sintió asco de sí misma. Mina volvió a su maleta y maldijo por lo bajo mientras rebuscaba en ella.

—Toma. Úsala en tu boca. —Mina con hastío estiró su brazo en dirección a la coreana y colocó sobre una de las pequeñas manos de Nayeon, una vieja barra de manteca de cacao—. Es la única que tengo, cuídala.

Los ojos de Nayeon se abrieron en asombro ante esa pequeña pieza usada de bálsamo labial. Definitivamente sus labios agrietados lo agradecerían.

—Oh. —No sabía que decir.

—¿Nadie te enseñó a dar las gracias? —Se mofó con cinismo, Mina. Ladeando su cabeza y cruzándose de brazos.

—Gracias, Mina.

Nayeon no sabía si se estaba tomando demasiados atrevimientos al llamarla por su nombre, sin embargo, Mina pareció complacida. Se acercó a Nayeon, acechándola con sus penetrantes ojos ónice, dejándole el paso libre para que sintiera el olor de su cuerpo. Mina olía a sal y vinagre, seguramente tendría ese sabor, tragó con dificultad debido a sus propios pensamientos.

—Escúchame, conejita... Para todas aquí, ya eres mi puta. ¿Te ha quedado claro? —Nayeon sacudió su cabeza en asentimiento—. No te quiero ver hablando con nadie, no te quiero ver mirando a nadie. No me gusta compartir.

—B-bien. Sí. Yo... —Nayeon se sentía aturdida—. No miraré a nadie.

La voz de Mina era peligrosa, posesiva y demandante. Hacía desaparecer el frío arraigado en su cuerpo. Jamás nadie la había tratado así, jamás había sido un objeto de posesión, mucho menos celada. Sin embargo, no estaba en condiciones de replicar.

—Perfecto.

La puerta de su celda se abrió y una guarda de seguridad entró, observándolas con el ceño fruncido y un gesto de disconformidad. Seguramente no era una gran amante de su trabajo.

—A las duchas, ahora.

Mina se separó de Nayeon, volteándose y saliendo de la celda. La guardia bajó la mirada cuando Mina pasó a su lado, gesto que no pasó desapercibido para Nayeon. En el momento en que la mujer comprobó que Mina ya había desaparecido, le dio una mirada a la coreana.

—¿Necesitas ir al médico?

La boca de Nayeon se abrió para responder, pero se detuvo cuando se dio cuenta que no sabía que decir. Claramente la mujer pensaba que Mina había abusado de ella y no sabía hasta qué punto eso era malo. ¿Qué decir? ¿Fue o no fue violada? Decisiones difíciles de la vida. Si se corría el rumor de que Mina ya se la había follado, no haría más que concretar el hecho de que ella le pertenecía y nadie más podría tocarla, ¿verdad?

Esperaba estar en lo correcto.

—N-no... No es tan grave. —Mintió.

La mujer entornó los ojos, desconfiando de ella, pero no dijo más. Le indicó que saliera de la celda y así Nayeon lo hizo, a diferencia de la noche anterior, que no había nadie por los pasillos, en ese instante estaba aglomerado de convictas, las miradas de todas estaban en ella y Nayeon caminaba ajena a ellas, con la vista fija en el suelo y levantando la mirada de vez en vez para no chocar con nadie, dio un pequeño salto cuando sintió una nalgada. Maldijo en su interior y siguió caminando, haciendo oído sordo a las obscenidades que se murmuraban a su alrededor, que sí, que sabía que tenía buen culo, que estaba follable y todo. Sí, también sabía que era bajita y delgada. ¿Había necesidad en que las mastodontes de las reclusas recalcaran su mínima estatura? Gracias a... a lo que fuese, que definitivamente no era Dios, logró llegar a las duchas. Le entregaron una toalla y un nuevo cambio de ropas. Miró el lugar, el vapor cubriendo los cuerpos. ¡Había agua caliente! Podría bailar de felicidad. Dejó su ropa y toalla en una de las tantas gavetas. Con su estómago revuelto al saber que tendría que desnudarse en presencia de aquellas miradas lascivas. Mujeres de gran complexión que esperaban atentas a que comenzara a despojarse de sus ropas, sin embargo, ninguna se le acercaba. O así fue hasta que una mujer que medía metro setenta, se colocó a su espalda.

