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Capítulo 9

Hoy podría ser un día crucial, pero no lo es. Me encuentro aquí, en este agujero donde el aire apesta a podredumbre y las paredes parecen susurrar secretos. El suelo está cubierto por colchones viejos, manchados, que apenas sirven como refugio.

—¿Cómo puede existir tanta crueldad?— pienso mientras observo el entorno.

Somos seis, incluyéndome. Las otras lucen mal, pero, en comparación, están mejor que yo. Lo peor es la manera en que me miran, como si ya estuviera muerta. Me lastima escuchar lo que dicen:

—«Pobrecita, no creo que sobreviva».
—«¿Cómo sigue respirando después de eso?».
—«¿Y si no lo logra? ¿Qué hacemos entonces?».

No las culpo. Tienen razón. Incluso yo siento lástima por lo que soy ahora. Nadie puede ayudarme, excepto esos monstruos. Pero antes de depender de ellos, prefiero morir.

Mi cuerpo es un desastre. Apenas puedo moverme. Respiro con dificultad. Estoy destrozada. Cada rincón de mi piel arde. Llevo puesta una camisa ajena, demasiado grande, demasiado sucia. Mis muslos están cubiertos de cortes profundos. Las plantas de mis pies parecen haber sido desgarradas. Los dedos de mi mano izquierda duelen tanto que apenas los siento. Intentaron enderezarlos con un pedazo de hierro, pero siguen latiendo con furia. Y lo peor... lo peor es lo que no se ve.

No dejo de pensar en las heridas que se infectan, en la sangre que sigo perdiendo. Me siento tan débil. Tan cerca del final. No quiero morir aquí, pero tampoco sé si quiero seguir respirando. Mis párpados pesan. La oscuridad se apodera de mí.

Despierto al sonido de pasos. El sótano se llena de miedo. Todas se encogen en sus rincones. Él ha llegado. Nunca baja sin un propósito, y ese propósito nunca es bueno.

Lleva pantalones negros gastados y un polo rojo. No usa máscara. Yo soy la única que ha visto su rostro y sigue viva. Su cabello rubio contrasta con esos ojos grises y helados, manchados con un leve matiz azul. Es imposible ignorar su presencia. Su aroma, su actitud... todo en él grita poder.

Sin embargo, algo cambia cuando me mira. Sus ojos se clavan en mí, en este desastre que soy, y algo en su expresión titubea. Lo noto, aunque no me importa. Porque yo no siento más que odio. Odio por cada segundo en este lugar. Odio por todo lo que me ha hecho.

Se acerca. Paso a paso. Firme. Seguro. Las demás retroceden, temblorosas. No pueden apartar la vista, como si presenciaran el inicio de algo aterrador. Y quizás lo es.

Él me observa, inclina la cabeza y, por un instante, su mirada parece... diferente. ¿Arrepentida? No. Eso no es posible. Los monstruos no sienten remordimientos.

Se agacha. Sujeta mi cuerpo con cuidado. Demasiado cuidado. Y entonces me levanta en brazos. Estoy demasiado débil para resistirme. Las demás lo miran con pánico. Yo, en cambio, solo siento desprecio.

Desprecio... y miedo.

Algunas chicas lo miraban con sorpresa, otras con terror, y las más indiferentes, como si nada pudiera conmoverlas. Pero a él no le importaba. Solo pensaba en algo: reparar el daño que había hecho. La joven herida frente a él no era una simple víctima, sino el resultado de sus propios actos.

Cuando entró a la "sala de recuperación", la dejó sobre la cama con cuidado. Llamó a Shantal, su fiel colaboradora, para que lo ayudara. Cuando ella cruzó la puerta, se quedó sin palabras. Nunca, jamás, lo había visto tan preocupado por una de sus “presas”.

—¿Qué estás esperando? ¡Vas por analgésicos, vendajes, suero! Prepara la máquina para el análisis de sangre y compáralo con el de las demás. ¡Necesito saber si es compatible! Y si no tenemos lo que hace falta, avísale a mi socio para que lo traiga de inmediato en el helicóptero. ¡Vamos, rápido! —gritó, con esa energía que solo él podía transmitir.

—Resiste, por favor... no te mueras.

Shantal salió apresurada, sin saber qué pensar. Desde que Mia había llegado, todo había cambiado. Escapar de la montaña en este momento con ella era una locura. El hombre que conocía antes jamás hubiera hecho algo así.

