Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo final

La injusticia de la vida es palpable. A veces, los inocentes quedan atrapados mientras los culpables siguen caminando libres, indemnes. Rosett y Richard, culpables de tantas cosas, se erigen ante mí como una burla de la naturaleza. Mientras que la culpa me consume, algo más me queda claro: todo esto es parte de su venganza. De una venganza que comenzó la noche en la que fui marcada, humillada. Todo lo que ahora ocurre es una extensión de esa pesadilla, de ese tormento al que me vi sometida sin razón.

Frente a mí, el cuerpo de Rosett yace, desmembrado y abierto. No hay palabras para describir la horrorosa escena. Sus miembros cortados, su torso expuesto. Richard, en cambio, parecía tranquilo mientras guardaba el corazón y el útero de ella en un frasco, como si estuviera coleccionando trofeos de su crueldad. Mi estómago no soporta más. Estoy cubierta de vómito, atrapada en un estado de shock, pero mi mente sigue gritando maldiciones.

— Eres un maldito hijo de puta cobarde —le grito, a sabiendas de que no me hará nada. No hay miedo. Esto no es más que una consecuencia de mi embarazo.

Richard no responde. En cambio, sus venas sobresalen y su cuerpo se tensa, pero sigue callado.

Un par de segundos después, cruza los dedos, y dos hombres se acercan a mí. Me agarran de cada lado de la silla metálica en la que estoy atada y comienzan a caminar, arrastrándome hacia una habitación desconocida. El trayecto parece eterno, y mi mente, atrapada entre el horror y la incredulidad, intenta procesarlo todo.

Finalmente, nos detenemos. El lugar al que me han llevado es tan oscuro como todo lo que ha ocurrido. Mi mirada recorre el espacio, y siento cómo mi corazón se detiene. Las chicas están ahí, muchas de ellas jóvenes, muertas, reconocibles. Eran las mismas con las que había compartido encierro. Chicas que, como yo, habían sido forzadas a vivir un infierno. Mis ojos se llenan de lágrimas nuevamente, incapaces de comprender cómo todo esto sigue ocurriendo. Se suponía que estaban a salvo, que el maldito no podía tocarlas más.

Solo unas pocas siguen vivas, las chicas con las que había compartido las paredes del sótano. Aún muestran ese miedo, esa incertidumbre, aunque todas ellas saben de la huida que planeamos.

— ¿Qué pretendes? —Le pregunto a Richard, pero él no responde. Me quita el metal que me inmovilizaba y, con brusquedad, me arrastra al suelo.

— Crees que porque llevas a mi heredero no te haré nada —dice con un tono imponente—. No te confundas.

Sale sin decir nada más, dejándome ahí, en ese lugar teñido de sangre, rodeada de muerte. Las pastillas que me dio para controlar las náuseas están haciendo efecto, pero aún así, no puedo dejar de pensar en cómo escapar.

— Tengo que salir de aquí, saldré de aquí como sea —pienso en voz alta.

Una voz familiar me interrumpe. Me doy vuelta y veo a las chicas. Margherita, Alice, Viola, Fabiola y Clara. Las mismas chicas que compartieron mi encierro en ese sótano. Todas siguen tal cual las recuerdo: rubias, con ojos azules, pero con un temor palpable hacia Richard. No me sorprende que no muestren asombro al ver que estoy embarazada. Ya lo sabían, pero aún les quedaban secretos por descubrir.

— ¿Pero cómo es esto posible? Ustedes…

— No… Nos vamos a escapar —me interrumpe Viola, con una determinación temerosa en su voz. Su miedo es comprensible, pero no cambia nada. Ya no hay vuelta atrás.

Una risa estremecedora retumbó en la habitación, como si todo lo que había sucedido fuera una broma cruel. Las chicas me miraron, confundidas, con la ceja levantada, preguntándose qué había de gracioso en mis palabras.

— Ustedes realmente piensan que si se quedan aquí las cosas cambiarán... al final las matarán —dije con firmeza. No estaba dispuesta a pasar por lo mismo de nuevo. Primero muerta. Y si lograba salir, llevaría a ese maldito Richard consigo, aunque tuviera que arrastrarlo entre las sombras de mi propio sufrimiento. No pensaba en lo que llevaba en el vientre. Si no actuaba, el destino sería el mismo que el de su padre, y eso era algo que debía evitar a toda costa.

Las chicas se quedaron calladas, procesando mis palabras. Por más que les doliera, no podían negar que era la verdad. Estábamos atrapadas, rodeadas de muerte, a punto de convertirnos en una nueva colección de cadáveres.

— ¿Qué tienes en mente? —preguntó Clara, con voz vacía, pero llena de resignación. —Después de todo, es imposible evitar lo inevitable.