—Huele a puta fina. —Le susurró al oído. La mandíbula de Nayeon se tensó—. Nombre.

Esta vez no respondió. Ella permaneció en silencio y se sacó su suéter. Sintió un alivio cuando la tela dejó de escocerle la piel. ¿De qué demonios hacían esa ropa? ¿Espigas?

—¡Te estoy hablando! —Volteó a Nayeon por los hombros y la golpeó contra las gavetas. La coreana cerró los ojos y dejó escapar un gemido.

Las palabras de Mina resonaban en su cabeza. No debía mirar a nadie, no debía hablar con nadie. Condenada a Mina, más le valía que ser su puta le trajera algo bueno. Cosa que, hasta ese momento, no estaba ocurriendo.

—¿Así que me vas a ignorar? —Volvió a voltear a Nayeon, obligándola a apoyarse sobre las gavetas.

—¡No! —Exclamó con voz agónica la chica cuando sintió las manos de la mujer posarse sobre su trasero. Bajándole los pantalones y dejando su respingón y bien dotado culo al aire—. ¡Que no, suéltame!

Se removió desesperada. La risa vil de la mujer le taladraba los oídos, sin embargo, y para su salvación, Mina había llegado, las observó en silencio unos cuantos segundos, sin inmutarse, con su expresión seca e indescifrable caminó hasta las regaderas donde la lluvia artificial caía, nadie hablaba, el aire podría cortarse con un cuchillo. Nayeon sintió lágrimas en sus ojos al escuchar como la mujer volvía a carcajearse, solo para que Nayeon la escuchara.

—Parece que ya se cansó de ti. —Le susurró al oído.

La coreana se hundió en angustia cuando sintió como sus piernas eran separadas. Todas volviendo a sus actividades e ignorando que ella sería vilmente violada.

—Lisa. —Voceó Mina.

Y se refería a la mujer, esta detuvo el abuso a perpetuar y se volteó en dirección a la que se llamaba a sí misma, reina de la prisión.

—¿Qué ocurre, emperadora?

—Está buena, ¿verdad? La conejita que tienes ahí. —Preguntó burlona. La mujer sonrió, desquiciada. Asintió y segura de que Mina no iba a interrumpirla, se volvió en dirección de Nayeon, quien entre lamentos se resignaba.

—Jodidamente buena. Podría ser la puta de una reina. —Volvió a hablar Mina. Salió del agua y caminó hasta donde Nayeon se encontraba. Palmeó el hombro de la mujer y con una sonrisa, se acercó a su rostro—. Ahora dime, Lisa. ¿Acaso tú eres una maldita reina?

En ese momento, la mayoría de las convictas comenzaron a salir de las regaderas. Todas con apremio y el miedo destilando de sus ojos. Lisa tragó tan fuerte que el sonido de la saliva que pasó por su faringe llegó a los oídos de Nayeon.

—Respóndeme, Lisa. ¿Eres una reina? —La nombrada negó, aterrada de la tranquilidad y diversión con la que Mina hablaba—. Sí, no lo eres... Entonces, ¿por qué has puesto tus sucias manos en lo que le pertenece a tu emperadora?

—Mi-Mina. Yo no...

Nayeon se encogió cuando escuchó el golpe que Mina le propinó en la mandíbula a la mujer, mantuvo los ojos firmemente cerrados, tarareando una melodía en su cabeza para así mitigar los gritos y bramidos de dolor de Lisa, ninguna guardia de seguridad interfirió, simplemente observaron a la distancia como Mina hacía crujir los huesos de la mujer, destrozándola con sus puños, las pocas valientes que se quedaron para presenciar tal atrocidad, miraban en silencio. La sangre esparcida por montones en el suelo de pavimento agrietado. Mina recorrió el cuerpo de Nayeon con la mirada, tomándole el mentón con sus dedos para revisarle el rostro.