Verla allí, postrada, con el rostro pálido, le recordó a los días en que ambos eran niños, cuando intentaba protegerla a toda costa de su padre, quien siempre los había maltratado. Solo se tenían el uno al otro.

—¿Y ella? —preguntó Shantal mientras tomaba un trago de whisky.

—Ella estará bien. Lo más difícil fue mantenerla estable, pero lo logramos. Solo necesita descansar... —respondió él, mirando al vacío mientras dejaba escapar una señal de disgusto—. Necesita una mejor alimentación.

Las puñaladas en sus muslos no fueron mortales, pero se infectaron. Lo mismo pasó con los dedos de su mano. A menos que se controlara la infección, uno de esos dedos podría dañar su mano. Si eso sucediera, tendrían que amputar... o incluso cortar más.

Su mente estaba nublada, y entonces, sin darse cuenta, apretó la mano de la joven con fuerza. Intentaba evitar que se ahogara, pero un impulso oscuro lo invadió.

—¿Serías capaz de matar a la única persona que te ha mostrado algo de cariño a pesar de todo? —Se preguntó, sin dejar de mirarla.

Le gritó a Shantal:

—Te lo diré una vez más. Tienes que salvarla. La necesito viva, como estaba antes. ¿Lo entiendes?

Fue en ese momento cuando comprendió que había cometido un error. Soltó rápidamente la joven, cuyo rostro estaba rojo y apenas podía respirar. El único sonido en la habitación era el sonido entrecortado de su respiración.

—¿Por qué me haces esto? —preguntó, sintiendo celos, algo que nunca había experimentado antes. Siempre había sido él quien dictaba las reglas. Siempre había estado por encima de todos. Pero Mia lo estaba cambiando.

—¡Basta! —gritó él, furioso por la inseguridad que comenzaba a crecer en su interior.

—¿Será que te da celos que otra persona consiga lo que no has logrado en todos estos años?

Más tarde, mientras él planeaba su salida hacia Francia, donde tendría que lidiar con un viejo enemigo, su mente seguía dando vueltas. Tenía que tomar decisiones. Pero, antes de irse, dejó claro lo que le esperaba a Shantal.

—¡Cuídala! Y si no lo haces... las consecuencias serán peores de lo que imaginas.

Shantal se quedó en la mansión, atrapada en la red de traiciones, pero no podía escapar de su destino. Y aunque intentó seguir sus órdenes, el conflicto entre ellos estaba lejos de terminar.

Mientras tanto, él sabía que había algo oscuro en todo esto. Mia había comenzado a desestabilizarlo de maneras que no entendía. Quizás, en el fondo, sentía que no podía permitir que ella le arrebatara todo lo que había construido.

El tiempo pasaba. Shantal se adentró en el bosque, pero él la seguía de cerca. El olor a miedo le indicaba que la tenía cerca. Había pasado 35 minutos desde que comenzó la persecución, hasta que, finalmente, la encontró escondida.

Con una navaja en la mano, se acercó sigilosamente y, sin piedad, apuñaló su pie, uno a uno. Los gritos de Shantal fueron la única música que acompañó su avance.

—¿Por qué? —preguntó, con un tono de voz frío, mientras la miraba con una mezcla de odio y amor.

—Porque te amo. A diferencia de ti, que solo me ves como un objeto. Como una madre, una hermana, una amiga... pero nunca como lo que soy realmente. He esperado durante años que me mires de la manera en que ella lo hace. —Llevó su mano a la mejilla de Shantal, sintiendo su piel arder por el golpe que le había dado. Aunque, en el fondo, algo dentro de él le decía que lo merecía.

El llanto de Shantal solo aumentaba la intensidad de la situación. Por más que intentó escapar, su cuerpo cayó al suelo.

—¡Por favor, no me mates! —imploró, con una mirada de desesperación.

—Sabes que no hay lugar para los traidores en mi vida. Intentaste matarme a mí, y ahora tienes que pagar. No solo por lo que le hiciste a ella, sino por todo lo demás.

Con una sonrisa fría, atravesó su pecho con la navaja. La sangre se derramó sobre el suelo. Ella ya no podía hacer nada. El peso de la traición había sido demasiado para ella.

—Una más en la lista.

"Todo acto tiene un precio que hay que pagar", pensó, mientras se apartaba de su cadáver.

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