— Yo también... —continuó Margherita, con la misma falta de esperanza en su tono. El resto de ellas asintió. No quedaba mucho por decidir.

El plan estaba claro, pero el primer paso era salir de allí.

El grito resonó por el aire, un eco desesperado que salía de nuestras gargantas.

— ¡Ayudaaaaa! ¡Ayudaaaaa! —gritaron todas al unísono. —¡Emma se ha desmayado y no sabemos qué hacer!

Rápidamente, los dos guardias que sabían que estábamos bajo vigilancia llegaron al lugar, alarmados. Me encontraba en el suelo, fingiendo un dolor inmenso, tratando de que todo pareciera real.

— ¿Qué le sucede, señorita? —preguntó el castaño, su voz llena de preocupación.

— Voy a avisarle al jefe, para que... —dijo el rubio, antes de que las palabras quedaran suspendidas en el aire.

Clara se movió rápidamente, golpeando al castaño en la nuca con una precisión mortal. Margherita repitió el mismo procedimiento con el rubio. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos sobre ellos, despojándolos de las radios que utilizaban para comunicarse y de las pistolas que descansaban en sus cinturas. Solo había dos, así que Clara se quedó con una y yo con la otra. Ya no me importaba nada más que asegurar el futuro de mi hijo. Ninguno de esos guardias se atrevería a mirarme, mucho menos a tocarnos. Si lo hacían, se enfrentarían a las consecuencias.

No queríamos que pudieran alertar a nadie, así que los inmovilizamos, atándolos y tapándoles la boca. El lugar en el que estábamos era vasto, mucho más grande de lo que había imaginado. Afortunadamente, no había cámaras que pudieran delatarnos.

Pasaron los minutos mientras caminábamos a ciegas, tratando de encontrar una salida. La oscuridad parecía interminable, pero finalmente, vimos una luz a lo lejos. Pensamos que era nuestra oportunidad, la salida que tanto habíamos buscado. Sin embargo, al acercarnos, descubrimos que no era más que una ventana de vidrio.

— ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? —una voz grave resonó a nuestras espaldas, haciendo que nos paralizáramos. Al girarnos, tres hombres nos apuntaban con armas.

Una ráfaga de adrenalina recorrió mi cuerpo cuando levanté el arma y disparé contra dos de ellos. El tercero, cuando me giré para dispararle, ya no fue necesario. Margherita se adelantó, le arrebató el alma a Clara y le disparó en el acto.

— Eran ellos o nosotras —dije con una dureza fría. Todas nos miramos, cómplices del acto, sabíamos que no había otra opción.

Pero antes de que pudiéramos relajarnos, aparecieron más hombres armados, apuntándonos desde todos los ángulos. No tenía sentido intentar dispararles a todos.

— Suelten las almas —ordenaron con firmeza.

Sin decir una palabra, Margherita y yo dejamos caer nuestras armas al suelo y, como las demás, levantamos las manos en señal de rendición. En un parpadeo, escuchamos el sonido de disparos, y las balas rompieron el vidrio que nos separaba. El cuerpo de aquellos hombres cayó al suelo, y fue entonces cuando los vi, los agentes de la DEA, acercándose rápidamente hacia nosotras.

En cuanto uno de ellos se acercó a mí, me agaché, tomé la pistola que se encontraba a mi alcance y, con rapidez, nos dirigimos hacia un cuarto cercano. Los disparos no cesaban. El aire estaba cargado de miedo. Richard debía estar furioso, y sabía que, si nos encontraba, nos mataría a todas sin pensarlo.

— Hay más almas —dijo Viola, señalando hacia una dirección. Antes de que pudiera reaccionar, nos acercamos a las chicas que estaban en el lugar. Nos dio a cada una un arma, y todos, en silencio, supimos lo que eso significaba.

— Si alguna de nosotras muere hoy, las que sobrevivan saldrán de este infierno. Y, si no nos separamos, cuando nos reencontremos, nos protegeremos entre nosotras —habló Fabiola, extendiendo su mano. Esperaba que hiciéramos lo mismo.

Al poner nuestras manos sobre la suya, todas gritamos al unísono:

— Lo juramos.

Un par de minutos después, la puerta se estrelló con un golpe violento. Un disparo me rozó. Fabiola, al ver el peligro, se puso en medio y recibió la bala en el corazón. Cayó en mis brazos.

No pude reaccionar a tiempo, y cuando me di cuenta, otro disparo resonó, y el cuerpo del atacante cayó al suelo, muerto por la mano de un agente de la DEA. Santiago. Cuando se quitó la capucha, vi su rostro. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, pero el dolor de la muerte de Fabiola era más fuerte.

— ¿Dónde está? —escuché la voz de Richard, llena de miedo y desesperación.