—E-estoy bi-bien. —Mintió Nayeon.

Mina asintió y volvió su vista a las reclusas.

—Esto... —Jadeó—. Es para que les quede claro que nadie... ¡Nadie! ¡Absolutamente nadie, tiene permitido tocar mis cosas!

Estiró sus brazos y giró sobre sus pies. Con el rostro y las manos salpicadas de aquel líquido rojo, Nayeon gimió cuando sintió una mano de Mina ceñirse a su cintura.

—¡¿Alguien más quiere poner sus manos sobre ella?! —Apretó con fuerza y Nayeon se removió por el dolor. Todas negaron, algunas vitoreando a la emperadora, quien se jactaba de su dominio en aquel pútrido lugar.

Mina volvió a la regadera. Se lavó la sangre ajena y salió del agua. Con un amago de rabia pasó por el lado de Nayeon, mirándola por el rabillo del ojo, pero sin dirigirle palabra alguna. Pasaron unos largos minutos antes que todo volviera a una relativa normalidad. Mujeres caminando a las regaderas y otras cuantas observando a la coreana, quien se bañó con rapidez, sin disfrutar en lo más mínimo el cálido contacto del agua en su piel.

Con ropa nueva y limpia, algo menos desagradable que la de la noche anterior, caminó hasta el comedor donde hizo una larga fila para obtener sus alimentos. Las miradas se centraban en ella. ¿Qué? ¿No tenían nada más que hacer? Obtuvo una porción pobre de comida y una rebanada de pan. Con bandeja en mano, encontró una mesa donde milagrosamente no había nadie. No quería compartir la mesa con algunas de esas criminales. Realmente no quería tener contacto alguno con aquellas convictas, se sentó y comió en silencio, masticando con esfuerzo y desagrado la comida, escuchó unas cuantas risitas y algunas murmuraciones por lo bajo, levantó la vista de su plato al ver como Mina, acompañada de otras dos mujeres que la seguían como perros fieles a su ama, caminaban en dirección a ella. ¿Ahora qué? ¿Iban a sentarse juntas y tener una comida romántica con besitos?

—Estás en mi mesa. Vete.

Oh... Bien, sí. Estúpida Nayeon, ¿en qué demonios había pensado? Por supuesto que la maldita de su dueña no iba a sentarse con ella, Nayeon asintió y tomó su bandeja, levantándose y buscando otro lugar para comer, las miradas despectivas y amenazantes le indicaron que no tendría buena suerte, al parecer las convictas tampoco querían compartir mesa con ella.

—Allá.

Volteó cuando escuchó la voz de Mina, ya sentada y bebiendo un café. ¿Café? Mierda, que injusticia. A Nayeon le habían dado una taza de agua caliente y azúcar.

—¿Eh? —Vio hacía donde Mina le señalaba con la cabeza.

Era un grupo de chicas algo llamativas. Bromeaban y hacían gestos con sus manos, no demoró mucho en comprender que grupo era ese. Mina la estaba mandando con las putas, se tragó el orgullo y caminó en esa dirección, oyendo las risitas de las mujeres quienes seguramente se las follaban, pero aun así se sentían muy heterosexuales.

—Uhm. ¿Disculpen...?

Las mujeres detuvieron su plática y observaron a Nayeon. Todas con sus depiladas y muy delgadas cejas, perfectamente arqueadas, las mejillas de la coreana se pintaron de rojo.

—Siéntate y come. Aquí nadie va a molestarte. —Le dijo una mujer que se encontraba a la cabecera de la mesa. De cabello castaño, con bonitos ojos —. ¿Cómo te llamas?

—Nayeon. —Se sentó y bajó la vista a su comida. Tenía la intención de comer en silencio, pero sabía que eso no sería posible. Era prácticamente la nueva atracción en ese desquiciado circo.

—Así que tu novia te ha mandado aquí. ¿Te folló muy duro? Tengo pomada antiséptica para tu vagina... pero te costará caro. — Nayeon se atragantó con la comida. Le dio un sorbo a su tazón de agua y buscó a la persona que había dicho eso.

