Capitulo 4
Todo empieza de un día para otro. Nunca imagino que podría lastimar o herir a alguien por instinto, mucho menos vivir este infierno. Llevo más de dos horas corriendo en círculos. Es como un laberinto. Siempre termino en un lugar conocido. No hay ventanas, y según lo que aquella mujer me dijo, él ya viene en camino.
—¡Sin duda esta vez sí me mata!
Mis pies duelen de tanto correr. Algunas puertas pueden abrirse, pero otras están cerradas. ¿Será una de ellas la salida? Entro en una habitación abierta. Todo está oxidado, nada útil salvo un mazo que pesa como un demonio. No importa el dolor en mi pierna ni la cantidad de escalones que debo subir o bajar. Solo quiero salir de aquí, cueste lo que cueste. Rompo las manillas de las puertas cerradas con el mazo hasta llegar a una que despierta mi atención. Es diferente: clara, moderna, llena de ordenadores, pantallas, teléfonos y planos que muestran todo el lugar.
Este sitio tiene dos plantas. ¿Por eso no hay ventanas? Estoy en el subterráneo.
Pienso rápido. Falta poco para que ese asqueroso aparezca. Bebo un gran sorbo de agua y me siento frente a un ordenador. Para mi desgracia, no hay señal ni Internet. No puedo llamar ni enviar un mensaje. Mi única esperanza está en esas pantallas y planos.
La propiedad tiene un subterráneo y un epigeo, la clave para salir. Según el plano, ambos se conectan al norte de la casa, pero las cámaras solo muestran un muro, un lugar sin salida. Buscar una clave en ese pasadizo tomaría una eternidad.
—¡Ahhhhhh!— Maldición. El agua que dejé se derrama sobre un ordenador.
Dos segundos después, la máquina emite pequeñas descargas eléctricas. La pantalla más grande se apaga y enciende repetidas veces. Luego muestra un sistema de control del área subterránea. Ahora tengo una vista mucho mejor del lugar.
Mis ojos se abren de par en par. No soy la única aquí. Lo que veo en las cámaras es espantoso, inhumano. ¿Cómo puede existir gente tan despiadada? Algunas chicas están golpeadas, otras amordazadas con cadenas y encerradas en habitaciones llenas de mugre. Pero lo peor es lo que parecen ser salas de tortura. Objetos raros, herramientas aterradoras.
—¡Está loco, es un enfermizo!—
Un estruendo corta mis pensamientos. La máquina explota. Por suerte, estoy lejos y no me pasa nada. Corro hacia el extintor y en segundos apago el incendio. Pero la pantalla grande se apaga y el cable se quema.
Sé perfectamente lo que esto significa. Sé que no es justo. Estoy siendo egoísta, pero... ¿Quizás...?
No puedo ayudarlas aún. ¡Lo siento!
Ni siquiera conozco el lugar. Cada chica está aislada y cada segundo cuenta. Sé que hago lo correcto. No puedo salvarlas a todas, no ahora, no cuando el tiempo se agota.
La presión sube, mis nervios están al límite. El ambiente se siente más pesado, caliente. Tiene que haber una salida. Aunque vi el video por pocos minutos, fue suficiente para encontrar piezas clave.
¿Cómo puedo salvarme y salvar a esas chicas si ni siquiera encuentro la salida del subterráneo? Si él llega antes, nadie sobrevivirá a esto.
—¿Qué es la Tríada?— murmuro. Esa es la única palabra que queda en la pantalla.
Me coloco de nuevo frente a otro ordenador. Ya sé por dónde empezar, aunque aún desconozco la salida.
Afortunadamente, soy experta en tecnología. Tras acceder al sistema de control, ingreso a la Tríada, una zona del subterráneo dividida en tres secciones clave: Escapismo, Ateísmo y Martirio Máximo (doble MM). Cada una cumple un propósito específico en este lugar, vinculado a distintos métodos de tortura.
El tiempo avanza. Mis manos tiemblan, apenas puedo teclear. Pero entonces lo veo: una salida al sur. Conduce a la segunda planta tras subir una interminable escalera y pasa por la sección de Ateísmo, a quince minutos de aquí.
Me pongo de pie de golpe. Tomo un teléfono y corro como nunca, como si un demonio me persiguiera. No importa el peso del mazo ni el ardor en mis piernas. Mi corazón late frenéticamente.