No pude articular palabra alguna, solo me quedé en silencio, porque mi silencio hablaba más que mil palabras.

Santiago, furioso, se levantó y, con un solo movimiento, levantó su mano para golpear a Richard. Sin embargo, no lo hice.

— ¿El chaval? … —dijo Richard, un tanto desconcertado.

— El infeliz de Richard Sorrentino —sentenció Santiago. —Búsquenlo hasta por debajo de la tierra.

Richard no podía ser el culpable, no podía haber escapado, o al menos, eso quería creer.

Un agente se acercó amablemente para guiarnos hacia la salida, pero ninguna de nosotras se movió. Nos quedamos junto al cuerpo de Fabiola.

El sonido de una puerta abriéndose con brusquedad hizo que todos nos volviéramos. Un hombre había entrado, violando la orden de no pasar. No le presté demasiada atención. Me acerqué al cuerpo de Fabiola y cerré sus ojos con mi mano.

Pero el hombre que había entrado, rápidamente se acercó y me puso una navaja en el cuello, obligándome a levantarme. Al quitarse la capucha, su rostro me fue familiar.

— Richard —dije, más afirmación que pregunta.

— Pensaron que podrían deshacerse de mí tan fácilmente —gritó, reconociendo que su captura no sería tan fácil.

Los agentes de la DEA le apuntaron, pero no era suficiente. Al instante, tres de sus lacayos aparecieron, apuntándonos a todas.

— ¿Qué quieres? ¿Negociamos? —preguntó, intentando ganar tiempo.

— No —respondió Richard con firmeza. —Pasaré por esa puerta con las chicas, y tú serás mi garantía. El primero que intente pasarse de listo, lo mato. ¿Entendido?

No había otra opción. Richard estaba fuera de sí, y nos obligó a caminar delante de él. En el camino, exigió un helicóptero. En media hora llegaría, y si intentábamos detenerlo, mataría. Si subíamos a ese avión, sería exactamente lo mismo.

Al cabo de media hora caminando, un dolor intenso en mi vientre me detuvo. Richard, al ver mi sufrimiento, retiró la navaja, acercándose para mirarme mejor. No podía soportar el dolor, pero no tenía tiempo para ceder.

En ese momento, Santiago actuó. En cuestión de segundos, le arrebató el alma a uno de los hombres que nos apuntaban, disparó a otro, y cuando intentó dispararle al tercero, este fue más rápido y le disparó en el hombro.

Santiago, con destreza, empujó a Richard hacia un lado, me voló hacia el hombre que le había disparado, y tomé el arma que antes había guardado. No dudé, disparé hasta que el cuerpo de aquel sujeto cayó.

De repente, sentí una fuerte bofetada. Richard, furioso, me miraba con odio. Aproveché la oportunidad y, con todo lo que me quedaba, le di una patada en la entrepierna. Las chicas, al ver la oportunidad, le propinaron un golpe en la nuca, y lo dejaron caer al suelo, pateándolo con furia.

El dolor en mi vientre fue insoportable. Sin embargo, ignoré todo y corrí hacia Santiago.

— ¿Estás bien? —pregunté, preocupada.

Él se levantó, aún débil, y asintió, mientras las chicas dejaban de golpear a Richard, que ya no se movía. Parecía inconsciente.

— Será mejor que vayamos a buscar ayuda —dijo Santiago. Todas asentimos y tomamos un alma. Nos marchamos, dejando a Richard atrás.

Al intentar caminar, un dolor abrumador me paralizó. Sangre comenzó a escurrir de entre mis piernas. Mi bebé...

La desesperación me invadió. No quería perderlo. No de esa manera.

De repente, Richard se levantó y golpeó a Santiago. —Te mataré como lo hice con tu esposa —dijo, y siguió golpeándolo. Sin embargo, Santiago lo esquivó y le dio un golpe tan fuerte que cayó al suelo.

De repente, un disparo resonó, y Richard cayó al suelo, atravesado por una bala. Sin pensarlo, tomé el arma y disparé entre sus cejas.

— Si no eres mía, no serás de nadie —susurré entre dientes.

Un sonido explosivo hizo que el suelo temblara. La bomba que Richard había activado explotó.

En medio del caos, me sentí caer. La oscuridad me envolvía.

Boom. La explosión la arrastró todo.

Una vez fuera de mi cuerpo, pude observar la devastación que causó la explosión. Sentía la presencia de las chicas cerca de mí, pero ellas no podían verme.

Las sirenas comenzaron a sonar a lo lejos, pero era demasiado tarde.

No estaba muerta, aún no. Volvería. Y cumpliría mi juramento.

“Los finales felices no existen, tú escribes tu propia historia.”

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: #emnet