—No la... —Succionó su labio inferior y apretó su agarre en el tazón—. Necesito, pero gracias. —Respondió formalmente. Y seguramente la plática habría continuado si no fuera por una pelea que se desató unas cuantas mesas más allá.

—Oh Dios, ¿es que no pueden dejar de comportarse como mandriles? —Dijo una chica con voz aguda.

—Prefiero que descarguen energía así.

En eso Nayeon sintió que alguien se sentaba a su lado. Volteó la mirada y encontró a una sonriente chica de cabellos rubios y ojos café. Le parecía distinta a lo que se veía en ese lugar. Pulcramente limpia, con una suave sonrisa y un aire de distinción.

—Hola, mucho gusto. —Le extendió una mano a Nayeon—. Soy Minatozaki Sana.

—Im Nayeon.

—Lo sé. No hay nadie que no sepa tu nombre. —La coreana rodó los ojos, pero sonrió. Por alguna razón las palabras de la rubia no le sentaron mal y es que no veía desdén o maldad en ella—. ¿Estás bien?

—¿Cómo?

Sana se encogió de hombros y le dio una mordida a su hogaza de pan.

—Eres la pareja de Mina y todas sabemos que ella suele ser un poco bestial.

—Oh. Uhm. No yo... —Tragó—. Bueno... Soy resistente. —Mintió nuevamente, para su fortuna, Sana pareció creerle.

—Eso es bueno. Y cuéntame, Nayeon, ¿por qué estás aquí? —La pediatra iba a abrir la boca, cuando vio a Sana cambiar el color de su rostro. De su pálido notable, sus mejillas pasaron a un arrebolado rojo y sus puños se apretaron—. Maldita hija de puta —Murmuró Sana con la vista fija en la mesa de Mina, todas las de la mesa siguieron la vista de la rubia. En la mesa donde Mina comía, una de sus acompañantes reía y bromeaba con otra chica. Si Nayeon no fuera una experta en el tema, quizá no lo habría notado, pero era demasiado obvio que esas estaban coqueteando.

—¿Tu novia? —Preguntó burlona.

—Sí. —Respondió Sana en un gruñido molesto. Dejando a Nayeon sorprendida. Ni siquiera dudó—. Es mi novia, aunque la hija de puta se vive olvidando de eso.

—Déjala Sana. Tzuyu es una cabrona y no deberías perder tu tiempo con ella. —Comentó la chica que se encontraba a la cabecera de la mesa. Sus ojos se dejaban apreciar nobles y sabios. Emanaba aquel conocimiento que solamente se podía ganar con los años y el dolor. Nayeon sintió un leve respeto por esa desconocida.

—Soy Jennie. —Respondió como si realmente pudiera leer la mente de Nayeon —. Llevo unos cuantos años aquí.

Nayeon asintió en silencio. Volviendo a su comida y dejando de lado las maldiciones que Sana le propinaba a distancia a esa tal Tzuyu.

—No la entiendo. ¿Qué tiene esa perra sucia que las vuelve locas? Primero Mina y ahora... —Sana se detuvo. Vio de reojo a Nayeon, quien la observaba con cierta curiosidad—. Es japonesa, una puta japonesa y hasta hace poco era la favorita de Mina. Se creía muy importante, pero cuando Mina la botó... quedó desamparada y ahora quiere a mi mujer. —Sana negó con la cabeza y apartó la vista de la escena frente a sus ojos.

—Sabes que Tzuyu no va a dejarte. —La alentó otra chica. Sana hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

—Ya no me importa. Cuéntame Nayeon, ¿qué sabes de Camp Alderson?

—¿Uh? —Nayeon pensó en qué responder—. Bueno. Llegué ayer así que no sé mucho. Al parecer la mandamás es mi dueña y... —Le dio un sorbo a su taza de agua—. Eso es todo.