Lo único que me importa ahora es recuperar mi libertad... y ayudarlas.
Llego al sitio señalado. Sin dudarlo, reviento la manilla de la puerta con el mazo y subo los escalones sin detenerme. Al final, un muro bloquea mi camino, pero estoy segura de que ahí está la salida. Busco desesperadamente algún botón u objeto para abrirlo hasta encontrar uno rojo. Lo presiono y se abre un pasaje hacia un estudio. Cruzo rápidamente, pasando por la cocina y saliendo al jardín.
Afuera, percibo mejor la casa. Es enorme, limpia y bien cuidada. Nadie sospecharía que aquí hay chicas secuestradas. Una gran valla rodea la propiedad. Ni siquiera puedo pensar en rodearla.
Miro a lo lejos. No hay nadie a quien pedir ayuda. Y todavía no tengo señal. Me giro a la derecha y veo un bosque. Camino apresurada hacia él. La vista es impresionante, pero las casas están a kilómetros. Estoy en una montaña, lejos de todo.
Entonces escucho el chirrido de unas llantas. Me detengo en seco. Me oculto detrás de unos arbustos y asomo lentamente la cabeza.
Es él.
Me interno en el bosque sin que me vea. Corro. No me importa el suelo rocoso, las ramas, las espinas. Solo pienso en huir. Tengo dos opciones: ser su prisionera o ser libre. Y la primera no me interesa.
El sol se oculta. Va a anochecer.
Llevo cinco horas corriendo y caminando sin parar. La lluvia cae fuerte, helada. El bosque está envuelto en tinieblas. Solo los relámpagos iluminan el camino, pero son tan aterradores como el viento gélido que corta la piel.
No hay señal. La tormenta arrecia. Busco un refugio. Entonces, un derrumbe retumba detrás de mí.
Mis ojos se abren de par en par. Estoy paralizada.
El miedo —una sensación que nunca pensé sentir tan fuerte —me obliga a correr como si no hubiera un mañana.
Caigo. Ruedo colina abajo. Cierro los ojos con fuerza, deseando despertar de esta pesadilla. Mi cuerpo golpea violentamente un árbol, sacándome todo el aire y ahogando un grito.
—¿Quiero vivir?—
Me obligo a levantarme. Cojeo. A pesar del dolor, no pierdo la esperanza. Pero el terreno resbala y vuelvo a caer. Esta vez es diferente.
El ambiente es más frío.
Un rayo ilumina el camino. Estoy en un despeñadero. La caída es enorme. Impacto contra un lago helado.
Me sumerjo. Barro, ramas y rocas caen conmigo. Nado hacia la orilla, pero cada segundo siento que voy a rendirme. El cansancio me pesa. Cierro los ojos, buscando calma en la oscuridad…
...
Despierto al día siguiente en la orilla. Me duele todo el cuerpo. El sol brilla. Parece tarde.
Miro el acantilado. Es enorme. Si el lago no hubiera estado ahí, estaría muerta. Alejo ese pensamiento y me pongo de pie.
Veo una carretera a lo lejos.
Miro el teléfono en mi muñeca. ¡Tiene señal! Llamo a mi padre.
—¡Papá, ayúdame! Richard, tu soc...
—¿Cómo te atreves a llamar después de lo que hiciste?—
—¿Qué hice?—
La llamada se corta. Intento comunicarme de nuevo, pero nadie contesta. Marco al 911.
—911, ¿cuál es su emergencia?
—¡Ayuda! Fui secuestrada.
—¿Dónde te encuentras?
—En alguna parte de la montaña, al sur.
—Ne…—
La llamada se corta. El teléfono se apaga y enciende. Está hackeado.
Desesperada, detengo un auto.
—¡Gracias a Dios!— digo al entrar.
Entonces mis ojos se abren de par en par.
—¡Usted!
—Señor Sorrentino.
Intento salir, pero asegura las puertas. Su mirada es oscura, más fría que antes. Empiezo a gritar.
Tira de mí.
—Te lo advertí, Emma—.
Un golpe en el estómago me corta el aire. Saca unas esposas y me asegura al asiento. Luego, me inyecta algo.
No puedo moverme.
—Eres mía, Emma. Nada ni nadie nos separará.
"Entre el raptor y la esclavitud reina el más sabio."
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