—Realmente no sabes nada. —Sana soltó una sonrisita y todas la acompañaron—. Venga, te cuento. Esta no es una simple prisión. Aquí las guardias nos ven como una mera entretención, la corrupción es la ley y el poder la moneda de pago, Nayeon, pero sí, podríamos decir que Mina es la emperadora del lugar. Nadie la desobedece y si logras mantenerla atada a ti, puede que no se te haga tan pesado estar aquí.

Nayeon soltó un suspiro lacónico. Nada de eso era nuevo para ella y es que con lo vivido en las regaderas donde un cadáver quedó en el suelo como si nada debido a Mina; había comprobado que nadie le llevaba la contraria.

—¿Sabes de los torneos?

—¿Torneos? —Preguntó Nayeon. Eso sí era nuevo.

—Claro. Los torneos... Mina no es la emperadora por ser una simple matona, Nayeon. Mina es la emperadora porque se ha mantenido invicta desde que llegó, tres años atrás.

—¿Qué? No comprendo. —Y realmente no lo hacía—. ¿Dónde hacen los torneos? — Sana rodó los ojos y le dio un codazo por lo bajo—. Pronto vas a verlo con tus propios ojos.

Luego de eso, y con la duda latente en Nayeon, comieron en una plática algo amena. La coresna no se sentía para nada en su ambiente de confort con esas chicas, pero era mejor que nada. Al menos ninguna de ellas había resultado ser desagradable, llegó la hora de salir al patio y Nayeon no se separaba de Sana, buscó la aprobación en los ojos de Mina cuando salió del comedor, al parecer su dueña no estaba en contra ya que, con una leve inclinación de cabeza, le indicó que podía acompañar a la rubia, maldita loca, sintiéndose toda poderosa solo porque unas cuantas criminales le obedecían. Ojalá se quemara la lengua con el café, hablar con la ruidosa rubia fue como una brisa de aire fresco. Minatozaki Sana, realmente parlanchina y un poco excéntrica, cayó en prisión por haber chocado a una familia en auto, iba en estado de ebriedad y conducía su flamante Ferrari a más de cien kilómetros por hora, llevaba casi un año en Camp Alderson y unos seis meses siendo pareja de Zhou Tzuyu, la princesa de la penitenciaría, después de Myoui Mina, la autoridad máxima era Zhou Tzuyu, una famosa narcotraficante que cayó por una redada en Colombia. Sana le aseguró que no era una mala mujer, quizá sí demasiada bruta y tosca. Nayeon a su vez, le contó por qué estaba ahí. La historia con su ex novio, Jaebeom, y la injusticia que se cometió en su contra. Sana le dijo que algunas de las convictas en Camp Alderson también estaban ahí por injusticias del sistema judicial. La conclusión de ambas fue que la justicia era una mierda.

Se encontraban sentadas sobre una deteriorada mesa. Sana le contaba algunas cosas de Mina. Como que la mujer había sido una militar de alto rango y que había cargado con la culpa de una misión gubernamental fallida. También le contó que la estabilidad mental de Mina dejaba mucho que desear y que debía cuidarse, porque nadie podría hacer nada para defenderla si la emperadora decidía acabar con ella. En un arranque de honestidad, Nayeon le contó sobre la noche anterior, omitiendo la parte donde no tenían sexo. Y para su suerte, Sana le prometió unas mantas de cama y una chaqueta para el frío, algo que Nayeon le agradecería eternamente, en el patio, las reclusas hacían algo de deporte y ejercicio. Otras platicaban y unas cuantas peleaban a gritos y empujones.

—¿Entonces eres pediatra? — Nayeon asintió.

—La mejor. —Sonrió con orgullo.

Escucharon unas pisadas y detuvieron su amena plática, Mina, Tzuyu y otra mujer llamada Jeongyeon, se encontraban frente a ellas. Nayeon fijó sus ojos en Mina. ¿Qué quería de ella?

—Ven conmigo.

Nayeon miró a Sana, quien con un gesto le insinuó que obedeciera, no demoró en colocarse de pie y comenzó a caminar detrás de Mina, la espalda de la mujer era como una muralla indestructible, sus caderas parecían haber sido esculpidas a mano, entraron a una zona que Nayeon desconocía y estaba conformada por unas cuantas habitaciones, estropeadas máquinas deportivas y sacos de boxeo, parecía un gimnasio, uno muy viejo y deteriorado.

—¿Qué hacemos aquí? —Preguntó tentativa. Mina no respondió.

Caminaron por un pasillo y llegaron hasta un camerino que tenía una placa metálica con el nombre de Mina grabado en ella. Al entrar, Nayeon visualizó un maltrecho sofá de dos cuerpos, unas sillas plegables y una ducha sin cortina. Estaba helado y húmedo, su corazón se detuvo de golpe cuando Mina comenzó a desnudarse frente a ella. Desprendiéndose de su ceñida camiseta negra y quitándose el pantalón.

—¿Qué crees que hacemos aquí?

—Uhm. Y-yo, no... —Carraspeó.

—Voy a follarte. Quítate la ropa.

Los ojos de Nayeon se fijaron en el piso. De repente toda su comida pareció querer devolvérsele por la boca. Era obvio que eso iba a pasar y aún así, no podía dejar de sentir miedo, recordaba algunas palabras de las chicas durante el desayuno, todas aseguraban entre bromas que Mina era una bestia despiadada en la cama, que sus parejas de sexo siempre terminaban en enfermería. No quería sentir dolor, con manos temblorosas y el alma escapándosele en cada respiración, obedeció, agarró el dobladillo de su suéter y se lo sacó. Mina se sentó en el sofá y observó el caliente espectáculo que su prisionera personal estaba brindándole, las curvas de Nayeon se mostraban deliciosas y nobles, cada parte de su cuerpo se veía cremosa y suave, como si fuese un manjar robado del edén, su centro dolió. Nayeon pateó con su pequeño pie los pantalones, ya encontrándose completamente desnuda, su escaso vello púbico, su prominente culo, sus bien formados pechos y sus pezones erectos por el frío, se había desnudado mil veces en su vida, y jamás se había sentido tan expuesta, era culpa de la mirada de Mina. Ninguna mujer la había mirado así antes.

—Ven aquí, conejita. —Palmeó sus muslos. Mina no sonreía, estaba inescrutable. Incluso podría apreciársele tensa. Nayeon negó con la cabeza y antes que Mina reaccionara mal, se adelantó a decir:

—No hagas que duela, por favor.

La emperadora ladeó la cabeza, haciendo crujir sus largos dedos.

—¿Me estás diciendo que hacer?

—Te lo estoy pidiendo por favor, Mina. Solo, no quiero que duela, por favor. —Comenzó a frotar los dedos de sus manos entre sí. Estaba nerviosa, tenía miedo—. Puede...—Tragó—. Uhm. Puede ser... placentero para ambas. —Intentó.

Y Nayeon sabía que no tenía derecho alguno para pedir aquello, pero no perdía nada con arriesgarse, después de todo, Mina iba a poseerla igual. ¿Qué daño hacía pedir de pequeñito favor que no le partiera la vagina en dos?

—Quieres que sea placentero, ¿eh? — Nayeon asintió. Sintiéndose levemente abochornada a pesar de todo. Incluso en aquel ambiente frío, las palmas de sus manos sudaban y su rostro se sentía caliente—. ¿Realmente crees que podrías sentir placer conmigo?

Mina y su sonrisa mordaz, hacía que el vientre de Nayeon se sintiera contraído.

—Quizá. S-si eres... tú. —Su voz era un balbuceo tartamudo—. Puedo... si eres tú.

Bueno, era Mina o alguna de esas grasosas cerdas que habían estado mirándola desde que había llegado. Definitivamente no había punto de comparación.

—Hm. ¿Sabes, conejita? Vas a arrepentirte de haberme pedido esto. —Mina se humedeció los labios—. Porque puedo ser muy buena cuando quiero, ¿sabes? Terminarás rogándome, como una putita en celo, para que te folle todo el jodido tiempo.

Y Nayeon pensó que quizá tendría un ataque al corazón.

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